Carlo Lanza/Viento en popa

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Viento en popa.

Carlo Lanza se habia trasladado con su consorte á su morada de la calle Tacuarí.

Todo estaba allí solitario, no habia ni un sirviente, ni un solo importuno que pudiera turbar la paz de aquel nido de amor.

Queriendo ser poético sobre toda exageracion y concluir de impresionar agradablemente el espíritu de su Luisa, ántes de irse á casa de esta, Lanza habia comprado aquel dia una gran cantidad de flores que deshizo en el aposento.

De modo que cuando entráron allí, fuéron envueltos por una esquisita atmósfera de delicados perfumes.

Luisa, que no estaba acostumbrada á aquellas demostraciones de alta escuela, se mostró sumamente complacida, recostándose en el hombro de Lanza, que la cubrió de cariños.

—Por fin estamos en nuestra casa, dijo este, sin que nada ni nadie venga á turbar nuestra felicidad, por cuya razon no he querido tomar ninguna sirvienta; estaremos servidos por el cariño mútuo hasta que tú dispongas otra cosa.

Luisa estaba radiante de felicidad; todo aquel aposento lo encontraba bello y poético, salpicado de flores deshojadas y bañado por la luz rosada de una bomba de aquel color puesta en el pico de gas.

—Quiere decir que es cierto que todas mis desventuras han concluido para mí, exclamó Luisa, que ahora tendré en el mundo un protector, un amparo contra todas mis desgracias.

—Sí, Luisa mia, tu vida entra desde ahora en una nueva faz de cariño y de felicidad.

En mí tendrás el cariñoso apoyo que te ha faltado siempre, no teniendo que temer nada de nadie.

Desde hoy viviremos el uno para el otro exclusivamente y ambos para el trabajo, que es el complemento de la felicidad y de la fortuna.

Ya verás, mi Luisa, ¡qué felices vamos á ser así!

Luisa escuchaba gratamente aquel programa de vida, y cada vez mas enamorada de su Carlo, se consideraba positivamente un ser venturoso sobre toda exageracion.

¿Qué podia importarle ya de sus miserias pasadas ni quién se atreveria á criticarlas?

Todo quedaba olvidado y borrado con el amor de su marido y el respeto que su nombre le prestaba.

Luisa entónces se puso á llorar ámpliamente, pero un llanto tranquilo y consolador, arrancado por la inmensa felicidad que sentia y que nunca se atrevió á soñar para ella desde el miserable abandono de Arturo.

Toda aquella noche la pasáron entregados á sus planes de felicidad futura y á la realidad de su felicidad presente.

—Yo he querido establecerme, así pobremente, porqué este es el modo de trabajar con mas ventaja.

Si me vieran ricamente establecido, la clase de clientela que yo tengo se me iria, porqué para ella el lujo es sinónimo de gasto y creerian que por esta sola causa yo les habia de cobrar mas comision.

Guardaremos así una apariencia pobre y humilde para la clientela que ha de venir á darnos trabajo.

Ahora, en nuestra intimidad, donde el ojo extraño no puede penetrar, viviremos con toda la comodidad que, gracias á Dios, puedo proporcionarte y sin que carezcamos ni de lo mas supérfluo.

La pobreza en las apariencias de mi escritorio, la he de conservar por mas grande que sea mi fortuna y ya verás qué bien nos vá así, Luisa.

Pasemos por alto los detalles de aquella noche en que Lanza agotó todos los recursos de su dialéctica y de su astucia para concluir de apoderarse por completo del espíritu de su mujer.

Al dia siguiente se levantáron temprano; la felicidad quita el sueño como la desgracia.

Luisa envió á lo de su tia á buscar la ropa que necesitaba, y saliéron á pasear, despues de haber almorzado con don Estéban, como una prueba de cariño que Lanza le queria dar.

Aquel dia era Lanza quien invitaba á comer, en casa de sus tios políticos para mayor comodidad.

