Ir al contenido

El Robinson suizo/Capítulo XII

De Wikisource, la biblioteca libre.
El Robinson suizo (1864)
de Johann David Wyss
traducción de M. Leal y Madrigal
Capítulo XII


CAPÍTULO XII.


El paseo.—Nuevos descubrimientos.—Denominacion de las diferentes localidades.—Las patatas.—La cochinilla.


Las primeras horas del otro dia se dedicaron exclusivamente á una porcion de menudencias precisas para mejorar el bienestar de la colonia. Santiago y Franz siguieron ejercitándose en tirar el arco, y Federico en acabar de curtir la piel. La buena madre nos llamó para comer: los hortelanos cazados por Ernesto el dia anterior, algunos huevos que habian puesto las gallinas en sitios que mi esposa dispusiera al efecto, y varias lonjas de jamon asado á la parrilla hicieron el gasto de esta comida delicada y suculenta. Como ya era tarde para emprender algo importante, prolongámos la sobremesa, departiendo sobre futuros proyectos para mejorar nuestro establecimiento, y como preliminar hice una proposicion á los niños que les agradó muchísimo, y fue la de dar nombres á los puntos principales de la isla.

—En cuanto al nombre de la misma, añadí, como lo ignoramos, no se lo pondrémos. ¿Quién sabe si algun navegante haya aportado á estas costas y se nos ha adelantado en esto? Quizá figure ya en el mapa bajo la advocacion de algun santo, ó con el nombre de algun personaje célebre, y así nos limitarémos á designar los diferentes lugares que nos sean necesarios ó nos parezcan más notables, para que al hablar de ellos en lo sucesivo nos podamos entender fácilmente y hacernos la ilusion de que vivimos en una region habitada.

—Muy acertado, exclamaron los niños; pero mi opinion, añadió Santiago, es que busquemos nombres muy dificultosos y extraños, como Zaguebar, Coromandel, Monomotapa, etc., de difícil pronunciacion para los que algun dia lleguen á estas playas.

—¡Buenas ocurrencia! ¡Como tuya! contesté, ¡así nosotros seríamos los primeros en sufrir la dificultad de repetir á cada paso los raros nombres que tú inventases! Contentémonos con dar á los sitios que nos rodean una denominacion clara, fácil de expresar y adecuada á sus particulares circunstancias.

—Teneis razon, papá, respondió el aturdido; ¿y por dónde vamos á comenzar?

—Por la bahía en que tomámos tierra. ¿Qué nombre os parece más apropiado?

Cada uno dijo el suyo, arreglado á su carácter y modo de juzgar. Mi esposa emitió igualmente su voto, diciendo:

—Me parece, que en reconocimiento de que Dios nos salvó en esa playa, deberíamos llamarla Bahía del Salvamento.

Este nombre agradó á todos, y quedó por unanimidad aprobado. En seguida se procedió á la designacion de los demás puntos ya conocidos, aprovechando cualquier recuerdo ó circunstancia natural ó fortuita que se relacionase con ellos. De este modo la altura desde la cual buscamos en vano las huellas de nuestros compañeros recibió el nombre de Cabo de la Esperanza malograda, el riachuelo el de Arroyo del chacal, porque el cadáver de esta fiera allí arrojado nos proporcionó el hallazgo de uno de nuestros más preciosos recursos, los cangrejos de agua dulce. Al puente se le llamó Puente de la familia, en memoria de que toda la nuestra contribuyó á su construccion; al pantano donde Federico se atascó, Pantano del flamenco, y Vega del Puerco espin á la llanura donde se encontró este animal. Pero el punto más difícil de nombrar y que ofreció más variedad de pareceres, fue el de nuestra vivienda en el árbol gigante: uno queria llamarle Castillo de árboles; otro, Villa de los higos; Federico fue de opinion se le llamase Nido de águila; pero el sabio Ernesto, que no toleraba impropiedad alguna, se opuso á esta denominacion, observando juiciosamente que las águilas nunca anidaban en los árboles.

—Pues yo lo conciliaré todo, repuse á mi vez; se le llamará Falkenhorst (nido de halcones), que al fin estas aves son de noble raza, suscepibles de instruccion, de obediencia, dotadas de gran viveza é instinto, y maese Ernesto nada tendrá que objetar contra esta denominacion, porque es sabido que los halcones generalmente hacen su nido en la cima de altos robles.

Mi idea prevaleció. Unicamente nos quedaba por designar el sitio de nuestra primera residencia á orillas del mar, al cual se le puso el nombre de Zeltheim (casa bajo la tienda) [1].

