Es verdad; mas no me digas,
madre, que no degenero
con aquestos trajes viles
de mi ser. Yo soy Aquiles
con gentil arnés de acero.
¿Para la guerra me ensayas
que en Troya Grecia me ofrece?
¿Fama mi valor merece
entre chapines y sayas?
Afuera pasiones locas,
que con cobardes cautelas
corchos viles por espuelas
y por la celada tocas
entorpecen mi valor.
¡Vive Dios que he de rompellas,
pues no es bien que infame en ellas
mi opinión un torpe amor!
TETIS:
Cuando a Hércules se iguale
el que disfraza tu ser,
y en hábito de mujer
le contemples con Onfale,
dejarás de estar confuso;
pues no te aconsejo yo
que, si Hércules hiló,
juegues tú a la rueca y huso.
Nunca mucho costó poco,
mucho si amas has de hacer.
AQUILES:
¿Yo vestido de mujer
y no me juzgas por loco?
Bien lograré de Quirón
las lecciones y ejercicios
con que, refrenando vicios,
pieles del tigre y león
despedazados por mí
por galas me acomodaba,
y en vez de triunfos me daba
los brazos viéndome así.
¿Qué diría si me viese
de infame mujer vestido?
TETIS:
Eso fuera, hijo querido,
cuando Quirón lo entendiese;
mas sólo hemos de saberlo,
después del cielo, los dos.
AQUILES:
Pues ¿no sabrá que algún dios
en mi afrenta puede verlo?
Esta razón te convenza;
que merece infames nombres
quien se esconde de los hombres
y de Dios no se averguenza.
Cuanto y más que, aunque pudiera
ser posible el ocultar
de los dioses el obrar
cosa que justa no fuera;
el que en valor se señala
no lo ha de dejar de hacer
porque ellos lo puedan ver,
mas porque es de suyo mala.
Deidamia y su amor perdone,
que, aunque la adoro, no es justo
que oprima a la honra el gusto
y tal infamia ocasione.
¡Vive Dios, que de afrentado
de la vileza presente,
tengo de huír de la gente
y nunca entrar en poblado!
¿Yo joyas, sedas y rizos?
¿chapines y tocas yo?
TETIS:
Siempre el amor inventó
galas, disfraces y hechizos;
mas, pues no quieres usallos,
procura olvidar, si puedes,
a la hija de Licomedes
que, aunque salen sus vasallos
en su nombre a recibirnos,
y él desea tanto vernos,
fácil nos será volvernos
y de su corte encubrirnos.
Quien sus pasiones reprime
no tenga amor, pise estrellas;
Deidamia es de las más bellas
que honran su deidad sublime;
goce Lisandro las glorias
que dejas tú, pues se casa
con ella, y tú el tiempo pasa
en atormentar memorias,
de puro honrado, homicidas.
Galas lascivas desnuda,
de opinión y traje muda,
asalta las defendidas
murallas que en Troya empieza
a guarnecer el valor
mientras Lisandro al amor
ejecuta en la belleza
de Deidamia.
AQUILES:
¿Quién es ése
que a mi dueño ha de gozar?
TETIS:
Con quien la quiere casar
su padre.
AQUILES:
Eso no, aunque fuese
pública al mundo la infamia,
de aquestos disfraces viles;
pues sólo merece Aquiles
la hermosura de Deidamia.
Vence, Amor, vuestro poder,
dioses, los que habéis amado.
Aquiles enamorado
se disfrace de mujer.
No pierda yo mi opinión
con vosotros, que no es nuevo
en Neptuno, Jove y Febo
transformarse. Dioses son
y hombre Aquiles, que hoy imita
a Júpiter vuelto en toro,
águila, cisne, nube, oro
con que mi amor acredita.
Celoso estoy, mis desvelos
fuerzan lo que amante dudo,
que lo que el amor no pudo
siempre lo acaban los celos.
Madre, al rey vamos a hablar
y a dar a Lisandro muerte.
TETIS:
Lo que te he enseñado advierte.
AQUILES:
Sólo dificulto andar
sobre estos corchos, no quepo
en ellos ni se regillos;
fueran acerados grillos
cadenas, prisiones, cepo,
que con hacerlos pedazos
quedara libre después;
mas con corchos a los pies
y con puños en los brazos,
terribles cosas me mandas,
¡que prender puedan a Aquiles
corchos y telas sutiles,
y en vez de maromas, randas!
TETIS:
Todo es fácil a quien ama.
Cuando estés en la presencia
del rey, haz la reverencia
que te he enseñado de dama;
vuélvela a ensayar aquí.
Hace una reverencia de soldado
AQUILES:
Si la errare no te asombre.
TETIS:
Ésa es reverencia de hombre.
