Discurso de D. Valentín Almirall (1885)

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​Discursos pronunciats en lo dinar donat en lo restaurant Martin á la Comissió Catalana​ (1885) de Valentín Almirall
Discurso de D. Valentín Almirall

Discurso de D. Valentín Almirall.

Señores y queridos compatricios: A vuestra clara inteligencia no se ocultará, que una manifestación como la que estamos llevando á cabo, que empezó reducida y ha ido creciendo de tal manera, que gracias á varias circunstancias afortunadas puede llegar á ser un mojón en nuestra historia, ponía á la comisión organizadora en el deber de regular la espansión que suele reinar al final de todo banquete, á fin de que no resulte más de lo que debe resultar y la cosa acabe tan felizmente como ha empezado.

Hoy, señores, nos hallamos dentro de este salón, pero probablemente nuestras palabras no quedarán contenidas en el reducido espacio de sus paredes. Lo que aquí se diga resonará quizá en toda España, y hasta tal vez llegue á salir de sus fronteras; pues que la modesta reunión de la Lonja ha llamado tanto la atención, que después de poner en agitación á los políticos de la corte, ha sido comentada por toda la nación, y aun no sería extraño que en otras se ocuparan también de ella, vïendo en nuestras ideas regionalistas una manifestación nueva de la opinión pública en nuestras comarcas.

Así es que han sido designadas por los organizadores para hacer uso de la palabra sólo tres personas: el muy digno presidente, que acabáis de oír; el que en este momento os habla, como ponente-redactor de la Memoria presentada al Rey, y mi amigo el Sr. Maspons, que presidió la comisión que subió las gradas del Palacio de Madrid para hacer entrega de dicho documento.

Después de estas indicaciones, que debía hacer para satisfacción de todos los reunidos, empiezo diciendo, que me alegro del brindis de mi digno predecesor en el uso de la palabra. Me alegro de que el Sr. Güell haya brindado por el Rey D. Alfonso. íSabéis por qué? Porque nos permite, á mi y á muchos otros que como yo piensan y están aquí presentes, hacer un acto de la propaganda más eficaz, de la que más le conviene á nuestra tierra; de la propaganda del ejemplo. El acto de hoy es una demostración innegable de la tolerancia mútua que nos dispensamos los que queremos la regeneración de Cataluña.

Porque, señores, yo que no oculto jamás mis ideas, no tengo que esconderlas aquí, y si entre los catalanistas los hay que son partidarios convencidos del sistema de gobierno que D. Alfonso simboliza, otros lo somos de un sistema opuesto. Lo que hay es que á unos y otros nos liga una aspiración común, que forma un lazo de gran foerza: el bien de nuestra tierra. Al grito de viva Cataluña, olvidamos que entre nosotros haya quien quiera la monarquía y quien aspire á otras formas de gobierno.

Y por ésto yo, que probablemente en toda mi vida no hubiera subido aquellos peldaños; yo que seguramente no volveré á subirlos; yo que no los subiría para obtener la fortuna personal, si la fortuna se hallase á lo alto de aquella escalera, la subí con desembarazo, pues que iba persuadido de tomar parte en un acto trascendental para Cataluña, y veía en la altura del lugar al que nos dirigíamos el medio de que nuestras aspiraciones llegasen á ser oidas de muy lejos y tuvieran gran resonancia. Por tales motivos, os lo confieso, subí aquellos peldaños hasta con orgullo, pues creía al hacerlo dar prueba de mi amor á la patria.

