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El Emperador y el poeta

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


El Emperador y el poeta.

Augusto César acostumbraba premiar generosamente á los buenos poetas que le dedicaban versos; pero entonces, como ahora, habia un número tan desmesurado de poetastros y fabricadores de dísticos á escoplo, que no era posible ni justo premiar ni ser generoso con todos. Al hacer esta comparación, no se crea que pensamos encontrar ahora poetas como los de entonces, ni grandes amantes de la literatura que los premien como Augusto y Mecenas. Ninguna cosa de las dos pensamos, ni mucho menos.

Pero vamos al cuento.

Es el caso, que uno de los poetas mas fecundos, mas tenaces y mas desgraciados en los repartos de pecunia, lo era uno griego , que todos los dias le presentaba una oda, todos los dias esperaba comer con ella, y todos los dias se quedaba en ayunas. Tantas llegó á presentar, que Augusto pensó en la necesidad de librarse de aquel importuno, y al efecto, un dia que pur la centésima vez le llevó unos adónicos, Augusto sacó otros versos que él mismo habia compuesto, y se los dio como si le pagase en la misma moneda.

Los espectadores, que comprendieron la acción, se sonrieron maliciosamente, mirando al pobre poeta con solapería, y esperando gozarse en su vergüenza.

Pero el poeta no la conocia, antes por el contrario cogió los versos con mucho desembarazo, los leyó con buena y segura entonación, los aplaudió, dio gracias á Augusto, y luego sacando una pequeña moneda de cobre, le dijo:

— Señor, tomad y perdonad. Mi ofrenda es corta, y no corresponde ni al mérito de los versos que me habéis dedicado, ni á la grandeza y majestad de su autor; pero tal cual es, admitidla, os ruego, como el tributo de aquel que os dá todo cuanto tiene.

A una salida tan inesperada, los concurrentes no pudieron contener la risa, y Augusto quedó tan complacido del desembarazo del pobre poeta, que mandó darle una gran suma.