El Robinson suizo/Capítulo L

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CAPÍTULO L.


La tempestad.—El clavo-especia.—El salmon.—El puente levadizo.—Marga salada.—El pemmican.—Elaboracion del azúcar.—La hiena.—Palomas correos.


Miéntras remábamos tranquilamente, Ernesto, á quien siempre se le ocurria algo que hablar, me preguntó cómo habia calculado con tanta exactitud la distancia que nos separaba de su hermano al presumir su paradero.

—De una manera muy sencilla, respondí, para el que está algo iniciado en los fenómenos de la naturaleza. Se sabe que la luz recorre el espacio con rapidez extrema, y que su resplandor refleja en la pupila del hombre casi instantáneamente, de suerte que se calcula que en el espacio de un segundo recorre el éter luminoso una distancia de ochenta leguas. El sonido, por el contrario, es mucho más tardo en su transicion, pues mide en igual tiempo ciento setenta y dos toesas ó sean trescientos treinta y ocho metros. Combinando estas observaciones con mi pulso, que regularmente en estado de salud da sesenta latidos cada minuto, y contando cuatro de estos en el intervalo que medió entre ver el humo y oir el estampido, deduje que debíamos estar separados de Federico sobre cuatro mil ciento sesenta piés, que es á corta diferencia un cuarto de legua; y hé aquí explicaba la exactitud de mi anuncio, y de la distancia que nos separaba de tu hermano. Tambien es cierto que circunstancias atmosféricas imprevistas, como el viento y la lluvia, pueden á veces alterar estos cálculos; pero las diferencias que resulten serán siempre insignificante.

—Un secreto más de la naturaleza que yo no conocia, repuso el doctorcillo con placentero acento; otra de las maravillas que sorprenden y parecen imposibles al ignorante. De esa manera, preguntó, ¿se podrá determinar el punto de partida de la luz celeste, y el tiempo que tarda en llegar hasta nosotros?

—Sí, ciertamente. La astronomía enseña con la más rigorosa exactitud la distancia que separa nuestro globo del sol y de los demas astros que lo iluminan, y así te dice que bastan á los rayos solares ocho minutos para llegar á la tierra, y que la luz de Sirio, estrella fija que se cree una de las más remotas, necesita seis años de trascurso para que su resplandor nos hiera; y así, si posible fuera disparar un cañon desde aquel astro, hasta pasados seis mil años no se podria oir la detonacion, supuesta igual atmósfera en todo el tránsito.

—Esto aturde, papá... ¡es para perder la cabeza!

—Mas aun te asombraria si aplicase mi cálculo á todas las estrellas fijas, que están aun millares de veces más lejanas de nosotros que Sirio. Allí, hijo mio, allí, en aquel libro inmenso, donde cada página abraza el más sublime conjunto de las maravillas, allí debe aprenderse á conocer al Autor de todas las cosas; allí, ante el majestuoso concierto de tan grandes armonías, debe el hombre humillarse y reconocer su pequeñez, y más si atiende y considera que todas las estrellas que tachonan la bóveda azul del firmamento son quizá otros tantos mundos habitados, desde los cuales aparece nuestro globo como un grano de arena en el espacio.

Entretenidos con esta plática, y cuando apénas llevaríamos un cuarto de hora de camino, notámos que la tormenta se adelantaba mucho más de lo que presumiéramos. A la tercera parte de la travesía el horizonte se cubrió de negras y espesas nubes que se desataron á torrentes. El huracan, los truenos, los relámpagos y las olas embravecidas confundieron la naturaleza entera en el más horrible desórden. Federico y su caïak estaban demasiado léjos para reunirse con nuestra piragua, en la que me pesó de veras la condescendencia de no haber hecho entrar al niño, segun mi primera intencion. Pero en esto no habia que pensar, la lluvia era tan espesa que nada se divisaba. Por precaucion mandé á Santiago y Ernesto que se ciñesen los salvavidas y se atasen con correas al mástil de la piragua para evitar que les arrebatasen las olas. Yo tambien tuve que recurrir á iguales medios, y con el corazon traspasado de inquietud dirigí al cielo la profunda mirada de súplica que Dios comprende siempre, y encomendándome á él, y conociendo mi impotencia para gobernar la piragua, la abandoné y nos abandonámos todos en manos del Señor, completamente resignados con su voluntad divina.

Conforme la tempestad aumentaba en violencia, crecia mi ansiedad. Las olas se elevaban como montañas, llevándonos hasta su cumbre y precipitándonos despues cual si nos sumieran en los más profundos abismos. Centellas y siniestros resplandores cruzaban la oscuridad, alumbrando por momentos los montes de agua que por do quier nos rodeaban inundando la chalupa y amenazando á cada instante hacerla trizas.

Quiso Dios por fin que la duracion de la tormenta fuese en razon inversa de su violencia. El oleaje calmó como por encanto, y el viento aplacó su furia; pero los negros y espesos nubarrones que aun teníamos sobre nuestras cabezas continuaban alarmándonos. Sin embargo, en medio de tanta angustia tuve la satisfaccion de ver lo bien que se sostuvo la piragua durante la borrasca. El furor y las embestidas de las olas la habian dejado intacta; llevada cual leve pluma, desdeñáronse al parecer de maltratarla, dejando siempre tiempo para desaguarla y seguir bogando.

Pasado el primer susto, nuestra primera idea fue la del reconocimiento. Dímos gracias á Dios porque nos habia salvado otra vez; pero todavía faltaba algo: Federico y su caïak me tenian en ascuas, siéndome imposible dominar mi inquietud sobre su suerte, debiéndole haber sorprendido como á nosotros la tormenta. Tan pronto la exaltada imaginacion me representaba al niño y su barco estrellados contra las rocas, como arrastrado hácia la inmensidad de un Océano sin límites. Quedáronme sólo fuerzas para implorar al Señor la necesaria para soportar con resignacion cristiana la afliccion en cuya intensidad ni siquiera pensar queria.

Redoblámos los esfuerzos para remar; yo me encargué del manubrio que hacia girar las alas mecánicas del barco, y trabajando todos de consuno en breve llegámos á la altura de la Bahía del salvamento. Aquí ya comencé á respirar, y cargando todo el peso de mi cuerpo sobre un remo, hice entrar á la piragua bruscamente en el canal y fondeadero de nosotros ya tan conocido. Los primeros objetos que se presentaron á nuestra vista fueron Federico, Franz y su madre arrodillados á la orilla de la playa. Ya habian dado gracias al Señor por la salvacion de Federico, y á la sazon le elevaban votos y súplicas por nuestra conservacion y retorno; y de cuán fervientes serian, cualquiera podrá formarse una idea, así como de la angustia y desesperacion de tan buena esposa y madre. La incertidumbre y la ansiedad la partian el corazon, y sólo la gran fe que la animaba la hubiera impedido sucumbir á tamaño sufrimiento.

