Cuentos de color de rosa/Apéndice

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Apéndice

Al hacerse la segunda edición de este libro en 1862, dije:

«Cuando un libro tiene la desgracia de hallar al público indiferente, su autor no contrae más obligación que la de respetar la indiferencia del público; pero cuando un libro tiene la dicha de que a los dos años de haber salido a luz por primera vez se haya agotado una copiosísima edición; de que la Prensa de todas las localidades lo haya reproducido; de que haya sido vertido al francés, al alemán, al portugués, al inglés y hasta al ruso; de que se hayan hecho de él varias ediciones castellanas en Alemania y América, y de que doctísimas plumas nacionales y extranjeras se hayan ocupado en su examen; cuando un libro ha tenido esta dicha con que Dios ha recompensado, no el mérito, sino la buena intención del presente, el autor tiene el deber de mejorarle y de dar una satisfacción al público, respondiendo con sinceridad a las objeciones de la crítica.

»La crítica ha tenido muchos elogios para este libro: pero también ha tenido censuras, que por lo mismo que han sido benévolas y sinceras, me obligan más y más a tomarlas en cuenta, tanto para enmendar unas cosas, como lo he hecho, como para justificar otras como lo voy a hacer.

»Las principales censuras son dos: una de ellas se refiere, generalmente, al libro; y la otra, particularmente, a uno de los cuentos que en él figuran.

»El Sr. D. Juan Mañé y Flaquer, a quien de las muchas pruebas de leal amistad que me ha dado, ninguna agradezco tanto como la que consiste en decirme sierapre la verdad, por más que esta verdad pueda mortificar mi amor propio, ha dicho que LOS CUENTOS DE COLOR DE ROSA pertenecen a la escuela literaria llamada neo-católica, cuyos principios, según él, son los siguientes:

»Todo lo antiguo es bueno, inmejorable; todo lo moderno es malo, detestable; lo que más se acerca a lo pasado, es lo mejor; lo que más se acerca a lo presente es lo peor.

»Si esta definición de la escuela literaria neo-católica es exacta, puedo asegurar que ni por mis obras ni por mis sentimientos, que son una misma cosa, pertenezco a esa escuela.

»Hace diez años estampé en el LIBRO DE LOS CANTARES los siguientes versos, con cuyo contenido estoy cada vez más conforme:

Porque los hombres no nacen para atravesar el mundo sin impelerle adelante.

»Lo que hay de cierto es que las almas del temple de la mía simpatiza profundamente con todo lo lejano, con todo lo que se va, con todo lo que muere, con todo lo que es triste, con el sol que declina, con la flor que se agota y con la hoja que se desprende del árbol. Lo que hay de cierto es que en mi alma se conserva aún la fe que atesoraba cuando hace veinticinco años volví los ojos llorando hacia mi aldea, y sólo vi el campanario que enviaba la consoladora voz del Señor al hogar de mis padres. Lo que hay de cierto es que se está abusando lastimosamente de la palabra neo-católico, aplicándola lo mismo a los que tienen a Dios en el corazón y en los labios, que a los que tienen en los labios a Dios y al diablo en el corazón.

»Cuando escribo esto se prepara mi padre, pobre anciano de setenta y cinco años, a abandonar sus tranquilas y queridas montañas de Vizcaya para pasar algunas semanas a mi lado. En las hermosas mañanas de primavera recorremos juntos las arboledas de la Florida, y mi padre, al pasar por delante de la ermita de San Antonio, descubrirá piadosamente la venerable cabeza, como ha hecho por espacio de setenta años al pasar por delante de la iglesia de nuestra aldea. Tal vez oirá a su espalda una voz que le dirá «¡Neo-católico!», y volviéndose a mí, me preguntará qué es lo quieren decirle, y yo le contestaré: «Lo que quieren decir es, que es usted católico nuevo, católico de ayer, católico improvisado.»

-»¡Oh, padre! ¡Qué profunda extrañeza y qué santa indignación sentirás al saber que hay quien te llama católico nuevo, a ti, que hace setenta y cinco años llevas a Dios en el corazón!

»El autor de LOS CUENTOS DE COLOR DE ROSA no ha dado más motivo que su padre para que le califiquen de neo-católico: se descubre la cabeza ante el templo, invocando a Dios en sus tribulaciones, simpatiza con todo lo débil y triste, glorifica todo lo noble y santo, y aconseja al pobre y dolorido pueblo que no arroje a Dios de su corazón ni a la familia de su hogar, porque Dios y la familia son la única esperanza y el único refugio del pueblo en las tempestades de la vida.

»El autor de LOS CUENTOS DE COLOR DE ROSA no está afiliado, al menos a sabiendas, en ninguna escuela filosófica, ni política, ni literaria, y hasta no está seguro de lo que significa en filosofía, ni en política, ni en literatura el neologismo que se ha aplicado a este libro. Estudia en el libro de la Naturaleza, y cuenta del mejor modo que puede lo que piensa, lo que siente y lo que ve, cuando lo juzga digno de ser contado. A esto se reduce todo su sistema y toda su ciencia.

