De mística y humanismo
[1] Biblioteca Virtual de Prensa Histórica, Ministerio de Cultura
La España Moderna. Núm. LXXVII. Mayo de 1895
Páginas 29 a 52.
I
Así como la doctrina que forja ó abraza un hombre suele ser la teoría justificativa de su conducta, así la filosofía de un pueblo suele serlo de su modo de ser, reflejo del ideal que de si mismo tiene.
Segismundo, lanzado al trono desde su cueva de solitario, pronuncia que la vida es sueño, más se ase de ella diciendo:
...................soñemos, alma, soñemos
otra vez; pero ha de ser con atención y consejo,
de que hemos de dispertar deste gusto al mejor tiempo
……………………………………………………………
……………………….que estoy soñando y que quiero
obrar bien, pues no se pierde el hacer bien aún en sueños,
………………………………………………………………
Acudamos á lo eterno, que es la fama vividora
donde ni duermen las dichas, ni las grandezas reposan.
Tras esto eterno se fué el vuelo del alma castellana.
La ciencia una, á cuya cumplida organización tienden de suyo como á fin último, aunque inasequible, las ciencias todas, tal es lo que trata de construir en la filosofía el hombre, el blanco á que endereza sus esfuerzos desde los datos de experiencia. Va á la par la realidad, por su parte, depositándose en silencio en el hondón del espíritu, y allí á oscuras organizándose. Ya de este hondón donde está su reflejo vivo y espontáneo, ya de la realidad misma conocida á luz de conciencia se quiere sacar filosofía.
El espíritu castellano al sazonar en madurez buscó en un Ideal supremo el acuerdo de los dos mundos y el supremo móvil de acción; revolvió contra sí mismos sus castizos caracteres al procurar dentro de sus pasiones y con ellas negarlas, asentar su individualidad sobre la renuncia de ella misma. Tomó por filosofía castiza la mística, que no es ciencia sino ansia de la absoluta y perfecta hecha sustancia, hábito y virtud intrasmisible, de sabiduría divina; una como propedéutica de la visión beatífica; anhelo de llegar al Ideal del universo y de la humanidad é identificar al espíritu con él, para vivir, sacando fuerzas de acción, vida universal y eterna; deseo de hacer de las leyes del mundo hábitos del ánimo, sed de sentir la ciencia y de hacerla con amor sustancia y acción refleja del alma. Corre, tras la perfecta adecuación de lo interno con lo externo, á la fusión perfecta del saber, el sentir y el querer; mantiene el ideal de la ciencia concluida, que es acción, y que, como Raquel, moriría de no tener hijos.
Casta la castellana de conquistadores, mal avenidos al trabajo, no se compadecía bien á interrogar y desentrañar la realidad sensible, á trabajar en la ciencia empírica, sino que se movían á conquistar con trabajos, sí, no con trabajo, una verdad suma preñada de las demás, no por discurso que se arrastra pasando de cosa en cosa, ni por meditación que anda y cuando más corre, entendiendo una por otra, sino por gracia de contemplación que vuela y desde un rayo de visión se difunde á innúmeros seres, por contemplación de fruto sin trabajo, contemplatio sine labore cum fructu, que decía Ricardo de San Víctor. Pobres en el cultivo de las ciencias de la naturaleza, ejercitaron lo agudo de su ingenio en barajar y adelgazar textos escritos, más en comentar leges que en hallar leyes. No construyeron filosofía propia inductiva ni abrieron los ojos al mundo para ser por él llevados á su motivo sinfónico; quisieron cerrarlos al exterior para abrirlos á la contemplación de las « verdades desnudas », en noche oscura de fe, vacíos de aprehensiones, buscando en el hondón del alma, en su centro é íntimo ser, en el castillo interior, la « sustancia de los secretos », la Ley viva del universo.
No parte la mística castellana de la Idea abstracta de lo Uno, ni tampoco directamente del mundo de las representaciones para elevarse á conocer invisibilia Dei per ea quae facta sunt.
« Ninguna cosa criada ni pensada puede servir al entendidimiento de propio medio para unirse con Dios... Todo lo que el entendimiento puede alcanzar antes le sirve de impedimento que de medio si á ello se quisiese asir. » (San Juan de la Cruz.)
Arranca del conocimiento introspectivo de sí mismo, cerrando los ojos á lo sensible, y aun á lo inteligible, á « todo lo que puede caer con claridad en el entendimiento », para llegar á la esencia nuda y centro del alma, que es Dios, y en ella unirse en « toques sustanciales» con la Sabiduría y el Amor divinos. Los místicos castellanos glosan y ponderan de mil modos el « conócete á ti mismo» y aún más el « conózcame, Señor, á mi y conocerte he á ti» de San Agustín. Las obras de Santa Teresa son autobiografías psicológicas de un realismo de dibujo vigoroso y preciso, sin psicologiquería alguna.
Robustísima en ellos la afirmación de la individualidad (cosa muy distinta de la personalidad) y del libre albedrío, grandísima la cautela con que bordean el panteísmo. Y es tan vivo en esta casta este individualismo místico, que cuando en nuestros días se coló acá el viento de la renovación filosófica post-kantiana nos trajo el panenteísmo krausista, escuela que procura salvar la individualidad en el panteísmo, y escuela mística hasta en lo de ser una perdurable propedéutica á una vista real que jamás llega. Y es tan fuerte el individualismo este, que si San Juan de la Cruz quiere vaciarse de todo, busca esta nada para lograrlo todo, para que Dios y todo con El sea suyo.
