Carlo Lanza/Una bolada imprevista

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Una bolada imprevista.

Un dia Lanza se hacia lustrar los botines en uno de los «salones» de lustrador que hay en la calle San Martin.

Estaba en la mitad de la operacion, cuando vió pasar por la calle dos mujeres, una de las cuales le parecia de una belleza estupenda.

Desde el primer golpe de vista se comprendia que aquella no era una señora, aunque su facha era muy entonada y vestía con cierto lujo.

Parecia italiana, y su aire, sinó distinguido, era bastante completo y aceptable.

Yendo sola, tal vez hubiera podido confundírsele con una señora, pero la compañera que llevaba al lado tenia una facha tal, que le hacia perder un cincuenta por ciento de su como postura.

Lanza quedó maravillado de la hermosura de esta mujer.

Era sumamente jóven, y sus dos ojos castaños y expresivos, iluminaban su fisonomía de una manera rara.

Lanza se bajó precipitadamente del sillon donde estaba sentado y salió á la puerta.

Las mujeres siguiéron por la calle San Martin hasta la de Corrientes y dobláron por esta última en direccion al campo.

Entusiasmado por la belleza de aquella mujer y comprendiendo que eran damas de aventura, Lanza decidió seguirlas y averiguar así donde vivian.

No se habia lustrado mas que un solo botin, pero no era posible perder mas tiempo haciéndose lustrar el otro, porqué entónces no las podria alcanzar.

Tiró el peso de la lustrada al profesor de charol, y con un botin lustrado y otro sin lustrar, enfiló la calle precipitadamente y dobló por Corrientes hácia donde habian doblado las jóvenes.

Estas no habian llegado á Florida cuando él dió vuelta la calle, así es que pronto le fué fácil alcanzarlas.

Y se puso reposadamente en su seguimiento, tratando de no ser notado.

Miéntras mas miraba á la mujer, mayor era su entusiasmo y mayor el deseo de hacer relacion con ella.

Al atravesar la esquina de Maipú, la mujer dió vuelta la cara, y notando que era seguida, sonrió dejando ver una dentadura espléndida é hizo un movimiento de suprema coquetería que estremeció á Carlo Lanza en lo íntimo de su corazon.

Aquella mujer era de lo mas bello que habia visto hasta entónces en el género á que él podia aspirar.

No podia equivocarse: tanto el semblante como el aire, tenian una expresion de líneas italianas de lo mas soberbio.

Aquella mujer debia ser italiana, y de lo mas bello de aquella nacionalidad.

La mujer que la acompañaba no era una sirvienta sinó una amiga, por el traje que vestia y por la confianza con que con ella hablaba.

Por consiguiente tanto una como la otra debian de ser mujeres de aventura fácil.

Pasada la calle de Esmeralda y como á la mitad de la cuadra, las dos mujeres se detuviéron delante de uno de aquellos casinos que entónces tanto abundaban.

La mujer bella volvió la cara como para observar si aún eran seguidas, y despues de sonreir con placidez infinita que acusaba la satisfaccion que aquel seguimiento le causaba, entráron ambas al casino, despues de detenerse un momento en la puerta como quien quiere dar á entender que entra á su casa.

Lanza se metió rápidamente como para no ser notado, porqué siendo aquellas horas de trabajo, su entrada al casino no podia hacer buen efecto entre las personas que lo vieran.

Desde que salió de lo de la inolvidable doña Emilia, era la primera vez que Lanza entraba á un casino, de modo que la vista de aquel sitio le produjo una extraña emocion.

El recuerdo de doña Emilia y de su ingrata amante le hizo estremecer de una manera poderosa y quedar pensativo un momento.

Aquellos recuerdos le hacian pensar en las situaciones angustiosas porqué habia pasado y en las que iba á crear para él aquella mujer tan bella que lo habia enamorado al primer golpe de vista.

Allí, detrás del mostrador, semejante á un cancerbero, estaba la dueña del casino, contemplándolo con su mirada judáica, como extrañando su presencia.