Habia invitado á sus compañeros de escritorio y á aquellas pocas amistades comerciales con quienes le convenia conservar relacion, sin exceptuar á Cánepa á quien recien aquel dia mandó dar parte de su casamiento precipitado, que por razones especiales habia sido necesario hacerlo así sobre tablas y sin pérdida de tiempo.

Realizado su casamiento ya no tenia cuidado de que cosa alguna lo hiciera fracasar, y entónces no podia tener recelo de hacerlo conocer de Cánepa, único interesado tal vea en estorbarlo para apoyar algun otro, segun él sospechaba.

Y como ya no habia remedio, si Cánepa tenia sus proyectos, los olvidaria sin tratar de perjudicarlo en su reciente enlace, puesto que con ello nada absolutamente podia sacar en limpio.

La única recriminacion que podia hacerle, y que era la de no haberlo invitado á la ceremonia siendo tal amigos, quedaba atajada á tiempo con la precipitacion de su enlace, precipitacion que ya habia dejado explicada.

Queriendo mostrar siempre su mayor grandeza, habia encargado una buena comida á la Cruz de Malta, llenando él mismo unos cuantos cajones de legítimo vino italiano, completamente ineludible de toda buena y alegre comida.

Por supuesto que el invitado número uno era su amigo el curita que tanto lo habia ayudado en las diligencias de su casamiento.

Con aquella comida Lanza habia gastado cuanto tenia, incluso los quinientos patacones de su vieja modista.

No le quedaba ni un centavo mas aparte, pero no lo necesitaba tampoco, puesto que habia realizado ya el negocio que le interesaba.

Si acaso hubiera necesitado dinero para cualquier otra cosa, ahí estaba Caprile que no se lo negaria y á quien hasta entónces no habia tenido necesidad de recurrir por dinero.

Aquella comida que era natural que él diera en festejo de su casamiento, tenia que ser por lo ménos tan buena como la del dia anterior dada por su tio.

Pero Lanza habia querido dar una comida á lo grande, y habia echado no la casa, sinó los bolsillos por la ventana.

Sobre todo en el vino, Lanza habia echado el resto, porqué sabia que con buen vino todo es buena alegría.

Los amigos de Lanza admiraban la belleza de su mujer, no pudiendo explicarse como diablos ellos no la habian visto ántes.

Es que Luisa habia estado poco en el casino, y este casino era frecuentado por jóvenes del país y calaveras ricos.

Por esto es que felizmente ninguno de sus amigos conocia á su Luisa, ni podia tener idea de que hubiera salido de un casino.

Y como era sobrina de don Estéban, nadie podia pensar mal de Luisa, ni imaginarse tampoco la pieza que habia sido.

Así es que todos la trataban con la mayor consideracion y respeto.

El diablo de curita aquel no dejaba decaer la alegría y la jarana ni un solo momento, pues este era el medio de prolongar la comida.

Luisa era por todos agasajada y obsequiada por todos, incluso el mismo Cánepa que habia concluido por tomarle simpatía, aunque aquel diablo de casamiento habia echado al infierno ciertos planes que tuvo con respecto á Lanza.

Este, que no perdia el menor detalle de todo lo que pasaba á su lado, estaba contento con la actitud que habia visto tomar á Cánepa, porqué la enemistad de este no le convenia en manera alguna.

Cánepa lo habia conocido en sus malos tiempos, y aunque no en sus peores, y Lanza no sabia hasta donde su amigo conocia su historia.

Ya no podia hacerle ningun daño en el hecho material de su casamiento, puesto que ya se habia realizado.

Pero podia hacerle mucho daño en las relaciones comerciales con su suegro, que era la base sobre la que fundaba.

Así es que á Lanza no le convenía tener ningun enemigo, aunque era sumamente difícil que nadie pudiera penetrar sus vastísimos planes.

Nada mas cordial y alegre que aquella comida íntima, donde todos los presentes estaban vinculados por lazos de estrecha y leal amistad.

¿Cómo no habia de encontrarse feliz Luisa, ante todas las demostraciones de aprecio de que era objeto su marido?