De esta manera, por via de entretenimiento y sobremesa se echaron los jalones á la geografía de nuestra nueva patria. Despues de la comida, Federico y Santiago volvieron á su faena de curtidores; el uno para acabar el cinto y unas pistoleras que queria hacerse con la piel del gato, y el otro para aderezar la erizada piel del puerco espin y sacar de ella una especie de coraza que sirviese de defensa al perro. El bueno y paciente animal se dejó buenamente disfrazar con ese aparato guerrero, con el que estaba ya en situacion de habérselas aunque fuera con un tigre ó una hiena. A su camarada Bill no le agradó mucho el ensayo, porque cuantas veces el valiente alano se acercaba á ella, aquel bosque de puas le mortificaba cruelmente, sin saber cómo evitarlo. Santiago terminó su tarea, haciéndose con lo que le restaba de la piel del puerco una especie de capillo tan extraño y formidable como la cota del pobre Turco.

La tarde era apacible, habia calmado el calor sofocante del dia, y todo convidaba á dar un paseo. Los pareceres disintieron en cuanto á su eleccion; pero como se iba vaciando la despensa, se convino que iríamos á Zeltheim, donde estaba el almacen para reponerla, enderezando los pasos por camino diferente para que el paseo fuese más ameno. Esta determinacion agradó á todos, pues mi primogénito carecia de pólvora, mi esposa, de manteca, porque en el curtido de las pieles se habia invertido mucha; Ernesto queria traerse de Zeltheim una pareja de gansos y otra de patos para que criasen en el arroyo; hasta el pequeño Franz llevaba sus miras, las de pescar algunas docenas de cangrejos en el Arroyo del chacal, para lo cual llevaba su caña y demás avíos correspondientes; Santiago era el que no tenia proyecto fijo; pero se alegraba al oir los de sus hermanos, y engalanado con su erizado casquete se pavoneaba ufano llamando la atencion de todos.

Emprendímos la marcha, Federico con su cinto ya concluido de la piel del gato; Ernesto con un lio de cuerdas á cuestas; Santiago con su capillo de erizo que le daba el aire de un caribe, todos armados con carabinas, excepto Franz que llevaba solamente su arco y aljaba llena de flechas; mi esposa no cargó mas que con una olla vacía y un gran saco que pensaba llenar de comestibles. Turco y Bill rompian la marcha, el primero, gravemente, por impedir algo su agilidad natural el formidable aparejo con que iba revestido; su compañera, que no habia olvidado los pinchazos que le costara el aproximarse, se mantenia á respetable distancia. Maese Knips (este era el nombre que los niños pusieron al mono, por su poca talla y gesticulaciones), quedó desconcertado al reparar la espalda de Turco cubierta con tantas puas, y viendo que allí no tenia cabida y que le era indispensable una cabalgadura, dió un salto y se acomodó guapamente sobre el lomo de Bill, que no puso ningun reparo. En fin, para que nada faltase, hasta el flamenco quiso ser de la partida, y despues de haber caminado un rato junto á mis hijos, disgustado sin duda de ser blanco de sus travesuras, se fué á colocar bajo la proteccion de mi esposa, bien seguro de que esta no le incomodaria durante el viaje.

El camino que tomámos siguiendo la corriente del arroyo fue amenísimo; por do quiera grandes y frondosos árboles nos prestaban sombra, y el alfombrado piso cubierto de menuda y espesa yerba más bien incitaba á andar que á pasear. Los niños se dispersaron cada uno segun su capricho; pero cuando salímos del bosque al campo raso, por si hubiese algun peligro, les llamé para reunirlos. Todos acudieron corriendo, y el primero Ernesto que, jadeando y casi sin aliento, venía gritando:

—¡Papa! ¡papá! ¡qué hallazgo!

Y mostróme un tallo verde con sus hojas y flores, del cual pendian unos pequeños tubérculos de un verde claro.

—¡Son patatas! exclamé ¡la flor, la hoja, la raíz, todo me indica que indudablemente tengo en las manos tan preciosa planta! ¡Loado sea Dios, hijos mios! ya no nos faltará que comer en este desierto, puesto que su bondad dispuso que se criase en él esa planta! Tú, hijo mio, puedes decir que has asegurado el porvenir de la colonia. ¿Pero dónde, dónde has encontrado este tesoro?

—Allá abajo, tras del bosque, toda la vega está llena.