Es que un hombre de su aspecto en un casino á aquellas horas del dia, era cosa poco comun.

Pues Lanza tenia realmente el aspecto de un banquero, por el aire que habia logrado imprimir á su persona y por su traje correcto y rico.

La atencion á un cliente tan delicado era cosa obligatoria, porqué son clientes que dejan siempre una buena entrada.

Así es que la patrona salió del mostrador donde estaba encajada y se acercó á la mesa donde se habia sentado Lanza preguntándole con amistosa sonrisa qué queria que le sirviese.

Para inspirar confianza y recomendarse á la consideracion de la patrona, Lanza pidió dos botellas de cerveza.

Como no era regular que pidiera aquella cantidad de cerveza para los dos, era natural pensar que aquel cliente queria solamente gastar dinero, y un cliente que se anuncia en un casino de aquella manera, se hace acreedor á la mas marcada consideracion.

Miéntras la patrona traia la cerveza y repasaba los vasos con su mayor prolijidad, se presentáron en la sala y ya en traje de entrecasa, las dos mujeres que habia seguido hasta allí.

El encanto de Lanza creció de una manera poderosa.

Si aquella mujer le habia parecido exuberantemente bella en su rico traje de calle, en su traje de entrecasa le pareció mas bella todavía.

Ella miró á Lanza con la cariñosa expresion que podia demostrarle una persona amiga, y se le acercó sonriendo y mostrándole siempre su espléndida dentadura.

Y se sentó á su lado saludándolo en el mas correcto y puro italiano.

—Detesto el frio, le dijo Lanza con la misma dulzura del lenguaje; detesto el frio, y como he visto que el sol se ponia detras de esta puerta, me he entrado yo tambien para gozar el tibio calor de sus últimos rayos.

Eres tan bella, que si no pareces un astro pareces una cosa mejor todavía: una mujer linda.

Te hubiera seguido hasta el fin del mundo sin mas objeto que decirte esto mismo, si hasta el fin del mundo hubieras marchado.

Si el exterior de Lanza habia interesado á la jóven, aquel bello lenguaje y la expresion de sus ojos celestes la interesáron mucho mas, siendo visible la impresion de agrado que le causaba.

Tutear á una mujer á quien se ha visto por vez primera, es prueba de una gran confianza, que viene á establecer la posicion de cada cual.

Y un hombre de la significacion que Lanza queria aparentar, no podia tratar de otro modo á una belleza de casino.

Si no, no hubiera parecido un calavera de gran tono, habituado á aquella clase de aventuras.

Encantada por el lenguaje y la persona, la jóven no trató de disimular el placer que sentia, diciendo á Lanza, algo turbada, que agradecia profundamente aquellos cumplimientos que no merecia.

No debia ser aquella una mujer de sentimientos pervertidos, cuando en su espíritu producian tan bello efecto las frases cariñosas y galantes que acababa de oir.

Luego podía seguir su conquísta por aquel mismo camino, seguro de pisar en terreno firme.

Para meterse á averiguar vidas, no solamente era demasiado pronto en una visita, sinó que presente estaba la patrona á quien la cosa hubiera hecho poquísima gracia, y se hubiera puesto en su contra.

Y como Lanza conocia prácticamente la vida interior de los casinos, se guardó muy bien de cometer semejante chambonada, que hubiera puesto en su contra á la patrona.

La cuestion primera era ganarse la benevolencia de esta, lo que no debia ser difícil visto su cara de suprema avaricia.

—El placer que he tenido en encontrarme con un semblante tan bello, dijo Lanza jovialmente, es justo que lo demuestre de alguna manera, haciendo partícipes á quienes me lo han proporcionado.

La señora me vá á hacer el favor de desalojar la mesa de estas dos botellas y traer en su lugar dos de vino champagne.

Un hombre que de buenas á primeras y con toda frialdad pedia dos botellas de champagne, debia ser una persona rica y generosa.

Así es que la patrona abrió desmesuradamente los ojos y pasó al mostrador á buscar lo que le habian pedido.