Como no fueron al misticismo por hastío de la razón ni desengaño de ciencia, sino más bien por el doloroso efecto entre lo desmesurado de sus aspiraciones y lo pequeño de la realidad, no fué la castellana una mística de razón raciocinante, sino que arrancaba de la conciencia oprimida por la necesidad de ley y de trabajo. Es sesuda y sobria y sin manchas de ignorancia grosera. Santa Teresa, penetrada del valor de las letras, no se complace en relatarnos apariciones sensibles, ni que baje el Esposo á charlar á cada paso con ella, revelándole vaticinios impertinentes y avisos de gaceta; sus relaciones místicas, sea cual fuere la idea que de ellas nos formemos, fueron serias, sin segunda intención ni tramoya alguna. La casta de la reformadora será fanática, no supersticiosa. No cayó en el desprecio de la razón ni de la ciencia por abuso de ellas.
Buscaban libertad interior bajo la presión del ambiente social y el de sí mismos, del divorcio entre su mundo inteligible y el sensible en que los castillos so convierten en ventas; libertad interior, desnudarse de deseos para que la voluntad quedara en potencia respecto á todo.
« Y considerando el mucho encerramiento y pocas cosas de entretenimiento que tenéis, mis hermanas..., me parece os será consuelo deleitaros en este castillo interior, pues sin licencia de las superioras podéis entraros y pasearos por él á cualquier hora. »
Esto decía á sus hermanas la mujer llena de espíritu de libertad y santa independencia.
Oprimidos por la ley exterior buscaron el intimarla en sí purificándola, anhelaron consonar con su suerte y resignarse por el camino de contemplación liberadora. Había ya dicho Ricardo de San Víctor, que de haber los filósofos conocido esta ciencia mística, jamás habrían doblegado su cerviz ante los hombres, nunquam creaturae collum inclinassent.
Corrían tras ciencia de libertad obtenida sin trabajo, sine labore cum fructu. Habríales parecido, de seguro, atroz blasfemia aquello de Lessing, de que no es la verdad que posee ó cree poseer un hombre lo que constituye el valor de éste, sino los esfuerzos leales por alcanzarla, y que si Dios, teniendo en su diestra la verdad y en la izquierda no más que el siempre vivo instinto de perseguirla, aun añadido á éste condena á permanente error, le dijera: ¡escoge!, se abalanzaría humilde á su izquierda, diciéndole: Padre, dame este instinto, la verdad pura es para ti sólo.
Buscaban por camino de oración, anhelos y trabajos, ciencia hecha y final, contemplativa, no de meditación ni de discurso; buscaban por renuncia del mundo posesión de Dios, no anegamiento en él, buscaban
« entender [el alma] grandes secretos, que parece los ve en el mesmo Dios, ni aun digo que ve, no ve nada: porque no es visión imaginaria, sino muy intelectual, adonde se le descubre como en Dios se ven todas las cosas, y las tiene todas en sí mesmo » (Santa Teresa);
« acto de noticia confusa, amorosa, pacífica y sosegada en que está el alma bebiendo sabiduría, amor y sabor... Quedándose en la pura desnudez y pobreza de espíritu, luego el alma ya sencilla y pura se transformaría en la sencilla y pura Sabiduría divina..., porque faltando lo natural al alma ya enamorada luego se infunde lo divino sobrenaturalmente; que Dios no deja vacío sin llenar » (San Juan de la Cruz).
Ciencia pura, absoluta, final y contemplativa, visión de la divina Esencia por amor. ¿Es que puede conocerse algo sin amarlo? Conocer es querer y recriar. La mística buscaba el fondo en que las potencias se funden y asientan, en que se conoce, quiere y siente con toda el alma, no ya ver las cosas en Dios, sino sentir ser todas en El, decía San Juan do la Cruz. ¡Por amor! Lo idealizaron, el amor al Amor. Las comparaciones de desposorio y matrimonio espiritual les ocurren á cada paso. Casi todos los místicos han sido pareja castísima. En todos tiempos ha servido el amor de núcleo vivo de idealizaciones; en Beatriz ha encarnado en Ideal, porque la ciencia vive de sus raíces, y la inteligencia arranca de la vida de la especie. Dios no dice á Adán y Eva, « estudiad y conoced las razones de las cosas », y la ciencia misma es viva en cuanto acrecienta y multiplica la vida de la especie. La mística idealizó, no lo eterno femenino, ni lo eterno masculino, sino lo eterno humano; Santa Teresa y San Juan de la Cruz, nada hombruna aquélla, nada mujeril éste, son excelentes tipos del homo que incluye en sí el vir y la mulier.
Por ciencia de amor buscaban posesión de Dios, sin llegar á la identidad entre pensar á Dios y ser Dios del maestro Eckart. Aun cuando hablen de perderse en El, es para encontrarse al cabo de El posesores. Para venir á poseerlo, á saberlo y á serlo todo, no quieras poseer, saber, ni ser algo en nada, enseña San Juan de la Cruz.
Esta sed de supremo goce de posesión, sabiduría y ser por conquista amorosa, les llevó en aquella edad al anhelo del martirio, á la voluptuosidad tremenda del sufrimiento, á la embriaguez del combate espiritual, al frenesí de pedir deliquio de pena sabrosa, á que el alma hecha ascua se derritiera en amor, desgarrándose la urdimbre de espíritu y cuerpo y corriendo por las venas espirituales mares de fuego, y por fin llegaron algunos, rompiendo con la ortodoxia, á pedir la nada.
El punto que en nuestro misticismo separa la ortodoxia de la heterodoxia, es verdadero punto y no muy fijo, es, sobre todo, la protesta de sumisa obediencia á la Iglesia. Negar que ese punto sirviera de transición es querer apagar la luz solar amontonando escombros paleontológicos, echando á los ojos tierra de erudición, con noticias complacientes.
