El Robinson suizo/Capítulo XLVIII

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CAPÍTULO XLVIII.


Alfareria.—Contruccion del caiak.—Gelatina de algas marinas.—Conejera.


Claro está que teniendo como tenia cuatro hijos y hallándose uno solo con sombrero nuevo, los otros tres no querian ser ménos, y así no hubo más remedio sino tratar de que todos quedasen iguales. Prometí complacerles, con tal que corriese de su cuenta el proporcionar el material necesario, advirtiéndoles que al buscarlo recogiesen cardos ú otra planta parecida para pulir debidamente el fieltro. En seguida les proveí de ratoneras por el estilo de las que se hacen en Europa para coger ratas, nutrias, raposas y otros animales, de tan sencillo mecanismo, que sólo constaban de dos paletas cortas de hierro que al menor movimiento juntábanse por sí mismas, sugetando por el cuello al animal goloso que tenia la imprudencia de acudir al cebo que contenian las trampillas. Este cebo variaba segun la alimaña á que estaba destinado: para los animales terrestres y roedores, era la zanahoria de Europa, y para los acuátiles usábamos de una especie de sardina muy comun en nuestras costas, y cuya carne aprecian mucho los aficionados á la pesca. Por via de broma y para recompensar algun tanto mi trabajo y el privilegio de la invencion, previne á los niños que de cuantos bichos cayesen en las ratoneras me reservaba la quinta parte como exclusiva propiedad.

Aceptaron los niños el trato á excepcion de Franz, el cual me preguntó si teniendo ya sombrero propio debia ó no someterse al tributo, á lo que le respondí que era más noble agradecer un servicio que trabajar por merecer recompensa. Lo primero, añadí, debe considerarse como cumplimiento de un deber, miéntras que lo segundo es una especie de virtud.

Dispuestas las emboscadas, la caza fue segura y abundante, y en poco tiempo los niños me presentaron una cantidad respetable de ratas que habian caido en el garlito. Las más pertenecian á la especie que llaman ondatras ó ratas almizcleras, con cuyo motivo tuve ocasion de examinar á tan industriosos animales, sus viviendas, su instinto, costumbres, etc., lo cual es tan maravilloso que merece estudiarse detenidamente y hacer una breve digresion.

El ondatra es del tamaño á corta diferencia del conejo; su cabeza corta y gruesa se asemeja á la del raton de agua; tiene ojos grandes, orejas cortas, redondas y peludas por dentro y fuera, su cola es aplastada y escamosa, y la piel fina y lustrosa tiene un color rojizo oscuro. Por la forma, instinto y hábitos, estos animales se parecen á los castores. Construyen sus habitaciones con plantas secas y particularmente con mimbres que entretejen y revisten de barro formando techos abovedados. En el fondo practican agujeros para salir en busca de pasto, pues nunca se abastecen para el invierno. Cuando se les acosa en su madriguera se guarecen en escondrijos subterráneos.

Estas habitaciones únicamente destinadas para el invierno, se reconstruyen cada año al aproximarse los frios y escarchas. Muchas familias reunidas ocupan á veces un mismo recinto, y en las latitudes septentrionales suele estar cubierto de una capa de nieve de ocho á diez piés de espesor, por lo cual debe de ser muy triste y monótona la estancia de los pobres reclusos hasta la primavera. En verano andan errantes por parejas, devorando yerbas y raíces, y al engordar adquieren el fuerte olor de almizcle que les da el nombre de ratas almizcleras.

Entre esta rata y el castor, como indiqué ántes, existen muchos puntos de contacto, tanto en la fábrica de sus guaridas como en otras mil circunstancias que dan márgen á que se hable algo del mismo castor, pues cuanto habíamos leido acerca de ese industrioso animal era el tema de nuestras pláticas miéntras nos dedicábamos al oficio de sombrereros. En efecto, pocos serán los seres de la creacion que se acerquen más al hombre, pues el castor siente más que ningun otro irracional la necesidad de asociarse con sus semejantes, debiéndose á su instinto resultados tan maravillosos como los de la industria humana con sus imponderables recursos.

El castor tiene á lo más tres ó cuatro piés de longitud. Todo su cuerpo, á excepcion de la cola, lo cubre un pelo finísimo y espeso, largo de una pulgada, y que sirve para conservar el calor del animal. La cabeza es casi cuadrada; las orejas, redondas y cortas, y los ojos pequeños; la boca está armada de cuatro dientes incisivos, fuertes y cortantes, dos arriba y dos abajo, únicos instrumentos de que se vale para cortar los árboles, derribarlos y arrastrarlos. Los piés delanteros le sirven de manos, moviéndolos con la destreza de la ardilla. Los dedos están bien separados y divididos, provistos de largas y afiladas uñas, miéntras que los de los traseros están reunidos por una fuerte membrana que, sirviéndoles como de aletas para nadar, se dilata como los de las aves acuátiles. Como las piernas delanteras son más cortas que las traseras, el castor camina siempre con la cabeza baja y el lomo arqueado. Sus sentidos son delicados, sobretodo el olfato, en términos de no poder soportar ningun mal olor, siendo muy limpio y aseado, tanto en su cuerpo como en su vivienda. Su cola es notable y adecuada á los usos á que la destina: es larga, algo plana, escamosa, de buena musculatura é impregnada de cierta grasa que la preserva de la humedad.

