David Copperfield (1871)/Primera parte/I
Si debo ó no ser el héroe de mi propia historia, ó si este cometido será desempeñado por otra persona que no yo, eso es precisamente lo que el lector verá en las siguientes páginas.
Para proceder con órden diré que nací — segun me han dicho y lo creo — un viernes, á las doce de la noche. Notaron que al mismo tiempo que daba el reló su primera campanada, lanzaba yo simultáneamente mi primer quejido.
Teniendo en consideracion el dia y hora de mi nacimiento, la enfermera de la parida y varias comadres de la vecindad, á quienes habia inspirado un vivo interés algunos meses antes de trabar conocimiento con ellas, declararon dos cosas : — la primera, que estaba predestinado á ser desgraciado, — y la segunda, que gozaria el privilegio de ver espectros y espíritus, carga inevitable de todas las infortunadas criaturas de ambos sexos que nacen en viernes desde las doce de la noche hasta el amanecer.
Respecto al primer punto no me explicaré aquí pues mi historia demostrará suficientemente si la prediccion fué o no verídica; en cuanto al segundo, básteme decir que, á menos de haber visto espectros y espíritus cuando estaba en la cuna, sigo aun aguardándolos. No se crea que me conduelo por la privacion de esta parte de la herencia, y si alguien, por casualidad, envidiare mi puesto, se lo cedo con alma y vida.
Nací de piés, como decirse suele, y la ciudad que me dió el ser fué Blunderstone, en el condado de Suffolk, ó « por allí cerca, » segun dicen en Escocia. Fuí un hijo póstumo, pues abrí los ojos al dia á los seis meses de haber cerrado mi padre los suyos para siempre. Al pensar que murió sin conocerme, experimento una extraña sensacion, que se aumenta cada vez que mi mente se fija en los vagos recuerdos que unen mis primeras reflexiones de la niñez con la blanca losa de su sepultura. Jamás olvidaré la indescriptible lástima que se apoderó de mí al figurarme que mi padre se veia allí abandonado, solo, en medio de las tinieblas de la noche, mientras que nuestra vivienda, bien templada y llena de luz, le cerraba cruelmente sus puertas.
La persona mas importante de nuestra familia era una tia de mi padre, que desempeñará un importante papel en mi relato. Miss Trotwood, ó miss Betsey, como la llamaba mi pobre madre cada vez que lograba dominar el terror que le inspiraba el hablar de semejante persona, cosa rara, entre paréntesis, miss Betsey se había casado con un hombre mas jóven que ella, sugeto muy guapo, aunque no muy bueno, pues, segun el rumor público, el marrido zurró mas de una vez á su mujer, amen de que cierto dia, á propósito de una cuestion de subsidios, trató de responder á la oposicion de su cara mitad tirándola por la ventana de un piso segundo.
Semejantes pruebas de incompatibilidad de carácter habian obligado á miss Betsey á desembarazarse de él por medio de dinero, y ambos esposos se separaron amigablemente. El tirano marchó con su capital á la India, donde, segun una tradicion de familia, le habian visto una vez montado en un elefante y en compañía de un gran mono.... No ha podido averiguarse si este era una macaca ó una Begun [1], princesa del Mogol, conocida tambien con el nombre de una Babou, aunque yo me inclino por esto último. Sea de ello lo que quiera, el caso es que al cabo de diez años llegó á Inglaterra la noticia de su fallecimiento, sin que nadie supiera cómo, pues así que se separaron, ella tomó su apellido de soltera, compró una casa pequeña en una aldea á orillas del mar, donde se instaló en compañía de una criada, como una verdadera reclusa.
Mi padre habia sido su sobrino predilecto, segun tengo entendido, pero ella se dió por sumamente ofendida á propósito de su matrimonio, bajo pretexto de que mi madre no era sino « una muñeca de cera. » Aunque no habia visto nunca á mi madre sabia que solo contaba veinte años. Mi padre y miss Betsey no volvieron á verse; él, al casarse con mi madre, tenia dobles años que ella, y como su salud era delicada, murió al cabo de un año, ó sea, como llevo dicho, seis meses antes de mi venida al mundo.
Hé aquí el estado de la situacion en la tarde de aquel dia del mes de marzo, que me permitiré calificar de « memorable viernes. » Hallábase mi madre sentada cerca del fuego, enferma, triste, pensando en el pobre huérfano que iba á venir al mundo, cuando alzando la vista, despues de haber enjugado algunas lágrimas, apercibió á través de la ventana una mujer desconocida que venia por el jardin.