»El Sr. D. José de Castro y Serrano, crítico no menos profundo y amigo no menos leal que el Sr. Mañé, ha censurado acerbamente el cuento Desde la patria al cielo, que forma parte de este libro. No voy a rebelarme contra su censura, que voy sólo a exponer las razones que tuve para escribir el cuento en cuestión del modo que le escribí.

»Acúsame, en primer lugar, el Sr. Castro, de que he aconsejado la inmovilidad de la ostra, que vive y muere adherida a la roca donde nació, al parafrasear estos cuatro versos del inolvidable Lista:

¡Feliz del que nunca ha visto
más río que el de su patria,
y duerme anciano a la sombra
do pequeñuelo jugaba!

»Lista no quiso decir que el hombre debe vivir inmóvil como la ostra allí donde nació, ni eso quiere decir el cuento. Desde la patria al cielo, que es sencillamente la paráfrasis de los versos. Lo mismo este docto literato que el autor del cuento, hombres incapaces de escribir una cosa y hacer otra, salieron de su patria y amaron y bendijeron campos que no eran los nativos, y gentes que habían nacido lejos de donde ellos nacieron. Lo que quisieron decir ambos fue: que el hombre no debe abandonar su patria deslumbrado por mentidos sueños de felicidad, y que, en el caso de abandonarla con fundado motivo, debe pensar siempre en ella, procurar su dicha, y preterirla en igual de circunstancias, para pasar el resto de sus días. La teoría de Lista y su glosador, lejos de ser la teoría de la inmovilidad, es la teoría del patriotismo, que no existiera de ser esa teoría falsa.

»En segundo lugar, me acusa el Sr. Castro de que al hacer viajar a Pedro, el protagonista del cuento, he ridiculizado a países tan dignos de respeto y admiración, como Francia, Inglaterra y Alemania.

»Esta censura me parece, cuando menos, tan infundada como la anterior. A Pedro le parecía todo horrible mirado desde cerca, y hermosísimo mirado desde lejos. Si cuando estaba en Vizcaya, su patria, todo lo de ella le parecía feo, y hermoso todo lo del extranjero, lo lógico era que cuando estaba en el extranjero todo lo de él le pareciese feo, y hermoso todo lo de Vizcaya; y si al tornar a ésta le pareció y siguió pareciéndole ya hermoso, fue porque la experiencia y las amarguras de la expatriación habían corregido el extravío de su entendimiento.

»Reproducida la crítica del Sr. Mañé por muchos periódicos, e incluso la del Sr. Castro en la excelente traducción alemana de este libro, impresa en Augsburgo, y suscritas ambas por nombres estimadísimos en la república literaria, han sido y serán muy leídas. Esta es la principal razón que me ha movido, más bien que a refutarlas, a rendir un tributo de respeto a sus autores y al público, explicando el por qué de mi conducta.»

Lo que procede es lo que dije al hacerse la segunda edición de este libro en 1862. Al hacerse en 1875 la cuarta, tengo que decir algo más.

He debido a los escritores portugueses honras y simpatías que nunca podré olvidar ni agradecer lo bastante, porque hasta su censura de mis tendencias filosófico-literarias ha sido tan bondadosa y delicada, que casi no me atrevo a decir algunas palabras para atenuarla.

El Sr. Pinheiro Chagas, en el Archivo pittoresco de Lisboa, ha dado a luz excelentes versiones de mis humildes escritos, y el Sr. Villena Barbosa, en una introducción a un volumen de cuentos escogidos míos, hermosamente traducidos por el Sr. Castro Monteiro, de Oporto, son los escritores portugueses que, al prodigarme elogios que no merezco, más han insistido en considerarme enemigo de todo progreso. Debo asegurar que si realmente hay esa tendencia en mis obras, es extraña a mis convicciones y mi voluntad.

Fray Luis de Granada dice que es regla de prudencia no mirar a la antigüedad y novedad de las cosas para aprobarlas y condenarlas, «porque -añade- muchas cosas hay muy acostumbradas y muy malas, y otras hay muy nuevas y muy buenas; y ni la vejez es parte para justificar lo malo, ni la novedad debe ser para condenar lo bueno.» Esta regla de prudencia está con forme con mis ideas, que nunca me he apartado de ella, ni pienso apartarme.

La verdad es que los de CUENTOS DE COLOR DE ROSA que pertenecen a mis primeros trabajos literarios, dieron ocasión a que, con más o menos justicia, se me afiliara en cierta escuela, y no ha habido medio de que la crítica rectifique aquella filiación, a pesar de que en ninguno de los muchos libros que después he escrito se puede encontrar el menor pretexto para sostenerla En uno de mis últimos libros (Cielo con nubecillas) dice uno de los interlocutores: «El hombre debe ser de su tiempo para que su tiempo sea suyo.» Hago completamente mía esta máxima y aseguro que ésta será la última vez de mi vida que me ocupe en rechazar la nota de neo-católico, que rechazo con toda la energía de mi inteligencia si se me aplica en el concepto de enemigo de la libertad y del progreso, que Dios no reprueba, y acepto con toda la efusión de mi alma si se me aplica en el concepto de católico que cree y reverencia cuanto reverencia y cree la Iglesia católica apostólica y romana.