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El Robinson suizo/Capítulo XI

De Wikisource, la biblioteca libre.
El Robinson suizo (1864)
de Johann David Wyss
traducción de M. Leal y Madrigal
Capítulo XI


CAPÍTULO XI.


Construccion de la morada aérea.—Primera noche en el árbol.—El domingo.—Los hortelanos.


Durante la primera mitad de la noche la inquietud no me permitió descansar en la hamaca. El menor ruido que oia, el viento que agitaba las hojas, las ramas secas que se desprendian y el lejano murmurio de las aguas, todo me estremecia y sobresaltaba. De vez en cuando me levantaba para atizar el fuego que se extinguia. A media noche ya creí vanos mis temores y me fuí tranquilizando; el sueño me rendia, los párpados á cada instante se cerraban, y ya se aproximaba la madrugada cuando me dormí tan profundamente, que en vez de ser el primero en despertar á mis hijos, ellos vinieron á comunicarme que el sol habia salido hacia tiempo.

Como ya se me figuró algo tarde, las oraciones de la mañana fueron cortas, el desayuno apresurado, y cada cual nos ocupámos en nuestra faena respectiva. Mi esposa ya estaba entregada á su tarea ordinaria de ordeñar la vaca y las cabras y dar de comer á todos los animales, despues de lo cual llamó á Ernesto y á Santiago para que la ayudasen á poner á la vaca y al asno los aparejos que les dispusiera la víspera, y los tres junto con Franz salieron para ir á la playa en busca de las tablas y demás madera que les dije necesitaba para mi construccion.

Miéntras volvian, Federico y yo subímos al árbol para seguir el trabajo comenzado el dia anterior. El hacha y la sierra nos desembarazaron de cuantas ramas inútiles nos estorbaban, reservando únicamente las que estaban á seis ó siete piés encima de las que debian servir de base al piso de la vivienda. Las destiné para colgar las hamacas, y otras aun más altas para soportar el techo provisional del edificio que se reduciria á un pedazo de lona. Toda esta faena, que no fue corta, duró hasta que mi esposa y los niños trajeron al pié del árbol dos cargas de tablas y varios maderos, restos de alguna nave destrozada por los temporales. Por medio de la polea todo se subió hasta las guias; mi esposa ataba los maderos con la maroma; Federico y yo los izámos hasta lo alto, y á copia de mucho trabajo se fuéron colocando horizontalmente arrimados unos á otros para formar un piso unido y sólido. Poco á poco nuestro edificio comenzó á tomar un aspecto regular. Su parte posterior apoyaba en el gran tronco de la higuera; la vela que caia á derecha é izquierda, colgando de las ramas superiores, formaba los costados; miéntras que la fachada quedó abierta para dar paso al aire puro y fresco del mar que se divisaba desde esta elevacion. En esto se invirtió gran parte del dia, y tal era el ardor y la prisa que se dió al trabajo, que para no interrumpirlo no se hizo comida formal, sino que nos contentámos con tomar á eso de medio dia un corto refrigerio, compuesto de galleta y un poco de fiambre. A los costados y fachada del domicilio aéreo construí una baranda bien firme; y á fin de prevenir cualquier accidente y dar más seguridad á la habitacion, clavé la tela que constituia el techo y las paredes laterales al borde de la barandilla. Hecho esto, se izaron por la polea las hamacas, los cobertores y demás objetos necesarios que se colgaron de las ramas reservadas al efecto, y despues de desembarazar el suelo de las hojas, ramas y astillas de que estaba cubierto, bajámos mi hijo y yo anunciando á la familia que la nueva vivienda estaba concluida y dispuesta á recibirnos. Con la madera que sobró y aprovechando las pocas horas de luz que quedaban, no pude resistir al deseo de labrar una mesa y dos bancos que armé toscamente al pié del árbol en el sitio destinado para comedor. Esta superabundancia de trabajo, despues del de todo el dia, agotó mis fuerzas. Sentado en uno de los bancos, y limpiándome el sudor que me inundaba la frente, dije á mi esposa:

—Ya no puedo más, querida mia; hoy he trabajado como un negro; mañana descansaré todo el dia.

—Puedes y debes hacerlo, amigo mio; y bien lo mereces por cierto, respondió, tanto más cuanto que calculando los dias que van transcurridos desde que naufragámos, creo que mañana le toca ser el segundo domingo que estamos aquí, sin haber hecho caso del primero embebidos como hemos estado pensando sólo en nuestra conservacion sin dedicar á Dios la menor parte.