II
Si oprimidos por la ley aspiraban á penetrar en la viva del universo, era para hacer de ella ley viva de su conciencia y que obrara en justicia y amor, dentro del alma, moviendo sus actos, olvidada ésta de sí y atenta sólo á las cosas de Dios para que Dios atendiese á las suyas. El provecho de la visión intelectual en que vemos todo en Dios y con todo nos vemos en El, es sacar de idea de nosotros mismos humildad y resorte de acción. La contemplación de la sabiduría de Dios vuelve el entender y el obrar humanos en divinos, nos enseñan.
La ley moral es, en efecto, la misma de la naturaleza, y quien lograra acabada comprensión del organismo universal viendo su propio engrane y oficio en él, su verdadera valía y la infinita irradiación de cada uno de sus actos en la trama infinita del mundo, querría siempre lo que debiera querer. Si la ciencia y la conciencia aparecen divorciadas es porque su ayuntamiento se celebra allá, en el hondón oscuro del alma, cuya voz ahogan y ensordecen los ecos mismos que de él nos devuelve el mundo. Una verdad sólo es de veras activa en nosotros cuando, olvidada, la hemos hecho hábito; entonces la poseemos de verdad.
La ciencia y la acción, María y Marta, habían de servir juntas al Señor, la una dándole de comer, contemplándole y perfumándole la otra. Marta trabajó, es cierto, pero « hartos trabajos » fueron, dice Santa Teresa, los de María al irse por esas calles y entrar donde nunca habla entrado y sufrir murmuraciones y ver aborrecido su Maestro. Ciencia de amor sin trabajo, repito, de trabajos; no el heroísmo difuso, oscuro y humilde del trabajo, sino los trabajos de la conquista.
Conquistar para el alma la ley sometiéndose á la disciplina ordenancista de la externa y escrita, á la que nunca perdieron de vista ni proclamaron inútil; hacer de la lex gracia cumpliéndola; fe con obras, obedecer y cumplir. Magdalena fué perdonada, no precisamente porque amara, sino porque por haber amado creyó, creyendo sin entender, dice Juan de Avila. Cuando dicen, con San Juan de la Cruz, « no hay otra diferencia, sino ser visto Dios ó creído », se apartan de aquellos generosos esfuerzos de la edad heroica de la escolástica por racionalizar la fe, de aquel empeño por entender lo creído, del satagamus quae credimus intelligere, nitamur comprehendere ratione quod tenemus ex fide de Ricardo de San Víctor, formulador de la mística.
En San Juan de la Cruz, que, marcando el punto culminante de la mística castellana, es el más cauteloso en su osadía, parece se fundieron el espíritu quijotesco y el sancho-pancino en un idealismo tan realista, como que es la idealización de la realidad religiosa ambiente en que vivía. Su mística es la de la « fe vacía », la del carbonero sublimada, la pura sumisión á quien enseña el dogma, más bien que al dogma mismo.
Su « Subida al monte Carmelo » es en gran parte comentario de aquellas palabras de San Pablo á los Gálatas: si nosotros mismos ó un ángel del cielo os evangelizare en contra de lo que os hemos evangelizado, sea condenado. Preocupado, sin duda alguna, con la doctrina protestante de la revelación ó inspiración interiores y personales y de la personal y directa comunicación con Dios, todo se le vuelve prevenciones contra las revelaciones, visiones y locuciones sobrenaturales, en que como el demonio puede meter mucho la mano y falsificarlas, es lo prudente negarse á todas para mejor recibir el provecho de las divinas.
« Dios quiere que á las cosas que sobrenaturalmente nos comunica no les demos entero crédito, ni hagan en nosotros confirmada fuerza y segura hasta que pasen por este arcaduz humano de la boca del hombre... Ninguna necesidad tiene (el hombre) para ser perfecto de querer cosas sobrenaturales por vía sobrenatural y extraordinaria, que es sobre su capacidad... de todas ellas le conviene al alma guardarse prudentemente para caminar pura y sin error en la noche de fe á la divina unión... para entrar en el abismo de la fe donde todo lo demás se absorbe... en que el entendimiento ha de estar escuro y escuro ha de ir por amor en fe y no por mucha razón... Cualquier alma de por ahí con cuatro maravedís de consideración… más bachillerías suele sacar é impureza del alma que humildad y mortificación de espíritu. »
Estos individualistas eran profundamente antipersonalistas. La mística de San Juan de la Cruz es de sumisión y cautela. Poeta riquísimo en imágenes, enseña, sí, nos despojemos de ellas para mejor de ellas aprovecharnos; pero
« advierte, ¡oh amado lector!, que no por eso convenimos ni queremos convenir en esta nuestra doctrina con la de aquellos pestíferos hombres que, persuadidos de la soberbia y envidia de Satanás, quisieron quitar de los ojos de los fieles el santo y necesario uso é ínclita adoración de las imágenes de Dios y de los santos».
Libertad por sumisión y no por rebelión, intimando la ley colectiva externa, no volviéndose á si para proclamar la propia. El temor al Santo Oficio, ante el cual « lo cierto se hacia Sospechoso y dudoso », según el Maestro León, es explicación de corteza que no explica bien este carácter, por no ser éste efecto de aquel temor, sino ambos de la inquisición inmanente que lleva la casta en su alma, esta casta que obedece aun cuando no cumpla, que dará insurrectos, pero no rebeldes.
Con esta fe, fides, fidelidad, obras que son amores, y las obras actos de sumisión, no de inspiración interior, actos que al degenerar acabaron por ser clasificados cual ejemplares mineralógicos en los « métodos de amar á Dios ».