Mi madre tuvo el presentimiento que era miss Betsey. Habia en su talle, en su modo de andar, en todo, en fin, tal rigidez, que á bien seguro no podia ser otra mas que ella. Al acercarse á la casa, dió una nueva prueba de su identidad. Mi padre había repetido mas de una vez que la tal señora no se conducía nunca como los demas: en vez de llamar, se acercó en derechura á la ventana por donde la había visto mi madre y pegó su rostro á los cristales.
Esta visita produjo tal impresion, que siempre he tenido el convencimiento que si nací en un viernes se lo debo á miss Betsey.
Mi madre, llena de espanto, se levantó de su silla y se retiró á un rincon, mientras que miss Betsey escudriñaba con ojos inquisitoriales toda la habitacion. No tardó en distinguir á su sobrina, y le hizo un gesto para que acudiese á abrirle la puerta, y como el tal gesto era el de una persona acostumbrada á hacerse obedecer, mi madre obedeció.
— ¿Supongo que sois mistress David Copperfield? dijo miss Betsey. Su supongo significaba que no habia materia á equivocacion al verla vestida de luto y abocada á ser madre.
— Sí, respondió mi madre tímidamente.
— Soy miss Trotwood, dijo la recien llegada, y espero que antes de ahora habreis oído hablar de mí.
— He tenido ese gusto, respondió mi madre.
— Pues bien, soy yo misma en persona.
Mi madre bajó la cabeza, rogando á miss Betsey que entrase; sentáronse junto á la chimenea y mi madre se echó á llorar.
— ¡Ta, ta, ta! dijo miss Betsey con impaciencia; ¡no lloreis! ¡vaya! ¡vaya!
Mi madre no pudo contener sus lágrimas sino al cabo de algunos minutos.
— Quitaos el sombrero, hija mía, para que pueda veros, añadió la vieja.
Mi madre la tenia demasiado miedo para negarse, así es que se despojó de su sombrero, aunque con tal agitacion, que sus cabellos — que eran sumamente hermosos — se desataron.
— ¡Ah! ¡Dios de bondad! ¡Sois una chiquilla y nada mas!
Sin duda que mi madre tenia el aire sumamente aniñado, pero la buena señora aceptó la exclamacion como un reproche merecido, y respondió que, en efecto, temia tener poca experiencia como viuda y como madre. Miss Betsey pareció amansarse, y en seguida, pasando bruscamente á otra interpelacion, exclamó:
— ¿Por qué se llama esta casa Rookery?
— Fué el nombre que le dió Mr. Copperfield cuando compró la casa, replicó mi madre: creyó que habia en los árboles muchas cornejas.
En aquel momento una ráfaga de viento sacudió hasta tal punto los olmos del extremo del jardin, que mi madre y miss Betsey dirigieron sus miradas á aquel punto. Los árboles se inclinaron unos sobre otros, asemejándose á unos gigantes que se confiarian un secreto; en seguida de repente, como si se hubiesen turbado con sus horribles confianzas, agitaron convulsivamente sus formidables brazos, arrojando á lo lejos los antiguos nidos de cornejas parecidos á los restos de un naufragio que azota la tempestad.
— ¿Dónde están las cornejas? preguntó miss Betsey.
— ¿Las?... Mi madre pensaba en aquel momento en otra cosa.
— ¿Qué se han hecho las cornejas?... repitió miss Betsey.
— Desde que estamos aquí no las hemos visto, respondió mi madre; creíamos.... Mr. Copperfield creia que una numerosa familia de cornejas poblaba estos árboles; pero los nidos eran antiguos y hacia mucho tiempo que los pájaros los habian abandonado.
— Ese detalle pinta admirablemente á David Copperfield de la cabeza á los piés : llamar á una casa Rookery, cuando en ella no existe ni una corneja; suponer que hay pájaros porque existen nidos...
— Mr. Copperfield ya no existe, y si habeis venido para hablarme mal de él....
Mi pobre madre, á lo que supongo, tuvo por un momento la idea de poner coto, á las impertinencias de mi tia, que no era mujer que se dejaba dominar tan fácilmente; pero aun no habia acabado de articular su primera frase, cuando el esfuerzo, avasallando su valor, le produjo una crisis nerviosa....