—Celebro mucho que me lo hayas advertido: el Señor me perdonará ese involuntario olvido, y así te prometo que este dia de fiesta no pasará como el anterior, si bien es cierto que en la posicion terrible en que nos hemos visto, y siendo mi primer deber asegurar la existencia de nuestra familia, hasta en medio de la distraccion del trabajo nuestros corazones no han cesado de elevarse al cielo invocando á su Hacedor; ahora que ya, merced á su infinita bondad, en cierto modo nos hallamos seguros y tenemos comestibles para algun tiempo, sería imperdonable si prescindiésemos de dedicar exclusivamente á Dios el dia que le está consagrado; pero no se lo participes á los niños hasta mañana, añadí, y así será mayor su sorpresa y alegría cuando se encuentren con un dia de completo descanso y asueto que no esperaban. Y hablando de otra cosa: ahora que te he hecho una mesa de comedor y bancos para sentarnos, ¿qué nos tienes preparado para cenar? Cuenta con que tengo un apetito que bien pudiera calificarse de hambre.

—¡Ah! no pases pena por eso que yo sé mi obligacion. Avisa á los niños, que la cena está lista.

No se hicieron estos esperar mucho, y toda la colonia se reunió pronto al rededor de la mesa sobre la que ya estaba colocada una cazuela que contenia un ave grande en pepitoria de la mejor traza; era el flamenco que Federico habia muerto la víspera.

—Ernesto, que es buen voto en asuntos culinarios, dijo mi esposa, me ha prevenido de antemano, que esta ave, como vieja, deberia estar algo dura, y así me ha parecido mejor guisarla que no ponerla en asado; no sé si habré acertado; vosotros lo diréis.

No pudo ménos de causarnos risa la gastronómica prevencion de maese Ernesto, aplaudiendo su resultado, pues en efecto el flamenco estaba muy tierno; y como estaba bien cocido y sazonado nos pareció exquisito, y no quedaron mas que los huesos.

Miéntras nos ocupábamos en saborear el flamenco, su compañero, que se habia familiarizado con la demás volatería, se presentó gravemente acompañado de las gallinas para picotear las migajas que caian de la mesa; el mono saltaba de una parte á otra recogiendo lo que cada cual tenia á bien darle; pero siempre haciendo muecas y gestos los más ridículos y extraños, y para completar el cuadro, la marrana, que habíamos perdido de vista hacia unos dias, campándoselas por su cuenta, acudió tambien á la reunion, demostrando con gruñidos significativos su contento en volvernos á ver. Mi esposa la acogió cariñosamente para inclinarla á que cediese un poco en su vida errante y se acostumbrase á volver al anochecer á casa, regalándola con la leche que habia sobrado. La reconvine por semejante prodigalidad; pero me contestó que, careciendo como carecia de los útiles necesarios para hacer manteca y queso, valia más emplear de esa manera la leche que nos sobraba, que no dejarla agriar como sucederia por efecto del calor excesivo que reinaba.

—Tienes razon en lo que dices, contesté, y te prometo que la primera vez que vaya al buque trataré de no olvidarme de traerte los trebejos que te hacen falta.

—¡Ir al buque dices! ¡Ah! repuso suspirando, no estaré tranquila hasta que el mar se haya tragado la dichosa nave. No puedes imaginarte lo mucho que me afecta y las angustias que paso cada vez que os confiais al Océano en esa maldecida balsa tan expuesta y que tan poca seguridad ofrece.

La tranquilicé lo mejor que pude haciéndola comprender que sería ofender á la Providencia prescindir, por un temor vago y exagerado, de recoger y salvar tantos y tantos útiles y preciosos objetos que parece que el cielo ha reservado allí milagrosamente para cubrir y satisfacer nuestras necesidades. Convino al fin en que tenia razon, pues si bien llegaba hasta el extremo su ternura para con todos nosotros, no por eso carecia del juicio suficiente para hacerse cargo de cualquiera observacion razonable.

Concluida la cena, y los animales recogidos en sus respectivos puestos, dispuse se encendiesen las hogueras para que ardiesen toda la noche á fin de proteger el ganado, alejando cualquiera fiera ó reptil que se le ocurriera acercarse. Deseosos todos de acostarnos, se dió la señal de subida al nuevo palacio aéreo.