Partían de la realidad misma en que vivían envueltos tratando de idealizarla. Para llegar á cualquier punto que sea hemos de partir de aquel en que estamos, tomando aliento del aire ambiente (esto lo enseña Pero Grullo), pues quien quiera comenzar de salto y cerrando la boca se ahoga y se rompe la crisma, ó como Don Quijote en Clavileño, creyendo volar por las esferas, no se mueve, vendados los ojos, del suelo en que descansa el armatoste. ¿Por qué pretender rebelarse contra la ley sin haber llegado á sus raíces vivas? ¿Qué debe ser es el que no arranca de la razón de ser de lo que es? Sin penetrar en esta razón, ¿qué fuerza habrá contra los rémoras que, esclavos de la apariencia, resisten al impulso que nos lleva á lo que ha de ser y tiene que ser, mal que les pese?
Y volviendo á la mística castellana, la ascesis que de ella brotaba era austera y militante, con tono más estoico que epicúreo, varonil. Santa Teresa no quería que sus hermanas fuesen mujeres en nada, ni lo pareciesen, « sino varones fuertes » y tan varoniles, que « espanten á los hombres ».
Su caridad, en cuanto enderezada á los hombres, era, sobre todo, horror al pecado. Los milagros de dar salud al enfermo, vista al ciego, ó semejantes,
« cuanto al provecho temporal... ningún gozo del alma merecen, porque, excluido el segundo provecho (el espiritual), poco ó nada importan al hombre, pues de suyo no son medio para unir al alma con Dios. »
Aseguraban compadecer más á un luterano que á un gafo. Es la moral individualista de quien, poco simpático, incapaz de ponerse en el lugar de otro y pensar y sentir como este otro piensa y siente, le compadece porque no lo hace como él, ignorando en realidad cómo lo hace. Es la moral militante del Dios de las batallas, la de Domingo pidiendo á la Virgen valor contra sus enemigos.
Resaltan los caractereres de la eflorescencia religiosa de España cuando se la compara con otra, la de Italia, por ejemplo. Siguió ésta á la renovación comunal italiana de los silos X al XII, brotando popularísima de la masa, mezclándose con ensueños apocalípticos de renovación social, de un reino del Espíritu Santo y del Evangelio eterno. Su flor fué el Pobrecito de Asís, de casta de comerciantes andariegos y alma de trovador, el alegre umbrío, no el macilento y triste en que se trasformó en España. No se mete en su alma, sino que se derrama fuera, amando con ternura á la Naturaleza, hermana de la Humanidad. Canta á las criaturas, y su Dios quiere misericordia más que sacrificio. Al solitario, monachum, monje, sustituye el hermano, fratellum, el fraile; salvando á los demás, se salva uno en redención mutua. No se encierra en su castillo interior, sino se difunde en la risueña y juvenil campiña, al aire y al sol de Dios. No se cuida apenas de convertir herejes. Su religión es del corazón y de piedad humana. El símbolo religioso italiano son los estigmas de Francisco, señales de crucifixión por redimir á sus prójimos; el castellano la transverberación del corazón de Teresa, la saeta del Esposo con que se solazaba á solas. Aquí era todo comentar el Cantar de los Cantares intelectualizado, allí pasaban del Evangelio al Apocalipsis; el uno es de sumisión y fe sobre todo, el otro, sobre todo de pobreza y libertad; regular y eclesiástico el uno, secular y laico el otro. Del italiano brotó el arte popular de las Florecitas y de los juglares de Dios, como Jacopone de Todi; el nuestro dió los conceptuosos autos sacramentales ó las sutiles y ardorosas canciones de San Juan de la Cruz. Giotto, Fra Angelico, Ghirlandajo, Cimabué, pintaron con las castas tintas del alba, con los arreboles de la aurora, el azul inmaculado del cielo umbrío y el oro del sol figuras dulcísimas é infantiles en campo diáfano; Zurbarán y Ribera dibujaron atormentados anacoretas, Velázquez su Cristo sombrío, Murillo interiores domésticos de sosegado bienestar y lozanas Concepciones. Cierto es que el misticismo italiano floreció en el siglo XIII y en el XVI el nuestro.
Así como en los tejidos hipertróficos se ve de bulto y como por microscopio el funcionamiento fisiológico diferencial mejor que en los normales, así en las hipertrofias morales. Las del misticismo castellano fueron el quietismo egoísta del abismarse en la nada ó el alumbrismo brutal dado á la holganza y el hartazgo del instinto, que acababa en el horrible consorcio del anegamiento del intelecto en el vacío conceptualizado con la unión carnal de los sexos y en la grosería sensibilista de « mientras más formas más gracia », en el último extremo de lo que llama San Juan de la Cruz lujuria y gula espirituales. El italiano, por su parte, degeneraba en sectas de pobres llenos de ensueños comunistas de restauración social.
III
De estos despeñaderos mórbicos salvó uno y á otro el humanismo, la modesta ciencia de trabajo, la voz de los siglos humanos y de la sabiduría lenta de la tierra. El misticismo italiano, la religión del corazón, se humaniza en el Dante, nutrido de sabiduría antigua, que intenta casar la antigüedad clásica con el porvenir cristiano.
En España penetró tanto, como donde más el soplo del humanismo, el alma del Renacimiento, que siempre tuvo altar aquí. Desde dentro y desde fuera nos invadió el humanismo eterno y cosmopolita, y templó la mística castellana castiza, tan razonable hasta en sus audacias, tan respetuosa con los fueros de la razón. El ministro por excelencia de su consorcio fué el maestro León, maestro como Job en infortunios, alma llena de la ardiente sed de justicia del profetismo hebraico, templada en la serena templanza del ideal helénico. Platónico, horaciano y virgiliano, alma en que se fundían lo epicúreo y lo estoico en lo cristiano, enamorado de la paz, del sosiego y de la armonía en un siglo « de estruendo más que de sustancia ».