—Nada quiero decirte ahora por la clase de testigos que tenemos encima, murmuró Lanza al oido de su bella conquista.

Ya buscaré la oportunidad de decirte todo lo que por tí siento y todo el bien que me causa tu vista y tu compañía.

Ya volveré con mas tiempo y mas comodidad.

La patrona, aunque los vió hablar, nada malo pensó, encontrando muy natural que el jóven diera salida á su entusiasmo en algunas frases amorosas.

—Venga usted á la noche, le dijo la jóven rápidamente, que hay mayor facilidad de hablar, porqué ella está mas entretenida; ahora no se nos vá á apartar del lado.

La patrona acudió entónces con el champagne pedido, que destapó alegremente, y la conversacion se hizo general.

Conocedor de los hábitos de casino, Lanza comprendió desde el primer momento que aquella jóvén no estaba en la condicion de las demas.

Parecia una mera empleada de la casa, tenida para atraer á los marchantes y sin las obligaciones degradantes de la generalidad de las empleadas en los casinos.

Esto se conocia en la especie de respeto con que era tratada por la patrona y la inferioridad demostrada por la otra mujer que la acompañaba.

Un conocedor del género no se equivocaba fácilmente y Lanza estaba encantado con aquel descubrimiento.

El solo hecho de salir á pasear, aunque acompañada, demostraba la independencia con que vivia allí.

La conversacion se hízo general é indiferente, aunque Lanza no apartaba de la jóven sus ojos asombrados.

No era hora ni número para consumir dos botellas de champagne, pero como por el momento el objeto de Lanza era ganarse á la patrona, aunque las botellas contenian mas de la mitad de aquella cidra infame que se vendia bajo el elegante nombre de champagne y á un precio de champagne verdadero, Lanza pidió otras dos botellas.

Con esto queria demostrar á la patrona que no era necesario beberlas ni volcar las copas con disimulo, porqué su propósito era gastar dinero.

Así es que la patrona estaba maravillada con el nuevo cliente que se proponia explotar á su satisfaccion.

Si aquello lo hacia á las primeras de cambio, ¡qué sería despues cuando su entusiasmo hubiera aumentado!

—Alégrate no mas, pensaba Lanza, adivinando lo que pasaba en el espíritu explotador de la patrona.

Alégrate no mas, que puede ser muy bien que el champagne te cueste mucho mas caro de lo que parece!

Media hora despues de estar allí y sin que se hubieran aún tomado las segundas botellas, Lanza sacó su rico reloj, miró la hora y declaró que se retiraba á atender los que es hacer de su escritorio, que la belleza de la jóven le habia hecho olvidar.

Pagó rumbosamente el gasto sin mirar siquiera el vuelto, y se despidió hasta muy pronto.

La patrona le hizo mil agasajos y cuando salió se apresuró á tapar las botellas llenas, miéntras la jóven salia á la puerta y miraba al jóven con cierta expresion de pesar.

Lanza con sus modales correctos y la forma con que la habia tratado, habia hecho en su espíritu una impresion profunda y cariñosa.

Aquello era natural.

Habituada al lenguaje brusco y los malos tratos de los calaveras que al casino concurrian, la suavídad con que Lanza la habia tratado, tenia que hacerle una grata impresion por la diferencia establecida.

Además, el aspecto de aquel jóven era tan dulce, su trato tan cariñoso, que á la jóven aquello le parecia un sueño.

Lanza, que iba dando vuelta el semblante, encantado ante la marcada distincion que importaba la salida de la jóven á la puerta, al doblar la esquina le hizo un expresivo ademan de cariño en señal de despedida, que ella no se atrevió á devolver por la gente que pasaba, y apuró el paso en direccion al escritorio de donde por primera vez faltaba una hora á las de trabajo.

Llevaba la cabeza llena de la bella conquista que indudablemente acababa de hacer.

Porqué él no dudaba que la bella jóven se habia enamorado de él al extremo de seguirlo hasta la puerta.