Tomámos tierra entre las exclamaciones de alegría y reiterados abrazos de toda la familia. Nadie sabía lo que le pasaba, y la opresion del corazon se desahogó en todos con un torrente de dulces y consoladoras lágrimas. Temia alguna reconvencion de parte de mi esposa por nuestra imprudente temeridad; pero estaba demasiado conmovida y su gratitud á Dios la absorbia de tal modo que ni siquiera pensó en aguar el alborozo general con quejas intempestivas que ya para nada servian.

Tanto los recien venidos como los que aguardaban todos nos reunímos en un solo grupo para orar y dirigir al Eterno nuestras inequívocas de inmensa gratitud, y cumplido este primer deber entrámos en la gruta para mudarnos de ropa, pues veníamos calados.

—¡Bendito sea el Señor! exclamó Federico, ¡ya estamos juntos y fuera de peligro! Ni yo mismo sé cómo he llegado hasta aquí. Faltaria á la verdad si dijese que no he pasado algun miedo; pero persuadido de que mi barco groelandes era incapaz de sumergirse, deseché todo temor. Cuando se derrumbaba una ola sobre mí aguantaba la respiracion, firme en mi puesto, sin más incomodidad que tener que arrojar á veces alguna que otra bocanada de agua salada que sin querer tragaba. Mi única inquietud era la contingencia de perder el remo;



¿Que ves en la costa? á Fritz con Franz y su madre, pidiendo á Dios por nosotros.


la posicion entónces se hubiera hecho más crítica; pero á todo tirar, la violencia del viento me hubiera llevado al canal con la rapidez de una flecha. Cada vez que el caïak se encontraba sobre una ola mis ojos veian la tierra, que desaparecia luego al sumergirme en uno de los mil abismos que me rodeaban. Al comenzar la última arremetida del chubasco desembarqué á buscar asilo en las rocas bajo el saliente de un peñasco, y pasada la terrible nube torné el caïak que la Providencia ha conducido salvo. Pero, papá, prosiguió el niño con entusiasmo religioso, creo que no han sido mis remos ni la calidad de mi esquife los que me han traido á la costa; sentia yo como que una mano más fuerte que la mia sostenia el caïak sobre las olas. ¡Era la del Dios omnipotente á quien se debe todo y á quien rindo homenaje!

—¡Qué dia, mamá, qué dia! exclamó Ernesto, á quien aun no le habia vuelto el color; nunca pude concebir lo terrible que es un tormenta.

—Lo que es yo, dijo Santiago, buena panzada me he dado de agua salada, y puedo asegurar por experiencia que es la bebida más detestable que puede entrar por gaznate humano.

—Fue descuido tuyo, respondió Federico, y proviene de que abrias la boca cuan grande era el venir la ola en vez de tenerla cerrada hasta morderse los labios si es menester para que no penetre.

—A la verdad, no sé lo que hice, repuso el interlocutor, pero jamas me hubiera ocurrido tal idea distraido como estaba en contemplar al señor Ernesto, que no sólo cerraba la boca, sino que el miedo le obligaba sin duda á hacer extraños gestos y contorsiones.

—¡Ah! replicó Ernesto con cierta acritud, pues me felicito sobremanera de haber proporcionado á mi digno hermano un rato de diversion en momentos en que debia ser difícil lograrlo. Por lo demas, sean cualesquiera mi facha y gestos, como dices, y mayor ó menor el miedo que me abrumase (y que nadie ha pesado todavía) lo cierto es que no he estorbado con mis acciones y palabras, ni con otra demostracion de terror que complicase la situacion.

—Verdad es, dije para cortar el mal giro que llevaba la conversacion; Ernesto habrá podido tener miedo, pero se lo ha guardado para sí, recordando lo que en otra ocasion dije que á veces las vanas exclamaciones nacidas de un terror pánico aturden y embarazan abultando el peligro. Una actitud tranquila presta por lo general un gran servicio si bien es inútil cuando la ocasion exige resolucion pronta ó esfuerzos desesperados.

—Fuera comparaciones, interrumpió la buena madre, aquí no se trata de valuar el grado de miedo que cada uno ha tenido, y por grande que haya sido, á cualquiera se le ha podido permitir por más que diga el fanfarron Santiago. Por mí, confieso que á no ponerme enteramente en manos del Señor me hubiera muerto de ansiedad.

—Tú eres la que más lo entendiste, buena y piadosa esposa mia. Ahora, ya que el riesgo ha pasado, no hablemos más de ello; pero sí podemos alabarnos de la solidez de nuestras embarcaciones; la piragua de corcho ha resistido á la tormenta como un navío de tres puentes, y ya sin cuidado iria con ella al socorro de cualquier buque por violento que fuese el temporal.

—¡Ah! bien por la piragua, contestó Federico; la concedo sin disputa el privilegio de solidez que reclama; pero el caïak no ha salido ménos triunfante de la terrible prueba, ni merece ménos el honor de la jornada; con él no me quedaria el último acompañando á la chalupa. Con ambas embarcaciones, papá, ya podrémos alargarnos á buscar los buques que pudieran hallarse en peligro, estacionándonos en tiempo tempestuoso en la isla del Tiburon, donde podria construirse una batería de socorro con una bandera que de léjos se divisase. El cañon serviria de aviso, y en los dias serenos el pabellon bastaria para anunciar nuestra presencia, y un buen anclaje en la Bahía del salvamento. ¡Quién sabe si por ese medio lograrémos algun dia abandonar esta playa desierta!

—¡Sí! ¡sí! excelente idea, así verémos hombres, ¡hombres como nosotros! repitieron los chicos entusiasmados por el dulce y natural instinto de sociabilidad que entre sí liga á todos los miembros de la raza humana.

—No hay duda que podrá suceder, respondí; pero esto sería bueno si contase con la fuerza de Sanson; entónces cogeria un cañon en cada brazo y los subiria á la cima de las rocas con la misma facilidad que aquel sacó de quicio las columnas del templo. ¡Ah, queridos! vuestra imaginacion todo lo arregla á medida del deseo, y tiene que ver la prontitud con que allanais las dificultades. ¡Pues no habeis dicho nada! ¡Construir un fuerte en medio del mar y artillarle con la sola fuerza de un hombre auxiliado de cuatro niños y de una mujer! ¡grande ayuda!

—¡Cómo grande ayuda! repitió mi esposa con ligera ironía, extraño mucho que así hables cuando hemos hecho cosas que te han parecido increibles. Creo que en vez de burlarte de la proposicion deberias aplaudirla, y ¡quién sabe si los obstáculos que la imaginacion de mi hijo te sugiera llegarán á convertirse en nuevos triunfos de que te gloríes!

