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El Robinson suizo/Capítulo VIII

De Wikisource, la biblioteca libre.
El Robinson suizo (1864)
de Johann David Wyss
traducción de M. Leal y Madrigal
Capítulo VIII


CAPÍTULO VIII.


El puente.


Al primer albor de la mañana despertámos.

—¿Sabes, dije á mi esposa, que me ha ocupado seriamente esta noche tu relacion de ayer, y examinando despacio las consecuencias del cambio de domicilio en que estamos, preveo nos acarreará graves inconvenientes? Vamos despacio, y ántes de obrar discurramos. Por de pronto creo casi imposible hallar un sitio que ofrezca más seguridad personal que en el que ahora estamos, que por un lado está protegido por el mar, que nos va trayendo los restos de la nave, á los que deberíamos renunciar si nos alejásemos de la costa; y por otro, le resguardan igualmente la cadena de montañas que tenemos delante y la confluencia del arroyo que se pudiera en un caso fortificar.

—Alto, no prosigas, interrumpió mi esposa, por cuando no vamos acordes; la barrera que dices no ha impedido á los chacales llegar hasta aquí, como lo hemos visto. ¿Los tigres, los osos y otras fieras no podrian seguir el mismo camino y hacernos igual visita? Respecto al partido que piensas sacar de los restos del buque, que es otra de tus razones, te confieso con toda sinceridad, que muy contenta con los que ya tenemos de su procedencia, desearia de todas veras que el mar sepultase bajo sus olas el casco de ese buque, que miéntras exista embarrancado será para mí causa perenne de angustia y desasosiego. Tú no cuentas, amigo mio, con los trabajos que aquí pasamos para guarecernos de los rayos de este sol abrasador, en tanto que Federico y tú os ocupais en vuestras correrías terrestres y marítimas. Reflexiona pues acerca de estos inconvenientes, y de seguro me darás la razon.

Tardé algun tiempo en contestarla, pues si bien la elocuencia de mi esposa no era suficiente para convencerme del todo, no dejaba de confesar que en el fondo habia mucha verdad en su razonamiento.

—Pues bien, la contesté, una vez que este cambio es ya una necesidad para ti, harémos la prueba yéndonos á establecer junto á esos asombrosos árboles, sin dejar por esto de conservar nuestra actual habitacion para que nos sirva como una especie de apeadero y de almacen para conservar la pólvora; y cuando por medio de barrenos haya hecho volar en algunos puntos las rocas que bordean el arroyo, será una fortaleza donde nadie podrá penetrar sin nuestro permiso. Pero ántes de todo y de salir de aquí con armas y bagajes es indispensable construir un puente para pasar el arroyo con más descanso y seguridad, que como hasta ahora se ha practicado.

—Eso no te apure, repuso mi esposa, deseosa de remover todo obstáculo á su proyecto, ¿para qué meterse en tamaña obra que retardará hasta Dios sabe cuándo nuestra traslacion? ¿No hemos pasado todos el arroyo á pié? El pollino y la vaca bien podrán trasladar lo demás. ¿Has calculado lo que es un puente?

La demostré como pude la insuficiencia de esos medios y el peligro que ofrecia el arroyo en la estacion de las lluvias, que imposibilitarian su paso ó al ménos lo harian peligroso, corriendo el riesgo de perder el ganado y hasta de resbalarnos ó tropezar alguno de nosotros cayendo en la corriente, lo cual nos ocasionaria además del susto un chapuzon estemporáneo. El puente que tengo ideado no es obra tan colosal como te parece; miéntras que tú arreglas los más indispensables aparejos para las bestias, mis hijos y yo lo construirémos, y nos servirá para siempre.

Mi esposa se rindió al fin á mis razones. ¡Sea lo que Dios quiera! contestó resignada. En seguida despertámos á los niños para enterarles de nuestros proyectos. La idea de cambiar de domicilio, y sobretodo junto á aquellos grandes árboles, les colmó de alegría; pero lo de hacer primero un puente para emigrar á lo que ellos ya llamaban la tierra de promision, no les agradó tanto, previendo el gran trabajo que les aguardaba para su construccion.

Miéntras que mi esposa, que ya ordeñaba la vaca y las cabras, nos preparaba una buena sopa y leche abundante para el desayuno, ocupéme con mis hijos en echar lastra á la balsa, pensando en dar otra vuelta al buque para proporcionarnos la madera necesaria para la construccion del puente. Estando en esto, nos llamaron para el almuerzo, y terminado, me embarqué con Federico y Ernesto, á quien nombré segundo remero, previendo que la balsa necesitaria más fuerza para su manejo y direccion, cargada con el gran peso del maderámen que debia trasladar. Lisonjeado Ernesto con el favor que le dispensaba, tomó el remo y le manejó con la mayor destreza; y dirigiéndonos á la embocadura del arroyo, su rápida corriente nos sacó muy luego de la bahía.