Es en él profundísimo el sentimiento de la naturaleza tan raro en su casta (lo cual explica la pobreza de ésta en ciencias naturales). Consonaba con la campiña apacible y serena, la tenía en las entrañas del alma, en sus tuétanos mismos, en el meollo de su corazón. En el campo los deleites parecíanle mayores por nacer de cosas más sencillas, naturales y puras; « en los campos vive Cristo », en la soledad de ellos la fineza del sentir. Retirado á la Flecha, rincón mansísimo á orillas del Tormes, gustaba tenderse allí á la sombra, rompiendo, como los pájaros, á cantar á la vista del campo verde. En aquel quieto retiro, gozando del frescor en día sosegado y purísimo, tendido en la hierba, deleitábase con sus amigos en diálogos platónicos sobre los « Nombres de Cristo ».
Este sentimiento de la naturaleza concertábase y se abrazaba en él con su humanismo platónico; era aquella á su mente reflejo de otro mundo ideal, la tierra toda « morada de grandeza, templo de claridad y de hermosura », espejo el campo del cielo, del « alma región luciente, prado de bienandanza ». Como en lago sereno se pinta la celeste techumbre temblando las estrellas á las caricias de la brisa al agua casta, así para él espejaba la campiña, « escuela de amor puro y verdadero », la paz eterna.
« Porque los demuestra á todos (los elementos) amistados »entre si, y puestos en orden y abrazados, como si dijésemos, unos con otros, y concertados en armonía grandísima, y respondiéndose á veces, y comunicándose sus virtudes, y pasándose unos en otros, y ayuntándose y mezclándose todos, y con su mezcla y ayuntamiento sacando de contino á luz y produciendo los frutos que hermosean el aire y la tierra. »
Como en el campo, veía en el arte un dechado del concierto ideal de las ideas madres, de los elementos espirituales. La música de Salinas que serenaba el aire vistiéndole de hermosura y luz no usadas, hacía que el alma á su divino son tornara,
« … á cobrar el tino
Y memoria perdida,
De su origen primera esclarecida »,
y á las notas concordes del arte envía consonante respuesta la música ideal é imperecedera, fuente de la humana, y se mezcla entre ambas á porfía armonía dulcísima en un mar de dulzura en que navega á anegarse el alma.
Usado á hablar en los oídos de las estrellas, levantaba á éstas su mirada en las noches serenas anhelando « luz purísima en sosiego eterno », ciencia en paz, salud en justicia, imanes de sus deseos. La ciencia es salud, la justicia paz.
¡Ciencia! Ciencia humana anhelaba, el día en que volar de esta cárcel y en que « el mismo que junta con nuestro ser agora se juntará con nuestro entendimiento entonces », expresando así, cual mejor no se puede, cómo es el fin de aquélla traer á conciencia lo que ésta lleva velado en su seno. Con la vista en el cielo suspiraba « contemplar la verdad pura » y ciencia humana, saber cosas acerca de las cuales no sería examinado en el día del juicio, como ver las columnas de la tierra; el por qué tiembla ésta y se embravecen las hondas mares; de dónde manan las fuentes; quién rige las estrellas y las alumbra; dónde se mantiene el sol, fuente de vida y luz, y las causas de los hados. Sed de saber puro, no enderezado, como la unión carnal, á sacar á luz un tercero, sino saber que dé paz de deleite, unión para « afinarse en ser uno y el abrazarse para más abrazarse ». El Cristo del Maestro León es el Logos, la Razón, la humanidad ideal, el Concierto,
« según la Divinidad la armonía y la proporción de todas las cosas, mas también según la humanidad, la música y la buena correspondencia de todas las partes del mundo».
Su Cristo es Jesús, Salud, y
« la salud es un bien que consiste en proporción y en armonía de cosas diferentes, y es una como música concertada que hacen entre si los humores del cuerpo ».
Su Cristo es una de las tres maneras de unirse al hombre Dios, que crió las cosas todas para con ellas comunicarse por Cristo, que « en todo está, en todo resplandece y reluce », « tiene el medio y el corazón de esta universidad de las cosas », aun de las que carecen de razón y hasta de sentido, recriando y reparando con su alma humana el universo, renovando al alma con « justicia secreta », haciendo de los hombres dioses.
Del mundo de las cosas, por su trabazón, subimos á la Ley; en la Ciencia se coyunta esta con nuestra mente y vivifica nuestra acción para que, naturalizados, humanicemos la naturaleza. Así el Maestro León sube de las criaturas á Dios, muestra el ayuntamiento de éste con la Humanidad en Cristo, y de Cristo, el Verbo, nos enseña desciende á deificar al género humano.
El Verbo, la Razón viva, es Salud y Paz. En aquella sociedad de aventureros de guerra que se doblegaban al temor de la ley externa, aborrecía el Maestro León la guerra y mal encubría su animadversión á la ley, lex. De natural medroso, veía en Cristo la guarida de los pobrecitos amedrentados, el amparo seguro en que se acogen los afligidos y acosados del mundo ». Su Dios no es el de las batallas. Cristo, Brazo de Dios,
« no es fortaleza militar ni coraje de soldado... Los hechos hazañosos de un cordero tan humilde y tan manso... no son hechos de guerra... Las armas con que hiere la tierra son vivas y ardientes palabras... Vino á dar buena nueva á los mansos, no asalto á los muros... á predicar, que no á guerrear ».
