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El Robinson suizo/Capítulo LVII

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El Robinson suizo (1864)
de Johann David Wyss
traducción de M. Leal y Madrigal
Capítulo LVII


CAPÍTULO LVII.


Otro viaje á la Bahía de las perlas.—Cachalote.—Lobos negros.—Esperma de ballena.—Horno de cal.—Barrilla.—Regreso á Felsenheim.—Nuevo invierno.


Antes que el calor echase á perder las pieles de leon ocupéme al siguiente dia en curtirlas, operacion que no quise confiar á nadie para que saliese más á mi gusto. Al efecto las trasladé á la tenería del Islote de la ballena miéntras el resto de la familia quedaba con el encargo de poner en órden para su mejor conservacion las nuevas provisiones adquiridas.

Con los cinco dias que se pasaron en estas diversas faenas y los tres trascurridos desde la pesquería de las perlas, eran ya ocho los que llevaban de estar al sol las ostras, tiempo suficiente para que se hubiesen abierto y se pudiese recoger tan inapreciable tesoro.

A la verdad como estas riquezas de pura apreciacion no nos eran de utilidad inmediata, no ocuparon tanto mi atencion que me hiciesen medir el tiempo; pero Federico, á quien embargaba más que á mí la esperanza del dia en que nuestra situacion cambiase, instóme á que cuanto ántes fuésemos á retirar aquel respetable caudal.

Quedó pues resuelta la partida para el dia siguiente, y á fin de no dejar en cuidado á mi esposa y podernos detener el tiempo necesario en la Bahía de las perlas hasta recogerlas todas, la rogué que nos acompañase en el viaje, fácil y seguro con la pinaza, donde cabíamos todos, ménos Federico que tripularia el caîack para guiarnos.

Aunque como repetidas veces llevo dicho la buena Isabel solia hacer ascos al mar, sin embargo, á trueque de vernos todos juntos y medio persuadida por las seguridades que se la dieron, consintió en ser de la partida, resolucion que llenó de júbilo á la familia, con especialidad á Franz, que segun me manifestó hubiera sentido quedarse por segunda vez inactivo, sin tomar parte en los combates y victorias que se libraban y obtenian.

Desde que la madre accedió á mi deseo, la familia cual laborioso enjambre de abejas se puso en movimiento para disponer la pinaza y allegar provisiones y utensilios, de modo que ántes de ponerse el sol todo estaba listo para el dia siguiente.

Claro y radiante amaneció, y embarcados con propicio viento y serena mar, en pos de Federico, que iba siempre de vanguardia, llegámos en breve á la altura de la tan deseada Bahía; pero ántes de entrar en ella un obstáculo en que no habíamos reparado por poco hace zozobrar el esquife, el cual chocando con una masa negra ladeóse más de lo que se quisiera. Mi esposa é hijos dieron un grito de espanto, pero la ligera embarcacion tardó poco en recobrar el equilibrio.

Dicho obstáculo no era un escollo como al principio me temia, sino un mónstruo marino de la familia de los cetáceos sopladores, pues á poco vímos sobre las olas dos surtidores de agua y sangre. Abocámos los cañones de la pinaza, y una andanada asestada al mónstruo no lo dió tiempo para hacere volcar nuestra embarcacion, lo que indudablemente hubiera sucedido con las fuerzas que le quedaban á pesar del daño que le causó nuestro encuentro hiriéndole de gravedad. Gran susto recibímos de verle á flor de agua arrastrado por las olas hácia un banco de arena situado cerca de la costa. Así nos entregaba el mar nuestra presa, que consistia en un cachalote de más de cuarenta piés de largo, el cual tendido en la arena semejaba un barco varado.

«Despues de la ballena, dice un naturalista, el cetáceo más notable por su tamaño es el cachalote, que disputa el imperio de las olas á aquella reina del Océano. El cachalote es más valiente y está más armado que la ballena; va siempre acompañado de otros de su especie, recorre casi todos los mares, persigue su víctima en cualquier paraje donde se refugie, lleva la devastacion hasta en los bancos de pescado, y ataca á la misma ballena con furor. Cachalote hay que llega á contar ochenta y más piés de largo; dotes suyas son la agilidad y el valor, miéntras que la ballena es tímida, viaja siempre sola y rara vez sale de su acostumbrado retiro. El cachalote es un cetáceo vagabundo que lo mismo se encuentra en el Ecuador que en los hielos del polo; vense caravanas de ellos que cruzan los mares en todos sentidos, y ningun punto del Océano se exime del tributo que la voracidad de estos mónstruos le impone.»

