Diario del viaje de un naturalista alrededor del mundo/Capítulo XX
CAPÍTULO XX
1 de abril.—Llegamos a vista de la isla Keeling, o Isla de los Cocos [1], situada en el Océano Indico y distante de la costa de Sumatra unas 600 millas. Es una de las islas-lagunas (o atolls) de formación coralina, semejante a las del Archipiélago Low, por cuyas inmediaciones pasamos. Cuando el barco llegaba a la entrada del canal, salió a nuestro encuentro en un bote Mr. Liesk, un inglés residente. La historia de sus habitantes, referida en las menores palabras posibles, es como sigue: Hace nueve años, poco más o menos, Mr. Haré, persona sin dignidad, trajo del Archipiélago de las Indias Orientales cierto número de esclavos malayos, que al presente, incluyendo los niños, ascienden a más de un centenar. De allí a poco, el capitán Ross, que antes había visitado estas islas en un barco mercante, llegó de Inglaterra con su familia y bienes, para establecerse en este lugar; le acompañó Mr. Liesk, antiguo compañero de barco. Los malayos huyeron de la isla, y se unieron al grupo del capitán Ross. Tras esto, Mr. Haré se víó últimamente obligado a abandonar la plaza.
Los malayos se hallaban ahora nominalmente en estado de libertad, y así era de hecho en lo relativo al trato que se les daba; pero en muchos otros puntos se los consideraba como esclavos. A causa de su descontento, de los repetidos traslados de una a otra isla, y tal vez de algunos desaciertos de los amos, la colonización prosperaba poco. La isla no tiene ningún cuadrúpedo doméstico excepto el cerdo, y su producción vegetal más importante la constituyen los cocos. La total prosperidad de este sitio depende de este árbol; la única exportación es aceite de coco, y los cocos mismos, a Singapoore y Mauricio, utilizándose los últimos, después de finamente picados, en la confección de salsas indias. Los cocos sirven asimismo para cebar los cerdos, que se ponen gordísimos, y para alimentar los patos y aves de corral. Hasta un cangrejo enorme de tierra, que se cría en la isla, está dotado por la Naturaleza de los medios necesarios para abrir y comer los mencionados frutos.
El arrecife, en forma de anillo, de la isla-laguna está coronado en la mayor parte de su longitud por islitas lineales. En el Norte, o lado de sotavento, hay una abertura, por la que pueden pasar los barcos para anclar en el interior. La vista que se ofrece al entrar es curiosísima, y aun bella, si bien esta última cualidad depende enteramente de la brillantez del colorido. El agua somera, clara y tranquila, del lago interior, tendida sobre un lecho de arena blanca, al recibir verticalmente los rayos del Sol aparece teñida de un verde intenso. Esta brillante extensión, de varias millas de anchura, está por todas partes separada por una línea de rompientes de un blanco níveo de las restantes aguas obscuras del océano, y de la bóveda azul del cielo, por fajas de tierra coronadas por los penachos a nivel de los cocoteros. Y así como las nubecillas blancas que aparecen en esta o aquella parte del horizonte forman agradable contraste con el cielo de azur, así en el lago las bandas de coral vivo vetean de listas obscuras el agua verde esmeralda.
A la mañana siguiente, después de anclar, salté a tierra en la Isla Dirección. La faja de tierra seca tiene solamente algunos cientos de metros de anchura; por el lado de la laguna hay una playa de blanca caliza, cuya radiación en este clima tropical era insoportable, y en la costa exterior, una ancha y sólida zona de roca coralina servía de rompeolas a la violencia del abierto mar. Si se exceptúa la parte inmediata a la laguna, donde hay alguna arena, el suelo se compone tan sólo de fragmentos rodados de coral. En una superficie de tal índole, pétrea y seca, únicamente la atmósfera de los trópicos es capaz de producir una vegetación vigorosa. Nada tan elegante como el aspecto de algunas isletas, donde los cocoteros jóvenes y adultos se mezclan en el mismo bosque, sin perjuicio de su mutua simetría. Una playa de blanca arena brillante sirve de orla a estos encantados lugares.
Presentaré ahora un bosquejo de la Historia Natural de estas islas, que por su rareza encierran un interés peculiar. A primera vista los cocoteros parecen ser los únicos árboles; pero después se ve que hay otros cinco o seis. Uno de éstos alcanza gran tamaño, pero la blandura excesiva de su madera le hace inservible; en cambio, otro, bajo, suministra excelente madera para la construcción de barcos. Fuera de dichos árboles, el número de plantas es muy limitado y se reduce a unas cuantas malezas o hierbajos de escasa importancia. En mi colección, que, si no me engaño, las comprende casi todas, hay 20 especies, sin contar un musgo, un liquen y un hongo. A este número hay que añadir dos árboles: uno de ellos no estaba en flor, y el otro no le conozco mas que por referencias. Según me dijeron, es un árbol solitario, de una especie peculiar, que crece cerca de la costa, donde sin duda las olas arrojaron su semilla. También crece una Guilandina, solamente en una de las islitas. No incluyo en la lista anterior la caña de azúcar, el banano y algunos otros vegetales, frutales y hierbas importadas. Como las islas se componen enteramente de coral, y en algún tiempo han sido arrecifes cubiertos por el agua, todas sus producciones terrestres han tenido que ser transportadas aquí por las olas del mar. En concordancia con esto, la flórula de que trato tiene el carácter de refugio de semillas desamparadas, o, dicho en otro término, de una inmigración de vegetales náufragos [2]. El profesor Henslow me dice que de las 20 especies, 19 pertenecen a diferentes géneros, los cuales, a su vez, corresponden nada menos que a ¡16 familias! [3].
En los Viajes de Holman [4] se da una relación de las varias semillas y otros organismos que se sabe haber sido transportados por las olas, la cual relación se funda en la autoridad de Mr. A. S. Keating, que residió doce meses en estas islas: «La marejada ha traído de Sumatra y Java semillas y plantas, arrojándolas a la costa de barlovento de las islas. Entre dichos vegetales se cuentan: el Kimiri, oriundo de Sumatra y de la península de Malaca; el cocotero de Balci, conocido por su forma y tamaño; el Dadass, que los malayos plantan junto a los pimenteros sarmentosos, para que éstos trepen y se sostengan en las esquinas producidas por el tallo de aquél; el árbol de jabón o jaboncillo; el ricino; troncos de la palmera de sagú, y varias especies de semillas desconocidas de los malayos aquí establecidos. Se supone que todas han sido arrastradas por el monzón del NO. a la costa de Australia, y desde allí a las Islas de los Cocos por el alisio del SE. También se han recogido grandes masas de tea de Java y madera amarilla [5], además de gigantes troncos de cedro rojo y blanco, y un eucalipto de Australia perfectamente conservado. Todas las semillas resistentes, como las de plantas trepadoras, conservan su poder germinativo; pero las especies blandas, como los mangostanes, se deterioran al recorrer tan largo trayecto. Algunas veces han sido arrojadas a la playa canoas pescadoras, al parecer, de Java. No deja de ser interesante ver cuán numerosas son las semillas que, procediendo de diversos países, son arrastradas sobre el océano inmenso. Cree el profesor Henslow, y así me lo comunica, que casi todas las plantas recogidas por mí en estas islas son especies comunes del litoral en el Archipiélago de las Indias Orientales, Sin embargo, juzgando por la dirección de los vientos y corrientes, parece apenas posible que hayan podido llegar aquí en línea recta. Si, como sugiere, con gran probabilidad, Mr. Keating, fueron llevadas primeramente a la costa de Australia y desde allí arrastradas en dirección opuesta, con las producciones del país últimamente citado, las semillas, antes de germinar, deben de haber recorrido entre 1.800 y 2.400 millas.
Chamisso [6], describiendo el Archipiélago Radack, situado en la parte occidental del Pacífico, afirma que «el mar lleva a estas islas las semillas y frutos de muchos árboles, la mayoría de las cuales no han prendido aquí todavía. Pero me parece que la mayor parte de estas semillas no han perdido su capacidad germinativa».
Dícese también que las olas depositan en la playa palmeras y bambú de algunos puntos de la zona tórrida, junto con troncos de abetos del Norte; estos últimos deben de haber viajado enormes distancias. Estos hechos son altamente interesantes. A no dudarlo, si hubiera aves terrestres que recogieran las semillas al salir a la playa y un suelo mejor adaptado a su crecimiento que los bloques sueltos de coral, aun los atolls o islas en forma de anillo más aislados llegarían a tener con el tiempo una flora más abundante que la que hoy tienen.
La lista de los animales terrestres es todavía más pobre que la de las plantas. Algunas islitas están habitadas por ratas, importadas de la isla Mauricio por un barco que naufragó aquí. Míster Waterhouse las cree idénticas a las de Inglaterra, aunque son más pequeñas y de un color más fuerte. Propiamente hablando, no hay aves terrestres, porque una agachadiza y un guión, el Rallus Phillippensis, aunque viven siempre entre la hierba seca, pertenecen a las zancudas. Dícese que se hallan aves de este orden en varias de las pequeñas islas bajas del Pacífico. En Ascensión, donde faltan las aves terrestres, se mató un rálido, el Porphyrio simplex, cerca de la cima de una montaña, y era, sin duda, un solitario vagabundo. En Tristán de Acunha, donde, según Carmichael, no hay mas que dos aves terrestres, vive una fúlica. Colijo de aquí que las zancudas, después de las innumerables especies de palmípedas, son generalmente los primeros colonos de las pequeñas islas aisladas. Y debo añadir que al mismo orden pertenecen todas las aves descubiertas por mí, de especies no oceánicas, a grandes distancias de tierra, y que, por tanto, ellas han debido de ser, naturalmente, las primeras colonizadoras de las islas perdidas en la inmensidad del océano.