Los niños subieron primero, y en un abrir y cerrar de ojos ya estaban en él; pero la madre, que ascendió despues, lo hizo más despacio, aunque sin miedo alguno por hallarse bien tirante y fija la escala en una de las más gruesas raíces del árbol. De esa ventaja ya no podia yo disfrutar, porque resuelto á retirar la escala, dejándola pendiente á una regular altura cuando todos estuviésemos arriba, quedó aquella flotante y sin sujecion por bajo, lo que hizo mi ascension trabajosa, y tanto más cuanto que llevaba á Franz á cuestas, lo que entorpecia no poco la libertad de mis movimientos. Sin embargo, á fuerza de precaucion llegué por fin á la barandilla, donde comenzaba nuestra vivienda, y depositando mi carga en brazos de mi esposa, por medio de la garrucha retiré parte de la escala atándola á una rama dispuesta al efecto. De esta manera nos encontrámos aislados completamente, y atrincherados en nuestro castillo como los antiguos señores feudales, que se consideraban separados del resto del mundo desde que alzaban el puente levadizo de su fortaleza. Aun que nos creíamos bien seguros, dispuse sin embargo quedasen cargadas las armas á fin de que si el enemigo se presetase pudiésemos desde la altura en que estábamos acudir á la defensa de los perros que quedaban de centinela al pié del árbol guardando el ganado. Tomada esta precaucion, y terminadas nuestras oraciones en comun, nos instalámos en las hamacas á disfrutar de un sueño apacible y exento de toda inquietud.

A poco rato todos estábamos durmiendo; y en esta primera noche que pasámos sobre el árbol reinó la tranquilidad más profunda.

Despertámos ya entrado el dia, habiendo descansado completamente y respuesto nuestras fuerzas; las hamacas que tan incómodas encontraron los niños la noche anterior, en esta ya comenzaron á hallarlas á su gusto.

—¿Y qué vamos á hacer hoy? preguntaron todos en seguida.

—Nada, hijos mios, nada absolutamente.

—¡Vaya que está V. de broma, papá! exclamaron.

—Nada de broma, añadi, hoy, descanso completo porque es domingo, dia consagrado al Señor, y que es menester celebrar de una manera conveniente.

—¡Calla! ¿hoy es domingo? ¡Ah! ¡qué gusto! ¡un domingo! exclamó Santiago, ¡pues no es nada! ¡Tendrémos jolgorio largo! ¡Cuántas flechas voy á disparar! ¡y cómo voy á correr!

—Y cada uno hará lo que le parezca, dijeron los demás.

—No es eso lo tratado, caballeritos; el domingo es dia para dedicarlo á Dios y no para emplearlo en la ociosidad y pasatiempo. Nuestros corazones en ese dia deben alejarse, en cuando sea posible, de las vanidades de la tierra y dirigirse á su supremo Hacedor para adorarle, darle gracias por sus beneficios, en una palabra, servirle.

—Pero ¿cómo lo harémos, sin tener iglesia, ni sacerdote, ni misa?

—¡Ah! en cuanto á esto, dijo Ernesto, creo que nuestras oraciones llegarán á los piés del trono del Señor dirigidas bajo la bóveda del cielo, lo mismo que bajo de la de un suntuoso templo; á más que podrémos rezar todas las devociones que sabemos y cantar los himnos que nos ha enseñado mamá.

—Sí, hijos mios, contesté, Dios está en todas partes, y en todas se le puede servir, bendiciendo su infinita bondad, alabándole en sus obras, y ejercitándose de corazon y de buen grado en actos de piedad. Celebrarémos este dia como nuestra posicion lo permite, y como conviene á vuestra edad y respectiva inteligencia. En vez del sermon que acostumbrais á oir en semejante dia en la parroquia, os glosaré una parábola del Evangelio, que iluminando vuestro espíritu, haga germinar las preciosas semillas de virtud que vuestra madre y yo hemos sembrado en vuestros corazones para que fructifiquen en su dia como principio y garantía de vuestra felicidad en este mundo y en el otro. Pero cada cosa á su tiempo, añadí, notando la impaciente curiosidad que habia dispertado en mi tierno auditorio el anuncio de la parábola; por de pronto dirijamos al Señor las preces matutinas de cada dia con fervor y recogimiento especial; despues cuidarémos de los animales, almorzarémos en seguida, y reunidos luego sobre el verde césped y á la sombra de los árboles que rodean nuestra morada continuarémos lo demás.