— ¿Cómo se llama vuestra criada? preguntó mi tia tirando al mismo tiempo del cordon de la campanilla.
— Peggoty, tartamudeó mi madre.
— ¿Peggoty, dijísteis? ¡Vaya un nombre para una persona cristiana! exclamó miss Betsey.
— Es su apellido, replicó mi madre : mi marido la llamaba así porque su nombre de pila era lo mismo que el mio.
La criada apareció y la tia le dijo :
— Peggoty, vuestra ama está algo indispuesta.... haced una taza de té sin perder el tiempo mirando á las musarañas.
Habiendo dado esta órden como si en la casa se hubiese reconocido siempre su autoridad soberana, y dejando á Peggoty que se fuese á cumplir lo mandado, miss Betsey volvió á ocupar su puesto al lado de la lumbre y cruzó ambas manos sobre una de sus rodillas.
— No dudo, dijo la vieja como si prosiguiese una conversacion interrumpida, no dudo que tendreis una hija. ¡Pues bien! á partir del momento de su nacimiento, esa hija....
— Quizás será un niño, se atrevió á insinuar mi madre.
— Os digo, replicó miss Betsey, que debe ser una hija; tratad de no contradecirme. Así que nazca, os digo, quiero probarle mi amistad, seré su madrina y la pondreis por nombre Betsey Trotwood Copperfield . Y no tiene que haber engaños en la vida de esta Betsey Trotwood. No se burlarán de sus afecciones, no, hija mia, se la educará bien y sabrá que no es preciso dar su corazon á quien no lo merece. Yo misma me encargaré de ello; si tal...
Mi madre, demasiado conmovida para haber podido analizar con seguridad todas las inflexiones de voz de mi tia, creyó comprender sin embargo que en aquella ocasion aludía á antiguos recuerdos personales.
— ¿Y David se portó bien con vos? preguntó miss Betsey despues de una ligera pausa. ¿Vivisteis en buena inteligencia?
— Eramos muy felices, respondió mi madre; mi marido no pudo ser mejor para conmigo.
— ¡Ah! ¿Os mimaria, supongo? dijo miss Betsey.
— Lo temo, ¡sobre todo hoy que me hallo sola en el mundo! respondió mi madre rompiendo á llorar.
— Vaya, no lloreis: bien se ve que os llevabais como unos ángeles, por eso os he dirigido esta pregunta.... ¿Erais huérfana, verdad?
— Sí.
— ¿É institutriz?
— Era institutriz en una casa á donde solia ir de visita de cuando en cuando Mr. Copperfield. Tuvo la bondad de fijar su atencion en mí, me habló amistosamente y me propuso casarse conmigo. Acepté y nos casamos, respondió mi madre con ingenuidad.
— ¡Ah! pobre niña, añadió miss Betsey en voz baja y mirando el fuego con aire ensimismado.... ¿Qué es lo que sabeis?
— No os comprendo, tartamudeó mi madre.
— ¿Cuidar de una casa, por ejemplo?
— Temo que no sepa lo suficiente, como yo quisiera; pero Mr. Copperfield me enseñaba....
— ¡Falta le hacia aprender primero! exclamó miss Betsey, en forma de paréntesis.
— Creo que hubiera aprovechado, por el deseo que tenia de aprender y por la paciencia con que me instruia, si la desgracia de su muerte....
Al llegar aquí mi madre prorumpió de nuevo en sollozos y no pudo continuar.
— Vaya, no lloreis, dijo miss Betsey, os vais a poner mala y no hareis gran bien á mi ahijada.
Este último argumento pareció calmar algun tanto á mi madre; reinó un momento de pausa, y mi noble tia continuó con los piés en los morillos de la chimenea.
— David, prosiguió, habia comprado una anualidad, segun me han asegurado. ¿Qué ha hecho por vos?
— Mr. Copperfield, respondió la interpelada haciendo un poderoso esfuerzo, ha sido lo bastante bueno para asegurarme una parte de dicha renta.
— ¿Cuánto?
— Quinientas libras esterlinas.
— Hubiera podido hacer menos, añadió miss Betsey.
Al llegar aquí redoblaron los sollozos de mi madre; Peggoty, que entraba en aquel momento con una taza de té en una mano y un candelero en la otra, halló tan mal á su señora, — cosa que hubiera notado fácilmente miss Betsey á estar mejor alumbrada la estancia, — que se apresuró á llevarla á su cama; luego, llamando á su sobrino, Cham Peggoty, que hacia algunos días se hallaba escondido en la casa sin que lo supiese su madre, le dijo:
— Id corriendo en busca del médico y de la enfermera.