La comida se prolongó hasta la tarde, sin que decayera un momento solo la alegria con que empezó.

¿Cómo debia de decaer tambien, cuando aquel diablo de cura era un tratado de anécdotas de todo género?

No era posible estar sério un solo minuto.

De lo que todos estaban positivamente asombrados, era de la cabeza de aquel diablo de cura.

Habia bebido tanto como los demas invitados juntos, y sin embargo, ni siquiera en el brillo de sus ojos podia sospecharse la cantidad de vino que habia en aquel vientre formidable.

El mismo Lanza, que era una cabeza privilegiada para beber, estaba asombrado de lo que chupaba su amigo el curita.

Lanza quiso abandonar la reunion temprano, en cuanto se hubo tomado el café, so pretexto de que al dia siguiente era lúnes y no podia faltar al escritorio.

Pero su amigo el cura encabezó una silbatina tan furiosa á semejante retirada, que no tuvo mas remedio que quedarse y declarar que estaba á la disposicion de sus amigos.

Desde que habia sido silbado su mejor pretexto, ya no le quedaba ninguno que invocar y se resignó á quedarse, resignacion aparente, pues nadie mas amigo que él de aquellas farras y beberajes.

Lo que hay es que él se encontraba coartado por su flamante consorte y no podia entregarse á la jarana con toda la libertad que hubiera deseado.

Farrista de nacimiento, se encontraba en su elemento verdadero; lo que hay es que estaba atado por la presencia estimable de su consorte.

Al fin y despues de consumir la última botella de vino, fué preciso dar por terminada aquella comida, que no podia ser eterna y que á alguna hora tenia que terminar, á pesar de los discursos recalcitrantes del cura.

Cánepa fué el primero que tocó retirada, y como aquellas reuniones no necesitan sinó que uno se retire para terminar, otros siguiéron á Cánepa con piernas mas ó ménos seguras, hasta que solo quedó el cura, los de la casa y los esposos Lanza.

—Supongo que ahora me será permitido el retirarme, dijo Carlo, pues es una hora bastante avanzada para retirarse un recien casado que tiene que trabajar mañana.

Yo soy capaz de pasarme así una semana seguida, pero mi Luisa nada tiene que hacer con lo que yo sea ó no sea capaz y no es bueno hacérmela trasnochar de esta manera.

—¡Anda, sin vergüenza! exclamó el cura riendo picarescamente; quien no te conozca que te alquile, que lo que es á mí no me la pegas.

Pero al fin y al cabo es perdonable que con semejante mujercita quieras retirarte pronto, y con franqueza confieso que yo no habria aguantado tanto.

Quedas en libertad, Lanza, hasta que nos des una comida en tu propia casa; entónces no tendrás pretexto para retirarte, porqué estarás en tu casa y te haremos permanecer en la sala, de sol á sol.

—No habrá necesidad, respondió Lanza; el primer aniversario de este feliz casamiento, pienso festejarlo yo con una comida que dure una semana, sin levantarnos de la mesa.

—¡Te tomo la palabra! ¡te tomo la palabra! gritó el curita bebiendo la última copa por aquella promesa, y me comprometo á hacertela cumplir al pié de la letra.

Usted es testigo, Luisa, de lo que acaba de decir este pillo, y usted me va á ayudar a recordárselo.

—No lo necesito, es una fecha demasiado querida para mí, para que haya necesidad de que nadie me recuerde lo que he prometido.

Y miró á su jóven esposa de tal manera, con tal cariño, que esta se puso colorada hasta las orejas.

Aquel casamiento parecia haber regenerado á Luisa por completo, dotándola de una sensibilidad que esta ni siquiera se habia sospechado tener.

—Me parece que he nacido de nuevo, murmuró al oido de Lanza cuando estuviéron en la calle.

Paso por impresiones tan queridas y desconocidas para mi espíritu, que creo estar en otro mundo superior al en que hasta ahora he vivido.