AQUILES:
Y ésta de mujer. Caí. Cáese de los chapines
Juráralo madre yo
que en haciéndome mujer
había luego de caer.
Mas ¿qué es esto?
TETIS:
El rey salió
de mi venida avisado,
tu dama y competidor.
AQUILES:
Sólo esta vez el temor
mi corazón ha usurpado;
los efectos del vestido
me pegan su liviandad.
TETIS:
Hijo, en la dificultad
tu ciego amor te ha metido;
ten con las acciones cuenta
que te enseñé.
AQUILES:
Harélo así.
TETIS:
Si te conocen aquí
caerás en mayor afrenta.
Mira no eches a perderlo.
AQUILES:
Amor, ayudadme vos,
porque si no, vive Dios,
que habemos de revolverlo.
Salen LICOMEDES, viejo;
DEIDAMIA, con otro vestido;
BRISEIDA, dama;
PELORO y LISANDRO
LICOMEDES:
Ya se me cumplió el deseo
que de conocer tenía
a quien, siendo sangre mía,
es esposa de Peleo.
Dadme, señora, los brazos.
TETIS:
Con ellos el alma os doy,
pues asegurando estoy
en ellos mortales lazos
que mi agravio pronostican,
no hallando en vos, gran señor,
el esperado favor
que mis remedios publican.
Llegad a besar la mano,
Nereida, al rey vuestro tío.
AQUILES:
En ella el amparo fío
que ha de hacer mi temor vano;
pues, fuera de ser mujer,
soy, gran señor, deuda vuestra,
y vos espejo en quien muestra
la clemencia su poder.
(¿Cuál de aquellos dos será Aparte
que Deidamia trae al lado,
el que a mi amor y cuidado,
veneno entre celos da?
Gana tengo, vive Dios,
de dar tras todos.)
LICOMEDES:
Admiro,
de la belleza que miro,
hermosa sobrina, en vos,
de vuestros padres la suerte,
pues que les dió su ventura
en vos toda la hermosura
y en vuestro hermano el más fuerte
héroe que la guerra apoya;
pues, según dice la fama,
su Marte, Grecia le llama,
y destrucción suya Troya.
AQUILES:
No quedará vuestra alteza
de esa dicha defraudado,
pues en mi prima ha cifrado
su amor, armas y belleza.
Belleza con que enamora
y armas con que quita vidas,
puesto que por bien perdidas
se den por vos, gran señora.
DEIDAMIA:
No sé yo con qué pagar,
prima, tan nuevos favores;
mas salgan por mis fiadores
los brazos que os llego a dar.
AQUILES:
(¡Ay! Quién en ellos pudiera (-Aparte-)
sosiego eterno tener.)
Deseo de conocer,
princesa, a quien sea espera
dueño de vuestra hermosura.
(Causa de mi envidia ha sido (-Aparte-)
y mi camino.)
LISANDRO:
Elegido
para tan alta ventura
espero ser, si llamado
soy por el rey, mi señor.
AQUILES:
Yo sé cierto opositor,
a quien celos habéis dado,
que podrá ser no consienta
que malogréis su esperanza.
LISANDRO:
Basta para mi venganza
que él tanto mis dichas sienta;
que en las victorias de amor
son los triunfos más lustrosos
que tienen más envidiosos;
mas ¿quién es mi opositor?
AQUILES:
Yo que basto, y yo que sobro.
TETIS habla aparte a su hijo
TETIS:
Hijo: ¿te quieres perder?
LISANDRO:
Si de mujer a mujer
hay celos, yo no los cobro,
Nereida hermosa, de vos;
pues antes acrecentáis
el amor que en mí envidiáis.
AQUILES:
(Que esto sufro, ¡vive Dios, (-Aparte-)
que estoy...)
TETIS:
(Hijo: sé discreto.) (-Aparte-)
LISANDRO:
Ya por vos en más me estimo.
AQUILES:
(¡Ay, si los corchos arrimo, (-Aparte-)
qué mala boda os prometo!)
LISANDRO:
Descansad, prima querida,
porque quede satisfecho
del favor que me habéis hecho.
¿Sabré de vuestra venida
la causa?
DEIDAMIA:
(La imagen propia (-Aparte-)
del monstruo hermoso a quien di
el alma retrata en sí
Nereida; basta ser copia
de tan bello original
para adorarla.
TETIS:
(¡Hijo mío! (-Aparte-)
refrena el gallardo brío
de tu inquieto natural.)
AQUILES:
(Pídeselo tú á los cielos; (-Aparte-)
que si libre de pasiones,
despedazaba leones
Aquiles, ¿qué hará con celos?)
LISANDRO:
PELORO, hermosa mujer.
PELORO:
Por extremo.
LISANDRO:
Al lado de ella,
si fue sol Deidamia bella,
sombra suya viene a ser.
