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El Robinson suizo/Capítulo LVIII

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El Robinson suizo (1864)
de Johann David Wyss
traducción de M. Leal y Madrigal
Capítulo LVIII


CAPÍTULO LVIII.


La nave europea.—El ingeniero y su familia.—Preparativos de regreso á Europa.—Separacion.—Fin de la historia.


¡Cuán variadas sensaciones embargan mi ánimo al comenzar este capítulo que terminará con la palabra fin! ¡Dios es grande! ¡Dios es bueno! Tal es el sentimiento que en mi corazon sobrepuja á todos cuando por última vez fijo la mente en esta parte de nuestra historia. La milagrosa salvacion de mi familia aun está presente á mis ojos, y en el tropel de ideas que agitan mi atribulado espíritu apénas alcanzo á coordinarlas para acabar dignamente este libro que luego quedará cerrado para siempre. Dispense el lector el desórden que notará en esta parte de mi relato, por no hallar palabras con que resumir los acontecimientos de mis últimas horas de destierro.

Mas el que desde el principio hasta el presente se haya interesado en el destino y porvenir de una inocente familia no podrá ménos de leer con cierta satisfaccion el inesperado desenlace de esta larga y quizá para algunos pesada historia.

Basta ya de preámbulos. El tiempo urge y deseo llegar á la conclusion de la obra en que he invertido diez años de mi vida.

Estaba para terminar la estacion de las lluvias, ó al ménos ya no eran tan frecuentes como al principio; la naturaleza parecia querer reanimarse más pronto que de costumbre, el cielo estaba despejado, todo en fin anunciaba el del mal tiempo. Las palomas salieron de su retiro y nosotros pudímos abrir la puerta de la gruta para desquitarnos de la reclusion de dos meses, estirando los miembros entumecidos por tan larga inaccion.

Nuestras primeras atenciones se las llevaron la huerta, los plantíos, los jardines y demas propiedades adyacentes maltratadas por los vientos y las lluvias. La familia pasaba todo el dia vagando aquí y acullá, gozando la libertad con tanto afan suspirada.

Ejecutáronse las reparaciones posibles, y cuando las inmediaciones de la gruta quedaron suficientemente arregladas pensámos en nuestras lejanas posesiones. Federico y Santiago se brindaron á practicar un reconocimiento previo en la Isla del tiburon para ver si las necesidades de la colonia reclamaban ó no nuestra presencia en aquel punto y si los huracanes habian menoscabado las construcciones militares. Consentí y partieron en el caïak.

Ya dejo atras dicho que habíamos convenido en entendernos desde el Fuerte del tiburon á la costa de Felsenheim por medio de ciertas señales. La bandera blanca izada en el punto más alto indicaba que no ocurria novedad, la encarnada significaba que se divisaba algo, y dos cañonazos de añadidura, que el objeto percibido se veia ya claro y venía hácia nosotros.

Los dos pasajeros llegaron pronto al islote, y despues de recorrerle por el interior y la playa se tranquilizaron al ver que el invierno no habia causado el menor daño en el establecimiento, ni en el fuerte, ni en las plantaciones del llano; únicamente mirando á lo léjos en el mar, se notaba tal cual árbol flotando; pero nada de ballenas ni otros mónstruos marinos en la costa.

Habia prevenido á mis hijos que al desembarcar disparasen dos cañonazos, tanto para anunciar el término de su travesía como para asegurarse de si la artillería se encontraba tambien en buen estado; pero mi gente, abusando del permiso, se divirtió grandemente gastando pólvora con una prodigalidad del todo contraria á la prudente economía que se debia observar con tan preciosa riqueza.

Pero ¡cuál sería su asombro y emocion cuando á los dos minutos de su último disparo oyeron distintamente hácia el Oeste y en direccion de la Bahía del Salvamento otros tres cañonazos que correspondieron á su señal! La sorpresa, la esperanza y el temor les dejaron por algun tiempo inmóviles y mudos; pero algo repuesto Federico rompió el silencio apretando la mano de su hermano entre alegre y ansioso.

—¡Hé ahí hombres, hermano mio, hombres! ¡A la mar, á la mar, sin perder momento!

Saltar en el caïack, llegar á la playa donde les aguardábamos y arrojarse en mis brazos todo fue obra de un momento.

—Y bien, les dije: ¿qué hay de nuevo?

—¡Papá, papá! exclamó Federico que apénas podia respirar. ¿No lo ha oido V.?

Iguales palabras me repitió Santiago.