En hablando de esto dice que se metía en calor y al parar mientes en que las Escrituras emplean términos militares, encogíase en sí, pareciéndole uno de los abismos profundos de los secretos de Dios. En aquella sociedad de nuestra edad del oro que corriendo tras la presa movía guerras con color religioso, consideraba el Maestro León como el pecado enorme y originario de los judíos su adoración al becerro de oro, que despeñándoles de pecado en pecado les llevó á esperar un Mesías guerrero.
«Esclavos de la letra muerta, esperan batallas y triunfos y señoríos de tierra... no quieren creer la victoria secreta y espiritual » sino « las armas que fantasea su desatino... ¿Dónde están agora los que engañándose á si mismos se prometen fortaleza de armas, prometiendo declaradamente Dios fortaleza de virtud y de justicia? »
¡Qué de cosas se le ocurrieron en condenación de la guerra en el seno de aquel pueblo cuya callada idea denunciaba el indiscreto Sepúlveda al tratar De convenientia disciplinae militaris cum christiana religione!
Repugnaba el estado de guerra y el de lex que de él brota. Sometíase á ésta como á dura necesidad en nuestra imperfecta condición, mas sintiendo en vivo con Platón que
« no es la mejor gobernación la de leyes escritas » que « el tratar con sola ley escrita, es como tratar con un hombre cabezudo por una parte y que no admite razón, y por otra, poderoso para hacer lo que dice, que es trabajoso y fuerte caso ».
¡Con qué ahincada complacencia despliega las imperfecciones de la ley externa y le opone la de gracia! Es el grito de los caballeros contra la bárbara ley del honor, pero racionalizado. Soñaba en el reino espiritual, el de la santa anarquía de la fraternidad hecha alma del alma, en el siglo futuro, cuando « se sepultará la tiranía en los abismos y el reino de la tierra nueva será » de los de Cristo. Entonces regirá ley interna, concierto de la razón y la voluntad en que aquélla casi quiere y ésta casi enseña, ley « que nos hace amar lo que nos manda », que se nos encierra dentro del seno y se nos derrama dulcemente por las fuerzas y apetitos del alma, haciendo que la voluntad quede hecha una justísima ley.
En aquel reino del siglo futuro, en que los buenos, posesores del cielo y de la tierra, sentirán, entenderán y se moverán por Dios, será el gobierno pastoril,
« que no consiste en dar leyes, ni en poner mandamientos sino en apacentar y alimentar á los que gobierna »; que « no guarda una regla generalmente con todos, y en todos los tiempos; sino en cada tiempo y en cada ocasión ordena su gobierno conforme al caso particular del que rige.., que no es gobierno que se reparte y ejercita por muchos ministros ».
Su Rey ideal es manso y no belicoso; llano, hecho á padecer, prudente y no absoluto. Sobro todo, ni guerrero ni absoluto.
« Cumplía que en la ejecución y obra de todo aquesto... no usase Dios de su absoluto poder, ni quebrantase la suave orden y trabazón de sus leyes; sino que yéndose el mundo como se va, y sin sacarle de madre, se viniese haciendo ello mismo... ¿Usó de su absoluto poder? No, sino de suma igualdad y justicia... En la prudencia lo más fino de ella y en lo que más se señala es el dar orden cómo se venga á fines extremados y altos y dificultosos por medios comunes y llanos, sin que en ellos se turbe en lo demás el buen orden. »
Su Rey ideal no es capitán general educado para la milicia, es la Razón viva y no escrita. En su reino los súbditos son « generosos y nobles todos y de un mismo linaje »; que « ser Rey propia y honradamente es no tener vasallos viles y afrentados ».
¡Cuán lejos de esto la realidad en que vivía! Los gobernantes de entonces apenas imitaban ni conocían tal imagen, y
« como siempre vemos altivez y severidad, y soberbia en los príncipes, juzgamos que la humildad y llaneza es virtud de los hombres ».
Cuando el buen Sancho perdonaba cuantos agravios le habían hecho y hubieran de hacer, Don Quijote, molido por los yangüeses, habría querido poder hablar un poco descansado y dar á entender á Panza el error en que estaba adoctrinándole en cómo el que gobierna ha de tener « valor para ofender y defenderse en cualquier acontecimiento », doctrina caballeresca, levantadora de imperios y
« lo que ha levantado y levanta estos imperios de tierra es lo bestial que hay en los hombres. »
¡Qué soberano himno entona el Maestro León á la paz en los « Nombres de Cristo », alzando los ojos al cielo tachonado de estrellas! Es la paz reflejo del concierto del mundo y no la lucha ley de la vida. ¡Hueras utopías para aquellos á quienes lo bestial que hay en los hombres les ha enredado en la monserga del struggle for life, impidiéndoles ver la paz hasta en las entrañas del combate! ¡Cuán extrañas sonarían las doctrinas del Maestro León á oídos atontados por el estruendo de tambores y mosquetes! Penetró en lo más hondo de la paz cósmica, en la solidaridad universal, en el concierto universal, en la Razón hecha Humanidad, Amor y Salud. No entabló un solitario diálogo entre su alma y Dios. Vió lo más grande del Amor en que se comunica á muchos sin disminuir, que « da lugar á que le amen muchos, como si le amara uno solo, sin que los muchos se estorben ».
Espíritu sano y equilibrado, atento á vivir conforme á la razón, porque « el ánimo bien concertado dentro de sí, consuena con Dios y dice bien con los demás hombres », identificó la salud y la paz, y la justicia y la ciencia. Encarnó la filosofía del cordero en una sociedad de lobos en que sufrió bajo « la forma de juicio y el hecho de cruel tiranía, el color de religión, adonde era todo impiedad y blasfemia ». Clasicista y hebraizante, unió al espíritu del humanismo griego el del profetismo hebraico, sintió en el siglo XVI lo que un pensador moderno llama la fe del siglo XX, el consorcio de la pietas de Lucrecio, el « poder contemplar el mundo con alma serena », con el anhelo del profeta, « que la rectitud brote corno agua y la justicia como un río inagotable ».
