Definiciones

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Obras Completas de Eusebio Blasco
Tomo II, Del Amor... y otros excesos.
Definiciones
de Eusebio Blasco

Nota: se ha conservado la ortografía original, excepto en el caso de la preposición á.

DEFINICIONES


¿Te figuras, lector piadoso, que voy a imitar a todos los autores?

¿Crees que voy a citar aquí todas las definiciones que han dado todos los sabios del mundo, y de Madrid, para que nos enteráramos de lo que es el amor?

No.

Eso sería seguir el camino trillado. Eso sería llenar la mitad del libro con frases ajenas.

No estoy por tal sistema. Estoy por hacer las cosas mal, pero solo.

Alfonso Karr, ese jardinero ilustrado, ha sembrado su libro de las Mujeres de flores inventadas por los hombres.

Severo Catalina ha hecho un libro titulado La Mujer, tomando de aquí y de allá pensamientos, sentencias, máximas y cosas a este tenor, que ha ido recordando ó recortando de diferentes libros.

¿Voy a ser yo la segunda edición de Karr, o de Catalina?

¡Líbreme Dios!

Hay además otra circunstancia que me impide hacer una colección de frases de sabios.

Los sabios son pocos: sus nombres son conocidos hasta el fastidio. En leyendo una máxima en una colección de ellas, puede estar seguro el lector de que al pie encontrará los nombres de Aristóteles, Platón, Virgilio, Shakespeare, Calderón, Corneille, Lope de Vega, San Agustín, Ninón de Lénclos y Madama de Sevigné, y Madama de Stael, y Madama de Maintenon, y dos ó tres docenas más de madamas.

Estos nombres han sonado ya mucho en folletos, en folletines, en libros y en todo papel impreso.

¿El lector conoce a los autores? Pues nada le contaré yo, si le cuento lo que los autores me han contado a mí.

¿El lector no los conoce? En tal caso tengo que empezar por enseñarle a pronunciar la mitad de los apellidos. Y si doy con un lector irascible, y le digo que de las letras que tiene Shakespeare ha de pronunciar dos, ha de balbucear tres, se ha de comer dos y media, y por último ha de tomar corrida para decir Séspir de modo que no lo entienda ningún español, ni ningún inglés (hecha inclusión de los suyos), de seguro me envía noramala.

Por último, yo abrigo la opinión de que muchos hombres célebres no han tenido tiempo para conocer a las mujeres, que son los verdaderos filósofos del amor.

Y por otra parte, no hay gente que diga más tonterías que los sabios, ni hay personas que digan mejores cosas que los tontos.

¿Qué apostamos a que confundo a cualquiera con una frase?

Y el lector puede también confundir a cualquiera con una frase.

Hé aquí el medio.

Llega usted a un circulo de escritores y dice:

—Señores, vengo encantado; he estado repasando las obras de Milton...

—¡Aaaah! dicen en seguida todos.

Usted continúa:

—Verán ustedes qué pensamiento: —El amor es el sol del alma.

—¡Ooooohh! exclaman todos admirados.

Deja usted pasar seis meses, para que la frase se olvide, ó se dirige a otro círculo de gente tan ilustrada como la del círculo primero.

Y esta vez entra usted riéndose a carcajadas. —Señores, ¡qué rato he pasado! ¿No conocen ustedes a Calaguala, ese poeta extrajudicial?

—Sí, sí, exclaman todos dispuestos a burlarse del poeta silbado.

—Miren ustedes qué especie de máxima nos ha regalado en su último artículo. El amores el sol del alma.

Todo el mundo suelta la carcajada.

—¡El poeta Calaguala! dice uno.

—¡Que me sirvan a Calaguala! dice otro.

Y así sucesivamente.

Ahora bien, la frase no es ni de Milton, ni de Calaguala. Pero llevando al pie uno ú otro nombre, ó vale mucho ó no vale nada.

Renuncio, pues, a las ideas de los sabios; me atengo a los seres vulgares; a los que han amado y me han contado sus amores; a los que saben las cosas por experiencia.

Y ahora, no me queda más que hacer sino ir regalando a ustedes mi colección sui géneris.

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El amor es el tambor mayor de todas las pasiones.

—Un teniente de carabineros.—

El amor es una cosa que se siente al principio, pero de la cual no se puede prescindir luego.

—Una señora mayor.—

Para saber lo que es el amor, no hay más que casarse y quedarse cesante a los dos días de la boda.

—Uno que fué empleado.—(1).
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(1) Ha fallecido.

Los que no aman es porque no sienten amor.

—Un sabio alemán.—

El amor es un artículo de primera necesidad; una bujía que brilla veinte años y al apagarse le deja a uno tan fresco...

—López, fabricante de velas.—

El amor ocupa el corazón como un estudiante una casa de huéspedes; cuando le dan calabazas se marcha sin pagar a la patrona.

—Una joven desengañada.—

El amor es la intersección de la índica refractaria, investida del ridículo recipiente de los cerúleos ígneos.

—De cualquier poetisa moderna.—

El amor es una comida que da mucho dolor de estómago.

—De un recaudador de contribuciones.—

El amor tiene sus más y sus menos: cuando es sin-cero, no vale gran cosa.

—Un profesor de matemáticas.—

El amor es una pasión que no se debía sentir de noche.

—Un sereno.—