—Sí he oido, respondí, y por cierto que la salva no ha sido escasa. No sé á qué venía ese gasto inútil.

—No es eso, papá mio, no es eso, repusieron. Lo que decimos es si V. ha percibido otros tres cañonazos que hemos oido sonar á lo léjos.

—Habrá sido el eco, interrumpió friamente Ernesto.

Picado Santiago de tan extemporánea observacion replicó con aspereza:



Nos pusimos á escuchar con atencion y á poco se oyó como un disparo á lo lejos.


—No, señor doctor, no ha sido el eco, y no nos haga su merced tan ignorantes. Harto sabemos lo que es eco y hasta dónde llegan sus efectos. Repito que hemos oido tres cañonazos claros, distintos y diferentes de los nuestros, y estoy seguro de que en este instante arriba á la altura de nuestras costas uno ó más buques.

Habia en su tono y en su ademan un no sé qué de verdad y tal aire de conviccion, que me fue imposible escuchar con indiferencia un suceso de tamaña importancia y gravedad en la historia de nuestra existencia, pues si bien anhelábamos que llegase el momento de anudar con los hombres las relaciones de tanto tiempo interrumpidas, debíamos obrar en este caso, dado que se verificase, con la mayor circunspeccion y reserva.

—Si realmente es un bajel lo que se acerca á nuestras costas, dije, ¿quién sabe si será mercante ó de guerra europeo, en cuyo caso nada hay que temer, ó bien algun buque de piratas malayos, á cuya aparicion en vez de regocijarnos debamos apercibirnos para defender contra una pandilla de bandidos nuestras posesiones y riquezas?

Estas prudentes razones calmaron un poco la irreflexiva é impetuosa alegría de Federico y su hermano. Resolví permanecer en espectacion, organizando un sistema de defensa y vigilancia para evitar cualquier sorpresa.

Como la noche se venía encima, decidí que uno de nosotros quedase de vigilante en la galería para atalayar cualquier señal que de nuevo anunciara la presencia de un buque en nuestras costas. Pero la noche pasó sin novedad, y á eso de la madrugada el viento y la lluvia sobrevinieron con tan insólita violencia que no parecia sino que los elementos se conjuraban para prolongar nuestra ansiedad.

Dos dias con sus noches duró la tormenta sin observar el menor indicio que confirmase el descubrimiento objeto de nuestro constante afan é incertidumbre. A la mañana del tercero el sol rompió la opacidad de las nubes, calmó el viento y el mar apareció sosegado. Llenos de impaciencia Federico y Santiago resolvieron volver á la Isla del tiburon para aguardar nuevas señales. Consentí á condicion de que se embarcasen en la piragua, en la cual entré tambien con ellos. Mi esposa, Ernesto y Franz se quedaron en la gruta. Al llegar al fuerte que como queda dicho estaba situado en lo más alto de la roca izámos la bandera para tranquilizar á los nuestros, y en seguida tendímos la visual por el horizonte. Nada se nos presentó de nuevo. Tras un breve espacio de espera, Santiago, no pudiendo aguantar más, cargó una pieza, y por consejo mío de dos en dos minutos disparó tres cañonazos, lo cual dispuse á fin de asegurarme si el eco de las rocas pudo ó no engañar la vez pasada el inexperto oido del jóven artillero. Cuando las postreras vibraciones del último cañonazo perdíanse ya en las quebradas del peñasco, nos pareció oir claramente y retumbar á lo léjos, como si viniese del lado del promontorio, el eco de otra descarga más sonora que las nuestras. A esta siguieron otra y otra, hasta seis. Despues todo quedó en calma.

La sorpresa me sobrecogió en términos que no sabía qué hacer ni qué pensar de aquel acontecimiento. Santiago gritaba, bailaba é iba de aquí para allí como un loco, sin oírsele mas que: ¡Papá, papá! ¡hombres! ¡Ya vamos á ver hombres! Y ¿ahora dudará V.? exclamaba dirigiéndose á mí. Tal era su entusiasmo que me hizo participar de él, y al punto mandé izar el pabellon del mastelero como señal más adecuada para ser descubierta de léjos.

Dejando á mi hijo al cuidado de la batería, con la prevencion de que nos avisase con un cañonazo si descubria la menor cosa, me apresuré á regresar cuanto ántes á Felsenheim para participar la novedad á la familia, que habiendo visto flotar al aire el trapo aguardaba impaciente noticias ciertas y circunstanciadas.

—Y bien, preguntaron á nuestra llegada: ¿qué hay de nuevo? ¿son europeos? ¿ingleses, franceses? ¿es buque mercante ó de guerra?