En cuanto a reptiles, no vi mas que una lagartija. Puse empeño especial en recoger toda clase de insectos. Dejando aparte las arañas, que eran numerosas, había 13 especies [7]. Entre ellas sólo se contaba un coleóptero. Una diminuta hormiga bullía a millares debajo de los sueltos bloques secos de coral y era realmente el único insecto que fuese abundante. Pero aunque los seres orgánicos terrestres escaseaban en tanto grado, los que poblaban las aguas del mar circundante eran realmente infinitos. Chamisso ha descrito [8] la Historia Natural de un atoll o isla-laguna del Archipiélago Radack, y es notable cuán estrechamente sus habitantes, en número y especies, se parecen a los de la isla Keeling. Hay un lagarto y dos zancudas, a saber: una agachadiza y un zarapito. Cuéntanse 19 especies de plantas, incluyendo un helecho, y algunas de ellas son las mismas que crecen aquí, aunque en sitio tan inmensamente remoto y en un océano diferente.
Las prolongadas fajas de tierra que forman las islitas lineales han emergido sólo a la altura a que la marejada puede arrojar fragmentos de coral y el viento amontonar arena calcárea. La sólida roca plana exterior, como es de bastante espesor, rompe el primer empuje de las olas, que a no ser por ese obstáculo barrerían en un día estas islitas con todas sus producciones. El océano y la tierra parecen contender aquí por predominar, y aunque la segunda ha tomado posesión de una parte de la superficie, el primero no ceja en querer imponer su dominio. En todas partes se encuentran cangrejos ermitaños [9], de varias especies, que caminan cargados con las conchas robadas en la playa próxima. En los árboles se ven numerosas bubias, rabihorcados y golondrinas de mar, y el bosque, con la multitud de nidos y el olor del ambiente, parece un criadero de aves marinas. Las bubias, posadas en sus toscos nidos, miran al que se les acerca con aire hosco y estúpido. Los noditontos, como expresa su nombre, son avecillas necias y torpes. Pero hay una que es preciosa, una pequeña golondrina de mar, blanca como la nieve, que se cierne a pocos pies de la cabeza del observador, mirándole con tranquila curiosidad. No se requiere gran imaginación para suponer que en aquel cuerpecillo tan leve y delicado habita el espíritu errabundo de un hada.
Sábado 3 de abril.—Después del oficio religioso acompañé al capitán Fitz Roy a la colonia, situada a la distancia de varias millas, en la punta de una islita densamente poblada de altos cocoteros. El capitán Ross y Mr. Liesk viven en una gran casa, en forma de almiar, con amplias entradas por ambas partes y bardada de zarzas. Las viviendas de los malayos están dispuestas a lo largo de la playa de la laguna. Todo el lugar presenta un aspecto desolado, pues no hay huertos que muestren señales de cultivo y cuidados. Los indígenas pertenecen a diferentes islas del Archipiélago de las Indias Orientales, pero todos hablan la misma lengua; vimos indios de Borneo, Celebes, Java y Sumatra. En el color se parecen a los tahitianos, de los que no difieren mucho en cuanto a las facciones. Algunas mujeres, sin embargo, tienen no pocos rasgos comunes con los chinos. Me agradó tanto su porte general, como el tono de su voz. Parecen pobres, y sus casas estaban desprovistas de muebles; pero la gordura de los niños demostraba que la carne del coco y la de tortuga poseen gran poder nutritivo.
En esta isla se hallan los pozos que surten de agua a los barcos. A primera vista parece extraordinario que estos manantiales de agua dulce sigan el flujo y reflujo de las mareas, y para explicarlo se ha llegado a suponer que estaban alimentados por el mar, cuya sal e impurezas eran absorbidas por la arena. Estos pozos de marea abundan en algunas de las islas bajas de las Antillas. Es cierto que el agua salada del mar se filtra por la arena comprimida y la roca porosa de coral como al través de una esponja; pero la lluvia que cae en la superficie desciende hasta el nivel del mar circundante, y se acumula en esas cavidades, desalojando un volumen igual de agua salada. Así como el agua existente en la parte inferior de la gran masa de coral esponjoso sube y baja con las mareas, de igual modo debe efectuarlo también el agua inmediata a la superficie, la cual se conservará dulce mientras la masa sea suficientemente compacta para impedir la mezcla mecánica. Pero en donde el terreno se compone de grandes bloques sueltos de coral con amplios intersticios, si se abre un pozo, el agua, como he visto, es salobre.
Después de comer asistimos a una curiosa escena semisupersticiosa, representada por las mujeres malayas. Pretendían que un cucharón de madera, vestido como un muñeco y depositado en la fosa de un muerto, se animaba al llegar la Luna llena, exteriorizando con sus saltos y bailes la presencia de un espíritu. Hechos los debidos preparativos, el cucharón, sostenido por dos mujeres, empezó a dar sacudidas y a bailar siguiendo el ritmo de la canción entonada por mujeres y niños. Era un espectáculo burdísimo; pero Mr. Liesk sostuvo que no pocos malayos creían seriamente que el cucharón estaba animado por un espíritu. La danza no empezó hasta que hubo salido la Luna, y por cierto que era delicioso contemplar el luminoso disco alzándose majestuosamente por entre los cocoteros, mecidos por la brisa de la noche. Los paisajes de los trópicos son en sí mismos tan deliciosos, que casi igualan a los más queridos de mi patria, con los que me ligan los más nobles sentimientos del alma.
Al día siguiente me ocupé en examinar los muy interesantes, aunque sencillos, estructura y origen de estas islas. Como el agua estaba excepcionalmente tranquila, vadeé por el piso exterior de roca muerta hasta las masas de coral vivo, en que se estrella el oleaje del mar libre. En algunas quebradas y cavidades hay bellísimos peces verdes y de otros colores, siendo también admirables las formas y tintas de muchos zoófitos. Es excusable el entusiasmo al hablar del infinito número de seres orgánicos que pululan en el mar de los trópicos, tan pródigo de vida; pero debo confesar que, a mi juicio, los naturalistas que han descripto en páginas bien conocidas las grutas submarinas, adornadas de innúmeras bellezas, se han complacido en usar un lenguaje algo exuberante.
6 de abril.—Acompañé al capitán Fitz Roy a una isla situada en la cabecera de la laguna; el canal era en extremo intrincado, culebreando entre campos de corales de delicado ramaje. Vimos varias tortugas, y dos botes ocupados en pescarlas. El agua era tan diáfana y poco profunda que, si bien las tortugas desaparecían en el primer momento sumergiéndose, sin embargo, una canoa o bote de vela no tardaba en darles alcance, llegando al lugar en que se ocultaban. Al punto uno de los pescadores, de pie en el extremo de proa, se zambullía rápidamente y caía sobre el caparazón de la tortuga, asiéndola por la concha del cuello con ambas manos; luego tiraba, ayudado de los otros, hasta vencer la resistencia del quelónido y asegurarlo bien. Era interesantísimo ver los dos botes en sus idas y venidas, mientras los pescadores sumergían la cabeza cuanto era posible, esforzándose por asir su presa. El capitán Moresby me comunica que en el Archipiélago Chagos, en este mismo océano, los naturales se valían de un horrible procedimiento para arrancar el espaldar a las tortugas vivas. «Cóbrenlo de carbones encendidos, con lo que la concha exterior se dobla hacia arriba; luego la desprenden con un cuchillo, y antes que se enfríe la prensan fuertemente entre dos tablas. Ejecutada esta bárbara operación, dejan que el animal vuelva a su natural elemento, donde, al cabo de cierto tiempo, se forma una nueva concha; pero es tan delgada que no puede utilizarse, y el quelónido arrastra una vida lánguida y enfermiza.»
Cuando llegamos a la cabecera de la laguna cruzamos una islita estrecha, y hallamos una gran marejada que rompía en la costa de barlovento. Con dificultad sabría decir por qué; pero, a lo que entiendo, la vista de las playas exteriores de estas islas-lagunas supera en magnificencia a la del interior. Es de una maravillosa sencillez el conjunto que forman la playa en forma de barrera, la orla de verdes arbustos y altos cocoteros, la sólida llanada rocosa de coral muerto, cubierta aquí y allá de grandes fragmentos sueltos, y la línea de furiosos rompientes, que se prolonga todo alrededor por ambas partes. El océano, lanzando sus olas contra el ancho arrecife, parece un enemigo invencible y todopoderoso; sin embargo, vemos contrastado y aun vencido su inmenso poder por medios que a primera vista parecen débiles e insuficientes. Y no es que las olas respeten las rocas de coral: los grandes fragmentos dispersos sobre el arrecife y amontonados en la playa, en que los altos cocoteros brotan, hablan con harta elocuencia de su arrollador empuje. Ni siquiera se conceden períodos de descanso. La marejada persistente, producida por la acción suave, pero continua, del alisio, que sopla en la misma dirección sobre una extensa área, da origen a unos rompientes que igualan en fuerza a los engendrados por temporales huracanados en las regiones templadas, y no cesan de desplegar su furia. Es imposible contemplar este oleaje sin sentir la firme convicción de que cualquiera isla, aunque esté construída de la roca más dura—pórfido, granito o cuarzo—, al fin ha de ceder y quedar demolida por tan irresistible poder. Con todo, las insignificantes islitas de coral permanecen y quedan victoriosas; porque aquí otro poder, como un antagonista, interviene en la contienda. Las fuerzas orgánicas separan los átomos de carbonato de calcio uno por uno y los reúnen formando una estructura simétrica. No importa que el huracán arranque a millares enormes fragmentos, pues sus esfuerzos significan poco frente a la labor acumulada de incontables miríadas de arquitectos que trabajan día y noche durante meses y meses. Y he aquí cómo el cuerpo blando y gelatinoso de un pólipo, merced a la intervención de las leyes vitales, llega a domeñar el gran poder mecánico de las olas de un océano, a cuyo empuje ni el arte humano ni las obras de la Naturaleza inanimada pueden resistir.
