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El Gíbaro/Escena II

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época


ESCENA II.


El Bando de S. Pedro.


bando de San Pedro debe ocupar un lugar, y no secundario, en un cuadro de costumbres Puerto-riqueñas, porque, además de su originalidad, viene á hacer precisa su aparicion en un libro el olvido en que comienza á caer este regocijo popular, que yo, á fuer de hombre amante de su país, quisiera se perpetuase en él para siempre. Para cumplir pues con mi propósito, y dar una idea de lo que comprende el título de esta escena, es necesario retroceder algunos años, pues de otra suerte no podria pintar el Bando de San Pedro sino en el período de su civilizada decadencia; y así supongo que nos quitamos doce ó catorce años de encima, lo cual harian de veras y con mucho gusto algunos de mis lectores.

Eran las diez de la mañana; el sol cubierto con un lienzo de nubes que debilitaba su ardor tropical, templado además por la brisa diaria en aquel clima durante las abrasadas horas del dia, alumbraba el recinto de una ciudad, que ya no ecsiste, tal es la trasformacion verificada en ella en tan corto espacio de tiempo.

Las calles no eran aseadas y agradablemente vistosas como en el dia; una recua de caballerías mayores y menores que recogian sus inmundicias, iba dejando por todas ellas señales no muy limpias de su paso; y gracias al empedrado, cuyas aceras de ladrillos puestos de canto, gastados unos, elevados otros, arrancados muchos y desiguales todos, el transeunte no podia dar un paso sin llevar, como suele decirse, los ojos en los pies; las plazas, hoy hermosas, estaban cubiertas de yerba que daba pasto al caballo del carbonero, al macho del borriquero y á unas cuantas vacas y cabras que iban de puerta en puerta, y sin que nadie las molestase, buscando los desperdicios que espresamente y para ellas estaban guardados.

Circulaba por toda la ciudad mayor número de personas que en los dias ordinarios, causando aquella especie de rumor que en las poblaciones de poco movimiento, como era entonces la capital de Puerto-Rico, es anuncio seguro de un dia de fiesta popular. Infinidad de personas, que por su traje y maneras mostraban ser de los campos de la Isla, discurrian acá y allá admirando la maravilla de una tienda de quincalla, de una confitería, ó de una de aquellas barracas de madera llamadas casillas, que llenas de juguetes y otras chucherías, estaban en la plaza de armas arrimadas á la negra y muy sucia pared del presidio, hoy bonita fachada del cuartel de Artillería. Los balcones, ventanas y puertas bajas se veian cuajados de gente de todas clases, la plaza de armas llena de caballos para alquilar, y los muchachos corrian por todas partes produciendo con sus gritos las notas mas agudas de aquel bullicioso conjunto de sonidos, que á fuerza de ser desacorde tiene su armonía particular. Poco despues veíanse pasar algunas máscaras á

caballo que se encaminaban á la plaza principal, para formar un escuadron, que á estar en moda la mitología pudiera llamarse el escuadron de Momo. Reunidas allí todas, se dió la señal de marcha, seguida en el órden siguiente:

1.° Caseros, cotisueltos, lecheros y guaraperos; éstos sin disfraz, aunque disfrazados con sus mismos trajes; los primeros eran gíbaros montados en los caballos que por sus buenas mañas no habian podido alquilar, pero que con su garroneo y su fuete de á cuatro reales hacian ir mas ligeros que el viento; los segundos eran amigos de éstos de la capital, ó jornaleros que gastaban en aquella broma el salario de una semana; distinguíanse por los movimientos descompasados de todos sus miembros que hacian flotar su camisa como una bandera, y de aquí su de nominacion; las otras dos clases eran los que habiendo despachado su mercadería, se solazaban en pasear por las calles al galope de sus encanijados é inseparables compañeros. Esta era la vanguardia, formada, como se ve, de gente de rompe y rasga, puesto que rota y rasgada llevaban no pocos la vestimenta.