Se cuentan siete especies de cachalotes. Uno de los principales caractéres de este cetáceo es la gran cantidad de dientes de la mandíbula inferior, miéntras que la superior no cuante más de tres. Tiene el hocico obtuso y descomunal atendido su cuerpo, y la cabeza compone casi la mitad de su masa. La lengua es pequeña, pero en cambio las fauces son tan anchas que por ellas entraria no sólo un pescado grande, sino hasta un buey entero.

El cachalote suministra ménos aceite que la ballena, pero esta diferencia se compensa con el producto que se saca de su inmenso cerebro llamado vulgarmente esperma de ballena, materia lustrosa semitrasparente compuesta de una agregacion de copor muy ligeros, suaves y untuosos al tacto, inflamables y disolubles en el aceite. Esta sustancia cuando fresca da poco olor, pero tiene un sabor agradable y oleaginoso. Aplícase en medicina y con ella se hacen bujías cuya blancura iguala ó supera la más purificada cera [1]. Se cree tambien que de este animal se saca el ámbar gris, especie de aroma tan conocido como de dudoso orígen [2].

El cachalote que la suerte nos deparara brindábanos con una riqueza que no era de desperdiciar abandonándola á merced de las gaviotas y aves de rapiña. Como no nos urgia recoger las perlas, y un dia más de detencion vendria quizá bien para que el calor acabase de abrir todas las conchas, determinámos aprovechar toda la sustancia oleosa que contuviesen el cráneo y la espina dorsal del cetáceo. Desgraciadamente nos encontrábamos sin barriles donde encerrar el precioso producto, y en tal embarazo Federico se acordó de haber leído en no sé qué libro un procedimiento usado en las Indias, que consistia en llenar de este aceite medio cuajado sacos de tela mojados. La idea no me pareció mala, y como nada se perdia en probarla, y á más la necesidad apremiaba, mojámos en el mar cuantos sacos llevábamos en el barco, ahuecándolos con aros interiores de rama.

Más de dos horas se invirtieron en estos preparativos, y como entónces la marea no se encontraba aun bastante alta para que nos aventurásemos á dirigirnos con la pinaza hácia el banco de arena donde estaba el cachalote, echámos mano de la piragua y del caïack de Federico. Mi esposa no tuvo á bien acompañarnos en ninguno de los dos barquichuelos, quedándose en la pinaza con Ernesto, y los demas muchachos y yo, junto con los perros y el chacal, trasbordámos y en pocos minutos llegámos al punto donde nos dirigíamos. El mónstruo se encontraba todavía sobre la seca arena, y los alanos se precipitaron sobre él con la mayor furia dándole la vuelta y ocultándose á nuestra vista; mas á poco siniestros y repetidos aullidos diferentes de los perros que á su vez respondian ladrando denotáronnos que estaba sucediendo algo extraordinario. Nos aproximámos y vímos á los perros luchando á brazo partido con una manada de lobos negros, á los cuales encontraron ocupados en destrozar un costado del cetáceo [3]. Dos de estos parásitos estaban ya espirando en la arena, otros dos resistian aun á los alanos, y el resto huyó hácia la costa cruzando el mar por un sitio vadeable. Algunos chacales que les habian acompañado en la expedicion tomaron el mismo camino, costándonos trabajo contener al de Santiago, ansioso de seguir sus huellas y contento sin duda con el imprevisto encuentro de sus compañeros.

Los perros alcanzaron completa victoria. Cuatro lobos yacian por tierra; pero no se consiguió el triunfo impunemente: cosidos á dentelladas los pobres animales se hallaban en el estado más lastimoso. Santiago se encargó de la primera cura, miéntras Federico y Franz me ayudaban en mi ruda faena.

Encaramóse el primero como pudo sobre la espalda del mónstruo, y á hachazos le abrió la cabeza. Cerca de él estaba yo con uno de los sacos preparados, y Federico iba sacando los sesos como si fuera de una cuba y vertiéndolos en el saco, en tanto que Franz con barro desleido revocaba el exterior del talego, cuya costra endurecida luego al sol impidió que filtrase la grasa líquida. Así se fueron llenando los sacos, pues á medida que Federico vaciaba la cavidad del cráneo la médula de la espina dorsal se iba derramando el aquel, hasta que al fin, sin duda por la coagulacion, cesó de salir, no dejando nosotros de aprovechar cuantas vasijas teníamos en los barcos para que el acopio fuese mayor. Tanto estas como los sacos se cubrieron con ramaje para preservar su contenido de los rayos solares y del apetito de las aves marinas que comenzaban á acudir para devorar al cachalote.