¡Oh! Carlo mio; nunca me cansaré de bendecir el momento en que te conocí.

—Esto no es nada, Luisa mia, respondia el astuto Lanza; todavía el mundo guarda para nosotros felicidades inmensas que iremos gozando á medida que yo asiente mi posicion.

Los primeros tiempos serán de trabajo, de trabajo constante y rudo; pero el cariño todo lo compensa, Luisa mia, y él nos hará llegar al fin de la jornada sin la menor fatiga y sin que siquiera podamos notar la del camino recorrido.

Ahora tengo que achicarme porqué no me conviene mostrarme en todo mi valer, pero el dia que yo pueda sacar las uñas ya verás hasta donde me trepo.

Desde el dia siguiente, Lanza se multiplicó en el trabajo.

Tenia que atender á sus quehaceres del escritorio de Caprile, y al trabajo de su propio escritorio que comenzaba á tener sus comisiones ocultas.

Porqué ya empezaban á venir á él dirigidas las cartas de aquellos clientes nuevos que habia declarado suyos y manejables por su cuenta.

Y como no podia atender á las dos partes al mismo tiempo, los clientes de su casa estaban citados de once á una del dia, que era el tiempo de que él disponia para ir á almorzar.

Si acaso algun cliente inesperado caia fuera de aquella hora, Luisa estaba allí para recibirlo y señalarle la hora en que podia ver al banquero.

De esta manera quedaba bien á cubierto de cualquiera sorpresa, pues á esa hora, entre once y una, en que él no estaba en lo de Caprile, nadie habia de irlo á buscar allí, pues ya sabian que á aquella hora Lanza estaba en su casa.

Allí mismo en el escritorio sabian donde habian de irlo á buscar si algo urgente necesitaban.

Así empezó Lanza á trabajar de banquero, con los desperdicios de la casa de Caprile primero, que algo le dejaban, y con los clientes nuevos que podia sorprender y llevarlos á su escritorio, con mil ventajas imaginarias para ellos.

Su crédito era cuestion de tres meses, á lo sumo.

En cuanto empezaran á llegar cartas y acuses de recibo á las cartas y las remesas de dinero hechas por su escritorio, ya la confianza se haria absoluta entre aquellos clientes desconfiados por naturaleza y que no creen sinó en lo que palpan.

Estas cartas Lanza las habia enviado con preferencia á las del escritorio de Caprile, para que las suyas llegaran ántes.

En cuanto á las contestaciones, demoraba las de Caprile todo cuanto le era posible, para que los que se manejaban por su escritorio particular, tuvieran primero todo lo que les interesaba.

Así descontentaba á los clientes de Caprile, sin que este pudiera sospecharlo, y acreditaba su pequeño boliche.

Caprile tenia así en su escritorio un enemigo formidable, un competidor interesado en minar su crédito y arrebatarle la clientela.

Como Caprile no se metia para nada con aquella clientela de menudeo, diremos, confiada á sus dependientes, ni siquiera podia sospechar lo que pasaba.

El se entendia con la clientela gruesa, con la clientela de importancia, y con esta Lanza no se metia por nada ni habia intentado meterse, comprendiendo el peligro á que se exponia.

Cualquiera operacion intentada con esta gente que giraba gruesas sumas, podia llegar á conocimiento de Caprile y descubrirse todo el pastel.

De todos modos aquella clientela pequeña era tan numerosa, que dejaba utilidades enormes, reuniendo sus pequeñas comisiones.

Por fin empezáron á llegar las contestaciones á las cartas que él habia dirigido con el sobre preparado adentro y el recibo de las cantidades por él remitidas, quedando los clientes de Lanza plenamente satisfechos.

Como Lanza se habia demorado en entregar las cartas llegadas por conducto de Caprile, los clientes de este empezáron á disgustarse.

Como todos los italianos se conocen entre sí, los clientes de Lanza empezáron á dar noticias á sus conocidos de sus familias, contando la rapidez con que obraba Lanza y la buena voluntad con que los atendia.