Apénas estábamos fuera de ella y á la vista de un islote que se hallaba al paso, vímos una multitud de gaviotas y otras varias aves de mar revoloteando que nos aturdian con su pio pio, parándose unas y emprendiendo otras el vuelo desde aquel punto de tierra. Desplegué la vela á fin de cortar la corriente y acercarnos para indagar la causa que reunia en aquel sitio tantos pájaros, lo cual logré auxiliado por el viento.

Ernesto, que no perdia de vista el islote, dijo: Creo que no debe ser otra cosa sino algun gran pescado muerto que atrae las aves.

En efecto, tan pronto como saltámos en tierra vímos entre la arena, medio cubierto por el agua, el cadáver de un pez monstruoso, al que devoraban aquellas aves de rapiña con tal glotonería, que á pesar de nuestra algazara y de un arcabuzazo disparado á quema ropa al grupo, no abandonaron su presa. Era el tiburon que Federico matara la víspera y que aun conservaba, brotando sangre, las heridas de la cabeza por done le penetraron las balas.

—Si pudiéramos ahuyentar estos pajarracos, dije á los niños, no sería malo arrancar algunas tiras de su pellejo, que es durísimo y áspero, el cual en caso necesario hasta puede servir de lima.

Al oirme Ernesto, sacó la baqueta de su carabina, y repartiendo palos á derecha é izquierda á aquel enjambre hambriento, pudo al fin ahuyentarlo, y una vez dueños del campo, cortámos á la ligera algunos trozos del pellejo del mónstruo que depositámos en la balsa. Y no fue la única ventaja que nos proporcionó este incidente, porque examinando de paso la playa del islote, que en resúmen no era sino un banco de arena, la encontrámos cubierta de maderos de todas formas y dimensiones arrojados por la marea, tristes restos de buques naufragados. Este precioso é inesperado hallazgo nos ahorró el trabajo de ir hast el buque. Elegí pues entre los mástiles rotos que allí encontrámos los que me parecieron más adecuados á mi proyecto, y despues, con ayuda de ganchos y palancas de que íbamos provistos, los fuímos poco á poco sacando de la arena y acercándoles al mar, para que flotasen. Unidos todos entre si por medio de travesaños clavados, se formó una especie de almadía, la cual remolcámos con un cable sujeto á la proa de nuestra balsa.

Para abreviar el viaje de retorno y hacerle ménos incómodo, traté de aprovechar el viento de la costa, y despues de algunas maniobras demasiado hábiles y superiores al alcance de marinos tan poco experimentados como lo éramos, vímos con alegria hincharse la vela y arrastrar majestuosamente la balsa hácia la playa. Durante la travesía, en la que los remos estaban quietos, Federico, siguiendo mis instrucciones, clavaba las tiras de la piel del tiburon en el mástil, para que estiradas se secasen al sol. Ernesto, cuyo fuerte era la historia natural, examinaba cuidadosamente las aves que con la baqueta habia muerto, y como conocedor de sus diferentes especies, se extendió en algunas particularidades bastante curiosas sobre el menguado instinto de las gaviotas y otras aves marinas, que no se alimentan sino de peces muertos, lo que dá á su carne un sabor tan detestable que es imposible comerla. De las gaviotas la conversacion giró sobre los trozos de pellejo que Federico se esmeraba en estirar, y que á pesar suyo arrugaba el calor; pero como le advirtiese que hasta en ese estado nos servirian para lo que las destinaba haciendo veces de lo que en Europa llaman lija, á Ernesto se le ocurrió una observacion que no debo dejar desapercibida:

—Es una suerte, nos dijo, despues de reflexionar algun tiempo y de oir hablar sobre la voracidad del tiburon, á quien pudiera aplicársele el nombre de lobo marino, que Dios le haya colocado la boca bajo el hocico y no al extremo.

—¿Y por qué? le pregunté.

—Porque tan ágil y gloton como es, á no verse obligado á volverse de espalda para afianzar su presa, él sólo hubiera bastado para despoblar el mar.

—¡Bravo, señor filósofo! justísima es tu observacion, y si es cierto que no están á nuestro alcance los secretos del Criador, nos es permitido conjeturar sobre ellos.

Distraidos de esta manera advertímos que tocábamos en la misma playa de donde cuatro horas ántes habíamos salido. Nadie salió á recibirnos, lo cual me extrañó tanto como la vez primera; pero á nuestras voces otras correspondieron de léjos, y á poco llegó mi esposa y los otros niños, que venian de la parte del arroyo: Franz con una caña de pescar, y Santiago con un pañuelo cogido por las cuatro puntas y lleno de algo imposible de adivinar, que luego supímos ser cangrejos de agua dulce.