Como esas tareas nos ocuparon toda la tarde, fue preciso pensar en la vuelta; la marea estaba alta, y no pudiendo nuestras embarcaciones por su escaso porte contener el cargamento preparado, dispuse que las vasijas pequeñas se llevasen á bordo así como los cuatro lobos muertos, y en cuanto á los sacos de esperma, bien cerrados y amarrados á un cable sólido, Federico lo sujetó al caïack, y así remolcados, como el contenido estaba semicuajado, flotaron como si estuviesen henchidos de aire.

Llegados á la pinaza trasbordáronse las nuevas adquisiciones sin olvidar los lobos, cuyas pieles, lo único que de ellos se podia aprovechar, tenian tambien su precio. La buena madre se alegró de todo, y en particular del aceite y esperma, que la venian de perlas para el alumbrado. Dispuesta ya la cena sentámonos alegremente á la mesa, donde se contaron las aventuras del dia. Excusado es decir que mi esposa se ocupó ante todo en la curacion de los perros por Santiago iniciada, lavando sus heridas con aguamiel hervida con varias plantas aromáticas y dándoles una abundante sopa bien caliente que reanimó sus fuerzas.

A la siguiente alba levámos anclas, y guiados por Federico que iba delante con el caïack, enderezámos el rumbo á la Bahía de las perlas, término del viaje interrumpido por el encuentro del cetáceo. Despues de sortear los escollos que la formaban abordámos en el mismo sitio donde lo efectuáramos pocos dias ántes. Todo estaba tal como lo habíamos dejado: la mesa y los bancos de la playa, en pié; el hoyo donde se hizo el asado, y las piedras del hogar, intactos; pero la atmósfera se hallaba ya purificada, pues consumidas las ostras por el sol no exhalaban ya mal olor. Los cadáveres de los leones y del jabalí no presentaban sino un informe monton de blancos huesos: los buitres y demas aves rapaces, sin contar las alimañas del bosque, habian devorado hasta la más mínima partícula de carne.

Todo aparecia tranquilo en la costa, por lo cual juzgámos no habia inconveniente en sentar allí los reales para recoger las perlas que las conchas del todo abiertas nos permitian extraer. Con los utensilios de que íbamos provistos la operacion fue facilísima, si bien algunas perlas estaban tan adheridas al nácar de la concha que sólo rompiéndola podian arrancarse. Reunidas todas, contámos más de cuatrocientas, algunas muy gruesas y de oriente y redondez admirables.

Recogida esta inestimable riqueza en un saco, hubo que pensar en comer. Los cuatro hermanos salieron con las carabinas y zurrones á ver si cazaban algun pájaro de cuenta en el bosque de las trufas. No les vino á tiro ninguno grande, pero sí algunas chochas, perdices y gallinetas, que luego de peladas entraron á aumentar el caudal del puchero.

Cumplido ya el objeto del viaje sólo faltaba regresar á Felsenheim; pero un descubrimiento imprevisto nos detuvo más tiempo del que imaginábamos en el fondeadero de la bahía. En uno de mis paseos por la deliciosa costa reparé en unas piedras que por su aspecto me parecieron fáciles de convertir en cal, y sin más averiguacion dispusímos desde luego una sencilla calera á orillas del mar. La calcinacion de las piedras nos obligó á pasar allí parte de la noche; miéntras un fuego vivo ejercia su accion sobre la masa caliza, para envasar la cal fabricámos con cortezas de pino unos toneles parecidos á los corchos de las colmenas, con aros de bejuco.

Era ya entrada la noche, y como al dia siguiente habíamos de trabajar bastante, despues de echar un vistazo al horno y leña al fuego, nos fuímos á recoger, unos en la pinaza y otros á la orilla del mar, como en la noche anterior.

Al despuntar el dia todo el mundo, hasta mi esposa, puso manos á la obra. La cal estaba en su punto, y varios pedazos calcinados que sometí á la prueba del agua me aseguraron la bondad y excelencia de su clase.

Tampoco eché en saco roto la yerba de sosa encontrada anteriormente. Se recogió gran cantidad, y la calera sirvió para reducirla á cenizas convirtiéndola en sal alcalina, propia para hacer vidrio y jabon.