Ya que he entrado en estas explicaciones de lo que pienso y espero seguir pensando, pues no creo haya de variar quien como yo, si al entrar en la política en 1868 adoptó unas ideas por sentimiento y entusiasmo, tal vez irreflexivo, hoy las tiene fijadas en su entendimiento por reflexión y estudio; yo, que si en aquella época me moví impulsado por la llamarada que encendió á la juventud de esta nación, hoy no me impulsa llamarada alguna; yo que soy, lo diré sin rodeos, tan republicano como he sido siempre y como espero seguir siendo, no puedo menos que mostrarme justo al referirme á lo que en Madrid vimos y tocamos. Tuvimos relación con muchos, y en todas partes no hallamos más que adversarios declarados ó partidarios muy débiles. En tanto que los unos nos desmentian y los otros nos insultaban, los que debían ser nuestros amigos, ó no nos defendóan, ó nos hablaban con salvedades y reticencias, ó nos decían sin ambajes que íbamos á pregonar ideas que pugnan con las corrientes que dominan. En todo Madrid y entre todos los que están en juego, sólo oímos una voz que se pusiera decididamente al lado de la nuestra; y esta voz, no quiero ocultarlo, señores, fué la voz que yo menos esperaba; la voz que resonó desde el punto más elevado del Regio alcázar.

Ahora bien, señores: yo, republicano convencido; yo, que habiendo visitado la mayor parte de los palacios de Europa, en ninguno de ellos he experimentado otra impresión que una de helada tristeza; yo que, en cambio, al pasar la verja que cierra el árbol de Guernica, la tuve de calor, y sólo me he sentido completamente hombre libre, al sentarme en una solemnidad suiza á la misma mesa á que se sentaba el presidents de la Confederación, comiendo al mismo precio á que todos comíamos, y siendo respetado por todo el mundo, gracias á la misma ausencia de todo signo exterior de autoridad; yo que sólo había sentido igual satisfacción íntima y pura, al asistir en aquella misma nación al rústico circo de piedra en que los ciudadanos de los pequeños Cantones se congregan cada año para darse magistrados y leyes, yo, señores, os suplico un aplauso á la única voz que en aquellos momentos resonó en favor de Cataluña.

He concluído la primera parte. Voy á decir cuatro palabras sobre el segundo objeto que me ha impulsado á levantarme.

El acto que se ha realizado, ha adquirido mucha más importancia de lo que podíamos prever. A nosotros nos ha tocado dar el primer paso en el nuevo camino que ha emprendido el catalanismo, entrando en el terreno político-social. Muchos se muestran hoy dispuestos á convertir el amor platónico que manifestaban, en otro amor más ardiente y de más prácticas tendencias.

Por lo que á nosotros toca, puedo aseguraros que dimos el primer paso reflexivamente. Abrimos la Constitución que nos rige, y que debemos acatar como ciudadanos, y nos hallamos con que esta Constitución establece un solo poder permanente; una sola entidad que coloca encima de las otras entidades. A esta entidad, á ese poder dirigimos nuestro pobre trabajo,—y digo pobre por la parte que en él tomé,—creyendo que era el mejor medio de darle resonancia. El primer acto político-social del catalanismo, expreso y público, salió de Barcelona para ir á parar al sitio hoy más preeminente de la nación.

Este comienzo nos impone obligaciones de que no podemos prescindir. Las consecuencias han de estar en consonancia con las premisas. El primer paso ha sido reflexivo: los que le sigan no han de serlo menos. Hemos de procurar que el acto comenzado sea todo lo que puede ser, y no llegaria á serlo, si después de este momento nos dispersáramos y no volviéramos á pensar en el asunto. Tenemos el deber, señores, de que el acto comenzado, acabe, y de que la llamarada no sea un fuego fátuo. Hemos de procurar que se mantenga el calor, del que pueda llegar á salir regenerada no sólo Cataluña, sinó toda la nación española, como el oro sale depurado del fuego. No hemos de formar un partido, porque adquiriríamos los defectos de los que hoy se agitan, y seríamos sólo uno más dentro de la política general: hemos de formar una agrupación de todas las fuerzas del país, y en esta agrupación han de caber los que aspiren á las formas de gobierno más opuestas.

Lo que ahora interesa, señores, es estudiarnos, saber lo que somos, conocer lo que podemos; y si hallamos que hoy podemos y valemos poco, empecemos por hacer esfuerzos para mejorar y ponernos en condicíón de influír en la marcha general de la cosa pública.

Debo terminar con un brindis, que se reducirá á desear que el primer acto de catalanismo que hemos realizado en el terreno político-social, tenga consecuenctas, y que éstas sean la regeneración de Cataluña en particular, y en general de España, ó sea de todas las regíones que la forman.