Mal podíamos satisfacer la curiosidad general, y lo único que pudímos asegurarles como positivo era la presencia de un barco á lo largo de nuestras costas, lo cual bastó para que la alegría cundiese, desapareciendo todo temor y recelo respecto á semejante aparicion.

Sin embargo, para estar dispuesto á cualquier evento dí órdenes para que todo se pusiese á buen recaudo en la gruta, recomendando la mayor serenidad y vigilancia, anunciando mi resolucion de embarcarme, como lo hice en seguida, con Federico en el caïack y de seguir adentale hasta dar con el buque que rondaba las costas. Esta separacion fue á la vez triste y solemne. Mi buena esposa, á quien la edad cada vez inspiraba más desconfianza en cualquier empresa que se le figurase arriesgada, no pudo contener las lágrimas al vernos en el bote, y ántes de partir nos hizo prometer que no arrostraríamos el menor riesgo en semejante excursion.

A eso de medio dia nos dímos á la vela en nuestro frágil esquife, que deslizándose por las olas al Oeste de Felsenheim nos permitió ver puntos desconocidos hasta entónces á lo largo de la costa. A pesar del riesgo que ofrecia una navegacion con rumbo incierto por una mar erizada de escollos y bajíos, seguros de haber oido clara y distintamente los cañonazos en contestacion á los nuestros, nunca perdímos la esperanza, y al cabo de cinco cuartos de hora de fatigosa travesía para arribar á un promontorio escarpado que me propuse doblar, tras del cual creia, y no sin fundamento, hallar lo que con tanto afan se buscaba, llegados á su más avanzada punta, de repente se presentó á nuestra vista y á corta distancia un hermoso buque europeo majestuosamente reposado sobre sus anclas con la chalupa al costado y ostentando en sus mástiles la bandera inglesa.

No encuentro palabras para expresar los sentimientos que en aquel instante se apoderaron de nuestras almas. Embargada la voz elevámos las manos al cielo: muda pero ardentísima plegaria llena de fe y de agradecimiento al Señor. Pasada esta primera emocion Federico quiso arrojarse al mar y llegar á nado hasta el buque; fue preciso inteponer mi autoridad para contener su arrebato, haciéndole observar lo fatales que pudieran ser sus consecuencias, pues no habia completa seguridad de que fuese un buque verdaderamente inglés al que teníamos delante, pudiendo acontecer lo acaecido algunas veces, que cualquier corsario malayo recurriese á la estratagema de enarbolar el pabellon de una nacion europea bien conocido en los mares para ejercer mejor y á mansalva sus piraterías, engañando con semejante apariencia y atrayendo con más seguridad su presa.

Quedámonos pues quietos y en observacion tras del peñasco, examinando con el anteojo cuanto pasaba en el buque. Sobre la playa reparé que se habian armado dos tiendas de campaña, y cerca de ellas se veia una mesa llena de frutas y un hornillo de piedras en el que ardia un fuego al que se asaban varios tasajos de carne. Al rededor de esta especie de campamento circulaban hombres, miéntras dos centinelas se paseaban gravemente sobre el alcázar del buque, los cuales sin duda debieron apercibirnos, pues el uno bajó á dar sin duda parte de ello al capitan, que subió en seguida al puente y dirigió su catalejo hácia nosotros.

—¡Son europeos! exclamó Federico, no hay sino ver el rostro del capitan; el color de los malayos es casi cobrizo, y aquel es blanco y muy blanco.

La observacion de mi hijo me pareció justa; sin embargo, no bastó para infundirme una seguridad completa, y así nos contentámos con acercarnos á la bahía, haciendo maniobrar nuestro caïack con cuantas evoluciones nos permitia la destreza adquirida especialmente por Federico en su manejo. Al mismo tiempo nos pusímos á cantar con toda la fuerza de los pulmones una cancion de nuestro país, y concluida, ya más cerca con la bocina pronuncié claramente estas tres palabras inglesas: Englishmen good men (ingleses buena gente), las cuales no obtuvieron respuesta; pero el canto, la extraña construccion del esquife y sobretodo el traje nos hicieron aparecer como salvajes en concepto del capitan y otros de la tripulacion, y en esta persuasion agitaban los pañuelos haciendo señas de que nos aproximásemos, enseñándonos al propio tiempo cuchillos, tijeras, collares, brazaletes de vidrio y otras bujerías que tanto aprecian los habitantes del nuevo mundo. Semejante desprecio no pudo ménos de causarnos risa; pero no juzgámos oportuno avanzar más por entónces, y una vez convencidos de las buenas disposiciones de los recien llegados quisímos presentarnos á ellos con más pompa y dignidad. Les saludábamos por segunda vez con la palabra englishmen como para acabarles de persuadir que les conocíamos, y sin aguardar á más dí la señal de retirada y desaparecímos de la bahía con toda la rapidez que permitian nuestras fuerzas. El júbilo nos las daba cada vez mayores, pensando en que el dia siguiente sería para esta familia desterrada el primero de una nueva era, ensanchándose los límites de nuestra existencia desde el momento en que se renovasen nuestras relaciones con los hombres.

