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Dos rosas y dos rosales: 11

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Dos rosas y dos rosales
de José Zorrilla
Historia de la primera Rosa: capítulo III, IV

IV.

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Le esperaba el barón con impaciencia
Ansiando el curso acelerar del dia;
Puesto que por la estraña conferencia
Que en él con el doctor tenido habia,
Que se encerraba acaso comprendia
La salud de Don Cárlos en su ciencia;
Pues siempre al fin la vanidad se humilla
Ante el saber ó la virtud sencilla.
Su vanidad (que él funda en su nobleza,
Pero que vé que mantener no puede
En la mediocridad de la riqueza
De un patrimonio que al menor no escede
De un labrador de la comarca,) cede
Ante la idea en su memoria fija
De que dijo el Doctor que su hijo Carlos
Era marido indigno de su hija,
Porque alcanza en lo noble á una princesa
Y cuenta por millones
Mas oro del que pesa;
Y el barón que lo vé y lo juzga todo
A la luz de sus míseras pasiones,
Cree que el doctor cuyo caudal engruesa
A favor del poder de administrarlos,
No la quiere casar por no soltarlos.
Y desde el dia en que vibró en su oido
Y entró en su corazón de sus doblones
La dulce idea y el gentil sonido,
Ansioso de atraparlos,
El mezquino barón arrepentido
Sintió no haber sabido adivinarlos;
Y empezó á andar en cálculos perdido,
Viendo como anudar sus relaciones
Con una novia de tan buen partido.
Volvió en esto Don Cárlos, mas su estado
De alienación mental echó por tierra
Las torres que en el aire habia fundado;
Y por mucho que al áncora se aferra
De la esperanza, cuyo cable asido
Por su mano una vez nunca ha soltado,
El porvenir á su ambición se cierra
Cada momento más, y anda sin norte
De sus discursos en el mar sumido;
Sacando nada mas en su conciencia
Por única y precisa consecuencia
Que, si mozo, galán, quisto en la corte
Y del rey estimado no le quiso,
Porque aun juzgó muy poco
Para Rosa á Don Carlos, es preciso
Que todo plan de diplomacia aborte
Con el doctor sagaz, que ve hoy á su hijo
Pobre, olvidado, sin favor y loco.
Mil veces el barón allá á sus solas
Luchar dentro de su alma habia sentido
De su arrogancia y su interés las olas:
Mas su orgullo domar no habia podido.
Digo de su interés, porque es sabido
Que el hombre codicioso de dinero,
En todo cuanto emprende y se propone
Y en cualquier situación en que se encuentre
El sentimiento al interés pospone;
Y en todo cuanto intenta es fuerza que entre
Su interés vil como motor primero.
Hé aquí porqué el barón, aunque adoraba
A su hijo, de vista no perdía
El interés que reportar podia
Si con mujer tan rica se casaba;
Y el matrimonio así considerado
Como negocio mercantil, veia
Que su hijo, loco, de valor menguaba,
Puesto que era un efecto ya averiado.
No obstante, veces mil le habia ocurrido
Que aquel doctor excéntrico y severo,
Mas según voz común caritativo
Por igual con el noble y el pechero,
Como el mismo barón diera la cara
Y quisiera humillar su genio altivo
Al doctor, era casi positivo
Que de curar á Carlos se encargara.
Mas siempre que sobre esto discurría
Bajo el influjo del amor paterno,
Llevado al par por el influjo interno
Del interés ,que sus acciones guia,
El barón á sí mismo se decia:
“El trato del doctor con el enfermo
“Debe enjendrar entre ambos simpatía:
“Debe crear entre ambos un cariño
“Como el que cobra la nodriza al niño
“Que con la leche de sus pechos cria.
“¿Quién sabe si el doctor tratando á Carlos
“Le cobrará cariño?… y si se estrecha
“La amistad en los dos, lo de la boda
“Con un poco de tacto es cosa hecha:
“Mas la dificultad es amistarlos:
“En eso estriba toda;
“Pues si al médico yo me bajo y cedo,
“De un segundo desaire tengo miedo.”
Pero andaba muy fuera de camino
El barón que egoísta le creia,
Y el alma noble del doctor media
De su alma ruin con el nivel mezquino.
Aquel doctor incógnito, estrangero,
Que ni aun trazas de hidalgo manifiesta,
Que anda á pié como ignoble pordiosero,
Empero que tan alta tiene puesta
Su vanidad, que con orgullo loco
Vino un dia á decirle descarado
Que Don Carlos, de su hija enamorado,
Para el amor de su hija era muy poco;
Aquel viejo tenaz, mal humorado,
Que en sus propios hogares insultado
Sin respeto le habia,
Y de su hogar tal vez habia arrojado
La hija para quien poco les creia:
Aquel doctor que, sin oir razones,
Decidiendo á su antojo y bruscamente
Las mas árduas cuestiones,
Del mundo y de su gente
Tenia tan estrañas opiniones,
Que trataba de cosa ínfima ó necia
Cuanto el hombre social en más aprecia,
Llamando ceguedad, supersticiones,
Ignorancia infantil, insuficiente
Vanidad, al saber mas eminente,
Leyes, razas, costumbres, religiones
Con tachas señalando y correcciones:
Aquel doctor, en fin, que aunque ejercía
Su profesión, curaba á los enfermos
No de ciudades ricas, populosas
Donde lucrar con su saber podia,
Sinó de las aldeas y los yermos
Donde nada por ello recibía;
Aquel doctor de incógnita existencia,
Modelo de salvaje independencia,
Que con la sociedad y con el mundo
Transijir no dejando á su conciencia,
De ellas con el desprecio mas profundo
Está pronto á morir si llega el dia,
Mártir de su opinión y de su ciencia,
Cuando acudiera á él ¿qué le diria?
A él, á quien antes con desdén le dijo
Que á su hijo Don Cárlos no queria
Por la sola razon de ser su hijo.
Tal pensaba el barón, pero juzgaba
Mal al doctor, que excéntrico, estrangero
Misterioso para él é incomprensible,
Era en sus opiniones muy severo;
Mas pronto y asequible
A todo bien, cristiano y caballero,
Tiene opiniones en verdad estrañas,
Creencias en las cuales se le opone
Su siglo ¿pero cuál no cree en patrañas
Que el que le sigue como error depone,
De su crítica fria y concienzuda
Metiendo el escalpel en las entrañas
De los pasados tiempos y sus hombres:
Y escudriña el valor de sus hazañas
Y el poder y la fama de sus nombres;
Y á la luz de sus nuevos adelantos
Disipando la sombra de la duda,
Destila del crisol de su justicia
La pura esencia y la verdad desnuda;
Y salen á la luz del siglo nuevo
Tal vez malvados los creídos santos,
Virtud tal vez la que creyó malicia?
Y con miles de ejemplos no lo pruebo
Por no ser de este libro y haber tantos.
Y por eso el doctor, hombre nacido
Tres siglos antes que nacer debia,
Juzgaba la centuria en que vivía
Por la en la cual nacer había debido.
Y como suele á los que mucho avanzan
Acontecer, los que detrás se quedan
Viendo que con los piés no les alcanzan
Les tiran piedras que alcanzarles puedan:
Así por avanzadas opiniones
Que en su siglo pasaron por quimeras,
Heregías, blasfemias, y visiones
Diabólicas, y que hoy por verdaderas
Se profesan en todas las naciones,
Quemó la inquisición en sus hogueras
Sabios que hubieran hecho con sus juicios
A su edad y á la de hoy grandes servicios.