2.° Caballería ligera; compuesta de los muchachos que por su buen comportamiento en la escuela, ó por otra causa, habian logrado el permiso de los papas; de jóvenes de todos oficios, artes y carreras, inclusos los que en todo el año no tenian otra ocupacion que correr aquel dia, y de las cumarrachas que muchos de estos llevaban á la grupa: los caballos que montaban, si bien no del todo buenos, podian sin embargo seguir á la vanguardia, y los trajes eran si no de grande invencion, caprichosos y variados desde el cuotidiano hasta el de arlequin, ó de negro, con la cara y brazos bien tiznados ó cubiertos de seda.

3.° Caballería pesada; componíanla hombres de mas edad, y entre ellos muchas personas de suposicion y respetables en todos conceptos: sobresalian por la exagerada ridiculez de sus trajes, y por la inutilidad de sus rocines, cojos, tuertos ó ciegos, de sorejados, y con mas faltas que sobras. Entre estos (no entre los rocines) iban el que hacia de notario, el pregonero, y los tocadores de cornetas y timbales.

De esta suerte llegaron delante de la fortaleza ó palacio del Capitan General; el notario, acompañado del pregonero, se colocó debajo de las ventanas del edificio; los trompetas y timbales tocaron furiosamente y con el mayor desconcierto por algunos momentos, luego callaron todos, y poniéndose el primero unos anteojos de jigüera, comenzó á dictar, y el pregonero á repetir en alta voz, el siguiente

BANDO.

Don Tintinábulo Caralampio de los Lepidópteros nocturnos, Señor de las carambímbolas del Peñon de Rio Grande, Pachá de las Islas Baleares mayores y menores, que se hallan en tierra firme entre el Peloponeso y la Isla de Madagascar, Presidente del Senado de la China, y primer Cónsul de la República cochinchiniana, Conde del Manglar de Martin Peña, de las tembladeras de Loiza y de la cuesta del Cercadillo, Emperador de los Godos, Visogodos, Alanos, Puritanos y Samaritanos, Duque del Golfo de las Damas, y Cabo 2.° de la Compañía de Morenos de Cangrejos, etc. Hallándose el dia de San Pedro encima de nosotros, como nosotros encima de las bestias que nos rodean, y deseando que dicho dia se celebre con toda clase de celebraciones, y con la pompa, algazara y estrategia que son de costumbre, segun consta de los archivos del Agua-buena. Deseando además, que ningun bicho viviente ni por vivir altere en lo mas mínimo el buen órden y compostura, que debe reinar en estos dias en que corren por esas calles toda clase de animales, y con el fin de evitar contumelias y otros accidentes desagradables que pudieran ocurrir: Ordeno y mando.

Artículo 1 .° Queda prohibido bajo pena de la vida el morirse, hasta pasados ocho dias de la publicacion de este bando.

2.° Todo individuo que coma, beba, duerma y haga otros menesteres que se dirán en caso preciso, estáobligado á montar, como montan los hombres si fuere del género masculino, y áque le monten, á las ancas ó como mejor le pareciere, si es del femenino.

3.° Se previene á los tenderos de toda clase de comestibles, inclusos los de ropa, que enciendan hogueras (vulgo candeladas) en los dias de carreras; teniendo cuidado de apagarlas al toque de la oracion, para no iluminar lo que debe pasar á oscuras.

4.° Siendo las carreras de San Pedro una prueba de lo mucho que adelantamos, aunque siempre corremos por el mismo lugar, deben ser así mismo un modelo de cortesía; queda pues privada toda accion sospechosa, como toser, estornudar, etc.

5.° Queda igualmente prohibido el llevar las manos á las narices, orejas ni á ninguna otra parte de las que estan vedadas por la buena educacion; debiendo al contrario tenerlas siempre de manifiesto para evitar malas interpretaciones.

6.° El gobierno de las bestias queda á cargo del bello secso, por haber demostrado la esperiencia que el otro que no es bello, no contiene muchas veces la fogosidad de los potros que quieren salir de las calles en direccion al campo del Morro.

7.° Para impedir en dicho lugar caidas que pudieran causar rasguños, cardenales y chichones mas ó menos pronunciados, se pondrá al rededor de la cantera que hay en el mismo un guardian que avisará con un tiro de fusil la aparicion de todo ser animado.