En poco tiempo llegámos á la altura de Falkenhorst, donde la familia nos aguardaba en la playa, impaciente por saber el resultado de nuestro viaje. Fuímos recibidos con la mayor alegría, alabando mi esposa la prudente conducta observada en la primera entrevista, y que no hubiésemos querido presentarnos á los extranjeros con tan mezquino aparato como el del caïack groelandes.

—A la verdad, añadió riéndose, hubiera sido una vergüenza mostrarse tan miserables y pequeños cuando podemos representar el papel de una potencia. Es preciso aparejar el mayor de nuestros barcos y salir al encuentro de ese capitan inglés que nos toma por infelices náufragos ó por indios bravos.

Accedí sonriéndome á la oportuna vanidad de mi esposa, disponiendo que para el dia siguiente estuviese lista la pinaza á fin de trasladarnos todos al fondeadero donde se hallaba anclada la nave inglesa.

Estábamos en vísperas de un grande y solemne acontecimiento que iba á cambiar por completo nuestros futuros destinos. La mayor agitacion reinaba en la colonia. Unos á otros se sucedian los planes más extravagantes; era un conflicto de voluntades opuestas, de proyectos, de deseos cuya tendencia era la misma, pero cuyo desarrollo variaba hasta lo infinito. No parecia sino que dentro de un cuarto de hora nos daríamos á la vela para regresar á Europa.

Sin participar yo del general entusiasmo que enloquecia á los muchachos, mi posicion en semejantes circunstancias no dejaba de ser crítica por las naturales consecuencias del acontecimiento hasta entónces con tanto afan esperado. No era para mí indiferente renunciar de pronto á la vida tranquila y patriarcal á que estaba acostumbrado, en vista de la campiña y los plantíos que tantos afanes me costaban, de las construcciones que mis manos y mi ingenio habian elevado, de los numerosos establecimientos que ya me eran queridos y de los que me causaria honda pena desprenderme por considerarlos como otros tantos hijos de mi laboriosidad. A mi esposa por otra parte quizá la repugnaria aventurarse de nuevo á los azares de otra larga navegacion. En fin, ideas las más extrañas se agolparon á mi cerebro, hasta que por último, reconociendo mi insuficiencia para tomar una decision cualquiera, me puse en manos de Dios, á quien elevé una ferviente plegaria á fin de que me inspirase la resolucion más conforme con los intereses y venturoso porvenir de mi familia.

Sin embargo, en todo esto habia mucho de prematuro. Aun no nos constaban en definitiva las buenas disposiciones del buque inglés hácia nosotros, ni podíamos calcular los recursos y servicios que su venida nos proporcionaria.

Todo el dia siguiente se pasó en equipar de los necesario la pinaza, cargándola de diferentes objetos destinados como regalo al capitan para mostrarle que los que juzgaba ignorantes y salvajes no eran extraños á los hábitos de la civilizacion. Algunas otras tareas ocuparon la mañana del otro dia, y al principiar la tarde se verificó el embarque, desplegando la escuadra majestuosamente sus velas. El tiempo era magnífico y el mar estaba tranquilo como una balsa. Federico en el caïack nos guiaba, con la piragua á remolque. Ernesto, Santiago y Franz hacian de marineros, y yo iba sentado junto al timon. Los cañones de la pinaza estaban cargados, y sobre el puente de proa se colocaron á prevencion cuantas armas ofensivas y defensivas pudiéramos necesitar, como fusiles, sables, hachas, picas, etc. Lo más probable y casi cierto era que no llegaria el caso de hacer uso de ellas; mas por si sobrevenia algun engaño estábamos dispuestos á vender caras nuestras vidas.

La escuadrilla atravesó la bahía con precaucion y llegó felizmente á la punta del cabo que ocultaba el fondeadero donde se hallaba anclado el buque inglés.

Cuando le descubrímos claramente la sorpresa y el placer embargó el uso de la palabra á los tripulantes.