Tal era mi doctor, tras quién sin duda
El susodicho tribunal anduvo;
Y si no le quemó, ya se supone
Que fué porque á las manos no le hubo:
Pues aunque á nadie su opinión impone
No es la que el santo tribunal propone;
Y su noble conducta, consecuencia
De sus exageradas opiniones,
Prueba que no las funda en cosa vana,
Pues aplica su fé, su oro y su ciencia
Al bien y alivio de la raza humana;
Según las exagera su creencia,
Es verdad: mas conforme á su conciencia,
Según la ley y caridad cristiana.
Así es que al punto en que el barón, no importa
Si de interés recóndito movido
O del paterno amor, se ha decidido
A implorar su favor, de él ha olvidado
El orgullo pasado
Y el interés presente;
Y á la aflicción en que lo encuentra atento,
Del mal del hijo se encargó al momento,
Sin alegar que al loco á quien ausilia
Su ciencia, acaso de ayudar le eximen
La honda desolación, tal vez el crimen
Que introdujo su amor en su familia.
Porque la estraña soledad presente
En que vive el doctor y que delata
Un oculto pesar, es evidente
Que tiene, aunque á ninguno esté patente,
Del hijo del barón con la locura
El mismo origen y la misma data:
Aquella noche cuya historia oscura
Con un misterio la de entrambos ata.
Hé aquí por qué el barón, tan complaciente
Encontrando al doctor, á la esperanza
Volviendo á abrir su corazón, alcanza
Mas halagüeño porvenir, y pone
En el doctor su confianza entera,
Y alegre á recibirle se dispone,
Cual si su ciencia fuera omnipotente
Y allanadora de imposibles fuera.

¡Oh miserable condición humana
Fácil en esperar lo que desea,
Por mas que el fin de su esperanza sea
Antojo fútil ó pasión villana!