—Famosa conquista, se decia Lanza miéntras marchaba al escritorio, ¡famosa y espléndida conquista! si yo llego á enamorar á esa mujer y á traérmela conmigo, puedo decir que tengo la mujer mas linda de Buenos Aires.

Y no me ha de suceder con esta como con la otra, porqué he de tomar mis medidas y porqué mi situacion, gracias á Dios, ha cambiado.

Ahora tengo dinero y estoy en vísperas de tener mas.

Lanza estuvo en el escritorio hasta la hora de comer, porqué no queria retirarse sin dejar, como siempre, sus libros en perfecto órden.

Ese dia, en vez de irse á la Cruz de Malta, se fué á comer á otro hotel.

Queria estar solo para pensar en su bella conquista, que le llenaba la cabeza al extremo de no pensar en otra cosa.

Y el pobre Lanza se hacia las ilusiones mas extrañas respecto á aquella mujer cuya belleza lo habia dominado por completo.

—Si yo logro sacarla de allí y traerla conmigo, pensaba, vamos á ser felices.

Ella parece ser una muchacha buena, á pesar de la posicion equívoca en que está colocada, y no ha de vacilar en abandonar el casino para venirse conmigo.

Es preciso engañar á la patrona ante todo, para que no me haga oposicion, aunque un poco de oposicion siempre es buena, porqué una mujer cuando ve resistencia á sus deseos, se irrita y trata de vencerla por amor propio y por capricho.

Cuando Lanza concluyó de comer, con todo reposo para perder tiempo, se metió á una peluquería donde se acicaló y perfumó lo mejor que le fué posible.

Queria estar buen mozo y hacer el mejor efecto posible.

Aquella noche, por primera vez desde que lo conocia, faltó de lo de Cánepa á su visita diaria y se dirigió al casino, ávido de hablar con su bella, de imponerse de la vida que llevaba y hacerle sus honestas proposiciones.

La jóven lo esperaba, y esto pudo conocerlo Lanza desde el primer momento.

En cuanto entró en el casino, patrona y muchachas lo rodeáron, dándole el mas cariñoso tratamiento.

Es claro, un hombre que de buenas á primeras pagaba cuatro botellas de champagne por el solo placer de pagarlas y sin la menor necesidad, no podia ser recibido sinó con entusiasmo y muestras del mayor cariño.

Despues de estar un momento allí, el jóven vió que aquello no le convenia en manera alguna, porqué allí no podria lograr el objeto que lo habia llevado: hablar á solas con la jóven; ni le convenia comercialmente el ser visto por cuantos entraban, cuya atencion debia llamar su exterior sumamente paquete.

En el casino habia tres ó cuatro muchachas mas que no vió de dia, y la concurrencia era bastante numerosa, estando casi todas las mesas llenas.

Así es que llamando á la patrona le hizo una manifestacion de sus temores, tratándola de ganar para el lado del interés.

—Yo quisiera, le dijo, destripar unas cuantas botellas de champagne con esta jóven que tanto me interesa, pero no me conviene permanecer aquí porqué todo el mundo me vé, lo que puede perjudicarme en mis asuntos.

Si me permite pasar á alguna pieza interior donde pueda estar solo, se lo agradaceré.

—¿Y cómo no? respondió la patrona deslumbrada ante la frase del champagne; tiene usted mucha razon; llévalo, llévalo Luisa á tu pieza.

Lanza vió el cielo abierto delante de sí, y siguió á Luisa á su pieza despues de decir á la patrona:

—Mándenos cuatro botellas de champagne, y espero que la clientela no le impedirá venir á beber unas copas.

La oportunidad no podia ser mas soberbia.

Como en el casino habia mucha clientela, la patrona no podria abandonar el despacho y ellos podrían estar tranquilos y conversar en absoluta libertad, que era lo que él queria.

Pero Lanza no contaba con la avaricia de la patrona, que debia ser la causa de su tormento aquella noche.