Solté la escala del todo, bajando el primero para sujetar el último barrote á una raíz, y toda la familia me siguió. La mayor parte de la mañana se empleó de la manera que yo dispusiera, y sentados luego sobre la yerba mis hijos y su madre, me coloqué en un altillo, frente á mis oyentes que aguardaban mi voz con el más silencioso recogimiento, y despues de un corto silencio, recité una historieta alegórica ó apólogo apropiado á la situacion en que nos encontrábamos, y en la que traté de desenvolver algunas importantes verdades fundamente de la moral cristiana.

—Hijos mios, comencé, allá en tiempos hubo un rey muy poderoso, cuyo reino se llamaba el país de la Realidad ó de la Luz, porque esta imperaba allí constantemente unida á una perpetua actividad. En su más lejano confin, próximo al mar Glacial, existia una comarca, regida por el mismo rey, cuya dilatada extension y especiales circunstancias eran de él unicamente conocidas, por conservar desde tiempos remotos su mapa en los archivos; este otro reino tenia por nombre Pasibilidad ó de la Noche, porque allí todo era sombrío y sumido en la inmovilidad más completa.

«En el más fértil y ameno punto del imperio de Realidad poseia el gran rey un magnífico sitio de recreo, llamado Villa celeste, donde generalmente residia acompañado de su córte la más suntuosa y espléndida que se pueda imaginar; miles de sirvientes ejecutaban sus voluntades, y millones de súbditos estaban prontos á cumplir sus órdenes. Entre estos, unos vestian túnicas más blancas que el ampo de la nieve y más brillantes que la bruñida plata, porque el color blanco era el del rey; miéntras que otros estaban cubiertos de piés á cabeza con armaduras resplandecientes y con una espada de fuego en la mano. Cualquiera de ellos, á la menor señal de su señor, se apresuraba á cumplir su mandato con la rapidez del rayo. Todos estos servidores fieles, vigilantes, intrépidos, y sobretodo llenos de celo por el servicio del rey estaban tan unidos entre sí, y tan contentos y satisfechos del favor que les dispensaba su señor, que no podia imaginarse felicidad mayor en la tierra que el ser admitido en su número, haciéndose por consiguiente digno de su benevolente amistad. En la villa ó residencia real existian además infinitos ciudadanos de inferior categoría, pero todos ricos, buenos y dichosos gozaban al igual de los más encopetados los contínuos beneficios del monarca, y á más, la inapreciable dicha de verle diariamente y ser tratados por él como si fueran sus propios hijos.

«Poseia tambien el gran rey, lindando con las fronteras de su imperio de Realidad, una considerable y desierta isla, la cual deseaba poblar y cultivar con el objeto de que fuese por cierto espacio de tiempo como estancia provisional de los súbditos que debieran ser sucesivamente admitidos á los derechos de ciudadanos en su residencia real, favor que su magnanimidad anhelaba conceder al mayor número posible.

«Esta solitaria isla se llamaba Mansion terrestre. El que por su buen comportamiento en esta morada de prueba, y por su constante aplicacion en mejorarla se hiciera acreedor á una recompensa, obtenia el derecho de ser admitido en Villa celeste y al goce y dicha de sus afortunados moradores.

«Para conseguir su objeto el gran rey mandó aprestar una flota numerosa destinada á transportar colonos á esta isla, sacándolos de las sombrías y frígidas regiones del reino de la Noche, proporcionándoles así gozar de la luz y de la vida activa, ventajas de que no habian disfrutado hasta entónces. Cualquiera se figurará lo alegres y contentos que se pondrian aquellas pobres gentes al saber el destino que les aguardaba. La isla que habian de cultivar no solamente era amena y fértil, sino que estaba dispuesto que cuantos á ella abordaran encontrasen ya preparado cuanto pudiera serles necesario para pasar grata y apaciblemente el tiempo de su estancia en ella, con la circunstancia además de tener cada uno la evidencia de que sus trabajos y sumision á las órdenes del gran rey serian recompensados con la admision á la categoría de ciudadano de su espléndida residencia de Villa celeste.