No regresamos a bordo hasta cerca del anochecer, porque nos detuvimos largo tiempo en la laguna, examinando los campos de coral y las conchas gigantescas del Chama, en las que si se mete la mano no hay modo de sacarla en tanto que el molusco viva. Cerca de la cabecera de la laguna hallé, con sorpresa, una vasta extensión de más de una milla cuadrada cubierta de un bosque de delicadas ramas de coral, que, aunque erguidas, estaban muertas y descompuestas. En un principio no supe explicarme tan extraño fenómeno; pero después me ocurrió que se debía a la curiosa combinación de circunstancias que ahora expondré. Ante todo, conviene dejar sentado que los corales no pueden sobrevivir a la más breve exposición a los rayos del sol fuera del agua; de modo que el límite superior de su crecimiento está determinado por la ínfima altura a que llegan las mareas equinocciales. Sábese, por algunos mapas antiguos, que la isla larga, en la parte de barlovento, estuvo dividida antiguamente en varias isletas por anchos canales; hecho que comprueba, además, la circunstancia de ser los árboles más jóvenes en estas porciones. Mientras el arrecife estuvo en su antigua condición, las brisas fuertes, al empujar mayor cantidad de agua contra la barrera, propendían a elevar el nivel de la laguna. Ahora obran de una manera diametralmente opuesta, porque el agua de la laguna, en lugar de crecer por las corrientes de fuera, es empujada hacia el exterior por la fuerza del viento. Por eso se observa que la marea junto a la cabecera de la laguna no sube tanto cuando sopla una brisa fuerte como cuando hay calma. Esta diferencia de nivel, aunque muy pequeña sin duda, es la que, en mi concepto, ha causado la muerte de esas enramadas de coral, que en el antiguo estado del arrecife exterior habían alcanzado la altura máxima de su crecimiento.
A pocas millas al norte de Keeling hay otro pequeño atoll, cuya laguna está casi cegada con fango de coral. El capitán Ross halló embutido en el conglomerado de la costa exterior un fragmento redondeado de roca volcánica verde, algo mayor que la cabeza de un hombre; tanto le sorprendió a él y a sus compañeros, que se lo llevaron para conservarlo como una curiosidad. El hallazgo de esta piedra única en un sitio donde no hay mas que roca calcárea es, sin disputa, un caso enigmático. La isla casi no ha sido visitada en ningún tiempo, y no hay probabilidad de que haya naufragado en ella ningún barco. A falta de otra explicación mejor, he llegado a concluir que el fragmento mencionado ha debido de venir a este sitio enredado en la raigambre de algún árbol corpulento; pero cuando considero la gran lejanía de la tierra más próxima y la poca probabilidad de que hayan concurrido tantas circunstancias, como la de enredarse la piedra de ese modo, ser arrastrado el árbol al mar, flotar por tanta distancia, salir después a la playa sin avería, y, por último, encontrarse la piedra en condiciones de ser descubierta, me asalta el temor de que un transporte de tal índole no sea probable. Por lo mismo, fué grande el interés con que leí en la relación de Chamisso, el ilustre naturalista que acompañó a Kotzebue, que los habitantes del Archipiélago Radack, grupo de atolls en medio del Pacífico, obtenían piedras para aguzar sus instrumentos registrando las raíces de los árboles arrojados por el mar a la playa. Y evidentemente debió de suceder esto varias veces, puesto que se habían dictado leyes declarando que tales piedras pertenecían al jefe, imponiendo además un castigo al que intentara robarlas. Cuando se reflexiona sobre la aislada posición de estas pequeñas islas en medio del vasto océano, lo mucho que distan de todas las costas, exceptuando las de formación coralina, según testifica el gran valor concedido por los indígenas, que eran audaces navegantes, a cualquier clase de piedras [10], y la lentitud de las corrientes del mar abierto, el hallazgo de guijarros como los descubiertos entre las raíces de los árboles parece maravilloso. Pero el transporte de esas piedras puede verificarse a menudo, y si la isla a que han sido arrojadas se compusiera de otra substancia además del coral, apenas llamarían la atención, y desde luego su origen nunca podría sospecharse. Además, el medio de efectuarse el traslado podría permanecer oculto por largo tiempo, dada la probabilidad de que los árboles, especialmente los que estuvieran cargados de piedras, flotaran bajo de la superficie. En los canales de Tierra del Fuego las olas arrojan a la playa grandes cantidades de madera de deriva, y, sin embargo, rarísima vez se encuentra un árbol nadando en el agua. Estos hechos tal vez arrojen alguna luz sobre el descubrimiento de piedras ocultas, angulosas o redondeadas, embutidas en masas de fino sedimento.
Durante otro día visité la isleta Oeste, donde la vegetación crece acaso con mayor exuberancia que en ninguna otra. Los cocoteros, de ordinario, están separados; pero aquí los jóvenes se desarrollan entre los adultos, y forman con sus largas y encorvadas frondes una selva sombría. Unicamente los que lo han experimentado conocen cuán delicioso es gozar de esa sombra en los trópicos bebiendo el fresco y grato líquido del coco. En esta isla hay un gran espacio en forma de bahía, compuesto de finísima arena blanca; es perfectamente horizontal, y la marea le cubre solamente en pleamar. De esta gran bahía arrancan pequeñas calas que penetran en los bosques de los alrededores. Una extensión de brillante arena blanca, que parecía la inmóvil superficie de un lago, rodeada de cocoteros, de altos y cimbreantes troncos, formaba una vista singular y lindísima.
He aludido anteriormente a un cangrejo que se alimenta de cocos; abunda mucho en todas las partes de tierra seca, y crece hasta alcanzar un tamaño monstruoso; es muy afín o idéntico al Birgoslatro. El primer par de patas termina en pinzas muy fuertes y pesadas, y el último está provisto de otras más débiles y sumamente estrechas. A primera vista hubiera creído imposible que un cangrejo abriera un coco fuerte de dura cáscara, pero Mr. Liesk me asegura que lo ha visto ejecutar repetidas veces. El crustáceo empieza desgarrando la corteza fibra por fibra, y siempre desde el extremo en que están situados los tres hoyuelos; terminada la operación precedente, el cangrejo empieza a golpear con sus pesadas pinzas en uno de los hoyuelos, hasta practicar una abertura. Luego se vuelve, y con ayuda del par de pinzas posteriores y angostas extrae la blanca substancia albuminosa. Me parece un caso curiosísimo de instinto como no he conocido, y asimismo de adaptación de estructura entre dos objetos al parecer tan alejados uno de otro en el plan de la Naturaleza como un cangrejo y un cocotero. El Birgos es diurno en sus hábitos; pero se dice que todas las noches hace una visita al mar, indudablemente con el propósito de humedecer sus branquias. En el mar también se efectúa la fecundación de los huevos, y las crías viven por algún tiempo en la costa. Estos cangrejos habitan en profundos agujeros que hacen bajo las raíces de los árboles, y en ellas acumulan sorprendentes cantidades de fibras sacadas de la cáscara del coco, sobre las que descansan como en una cama. Los malayos, a veces, se aprovechan de esta circunstancia, y recogen las fibras para usarlas en la confección de esteras. Dichos cangrejos son un bocado excelente y, además, bajo la cola de los mayores hay una gran cantidad de grasa, que después de fundida produce en ocasiones una quinta parte de litro de aceite límpido. Algunos autores han asegurado que el Birgos trepa a los cocoteros para robar los frutos. Dudo que así pueda ser; pero si se tratara del Pandanus [11], el caso me parecería mucho más fácil. Me aseguró Mr. Liesk que en estas islas el Birgos vive sólo de los cocos que caen a tierra.
El capitán Moresby me hace saber que este cangrejo habita en los grupos Chagos y Seychelles, pero no en las Maldivas próximas. En otro tiempo abundó en Mauricio, pero ahora sólo se hallan allí unos cuantos de exiguo tamaño. En el Pacífico, esta especie, u otra de hábitos muy parecidos, habita, según se dice [12], en una sola isla coralina al norte del grupo de la Sociedad. Para dar idea de la admirable fuerza del primer par de pinzas, referiré que, habiendo encerrado uno el capitán Moresby en una caja fuerte de hoja de lata, que había contenido galletas, asegurando la tapa con un alambre, el cangrejo dobló los bordes y se escapó. Al efectuar esta operación abrió muchos agujeritos que taladraban la chapa de hoja de lata.