Vanse.
Salen ULISES y DIOMEDES, de camino,
y GARBÓN de soldado gracioso
ULISES:
En fin, ¿vos fuísteis criado
de Aquiles y de Quirón?
GARBÓN:
De Arquillas y de Esquilón
los bueyes he apacentado;
mas como Arquillas se ha ido
y Esquilón llora por él,
yo, que no me hallo sin él,
en busca suya he venido
de soldado, como ve.
DIOMEDES:
¿Sois valiente?
GARBÓN:
Temerario.
Mi padre fué boticario
de mi pueblo, y le heredé,
no en tanto bote y redoma
como dejó el pecador,
que eso dio en un acreedor;
mas con su pan se lo coma,
sin tenerle nadie envidia;
porque tal vez cuando mozo
vi venderle agua del pozo
por de llantea y de endivia;
y porque no se muriera
un su amigo que enfermó,
dos rábanos le vendió
por raíz de escorzonera.
No le heredé, en fin, en esto.
ULISES:
Pues ¿en qué estribó la herencia?
GARBÓN:
A cabo de la dolencia,
el pie en el estribo puesto,
antes de expirar me dijo,
"Id a la guerra, Garbón,
ganaréis más opinión
que en este oficio prolijo;
que no van los boticarios
al cielo, ni yo allá iré;
armas, Garbón, os daré,
que maten vuesos contrarios
mijores que las saetas
que el dios Marte inventó."
Y luego sacar mandó
estas sartas de recetas, Saca debajo del vestido dos sartas de recetas como las de los boticarios
diciéndome, "No os asombre
con éstas miedo o fortuna,
que no hay receta aquí alguna
que no haya enterrado su hombre."
¿Cuando empuñe la jineta
tendrá mi valor segundo
si despacho al otro mundo
a troyano por receta?
DIOMEDES:
No decís mal.
GARBÓN:
Vo a buscar
a Arquillas, porque reparta
con él de estas la una sarta,
y ambos podremos matar
troyanos que sea un joicio.
ULISES:
Pues ¿sabéis dónde está vos?
GARBÓN:
¿Si lo sé? Bueno, por Dios,
¿pensáis que vengo de vicio?
¿No andáis los dos a buscarle?
DIOMEDES:
Impórtanos saber de él.
GARBÓN:
Pues yo, que andaba con él
esta tarde, pienso hallarle.
ULISES:
¿Cómo?
GARBÓN:
Mira, el otro día
cazaba por esta sierra
la señora de esta tierra,
que se llama...
ULISES:
Ésa seria
Deidamia.
GARBÓN:
Pienso que sí,
hija del rey...Nicomedes...
Nicenades...
ULISES:
Licomedes
se llama el que reina aquí.
GARBÓN:
De ésa, pues, se enquillotró
nueso Arquillas de manera,
viéndola en una ribera,
que con ella se emboscó
por una alameda obscura.
Quiso librarla su gente
y el muchacho, que es valiente,
acometerlos procura
y a mí me encarga el guardarla.
Esquilón tiró con ella
y a su padre fue a traella.
Yo, luego que vi llevarla,
metíme en un alcornoque
de miedo de su amador.
Dio conmigo su furor;
mas primero que me toque
afufélas lindamente,
y entre matas me escondí.
Él, que quiso dar tras mí,
a su madre topó enfrente.
DIOMEDES:
La reina Tetis es ésa.
GARBÓN:
Si la reina Tetas fue,
yo, lo que le habró no sé,
que estaba la mata espesa
y lejos; pero llevóle
consigo; seguílos yo,
que en fin Arquillas me dio
su pan, y luego vistióle
de mujer en la espesura;
el para qué, Dios lo sabe,
y vuelta una dama grave
no vi más bella figura.
Anocheció y acogióse
con él del modo que digo,
y yo, como veis, le sigo,
sospechoso de que cose
costuras de amor agora
con su dama hecho mujer.
Malicias deben de ser,
que es la malicia pastora;
mas sea lo que se fuere,
a que me reciba voy
por su dueña, que aunque estoy
tan barbado, quien me viere,
así, dirá, si es persona,
que es invención pelegrina
que a una dama masculina
sirve una dueña barbona.
Vase
ULISES:
Diomedes, este villano
malicioso dio en lo cierto.
Aquiles está encubierto
ciego de un amor liviano.
El oráculo divino
así lo significó;
el cargo Grecia medió
de buscarle; hoy determino
de mis astucias valerme
hasta descubrir a Aquiles.
Entre galas femeniles
vela Amor y Marte duerme.
DIOMEDES:
Si no se puede ganar
Troya, como pronostica
Apolo, sin él, aplica
marañas con que sacar
de tal afrenta al mejor
héroe que conoce Grecia.