—¡Está bien, mujer, está bien! si os parece bien, repliqué riéndome, aplazarémos ese último y glorioso triunfo que se me prepara, y por ahora nos dedicarémos á poner en seguridad nuestra escuadra por via de preliminar.

En seguida arrastrámos la piragua hasta internarla en la playa; el caïak se trasladó á la gruta, y la cabeza de la morsa ó vaca marina, así como las tiras de su piel pasaron el taller para recibir la preparacion necesaria ántes de adornar el barco groelandes.

Con el copioso aguacero la crecida del Arroyo del chacal habia inundado la campiña y destrozado en parte muchas de nuestras construcciones que exigian pronta reparacion, con especialidad la fuente y el acueducto.

Miéntras examinábamos los estragos la casualidad nos proporcionó un nuevo decubrimiento, encontrando sembrado el suelo de una especie de frutilla del tamaño de la aceituna; su apariencia seducia de tal modo, que mis hijos sin más recomendacion se la echaron á la boca; pero al hincarla el diente la arrojaron al punto; tal era su mal gusto que repugnó igualmente á maese Knips, que quedó como todos chasqueado. La curiosidad me picó para averiguar cuál sería el fruto, y por su olor conocí con placer el clavo especia, nuevo tesoro para la cocina que podia competir con la pimienta, canela y demas especias que ya figuraban en el aderezo y salsas de nuestros guisos.

Críase principalmente la clavera en las islas Molucas, situadas cerca del Ecuador; es de la forma y tamaño del laurel, y su duro tronco, de pié y medio de diámetro, tiene una corteza parecida á la del olivo. Sus extensas ramas de color rojo claro están guarnecidas de hojas semejantes tambien á las del laurel, venosas y de borde algo ondeado, con una puntada de punta. Las flores que nacen arracimadas al extremo de los ramos, son rosadas con cuatro pétalos azules y despiden un olor penetrante. Gran número de purpúreos estambres con sus globulillos ocupan el centro de estas flores, cuyo cáliz cilíndrico, dividido arriba en cuatro partes, es de color de hollin y sabor aromático. La flor seca se convierte en un fruto oval parecido á la aceituna, sin mas que una cápsula de color verde que contiene una almendra oblonga, dura y surcada en su longitud. Si se deja en el árbol no cae hasta pasado un año; aunque su virtud aromática sea débil puede todavía servir para la plantacion, y al cabo de ocho ó nueve años forma un grande árbol fructífero. Los holandeses acostumbran confitar en el terreno mismo estos clavos recientes, y en los viajes marítimos los mascan despues de comer para facilitar la digestion y prevenir el escorbuto.

Los clavos se cogen ántes que las flores se deshojen; la estacion á propósito para ello es desde octubre hasta febrero, y la recoleccion se ejecuta en parte manualmente; el resto se hace caer con varas como la aceituna, sobre mantas tendidas al pié del árbol. Los clavos al cogerse son de color de rosa, y se van oscureciendo al secarse. Nadie sabe sacar más partido de esta especia que los holandeses de Ternate, donde ellos casi exclusivamente la cultivan, recolectan y preparan casi toda la que se consume en las tres partes del mundo. El clavo, la canela y la nuez moscada componen el círculo en el que indefinidamente se ejercita su actividad industrial y mercantil.

Por la parte de Falkenhorst ejecutámos varias obras para evitar nuevos estragos dado caso que se desencadenara otro huracan como el que acababa de asolar la costa. Durante esta ocupacion la pesca del salmon y del sollo renovó nuestra provision de pesca salada y curada al humo. No contento con eso, por variar probé á conservar vivos algunos salmones para regalarnos algun dia, á cuyo fin elegí dos de los mayores, á los que pasé un cordel por debajo de las agallas, sujeto á una estaca en el sitio más profundo y sosegado de la Bahía del salvamento. Segun recordaba haber leido este procedimiento es muy usado en Hungría, donde da los mejores resultados, obligando de esta manera á remontar los sollos el Danubio hasta llegar á Viena.

—El salmon, me preguntó Franz, ¿no es un pescado de mar? Pues ¿por qué ya van dos veces que le pescamos en agua dulce?

—Calla, tontuelo, respondió doctoralmente maese Ernesto, el salmon es pescado que vive tanto en el Océano como en los rios. Es un soberbio pescado de carne tierna y sonrosada que merece atencion. Como ves, prosiguió, tiene la cabeza aguda, y pequeña relativamente al cuerpo; la boca es grande, y cuando cerrada, la mandíbula superior es más larga; la nariz tiene dos conductos inmediatos á los ojos; estos son redondos y están á los lados de la cabeza, con un íris plateado y algo verdoso, y pupila negra. La longitud total del salmon es de veinte y ocho á treinta pulgadas. Un naturalista que tú no conoces, por nombre Peyerces, ha hecho curiosas observaciones anatómicas sobre las entrañas del salmon. Suele encontrarse este pescado en el Báltico y en las bocas de los rios sus tributarios. Distínguese el salmon de los otros acuátiles en que al parecer se empeña siempre en luchar con la corriente de los rios. Salta con grande agilidad, se enrosca y salva trechos á menudo considerables. Su mayor enemigo es la sanguijuela, que le atormenta y rinde con sus continuas picadas, debiendo en parte á ella la agilidad y presteza de sus saltos. El salmon debe considerarse como uno de los mayores pescados de rio que se conocen, y en tamaño iguala á veces al atun; algunos pesan treinta ó cuarenta libras; el pellejo es algo grueso y la carne está entremezclada con grasa, sobretodo en el vientre. Antes de cocerse la carne es blanca, pero la sal y la accion del fuego la dan el sonrosado que tanto agrada á la vista.

Interrumpió Santiago la leccion con no sé qué chanza de mal género, echando en cara al doctor que era tan cocinero como sabio. Ernesto se contentó con sonreirse por toda respuesta, y en desdeñoso tono replicó:

—Verdaderamente es lástima que los tontos incapaces de elevarse hasta la ciencia se desquiten de su ignorancia denigrándola.

Su hermano calló y avergonzado procuró mudar de conversacion.

Habíamos vuelto al pacífico curso de las ocupaciones domésticas, cuando por esta época, en una apacible y serena noche de estío me despertaron furiosos y repetidos aullidos de nuestros guardianes, acompañados de un ruido de carreras y pataleo que me recordaron la terrible invasion de los chacales y el no ménos pavoroso encuentro de los osos. Como naturalmente sucede en las alarmas nocturnas la imaginacion me representaba una caterva de fieras invadiendo nuestra morada; mas resuelto á no permanecer por más tiempo en la incertidumbre, salté del lecho y á medio vestir cogí la primera arma que hallé á la mano y encaminéme á la puerta de la gruta que tenia costumbre de dejar entornada para que penetrase el fresco de la noche.