Impacientes como cualquiera puede figurarse, apretámos el paso en la direccion indicada, y hallámos en efecto un vastísimo campo cubierto de patatas, unas ya en sazon, otras todavía en flor; flores, que á pesar de su humilde apariencia nos parecieron más hermosas que las más bellas rosas de la Persia. Confiesa, querido Ernesto, le dije entusiasmado, que tú mismo aun no has alcanzado á comprender el inestimable valor del descubrimiento que has hecho.

—Pues bien fácil ha sido, respondió Santiago algo picado; todo consiste en que se fué por ese lado, porque si yo hubiera ido.....

—No trates de rebajar el mérito de tu hermano, díjole la madre, pues tan atolondrado como eres, de seguro, aunque atravesaras de un extremo á otro el campo, no hubieras conocido las patatas. Es preciso que te convenzas que eres muy diferente de tu hermano, que tú eres un aturdido, y él por el contrario reflexivo, observador, que todo lo investiga y compara, y que sus descubrimientos raras veces son casuales.

—Pues bien, si no he sido el primero en encontrarlas, lo seré en arrancarlas, exclamó Santiago riéndose.

Y con un ardor por todos imitado, comenzámos á escarbar la tierra con las manos á falta de otro instrumento; el mono se asoció tambien al trabajo, y mucho más conocedor y diestro que nosotros en esa faena, en un momento con las patas desenterró gran cantidad de patatas, con la circunstancia de ser las mejores y más maduras. Llenáronse los zurrones, y continuámos caminando hácia Zeltheim.

El nuevo descubrimiento no tenia precio para nosotros: por de pronto aseguraba nuestra subsistencia, y con el tiempo reemplazaria al pan, cuya falta se sentiria cuando se agotase el repuesto que habia de galleta.

—Hijos mios, dije, este nuevo beneficio de la Providencia es el mayor y más importante que Dios nos ha otorgado hasta ahora, despues de salvarnos del naufragio. ¡Alabémosle y bendigamos sus obras!

—¡Sí, sí, bendigámosle con toda nuestra alma, añadió mi esposa, por esta nueva bendicion!

Todos mis hijos repitieron en coro estas jaculatorias, sin exceptuar el pequeño Franz, que á pesar de su poca edad unió su tierna voz á la de los demás.

Entretenidos en esto llegámos, sin sentirlo, hasta las rocas donde tenia su orígen el arroyo formando una cascada, y salvando con dificultad las junqueras y crecidas yerbas que la humedad aglomeraba en este sitio, llegámos á un punto encantador en que la montaña quedaba á la izquierda, y el mar en lontananza á la derecha.

Este muro de peñascos unos á otros sobrepuestos, presentaba el espectáculo más sorprendente y pintoresco. No parecia sino que estábamos ante el más rico y variado invernadero de Europa, con la sola diferencia, que en vez de estrechos y mezquinos bancales, y en lugar de unos cuantos tiestos en simétrica forma repartidos, de todas las grietas, de todas las hendiduras de las rocas brotaban con profusion las plantas más raras y variadas. Encontrábase allí la vegetacion del Nuevo Mundo en todo su esplendor y riqueza. Confundidos en agradable mezcla, ostentábanse los gruesos arbustos de espinosos y floridos tallos, al lado de las más tiernas y delicadas flores; la chumbera de las Indias, con sus anchas y carnosas palas; el aloe cargado de racimos de blancas flores; el cactus, irguiéndose altivo, guarnecido de florones prupúreos; la serpentina, dejando caer cual espesa cabellera sus entrelazadas y larga hojas; los jazmines blancos y amarillos; la vainilla con sus mazorcas perfumadas, presentando al traves de los grandes vegetales sus festones elegantes, y para contemplar el cuadro, la reina de las frutas, el anana ó piña americana crecia con abundancia. Comímos de ella hasta que nos hartámos, por que aun no la conocíamos sino por sus descripciones, y en efecto nos pareció delicioso, tanto por su aroma como por su agradable ácido. Atenta siempre mi esposa por la salud de mis hijos, les recomendó que no comiesen con tanta avidez ese fruto, temiendo que su crudeza les perjudicase. Más dificultoso era contenerlos, y más con la compañía de Knips, que como práctico les presentaba las piñas más grandes y maduras, ahorrándose el trabajo de alcanzarlo y de pincharse con las espinas de los arbustos que las rodeaban.