«En el momento del embarque el afectuoso y benévolo monarca se presentó en persona á los nuevos colonos y les habló de esta manera:

«Hijos mios, ya veis que os he sacado del reino de la Noche y de la inaccion é inmovilidad en que estabais sumidos para haceros desde luego dichosos por el sentimiento, la actividad y la vida: vuestra dicha futura dependerá en gran parte de vosotros mismos, y del libre ejercicio de vuestra voluntad. Jamás olvideis que soy vuestro rey, mejor dicho, vuestro padre, y observad fielmente mis instrucciones respecto al cultivo del suelo cuya explotacion os confio. Cada uno recibirá á su llegada la parte de terreno que deberá cultivar; todas mis disposiciones respecto á vuestra conducta, las hallaréis clara y terminantemente trazadas; y por si en su ejecucion se os ofrece alguna duda, los hombre sabios que allí encontraréis os ilustrarán acerca de su verdadero sentido. Deseo igualmente que podais adquirir la necesaria luz para la interpretacion de mis decretos, para lo cual os prevengo que cada cabeza de familia tenga una copia fiel de mis leyes para que leyéndola diariamente se grabe en la memoria de sus hijos. A más, el primer dia de la semana se consagrará á mi servicio, es decir, que en cada casa, todos, padres, hijos, amos y criados se reunirán en determinado sitio para leer y explicar mis mandatos, con el objeto de que reflexioneis sobre los deberes que teneis que cumplir y medios de alcanzar la recompensa que os está destinada. Así podréis instruiros en la manera más ventajosa de acrecentar el valor del terreno que os quepa en suerte, enterándoos de las épocas y labores, tales como cultivo, siembra, extirpacion de malas yerbas y zizaña que pudieran impedir el medro de las semillas. Cuantas preguntas sobre el particular hicieseis con sinceridad y deseo de acertar pasarán por mi vista, y las contestaré cuando las encuentre razonables y conformes al fin que os hayais propuesto.

«Si vuestro corazon os dicta que son dignos de reconocimiento los beneficios que os dispensaré á cada paso; si para demostrérmelo palmariamente en ese dia os absteneis de cualquier otro trabajo consagrándolo á la expresion de vuestros sentimientos hácia mi, me será tan grata esta prueba de afecto, que ese mismo dia que me concederéis cuidaré muy particularmente de que, léjos de perjudicar vuestros intereses, os sea ventajoso, ya bajo el aspecto del natural descanso que deis á vuestro cuerpo, como por la ilustracion que alcanzará el espíritu, resultado que os alentará á emprender de nuevo las tareas acostumbradas. Deseo igualmente que los animales domésticos que generosamente os doy para que os sirvan de ayuda descansen tambien en ese dia de sus fatigas, y que los silvestres gocen de su existencia sin que el cazador los moleste.

«El que durante su estancia en la isla haya dado mayores muestras de atemperarse completamente á mis mandatos y llenado todos sus deberes; el que haya conservado su hacienda en el mejor órden y estado, aumentando su valor y productos, obtendrá la mayor y más señalada recompensa, la cual consistirá en llamarle á disfrutar de mi soberbia residencia, gozando para siempre el título y prerogativas de ciudadano de Villa celeste. Pero por el contrario, el perezoso que no haya querido trabajar; el negligente que tenga en mal estado y deteriorada su propiedad; el mal súbdito, que en lugar de ocuparse en lo suyo, estorbe á los demás en sus útiles tareas, será condenado al penoso servicio de los arsenales, ó segun sus acciones, por toda la vida á labrar las minas sumido para siempre en las entrañas de la tierra, á cuyo efecto de vez en cuando mandaré buques á la isla, que abordando ya en un punto, ya en otro, siempre de improviso y sin que nadie lo sepa, embarquen cierto número de colonos para premiarlos ó castigarlos segun sus merecimientos. Ninguno será osado á embarcarse en los referidos buques con ánimo de abandonar la isla sin que medie órden expresa mia, y el que lo intentase bien caro pagaria su atrevimiento. Como nada puede ocultárseme de cuanto ocurra en la isla, porque todo lo estoy viendo por un maravilloso anteojo que tengo á mi disposicion, nadie podrá engañarme y todos serán juzgados segun sus obras.»

«Quedaron los colonos satisfechos de oir el discurso del gran rey, y se mostraron dispuestos á trabajar y cumplir todo lo que se les habia prevenido.

«Se levó el ancla, y llegaron felizmente y henchidos de alegría y esperanza á su destino. En la travesía les incomodó el mareo propio de aquellos mares, el cual consistia en un sueño profundo y como una especie de letargo ó embotamiento de sentidos, cuyo resultado les debilitó hasta tal punto la memoria, que al llegar á la isla ni uno solo se acordaba de su estado precedente ni de sus relaciones con el gran rey, ni siquiera de haberle oido mentar.