Apénas asomé cuando reconocí la voz de Federico, que ya estaba en la ventana inmediata.

—¿Qué será, papá? me preguntó asustado.

Disimulando el temor real y efectivo de que estaba poseido traté de tranquilizar á mi hijo, diciéndole que quizá los cochinos se habian dado cita para hacernos una visita nocturna. Sin saberlo decia la verdad.

—Pues si son ellos, repuso el niño, creo que les va á salir cara la broma, por que á lo poco que distingo los perros ya están á vueltas con ellos. Salgamos y evitarémos quizá una carnicería.

Salímos en efecto, saltando Federico por la ventana casi en paños menores, y fuímos al lugar del combate, donde vímos los perros y el chacal de Santiago revueltos con una manada de cerdos silvestres que habian cruzado sin duda el puente para hacer de las suyas en la huerta de mi esposa.

Mi primer movimiento fue de risa al ver el espectáculo que nos daban los combatientes; pero en seguida llamé á los perros, que sin querer obedecerme, ciegos de furor sujetaban por las orejas á dos puercos, de talla y fuerza prodigiosas. No haciendo caso de llamamientos ni amenazas para que soltasen la presa, fue preciso abrirles nosotros mismos la boca con las manos, y así cesó la lucha. Libres entónces los marranos, sin despedirse ni dar siquiera gracias tomaron soleta á escape repasando el arroyo.

Seguímos sus huellas, y creyendo la invasion hija de un descuido por nuestra parte en levantar las tablas del Puente de familia, llegué hasta él y noté con sorpresa que todo estaba en órden y que indudablemente la tropa cerdosa, con una destreza de que yo no la creia capaz, se habia franqueado paso por las vigas en que estribaba el puente.

Esto me convenció de la necesidad de convertirlo en verdadero puente levadizo, como ya ideaba hacerlo, el cual se levantaria todas las noches para precavernos de semejantes irrupciones.

La operacion, bien mirado, no era un grano de anis; pero el que habia construido ya dos barcos y llevado á feliz término tantas obras que atestiguaban no sólo capacidad, sino destreza en el arte de carpintería, no debia retroceder ante la de un puente.

Si bien conocia el mecanismo de los puentes colgantes, faltábanme las principales piezas de hierro para el caso, y teniendo que luchar con otras dificultades en las que se hubiera estrellado mi ciencia, me limité al más sencillo de todos los puentes levadizos, reducido á una báscula fácil de mover colocada entre dos vigas elevadas perpendicularmente por medio de cuerdas á falta de cadenas, de una palanca y de un contrapeso cualquiera; y combinando la fuerza y resistencia de todo esto, nos hicímos con un puente que se subia y bajaba con la facilidad necesaria para que los niños pudiesen ponerle en movimiento. Así tuvímos una barrera contra las invasiones de las alimañas, ya que ni la profundidad ni la anchura del arroyo podian servir de obstáculo real para el caso de una agresion más seria. Sea lo que quiera, nuestros dominios se habian enriquecido con una nueva obra maestra del arte militar, y á pesar de lo grosero de la ejecucion para nosotros reunia grandes ventajas estratégicas.

El puente levadizo siguió la suerte que corre todo lo nuevo. Por algun tiempo el bajarle y subirle sirvió de diversion á los chicos; pero como todo cansa, al cabo de dias se encaramaban á lo alto de las vigas para ver los antílopes y gacelas que retozaban en los llanos de Falkenhorst.

—¡Qué lástima, decia Santiago, que siendo tan bonitos y ágiles esos animales no podamos domesticar alguno ó al ménos aproximarnos á ellos, sin verlos huir á esconderse en lo más espeso del bosque! ¡Cuánto daria por verlos venir tranquilos á beber al arroyo miéntras estamos trabajando á la orilla!

—Para eso, respondió Ernesto, bastaria imitar á los georgianos en lo que hacen para llamar los búfalos.

—¡Ta, ta! repuso Santiago. ¿No ha encontrado el sabio otro punto más lejano para buscar un ejemplo?

—Para el mundo del pensamiento, arguyó gravemente el doctor, no hay distancias. Parecia lo regular que en vez de burlarte de mi idea porque se refiere á un país lejano, por curiosidad siquiera desearas conocerla.

—En buena hora, señor maestro, dános la leccion.

El profesor, que fácilmente olvidaba los sarcasmos y cuchufletas que con tanta frecuencia llovian sobre él con tal de tener ocasion de hablar el lenguaje de la ciencia, dijo con gran sosiego y mesura:

—En las desiertas llanuras de la América del Norte, hácia la vertiente de la larga cordillera de los Alleghanys, se encuentra cierta clase de tierra mineral en la superficie del suelo, la cual contiene sales tan apetecidas de los animales, que acuden en gran número á saborearlas, con especialidad los búfalos. Los naturales del país los aguardaban en aquellos sitios, y hacen de ellos tan productiva como abundante caza. A falta de esa tierra, continuó el sabio, podrémos preparar á los antílopes y á las gacelas un cebo parecido, artificial, que los atraiga á nuestra sociedad, y mucho será que al fin no se acostumbren á ella; para lo cual bastaria hacer un amasijo de tierra de porcelana y sal, depositarlo en el punto que se quiera, y cubrirlo con hojas y verdura para engañar mejor á los animales. Ya veréis cómo acuden sin recelo ni desconfianza.

—¡Adoptado! ¡adoptado! exclamaron los niños entisiasmados. ¡Viva el sabio Ernesto, primer profesor de la academia de Felsenheim, doctor, bibliotecario, conservador del museo, naturalista, etc., etc.!

—Cada cosa en su tiempo y los nabos en adviento, les dije; todo se andará, que aquí no estamos en la Nueva Georgia, y mal se aviene este entusiasmo y prisa con el desden con que al principio recibisteis las proposiciones de Ernesto. Por de pronto, ántes de ocuparnos en esto necesito tierra de porcelana, gruesos bambúes para ejecutar otro plan más importante y alguanas otras cosas, y así os concedo permiso para que hagais una excursion hasta el desfiladero á fin de distraeros un rato.

—¡Gracias, papá, gracias! clamaron todos. ¡Un viaje! ¡habrá caza larga, y nuevos descubrimientos! Es más divertido que construir puentes levadizos.

—Yo haré pemmican para el camino, dijo Federico, pues tenemos carne de oso á discrecion.

—Y yo, dijo Santiago con cierto misterio á que no estaba acostumbrado, llevaréme dos palomas..... Tengo un proyecto en ciernes.

—Y yo, añadió Franz, quedaré al cuidado del bagaje, y si Federico quiere creerme, hará bien en llevarse el caïak, que podrá botar en el lago, para coger siquiera un par de aquellos cisnes negros tan hermosos que vímos tiempo atras! ¡Qué bien estarian en el estanque de Falkenhorst!