—¡Iza la bandera inglesa! les grité con voz estentórea.

Al instante flotó en los aires un pabellon igual al que flameaba en los mástiles de la fragata.

Si extraordinarias eran las sensaciones que nos embargaban en aquel momento al proximarnos á un buque europeo, no lo eran ménos las de la tripulacion inglesa al ver la seguridad y confianza con que á velas desplegadas se les venía encima nuestro barco. Si hubieran sido piratas, de seguro les ganábamos la accion y hubiéramos llevado la mejor parte en la embestida; pero la satisfaccion y alegría reemplazaron la inquietud de los primeros instantes. Fondeada la pinaza á dos tiros de fusil del buque, de una y otra parte se cambiaron los saludos y salvas, y trasladados Federico y yo á la chalupa abordámos la nave británica.

Recibiónos el capitan con la franqueza y cordialidad que distingue á los marinos, y llevándonos á su cámara, un vaso de víno del Cabo cimentó la alianza establecida entre nosotros. En seguida nos preguntó afectuosamente á qué dichosa casualidad debia la satisfaccion de ver flotar el pabellon inglés en esta solitaria costa.

Referile sucintamente la historia de nuestro naufragio y permanencia de diez años en la desierta isla. Él por su parte nos dijo que se llamaba Littlestone, que tenia el grado de teniente de navío en la marina real, y que dirigiéndose al Cabo de Buena Esperanza con despachos y correspondencia de Sydney y Nueva Holanda, una tempestad de cuatro dias le obligó á torcer el rumbo hácia nuestras costas, para él desconocidas, donde pensaba renovar su provision de leña y agua.

—Ocupados en eso, prosiguió, oímos vuestros cañonazos á los que respondímos en seguida. Al dia siguiente nuevas descargas vinieron á convencernos de que no estábamos solos en la costa que yo creia desierta; en vista de lo cual resolvímos aguardar á que la casualidad ó cualquiera otra causa nos pusiese en relacion con los que reputábamos desde luego náufragos, y como tales, compañeros de infortunio. Pero en vez de eso he tenido el placer de encontrar una colonia organizada con visos de potencia marítima, cuya alianza solicito en nombre del Reino Unido de la Gran Bretaña.

Esta última frase nos hizo reir á todos, y repitiendo los bríndis apretámos cordialmente la mano que el capitan Littlestone nos tendia.

Entre tanto, aguardándonos el resto de la familia á alguna distancia en la pinaza, nos despedímos del capitan invitándole á que pasase á bordo de aquella, lo cual aceptó con el mayor gusto suplicándome me adelantase para anunciar á mi esposa su visita.

Sin pérdida de momento nos reembarcámos en la chalupa y llegámos en breve al barco donde nos esperaban los nuestros. El mensaje que traíamos puso en conmocion á todos; pero restablecida la calma, en pocos minutos se preparó lo necesario para recibir dignamente al capitan de la marina inglesa.

No habia pasado media hora cuando la lancha de la fragata se dirigió hácia nosotros llevando al capitan, al primer piloto y á un guardia marina llamado Dunsley, á quienes mi esposa ofreció un sencillo refresco que fue aceptado con reconocimiento.

Pronto reinó la más cordial franqueza entre la familia y los nuevos huéspedes, acordándose que ántes de anochecer nos trasladaríamos todos al buque inglés para pagar la visita. El capitan nos participó que entre los enfermos se encontraba un ingeniero llamado Wolston, á quien cuidaban su esposa y dos hijas de doce ó catorce años, tan amables y finas como agraciadas. Grata nos fue con tal circunstancia la velada, prolongándose la visita hasta muy entrada la noche. La perspectiva de un regreso por tanto tiempo deseado y la confianza establecida entre colonos y recienvenidos, dieron á nuestras relaciones la apariencia de una amistad de veinte años. El capitan no permitió que pasásemos á descansar en la pinaza, tambien atracada en la bahía, y nos quedámos en las tiendas de campaña que ya tenia dispuestas.

No referiré la larga plática que mi fiel compañero y yo tuvímos esta noche. El capitan era por demas atento para abrumarnos con ofrecimientos y preguntas, y por nuestra parte no queríamos franquearnos con él ántes de saber si nos asistian poderosas razones para desear nuestro regreso á Europa. Asaltábanme á veces tentaciones de quedarme en la apacible morada que la Providencia nos deparara, renunciando para siempre á las dudosas ventajas que nos brindaba la vida civilizada. Mi esposa deseaba terminar sus dias bajo el hermoso cielo que habitábamos; yo me encontraba cada vez más apegado á mi nueva vida, y como los años iban corriendo, tocábamos ya á una edad en que los azares y aventuras carecen de atractivo y en que sólo se apetece el reposo y la quietud. Isabel hubiera deseado que yo departiese para Europa con los dos hijos mayores á fin de traer algunos compatriotas con quienes fundar una colonia floreciente que recibiria el nombre de Nueva Suiza.