«Afortunadamente el monarca habia previsto el suceso, y grandísimo número de sus reales servidores se presentó al efectuarse el desembarco de los colonos tomando cada uno á su cargo uno de los forasteros, le acompañó á una posada, y por espacio de muchos dias se dedicó á repetir al nuevo colono que tomara bajo su direccion todo lo que el gran rey les habia encargado ántes de su embarque, de lo que todos se alegraron.

«Despues que se concedió á los colonos el descanso necesario para que se repusiesen de las fatigas de la travesía y recobraran las fuerzas, designóse á cada uno el terreno que debia cultivar, se le suministraron las semillas de plantas útiles y vástagos de buenos árboles frutales para ingertarlos en los silvestres que producia aquel suelo, y se les dejó en absoluta libertad de obrar y aprovecharse de lo que se les habia confiado.

«¿Pero qué sucedió? la mayor parte de los colonos, al cabo de algun tiempo, en vez de seguir las instrucciones que se les comunicaran tocante á las labores, instrucciones que diariamente les repetian los leales servidores del rey, que secretamente permanecian siempre adictos á sus personas, cada cual hizo lo que se le antojó; uno en vez de hacer que su terreno produjese semillas alimenticias, lo dispuso á estilo de jardin ingles, muy bonito, pero de ninguna utilidad; otro en lugar de plantar buenos árboles frutales, cuyos piés le proporcionaran para ingertar, cultivaba especies raquíticas con fruto escaso, insípido ó amargo; un tercero sembraba candeal; pero como no habia querido aprender á distinguir la zizaña del de la mies, la arrancaba ántes de granar, y casi nada cosechaba. La mayor parte dejaban el terreno completamente inculto por haber perdido sus plantas y simientes, ó dejado pasar el tiempo oportuno para las labores, por descuido ó por pereza que no trataban de vencer; no pocos se desdeñaban de aprender las órdenes del gran rey, miéntras que varios á fuerza de pretextos y subterfugios trataban de eludirlas torciendo ó variando su sentido.

«Pocos fueron los que trabajaron con constancia, ateniéndose á las instrucciones que recibieran. La tierra confiada á estos se encontraba en el más floreciente estado, y á más de la natural alegría que les resultaba por haber empleado bien el tiempo en aquel lugar de prueba, la esperanza de ser al fin admitidos en Villa celeste tomaba cada vez más cuerpo y les alentaba en sus tareas.

«La desgracia de los más provino de no haber querido creer en lo que el gran rey les habia dicho por medio de sus enviados, ó bien de ligereza ó culpable indiferencia por la escasa importancia que daban á sus mandatos. Los cabezas de familia que conservaban copias de las voluntades del monarca no se cuidaban de leerlas, diciendo y propalando unos que semejantes leyes, muy buenas para los tiempos pasados, eran inconvenientes en el estado actual del país, y otros que por su escasa inteligencia creian encontrar en aquellas contradicciones inexplicables, se guardaban muy bien de acudir á los sabios para que les ilustraran; otros afirmaban la existencia y bondad de esas leyes, pero sin más fundamento que su dicho aseguraban que eran muchas las supuestas y adulteradas, figurándose por consiguiente árbitros de interpretarlas á su capricho y conveniencia. En fin, llegó la audacia y espíritu de rebelion de varios hasta el punto de manifestar que semejante rey jamás habia existido, pues de lo contrario, añadian, alguna vez se habria hecho visible á sus súbditos; los habia que opinaban de distinto modo diciendo: Verdad es que existe; pero es tan feliz en su imperio, tan rico y poderoso, que para nada necesita nuestros servicios: y á más ¿qué le puede interesar esta pobre y miserable colonia? Tampoco faltaba quien decia que lo del anteojo mágico era fábula, así como lo de los arsenales y minas subterráneas; que el gran rey era demasiado bondadoso para castigar de esa manera, y que buenos, malos y medianos, todos serian al fin y postre ciudadanos de Villa celeste.