No poca sorpresa me causó hallar dos especies de coral del género Millepora (M. complanata y M. alcicornis) que poseían una virtud urticante. Las ramas o láminas pétreas, recién sacadas del agua, son ásperas y no viscosas al tacto, y exhalan un olor fuerte y desagradable. La propiedad urticante parece variar en los diferentes ejemplares; cuando se aprieta o frota un trozo de estos corales contra la piel de la cara o brazo, se produce de ordinario una sensación de comezón, que principia en el intervalo de un segundo y dura unos minutos. Un día, sin embargo, con sólo aplicar a mi cara una de las ramas, sentí al punto el escozor, el cual aumentó, como de costumbre, a los pocos segundos, y, manteniéndose vivo por algunos minutos, duró una media hora. La impresión era tan desagradable como la de las ortigas, pero más parecida a la que producen las medusas o Physalia. En la piel fina del brazo aparecieron unas manchitas rojas con aspecto de convertirse en ampollas; pero no sucedió así. M. Quey menciona este caso de las Milleporas, y tengo noticias de corales urticantes en las Antillas. Varios anímales marinos tienen esta propiedad de urticar; además de la Physalia, de varios pulpos y de la Aplysia o liebre de mar, de las Islas de Cabo Verde, se afirma en el viaje del Astrolabio que una Actinia o anémone de mar y una coralina flexible afín a la Sertularia poseen estos medios de ofensa y defensa. En el mar de las Indias Orientales se ha encontrado un alga urticante, según se dice.
Dos especies de peces del género Scarus, comunes aquí, se alimentan exclusivamente de coral; ambos están teñidos de un espléndido verde azulado, y la una vive invariablemente en la laguna, mientras la otra habita entre los rompientes exteriores. Mr. Liesk nos aseguró que, había visto repetidas veces bancos enteros de peces royendo con sus mandíbulas óseas las sumidades de las ramas de coral. Abrí, en efecto, los intestinos de varios, y los hallé distendidos por un cieno de arena calcárea amarillenta. Las viscosas y repugnantes Holothuria (afines a nuestras estrellas de mar), de que tanto gustan los gastrónomos chinos, se alimentan también de corales, según me participa el Dr. Allan, y, realmente, el aparato óseo que tienen en la boca parece muy bien adaptado a tal fin. Estas holoturias, los peces mencionados, las numerosas conchas perforantes donde se resguardan, y los gusanos nereidos, que perforan todos los bloques de coral muerto, deben ser agentes eficacísimos en la producción del fino y blanco cieno que cubre el fondo y las márgenes de la laguna. Sin embargo, el profesor Ehrenberg halló una porción de este cieno que cuando estaba húmedo se parecía mucho a cal pulverizada y estaba compuesto en parte de infusorios de caparazón silíceo.
12 de abril.—Por la mañana salimos de la con rumbo a la Isla de Francia. Celebro haber visitado estas islas, pues su formación debe contarse entre los objetos más admirables de este mundo. El capitán Fitz Roy no halló fondo con una sonda de 1.100 metros de largo, a la distancia de sólo dos kilómetros de la costa; de modo que esta isla forma una elevada montaña submarina, con pendiente de mayor declive que la de los conos volcánicos más abruptos. La cima, en forma de salvilla, tiene de diámetro unas 10 millas, y cada uno de los átomos que la forman [13], desde la menor partícula hasta el mayor fragmento de roca, en esta gran mole, que, sin embargo, es pequeña, comparada con muchísimas otras islas-lagunas, lleva el sello de haber sido elaborada por organismos. Nos asombramos al oír hablar a los viajeros de las vastas dimensiones de las Pirámides y otros grandes monumentos; pero ¡cuán poco significan las construcciones más colosales del hombre en comparación de estas montañas de piedra acumuladas por la acción de tiernos y diminutos animales! Esta maravilla no impresiona en un principio los ojos del cuerpo; pero al reflexionar hiere vivamente los de la razón.
Haré ahora un breve estudio de las tres grandes divisiones de arrecifes de coral, a saber: atolls, arrecifes-barrera y arrecifes franjeantes, y expondré mis puntos de vista acerca de su formación [14]. Casi todos los viajeros que han cruzado el Pacífico manifiestan en sus relatos de viaje el asombro sin límites que les produjeron las islas-lagunas o atolls, como en adelante las llamaré, usando su denominación india [15], y han intentado dar alguna explicación. Ya en fecha tan lejana como la de 1605, Pyrard de Laval exclamaba, con razón: «C'est une merueille de voir chacun de ces atollons, enuironné d'un grand banc de pierre tout autour, n'y ayant point d'artifice humain» [16].
Los primeros navegantes se figuraron que los pólipos constructores de arrecifes coralinos les daban instintivamente la forma de grandes círculos, para refugiarse en los recintos interiores; pero tan lejos está de ser así, que los corales macizos, de cuyo crecimiento en la parte exterior, expuesta al mar, depende la existencia misma del arrecife, no pueden vivir dentro de la laguna, donde prosperan otras especies de ramas delicadas. Aparte esto, según ese modo de ver hay que suponer que se combinan para el mismo fin muchas especies de distintos géneros y familias, y de semejante combinación no puede hallarse un solo ejemplo en toda la Naturaleza. La teoría que ha sido más generalmente admitida es la de que los atolls tienen por base cráteres submarinos; pero cuando se considera la forma y tamaño de algunos de ellos y el número, la proximidad y las posiciones relativas de otros, esta idea deja de parecer aceptable; así, por ejemplo, el atoll de Suadiva mide 44 millas geográficas de diámetro en una dirección, por 34 en otra; el de Rimsky tiene 54 millas de longitud por 20 de anchura, con un margen extrañamente sinuoso; el de Bow tiene una longitud de 30 millas, frente a una anchura media de sólo seis, y el de Menchicoff se compone de tres atolls, unidos o soldados entre sí. Esta teoría es, además, enteramente inaplicable a los atolls de las Maldivas septentrionales, en el Océano Indico (uno de los cuales tiene 88 millas de longitud y de 10 a 20 de ancho), porque no están rodeados, como los atolls ordinarios, por estrechos arrecifes, sino por un vasto número de pequeños atolls separados, mientras otros emergen en la gran laguna central. Una tercera teoría, más racional, es la anticipada por Chamisso. Según este naturalista, los corales crecen más vigorosamente donde están expuestos al mar libre—y así es en efecto—, por lo que los bordes exteriores deben alzarse sobre la base general antes que todas las demás partes, engendrando así la estructura en forma de anillo o de copa. Pero inmediatamente veremos que en esta teoría, como en la de los cráteres, se prescinde de una consideración importantísima, y es la del cimiento sobre que los corales constructores de arrecifes han empezado su labor, porque sabido es que esos pólipos no pueden vivir a grandes profundidades. Queda, pues, en pie la cuestión siguiente: ¿Sobre qué base o fundamento han levantado los corales sus macizas estructuras?
De los numerosos sondeos practicados cuidadosamente por el capitán Fitz Roy en la escarpada pendiente exterior del atoll de Keeling, resultó que en la distancia de 10 brazas el sebo preparado en la base del escandallo salió invariablemente marcado con impresiones de corales vivos, tan perfectamente distintas como si se le hubiera dejado caer sobre una alfombra de césped; al paso que la profundidad crecía, las impresiones se hacían menos numerosas, mientras se aumentaban las partículas de arena adheridas, hasta que al fin se vió con toda evidencia que el fondo estaba compuesto de una capa de arena fina. Insistiendo en las comparaciones del césped, las hojas de hierba escaseaban cada vez más y más, hasta que, por último, el suelo, completamente estéril, no producía nada. De estas observaciones, confirmadas por muchos otros, puede inferirse con toda seguridad que la máxima profundidad a que los corales pueden construir arrecifes está comprendida entre 20 y 30 brazas. Ahora bien: hay enormes áreas en los Océanos Pacífico e Indico en las que todas las islas son de formación coralina y se elevan sólo a la altura a que las olas pueden arrojar fragmentos y los huracanes apilar arena. Así, el grupo de atolls de Radack es un cuadrado irregular de 520 millas de largo por 240 de ancho; el Archipiélago Low tiene forma elíptica, midiendo 840 millas el eje mayor y 420 el menor; hay otros pequeños grupos e islas bajas aisladas entre estos dos archipiélagos, que marcan una faja oceánica de más de 4.000 millas de longitud, en la que ni una sola isla emerge sobre la altura especificada. Además, en el Océano Indico existe un espacio de 1.500 millas de longitud que incluye tres archipiélagos, y en ellos todas las islas son bajas y de formación coralina. Del hecho de no vivir los corales constructores de arrecifes a grandes profundidades se infiere con absoluta certeza que en la extensión entera de estas vastas áreas, doquiera que hay ahora un atoll, ha debido originariamente existir un zócalo basal, a la profundidad de 20 ó 30 brazas de la superficie. Es en sumo grado improbable que hayan podido depositarse en las partes centrales y más profundas de los Océanos Pacífico e Indico bancos de sedimentos anchos, elevados, aislados, de escarpadas pendientes, dispuestos en grupos y líneas de centenares de leguas, a distancia inmensa de cualquiera de los continentes y en lugares donde el agua es perfectamente límpida. Es igualmente improbable que las fuerzas elevatorias hayan hecho emerger en las vastas áreas antes mencionadas grandes e innumerables bancos de roca, cuyas cimas permanecieron bajo la superficie del agua a una profundidad de 20 ó 30 brazas, o de 120 a 180 pies, sin que ni un solo pico sobresaliera de ese nivel; porque, recorriendo la superficie entera del Globo, ¿dónde hallaremos una sola cadena de montañas, aun de algunos centenares de millas de longitud, que se mantenga unos cuantos pies bajo un nivel dado, sin un solo pico que se eleve sobre dicho límite? Si, pues, los cimientos de donde parten los arrecifes coralinos de los atolls no se han formado por sedimentación ni tampoco han sido levantados por las fuerzas subterráneas hasta el nivel requerido, resta únicamente que hayan descendido hasta el mismo, y estas hipótesis resuelven al punto la dificultad. Porque al paso que se sumergían lentamente en el agua, montaña tras montaña e isla tras isla, íbanse preparando sucesivamente nuevas bases para el desarrollo de los corales. No cabe detenerse aquí a examinar todos los pormenores; pero no vacilo en desafiar [17] a cualquiera a que explique de algún otro modo cómo se concibe que se hallen distribuidas en tan vastas áreas esas numerosas islas, todas ellas bajas y todas construídas por corales, que requieren en absoluto un zócalo basal, dentro de una profundidad limitada a partir de la superficie.