Por último, quedó resuelto no decidir nada hasta explorar la voluntad de toda la familia, y confiar sobre la marcha nuestros proyectos al capitan Littlestone con intento de poner esta colonia bajo la proteccion de Inglaterra; pero el mayor embarazo consistia en saber cuáles de mis hijos elegiria para el viaje, pues una razon igual militaba para todos, y así convinimos en aguardar algunos dias, gobernándonos de manera que dos de los chicos quedasen conformes y gustosos en nuestra compañía, miéntras los restantes partirian con el capitan á Europa.

Al dia siguiente tuvímos la satisfaccion de ver resuelto el problema. Durante el desayuno acordámos que el capitan nos acompañase á Felsenheim con su piloto, el guardia marina y la familia del ingeniero, que despues de tantos sufrimientos y penalidades necesitaba la comodidad de una habitacion sana y agradable.

La travesía fue un viaje de recreo para la escuadrilla, pues todos los corazones rebosaban de esperanza en un porvenir dichoso, y la seguridad de su pronta realizacion animaba los semblantes.

¡Cuál fue la sorpresa de nuestros huéspedes cuando al doblar el promontorio se les apareció de repente en todo su esplendor é iluminada por los rayos del sol la deliciosa bahía de Felsenheim! El entusiasmo llegó á su colmo cuando el batería del fuerte de la Isla del tiburon saludó nuestra entrada con once cañonazos, ondeando majestuosamente á la brisa matinal el pabellon de la Gran Bretaña.

—¡Amena morada! ¡familia mil veces dichosa! exclamó la señora Wolston suspirando, miéntras la menor de sus hijas preguntaba si aquello era el paraíso.

El paisaje presentaba á cada momento escenas nuevas, animándose por grados con cuantos seres vivientes encerraba la mansion. A cada paso nuevos éxtasis, nuevos asombros. En medio de la confusion general dispuse trasladar al enfermo á mi cuarto, donde mi esposa reunió los más cómodos muebles, y donde lady Wolston encontró un lecho preparado junto al de su marido.

Breve fue la comida porque aun teníamos que visitar ántes de ponerse el sol las demas maravillas de nuestros dominios, enseñando luego á todos con orgullo la gruta de la sal, el Puente de familia, el árbol gigante de Falkenhorst y su castillo aéreo, Prospecthill, las plantaciones, y cuanto nuestra laboriosa industria habia creado en la solitaria isla, animada al presente con una vida nueva. La más franca y cordial intimidad reinaba ya entre nosotros. La diferencia de idioma y la dificultad de comprenderse desaparecia ante las animadas señas é inteligentes miradas de los interlocutores. Mis hijos no parecian ya los mismos: sus modales y hasta el aire de sus fisonomías se presentaban como cambiados.

Al anochecer se restableció la tranquilidad, y nos encontrábamos reunidos en la galería cuando de repente se apareció ante todos lady Wolston que nos habia dejado para cuidar á su esposo, y dirigiéndose á Isabel y á mí nos dijo que venía en su nombre y de su marido á suplicarnos les concediésemos el permiso de quedarse en Felsenheim por algun tiempo hasta el completo restablecimiento del pobre ingeniero, juntamente con su hija mayor, miéntras la menor iria á buscar á su hermano al Cabo de Buena Esperanza para volver juntos y permanecer todos aquí quizá para siempre.

—Caballero, prosiguió apretándome la mano, no encuentro palabras para expresar la admiracion y entusiasmo que me inspiran las maravillas que en este eden ha llegado V. á realizar. La mano del Señor está con V. y á ella debe la verdadera felicidad que disfruta en tan deliciosa morada léjos del mundano bullicio y en medio de riquezas de la creacion. Mi esposo y yo partímos de Inglaterra en busca de calma y sosiego: ¿dónde se encontrarán mejor que aquí? Si no halla V. inconveniente, nos darémos por felicísimos estableciéndonos en un rincon de sus dominios.

Accedí de todo corazon á su ruego, añadiendo que sería para mí una gran satisfaccion que se quedasen para siempre en la Nueva Suiza.