ULISES:
Puesto que Aquiles desprecia
torpemente su valor,
Ulises soy, mercader;
he de comprar una joya
que tenga por precio a Troya.
DIOMEDES:
¡Tal varón en tal mujer!
Vanse.
Salen AQUILES, de mujer y DEIDAMIA
DEIDAMIA:
Ya, prima, que se partió
vuestra madre, y asegura
en mi corte la hermosura
que, prudente, receló,
en su reino, tendré yo
con vos entretenimiento
que dilate mi contento
y haga sabrosos los días
que en tristes melancolías
me daban antes tormento.
AQUILES:
Yo en vuestra conversación,
prima hermosa, transformado,
como hombre, por Dios la he hallado
transformado el corazón.
Perderé la inclinación
que a ejercicios varoniles
tengo, juzgando por viles
los del femenil regalo,
porque en cuanto esto me igualo
y soy lo mismo que Aquiles.
Cuando el parche ronco suene,
el estrado y la almohadilla
por el arnés y la silla
trocar mi valor ordena.
Como Paris robó a Elena
y vio en furor encenderme
mi madre, temió perderme,
y en vos, para asegurarme,
quiso, Princesa, emplearme,
mejor diré suspenderme;
que a no haberos visto a vos,
yo soy hombre...
DEIDAMIA:
¿Cómo es eso?
AQUILES:
...en el valor que profeso.
Soy hombre...
DEIDAMIA:
Bien.
AQUILES:
Que a los dos
adúlteros...¡Vive Dios!...
DEIDAMIA:
Pues, ¿juráis siendo mujer?
ULISES:
En llegándome a encender
tengo el corazón soldado;
lo jurado sea jurado;
no me pude contener.
Tratemos en otras cosas
más apacibles y blandas.
DEIDAMIA:
En labrar sedas y holandas
las mujeres generosas
pasan las horas ociosas.
¿Qué labor hacéis mejor?
AQUILES:
Cadeneta, con que amor
me prende, bordo y esmalto,
y también haré punto alto,
si alcanzo vuestro favor.
DEIDAMIA:
Lisonjera estáis. ¿Sabéis bordar?
AQUILES:
Lienzos de murallas,
de escalas con que asaltallas.
DEIDAMIA:
¿A las armas os volvéis?
AQUILES:
Como vos no refrenéis
mi bélica condición,
llévame mi inclinación
a los marciales extremos.
DEIDAMIA:
¡Extraña cosa! Bordemos
en buena conversación.
Divertiréisos así.
Sacadnos los bastidores.
Sacan dos bastidores de bordar
AQUILES:
(Dos balas fueran mejores; (-Aparte-)
ya llegó lo que temí.)
Siéntanse a la labor
DEIDAMIA:
Sentaos, prima hermosa, aquí.
Lo que el ingenio dibuja,
matice después la aguja.
AQUILES:
(¡Cielos! ¿Hay afrenta igual? (-Aparte-)
Mejor que aguja y dedal
fuera la lanza en la cuja.)
DEIDAMIA:
No os asentáis como dama.
AQUILES:
La culpa tienen los pies,
que no se doblan después
que toca parches la fama.
DEIDAMIA:
¡Notable mujer!
AQUILES:
Quien ama,
poco, a la labor se aplica.
DEIDAMIA:
Esta banda, es cosa rica,
bordadla.
AQUILES:
Bordadla vos;
que yo no sé, vive Dios,
punto, labor ni vainica.
Mas, ¿qué esto?
Salen esgrimiendo con espadas negras
un MAESTRO de esgrima y LISANDRO
MAESTRO:
De la lanza
bien las lecciones sabéis;
ahora ensayar podéis
lo que en la esgrima se alcanza.
LISANDRO:
Para cortar una pica
rebatiendo el bote así.
¡Oh señoras, rinda aquí
las armas que Marte aplica
A las de vuestra belleza, Suelta la espada negra, y vase el MAESTRO
pues siempre fue vencedor
desnudo y ciego el Amor
.................. [ -eza].
DEIDAMIA:
Tan bien, Lisandro, parece
en un príncipe la espada,
como la aguja ocupada
en la mujer que ennoblece.
Ejercitad vos, señor,
las armas y ejercitemos
las nuestras, y cumpliremos
nuestra profesión.
LISANDRO:
Mejor
es que goce quien os ama
la ocasión que Amor ofrece.
Guerra la labor parece
no menos digna de fama
que la que Belona encierra;
en las telas que tejió
Aragnes desafió
a la diosa de la guerra.
Señal de su semejanza,
de telas la aguja gusta,
y en la tela el valor justa
labrando hazañas la lanza.
De la celada es retrato
el dedal, y siendo así,
bien puedo aprender aquí
lo que entre las armas trato.