«Dispuestos así los ánimos no era de extraña que en el dia de la semana consagrado al gran rey nada se observase de lo que aquel prescribiera; muchos colonos se creian dispensados de acudir á la asamblea general alegando, que sabiendo de memoria las ordenanzas del rey ¿qué necesidad tenian de oirlas repetir tanto? Los más se eximian de una manera más culpable, pretextando las faenas y cuidados que les retenian en su casa, y casi la totalidad opinaba que aquel dia llamado de descanso estaba destinado á los placeres y diversiones; que el mejor modo de servir al gran rey era gozando de sus beneficios en toda su plenitud, y hasta entre los pocos colonos que celebraban ese dia con arreglo á la prescripcion, se les veia distraidos y poco atentos á la verdadera y sólida instruccion que se les daba.

«Invariante en su plan el gran rey, seguia su marcha: de tiempo en tiempo aparecian en las costas de la isla diferentes buques á los que seguia en conserva un navío de tres puentes llamado Grab [1] con las insignias del almirante Tod [2] que lo montaba. Esa enseña era verde y negra, la cual demostraba á los colonos, segun la disposicion en que se encontraban, ó el color de la esperanza ó el de la desesperacion más negra.

«Esta flota se presentaba siempre de improviso, y su aparicion era temida de los habitantes de la isla.

«Por escondidos que estuviesen, el almirante en seguida encontraba á los que tenia órden de llevarse. Infinitos colonos sin saber cómo ni cuándo súbitamente se vieron presos y embarcados en el fúnebre navío; otros, que desde largo tiempo estaban dispuestos á partir para cuando este llegase, cuyas tierras, mieses, huertas y plantíos se encontraban florecientes, se embarcaban con cierta resignacion, alegres y esperanzados; miéntras que aquellos iban de mal talante y tan á remolque que era preciso á veces emplear la fuerza para conducirlos, siendo inútil su resistencia. Una vez cargado el navío zarpaba encaminando el rumbo de la escuadra el almirante Tod al puerto de Villa celeste.

«El gran rey estaba en el muelle para recibir á los recien venidos y repartir con la más estricta y severa justicia los castigos y recompensas ofrecidos á cada uno segun sus obras. Cuantas excusas alegaron los colonos negligentes para su justificacion fueron inútiles, y sobre la marcha se les mandó á los arsenales ó las minas, miéntras que aquellos cuya conducta se ajustara á las miras del gran rey durante su permanencia en la isla, entraron con él en su espléndida residencia, donde gozaron de todas las dichas y felicidades reservadas á sus moradores.»

He concluido mi parábola, hijos mios, ¡ojalá, añadí, hayais podido penetrar su sentido y aplicar la moral cristiana que encierra!

Mi esposa contestó con una señal de cabeza, y mis hijos, cuya atencion y recogimiento al escucharme me indicaron que todos habian comprendido la alegoría, comenzaron á discurrir acerca de lo que habian oido.

—Es preciso convenir, papá, dijo Federico, que la bondad del rey no fue ménos que la ingratitud de los colonos.

—Me asombra, repuso Ernesto, cuán tontos fueron los colonos; ¿cómo no se figuraban que al conducirse de esa manera caminaban á su perdicion infalible; miéntras que trabajando y venciéndose un poco, podian aspirar al porvenir más brillante?

—Bien empleado les estuvo, respondió Santiago con su prontitud ordinaria, que el gran rey les mandase á presidio, pues se lo habian merecido.

—Lo que es yo, dijo Franz ¡con qué gusto veria tan soberbia ciudad y esos soldados con armaduras de oro y espadas de fuego! ¡Qué hermosa debe ser!

—No tengas cuidado, hijo mio, contesté, llegará dia en que veas todo eso y mucho más si continúas como hasta aquí siendo bueno y obediente á tus padres.

En seguida desenvolví más el sentido de la parábola, aplicando su moral de un modo más directo á mis hijos.