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Oprimido por el ambiente, vivió el Maestro León solitario y perseguido, sin que su obra diera todo el fruto de que está preñada. A la presión externa se le añadió la interior, su cobardía misma; le faltó algo del coraje que vituperaba. Con el perfume, aspiró el veneno horaciano.
Guiado por el humano sentido de la paz y la salud, expresó, cual condensación de su doctrina, lo más hondo de la verdad platónica en palabras eternas:
« Consiste la perfección de las cosas en que cada uno de nosotros sea un mundo perfecto, para que por esta manera, estando todos en mí y yo en todos los otros, y teniendo yo su ser de todos ellos y todos y cada uno dellos el ser mío, se abrace y eslabone toda aquesta máquina del universo, y se reduzca á unidad la muchedumbre de sus diferencias, y quedando no mezcladas se mezclen, y permaneciendo muchas no lo sean: y para que extendiéndose y como desplegándose delante los ojos la variedad y diversidad, venza y reine y ponga su silla la unidad sobre todo. »
Palabras que encierran la doctrina de todo renacimiento.
IV
La mística buscó la mayor plenitud personal por la muerte de las diferencias individuantes, pero por camino individual. El franciscanismo, la gran marea religiosa del siglo XIII, fué la mística popular, una internacional religiosa y laica, especie de estado de conciencia europeo, que borró fronteras (1).
Un pueblo perfecto ha de ser todos en él y él en todos, por inclusión y paz, por comunión de libre cambio. Sólo así se llega á ser un mundo perfecto, plenitud que no se alcanza poniendo portillos al ambiente, sino abandonándose á él, abriéndose lleno de fe al progreso, que es la gracia humana, dejando que su corriente deposite en nuestro regazo su sustancioso limo sin falsearlo con falaces tamizaciones, entregándonos á ella sin quererla dirigir. El ciénago mismo se trocará en mantillo. ¡Cosa terrible la razón raciocinante de todas las castas, definidora de buenas y malas ideas, que en nombre de una pobre conciencia histórica nacional pretende trazar el arancel de la importación científica y literaria y construir cultura con industria de protección nacional!
No dentro, fuera nos hemos de encontrar. Cerrando los ojos y acantonándose en sí se llega al impenetrable individuo atómo, uno por exclusión, mientras se enriquece la persona cuando se abre á todos y á todo. De fuera se nos fomenta la integración que da vida, la diferenciación sola empobrece. El cuidado por conservar la casta en lo que tiene de individuante es el principio de perder la personalidad castiza, y huir de la vida plena de que alienta la Humanidad, toda en todos y toda en cada uno.
Todos los días se repite maquinalmente el tópico de « ama á tu prójimo como á ti mismo », y á diario se dice que un pueblo es una persona, pero el « ama á otro pueblo como al tuyo mismo » parece despropósito ridículo. La ley del egoísmo y de la carne, hipócritamente celada en el individuo, se formula en la comunidad colectiva para que nos sirva de apoyo. Adversus hostem aeterna auctoritas, sólo es prójimo el de la misma tribu. Todo lo demás son utopías, cosas de ninguna parte, fuera de espacio, única realidad de los que creen en lo macizo y de bulto y que la patria es el terruño.
Nos aturden los oídos con eso del reinado social de Jesucristo, y apenas lo entienden sus pregoneros. No se sueña apenas en el reinado del Espíritu Santo, en que el cristianismo, convertido en sustancia del alma de la Humanidad, sea espontáneo. Por no serlo hoy tiene órganos concientes y se razona sobre él tan en demasía. Parece locura que llegue á ser moral pública cuando no se ha hecho jugo del individuo.
Se han dado apologistas de la guerra que, sin saber de qué espíritu eran, se llamaban cristianos, como el monstruoso De Maistre. Son legión los que sólo conocen al Cristo-Júpiter de Miguel Angel, y legión de legiones los que no dejan caer de los labios lo del derecho de legítima defensa, sérvate ordine, etc.
V
Cuando España se recogió en sí entrando en el periodo llamado de decadencia, el de crisálida, la expansión de nuestro pueblo habla creado una vigorosa vida periférica, exterior é interior, y fomentado la vida de relación (2).
Por el desarrollo de las funciones de relación progresan los vivientes, acrecentando y enriqueciendo su vida. De la periferia primitiva embrionaria, de los repliegues del exodermo brotan los órganos de la inteligencia, del interior el tubo digestivo, cuyo no enfrenado desarrollo convierte al viviente en parásito estúpido.
Cosquilleos de fuera despiertan lo que duerme en el seno de nuestra conciencia. El que se mete en su concha, ni se conoce ni se posee. La misma diferenciación interior, no la externa, es efecto del ambiente, el mismo regionalismo, ministro de enriquecimiento íntimo, cobra fuerzas del aire extranjero, es el activarse la circulación y vitalidad de los miembros al ensancharse el pecho para recibir el aire ambiente. Las literaturas regionales suelen despertar con vientos cosmopolitas (3).
El desarrollo del amor al campanario sólo es fecundo y sano cuando va de par con el desarrollo del amor á la patria universal humana; de la fusión de estos dos amores, sensitivo sobre todo el uno y el otro sobre todo intelectual, brota el verdadero amor patrio.
Hay que mantenerse en equilibrio con el ambiente asimilándose lo de fuera; la mutualidad brota de suyo, porque necesariamente es recíproca toda adaptación. No hay idea más satánica que la de la auto-redención; los hombres y los pueblos se redimen unos por otros. Las civilizaciones son hijas de generación sexuada, no de brotes.