Labrad vos, que de rodillas
tomaré lección más bien.
Hinca la rodilla al lado de DEIDAMIA
AQUILES:
Nunca parecieron bien
espadas entre almohadillas.
Quitaos, Lisandro, de ahí,
o si no quitaréos yo.
LISANDRO:
¿No amó Marte a Venus?
AQUILES:
No.
LISANDRO:
Historias dicen que sí.
AQUILES:
Dejemos historias ya
y tened en más estima
las armas.
DEIDAMIA:
¿Qué es esto, prima?
AQUILES:
Desprecio de ver que está
a los pies de un bastidor
una espada afeminada;
que estimo en más yo una espada
que a toda vuestra labor.
¿Vos sois hombre? Por los cielos,
que estoy... Dejad ese lado.
LISANDRO:
¿De esto os habéis alterado?
AQUILES:
Tengo razón, tengo celos.
Sale un PAJE
PAJE:
Gran señora, [el rey te llama.]
DEIDAMIA:
A ver lo que manda voy;
mientras que con él estoy
no sentiréis con tal dama
mi dilación, prima mía;
sustituid vos por mí,
que al momento vuelvo aquí.
Mas mirad que no querría
formar celos de los dos,
que temo vuestra hermosura
Vanse DEIDAMIA y el PAJE.
Quédanse, AQUILES labrando
y LISANDRO hinca la rodilla a su lado
AQUILES:
Andad, que menos segura
estáis de mi prima vos.
LISANDRO:
Agradecer debo a Apolo,
mi Nereida, esta ocasión,
pues terciando en mi pasión
con vos me ha dejado solo.
Antes que vuestra belleza
nuestra corte y reino honrase
y en ella a vistas sacase
milagros naturaleza,
amaba a Deidamia yo;
mas, en viéndoos, mis deseos
mejoraron los empleos
del alma que se os rindió.
Y si no es que presunciones
mi amor loco desvanecen,
yo sé que me favorecen,
vuestras imaginaciones;
pues los celos que mostráis
porque amo a Deidamia bella,
siendo vos mujer como ella,
¿quién duda que los formáis
por quererme bien a mí?
Y tan loco de esto estoy,
que el alma rendida os doy
olvidando desde aquí
de la princesa hasta el nombre,
que mis dichas violentaba.
AQUILES:
(¿Esto Aquiles os faltaba? (-Aparte-)
¿A mí me enamora un hombre?
A menos que esto vendremos;
basta que debo de ser
hermosa para mujer.
¿Hay amores más blasfemos?)
LISANDRO:
Queréis, Nereida divina,
admitir mi fe?
AQUILES:
(¡Oh, malhaya (-Aparte-)
el disfraz e infame saya
que me afrenta y afemina!)
LISANDRO:
Dadme una mano a besar
y en mi vida os daré celos.
AQUILES:
No puedo negarla.
Dásela, y apriétale
y da gritos LISANDRO
LISANDRO:
¡Ay cielos!
Soltad, ¿queréisme matar?
AQUILES:
No; mas premiar el cuidado
de vuestro amor.
LISANDRO:
No apretéis
de esa suerte.
AQUILES:
¿Qué queréis?
Yo siempre quiero apretado.
Mas para que no seáis
mudable, cuando mi prima
por dueño suyo os estima,
y lecciones aprendáis
que os den nombre de valiente,
yo enseño de esta manera.
Levántase y toma la espada de esgrima,
y échale a espaldarazos
LISANDRO:
Señora, señora, espera.
AQUILES:
¡Ah cobarde!
LISANDRO:
Mujer, tente.
AQUILES:
Mirad si me sé tener
de aquesta suerte mejor
que en corchos.
LISANDRO:
¡Favor, favor,
que me mata esta mujer!
Vase.
Sale DEIDAMIA y
vuélvese AQUILES a la labor
DEIDAMIA:
¿Qué es esto? ¿quién está dando
voces? ¿Quién alborotó
el palacio, prima?
AQUILES:
¿Yo?
Aquí me he estado bordando.
DEIDAMIA:
¿Qué es de Lisandro? ¿Qué has hecho?
¿Qué fue?
AQUILES:
Que no ha sido nada.
Ahí tomamos la espada
los dos, y no es de provecho
lo que sabe por tu vida.
DEIDAMIA:
¿Luego con él reñido has?
AQUILES:
Que no, prima; no fue más
de echar una ida y venida.
DEIDAMIA:
¿Hay semejante mujer?
Pues ni has de esgrimir.
AQUILES:
¿Qué quieres?
También ha habido mujeres
belicosas. Iba a hacer
la naturaleza en mí
un varón, y arrepintióse,
hizo medio hombre y quedóse,
lo que en mí faltaba, así
acabó lo que quedaba
en mujer.