Y los descontentos de lo de Caprile empezáron á plegarse á su clientela espontáneamente.

A estos clientes que venian, Lanza les hacia sus observaciones y ponia sus dificultades.

—No quiero que vaya á creer Caprile que yo le estoy sonsacando á ustedes y que le hago la guerra en su propio escritorio.

—No sabrá nada, se apresuraban á decir los italianos, que creian mejorar en todo.

No sabrá nada, porqué no lo diremos é iremos allí de cuando en cuando, pero queremos cambiar de casa porqué esta marcha mejor y cobra mas barato.

—Si ustedes se comprometen á guardar silencio y á no decir nada aunque se lo pregunten, bueno, si no no quiero saber nada.

Y al primero que vaya á decir que es cliente mio y que yo sirvo ó no sirvo mas barato, no lo atiendo mas en mi vida.

Los italianos, que lo que deseaban era ser mejor servidos y mas barato, prometian cuanto Lanza queria, dispuestos á cumplir religiosamente lo que habian prometido.

Y empezáron á manejarse por intermedio de Lanza, demostrándose contentísimos con el cambio.

Con esta clientela era muy poco lo que Lanza podia ganar, pero no era esto lo que mas le preocupaba.

Aquella clientela le traeria otra nueva, sin contar con los que seguian abandonando la casa de Caprile, y en el número de clientes estaria entónces su enorme ganancia.

Tal era la desercion de clientes, que se sintió en el escritorio por la disminucion en los balances.

Pero lo atribuyéron á otras causas: á la escasez de trabajo y falta consiguiente de dinero.

Nunca se sospechó nadie que aquella fuera la obra del astuto Lanza, en quien tanta confianza tenian depositada.

Lanza siempre hablaba de mejorar en el escritorio, no diciendo una palabra de establecerse solo y por su cuenta, de modo que en él no podia tenerse la mas remota sospecha.

Antes que viniera contestacion á la carta de don Estéban, Lanza habia escrito ya dos ó tres cartas á su suegro, para ir ganando tiempo.

En ellas le hablaba de negocios magníficos, mostrándole la conveniencia de remitirle mercaderías á consignacion, indicándole que podia tomar informes de su persona en casa de los banqueros Parody, donde él hacia sus giros.

Los pocos giros que ya habia hecho Lanza, los habia hecho contra los banqueros Parody á quienes remitia fondos con anticipacion, para que sus giros pudieran ser cubiertos en el acto.

A su suegro le proponia que remitiera mercaderías á consignacion, cuyo importe cobraria él con giros contra los mismos banqueros Parody, indicándole ya la clase de mercaderías que habia de mandarle, con el último precio á que podria venderlas.

Luisa tambien, á indicacion de Lanza, habia escrito á su padre dándole cuenta de su casamiento, contándole la clase de persona que era su marido, lo feliz que era á su lado y el crédito y respeto de que este gozaba.

«Soy completamente feliz, padre mio, tan feliz, que hasta bendigo mi vida pasada, puesto que ella es causa de que yo haya venido á América.»

Con semejantes cartas, reunidas á los conceptos de don Estéban, el viejo Maggi no podia ménos de estar sumamente contento y tener en su yerno una confianza ilimitada.

Todavía Lanza no habia concluido de establecerse por completo en su negocio de giros y correspondencia, cuando ya pensaba en negocios de una magnitud asombrosa.

Estaba convencido que para seguir bien y ganar dinero y crédito, lo mejor era proceder con una hombría de bien irreprochable y cumplir exactamente sus compromisos.

Podia ganar mucho mas explotando á aquella inocente clientela, pero esto no le convenia en manera alguna, porqué descubierto cualquier mal procedimiento, era sembrar la desconfianza en aquella buena gente tan desconfiada por naturaleza.

Un napolitano de aquellos, descontento, bastaba para anularlo ante toda la clientela napolitana.

Muchas veces se le proporcionó la oportunidad de hacer un buen negocio disponiendo de dinero que tenia en su poder para remitir á Europa.