Antes de explicar cómo los arrecifes en forma de atoll adquieren su peculiar estructura, necesito pasar a la segunda división, o sea a los arrecifes-barrera. Estos, o se extienden en línea recta frente a las costas de un continente o de una gran isla, o cercan pequeñas islas; en ambos casos están separados de la tierra por un canal de agua, ancho y algo profundo, análogo a la laguna interior de los atolls. No deja de ser extraño que se haya prestado tan poca atención a los arrecifes-barrera circundantes, y, sin embargo, sus estructuras son verdaderamente maravillosas.El grabado adjunto representa parte de la barrera que rodea la isla de Bolabola, en el Pacífico, tal como aparece vista desde uno de los picos centrales. En este caso la línea entera del arrecife ha emergido, convirtiéndose en tierra seca; pero ordinariamente se observa una línea nívea de grandes rompientes, con sólo una islita baja aquí y allá, coronada de cocoteros, que separa las obscuras masas de agua del océano de las verdeclaras del canal-laguna, perfectamente tranquilas. Estas generalmente bañan una franja de bajo suelo aluvial poblada de las más bellas producciones de los trópicos y tendida al pie de las agrestes y abruptas montañas centrales.
Los arrecifes-barrera circundantes son de todos tamaños, desde tres a cerca de cuarenta y cuatro millas de diámetro, y el que se extiende frente a un lado de Nueva Caledonia, y rodea sus dos extremos, tiene 400 millas de largo [18]. Cada arrecife incluye una, dos o varias islas de rocas de diferentes alturas, y en un caso, hasta doce islas separadas. El arrecife corre a mayor o menor distancia de la tierra encerrada por él; en el Archipiélago de la Sociedad, generalmente de una a tres o cuatro millas; pero en Hogoleu el arrecife dista 20 millas en el lado meridional y 14 en el opuesto, o septentrional, de las islas incluidas. La profundidad dentro del canal-laguna varía también mucho: como término medio pueden tomarse de 10 a 30 brazas [19]; pero en Vanikoro hay espacios cuya profundidad no baja de 56 brazas ó 102 metros. Por la parte interior el arrecife, o forma una pendiente suave hacia el canal-laguna, o termina en un muro perpendicular, que a veces desciende bajo el agua entre 200 y 300 pies; exteriormente el arrecife surge, como un atoll, de un modo extremadamente abrupto, de las profundidades del océano. ¿Puede haber nada más singular que estas estructuras? Permítasenos una isla que puede compararse a un castillo situado en la cima de una elevada montaña submarina, protegido por un gran muro de roca de coral, siempre escarpado, roto aquí y allá por angostas brechas, aunque suficientemente anchas para dar entrada a los mayores barcos dentro del amplio y profundo pozo en forma de corona circular.
En todo lo concerniente al verdadero arrecife de coral no hay la menor diferencia en el tamaño general, perfil, sistema de agrupación y aun menudos pormenores de estructura entre una barrera y un atoll. El geógrafo Balbi ha observado con razón que una isla cercada de calcáreas masas de coral es un atoll con una montaña que emerge de la laguna; suprímase ésta, y queda un atoll perfecto.Pero ¿cuál es la causa que ha hecho emerger estos arrecifes a distancias tan grandes de las playas de las islas incluídas en ellas? No hay que decir que los corales no crezcan cerca de tierra, porque las márgenes interiores del canal-laguna, cuando no están rodeadas de suelo aluvial, tienen a menudo franjas de arrecifes vivos, y pronto veremos que existe una clase entera, denominada por mí arrecifes franjeantes por estar situados muy cerca de los continentes y de las islas. De nuevo pregunto: ¿Sobre qué han basado sus estructuras circundantes los corales constructores de arrecifes que no pueden vivir a grandes profundidades? He aquí una gran dificultad aparente, análoga a la que se ofrece en el caso de los atollsy y que generalmente ha pasado inadvertida. El asunto se comprenderá con mayor claridad examinando las anteriores secciones, tomadas de la realidad, en dirección Norte-Sur, al través de las islas, con sus arrecifes-barrera, de Vanikoro, Gambier y Maurua; y se han dibujado tanto en proyección vertical como en horizontal, a la misma escala, de un cuarto de pulgada por milla.
Hay que observar que si las secciones se hubieran tomado en otra dirección cualquiera, tanto al través de esas islas como de otras muchas encerradas en un círculo de arrecifes, los rasgos generales habrían sido los mismos. Ahora bien: teniendo presente que los corales constructores de arrecifes no pueden vivir a mayor profundidad que la de 20 ó 30 brazas, y que, siendo la escala tan pequeña, los tracitos verticales de la derecha representan sondas de 200 brazas, ¿sobre qué descansan estos arrecifes-barrera? ¿Hemos de suponer que cada isla está rodeada de un borde submarino de roca en forma de collar, o de un gran banco de sedimento que termina abruptamente donde lo hace el arrecife? Si el mar hubiera roído y penetrado mucho dentro de las islas antes de estar protegidas por los arrecifes, habiendo dejado así un borde somero alrededor de ellas bajo el agua, las costas actuales se presentarían inevitablemente limitadas por grandes precipicios; pero muy rara vez ocurre esto. Además, en este supuesto, no es posible explicar por qué los corales habrían surgido como un muro desde el margen exterior extremo del borde, dejando a menudo un ancho espacio de agua en el interior, demasiado profundo para el desarrollo de corales. La acumulación de un amplio banco de sedimento todo en torno de estas islas, y de ordinario más ancho donde son numerosas las islas incluidas, es sobremanera improbable, considerando sus situaciones descubiertas en las partes más centrales y profundas del océano. En el caso del arrecife-barrera de Nueva Caledonia, que se extiende 150 millas allende la punta septentrional de la isla, siguiendo la misma línea recta con que corre frente a la costa oeste, apenas cabe creer que pudiera haberse depositado así un banco rectilíneo frente a una isla elevada, y a tanta distancia de su terminación en el mar libre. Por último, si fijamos la atención en otras islas oceánicas de altura aproximadamente iguales y análoga constitución geológica, pero no rodeadas de arrecifes de coral, en vano buscaremos en torno de ellas una profundidad tan insignificante como la de 30 brazas, como no sea muy cerca de sus costas. ¿Sobre qué descansan—repito—estos arrecifes-barrera? ¿Por qué se apartan tanto de la tierra circundada, mediante la interposición de sus profundos y anchurosos canales en forma de foso? Pronto veremos cuán fácilmente se desvanecen estas dificultades.
Pasemos ahora a nuestra tercera clase de arrecifes, esto es, franjeantes, que requerirán una descripción muy breve. Donde la tierra desciende bruscamente bajo el agua, dichos arrecifes tienen sólo algunos metros de anchura, formando una mera cinta o franja en torno de las costas; diversamente, donde la tierra desciende suavemente dentro del mar, el arrecife se extiende más, a veces hasta una milla de tierra; pero en tales casos los sondeos en la parte exterior del arrecife muestran siempre que la prolongación submarina de la tierra tiene una inclinación suave. De hecho, los arrecifes se extienden sólo a la distancia de la costa a que se halla una base que se mantenga a la requerida profundidad de 20 ó 30 brazas. Por lo que hace al arrecife como tal, no hay diferencia que distinga esencialmente el de franja del de barrera o atoll; el primero, sin embargo, es por lo regular menos ancho, y, consiguientemente, son muy contadas las islas que en él se forman. A consecuencia de crecer los corales más vigorosamente por la parte exterior, y por los efectos nocivos del sedimento arrastrado al interior, el borde externo del arrecife es la parte más alta, y entre él y la tierra hay de ordinario un canal arenoso y somero, con sólo unos pies de profundidad. Donde se han acumulado cerca de la superficie bancos de sedimento, como en algunas partes de las Antillas, a veces se guarnecen de franjas de corales, y, por tanto, semejan en cierto grado islas-lagunas o atolls; así como los arrecifes franjeantes que rodean islas de suave pendiente tienen cierto parecido con los arrecifes-barrera.Fig. 6-ª—Corte de un arrecife coralino (Isla de Bolabola).
A A, bordes exteriores del arrecife franjeante al nivel del mar.—B B, playas de la isla franjeada.
A A', bordes exteriores del arrecife después de su crecimiento hacia arriba, durante un periodo de sumersión, convertido ahora en una barrera, con islitas.—B B', playas de la isla ahora cercada.—C C, canal-laguna. N. B.—En éste y en el grabado siguiente, la sumersión del país puede representarse solamente por una aparente elevación del nivel del mar.
