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Don Gonzalo González de la Gonzalera/XXVI

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El día siguiente, por la tarde, volvió Patricio de la ciudad con sus guerreros. Formados en ala, fieros los continentes y resuelto el paso, como si acabaran de ganar una gran batalla, entraron en el pueblo. Pero a la poca gente que los vio llegar, debió importarle una higa tanta fanfarria, porque no se detuvo nadie a contemplarlos, y hasta se les miró con cierto gestecillo de burla.

Por la noche fue Gorión a casa de Carpio.

-Vengo -le dijo-, al auto de que me cuentes lo que a bien tengas, respetive al viaje, antes que te vayas al club.

-No he pensao en ello, Gorio; que el cuerpo más me pide cama que palabrería de chanfaina.

-Bien estipulao está así, Carpio, y tamién hablaremos al auto cosas que te pasmarán.

-Curao estoy, Gorio, de sustos, con lo que viendo vamos; a más de que, respetive a lo de anoche, algo me ha dicho persona que por lenguas lo sabe.

-Con estos ojos lo vi, Carpio; y a la presente juraría que me engañaron. ¡Tan gordo fue aquello! Con que, si a mano viene, cuenta del viaje, que de lo de acá te pondré en seguida al tanto.

-Pus diréte a eso, amigo de Dios, que de aquí salimos... yo no sé por ónde, que, a la verdá, me daba en cara lo que se hacía con esa persona, y a cien leguas de ella hubiera querío verme u que la tierra me tragara allí mesmo de repente... porque, Gorío, hablando en josticia de razón, la cosa no era para tales estrépitos.

-Ese fue aquí el pensar de las gentes, Carpio.

-Así es, Gorio, que no sé por ónde caminemos en la primera hora. Alvertí, sí, que Patricio iba muy fachendoso coleando la levita y entornando la cachucha, y que Barriluco y Facio se daban tamién mucho lustre cuando topábamos con gente. A todo esto, el hombre caminando como unas perlas, sin decir «esta boca es mía...» aunque yo jurara que por aentro le andaba la portisión, por los sospiros que se tragaba, y otros que en color le salían al semblante de la cara angunas veces. Y el caso es, Gorio, que siendo él el preso, paecía que lo éramos nusotros, según el miedo con que le mirábamos y el respeto que le teníamos... ¡Qué quieres, hombre! respetive a mí, se me venía a la memoria a cada paso el pan que le comí y los favores que me hizo...

-Anda pa lante, Carpio, con el relate.

-¿Duélete quizaes a ti tamién por esa banda, Gorio?

-Anda, te digo, si a bien lo tienes, y cuenta delviaje, Carpio.

-Voy a servirte, Gorio; y dígote que ni gota de agua ni punto de sosiego quiso tomar el hombre en tóo el camino. Cuanto más andaba, más fresco se ponía; y el que más y el que menos de nusotros, no podía con el arma al llegar a la estación del tren. Allí quiso Patricio meter mucha bulla pa que la gente le viera... ¡y tamién allí (te lo juro, Gorio, por éstas que son cruces) tentao estuve yo de envasarle la bayoneta en el arca! porque has de saber, pa que lo sepas, que al verse injuriao así el señor don Román, soliviantóse de vergüenza, y glárimas le saltaron a los mesmos ojos de la cara.

-Mala estuvo esa partía, Carpio: te lo confieso.

-Te digo, Gorio, que si te tengo a la vera entonces... hacemos una gorda entre los dos.

-Anda pa lante, Carpio...

-Voy allá, Gorio. Pues llegó en esto runflando el tren... como tú sabes que runfla...

-Sí: runfla una barbaridá. Dos veces le he visto.

-Y llegando el tren, en él nos metimos. Sentóse el hombre, sentémonos los demás tamién; y sin hablar unos ni otros una palabra, como alma que lleva el diablo lleguemos a la ciudá al cerrar la noche. Saquemos al preso del tren; llevémosle a un palación muy grande y muy negro, con un portalazo lleno de faroles y de soldaos de veras; dejáronnos con ellos, y subió Patricio con el preso por una escalerona que había a la mano derecha. Allí se nos comió a preguntas sobre el caso: dijimos que éramos inorantes del motivo; y en éstas y en otras, pasó media hora y dieron en entrar y salir señores; y pasó otro tanto de tiempo, y cátate, Gorio, que se para delante de la puerta un caballo medio reventao, y tan cubierto de basura, que más que caballo paecía pila de mortero acabao de batir; y cátate, por último, que al pararse el caballo, tirase de él abajo, hecho una pura lástima de barro, la mesma estampa de don Lope el de la Casona. Quedéme, Gorio, patifuso. -«¿Ónde habéis puesto al señor don Román?»-me preguntó en cuanto me echó la vista encima. «Por esa escalerona arriba subió con Patricio,» -dijele yo. «Cuida de este animal hasta que yo baje», -tornó a decirme. Y con esto, púsome en la mano los ramales del freno, y espenzó a subir los escalerones, como si fueran los de su mesma casa. Como media hora dispués, bajó Patricio hecho vinagre; mandóme dejar el caballo en manos del primer soldao que por caridá quiso cogerle, y fuímonos tóo el piquete a una posá, muy allá, muy allá, aoride se entraba por una corte llena de machos, con perdón de lo presente.