¡Pobre temor el de que perdiéramos nuestro carácter al abandonarnos á la corriente! Lleva el núcleo castizo de nuestra cultura un fuerte sentimiento de individualidad, un sentido sancho-pancino de las realidades concretas y de la distinción entre lo sensible y lo inteligible, de los hechos intuidos, no inducidos, y un quijotesco anhelo á ciencia final y absoluta, que si no acaba grandes cosas, muere por acometellas. Nuestro quijotismo, impaciente por lo final y absoluto, sería fecundísimo en la corriente del relativismo; nuestro sancho- pancismo opondría acaso un dique al análisis que destruyendo los hechos sólo su polvo nos deja. Pero lo castizo eterno sólo obrará olvidando lo castizo histórico en cuanto excluye.
Hay que matar á Don Quijote para que resucite Alonso Quijano et Bueno, el discreto, el que hablaba á los cabreros del siglo de la paz, el generoso libertador de los galeotes, el que, libre de las sombras caliginosas de la ignorancia que sobre él pusieron su amarga y continua leyenda de los libros de caballerías y sintiéndose á punto de muerte quena hacerla de tal modo que diese á entender no había sido su vida tan mala. « Calle por su vida, vuelva en si y déjese de cuentos », dirá el engañado Sancho al pedirle albricias.
« Los de hasta aquí, replicó Don Quijote, que han sido verdaderos en mi daño, los ha de volver mi muerte, con ayuda del cielo, en mi provecho. »
« Verdaderamente se muere y verdaderamente está cuerdo Alonso Quijano el Bueno! » El bachiller Sansón Carrasco, la razón raciocinante apoyada en el sentido histórico creerá incorregible á Don Quijote y siempre para su solaz la graciosa locura de éste. Así ha sido hasta hoy y así tiene que seguir siendo, hoy como ayer y mañana como hoy. Pero ¿es que la ley del cambio no está sujeta á cambio? ¿No hay ley del cambio de la ley? Lo único inmudable es el principio de continuidad.
Un mezquino sentido toma por la casta íntima y eterna, por el carácter de un pueblo dado, el símbolo de su desarrollo histórico, como tomamos por nuestra personalidad íntima el yo que de ella nos refleja el mundo. Y así se pronuncia consustancial á tal ó cual pueblo la forma que adoptó su personalidad al pasar del reino de la libertad al de la historia, la forma que le dió el ambiente.
Para preservarse la casta histórica castellana creó el Santo Oficio, más que institución religiosa, aduana de unitarismo casticista. Fué la razón raciocinante nacional ejerciendo de Pedro Recio de Tirteafuera del pobre Sancho. Podó ramas enfermas, dicen; pero estropeando el árbol. Barrió el fango... y dejó sin mantillo el campo.
No es aquí todo antojos. Una ojeada al estado mental presente de nuestra sociedad española nos mostrará á la vieja casta histórica luchando contra el pueblo nuevo; veremos que no son palabras sólo lo dicho, que aún lo al parecer más impertinente, desatinado y extravagante de lo expuesto, es pertinente, atinado é intravagante á nuestro propósito. Aún resistimos á la gracia humana y tiene esta resistencia culto y sacerdotes. Resistimos abrirnos al ambiente y descender, desnudos de toda visión histórica, á nuestro profundo seno. Gracias á una virtus medicatrix sacietatis, se cumple la regeneración de todos modos, día por día, pero es deber de cada cual ayudar á la naturaleza y no meterse á poner carriles al progreso.
Raspemos un poco y muy luego daremos en nuestra actual sociedad española con la Inquisición inmanente y difusa, vestida con formalismo de latísima formalidad, con la gravedad, nada seria, de la vieja morgue castillane.
(1) Véase la introducción la Vie de S. François d’Assise, de Pablo Sabatier. Llamo franciscanismo, al movimiento religioso que alcanza su culmen en San Francisco, aunque precediéndole en parte.
(2) Es incalculable el efecto sobre nuestra cultura de haber activado la vida periférica de las costas el descubrimiento de América. Como la superficie crece á menor proporción que la masa, en el cerebro se repliega aquella para acrecentarse á medida que crece la complejidad y delicadeza, de sus funciones, razón por la que son mayores las circunvoluciones en el cerebro humano que en los de los demás animales y mayores en el del blanco que en el de razas inferiores. Y bien puede decirse que el tener el europeo más periférico el cerebro que el negro de Africa, es reflejo de tener Europa más perímetro de costa, seis veces más respecto al área, que el Africa. ¡Maravilloso cerebro el Mediterráneo, viejo cerebro de Europa, con su riquísima variedad de circunvoluciones geográficas, senos, escisuras, archipiélagos, golfos, cabos, ensenadas! Grecia, Italia, Inglaterra deben á sus costas, sobre todo, su cultura, Francia á ser el quïasma, el nodo de la inervación europea occidental, Alemania á la periferia interna de sus mil estadillos.
(3) Un movimiento científico internacional ha despertado el estudio de los dialectos, de las costumbres y de la tradiciones locales; movimientos de carácter internacional despertaron las lenguas populares frente al latín, el franciscanismo al italiano, el luteranismo al alemán. Al movimiento protestante cabe la mejor parte del impulso dado a la lingüística; á los hechos que en comprobación de esto se citan (véase « Port-Royal » en La Vida de los Santos, de Renán). Podemos añadir el de que el libro más antiguo impreso en vascuence, excepción hecha de las Poesías de Dechepare, es la traducción del Nuevo Testamento del hugonote vasco-francés Juan de Leiçarrague. En España, un protestante, Juan de Valdés, inició la lingüística castellana.
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