Gracias á la actividad desplegada, cuando llegó la tarde y nos pusímos á comer, la pinaza estaba cargada de cuanto habíamos de trasportar, y aparejada cada cosa de la mejor manera en los tres buques de nuestra escuadra, leváronse anclas en direccion á Felsenheim. La vela de la pinaza, hinchada por el favorable viento, hacíala andar majestuosamente, y el caïack de Federico, en el que Franz por primera vez quiso tomar asiento, abria la marcha guiándonos entre los escollos. Cuando estuvímos á la altura de Prospecthill propuse descansar un rato en la Granja. Federico y su hermano nos pidieron permiso para continuar la ruta, y adelantarse á preparar el alojamiento en Felsenheim.

Todo se encontró en órden en la alquería. Las colonias de volátiles prosperaban cada vez más, así como los plantíos recien restaurados.

De Prospecthill fuímos á tocar en el Islote del tiburon, donde los conejos de Angora nos facilitaron buena provision de fino y sedoso pelo. Del islote singlámos con rumbo á la costa de Felsenheim, y apénas divisámos el techo del palomar cuando cuatro cañonazos saludaron nuestra llegada. Esta prevision de Federico y Franz causó grande efecto; únicamente el doctor Ernesto puso el reparo de que la salva debiera haber sido de número impar de cañonazos.

—Lo que han hecho, dijo magistralmente, es lo contrario de lo que prescriben los usos marítimos, y denota que nuestros artilleros los ignoran.

La observacion del sabio era fundada, pero por más que la exagerase la dímos poca importancia, si bien para compensar la falta de nuestros artilleros respondímos á su salva con otra de siete cañonazos.

Poco despues vímos venir á Federico y Franz en su bote, que nos recibieron á la entrada de la bahía, escoltándonos hasta la costa, y desembarcando ántes que nosotros facilitaron el abordaje, con especialidad á la buena madre que no cabia de gozo al verse otra vez en su cómoda residencia.

Entre tanto la mala estacion se venía encima, y alguno que otro repentino chubasco nos anunciaba que era menester activar el esquilmo de los frutos y poner á buen recaudo las provisiones de invierno, dándonos tanta prisa que cuando comenzaron el viento y las lluvias fue preciso cerrar la puerta de nuestra morada, ya todo estaba en cobro.

Diez años de estancia en la isla parece que ya debian habernos acostumbrado á los crudísimos inviernos de estas regiones; con todo, cada vez nos entristecian más, y no era extraño, atendido el completo trastorno de la naturaleza que precedia y terminaba los meses de reclusion forzosa. El mar se alborotaba y conmovia en sus profundos abismos; el viento, los truenos, los relámpagos, todo conspiraba á hacer temer una pavorosa crísis, cuyos límites pudieran alguna vez exceder lo que imaginar cabia.

Pero no habia más remedio que pasar por ello y aminorar en lo posible el fastidio inherente á la vida monótona y sedentaria que por algun tiempo era menester sobrellevar. Por eso reservábamos por via de distraccion para el invierno trabajos mecánicos que podian hacerse en quietud y sin necesidad de salir para nada de la gruta, dedicándonos preferentemente al ajuar y á los utensilios necesarios para la casa, sin contar los ratos destinados al estudio ó la lectura. Empero ¡quién nos habia de decir que este invierno sería el último que pasaríamos reunidos de tal suerte! Así lo dispuso el Señor en sus impenetrables designios.




  1. La esperma ó blanco de ballena es una sustancia particular blanquecina que se deposita en dos grandes cavidades situadas en la region superior del cráneo de los cachalotes. Consta de un principio craso llamado cetina, entra en la composicion de varios emplastos medicinales, y tambien se toma interiormente en polvo.
  2. Desde 1784 la mayor parte de los autores han creido con Swediacor que la sustancia llamada ámbar gris es un agregado de alimentos mal digeridos ó mezcla de excrementos y porciones descompuestas por la digestion en el intestino ciego del cachalote. Sin embargo, Pelletier y Caventon insisten en que el ámbar gris pudiera muy bien ser un cálculo biliario. Esta produccion viene de las Indias, y se encuentra una clase de ella flotante en los mares, cuyo orígen no es fácil adivinar. Se emplea este ámbar en perfumería y medicina, y rara vez se encuentra pura, en cuyo caso alcanza subido precio. (Notas del Trad.)
  3. Estos lobos sin duda pertenecen á la especie llamada canis lycaon ó lobo negro, menos comun en Europa y mucho más sanguinario que los otros. (Nota del Trad.)