La estacion era favorable, la atmósfera pura y serena, y todo prometia á los jóvenes aventureros un bonito viaje de recreo, tanto más conveniente para ellos, cuanto que convenia amenizar de vez en cuando la vida uniforme que se pasaba en Felsenheim.

Federico fué corriendo en seguida á ver á su madre ocupada en la huerta, y en el tono más humilde que pudo la pidió un buen pedazo de carne salada de oso para hacer un pemmican.

—Espero tendrás la bondad de decirme ántes, respondió la buena madre, qué cosa es un pemmican.

—El pemmican, mamá, es un manjar que acostumbran llevar en sus viajes entre las tribus indias los tratantes de pieles del Canadá. Se hace con carne de oso ó de cabrito muy picada y batida hasta reducirla á escaso volúmen.

—¿Y de dónde te ha venido ese antojo canadiense?

—Mamá, se trata de una excursion que vamos á hacer por la gran vega, y el pemmican será el principal alimento del viaje.

—¡Válgame Dios! ¡otro viaje! exclamó mi esposa algo mohina; y esto se delibera sin contar conmigo. ¡Vaya un modo de prevenir mis objeciones; pero ya que tu padre consiente en ello, sea en hora buena. Respecto el pemmican, será muy bueno para cuando se ha de atravesar desiertos ó comarcas inhospitalarias, incultas; pero tales precauciones para un viaje de dos dias y por un terreno tan fértil como este, paréceme algo risible.

—Hasta cierto punto tiene V. razon, mamá, respondió Federico; pero es capricho nuestro, y gran satisfaccion para nosotros eso de vivir dos dias sin pretensiones ni regalos, así á la ligera, sin pensar mas que en cazar...

—Está bien; pero ¿es requisito indispensable para satisfacer plenamente la imaginacion de un cazador el que la comida sea cruda?

Con nuestra llegada se interrumpió el diálogo; echóse todo á broma, y como el heróico proyecto de Federico contaba con el asentimiento general, mi esposa no tuvo más remedio que acceder y sacar de la despensa la tan deseada carne de oso. La confeccion del pemmican comenzó inmediatamente bajo la direccion de su inventor. Majada la carne y reducida á la mitad de su primitivo volúmen, se sazonó con sal y especias, y negocio concluido. Catéla, y á pesar de los pomposos elogios de mi hijo, la encontré bastante desabrida.

Se reunieron sacos, cestas, alforjas, cuerdas y demas utensilios para el trasporte ó necesidades de la expedicion. Al viejo trineo le tocó tambien ponerse en movimiento cuando ya estaba arrinconado, y los chicos lo cargaron con lo que les vino en talante: el caïak, las armas, municiones de boca y guerra, la tienda de campaña, y qué sé yo cuántas cosas más; en resolucion, una caravana que ha de atravesar los desiertos de Arabia no hubiera hecho mayores preparativos.

Por último, como todo llega, llegó tambien el suspirado dia de la salida. Todo bicho viviente estaba en pié ántes de amanecer, y entre otras cosas noté que Santiago á hurtadillas, y como evitando que le viesen, se fué al palomar y cogió dos pares de palomas de Europa. Eran de las que tienen al rededor de los ojos un cerco encarnado y pertenecen á la familia que Buffon designa con el nombre de palomas turcas.

Sorprendiéronle miéntras las metia en un canasto para llevarlas al carro.

—Vamos, señor cazador, le dije, parece que los nuevos canadienses no se contentan con el fiambre de camino, y que toman sus precauciones para regalarse un poquillo si el pemmican hace fiasco. Lo que me temo es que la eleccion no esté bien hecha, y que la carne de esos pichones sea tan indigesta como el fiambre del Canadá.

Miróme Santiago sonriéndose, sin responder palabra; pero al momento de ponerse en marcha reparé que cuchicheaba con Ernesto, por cuya razon esperé alguna sorpresa de su parte, pues estaba ya en la conviccion de que me preparaban una, aunque no supiese de qué género.

Salieron finalmente: la buena madre les encargó y repitió mil veces que fuesen prudentes, y que por Dios no se aventurasen en cosa alguna arriesgada. Les abrazámos deseándoles próspero viaje, y en un instante desaparecieron de nuestra vista entre la polvareda con los corceles y el trineo. Ernesto y yo quedámos con la madre, y alegréme de que el filósofo se decidiese á no ser de la partida, porque así me ayudaria en una nueva construccion que tenia meditada y que mi esposa continuamente reclamaba con la mayor insistencia. Era una prensa de azúcar para extraer el jugo de la caña dulce de que tanto abundaba la isla. En seguida nos pusímos á trabajar. Componíase la máquina de tres cilindros verticales parecidos, aunque en ínfima escala, á los de las prensas comunes de los ingenios, con la única diferencia que arreglé su mecanismo de tal suerte que cualquiera de nuestros animales pudiese moverla. Sin entrar en la descripcion detallada de la obra, basta decir que me ocupó algunos dias á pesar de la activa cooperacion de Ernesto y la buena madre.

Estos trabajos naturalmente hicieron versar nuestras conversaciones sobre la elaboración del azúcar.

—Con algunos perfeccionamientos más, decia Ernesto riendo, pronto tendrémos en Felsenheim un ingenio de azúcar en toda regla.

—Espérate un poco, respondí; entre un ingenio de los que dices, y aun entre la menor explotacion de azúcar y nuestra prensa mecánica hay una distancia inmensa que dudo lleguemos á salvar. Para esta clase de industria se necesitan talleres, máquinas y un conjunto de material de que en nuestra pobreza carecemos.

—Así lo pensaba yo tambien, repuso el sabio, aunque son muy imperfectas las nociones que tengo sobre el azúcar y los procedimientos que se emplean para trasformar el jugo líquido y espeso de las cañas en una materia dura, blanca y cristalizada.

Tales palabras en boca de Ernesto equivalian á un deseo formal de que, resumiendo cuantos conocimientos tenia sobre el azúcar y su elaboracion, le instruyese un poco en la materia. No aguardé á que lo manifestase más claro.