Miéntras que la familia menuda se regalaba á su placer yo hice otro descubrimiento. Entre los espinosos tallos de los cactus y aloes, reparé en una planta grande, cuyas largas hojas remataban en punta, y tanto por su forma como por otros indicios reconocí el karatas, precioso vegetal de cuyas hojas se saca hilo, del tallo yesca para encender, y machacada con agua, formando masa, sirve de cebo al pescado, á quien entorpece en términos de poderlo coger con la mano.

—Aquí teneis, dije á los niños, una cosa que vale más que esa piña que tanto os embelesa; reparad en sus flores, ¡qué lindas son! ¡y cuánto mayor es su utilidad!

—Verdad será, contestaron los golosos con la boca llena; cuando dé fruto, entónces juzgarémos; lo que es por ahora nada hay mejor que la piña.

—¡Ah glotones! pensais como la generalidad de los hombres, y no juzgais las cosas sino por las apariencias. Por vuestros ojos mismos os vais á convencer de la positiva utilidad de esta planta. Díme, Ernesto, tú que eres el más sabio, ¿cómo te compondrias para obtener lumbre si no tuvieses eslabon ni pedernal?

—¡Oh! haria como los salvajes; frotaria dos pedazos de madera uno con otro hasta que encendiesen.

—Pesadito es el medio, y de seguro no lo has ensayado aun; además, se necesita una madera especial que no en todas partes se encuentra, miéntras que con esta planta que tanto despreciais tendré lumbre en un momento, como lo vais á ver.

Corté uno de los tallos más fuertes del karatas, le saqué una especie de médula que tenia dentro, y machacándola entre dos piedras, salieron chispas que encendieron la mecha en un instante. Atónitos quedaron los niños al presenciarlo, y más todavía cuando les expliqué las demás propiedades de tan precioso vegetal. Mi esposa sobre todo recibió una grande alegría cuando supo que le proporcionaria hilo. Para hacerlo más palpable arranqué unas cuantas hojas del karatas, las partí por la mitad, y empecé á sacar gran cantidad de hilos fuertes y flexibles. Unicamente objetó mi esposa que sería operacion pesada ir extrayendo las hebras una á una, á lo que respondí que, dejando secar las hojas al sol, los hilos se desprenderian por sí mismos [2].

—¡Qué felicidad para nosotros, me dijo entónces la buena madre, que hayas leido tanto, y con tanto aprovechamiento! En nuestra ignorancia, todos hubiéramos pasado delante de este tesoro sin conocer su valor.

—Ahora conozco que tenia V. razon, papá, dijo Federico; el karatas vale infinitamente más que la piña; pero dígame ahora, ¿de qué pueden servir todas esas otras plantas llenas de espina, sino para lastimar á las gentes?

—Juzgas muy á la ligera, le respondí, esos vegetales prestan su respectiva utilidad; unos contienen jugos ó resinas, que tienen su aplicacion en la medicina, otros sirven para las artes ó la industria. El nopal ó la higuera chumba, por ejemplo, es un arbusto de los más interesantes. Crece sin el menor cultivo en los terrenos más áridos, y á más del fruto que da, que es una especie de higo de buen sabor y refrescante, sirve de vallado para cercar los campos y las casas.

No habia concluido de pronunciar la última palabra y ya Santiago comenzó á hacer provision de los higos que acababa de elogiar; pero el imprudente no reparó que esa fruta, así como toda la planta, estaba llena de espinas tan finas y agudas como puntas de aguja, que le acribillaron las manos cruelmente. Se vino á mí llorando y renegando de los tales higos par que remediase su apuro. Le ayudé á quitar las espinas, y le enseñé el medio de aprovechar el fruto sin herirse. Partí uno, y lo di á probar á los niños que lo encontraron exquisito. Ya adiestrados todos ellos, prepararon otros de la misma manera, y fue un nuevo regalo para la pequeña tropa. Miéntras los demás corrian, noté que Ernesto examinaba uno de estos higos con especial atencion.

—¡Papá, qué cosa tan rara! Este higo le veo todo cubierto de unos insectos encarnados, tan pegados que no he podido separarlos. ¿Sería esto acaso la cochinilla?

En efecto, lo tomé en manos, y reconocí el precioso insecto que tiene ese nombre, y cuyo empleo y naturaleza expliqué á mis hijos.

—Este es un insecto, dije, que seco y hervido en agua sirve para obtener un magnífico color encarnado muy apreciado en el comercio, llamado comunmente grana. En América es donde abunda más, y los europeos lo pagan á peso de oro [3].

Atentos los niños á mis explicaciones y excitada su curiosidad, dirigiéronme un sin número de preguntas sobre cada una de las plantas que encontrábamos, queriendo saber su utilidad y propiedades.