DEIDAMIA:
Extraña estás.
AQUILES:
Como estaba hecho lo más
y el alma que me animaba
fue varonil, no te asombre
que corresponda a mi ser.
En la cara soy mujer
y en todo esotro soy hombre.
DEIDAMIA:
¿Qué dices, prima? ¿Qué es esto?
AQUILES:
Que, si me tienes amor,
sigas, princesa, mi humor;
solas estamos, yo he puesto
los ojos en ti de suerte
que, como si varón fuera,
no sufro que otro te quiera,
porque mi vida es quererte.
Supón que no soy mujer,
sino un hombre que te adora,
ama, cela, riñe, llora,
podremos entretener
el tiempo así, y yo quedar
satisfecha en este empleo,
que extrañamente deseo
saber si sé enamorar.
Finge que mi dama eres
y yo tu galán.
DEIDAMIA:
¡Quimera
donosa!
AQUILES:
De esta manera
se entretienen las mujeres
cuando apetecen casarse,
engañando el gusto así
unas con otras; yo vi
muchas damas ensayarse
cuando niñas, que amor ciego
travesea a todas horas.
Los señores y señoras
llaman los niños a un juego
en que contentos imitan
lo que a sus padres oyeron.
Y en materia de amor vieron,
con que después facilitan
dificultades mayores
que trae consigo el recato.
Holguémonos así un rato,
que aun de burlas, los amores
entretienen, prima mía;
si esto me niegas, me enojo.
DEIDAMIA:
Alto, cúmplase un antojo
y acaba con tu porfía.
AQUILES:
¿No tengo yo la apariencia
para un galán extremada?
DEIDAMIA:
A lo menos, retratada
miro en tu rostro y presencia
la de un hombre cuya copia
eres y me hechizó a mí
no ha mucho.
AQUILES:
¡Oh! Pues siendo así,
saldrá la fiesta más propia.
Veamos cómo se ensaya
nuestro amor y mi ventura.
DEIDAMIA:
¿Yo, en fin, hago la figura
de dama?
AQUILES:
Sí.
DEIDAMIA:
Vaya.
AQUILES:
Vaya. Hace que sale del vestuario
En busca de un alma vengo
que en un monte me robaron
dos ojos que saltearon
tesoros que en ella tengo.
De sus descuidos me vengo
si el vengarlos es llorar.
DEIDAMIA:
Espera. ¿No has de tornar
nombre de hombre?
AQUILES:
Prima, sí.
Aquiles soy desde aquí.
DEIDAMIA:
Vaya.
AQUILES:
Vuelvo a comenzar.
En busca de un alma vengo
que en un bosque me robaron
dos ojos, en quien cifraron
el sol que en el alma tengo.
¡Oh qué albricias os prevengo
si la vuelvo a hallar, amor!
Sed vos su descubridor;
pues siendo la luz efeto
del fuego, no habrá secreto
contra vuestro resplandor.
DEIDAMIA:
En un bosque, cazadora,
me dio caza una belleza
que de la naturaleza,
siendo efecto, es vencedora.
En su ausencia el alma llora,
y huyendo de ella la sigo.
¡Ay doméstico enemigo!
¡Qué mal su remedio prueba
quien huye amando, si lleva
lo mismo que huye consigo!
AQUILES:
¡Prenda mía!
DEIDAMIA:
¡Amado dueño!
AQUILES:
No se huelga el que soñó
que sus tesoros perdió
viendo después falso el sueño,
ni cuando restaura el dueño
el primogénito huído,
como yo restituído
al sol que mis ojos ven,
pues no se conoce el bien
como después de perdido.
DEIDAMIA:
No se regocija tanto
el que en el naufragio llora
si ve que el tiempo mejora
y cesa el mortal espanto;
ni el que tras la pena y llanto
goza su gusto cumplido,
como yo, dueño querido,
hoy que mis dichas os ven,
pues no se conoce el bien
como después de perdido.
AQUILES:
¿Que tal merezco escuchar?
Pero claveles que amparan
jazmines que a Amor separan,
¿qué han de brotar sino azahar?
Bien pueden dioses gozar
el néctar que consagrado
su ser ha inmortalizado,
que no iguala al que adquirí,
ni hay tal néctar para mí
como un favor sazonado.
DEIDAMIA:
¡Qué llegó la suerte impía,
después de tantos suspiros
a transformar por oíros
mis penas en alegría!
Bien puede de su ambrosía
gozar Jove regalado,
que aunque inmortal, no ha igualado
al que con vos adquirí,
pues no hay gusto para mí
como un amor sazonado.
AQUILES:
¿Hay tal contraposición
de palabras y favores?
Dioses, envidiad amores
de tan sabrosa sazón.