—El azúcar, comencé, proviene de la planta que ya conoces, la caña dulces, objeto ahora de nuestra industria. La caña dulce se cultiva y propaga con facilidad, bastando plantarla en surcos, tendida horizontalmente; de cada nudo brota un retoño que con el tiempo llega á ser raíz de otra caña. Nueve ó diez meses se necesitan para que llegue á su madurez. Entónces está en disposicion de ser cortada. Se arrancan las hojas, y la caña, bien pistada bajo la presion de rodillos de madera la más dura, suelta un líquido dulce y espeso que llaman vulgarmente miel de caña. De ella se saca el azúcar. La primera operacion que sufre esta miel, es cocerla desde luego, pues si se dilatase algo el hacerlo, al cabo de veinte y cuatro horas se acedaria, y tardando más se convertiria en vinagre. Puesta á cocer, hierve por espacio de un dia, echándola agua de tiempo en tiempo; el licor extraido y que sueltan las cañas sube, se espuma, y esta hez sirve de alimento á los animales. Para refinar más el azúcar se echa en la caldera una fuerte lejía de ceniza de leña y de cal viva, lo que aumenta más la espuma, y el líquido más depurado pasa por un colador de lienzo. El poso en algunas partes se aprovecha para cebar puercos, y en otras, mezclándolo con agua y dejándolo fermentar, lo convierten en aguardiente. El líquido colado se pone á hervir hasta cierto punto, y entónces se echa caliente en moldes de barro en forma de conos circulares en ambos extremos y horadados, cerrándose con tapon el agujerito de la punta. Como todas cuantas operaciones se practican en la preparacion del azúcar y arte de refinarle tienden á purificarlo de la melaza que le quita la blancura, solidez y brillo, formado el pilon en el molde se destapa el agujero para dar curso á la melaza, derramando sobre la base del cono una especie de papilla clara hecha con tierra blanca arcillosa. El agua se satura de una sustancia glutinosa de la tierra, y filtrando por la masa de azúcar lo lava y purifica de la melaza.

Al cabo de cuarenta dias el azúcar está bastante seco y molido. Si ha tomado un color algo rojizo, tiene un nombre; si resulta de un gris blanquecino, y fácil de desmenuzar, se le da otro, y de esta azúcar, despues de pasar por nuevos cocimientos, colados y refinos, hasta que no le queda rastro de melaza, sale el azúcar moreno de peor ó mejor clase, que se llama terciado, y este, más depurado con clara de huevo y sangre de buey, produce el verdadero azúcar refinado, de primera clase ó real, el más puro y brillante. Este azúcar superior, cuando muy seco, tocado con el dedo produce una especie de sonido, y frotado en la oscuridad con un cuchillo despide un resplandor fosfórico. Mil doscientas libras de azúcar refinado no producen sino la mitad de azúcar real. La melaza que sale por la parte inferior de los moldes nunca pasa de la consistencia de la miel, y de aquí su nombre. El azúcar cande ó de piedra, es el superior, real ó de pilon, hervido varias veces y cristalizado: lo hay blanco y terciado [1]. En Holanda se hace un comercio considerable de azúcar de todas clases, procedente de las Indias orientales, del Brasil, de las Barbadas, de las islas de Cuba, Santo Domingo, Martinica y Surinam. El del Brasil no es tan blanco como el de otros puntos [2].

Miéntras disertábamos nuestros aventureros seguian su marcha hácia el desierto. Les acompañarémos en su expedicion, cuyo exacto relato vamos á trascribir tal como luego lo contaron.

Despues de recorrer todo el trecho que separaba el Puente de familia de las cercanías de Waldek, la caravana se aproximó á la alquería donde pensaba pasar el resto del dia, y poco ántes de llegar oyeron cual si fuera á lo léjos acentos parecidos á los de una voz humana, una como risa prolongada de timbre siniestro. Los animales, que tambien lo percibieron, se pararon de repente asustados; los perros aullaron, y el avestruz, más atemorizado que los otros, echó á huir con su jinete en la direccion del Lago de los cisnes, con una rapidez que los dejó asombrados.

Los mismos acentos continuaban cada vez más siniestros y espantosos. El toro y el onagro se sublevaron de tal modo, que Federico y Franz tuvieron que apearse, dejándoles arrendados á un árbol para quedar más desembarazados.

—Esto se va haciendo serio, dijo Federico; alguna fiera han olfateado los animales, y quizá sea un león ó un tigre. Adelántate un poco miéntras acabo de sujetar las bestias para que no se escapen, y si notas algo que te alarme, vuelve en seguida, y concertarémos el partido que se ha de seguir; si es preciso, montarémos de nuevo y á toda brida escaparémos del peligro, ya que desgraciadamente nuestro hermano se ha dejado llevar al lado opuesto. ¡Dios sabe dónde estará ahora!

Franz, armado de carabina y dos pistolas, seguido de los perros, se dirigió al paraje de donde parecian salir aquellos extraños acentos. Apénas se habria adelantado ochenta pasos caminando con la mayor precaucion, cuando entrevió en la espesura una enorme hiena que devoraba uno de nuestros corderos; la sangre le chorreaba por los labios, y miéntras la despedazaba, soltaba á intervalos cierto aullido semejante á la risa medio reprimida.

La presencia del tierno cazador no distrajo á la fiera del sangriento banquete, y girando á todos lados las encendidas pupilas, continuó cebándose en la víctima. Conservando Franz toda su serenidad se atrincheró tras un árbol, y apuntando á la hiena disparó ambas pistolas á la vez con tanto acierto, que las balas la rompieron las piernas delanteras atravesándola el pecho. Al instante recobrados los perros y convertido su espanto en furor, acometieron á la fiera, trabándose un combate horrendo; los rugidos de la hiena, cuyas heridas más la enfurecian, se mezclaban con los formidables ladridos de los alanos; la sangre corria en abundancia, y aunque estrechada la fiera por sus enemigos, caras pagaban estos las ventajas que obtenian.

Federico, que oyera el doble estampido, acudió á socorrer á su hermano. Bien hubiera querido terminar con otro balazo el combate; pero era imposible por andar los perros tan revueltos con la hiena, que hiriendo á esta, alguno de aquellos hubiera sufrido igual suerte, y así ambos hermanos tuvieron que contenerse y aguardar el resultado de la lucha, que no se hizo esperar largo tiempo, sucumbiendo al fin la fiera debilitada por la pérdida de sangre. Con alegres clamores cantaban los niños victoria al ver los perros encarnizados sobre el cadáver de la hiena, los cuales no soltaron la presa hasta despues de la más violenta resistencia. Los valerosos animales á quienes casi exclusivamente se debia el triunfo fueron curados con esmero, frotándoseles las heridas con aguamiel y grasa de oso que los expedicionarios llevaban para la comida.

A poco compareció Santiago, á quien habia costado mucho salir del arrozal donde se refugiara el avestruz, del cual no sin grandes esfuerzos consiguió que desandase lo andado.

Al ver el mónstruo que sus hermanos tan valerosamente habian vencido en su ausencia con la cooperacion de los alanos, no pudo ménos de retroceder asombrado ante un cadáver, que aun en ese estado imponia. Y no era de extrañar tal espanto, pues la hiena con su leonada melena, erizada de negro y cerdoso pelo, sus afiladas uñas, hocico agudo como el del lobo, redondos y centellantes ojitos, es una de las fieras más sanguinarias y feroces.