Lanza se encontró en la pieza de Luisa, y el aspecto de esta le corroboró su modo de pensar respecto á la jóven.

Todo estaba allí en el mayor órden y arreglo, todo era correcto y decente.

—Me asombra, le dijo Lanza sentándola á su lado, me asombra encontrarte aquí, donde todo lo que te rodea hace contigo un poderoso contraste.

Tú no eres lo que pareces indudablemente, y si yo no me equivoco, este sitio no es para tí.

—Gracias por haberme comprendido, respondió tristemente la jóven.

Yo estoy aquí en completo goce de mi libertad y sirviendo únicamente de atraccion á la gente, porqué han dado en decir que soy hermosa, nada mas.

Hago lo que quiero y no estoy obligada á complacencia de ningun género con los clientes.

¡Qué hemos de hacer! es preciso buscarse la vida de algun modo y el sueldo que por esto me pagan llena mis necesidades.

Lanza vió con placer infinito que no se habia equivocado y que Luisa no estaba allí en la condicion de las demas mujeres del casino.

Iba á contestar, pero en aquel momento se presentó la misma patrona trayendo las cuatro botellas de champagne y Lanza tuvo que tragarse la frase amorosa próxima á salir de sus lábios.

La patrona abrió las botellas, se sirvió una copa lleno y se retiró despues de apurarla plácidamente, diciendo á Lanza que la disculpara, pues tenia que atender á los demas clientes.

—Anda y no vuelvas en tu vida, pensó Lanza, feliz de volver á quedar solo con su Luisa.

—Desearia saber tu historia, le dijo, porqué debe ser triste é interesante.

—Mi historia es larga y penosa; muy larga y muy penosa.

Yo vine á América á vivir con parientes cercanos y respectables, pero nuestro génio era distinto, bien pronto rompimos, y en un momento de rábia me fuí de su casa.

Me encontré en media calle, sola y desamparada.

¿Qué podia hacer en situacion semejante?

Tomé el primer empleo que se me presentó en esta casa, y no me arrepiento, puesto que él me proporciona al fin conocer á un hombre que se apiada de mí.

La conversacion estaba en su periodo mas interesante, pero fué interrumpida de pronto y ya para no poderse reanudar mas.

La patrona, en el interés de que el champagne se concluyese para que pidieran mas, á cada momento mandaba las muchachas á beber ó iba ella misma, de modo que era imposible seguir en la corriente de la conversacion.

Para la patrona, Lanza no era mas que uno de tantos imbéciles ricos á quien se le podia sacar dinero con facilidad, y trataba de explotar la veta desde el primer momento.

Lanza comprendió el juego desde el primer momento, pero se encontró en una situacion sumamente difícil.

Si dejaba concluir el champagne y no pedia mas, para verse libre de visitas importunas y poder conversar á gusto, en el interés de hacerle pedir mas, la patrona le enviaria las muchachas á cada momento á hacerle sus insinuaciones de sed.

Y si pedía mas se las mandaria con mas frecuencia para que lo consumieran pronto y lo obligaran á lo mismo.

Indignada Luisa, que habia comprendido el juego ántes que Lanza mismo, le dijo que no queria que pagara mas vino, porqué aquello era un explotacion indigna é irritante.

Este nuevo rasgo concluyó de enamorar al jóven que replicó:

—¡Pero si es la única manera de poder estar á tu lado! deja que pida.

—Es que de todos modos no vamos á poder hablar, esta gente no se basta nunca y mientras mas pague, mas se meterán aquí y ménos podremos hablar.

—¿Y qué remedio nos queda? si no pido no salen de aquí y la patrona me puede tomar entre ojo.

Al fin y al cabo por unas cuantas botellas de vino estamos solos aunque á cortos intérvalos, y aunque mas no sea que mirándote encuentro bien retribuido mi dinero.

Luisa sonrió tristemente y miró á Lanza con expresion cariñosa.

—Yo no puedo consentir en esta explotacion hecha á mi nombre y por el afecto que usted me demuestra.