-¿Y qué vos contó Patricio de lo que pasó arriba con el preso?

-Ni palabra, Gorio, pudimos sacarle del cuerpo, respetive al caso; aunque, por dichos escapaos, alvertí que el viaje de don Lope debió quitarle dá que cruz que ya tenía entre los dientes, por esa y otras valentías, y desconcertar las miras de estas gentes. Ello dirá, Gorio.

-No me pesará, Carpio, si he de hablar en verdá... Y di lo que te falta del relate.

-Poco es ello, Gorio, y voy a servirte. Esta mañana madruguemos con el aquél de ver la ciudá hasta que saliera el tren paecióme que la gente se reía del personal de Patricio con su sable, su levita y su cachucha... La verdá es que, dispués de ver aquellos oficiales tan majos y bien puestos, que andaban por allí, el nuestro capitán paecía la mesma estampa de la tarasca del Corpus. Pus golviendo al caso, anduvimos horror de calles, y nos devertimos en grande liendo en las esquinas muchos papelones amejaos por su decir, a los que pega Lucas a la puerta del Ayuntamiento; sólo que aquéllos estaban en letra de molde. Y en éstas y en otras, llegó la hora, volvimos a la posá, y salimos de ella con nuestras armas al hombro.

-¡Camparíais mucho, Carpio!

-Pus créete que nos rechiflaron los muchachos, Gorio.

-¿Qué me cuentas?

-La verdá pura, hijo... como que pensé que Patricio se nos desmayaba de congoja... Así caminábamos hacia el tren, cuando vi pasar, como si fuera al palación de que te hablé, ¿a quién creerás?

-Si tú no me lo dices...

-Al mesmo don Álvaro que se pregonó ayer con la Organista.

-Le avisarían el caso...

-Era natural. Y debió llegar a uña de caballo, porque tamién iba escripío de barro. ¡Guapo mozo es, de veras! Pus a lo que te iba: metímonos en el tren; lleguemos a la estación de la villa sobre las once; echemos pie a tierra, y uno tras de otro, matando la sed muy a menudo, entremos en Coteruco; y aquí me tienes, Gorio, sin saber a la hora presente lo que pasa al auto de don Román.

-Bien está el relate, Carpio; y ¡harto será que a anguno no le quede memoria de la fechuría de ayer!

-No te diré que no, Gorio, porque en el mundo tan aína bajan las cosas como suben; y por la presente, no estaría de más un escarmiento... aunque algo de él me alcanzara; que por bestia y poco alvertío, mucho merezco... como a ti te pasa, Gorio, y al que más y al que menos de este pueblo.

-Bien podrá ser, Carpio; y a estipularte voy lo que acontició anoche en el clus, si oírlo quieres.

-Cuenta, Gorio, que en ello seré muy servido.

Gorio narró entonces, punto por punto, cuanto el lector sabe del suceso.

-Con que «vete jilando», Carpio, -dijo Gorio a su convecino en cuanto acabó su relación.

-¿Por qué me lo dices, Gorio?

-Porque los días pasan y no se amejan, y el hombre alcuentra escarmientos cuando busca panes llovíos de arriba, Carpio.

-No te entiendo, Gorio.

-Ayer fue, como quien dice, cuando nos pintaban estos hombres las maldaes de don Román.

-Verdá es...

-Y yo cavilaba en ellas; y viniéndoseme al magín otras iguales, pintábatelas a ti, y tú me decías: «vete jilando, Gorio», como el que dice: «ese hombre no es cosa buena.»

-Alcuérdate de lo que se nos ofrecía...

-No te culpo, Carpio; pero la verdá hay que decirla siempre: perdimos aquello y no ganemos cosa anguna en otra parte... na se nos dio de lo ofrecío.

-¡Darnos, Gorio!.. ¡Lo que nos han quitao quisiera yo para salir de apuros!

-Muchos me ahogan cada día, Carpio.

-Sin una mala res me alcuentro, y tengo la cojecha empeñá.

-La casa hipotequé a Patricio por veinte duros que me reclamaba el tabernero; la mujer tengo desnuda, y de rotos se me caen solos los calzones.

-Una onza me emprestó el alcalde la otra semana, y tuve que fírmarle un recibo por quinientos reales a pagar en agosto.