—Queridos mios, dije, solo Dios es el que sabe el objetivo y fin que se propuso al criar tantas y tantas cosas que nos parecen buenas unas, malas ó inútiles las otras. Lo que con el estudio y la experiencia hemos podido averiguar es una muy pequeñísima parte de lo mucho que queda por saber; pero la razon nos dicta que nada ha salido de las manos del Criador sin una razon suficiente, y que no ha dado el sér á una planta ó á un animal cualquiera sin asignarles al propio tiempo un destino ó funcion necesaria en el órden admirable de la creacion universal.

Departiendo y discurriendo acerca de las maravillas de la naturaleza y necesidad de aumentar sus conocimientos por el estudio y observacion, llegámos insensiblemente al Arroyo del chacal que vadeámos con precaucion, saltando por las piedras que sobresalian del agua, sin hacer uso del puente que estaba mucho más arriba, llegando á Zeltheim y á nuestra antigua tienda, donde todo lo encontrámos tal como lo habíamos dejado. Federico se fué á buscar municiones, y yo á destapar la barrica de manteca para que mi esposa sacase la que necesitase. Ernesto y Santiago se dirigieron á la bahía con intencion de atrapar los patos y gansos; mucho trabajo les costó conseguirlo, porque con nuestra ausencia se habian vuelto un poco ariscos, y al fin no lo hubieran alcanzado si á Ernesto no se le hubiese ocurrido una astucia para cogerlos. Al extremo de un cordel de pescar puso un anzuelo con un poco de queso por cebo, y lo echó al agua. En cuanto olieron el queso gansos y patos se abalanzaron á él tragándose el anzuelo, y tirando los niños de los cordeles, se apoderaron de los pájaros rebeldes, que ataron luego por las patas para que no huyesen. No dejó de agradarme la invencion, si bien fue preciso emplear gran cuidado en sacar el anzuelo á los glotones sin lastimarlos gran cosa. Nos abastecímos de sal, y como los zurrones de todos estaban casi llenos de patatas, se colocó el más pesado encima de Turco, despojándole de la armadura. Los niños cargaron con los dos pares de aves acuátiles, que con discordes graznidos demostraban quizá su pesar y repugnancia al abandonar el sitio que las vió nacer.

Puesto todo en órden y cerrada la entrada de la tienda, emprendímos la vuelta, que se hizo más pesada que la ida por la carga que traíamos encima. Tomámos el camino de Falkenhorst por el Puente de familia, y como era cuesta abajo no tardámos en llegar á nuestra habitacion, sin que ocurriese novedad ó incidente alguno notable.

Mi esposa encendió lumbre en seguida, preparó las patatas para la cena, y despues se fué á ordeñar la vaca y las cabras. Soltáronse las aves en las junqueras del arroyo, teniendo ántes la precaucion de cortarles las grandes plumas de las alas para que no pudiesen volar. La mesa se dispuso luego, y sentados á ella con buen apetito, se nos puso delante una fuente de patatas cocidas, un lebrillo de leche, manteca salada y queso, con lo cual resultó una opípara cena, que el cansancio del viaje y el buen humor que reinaba hicieron más deliciosa.

Despues de dar gracias al Señor por los nuevos beneficios que su piedad nos dispensaba, subímos la escala, y pasámos la noche en profundo y tranquilo sueño.




  1. Observarán los lectores que en adelante conservamos en el curso de esta traduccion los nombres alemanes de Falkenhorst y de Zeltheim, porque no puede aplicárseles como á los demás la denominacion española. Lo mismo que nosotros hizo un traductor francés (Nota del Trad.).
  2. El nombre de carata ó karata dado á esta especie de aloe silvestre es privativo del idioma indo. Pertenece á la familia lilácea, porque sus tallos se componen de filamentos, que se pueden hilar. El autor se hace aqui mencion del aloe chino cuya madera es aromática y sirve para perfumar las habitaciones y vestidos (N. del Trad.).
  3. La cochinilla (Coccus) es un insecto de la familia de losgallinsectos, análogos á los kermis con que suelen confundirse. Sus diferentes especies viven á expensas del naranjo, del olivo, de la higuera y otros árboles, á los que causan no poco daño. La de que aquí se trata es la que se cria en el nopal y la que da más cantidad del precioso carmin ó grana. A esta especie particular se la llama cochinilla silvestre, originaria de Méjico de donde ha sido trasladada á toda la América, á las Indias orientales y á las islas Canarias (N. del Trad.).