De todos modos así jamas podríamos hablar.

Mire usted, yo pasado mañana salgo, podremos encontrarnos donde usted diga y así hablaremos libremente tanto como gustemos.

La proposicion no podia ser mas magna y Lanza la aceptó en el acto.

Felizmente aquel pasado mañana era domingo y podia atender á su entrevista amorosa sin faltar de ningun modo á los quehaceres comerciales.

Lanza, ébrio de alegría, pagó sus seis botellas consumidas, despues de haber contenido con Luisa que el domingo, á la una en punto de la tarde la esperaria en la plaza del Retiro con un carruaje tomado, donde podrian irse á pasear y conversar á su gusto.

Eran las doce de la noche cuando Lanza salió del casino y se fué á lo de su vieja modista.

Era preciso seguir engañando á esta en lo posible, porqué alguna esperanza tenia de poderla explotar por el bolsillo.

Por ejemplo en un apuro y con una suma pequeña que le pidiera prestada con cualquier pretexto, podria muy bien salvarlo de una mala situacion.

Así es que Lanza queria conservarla como un socorro de último extremo y como una fuente de pequeños regalos que de algo le servian.

Y como si temiera que algo pudiera sospechar, aquella noche fué mas cariñoso que nunca.

Al dia siguiente y poco despues de haber abierto su escritorio, se le presentó Cánepa.

El hecho de haber faltado de su casa la noche anterior era tan extraordinario, que solo podia haber sucedido por hallarse enfermo.

Lanza le dijo que efectivamente la noche anterior habia estado enfermo, al extremo que, despues de comer se habia visto obligado á acostarse.

—Hoy mismo yo no debia haberme levantado, pero me pareció mal faltar por una indisposicion que no revestia el menor peligro.

—Eso es una locura, respondió Cánepa, pues la levantada puede costar cara.

—Gracias á que yo tengo una salud de fierro, que si nó, sabe Dios como me iria.

Lanza trabajó aquel dia con el mismo anhelo de los otros dias, á pesar de tener la cabeza medio revuelta por el recuerdo de su bella Luisa.

Nunca un dia le pareció tan largo como aquel.

Cánepa lo fué á ver entre el dia para preguntarle como se hallaba, y lo encontró, segun le dijo, radicalmente bueno.

Como Lanza queria disponer de alguna parte de la noche, despues de comer se fué á lo de Cánepa, de donde se retiró temprano.

Temia que si aquella noche tambien faltaba, éste fuera á su casa á averiguar el estado de su salud y lo hallara ausente.

A las nueve de la noche estaba ya instalado en el café de la calle de Corrientes.

Luisa lo recibió manifestándole la mayor alegría.

—Como convinimos en vernos mañana, le dijo, yo no lo esperaba esta noche, y confieso que ya empezaba á arrepentirme de haberle dicho que no viniese.

—¿Cómo crees que hubiese podido pasar la noche sin verte? preguntó Lanza; por mas que hubiera querido no me habria sido posible; sin saber explicarme como, me hubiera encontrado á tu puerta.

La patrona, como era natural, recibió á Lanza con muestras de la mayor alegría, haciéndolo pasar desde el primer momento á la pieza de Luisa.

Dos minutos despues, y sin que nadie se las hubiera pedido, se presentaba la patrona llevándole dos botellas de vino champagne.

Ya lo declaraba marchante oficial.

Lanza sonrió á aquella judía espantable, diciéndole amablemente: pues señor, me ha adivinado usted el pensamiento.

Pero aquello hizo á Luisa una impresion de todos los diablos.

Palideció intensamente y cuando la patrona se hubo retirado, dijo al jóven:

—Esto es inicuo y yo no quiero servir de pretexto á tan infame explotacion, no quiero que usted pague mas champagne.

—¡Pero, tonta, si pago el placer de verte y estar contigo!

—Ya nos veremos cuando no tengas que pagar tan caro ese placer.