Toda teoría sobre la formación de los arrecifes de coral que no incluya las tres grandes clases de los mismos no puede considerarse como satisfactoria. Según lo expuesto, nos vemos forzados a creer en la sumersión de esas vastas áreas salpicadas de islas bajas, de las que ninguna se eleva sobre la altura a que los vientos y olas pueden arrojar materiales, y que, no obstante, están construídas por animales que requieren una base y que esta base no esté situada a gran profundidad. Consideremos una isla rodeada de arrecifes franjeantes que no ofrezca dificultad en su estructura, y supongamos que esta isla, con su arrecife, representada en el grabado por las líneas continuas, se sumerge lentamente. Ahora bien: al paso que la isla se hunde a algunos pies, de una vez o por grados insensibles, podemos colegir con certeza, por lo que sabemos de las condiciones favorables al crecimiento del coral, que las masas vivas bañadas por la marejada en el margen del arrecife no tardarán en ganar de nuevo la superficie. El agua, entre tanto, invadirá poco a poco la costa, haciendo que la isla sea cada vez más baja y pequeña, y, a proporción, más ancho el espacio entre el borde interior del arrecife y la playa. Las líneas punteadas de la figura dan una sección del arrecife y de la isla en ese estado, después de una sumersión de varios centenares de pies. Se supone que se han formado islítas de coral sobre el arrecife y que un barco está anclado en el canal-laguna. Dicho canal será más o menos profundo según la rapidez e importancia de la sumersión, la cantidad de sedimento en él acumulado y el desarrollo de las delicadas ramas de corales que allí puedan vivir. La sección en este caso se parece por todos conceptos a la trazada por una isla incluída en un círculo; de hecho es una sección real (en la escala de 0,517 de pulgada por milla) [20] con la que se supone cortada la isla de Bolabola, en el Pacífico. Inmediatamente podemos ver ahora por qué los arrecifes-barrera circundantes distan un tan ancho espacio de las costas situadas frente a ellos. Veremos asimismo, sin necesidad de más explicaciones, que una línea perpendicular bajada desde el borde exterior del nuevo arrecife hasta el cimiento de roca sólida que sostiene el antiguo arrecife franjeante excederá el reducido límite de profundidad en que los corales pueden vivir en tantos pies como los que la isla se ha sumergido; pero los minúsculos arquitectos habrán levantado sus grandes masas en forma de muro, mientras el conjunto se hundía sobre la masa construída por otros corales y sus fragmentos consolidados. De este modo desaparece la dificultad, que parecía tan grande, sobre este punto.
Si en lugar de una isla hubiéramos considerado la orilla de un continente franjeado de arrecifes, suponiendo que la costa y éstos se hubieran sumergido, evidentemente habría resultado una gran barrera, como la de Australia o Nueva Caledonia, separada de la tierra por un ancho y profundo canal.
Fig. 12.—Corte de un arrecife coralino (isla de Bolabola).
A' A', bordes exteriores del arrecife-barrera al nivel del mar, con islitas.
B' B', las costas de la isla incluída.—C C, el canal-laguna.
A" A", bordes exteriores del arrecife, ahora convertido en un atoll.—C', la laguna central del nuevo atoll.
N. B.—El dibujo está hecho de acuerdo con la verdadera escala; pero se han exagerado mucho las profundidades del canal-laguna y de la laguna central.
Volvamos a nuestro arrecife-barrera circundante, cuya sección aparece ahora representada por líneas de trazo continuo, ya que, según he dicho, es una sección real de Bolabola, y supongamos que continúa la sumersión. Mientras el arrecife-barrera se hunde lentamente, los corales crecerán hacia arriba con gran vigor; pero al descender la isla, el agua va inundando la costa pulgada a pulgada; las cimas de alturas aisladas formarán en un primer período islas distintas dentro de un gran arrecife, y finalmente desaparecerá el último y más elevado pico. En el instante de verificarse esto queda formado un atoll perfecto, porque, como he dicho, suprímase la tierra alta que emerge dentro de un arrecife-barrera circundante, y resultará un atoll. Pues bien: esto es lo que se ha verificado en nuestro caso al realizarse la sumersión. Ahora se comprende que los atolls, habiendo derivado de arrecifes-barrera circundantes, se parezcan a éstos en el tamaño general, forma, modo de estar agrupados y disposición en líneas simples o dobles, pues podrían considerarse como mapas mal perfilados de las islas hundidas que yacen debajo. También podemos ver, además, de qué proviene que los atolls de los océanos Pacífico e Indico se extiendan en líneas paralelas a la dirección predominante de las altas islas y grandes líneas costeras de estos océanos. Me atrevo, pues, a afirmar que en la teoría del crecimiento ascendente de los corales durante el hundimiento del terreno se explican sencillamente todos los principales caracteres de tan admirables estructuras como los atolls o islas-lagunas, que por tanto tiempo han llamado la atención de los viajeros, y los no menos admirables arrecifes-barrera, bien rodeen pequeñas islas, bien se extiendan por centenares de millas a lo largo de las costas de un continente [21].
Tal vez se me pregunte si puedo presentar alguna prueba directa de la sumersión de los arrecifes-barrera o atolls; pero no ha de olvidarse cuán difícil será descubrir un movimiento que propende a ocultar bajo el agua la parte afectada. Sin embargo, en el atoll de Keeling observé en todos los bordes de la laguna viejos cocoteros, que, por tener minado el suelo, amenazaban caer; y en cierto sitio, los postes que servían de sostén a un sotechado situado siete años antes precisamente encima de la señal superior de la pleamar, ahora eran mojados todos los días por la marea; practicando averiguaciones, hallé que durante los últimos diez años se habían sentido aquí tres terremotos, uño de ellos terrible. En Vanikoro el canal-laguna es de una profundidad notable; apenas se había acumulado al pie de las altas montañas incluídas algún terreno aluvial, y también son muy escasas las islas formadas por la aglomeración de fragmentos y arena en el arrecife-barrera en forma de muro. Estos hechos y algunos otros análogos me inducen a creer que dicha isla debe de haber bajado de nivel en época reciente y que el arrecife ha crecido hacia arriba; también aquí los terremotos son frecuentes y violentos. Por otra parte, en el Archipiélago de la Sociedad, donde los canales-lagunas casi se han cegado con la excesiva acumulación de tierra aluvial, y donde en algunos casos han surgido largas islas sobre los arrecifes-barrera—hechos todos que demuestran no haberse hundido el terreno muy recientemente—, rarísima vez se sienten, a lo sumo, débiles sacudidas. En estas formaciones de coral, donde la tierra y el agua luchan por predominar, necesariamente ha de costar gran trabajo distinguir entre los efectos de un cambio en la marcha de las mareas y los de una ligera sumersión. Que muchos de estos arrecifes y atolls están sujetos a cambios de alguna clase, es cierto; en algunos atolls las islitas parecen haber crecido mucho durante el último período, y en otros han sido arrasadas por las olas total o parcialmente. Los habitantes de ciertos puntos del Archipiélago de las Maldivas conocen la fecha de la primera formación de algunas islitas; en otras partes, los corales prosperan ahora en arrecifes sumergidos, donde las boyas hechas para sepulturas atestiguan la existencia de tierra habitada en lo pasado. Es difícil creer que ocurran cambios frecuentes en las corrientes de marea en un océano abierto, y, a la vez, tenemos en los terremotos recordados por los naturales, en algunos atolls y en las grandes grietas observadas en otros pruebas evidentes de cambios y trastornos progresivos en las regiones subterráneas.
Es evidente, en nuestra teoría, que las costas meramente franjeadas por arrecifes no pueden haberse hundido en cantidad perceptible, y, por tanto, desde que sus corales empezaron a crecer deben de haber permanecido estacionarias o haberse elevado. Ahora bien: merece notarse que cabe evidenciar, de un modo general, por la presencia de restos orgánicos emergidos que las islas franjeadas han sido levantadas y en tal concepto tenemos un testimonio indirecto en favor de nuestra teoría. De un modo particular me llamó la atención este hecho cuando vi, con gran sorpresa, que las descripciones dadas por Quoy y Gaimard eran aplicables, no a los arrecifes en general, como ellos suponen, sino solamente a los franjeantes; sin embargo, mi extrañeza cesó cuando hallé, más tarde, por extraña casualidad, que todas las diversas islas visitadas por estos eminentes naturalistas se habían elevado en una época geológica relativamente cercana, según se deducía de sus propias afirmaciones.
No sólo los grandes rasgos de la estructura de los arrecifes-barrera y de los atolls, así como su mutua semejanza en forma, tamaño y otros caracteres, se explican en la teoría de la sumersión—teoría que, fuera de eso, nos vemos forzados a admitir respecto de las mismas áreas en cuestión, a causa de la necesidad de hallar bases para los corales dentro de la profundidad requerida—, sino que, además, quedan también sencillamente aclarados numerosos detalles de estructura y ciertos casos excepcionales [22]. Presentaré únicamente unos cuantos ejemplos. En los arrecifes-barrera se ha notado desde hace tiempo, con sorpresa, que los pasos a través de los arrecifes estaban precisamente enfrente de los valles de la tierra incluída, aun en los casos en que el arrecife está separado de la tierra por un canal-laguna, tan ancho y aun más profundo que el paso mismo, que apenas se concibe la posibilidad de que el agua o sedimento procedentes de esos valles, en cantidades relativamente pequeñas, sean capaces de perjudicar a los corales del arrecife. Ahora bien: todos los arrecifes franjeantes presentan brechas de poca anchura frente a los más pequeños arroyuelos, aunque estén secos durante la mayor parte del año, porque el cieno, arena o grava que ocasionalmente baja por ellos mata los corales en que se deposita. Por consiguiente, cuando una isla así franjeada se sumerge, aunque la mayor parte de las angostas entradas se cierren, probablemente por el crecimiento exterior y ascendente de los corales, sin embargo, algunas que no se cierran (y siempre debe de haberlas de esta clase, a causa del sedimento y agua impura que salen del canal-laguna) conservarán su posición exactamente frente a las partes superiores de esos valles, en cuyas entradas la base primitiva del arrecife franjeante estuvo rota.