—¿Y quién ha sido el descubridor de ese nuevo tesoro? exclamé al verlos.

—¡Yo, papá! dijo Franz todo gozoso. Has de saber que estando entretenido en coger chinas á orillas del arroyo, tropecé con el cadáver del chacal que ayer arrojámos al agua, el cual estaba cubierto de cangrejos; Santiago acudió á tiempo, y con el agua á la rodilla me ayudó á cogerlos; más traeríamos si no hubierais venido tan pronto; pero con todo, no deja de haber bastantes.

—Bastan por hoy, hijos mios, les contesté; á ejemplo del pescador que lo entiende, echad al agua los más pequeños, que allá parecerán, y nos quedarémos con los mayores. Demos gracias á Dios que proporciona este nuevo recurso á nuestras necesidades, y no abusemos de sus dones.

Despues que volvieron á su elemento natural los cangrejillos chicos y que mi esposa recogió los que restaban, nos dejó para preparar la comida. Interin esta se disponia, se sacaron á tierra los palos destinados á construir el puente, los cuales formaran la almadía que quedara en la playa. Santiago, durante nuestra ausencia, ya se habia anticipado á buscar el sitio más conveniente para fijarle; y habiéndomelo mostrado, ví que en efecto era el más ventajoso, ya por ser el punto más estrecho del arroyo y por estar sus orillas á igual altura, como tambien por dar la casualidad de haber á un lado y otro gruesos troncos de árboles que parecian allí expresamente colocados para servir de estribos. La única dificultad consistia en la distancia que mediaba desde este punto al en que se encontraba la balsa. Carecíamos de todo lo necesario para un transporte de tanto peso, y rayaba en lo imposible que lo lleváramos á cabo; pero acordándome del asno y la vaca, y de la manera sencilla con que los lapones, segun habia leido, hacian arrastrar sus trineos, dí la cuestion por resuelta, y atando una cuerda á los cuernos de la vaca y otra por bajo del cuello del borrico y sujetando con ambas la extremidad de las vigas, salió tan bien el expediente, que los animales uno tras otro fuéron arrastrando todos los maderos hasta el sitio mismo designado por el pequeño ingeniero para colocar el puente.

Medida que fue la anchura del arroyo por medio de un cordel, resultaron diez y ocho piés; las vigas por lo tanto debian de tener tres piés más de asiento por cada parte, y así fue preciso elegir entre aquellas las que al ménos tuviesen veinte y cuatro. Faltaba saber cómo nos habíamos de componer para trasladar por cima de las escarpadas orillas del arroyo esos maderos tan enormes y pesados. Esto nos dió mucho que discurrir, y no hallando solucion al negocio, y oyendo la voz de mi esposa que nos llamaba á comer, la discusion quedó aplazada, y nos acercámos á la cocina donde nos aguardaba un exquisito arroz con leche y un soberbio plato de cangrejos, que decian comedme; pero ántes de sentarnos á la mesa, que era el santo suelo, mostróme mi esposa el resultado de la tarea en que ocupara la mañana, la cual consistia en dos pares de alforjas de lona para el asno y la vaca, que habia cosido con bramante. No pude ménos de admirar su gran paciencia, al considerar cómo se habia amañado para llevar á cabo su obra, careciendo de dedal, punzon y agujas fuertes para tan tosca costura, y sin más avíos que un clavo con el que agujereaba la tela para ir introduciendo el cordel con la mayor perseverancia. ¡Tan cierto es que en el diccionario de un ser inteligente no entra la palabra imposible!

Despachóse pronto la frugal comida, tal era la prisa que teníamos por emprender el gran negocio del puente. Miéntras comia, imaginéme haber encontrado el medio de colocar las vigas, y en el acto lo puse por obra. La operacion fue complicada, y baste decir que con varios gruesos cables, poleas convenientemente situadas en las ramas de los árboles, y la cooperacion de las bestias que se portaron admirablemente, lográmos colocar horizontalmente una viga á lo ancho del arroyo. Esto era lo más trabajoso; las demás, que llegaron á cuatro, fuéron pasando por encima de esta, y se unieron luego unas á otras con tablones colocados de traves, pero sin clavarlos á fin de poderlos levantar, á guisa de puende levadizo, é impedir el paso del arroyo si en algun tiempo tuviéramos que defendernos de algun ataque imprevisto.

La tarea de toda la tarde habia agotado nuestras fuerzas; nos retirámos á la tienda, y despues de una ligera cena y de dar como siempre gracias á Dios por los infinitos favores que nos seguia dispensando, fuímos á buscar en el lecho de musgo un descanso que tanto necesitábamos.