—¡Viva la Nueva Suiza! respondió un coro de voces enternecidas.

—Ahora bien, proseguí en tono grave dirigiéndome á mis hijos: estais en vísperas de que se realicen vuestros dorados sueños de volver á la Europa civilizada, donde hallaréis cuantos recursos ofrece la sociedad á sus moradores. La ocasion es propicia y puede decirse providencial. En diez años este ha sido el único buque que se ha presentado en nuestras costas; solo Dios sabe cuántos pasarán hasta que aparezca otro, y así aprovechando esta coyuntura podeis decir libremente si preferis partir con el capitan Littlestone, ó veros quizá para siempre condenados á permanecer en esta isla. Vuestros padres están dispuestos á sacrificarlo todo por vuestro porvenir y felicidad; el cielo se ha anticipado á mitigar su soledad con la aparicion de una nueva familia. Gracias al Señor por todo, y cúmplase su voluntad.

Ernesto manifestó que permaneceria siempre con nosotros en sus puestos de primer profesor de historia natural de la Nueva Suiza y conservador del museo de Felsenheim. Santiago dijo que si el estudio no era capaz de entretenerle como á su hermano, la caza y sus hábitos campestres le agradaban más que todo lo que pudiera conseguir en Europa. En los semblantes de Federico y Franz conocí desde luego el embarazo en que se encontraban para hablar cuando les tocase, adivinando lo que pasaba en su ánimo; y habituado á penetrar sus más recónditos sentimientos, ántes que desplegasen los labios les dije:

—En cuanto á tí, Federico, penetro tu ardiente deseo de volver á Europa. Léjos de sentirlo, alégrome de ello: es justo que como el mayor de la familia la representes en aquella parte del mundo. Por lo que á tí hace, proseguí dirigiéndome á Franz, aun eres muy jóven para privarte de las ventajas que la civilizacion y el contacto del mundo pueden proporcionarte. Tu hermano será tu mentor, y Dios hará lo demas.

Arrojáronse ambos á mis brazos derramando copiosas lágrimas en respuesta á mis palabras, que colmaban los deseos del primero y último de mis hijos.

—No lloreis, díjeles enternecido, vuestras aspiraciones son las mias y siempre he contado con ellas. El universo entero pertenece al Todopoderoso, y la patria del hombre está en cualquiera parte donde pueda vivir dichoso y ser útil á sus semejantes. Todo es cuestion de tiempo. Ahora sólo falta saber si el capitan Littlestone está dispuesto á favorecer nuestros proyectos.

Todos guardaron silencio, esperando con ansiedad la respuesta del capitan, que habló en estos términos:

—Debemos admirar los decretos de la Providencia y conformarnos con ellos. En el momento que varios de mis pasajeros abandonan mi embarcacion por su libre y espontánea voluntad, se presentan otros para reemplazarles. Me congratulo de ser en esta ocasion el instrumento de que la Providencia se ha valido para restituir á la sociedad una familia tan apreciable y proporcionar quizá á mi patria una colonia floreciente.

Esta respuesta alivió mi corazon del peso que le oprimia.

Así, pues, la familia del anciano pastor se iba á encontrar desmembrada: pronto sentiríamos la falta de dos de nuestros hijos, y la esperanza de volverlos á ver pudiera salir fallida. La fiel esposa y cariñosa madre tuvo que resignarse. ¡Era madre! Como tal se sacrificaba en aras del porvenir de sus hijos. ¡Su única objecion fueron las lágrimas!

El buque inglés en obsequio nuestro permaneció ocho dias más en la Bahía del salvamento con la tripulacion á bordo para evitar visitas importunas. Unicamente tuvieron en Felsenheim entrada franca el piloto y el carpintero del buque, que la galantería del capitan puso á nuestra disposicion para que ayudasen á la carga de los equipajes; pero de poco sirvió su cooperacion, pues fue tal la actividad que desplegaron los habitantes de la colonia, que ó faltaba trabajo ó sobraban brazos.

La pacotilla que habian de llevarse Federico y Franz y que iba á constituir su fortuna al llegar á Europa ocupó no poco mi solicitud paternal. Parte de las riquezas atesoradas en diez años, perlas, marfil, especias, pieles, corales y demas producciones raras de algun valor, fue inmediatamente embalada y trasportada al buque, al cual abastecímos de carnes fresca, legumbres, frutas y salazon. De más á más, en cambio de algunas armas de fuego de moderna construccion, y de una regular provision de pólvora que debí á la generosidad del capitan, le regalé de los varios objetos salvados del buque náufrago los que pudieran ser útiles á un marino, entregándole al propio tiempo papeles pertenecientes al desgraciado capitan que mandaba aquel, por si los reclamaba algun miembro de su familia.