Uno y otra asombráronse no poco cuando llegaron sucesivamente con algunos minutos de intervalo, al hallar una señora desconocida, de rostro imponente, sentada enfrente de la lumbre, con un sombrero que colgaba del brazo derecho, y ocupada en introducirse algodon en las orejas. Como Peggoty no sabia quién era su madre no decia nada, la desconocida se quedó en la sala sin que nadie se ocupase de ella.
El doctor, al verla en el mismo sitio cada vez que subia ó bajaba del cuarto de la enferma, creyó que venia por idéntico motivo que él, y la dirigió una frase de cortesanía.
Era el hombre mas tímido y meloso, esquivándose continuamente y abandonando su puesto por temor de ser importuno. En vez de andar, puede decirse que se escurria sin ruido y mas lentamente que el espectro de Hamlet. Con la cabeza encogida entre los hombros, con la expresion de una modestia que pedia perdon, por nada de este mundo hubiera dicho una palabra dura y desagradable, ni á un perro, por mas que fuese un perro rabioso.
Pensó que á mi tia le dolian los oidos, y le preguntó con un acento sumamente meloso si sufria de alguna irritacion local.
— ¿Y qué diablos significa eso? respondió mi tia tan bruscamente, que el doctor Chillip, como herido de mutismo, fué á sentarse al lado de la lumbre. En breve fué llamado de nuevo al lado de mi madre, donde permaneció algunos instantes, subió, volvió á bajar, y cuando se escurrió por última vez en la sala, creyó tener un magnífico pretesto para renovar la conversacion.
— Señora, tengo el mayor gusto en daros mi enhorabuena.
— ¿Se puede saber por qué? replicó mi tia severamente.
El doctor creyó haber partido de ligero olvidando la introduccion invariable de todos sus discursos; antes de continuar volvió á saludar con mayor respeto si cabe que la vez primera; en seguida continuó:
— Señora, tranquilizaos; feliz yo que puedo daros la enhorabuena; ya no teneis que temer nada.
En una de estas frases embrollóse el doctor, y mi tia continuaba mirándole, reprimiendo con mucho trabajo su impaciencia, hasta que por fin Mr. Chillip exclamó para terminar su discurso:
— Feliz yo que puedo deciros: ya se acabó todo, completamente todo.
— ¿Y cómo está la madre? preguntó mi tia cruzándose de brazos y sin abandonar el sombrero.
— Muy bien, señora, y espero que cada vez seguirá mejor, prosiguió Mr. Chillip; va todo lo bien que puede ir una jóven primeriza en su situacion. Podeis verla sin inconveniente ninguno.
— ¿Y ella? ¿qué tal está ella? preguntó mi tia con la misma aspereza.
El doctor Chillip encogió la cabeza entre los hombros un poco mas que de costumbre.
— La chiquitina, la recien nacida, repito, ¿qué tal está?
— Señora, replicó el doctor, creia que sabiais que no es una niña, sino un niño.
Mi tia no pronunció ni una silaba, pero cogiendo su sombrero por las cintas á manera de una honda, amenazó con él la cabeza del doctor, se lo encasquetó á través en la suya, salió y no volvió mas. Desapareció como una hada enojada, ó como uno de esos espíritus que estaba predestinado á ver, segun el rumor popular. Cham Peggoty pretendia haberse encontrado con ella á la puerta de la casa sin poder comprender claramente lo que le preguntara miss Betsey, que le aplicó un par de pescozones para aguzar su inteligencia. La tia del muchacho afirmó á la mañana siguiente que Cham tenia los carrillos como una amapola á consecuencia de la interrogacion de la buena señora.
Mi buena tia no volvió, no tal; yo me hallaba en mi cuna y mi madre en su cama. Miss Betsey Trotwood Copperfield, la sobrinita que mi tia habia esperado hasta las doce de la noche, permaneció en el limbo, en esa formidable region de donde yo llegaba y de donde provienen todos los viajeros de la vida: la luz del dia proyectó sus rayos en la mansion de la nada, y á sus reflejos mi ser dejó la inercia y vino á tomar puesto entre los mortales.
- ↑ Begun, título honorífico de las princesas del Indostan.
(N. del T.)