La hiena, bruto solitario, habita en las cavernas de las montañas, hendiduras de las rocas, y guaridas que ella misma se abre bajo tierra. Nada alcanza á domar su índole feroz, y aunque cogida cuando cachorro, jamas se domestica. Vive de la rapiña como el lobo, y más fuerte y astuta que él, ataca muchas veces al hombre, y persigue de muerte al ganado hasta en los rediles y establos. Sus ojos brillan en la oscuridad, y se cree que ve más de noche que de dia. Cuando le falta presa viva escarba hasta desenterrar y devorar los cadáveres de hombres y animales. Generalmente se la encuentra en los climas cálidos del Africa y del Asia. Se defiende contra el leon, no teme á la pantera, vence á la onza. Entre todos los cuadrúpedos tiene la particularidad de ser el único tal vez que carece del quinto dedo en las cuatro patas.

La captura de este animal fue sin disputa una de las hazañas más heróicas que se alcanzaron desde nuestro establecimiento en la isla. Franz le reclamó para sí como de su propiedad. Tan justa pretension no pudo ménos de ser reconocida por sus hermanos, y despues de conducido el bagaje á la granja de Waldeck, donde los expedicionarios pensaban detenerse algun tiempo, volvieron al campo de batalla á recoger la presa, que fue trasportada en el trineo. En seguida se ocuparon en desollarla, sacando entera la piel para aderezarla así como la cabeza para su conservacion.

En este importante trabajo, interrumpido de vez en cuando con la caza de algunos pájaros, invirtióse el resto del dia. Al anochecer, despues de una ligera cena, los aventureros se acostaron sobre las pieles de oso que á prevencion llevaban, y durmieron hasta la madrugada.

Miéntras esto sucedia en Waldeck, Ernesto, mi esposa y yo estábamos sentados á la entrada de la gruta.

—¿Dónde estarán ahora mis hermanos? preguntaba el filósofo. El corazon me da que pronto tendrémos noticias suyas.

—¿Y por dónde lo coliges? preguntó la madre.

—¡Serán manías! creo en los sueños, respondió el niño riéndose, y he soñado.....

—¡Bah! ¡Buena garantía la de tus sueños! caso de que revelasen algo, yo como mujer y madre debiera saber más que tú, puesto que mi corazon, mi alma toda está con los ausentes.

Durante este diálogo un ave, cuya especie no pudímos distinguir bien á causa de la oscuridad penetró por la puerta del palomar.

—¡Calle! dijo Ernesto. ¿Quién será el nuevo huésped que como Pedro por su casa se ha entrado en el palomar? Bueno será echar la trampa, y mañana se verá quién es. ¿Quién sabe? Quizá sea algun correo de Nueva Holanda y traiga partes de Sydney ó Port-Jakson. Papá ha dicho que tal vez no distamos de esos puntos.

—Pero ¿qué manía te ha dado de correos, partes y noticias?

—Nada, respondió con indiferencia, sino que la llegada de ese palomo me ha recordado lo que leí no sé dónde, de que los antiguos romanos y los griegos se correspondian por medio de palomas viajeras que desempeñaban el oficio de correos. ¿Es cierto el hecho, papá?

—Certísimo. De todos los habitantes del aire ninguno rivaliza con la paloma en salvar grandes distancias. Esta ave es esencialmente viajera. Ademas de las que servian de mensajeras, la historia natural menciona una especie particular de palomas que adiestradas al efecto van y vienen de los montes Alleghanys á los de Escocia. La historia de estas aves correos es curiosísima, y en vez de contártela de palabra te la lerré impresa en un libro frances que casualmente tuve en la mano esta mañana.

Fuí á la biblioteca, traje el libro y leí lo siguiente:

«Los ornitologistas han dado á estas palomas el nombre de columba migratoria, ó sea paloma viajera, y sus actos justifican completamente esta denominacion que aun no es bastante característica. En efecto, volando á veces desde el golfo de Méjico hasta las costas de la bahía de Hudson, andan más de setecienta leguas, siguiendo la direccion del meridiano; no se extienden tanto en longitud, pues no pasan de las montañas Peñascosas, límite de sus excursiones al Oeste. Algunas, más aventureras aun, ó arrastradas por las corrientes aéreas fuera de las regiones que más habitualmente frecuentan, atraviesan el Océano y llegan á veces hasta Escocia. Su pujante vuelo y la gran penetracion de su vista asombran. Desde la inmensa altura á que se elevan distinguen en los árboles los menudos frutos de que se alimentan, y nunca se paran sin causa ni en balde. Como vuelan siempre á numerosas y espesas bandadas que llegan á velar la luz del sol, hase podido calcular la velocidad de su carrera, comparada con la de las nubes; y está averiguado que recorren más de veinte y cinco leguas por hora. Si la industria humana pudiera asociarse tan rápidos correos, de más estarian los telégrafos, pues bastara una mañana para llevar un parte de Zurich á Berlin.

«La estructura y forma del cuerpo entran por mucho en esas aves para llevar á cabo los larguísimos viajes que emprenden. Sus alas proporcionalmente son más largas que en las demas especies de este género. Su cola hendida y extensa les sirve de timon proporcionado á la anchura y fuerza de sus alas. En cuanto á los colores y su distribucion sobre el plumaje, adviértese en el respectivo sexo una notable diferencia; el exterior modesto de las hembras contrasta con la brillante gala de los machos, como el de la gallina comun comparada con el magnífico plumaje del gallo. Si pudieran acostumbrarse estas palomas viajeras á la sedentaria vida de los palomares, serian un nuevo adorno para las casas de campo. El macho supera en hermosura y tamaño á la hembra, y desde el pico á la extremidad de la cola mide dos piés. La cabeza es de un azul apizarrado; las alas y parte superior del cuerpo, del mismo azul con pintas negras, y el pecho de color avellana. En el cuello sobretodo es donde campean los más bellos colores; el oro, verde, púrpura y una escarlata magnífica lo esmaltan con todo su brillo; el vientre iguala al ampo de la nieve; las patas y los piés son de un bello encarnado, y una ancha banda negra y lustrosa atraviesa la cola de largo á largo.