Fácilmente podemos comprender cómo una isla que tenga un arrecife-barrera frente a un solo lado, o bien frente a un lado y los dos extremos, puede, a consecuencia de un hundimiento continuado por largo tiempo, convertirse, bien en un sencillo arrecife en forma de muro, o bien en un atoll con un gran estribo saliente en dirección perpendicular, o en dos o tres atolls enlazados entre sí por arrecifes rotos; cosas todas excepcionales, que de hecho se presentan. Como los corales constructores de arrecifes necesitan alimento, y son devorados por otros animales, y mueren a causa del sedimento que sobre ellos cae, y tal vez son transportados a profundidades de las que no pueden volver a salir, no debemos extrañarnos de que, tanto los arrecifes de atolls como los de barrera, sean incompletos en algunas partes. La gran barrera de Nueva Caledonia está así, incompleta y rota en varias partes; de ahí que, después de una larga sumersión, ese gran arrecife no haya producido un gran atoll de 400 millas de longitud, sino una cadena o archipiélago de atolls de casi las mismas dimensiones que los del Archipiélago de las Maldivas. Además, abiertas brechas en los lados opuestos de un atoll, efecto de la probabilidad de que pasen por ellas las corrientes oceánicas y de mareas, difícilmente se concibe que los corales, especialmente durante una sumersión continuada, puedan unir los bordes rotos; si no lo efectúan, como toda la arena cae en el fondo, un atoll se dividirá en dos o más. En el Archipiélago de las Maldivas hay distintos atolls, tan relacionados entre sí en su situación y tan separados por canales insondables o muy profundos (el canal existente entre los atolls Ross y Ari tienen una profundidad de 150 brazas, y 200 el que hay entre el norte y sur de los atolls Nillandoo), que es imposible contemplarlos en el mapa sin sentirse arrastrado a creer que en otro tiempo estuvieron íntimamente unidos. Y en este mismo archipiélago, el atoll Mahlos-Mahdoo está dividido por un canal bifurcado de 100 a 132 brazas de profundidad, de tal modo, que apenas puede decirse si, en todo rigor, debería considerarse como un grupo de tres atolls separados o como un gran atoll aun no del todo dividido.
No descenderé a dar muchos más detalles; pero debo observar que la curiosa estructura de los atolls de las Maldivas septentrionales (teniendo en consideración la libre entrada del mar por sus rotas márgenes) se explica de un modo sencillo por el crecimiento exterior y ascendente de los corales, originariamente apoyados ambos sobre pequeños arrecifes separados en sus lagunas, como sucede en los atolls comunes, y las porciones rotas del arrecife marginal lineal, como el que limita todos los atolls de forma ordinaria. No puedo abstenerme de insistir una vez más sobre la singularidad de estas complejas estructuras, cuyo aspecto general es como sigue: un gran disco arenoso y generalmente cóncavo emerge abruptamente del insondable océano, presentando su superficie interior salpicada y su contorno simétricamente bordado con cuencas ovales de roca de coral; estos recintos se levantan apenas sobre la superficie del agua y a veces están vestidos de vegetación, y ¡contiene cada uno un lago de agua clara!
Un pormenor más: como en dos archipiélagos coralinos próximos se da el caso de florecer los corales en uno y no en el otro, y como las numerosas circunstancias antes enumeradas deben afectar su existencia, sería un hecho inexplicable que durante los cambios a que tierra, aire y agua están sujetos los corales constructores de arrecifes de coral permanecieran vivos perpetuamente en un sitio o área determinados. Y como, según nuestra teoría, las áreas que incluyen atolls y arrecifes-barrera están en proceso de sumersión, deberán hallarse de cuando en cuando arrecifes muertos y sumergidos. En todos los arrecifes, a causa de ser arrastrado el sedimento de la laguna o canal-laguna hacia sotavento, ese lado es el menos favorable al prolongado y vigoroso crecimiento de los corales; de ahí que en dicho lado se encuentren con frecuencia porciones muertas de arrecifes, los cuales no son frecuentes en sotavento, y éstos, aunque conservando aún su forma propia, parecida a un muro, yacen ahora sumergidos a varias brazas debajo de la superficie. El grupo de Chagos, por alguna causa desconocida, acaso por haber sido muy rápida la sumersión, al presente parece reunir condiciones menos favorables al desarrollo de arrecifes que en tiempos pasados; un atoll tiene una porción de su arrecife marginal, de nueve millas de longitud, muerta y sumergida; un segundo atoll sólo posee unos cuantos pequeños puntos vivos, que salen a la superficie; otros dos están enteramente sumergidos y muertos, y un quinto es una mera ruina con su estructura obliterada. Es digno de notarse que en todos estos casos los arrecifes, total o parcialmente muertos, yacen casi a la misma profundidad, esto es, a unas seis u ocho brazas bajo la superficie, como si hubieran descendido obedeciendo a un movimiento uniforme. Uno de estos «atolls medio ahogados», como los llama el capitán Moresby (a quien debo muchas y valiosas noticias) es de gran tamaño, pues mide 90 millas náuticas de un borde al opuesto, en una dirección, y 70 en otra, y es, en muchos respectos, eminentemente curioso. Como, según mi teoría, por regla general deben formarse nuevos atolls en cada nueva área de sumersión, podrían proponerse dos objeciones de paso: la primera es que los atolls debieran crecer indefinidamente en número, y la segunda, que en las antiguas áreas de sumersión cada atoll separado debiera aumentar sin límite su espesor, de no haber sido aducidas pruebas de su destrucción fortuita. Hemos, pues, trazado la historia de estos grandes anillos de roca coralina desde su primer origen, siguiendo sus cambios normales y accidentes varios de su existencia, hasta terminar con su muerte y obliteración final.
En mi libro sobre las Formaciones de coral he publicado un mapa, en el que he coloreado de azul obscuro todos los atolls; de azul pálido, los arrecifes-barrera, y de rojo, los arrecifes franjeantes. Estos últimos se han formado mientras la tierra permanecía estacionaria, o, según demuestra la presencia frecuente de restos orgánicos a ciertas alturas, durante un período de elevación lenta; los atolls y arrecifes-barrera, por otra parte, han crecido en sentido ascendente, mientras se efectuaba el movimiento directamente opuesto de sumersión, que debe haber sido muy gradual, y en el caso de los atolls, tan vasto en magnitud, que ha sepultado todas las cimas de las montañas en amplias extensiones oceánicas. Ahora bien: en este mapa vemos que los arrecifes teñidos de azul obscuro y pálido, según mi teoría producidos por un movimiento del mismo orden, se hallan, por regla general, situados manifiestamente unos cerca de otros. Además, vemos que las áreas comprendidas por las dos tintas azules son de gran extensión y están separadas de grandes líneas de costa coloreadas de rojo, circunstancias ambas que podrían haberse inferido sin esfuerzo partiendo de la teoría de que la naturaleza de los arrecifes ha sido dirigida por la índole especial de los movimientos terrestres. Merece notarse que, en más de un caso, donde se aproximan círculos aislados, rojos y azules, puedo demostrar que ha habido oscilaciones de nivel; porque en tales casos los círculos rojos o franjeados se componen de atolls formados primeramente, según mi teoría, durante la sumersión del terreno, pero elevados después; y, de otra parte, algunas de las islas rodeadas de arrecifes que llevan el color azul pálido se componen de rocas de coral elevadas, según creo, a su altura actual antes de realizarse el descenso o emersión, durante el cual crecieron en sentido ascendente los arrecifes-barrera que ahora existen.
Algunos autores han hecho notar, con sorpresa, que los atolls, no obstante ser las estructuras coralinas más comunes en enormes extensiones oceánicas, faltan enteramente en otros mares, como los de las Antillas; y ahora comprenderemos inmediatamente la causa por qué donde no ha habido sumersión no han podido formarse atolls, y en el caso de las Antillas y algunas partes de las Indias Orientales, se sabe que han emergido dentro del período reciente. Las áreas mayores, coloreadas de azul y rojo, presentan toda una forma alargada, y entre los dos colores hay cierto grado de imperfecta sucesión alternada, como si el levantamiento de unos terrenos hubiera contrarrestado el hundimiento de otros. Atendiendo a las pruebas de elevación reciente, así en las costas franjeadas de arrecifes como en algunas otras (por ejemplo, en Sudamérica), donde no hay tales formaciones, nos vemos inducidos a concluir que los grandes continentes son en su mayor parte áreas de elevación; y de la naturaleza de los arrecifes de coral inferimos que las partes centrales de los grandes océanos son áreas de depresión. El Archipiélago de las Indias Orientales, que es la tierra más quebrada del mundo, constituye en muchas de sus partes un área de elevación, pero cercada y penetrada, probablemente en más de un punto, por estrechas áreas de sumersión.