Labios, gozad la ocasión
de los cristales presentes;
manos, de quien manan fuentes
de eterna felicidad,
mis labios comunicad
y admirarán elocuentes.
Brazos en que Amor procura
depositar su consuelo,
zodiaco sois del cielo,
ceñid orbes de hermosura.
Lengua que en tal coyuntura
su intérprete el alma os llama,
pedid lenguas a la fama
porque en hipérboles sabios
alma, brazos, lengua y labios
celebren a quien os ama. Besa la mano
¡Ay nieve, que helada abrasas!
¡Ay fuego, que ardiendo hielas!
¡Ay mano, en fin, que consuelas
cuando con flechas traspasas!
Por la boca al alma pasas;
y cuando mis penas locas
envidian penas que tocas,
todos mis miembros se holgaran,
porque todos te besaran,
a ser un Argos de bocas.
DEIDAMIA:
Paso, prima, que parece
que va esto de veras.
AQUILES:
Pues,
¿luego esto de burlas es?
DEIDAMIA:
¿No jugábamos?
AQUILES:
Ofrece
Amor, que entre juegos crece,
nuevo fuego a mis quimeras;
de burlas matarme esperas
cuando de mi amor te burlas.
Lleguéme al fuego de burlas
y heme abrasado de veras.
Mas di, prima, ¿te pesara,
ya que lo más hemos hecho,
si mi amor te ha satisfecho,
que en hombre me transformara?
DEIDAMIA:
Que estás perdida repara.
¿Eso, cómo puede ser?
AQUILES:
¿Júpiter no puede hacer
que mi ser conforme al nombre?
Tiresias fue primero hombre
y después se vio mujer.
Haz cuenta, pues, que hombre soy
DEIDAMIA:
Ésta es cuenta sin provecho.
AQUILES:
¿Te holgaras, di, di?
DEIDAMIA:
Sospecho
que en la ocasión en que estoy...
Déjame, prima.
AQUILES:
Y si hoy
fuera yo hombre generoso,
¿me admitieras por esposo?
DEIDAMIA:
Como padre no tuviera,
o a Lisandro despidiera,
mi amor fuera el venturoso.
Pero ¿de qué ha de servir
desvanecernos en esto?
Ya yo al juego fin he puesto.
AQUILES:
Y yo tirano al vivir.
En fin, ¿piensas admitir
a Lisandro?
DEIDAMIA:
Si los cielos
quieren premiar sus desvelos,
¿qué he de hacer?
AQUILES:
Pues oye ahora,
verás que como enamora
sabe Aquiles pedir celos.
No creyera yo, a latir
de tan generoso pecho
y tan divina hermosura,
que las mudanzas del tiempo
tuvieran jurisdicción
sobre vuestros pensamientos,
hoy mudables y olvidados,
ayer amantes y tiernos.
Yo soy hermana de Aquiles,
y Aquiles es a quien dieron
en un monte vuestros ojos
vida y muerte en un sujeto.
Contado me ha los amores
que en una fuente pudieron
retratar en vuestra cara
engaños y fingimientos;
retratos en agua, en fin,
mudable y común espejo,
que cuantos llegan imita
en aire, acciones y cuerpo,
y en apartándose de ella
desaparece en el viento
la imagen representada
con todos lo mismo haciendo.
Llega el hombre, el ave, el bruto,
y con líquidos reflejos
los imita sin saber
distinguir merecimientos;
fuente es vuestra voluntad,
pues con los mismos efectos
sin hacer distinción ama,
imita y olvida luego.
Llegó mi hermano a adoraros,
vióse en vuestros ojos bellos
retratado y admitido,
¿quién creyera que tan presto
como se ausentó borraran
olvidos, en vos ligeros,
copias que amor ingenioso
creyó eternizar con fuego?
No hacéis honrosa elección
--porque el agua os presta ejemplos--
entre Lisandro y Aquiles;
siendo éste un héroe no quiero
loárosle, que en fin es
mi hermano, aunque compitiendo
se permite el alabanza
que alegue de su derecho;
díganlo las fieras mismas
que tantas veces sirvieron
a sus brazos de despojos,
a su valor de trofeos.
Díganlo las inclemencias
de un monte, pues no pudieron
defraudar a su hermosura
milagros que admira el cielo.
Díganlo los dioses mismos,
pues, encerrado en desiertos,
a sus oráculos hacen
de su valor pregoneros.
Díganlo sabios y reyes
y hasta el injuriado griego
que, sin más en su favor
que en el que de tantos reinos
vienen a vengar su agravio,
pues sin Aquiles es cierto
que no ha de ganarse Troya,
según vaticina Delfos.
