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El Discreto/Realce V

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Realce V

Hombre de plausibles noticias

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Razonamiento académico

Más triunfos le consiguió a Hércules su discreción que su valor; más plausible le hicieron las brillantes cadenillas de su boca que la formidable clava de su mano; con ésta rendía monstruos, con aquéllas aprisionaba entendidos, condenándolos a la dulce suspensión de su elocuencia, y al fin, más se le rindieron al tebano discreto que valiente.[1]

Luce, pues, en algunos una cierta sabiduría cortesana, una conversable sabrosa erudición, que los hace bien recibidos en todas partes, y aun buscados de la atenta curiosidad.

Un modo de ciencia es éste que no lo enseñan los libros ni se aprende en las escuelas; cúrsase en los teatros del buen gusto y en el General,[2] tan singular, de la discreción.

Hállanse unos hombres apreciadores de todo sazonado dicho y observadores de todo galante hecho, noticiosos de todo lo corriente en cortes y en campañas. Estos son los oráculos de la curiosidad y maestros de esta ciencia del buen gusto.

Vase comunicando de unos a otros en la erudita conversación, y la tradición puntual va entregando estas sabrosísimas noticias a los venideros entendidos, como tesoros de la curiosidad y de la discreción.

En todos siglos hay hombres de alentado espíritu, y en el presente los habrá no menos valientes que los pasados, sino que aquéllos se llevan la ventaja de primeros; y lo que a los modernos les ocasiona envidia, a ellos autoridad; la presencia es enemiga de la fama. El mayor prodigio, por alcanzado, cayó de su estimación; la alabanza y el desprecio van encontrados en el tiempo y el lugar: aquélla siempre de lejos y este siempre de cerca.

La primera y más gustosa parte de esta erudición plausible es una noticia universal de todo lo que en el mundo pasa, trascendiendo a las cortes más extrañas, a los emporios de la fortuna. Un plático[3] saber de todo lo corriente, así de efectos como de causas, que es cognición entendida, observando las acciones mayores de los príncipes, los acontecimientos raros, los prodigios de la naturaleza y las monstruosidades de la fortuna.

Goza de los suavísimos frutos del estudio, registrando lo ingenioso en libros, lo curioso en avisos, lo juicioso en discursos y lo picante en sátiras. Atiende a los aciertos de una monarquía con felicidad, a los desaciertos de la otra con desdicha. Ni perdona a los estruendos marciales en armadas por la mar, en ejércitos por tierra, suspensión del mundo, empleo mayor de la fama, ya engañada y ya engañosa.

Su mayor realce es una juiciosa comprensión de los sujetos, una penetrante cognición de los principales personajes de esta actual tragicomedia de todo el universo; da su definición a cada príncipe y su aplauso a cada héroe. Conoce en cada reino y provincia los varones eminentes por sabios, valerosos, prudentes, galantes, entendidos y, sobre todo, santos; astros todos de primera magnitud y majestuoso lucimiento de las repúblicas. Dale su lugar a cada uno, quilatando las eminencias y apreciando su valor. Pone también en su juiciosa nota lo paradojo del un príncipe, lo extravagante del otro señor, lo afectado de este, lo vulgar de aquel, y con esta moral anatomía puede hacer concepto de las cosas y ajustar el crédito a la verdad. Esta cognición superiormente culta sirve para mejor apreciar los dichos y los hechos, procurando siempre sacar la enseñanza: si no la admiración, por lo menos la noticia.

Sobre todo tiene una tan sazonada como curiosa copia de todos los buenos dichos y galantes hechos, así heroicos como donosos: las sentencias de los prudentes, las malicias de los críticos, los chistes de los áulicos, las sales de Alenquer, los picantes del Toledo, las donosidades del Zapata, y aun las galanterías del Gran Capitán, dulcísima munición toda para conquistar el gusto.[4]

Mas subiendo de punto y tiempo, tiene con letras de aprecio las sentencias de Filipo II, los apotegmas de Carlos y las profundidades del Rey Católico.[5] Si bien los más frescos, y corriendo donaire, son los que tienen más sal y los más apetitosos. Los flamantes hechos y modernos dichos, añadiendo a lo excelente la novedad, recambian el aplauso, porque «sentencias rancias, hazañas carcomidas» es tan cansada como propia erudición de pedantes y gramáticos.