He señalado con manchas de bermellón todos los numerosos volcanes activos que se conocen, dentro de los límites de este mismo mapa. Y es en extremo sorprendente que falten del todo esas manchas en todas las grandes áreas de sumersión, coloreadas de azul pálido u obscuro; pero no menos llama la atención la coincidencia de las principales cadenas volcánicas con las partes coloreadas de rojo, que, según mis conclusiones, o han permanecido estacionadas por largo tiempo, o, más generalmente, se han elevado en época no remota. Aunque unas cuantas manchas de bermellón aparezcan a no mucha distancia de círculos aislados teñidos de azul, sin embargo, ni un solo volcán activo está situado a menos de varios centenares de millas de un archipiélago o pequeño grupo de atolls. Por lo mismo, es un caso sorprendente y excepcional el del Archipiélago de los Amigos, que consiste en un grupo de atolls, primero emergidos y después desgastados en parte, en el que se sabe que han estado en actividad dos volcanes y acaso más. De otro lado, aunque la mayor parte de las islas del Pacífico que están cercadas por arrecifes-barrera son de origen volcánico y pueden distinguirse a menudo los restos de cráteres, no se tiene noticia de que ninguno haya estado en erupción. En estos casos podría deducirse, al parecer, que los volcanes entran en actividad y se extinguen en unos mismos lugares, según que prevalezcan en ellos los movimientos elevatorios o de sumersión. Hechos innumerables podrían aducirse para probar que los restos orgánicos emersos a ciertas alturas abundan dondequiera que hay volcanes activos; pero hasta que pueda demostrarse que en áreas de sumersión o no existen volcanes o están extinguidos, la conclusión de que se hallen distribuidos en la superficie terrestre según las zonas de elevación o depresión, aunque probable en sí misma, sería aventurada. Sin embargo, en vista de lo expuesto, creo que podemos admitir de buen grado esta deducción tan importante.
Echando una mirada final al mapa, y teniendo presentes las afirmaciones hechas respecto a los restos orgánicos emersos, no podemos menos de contemplar con asombro las vastas extensiones que han sufrido cambios de nivel, bien elevándose, bien descendiendo, dentro de un período no remoto geológicamente. También parece inferirse que los movimientos elevatorios y de sumersión siguen casi las mismas leyes. En todos los espacios salpicados de atolls, donde ni un solo pico montañoso emerge sobre el nivel del mar, la sumersión debe haber alcanzado inmensas proporciones. Además, el hundimiento de la corteza terrestre, continuado o recurrente con intervalos bastante largos para permitir a los corales levantar de nuevo sus viviendas hasta la superficie, necesariamente ha debido ser extremadamente lento. Esta conclusión es probablemente la más importante que puede deducirse del estudio de las formaciones de coral, y es, a la vez, de tal índole, que no se concibe cómo hubiera podido llegarse a ella por otro camino. Tampoco he de pasar en silencio la probabilidad de que hayan existido en tiempos pasados grandes archipiélagos de islas altas donde ahora sólo bajos anillos de rocas coralinas rompen apenas la libre extensión del mar, pues esa hipótesis arroja alguna luz sobre la distribución de los habitantes de otras islas elevadas, que al presente han quedado tan inmensamente distantes unas de otras en medio de los grandes océanos. A no dudarlo, los corales constructores de arrecifes han producido y conservado testimonios admirables de las subterráneas oscilaciones de nivel; en cada arrecife-barrera tenemos una prueba de que la tierra ha descendido, y en cada atoll, un monumento sobre una isla ahora sumergida. De este modo podemos, a semejanza de un geólogo que hubiera vivido diez mil años y conservado el recuerdo de los cambios pasados, llegar a comprender algo del gran sistema por el que la superficie de este globo se ha roto, y los intercambios entre el agua y la tierra.
- ↑ Constituyen las Keeling (o Cocos-Keeling) un grupo de islitas (véase el mapa al final del tomo II), situadas entre 12° 8' y 10° 13' de lat. S., a 96° 53' de long. E. Greenwich y a 700 millas del SW. de Java.
Consisten en dos pequeños arrecifes anulares con islas, formando dos plataformas aisladas que surgen, escalonadamente, desde la profundidad de 2.000 brazas. Ambas son atolls, con lagunas centrales y bajas islas de coral. Fueron descubiertas en 1609 por el capitán Keeling y visitadas por Darwin en 1836—como aquí se lee—, y en su estudio basó su famosa teoría de la formación de los arrecifes de coral y de la sumersión de la faja tropical del mundo. La erupción de 1876 ha sugerido la creencia de que su formación coralina se apoya en un pico volcánico a no gran profundidad. (Wood-Jones, F., Coral and «atolls», 1910.)
Su posición tropical explica la cuantía de sus lluvias (en torno de 1.000 mm. anuales), acompañadas a veces de furiosos vendavales. Las plantaciones de las islas son en su mayor parte de cocoteros. En el atoll norte, deshabitado, hay algún guano. El meridional tiene unos 700 habitantes, en su mayor parte de origen malayo.—Nota de la edic. española.
- ↑ Toda la flora que Darwin encontró en las Islas Keeling ha sido identificada como indígena de las islas de Sumatra y Java, o de la península de Malaca.—Nota de la edic. española.
- ↑ Se hallan descritas estas plantas en los Annals of Nat. Hist. vol. I, 1838, pág. 337.
- ↑ Holman, Travels, vol. IV, pág. 378.
- ↑ Probablemente alude aquí Darwin a la madera satin Flindersia oxleyana.—Nota de la edic. española.
- ↑ Primer viaje de Kotzebue, vol. III, pág. 155.
- ↑ Las 13 especies pertenecen a los siguientes órdenes: Entre los Coleópteros, un diminuto elatérido; de los Himenópteros, dos hormigas; de los Ortópteros, un grillo y una Blatta; de los Hemípteros, una especie; de los Homópteros, dos; de los Neurópteros, una Chrysopa; de los Lepidópteros nocturnos, una Diopaea y un Pterophorus (?), y de los Dípteros, dos especies.
- ↑ Primer viaje de Kotzebue, vol. III, pág. 222.
- ↑ Las grandes pinzas de algunos de estos crustáceos, al contraerse, forman un admirable opérculo que cierra la boca de la concha con tanta perfección como pudiera hacerlo el del molusco primitivo. Me aseguraron, y lo vi confirmado por mis observaciones, que ciertas especies de cangrejos ermitaños usan siempre determinadas especies de conchas.
- ↑ Algunos indígenas llevados por Kotzebue a Kamtschatka recogieron piedras para llevarlas a su país.
- ↑ Véase Proceedings of Zoological Society, 1832, pág. 17.
- ↑ Tyerman y Bennet, Voyage, etc., vol. II, pág. 33.
- ↑ Excluyo, por supuesto, alguna tierra importada aquí en navíos desde Malaca y Java, y asimismo algunos pequeños trozos de pómez, arrastrados por las olas. También debe exceptuarse el único bloque de roca volcánica verdosa hallado en el norte de la isla.
- ↑ La Memoria escrita sobre el asunto se leyó por primera vez ante la Sociedad Geológica de Londres en mayo de 1837, y con posterioridad a esa fecha he desenvuelto mis ideas en un volumen aparte sobre la Estructura y distribución de los arrecifes de coral. (Véase «Nota biográfica» acerca de Darwin en el tomo I.)
- ↑ La palabra atoll, aceptada ya por todos los fisiógrafos, deriva de la voz maldiva atolu, por ser atolls típicos los del archipiélago de las Islas Maldivas.—Nota de la edic. española.
- ↑ Es una maravilla ver cada uno de esos atolls rodeado de un gran banco de piedra, sin artificio humano alguno.
- ↑ Es digno de notarse que Mr. Lyell, aun en la primera edición de sus Principles of Geology, infirió que el área de sumersión en el Pacífico debía haber excedido a la de elevación, a causa de ser la extensión de tierra muy pequeña relativamente a los agentes que propendían a formarla en dicho mar, a saben el desarrollo de los corales y la acción volcánica.
- ↑ Véase Cook (J.), Viaje a las regiones meridionales y alrededor del mundo, tomos II y III de la colección de Viajes clásicos, editada por Calpe.—Nota de la edic. española.
- ↑ La braza inglesa tiene seis pies ó 1,8288 metros.—Nota de la edic. española.
- ↑ En nuestro sistema métrico la equivalencia es de 8 mm. por kilómetro.—Nota de la edic. española.
- ↑ Altamente satisfactorio me ha sido hallar el siguiente pasaje en un folleto de Mr. Couthouy, uno de los naturalistas de la gran expedición antártica de los Estados Unidos: «Habiendo examinado personalmente un gran número de islas de coral y residido ocho meses entre las volcánicas que tienen arrecifes cercanos a la costa, en parte circundantes, me permito aseverar que de mis observaciones he sacado una convicción profunda en la exactitud de la teoría de Darwin.» Sin embargo, los naturalistas de esta expedición se apartaban de mis ideas sobre algunos puntos relativos a la formación de corales.
- ↑ La explicación de la génesis de los arrecifes y atolls coralinos toca a las cuestiones más interesantes de la geología y geografía física del Globo. Se discute recientemente la teoría de Darwin, y acaso el trabajo de Daly «The glacial control theory of the Coral reefs» (Proceeding Amer. Academy of Arts and Sciences, 1915), haya sido el esfuerzo más vigoroso que se haya hecho para reemplazar la teoría darwiniana. En vez de la sumersión gradual de las tierras del Pacífico, que Darwin supone, la formación de los enormes casquetes glaciares pleistocenos (absorción por los hielos de 26 a 56.000.000 de km.³ de agua) supondría un descenso del nivel marino en 60 a 140 m., esto es, una emersión de las tierras. Con todo, se ha reconocido que, hasta la fecha, la teoría de Darwin es la que más satisfactoriamente explica las particularidades—de orden morfológico y genético—de los arrecifes coralinos.—Nota de la edic. española.