-¡Buen réito te cobra el hijo de Bragas!

-Sí no lo hubiéramos ensalzao tanto, otra cosa fuera, Gorío.

-El mal estuvo en caer, Carpio; que una vez caídos, nunca faltaría sanijuela que nos chumpara la sangre.

-Bien dices, Gorio; y, a la verdá, que en el pueblo los hay más agobiaos que nusotros.

-Los hay, Carpio, sin un carro de tierra en la mies, ni un grano en el desván, ni una res en la corte, cuando antes fueron opíparos de labranzas y cojechas... Dígalo Toñazos.

-¡Y tantos como él, Gorio! Pero ¿cómo se han deshecho tan aína esos bienestares?

Como los tuyos y los míos, Carpio: onde no se trabaja y se bebe mucho y se anda a dishoras, y se juegan pollos y carneros a cada instante, bien claro está lo que ha de suceder...

-Es de razón; y si, además, motivao a que no siempre se halla el hombre en sus cabales cuando hace el gasto, le cobran ochenta por ocho, y por los ochenta que le prestan pa salir del ahogo, le hacen pagar ochocientos en su día... saca la cuenta, Gorio.

-Y vete jilando, Carpio, que ellos son los que se van alzando con el pueblo.

-¡Y si fuera eso no más, Gorio! Pero el aquél que al hombre le queda en el cuerpo cuando se ve sin posibles por sus mesmos vicios... el clamar de la mujer, el soliviantarse del hijo...

-Andando, Carpio; y sin que el hombre tenga el derecho de decir «ca uno a su puesto,» porque él fue el causante del daño y el que se comió malamente el pan y el sosiego de su familia...

-Pues ¿y qué me dices, Gorio, cuando el hombre, en tales congojas, se alcuerda del bien que tenía y se le fue de entre las manos por culpas de malos consejeros...?

-No me hables de eso, Carpio, porque es el ujano que me barrena la entraña día y noche.

-No hay que darle vueltas, Gorio: en cuanto el hombre se aparta de Dios, no puede esperar cosa buena; y a ti y a mí, y al que más y al que menos, se nos tiene muy lejanos en ese particular.

-Habla de otra cosa, Carpio; que cuando en tales puntos cavilo, me pasmo de que no llueva rescoldo en este pueblo.

-Pus, Gorio, aquí ha de verse pronto anguna que suene mucho, porque la maldá se paga, más tarde o más temprano.

-Dicen, Carpio, que ahora va a venir eso del voto.

-Esos torrendos nos darán a ti y a mí pa matar el hambre.

-Y ello ¿valdrá algo pa salir de un apuro?

-Lo que te han valío el fusil, y el clus, y los pedriques de Lucas, y el tricospio del alcalde... ¡pura jumera!

-Como dicen que igual podré yo votar que el más poderoso.

-Y es la pura verdá; sólo que tú y yo tendremos que ir por onde nos manden los que pueden dejarnos a puertas si no vamos detrás de ellos; ¡y gracias que no diga el uno arre y otro ticha!

-¿Quiere decirse, Carpio, que ese voto es otro compromiso para el probe?

-Como too lo que se nos da, Gorio... que más vicio que esta soflamería es el refrán que sabemos: «¿aónde irá el güey que no are?»

-Esa es la fija, Carpio... Y voy a decirte un sentir.

-Dile, Gorio, a tu satisfación.

-Pues digo que, a lo que se va viendo, don Román hablaba como un libro y sabía mirar por uno. ¡Si el hombre naciera dos veces, Carpio!

-Calla, Gorio, al auto de eso; que por golver yo a lo que fue, diera una pata... Y ahora, dime qué tábano picó al Hidalgo, que le hizo tomar cartas en el juego de ayer; que lo he visto, y cuento me paece.

-Inorante soy de ello, Carpio; pero córtese que golpeó al sobrino y estuvo a pique de echar por el balcón al alcalde.

-¡Siempre lo bueno, Gorio, se queda a medio hacer!

-Verdá es, Carpio; pero algo es algo, y por poco se empieza... Con que si no mandas otra cosa...

-¿Vaste al clus, Gorio?

-No me lo mientes, Carpio, que aborrecío de él estaba, y, de anoche acá, me da calambrios el alcuerdo. A casa voy, yo no sé a qué... Y esto te digo porque sé que han de pedirme pa comer mañana, y yo no tengo que dar, si no son pesaúmbres.

-Güelve tamién esa hoja, Gorio, que ya siento a la mujer que por el estragal anda, y en verdá te digo que tampoco esa viene a dar.

-Entonces, ya que na me mandas...

-Por la presente no, Gorio: cansancio tengo, y a me voy.

-A mas ver, Carpio.

-Que haiga salú, Gorio.