«El carácter distintivo y dominante de esta especie parece ser el amor á la sociedad. En sus lejanos viajes no hay individuos aislados ni rezagados. Sus bandadas alcanzan una extension prodigiosa cuando se ponen en camino para buscar en los bosques un paraje que les ofrezca medios de subsistencia. Un célebre naturalista estima en muchos centenares de millones uno de estos ejércitos alados que encontró á orillas del Ohío, y su cálculo, léjos de ser exagerado, quizá esté aun por debajo de la realidad. Segun refiere, aquella nube de aves tendria una extension de hasta dos mil metros, y como su paso duró tres horas, la longitud de la columna sería al ménos de setenta y cinco leguas ó trescientos mil metros. No contando sino dos aves por cada metro cúbico, la bandada se debia componer de mil doscientos millones de palomas; pero la masa estaba tan cerrada, que proyectaba sobra sobre la tierra. El ruido de tantas alas puestas en movimiento sólo podia compararse con el de las olas de una mar bravía. Estas columnas volantes se forman por la agregacion de un gran número de distintas bandadas, que llevando todas idéntico objeto eligen el mismo punto para descansar, á donde llegan al anochecer, á veces de muy léjos, abandonándolo á la madrugada para buscar que comer. El bosque en que se hospedan queda muy mal parado, pues se abaten en tan gran número y con tal ímpetu sobre los árboles, que las más fuertes ramas se tronchan y caen á veces con toda su carga. Una violenta tempestad no causara quizá tanto estrago.

«Hase calculado el alimento diario que consume una gran bandada de estas aves, reduciendo cada individuo á una racion exigua, pues necesitan comer mucho y á menudo. Parece increible el resultado de este cálculo: una sola de estas poblaciones aladas que fijase en el seno de los bosques su aérea residencia consumiria el cuádruplo ó quíntuplo de los víveres indispensables á la más populosa de las capitales de Europa, teniendo en cuenta únicamente el peso de las subsistencias. No es pues de extrañar que á la salida del sol se disperse esta poblacion, y tale, digámoslo así, un espacio equivalente al de varios cantones de Suiza. Algunas divisiones de la gran bandada se segregan para buscar su racion á mayores distancias, lo cual no impide que á la hora de recogerse regresen todas con puntualidad al lugar de descanso. Este lo escogen siempre con el mayor sigilo, léjos de la ordinaria morada de sus mayores enemigos, los colonos americanos. Pero cuando estos llegan á descubrir uno de esos puntos de reposo, prepáranse para una larga expedicion que ha de ocupar á muchísima gente. Reunidos é instalados los cazadores, convienen entre sí varias señales de aviso; establecen una especie de policía para el bien y seguridad general, y la campaña se abre. Desde la puerta hasta la salida del sol duran las descargas cerradas de los escopeteros, y sólo cuando ha desaparecido la última paloma se procede á recoger la caza. Pero siempre preceden á los cazadores en el campo de mortandad las aves de rapiña y otros animales. La abundantísima caza se despluma, prepara y embarrila al dia siguiente, quedando siempre algunas piezas para los cerdos, que engordan con tál cebo. De aquí pasa á los mercados el producto de la matanza, muy estimado por los gastrónomos, y hasta se ven en Nueva York barcos enteros cargados tan sólo de semejante mercancía. La vida de las desgraciadas palomas es una continua serie de fatigas y peligros. Acosadas por el hombre en el lugar do se recogen, lo son igualmente en la época que destinan para las crias, durante las cuales el domicilio es más fijo y cesan las emigraciones, si bien la asociacion general aunque subdividida no se disuelve, y unidos unos á otros los nidos en lo posible, cubren los árboles todos de un bosque. En el estado de Kentucky se ha visto uno de estos establecimientos que ocupaba una legua de ancho por más de diez y seis de largo. En abril es cuando generalmente se ocupan los nidos; á fines de mayo los pichones están en disposicion de volar, y la bandada entera emprende sus excursiones. Crian tres veces al año, y por lo comun renuevan otras tantas los nidos. Cuando se llega á encontrar una gran nidada, lo que no es difícil, los medios de destruccion se preparan en seguida y los cazadores llegan al bosque pocos dias ántes de partir las palomas, armados y provistos como en la caza anterior de todo lo necesario. Se desgajan las ramas, derríbanse los árboles si es menester, y caen á la vez los nidos. Los acentos desesperados de las víctimas, el rumor del hacha que abate los árboles y el mayor aun que forman con su aleteo los padres y madres que no cesan de revolotear al rededor de su desgraciada prole hasta que el hambre les obliga á abandonarla, causan un estrépito que aturde.

«Los pichones á la sazon están muy gordos, y los indígenas americanos han enseñado á los colonos el modo de aprovechar su grasa, que derretida se conserva en barriles como la manteca. Un árbol grande cargado de nidos proporciona la suficiente para toda una familia durante muchos meses.

«Las palomas viajeras de América no pueden conservar sus hábitos sino en las inmensas selvas del interior, allende los montes Alleghanys, pues las bandadas que se aventuran á pasar al Este de esa cordillera, en vez de asilo seguro no encuentran sino enemigos en todo el tránsito. Cuando el hambre las obliga á posarse en los campos cultivados, otra arma les es aun más funesta que las de fuego, y es la red que de una sola vez hace millares de prisioneros. Todas las poblaciones inmediatas corren á la cacería, y por espacio de algunos dias la carne de estas aves es el alimento general de sus habitantes. A medida que la poblacion aumente en el interior, las pobres palomas se verán reducidas á menor espacio; las grandes asociaciones no podrán continuar, y constantemente perseguida la especie con encarnizamiento disminuirá cada vez más, tendrá que variar de hábitos y costumbres, y morará en los bosques de América como las palomas torcaces de Europa, diseminada y confundida con las otras especies del mismo género, sin excitar tanta curiosidad.»

Aquí cerré el libro. Ernesto siguió aun hablando haciéndome otras observaciones sobre el instinto viajero de las aves cuya historia acababa de leer; pero noté que en sus reparos y frases se traslucia cierta reserva que me fue imposible penetrar, pues á todas mis preguntas respondia siempre:

—Hasta mañana, hasta mañana.

Nada más pude recabar.




  1. Estos métodos de fabricacion y refino del azúcar han experimentado grande variacion desde la invencion de las máquinas de vapor, cuya gran potencia y desarrollado mecanismo, á más de la economía de brazos ha permitido abreviar y dar nuevo giro á la elaboracion en los ingenios.
  2. El azúcar hoy dia se extrae de una gran porcion de plantas sacarinas y está generalmente admitido que existen cuatro especies: 1.º El azúcar comun ó prismático, que se encuentra en la caña de azúcar, la remolacha, el arce, las zanahorias, las calabazas, las ananas, las castañas, los tallos de maíz y en la mayor parte de los frutos de los trópicos. 2.º La glucosa ó azúcar tuberculiforme ó de uva, que constituye el principio sacarino de los frutos agrio y dulces á la vez, y en esta sustancia pueden convertirse el almidon, la fécula, la celulosa y todas las gomas. 3.º La culariosa ó azúcar líquido que existe en todos los frutos agrios. 4.º La lactosa ó azúcar de leche que se encuentra en la leche de los mamíferos. De todas estas sustancias se extrae el azúcar que explota el comercio. (Notas del Trad.)