El buque inglés quedó completamente habilitado, repuestas sus averías, y en disposicion de darse á la vela.

Llegó la víspera de la partida, y despues de haber agotado en una conversacion que duró algunas horas, no el dolor que penetraba nuestros corazones á la sola idea de una separacion tal vez eterna, sino cuanto mi solícita inquietud y experiencia pudo inspirarme para ilustrar á mis hijos acerca de los peligros que debian arrostrar en la nueva carrera que iban á emprender entre el torbellino de una sociedad para ellos nueva y desconocida; despues de representarles la vanidad del mundo, lo transitorio de esta vida, la grandeza de Dios, la importancia de los deberes del hombre, cuyo exacto cumplimiento proporciona la única felicidad verdadera; por último, despues de bendecirles suplicando al Todopoderoso que no les desamparase, entregué á Federico el manuscrito ó relacion de nuestro naufragio y el diario de lo acaecido hasta entónces en esta costa, recomendándole expresamente que en llegando á Europa lo mandase imprimir á la primera ocasion con las enmiendas y correcciones necesarias.

—No me guia la vanidad de autor, añadí, sino la esperanza de que la detallada relacion de nuestra vida en estas solitarias playas no queda inútil y perdida para el mundo, particularmente para la juventud de mi patria. Cuanto he escrito hoja por hoja para la educacion de mi familia puede aprovechar á los hijos de otras, y daré por bien empleado mi trabajo si este sencillo relato logra llamar la atencion de algun jóven ilustrado sobre los frutos del estudio y la meditacion, así como de la obediencia filial y tierno cariño entre hermanos. ¡Dichoso yo si algun padre de familia hojeándolas al acaso encuentra en las páginas de un desterrado palabras de consuelo, consejos oportunos, provechosas enseñanzas! En la posicion excepcional en que nos colocó la Providencia, mi libro no contiene ni puede contener teorías; es una narracion sencilla, sin pretensiones ni artificio, de los hechos y aventuras acontecidas en el decurso de diez años de sosegada vida á una familia cristiana sometida á los decretos del Altísimo. El continuo recuerdo del pasado siempre ha sido nuestro norte en el presente, inspirándonos ilimitada confianza en el supremo Hacedor, y desarrollando por medio de una instruccion variada la actividad de nuestra alma y el instinto observador que fija la atencion en todo, á fin de no incurrir en la absurda pregunta del vulgo ignorante y egoista: ¿Para qué quiero yo eso?

Juventud de todas edades y naciones, no olvides que es bien aprenderlo todo ménos lo malo, y que el hombre nació para ejercitar su inteligencia en el campo que la Providencia se digna depararle.

Como el lector puede figurarse, nadie durmió aquella noche.

Al salir el sol del dia siguiente el cañon del buque dió la señal de embarque, y acompañando á nuestros hijos hasta el muelle, recibieron allí las últimas bendiciones y caricias, la postrera despedida. Subieron por fin á bordo, leváronse anclas, el viento comenzó á hinchar las velas, é izóse la bandera en el mástil. A los pocos minutos aun nos consolaba la vista de los pañuelos que se agitaban. ¡Otros tantos más, y el buque iba á desaparecer en la inmensidad del Océano!

¡Quién es capaz de describir la afliccion de mi esposa! Era el dolor de una madre, mudo, profundo, concentrado. Sin embargo, fijos los ojos en el cielo pudo terminar la ferviente plegaria que habia comenzado; despues rompió en amargo llanto. Santiago y Ernesto tambien lloraban. En cuanto á mí, encerrando en lo más recóndito del corazon la pena que lo desgarraba, y afectando un valor de que carecia, tomé del brazo á Isabel y arranquéla del sitio de su contemplacion funesta, regresando á nuestra morada que nos pareció desierta y lúgubre. En seguida me puse á escribir estas postreras páginas, que la lancha del capitan todavia amarrada á la costa para llevarse lo que se haya olvidado, conducirá al buque ántes de una hora. Mis hijos recibirán en estas líneas empapadas de lágrimas mis últimas bendiciones. ¡Dios sea con ellos y con nosotros!

¡A Dios, Europa! ¡A Dios, querida patria que no veré mas! ¡Así la Nueva Suiza florezca como tú en mi edad temprana! ¡Ojalá sean tus habitantes siempre dichosos, pios y libres!




fin.