8.° Encaso de ser estas apariciones tan frecuentes que no tuviese tiempo de cargar el arma, se duplicará, triplicará, y centuplicará el número de guardianes, hasta que entre todos hagan un continuo fuego graneado.

9.° No pudiendo usarse el agua, sino licores mas ligeros y menos dañosos, como el cañete, anisao, etc. quedan cerrados todos los algibes, pozos, y las cataratas del cielo, hasta pasados ocho dias contados desde la fecha.

10.° Será declarado reo de lesa carátula todo el que contraviniere en lo mas mínimo las disposiciones adoptadas en este bando; siendo además juzgado con arreglo al código de Tío Luna.

11.° Encargo á los magnates y sacatecas de mis dominios que guarden y hagan guardar el presente bando, á todo siniquitate que se halle bajo su férula, y que agarrochen á los que no quieran entrar por el surco, ¡Vivan las fiestas de San Pedro! ¡vivan las gentes de buen humor! ¡viva todo el mundo!

Dado en las Cuevas del Sumidero á 4 del mes de los gatos, y del año de las cornucopias.—Firmado—Tintinábulo Emperador de los Alanos, Puritanos y Samaritanos; Cabo 2.° de la Compañía de morenos de cangrejos.

Una endiablada gritería y los mas furibundos toques de clarines, trompetas y timbales, anunciaron á larga distancia que habia terminado la lectura del bando que antecede; emprendieron la marcha en el mismo órden que habian venido, y fueron repitiendo la publicacion en los parajes mas públicos, despues de lo cual se desbandaron, durando las carreras hasta las dos ó las tres de la tarde.

Tal era el bando de San Pedro en la época á que me he referido; desde unos dias antes ya servia de tema de conversaciones muy animadas, y que tenian por objeto la redaccion del célebre documento, que todos deseaban leer; la invencion de un disfraz, el hallazo de un jamelgo indefinible por sus viciosas anomalías, y otras muchas cosas que ocupaban á personas de todas las clases de la sociedad: los mas entonados iban á caza de alimañas que despreciaria el jitano mas hábil, y las mas lindas manos se ocupaban en hilvanar, prender, y atar ropajes, flores, y cintas, que adornaban á sus allegados, amigos y aun a ellas mismas.

Ahora que he procurado hacer que conozca, ó recuerde el lector el bando de San Pedro, reflecsionemos algo sobre el mismo; porque, como he dicho al principio, temo que los progresos de la civilizacion, arrebatándonos nuestra sencillez de costumbres, arrastren consigo todas aquellas diversiones que al par que deleitan, tienen el gusto de la originalidad; diversiones que recuerdan nuestra infancia, y que influyen no poco en el carácter de los habitantes de nuestras Antillas.

Últimamente ha venido á reducirse esta costumbre, á carreras sin objeto ni fin alguno, y la clase privilegiada de la sociedad Puerto-riqueña se aparta cada dia mas de ella, considerándola quizás como indigna del buen tono y de la cultura, de que con sobrada razon blasona; pero en mi humilde sentir debieran interesarse en sostenerla, por ser un medio económico é infalible de divertir al pueblo, y de procurar salida á muchas cosas que no la tienen sino en tiempo de tales fiestas.

Aquel regocijo, á que eran llamadas todas las clases, y del que disfrutaban todos, ya como actores, ya como espectadores, se acomoda mucho á los gustos y hábitos del país. La afluencia de gentes de los campos, aumentando las relaciones de estos con la capital, satisfacia ese deseo innato de hospitalidad y franqueza tan conocido en los habitantes de Puerto-Rico. Cada casa de la Ciudad era una posada gratuita; y esto que de pronto parece una carga muy penosa, tiene allí indemnizacion segura; si una familia aloja y obsequia á otra que viene á divertirse con las máscaras de San Pedro, puede ir á su vez y por el tiempo que guste, á disfrutar de los encantos de la campiña, sin mas trabajo que un aviso dado algunos dias antes.