Pero esto habria demorado sus pagos allá y una demora podia costarle su crédito ante los remitentes.

Por el momento era preciso proceder limpiamente; este era su verdadero negocio.

Despues, si su suegro le remitia mercaderías á consignacion, podria entónces negociar con mas desahogo.

Luisa entretanto habia establecido un pequeño taller de modas, donde confeccionaba trajes únicamente para sus relaciones, lo que le daba una buena utilidad.

Cortaba la ropa de una manera admirable, y como las señoras á quienes vestia se iban pasando la palabra, su clientela crecia al extremo de tener que rechazar trabajo por no poderlo atender, no queriendo tomar oficialas porqué ya la confeccion no sería la misma, ni tenia tampoco local suficiente para colocarlas á trabajar.

Queriendo explotar sus talentos de embalsamadora, lo que era un buen negocio, se habia dedicado tambien á este bello arte, poniendo en la ventana de la calle este curioso letrero manuscrito por Lanza:

«Aqui simbalsama pacarito.»

Y de noche, aburrida de trabajar con la aguja todo el dia en la confeccion de vestidos, se entretenia en embalsamar pajaritos, ayudada por Lanza á quien enseñaba el arte.

Así, entre trajes y aves embalsamadas, ella ganaba mucho mas de lo suficiente para atender á los gastos de la casa.

Lanza, deseando tener los menores trastornos posibles, habia escrito á su vieja modista como si estuviera en Montevideo, y diciéndole que necesitaba permanecer un mes mas para dejar concluido el establecimiento de la sucursal.

Si me escribes remite las cartas á mi nombre y al escritorio de Caprile, le decia, así llegarán bien á mis manos.

Por este lado podia estar tranquilo, hasta que pudiera pagarle los quinientos patacones que le habia facilitado.

Entre su sueldo, lo que ganaba en su escritorio y las sumas que tomaba en lo de Caprile por los procedimientos que hemos indicado, en un mes podia reunir cómodamente con que pagar á la modista y quedar libre de este compromiso que podia muy bien traerle dificultades en sus negocios.

Despues que le pagara le diria buenamente que habia tenido que casarse por imposicion de su familia.

Así podria tambien conservar con ella una buena relacion y tenerla como cliente para sus remesas á Europa, puesto que el pago de los quinientos patacones aumentaria el crédito que con ella tenia.

Siempre sería esta una puerta abierta que tendria para ayudarse en cualquier dificultad.

No tenia mas que seguir conduciéndose como hasta entónces y esperar pacientemente las contestaciones de su suegro, pues si este consentia en el invío de las mercaderías todo marcharia bien para él.

Por el lado de Caprile poco tenia que temer porqué sus operaciones de estampillas, demora de correspondencia y diferencias de comision estaban tan hábilmente hechas, que habria sido muy difícil descubrirlas.

Y en caso que las descubrieran y saliera de la casa, siempre le quedaria como pretexto ante sus clientes, de que todo lo que se decia en el escritorio de Caprile era por venganza, porqué le habia llevado la mejor clientela.

Y como con esta procedia con la mayor honradez, no desconfiarian nada.

Lanza habia tratado de aumentar siempre su crédito y relaciones con la gente de iglesia, porqué con esta se prometia grandes negocios para el futuro.

Y seguia en su sistema de limosnas por medio de cheques, haciéndose presentar á todos los curas que llegaban de la campaña, con el curita que lo habia casado.

A todos ellos los servia gratuitamente, ofreciéndoseles en un todo y para todo lo que necesitaran en la ciudad, para lo que no tendrian mas que escribirle dos líneas directamente.

Les facilitaba dinero sin interés alguno, pues con esto se proponia abarcar por intermedio de los curas, toda la clientela que podia caer de la campaña.

El pensamiento no podia ser mas magno, y realizado tendria que darle resultados magníficos.

La contestacion del suegro era lo que esperaba con mas ansiead, pues si esta era conforme á sus proposiciones, podria salir de lo de Caprile ántes que se descubriera nada.