De todos modos, miéntras haya vino en las botellas, para beberlo pronto no nos van á dejar solos, y cuado se acabe, no nos dejarán tampoco, para que pidas mas, eso si como ahora, no te lo traen sin haberlo pedido.

—Deja, tonta, una noche mas no vale la pena; será la última.

—No quiero, y si pides mas ó consientes en que te lo traigan, me enojo y lo devuelvo.

—No hagas eso, por Dios, nos echaríamos encima el ódio de esa judía por el valor miserable de una botella de champagne mas ó ménos.

Consiente siquiera por esta noche, te prometo no hacerlo mas en adelante.

Luisa consintió con visible disgusto, y como ella lo habia dicho sucedió lo mismo que la noche anterior, no pudiéron hablar sinó muy pocas palabras.

Cebada y ávida de dinero, la patrona enviaba á cada momento á las muchachas para que se bebieran el vino, con el encargo de pedir mas.

Y Lanza, aunque con profundo disgusto de Luisa, se vió obligado á aceptar dos nuevas botellas que, como las primeras, viniéron sin que las hubiera pedido.

La misma patrona contribuyó eficazmente al consumo de estas últimas.

Y ya se preparaba á completar la media docena, cuando á una indicacion de Luisa, Lanza pagó las cuatro consumidas y se preparó á irse contra toda su voluntad.

—No tendria usted dinero bastante á saciar la voracidad de esta gente, le dijo cuando se halláron solos, y es preciso que esto se acabe, porqué yo soy el pretexto de la explotacion y esto me dá náuseas.

Mañana nos veremos con toda libertad; no quiero que usted vuelva aquí.

Lanza, despues de convenir otra vez en la hora, se retiró considerándose completamente feliz.

La conducta de Luisa no solo le demostraba cariño verdadero hácia su persona, sinó que corroboraba su modo de pensar respecto á la bella jóven.

—No puede ser un espíritu pervertido, pensaba, cuando obra de esta manera.

Hay en su fondo mucha pureza y en su conducta una decencia que está reñida de muerte con el sitio donde se halla.

¿Cómo estará aquí esta mujer? pronto saldré de la duda que tanto me intriga.

Lanza se fué á lo de su modista, como siempre, y para no darle á sospechar nada, trató de ser lo mas cariñoso que le fué posible, al extremo que la pobre mujer empezaba á arrepentirse de las sospechas que habia tenido.

Al otro dia muy temprano ya Lanza se hallaba en pié, pretextando una salida de paquete.

Y como esto sucedia siempre, la modista no lo extrañó, despidiendo á Lanza cariñosamente y conviniendo en que aquella noche la llevaria al teatro.

Lanza se fué á su casa de la calle Tacuarí, donde se hizo la toilette mas esmerada de su vida, perfumándose todo como una dama, y conviniendo al mirarse al espejo, que nunca se habia hallado tan buen mozo.

Su peluquero fué puesto á contribucion en el arte de hermosear, hasta que Lanza se encontró positivamente interesante.

Pero desde aquella hora hasta la una, faltaba mucho tiempo que el jóven no sabia como distraer, pues no acertaba á pensar en otra cosa que en su bella conquista y en contar el tiempo que de ella le separaba.

Se metió en un hotel y almorzó, no porqué tuviese apetito, sinó porqué era una manera como cualquiera otra de matar el tiempo.

Cualquiera que lo viera con su trage irreprochable, su gran cadena del reloj y su anillo de brillantes, lo hubiera tomado por un fuerte capitalista que vivia de sus rentas.

Concluido aquel almuerzo en que no pudo comer cuatro bocados, Lanza salió á la calle, y empezó á pasear sin rumbo y sin direccion, hasta que, aburrido y mal humorado, regresó á su casa, donde se dió el último golpe de peine, no dejando de mirarse al espejo un solo minuto.

A las doce y media salió de su casa y tomó en una cochería una volanta de primera clase, cuidando que cerraran bien las cortinillas; y á la una ménos diez minutos se paraba en la esquina del Retiro por la calle de la Esmeralda.