—Tú, Federico, piensa alguna vez en los labradores que plantan árboles silvestres, cuyos frutos intentan hacer pasar por dulces y sabrosos; estos son hombres orgullosos que por carácter y sin violencia ejercitan algunas virtudes que quieren sobreponer á las verdaderamente cristianas, las cuales sólo se alcanzan por la gracia de Dios, como premio de su laboriosidad, perseverancia y paciencia. Tú, Ernesto, acuérdate de los cultivadores del jardin ingles, y de los bonitos árboles sin fruto; estos son los que se entregan de lleno al estudio de ciencias infructuosas é inútiles para hacer el bien á sus semejantes, que al mismo tiempo desdeñan la vida activa y la mejora de costumbres, y encerrados en su egoismo no piensan sino en los goces de la vida y en sí mismos. Tú, Santiago, que tan vivo eres de genio, no olvides los que dejaron sus tierras incultas, ó no supieron distinguir el trigo de la zizaña; estos son los desaplicados y aturdidos que ni quieren estudiar, ni discurrir, ni aplicarse á discernir el bien del mal, para hacer el uno y evitar el otro, y que por un oído les entra y por otro les sale cuanto se les enseña, malogrando así los buenos sentimientos para que en su lugar germinen los malos. Vosotros todos y yo tomemos por modelo á los buenos trabajadores, aunque nos cueste fatiga imitarlos: cultivemos el alma, que es el terreno que Dios nos da para que por medio del trabajo crezcan y se desarrollen en ella las celestiales semillas de bondad, justicia y moderacion, cuyos frutos son las acciones cristianamente virtuosas, á fin de que, cuando tarde ó temprano llegue la muerte á sorprendernos, nos embarquemos en el sombrío buque del almirante Tod, con la esperanza de que llegando á la presencia de nuestro juez y soberano Señor oigamos su voz remuneradora que nos diga estas consoladoras palabras: Venid á mí, mis buenos y fieles servidores, ya que no me habeis olvidado por tan corto espacio de tiempo, yo cuidaré de vosotros por toda la eternidad: venid y entrad en el goce de vuestro Señor [3].

Este discurso causó profunda impresion en mi auditorio; rezámos despues algunas oraciones en comun, terminando así esta solemnidad religiosa y celebracion del santo dia del domingo.

En su trascurso pude conocer la benéfica influencia de mis palabras. Mis hijos, á quienes permití que se entregasen luego á sus diversiones inocentes, cuando más engolfados en ellas estaban noté que no perdian de vista los saludables consejos que de mis labios habian escuchado; su dulzura, la circunspeccion de unos, el deseo de complacer en otros, y un no sé qué de tierno y formal á la vez en todos, me dieron la consoladora evidencia de que mis palabras no habian sido perdidas. Para que se adiestrasen les di el arco y flechas que labré para la colocacion de la escala; y Ernesto, que preferia esta arma á la carabina, se ejercitó tanto en ella que derribó varias docenas de pájaros, de los infinitos que á bandadas acudian á posarse en el árbol que nos servia de habitacion. Este árbol, que al fin reconocí ser una higuera de especie particular, estaba cargado de una fruta bastante sabrosa y cuya próxima madurez atraia los pájaros llamados hortelanos.

Mucho me agradó este descubrimiento porque sabía que estos pájaros, de suyo sabrosísimos, se conservaban muy bien despues de asados en manteca, y así podríamos abastecernos abundantemente de ellos para la estacion de las lluvias.

Al ver la destreza de Ernesto en el arco y sus buenos resultados, Santiago y hasta el pequeño Franz me pidieron que les hiciese otros iguales. Cedí con tanto más gusto á su deseo, cuanto que no me pesaba ver á los niños adiestrarse en un arma que fue la única de nuestros antepasados y de casi todos los pueblos ántes de la invencion de la pólvora, y que á falta de esta, lo cual más tarde ó más temprano habia de suceder, podia suplirla en caso de defensa y aun para nuestra manutencion. Les hice, pues, sus correspondientes arcos y aljabas para colocar las flechas, labrando las últimas de un pedazo de corteza delgada y flexible, enrollada y cerrada por bajo con un tapon de corcho, con sus correspondientes correas para llevarlas á la espalda, quedando así armados á lo indio los dos pequeñitos muy contentos con su nuevo equipo.

Federico se dedicó á preparar la piel del gato montés que habia muerto dias ántes. Contaba con ella para labrarse un cinto como el de Santiago; mas como todavía exhalaba mal olor le hizo discurrir en dar mayor perfeccion á su obra, y aprovechando mis indicaciones lavó muchas veces la piel con una especie de lejía compuesta de ceniza y manteca, que acabó por curtirla sin mal olor con la suavidad y blandura propias para lo que la destinaba.

En estas y otras ocupaciones se pasó el tiempo, y la oracion de la noche terminó dignamente este dia festivo, durante el cual nada habíamos hecho que nos fatigase, y á la hora oportuna nos recogímos á descansar en nuestro gran nido.


  1. La tumba.
  2. La muerte.
  3. Este apólogo es una exposicion ó glosa de la parábola que en boca del Salvador trae el Evangelio de San Mateo, cap. XXV, versic. 14 y siguientes. Nota del Trad.