Pues siempre era mejor salir amigablemente y con el crédito inconmovible, que salir peleado y dando lugar á habladurías y cargos que, por mas que los destruyera, algun perjuicio podian causarle.

El estaba bien seguro que era imposible descubrir sus explotaciones, pero como de una casualidad nadie está libre, miéntras mas pronto saliera de la casa, mucho mejor.

El hubiera salido cuanto ántes, pero como miéntras mas se demoraba mas clientes pescaba, no queria decidirse ántes de haber recibido contestacion de su suegro.

Así se retiraba de lo de Caprile perfectamente establecido y sin temor del porvenir.

La contestacion de Maggi á la carta de don Estéban vino por fin, siendo para Lanza del mejor augurio.

El viejo se mostraba sumamente contento del casamiento de su hija y agradecia á don Estéban los trabajos que se habia tomado y los informes que de su yerno le daba, con quien decia se pondria en correspondencia directa.

Nada mejor podia esperar Lanza que la aprobacion de su casamiento hecha por su suegro.

De eso, á enviarle las mercaderías pedidas no habia la menor distancia.

Las contestaciones á sus cartas no podian tardar, siendo lo único que Lanza esperaba para despedirse de Caprile.

De todos modos el hecho de quedar allí un mes, le convenia sobremanera bajo el punto de vista de que necesitaba dinero, y en un mes reunia una buena suma de diversos modos.

Mas adelante todo andaria bien, pues una vez acreditado con los napolitanos que formaban su clientela, podia retener de cuando en cuando el dinero por quince ó veinte dias, sin que esto le reportase perjuicio alguno.

Lo difícil era acreditarse, pero una vez conseguido esto, su crédito sería inamovible, sabiéndolo conservar.

Por fin llegó la ansiada contestacion del viejo Luis Maggi, sobre la que se precipitó Lanza como sobre una verdadera presa.

El viejo Maggi contestaba en aquella, tres cartas de Lanza y la de su hija, á ésta larga y detenidamente.

No solo consentia en el envío de mercaderías, sinó que ofrecia hacerlo á la mayor brevedad, pidiendo á Lanza le indicara las mercaderías que mas convinieran por su fácil salida.

A su hija la felicitaba por el casamiento hecho y le daba mil cariñosos consejos sobre la conducta honesta que habia de seguir, para conservar el cariño y respeto de su marido.

Aquella carta no podia estar mas en armonía con las aspiraciones de Lanza, de modo que éste ya pudo contar con una base segura de operaciones, pues la primer remesa de mercaderías debia ya venir en camino y próxima á llegar.

Cuando el judío de su suegro se habia resuelto á mandarle valores, era porqué tenia en él la mayor confianza.

Era pues preciso cumplir con él religiosamente, para aumentar su crédito y por consiguiente el valor de las remesas.

Lanza contestó á su suegro con filial cariño, haciéndole una reseña de las mercaderías que podia mandarle y previniéndole que el dinero se lo remitiria en giros contra sus banqueros Parody, y que si tenia transacciones en Buenos Aires, giráse contra él aunque fuera en descubierto y á la vista.

Lanza queria deslumbrar la avaricia de su suegro y lo heria en su cuerda sensible.

Pocos dias despues y como por via de primer ensayo, recibió de su suegro una remesa de mercaderías por valor de unos cuatro mil francos.

Eran tan bien elegidas las dichas mercaderías, que Lanza las realizó en el acto, con mil quinientos francos de utilidad sobre los precios indicados por su suegro.

A aquellos mil quinientos francos de utilidad agregó mil mas de su bolsillo, y remitió á su suegro un giro por seis mil quinientos contra los banqueros Parody, á quienes remitió el dinero en el acto, de manera que el giro aquel pudieran cubrirlo á la vista.

Con aquel sacrificio de mil francos, sabia que su suegro le remitiría cuanto le pidiera.

Estaba seguro de no tener mas que hacer la lista, para recibir lo que quisiera le remitiese.