Más sirvió a veces esta ciencia usual, más honró este arte de conversar, que todas juntas las liberales. Es arte de ventura, que si la da el cielo, poco de aquellas basta, digo para lo provechoso, que no para lo adecuado. No excluye las demás graves ciencias, antes las supone, por basa de su realce. Así como la cortesía asienta muy bien sobre el tener, así esta parte de discreción sobre alguna otra grande eminencia cae como esmalte. Lo que dice es que ella es la hermosura formal de todas, realce del mismo saber, ostentación del alma, y que tal vez aprovechó más saber escribir una carta, acertar a decir una razón, que todos los Bártulos y Baldos.[6]

Varones hay eminentes en esta galante facultad, pero tan raros son como selectos, tesoreros de la curiosidad, emporios de la erudición cortesana; que, si no hubiera habido quien observara primero y conservara después los heroicos dichos del Macedón y su padre, de los Césares romanos y Alfonsos aragoneses, los sentenciosos de los Siete de la Fama,[7] hubiéramos carecido del mayor tesoro del entendimiento, verdadera riqueza de la vida superior.

Cuando encontrares con algún valiente genio de estos, que entre millares será alguno, aunque lo busques con la antorcha al mediodía;[8] logra[9] la ocasión, disfruta las sazonadas delicias de la erudición, que si con hambre solicitamos los libros ingeniosos y discretos, con fruición se han de lograr los mismos oráculos de lo discreto, de lo juicioso, sazonado y entendido.

Siempre nos lleva a buscar a otro la concupiscencia propia, ya interesal, ya desvanecida; mas aquí gustosa por lo agradable del saber, por lo apetitoso del notar. No seas tú de aquellos que bárbaramente se envidian a sí mismos el gusto del saber, por deslucir al otro el aplauso del enseñar.

Vuelven algunos de los emporios del mundo tan a lo bárbaro como se fueron, que quien no llevó la capacidad no la puede traer llena de noticias; llevaron poco caudal,[10] y así hicieron corto empleo de observaciones; mas el discreto, como la gustosa abeja, viene libando el noticioso néctar que entresacó de lo más florido, que es lo más granado. No es la ambrosía para el gusto del necio, ni se hallan estas estimables noticias en gente vulgar, que en estos nunca salen de su rincón ni el gusto ni el conocimiento; no dan ni un paso más adelante de lo que tienen presente.

Ponen otros su felicidad en su vientre, sólo toman de la vida el comer, que es lo más vil; de las potencias superiores no se valen ni las emplean; ocioso vive el discurso, desaprovechado muere el entendimiento. De aquí es que muchos de los señores no llevan ventaja a los demás sino en los objetos de los sentidos, que es lo ínfimo del vivir, quedando tan pobres de entendimiento como ricos de pobres bienes. No vive vida de hombre sino el que sabe. La mitad de la vida se pasa conversando. La noticiosa erudición es un delicioso banquete de los entendidos, y destínase este realce de la mayor discreción al mejor gusto del excelentísimo Marqués de Colares, don Jerónimo de Ataide[11] pues se ideó de su noticiosa erudición. Será algún día desempeño de mi veneración el docto lucimiento de su asunto, la inmortalidad de sus obras.

Notas del editor:

  1. El emblema 180 de Alciato dibuja a Hércules con unas cadenas que salen de su boca para aprisionar con la elocuencia a aquellos a quienes no alcanzaba con la clava.
  2. El «General» o Studium Generalis equivalían a actuales estudios superiores o universitarios.
  3. plático: experimentado. Esta voz, muy usual en Gracián, equivale a «práctico».
  4. Todos son autores de dichos, facecias, chistes o anécdotas que circularon oralmente en su tiempo: El marqués de Alenquer, don Diego de Silva y Mendoza (1564-1630), don Pedro de Toledo, marqués del Milanesado (muerto en 1627), cuyos chistes recogió Juan de Arguijo en sus Cuentos, y Gabriel Zapata, célebre en Sevilla en la primera mital del S. XVII por sus chistes. El Gran Capitán tenía asimismo fama de agudo.
  5. Felipe II tenía fama de sentencioso, como demuestra la publicación de Dichos y hechos del señor Rey Don Felipe Segundo, el Prudente (...) de Baltasar Porreño (Cuenca,1628). También se recogieron dichos y sentencias de Carlos I y de Fernando el Católico. De dichos y hechos de este último pergeñó Gracián su El político don Fernando el Católico (1640).
  6. Bártolo de Sassoferrato (1313-1375) y Pietro Baldo (1327-1406) son autores de libros de texto muy usados por los estudiantes de leyes, de ahí que se lexicalizaran, como en la actual «bártulos».
  7. Se refiere a Alejandro Magno, a Julio César y a los Siete Sabios de Grecia.
  8. Alude a la anécdota del filósofo griego Diógenes el Cínico, que apareció a la luz del día en Atenas con una linterna diciendo: «busco a un hombre».
  9. lograr equivale aquí y en otros lugares de la obra de Gracián a «aprovechar».
  10. caudal: juicio, entendimiento. Véase realce 2, nota 2.
  11. Jerónimo de Ataide, conde de Castañeira y marqués de Colares, erudito interesado en la historia y la genealogía, era amigo de Uztarroz y Gracián.