Dilo tú misma, que absorta,
en medio de un bosque espeso,
la caza hiperbolizaste
de quien ya haces menosprecio
por Lisandro, por un hombre
en quien, indigno de serlo,
sacó una espada de esgrima
a vistas su infamia y miedo;
huyendo le eché de aquí.
Mira en que defensa has puesto
tu honra. Si como a Elena
te roba Paris, soberbio,
dirás que obedeces gustos
de tu padre, rey severo,
cuyo natural dominio
te violenta a su respeto;
pero engáñaste, Deidamia,
que sólo engendran los cuerpos
los padres, las almas no,
que Dios las infunde en ellos,
y no siendo el hombre causa
del alma, pues no es su efecto,
no tiene jurisdicción
sobre ella, si no es el cielo.
Amor de la voluntad
es acto, cuando es perfecto;
la voluntad es potencia
del alma, que es su sujeto.
El padre no engendra al alma,
pues la crían dioses, luego
fuera estará del dominio
de tu padre; y según esto,
no tienes obligación
de sujetar a decretos
humanos lo que al divino
pertenece de derecho.
Di tú que la ingratitud
e inconstancia de tu pecho;
el ser mujer semejanza
del humo, la sombra, el viento,
te han inclinado a Lisandro,
y por parecerte a Venus,
afeminados Adonis
amas, no Martes de acero.
Que siendo así, si a mi Aquiles
no dan la muerte sus celos,
pues he venido a tu corte
por dar a su amor remedio,
él es tal y tal amante,
que antes que lloren incendios
los troyanos robadores
asolará aqueste reino,
dará la muerte a tu padre,
pondrá a sus presidios fuego,
vestirá de tocas viles
a su opositor molesto.
Y yo, que en fin soy su hermana,
y ya como propias siento
injurias de tus olvidos,
pues obligarte no puedo,
ministros de mi venganza
hará el agua, el aire, el fuego,
tierra, brutos, peces, aves,
montes, prados, selvas, cielos,
que a todos los injuria tu desprecio,
pues aborreces lo que adoran ellos.
Vase
DEIDAMIA:
Oye, prima, escucha, aguarda.
Piadosos dioses, ¿qué es esto?
¿Son estas veras o burlas?
¿Es esto verdad o juego?
Juego no, que es muy pesado;
verdad sí, que ha descubierto
amores que solos sabe
el monstruo elocuente y bello.
Si fue Aquiles; si es su hermana
la que por tantos rodeos
segunda vez ha encendido
amores ausentes muertos,
¿qué mucho que al uno adore
y a la otra pague el ingenio,
para Aquiles favorable
y para mi amor discreto?
Todo el mundo en su alabanza
se hace lenguas, los supremos
oráculos y los sabios,
pues quien en plazas y templos
en vida está deificado
y solamente sujeto
a mi amor, más poderoso
que todos, pues que le ha preso.
¿Qué mucho que el vencedor
vencido goce trofeos
de un alma que ya le adora,
de un corazón que le ofrezco?
Perdone mi padre el rey
y perdóneme...
De dentro AQUILES
AQUILES:
¡Ay!
DEIDAMIA:
¿Qué es eso?
AQUILES:
Tirana: tu ingratitud
pide castigo a los cielos;
tu desdén a Aquiles mata;
más daños tu olvido ha hecho,
pues tal capitán le quitas,
que el torpe Troyano al griego,
....................
desdeñado de ti el pecho
donde indignamente vives.
DEIDAMIA:
¿Qué escucho? ¡Nereida! ¡Ay cielos!
AQUILES:
Abre esa puerta y verás
espectáculos funestos
de una fe menospreciada.
DEIDAMIA:
Triste de mi, si eso es cierto;
mas, ¡válgame Apolo santo!
¿Quién eres, hombre sin seso?
¿Qué desleal te dio ayuda?
¿Por dónde entraste aquí dentro?
Tira una cortina y halla a AQUILES,
de hombre con calzas y jubón bizarro
AQUILES:
Tu Aquiles soy, prenda cara.
DEIDAMIA:
A tan grande atrevimiento
castiguen desdén y voces.
AQUILES:
Nereida soy, ten sosiego.
DEIDAMIA:
Acaba, pues, de aclarar
estos confusos misterios,
que en sola tu cara miro
dos rostros, uno y diversos.
¿Eres Nereida o Aquiles?
AQUILES:
Uno y otro, que no quiero
con amorosos engaños
tener tu temor suspenso.
Disculpen llamas de amor
disfraces que han encubierto
con peligro de mi fama
el valor que en tanto tengo;
y tú, agradecida y noble,
paga servicios y excesos
de quien su ser ha negado
por dar a su amor sosiego;
¡Vive Dios, si eres ingrata...
DEIDAMIA:
No acabes el juramento,
que me vences atrevido
y que me enamoras tierno.
¿Serás mi esposo?