Escusado es decir que el comercio gana, y no poco, con el sostenimiento de esta y otras fiestas que empiezan á decaer; ¿quién es el que viene á una capital á divertirse sin que arregle su equipaje, que en los campos no suele estar siempre á punto de revista? ¿Quién es el que vuelve sin llevar un regalito para el pariente, amigo ó esclavo á quien dejó el cuidado de su casa? ¿Los mismos que reciben á estos forasteros, no tienen precision de ataviarse como ellos, para acompañarles á todas partes? ¿el consumo de la despensa es igual entonces al de los dias ordinarios? respondan á esto el bolsillo de algunos, y las balanzas y la vara de medir de otros.

Finalmente los hacendados que se dedican á la cria caballar, ganan tambien, porque si en la mañana de la víspera de San Pedro no se miran las buenas cualidades de las bestias, no sucede lo mismo por la tarde y al dia siguiente; cuando la concurrencia y rivalidad las ponen todas de manifiesto; y Dios sabe los tratos, ventas, y cambalaches á que esto da lugar; de manera que no sé como empieza á olvidarse una costumbre tan útilmente graciosa, y tan graciosamente útil; mil veces he pensado remitir á mis paisanos una cartita que tengo borroneada, pero no lo he hecho por cortedad. Esta carta la transmito en reserva á los suscritores del Gibaro, y dice lo que sigue : «Queridos paisanos, los «que vivis felices, entre Bieques y Sto. Domingo: gozoso estoy á mas no poder, con las noticias que recibo de esa nuestra tierra, porque segun ellas cada dia va siendo el país mejor de los posibles; por allá puede un hombre acostarse seguro de que, si no viene la pelona por sus pasos contados, dispertará al dia siguiente sin sustos ni cosa que lo valga, lo cual no sucede en todas partes por acá, en el mundo civilizado, y sino que lo digan los Parisienses que hace poco han tenido el inocente desahogo de mandar á la eternidad á mas de diez mil de sus hermanos, con su añadidura de robos, violaciones, mutilamientos, y otras lindezas que no hay mas que pedir.

«Segun he sabido los caminos, puentes, calza«das, y otros medios de comunicacion que no hace mucho tiempo estaban buenos para los pájaros, ahora se van mejorando que es un gusto; la capital se ha convertido en una tazita de plata, y todos los demás pueblos la van siguiendo; de suerte que cuando yo vuelva, que no está muy lejos, tendré que tomar un cicerone, que me esplique cada una de las muchas novedades que se me ofrezcan á la vista.»

«No puedo menos de daros el parabien por tanta dicha, y lo haria, si es posible, de mejor gana, si no hubiera llegado á entender que comenzais á olvidar, junto con ciertas preocupaciones ridículas, algunas de nuestras sencillas y buenas costumbres: me han dicho, entre varias otras cosas, que apenas os acordais del bando de S. Pedro, que tanto nos divertia, y juro por la cuesta del Guaraguao, que no hemos de tener la fiesta en paz hasta que sepa que os habeis corregido. ¿Cómo se entiende, señores reformistas, quereis que no quede rastro bueno ni malo de los usos de nuestros padres? ¿teneis acaso la vanidad de pensar que nada es bueno mas que lo que hagamos nosotros? Si os molesta el sol porque os habeis vuelto mas delicados, mudad la hora, pero no toqueis á la costumbre; si algunas palabras que antes pasaban no pueden tolerarse en el dia, porque el buen gusto se ha desarrollado, ingenios hay en la Isla que os darán cada año un bando mejor que el Código Romano, y que las Tablas de Solon.»

«Cuidado, señores mios, no nos suceda lo que al «loco que dió en tener asco á sus propias uñas, para impedir que crecieran queria cortarse los dedos; vayamos con tiento, no afinar tanto la guitarra que se le rompan las cuerdas, y tengamos presente que hay un adagio que dice, que no por mucho madrugar, amanece mas temprano.»

«Fuera de esto, aplaudo ese espíritu de regeneracion bien entendida que se desarrolla entre nosotros, quisiera poder contribuir á nuestro adelanto; pero ya que no otra cosa, admiro vuestra cordura y sensatez, y quedo vuestro paisano y afectísimo S.S.»—El Gíbaro de Caguas.