Los castores son quizá el único ejemplo que subsiste como antiguo monumento de la peculiar inteligencia de los brutos, que aunque infinitamente inferior á la del hombre, supone miras y proyectos comunes, que teniendo por base la sociedad y por objeto la construccion de un dique, la fundacion de un pueblo ó de una especie de república, suponen tambien un medio cualesquiera de entenderse y obrar de concierto.

Un individuo, considerado aisladamente al salir á la luz del mundo, no es mas que un ser estéril cuya industria debe limitarse al mero uso de los sentidos. El hombre mismo, en su estado natural, careciendo de luces y recursos sociales, nada produce, nada edifica. El castor igualmente, solo y aislado, léjos de tener superioridad marcada sobre los demas animales, es inferior á algunos por las cualidades puramente industriales; su ingenio y habilidad no los despliega sino cuando vive en sociedad, y generalmente sólo edifican en solitarias regiones donde no les moleste el hombre.

Así es que, si bien se encuentran castores en el Lenguadoc, en las islas del Ródano, y más en las provincias del Norte de Europa, como estos países suelen estar poblados, los castores andan como los demás animales dispersos, solitarios, errantes ú ocultos en madrigueras.

El castor de suyo es inofensivo y familiar, algo triste y quejumbroso, carece de pasiones y vehementes apetitos; apático, por nada se afana, aunque ganoso de libertad roe siempre sin furor las puertas de su cárcel. Por último, la indiferencia predomina en su índole: nada hace para captarse la voluntad, pero tampoco hace daño. Inferior al perro en las cualidades relativas que pudieran asemejarle al hombre, no nació para servir ni mandar, ni siquiera para tratar con otra especie que no sea la suya; y su sentido, concentrado en sí mismo, no lo manifiesta por completo sino entre sus semejantes. Solo, es poco industrioso, pues ni acierta á defenderse, limitándose á morder cuando le cogen. En junio y julio comienzan los castores á juntarse á orillas de las aguas, formando á veces manadas de doscientos á trescientos. Si las aguas se sostienen siempre á igual altura como en los lagos, no construyen dique; pero si corren, fabrican una presa que siempre mantenga el agua á un mismo nivel, la cual por lo comun mide ochenta ó cien piés de largo por diez ó doce de grueso en la base.

Para construir el dique eligen los castores un sitio donde el rio tenga poca profundidad. Si á la orilla se encuentra algun árbol corpulento que puede caer en el agua, principian por derribarle para que sirva de base á la construccion, y para conseguirlo roen la corteza y la madera, cuyo sabor les gusta sobremanera, tanto que prefieren este alimento á cualquier otro, sobretodo cuando el árbol conserva su frescura. Trabajando de ese modo y comiendo al propio tiempo, sin más auxilio que los dientes, en breve lo cortan y derriban al traves del rio. Cuando el árbol, á veces grueso como el cuerpo de un hombre, está caido, varios castores comienzan á roer y cortar las ramas hasta dejarlo igual de extremo á extremo, miéntras otros recorren la orilla del rio y cortan otros leños de diferentes tamaños, dividiéndolos en trozos de la longitud que se requiere para servir de estacas, y despues de trasladados á la orilla del rio, los conducen por agua sujetándolos con los dientes. Con estos palos que van clavando en el fondo entrelazándolo con ramas, forman una espesa estacada. Miéntras unos sostienen casi perpendiculares las estacas, otros se sumergen para abrir con las patas delanteras los hoyos correspondientes, rellenándolos luego para afianzar los maderos. A fin de impedir que el agua filtre por los intersticios de la estacada, los tapan con arcilla que amasan perfectamente con las patas delanteras, extendiéndola con la cola que hace el oficio de llana de albañil.

La posicion de la estacada tambien es digna de notarse: los piés derechos, todos de igual altura, están fijados verticalmente recibiendo la caida del agua, y el todo de la obra tiene una escarpa que sostiene el peso del agua, en sentido contrario, de modo que la presa, que en su base cuenta doce piés de ancho, se reduce en el remate á dos ó tres, con lo cual no sólo tiene la solidez necesaria, sino tambien la forma más conveniente para retener el agua y sostener su peso debilitando la fuerza de su corriente.

Cuando los castores han contribuido de mancomun á edificar la grande obra pública, cuya ventaja consiste en mantener el agua á igual altura, se dividen en brigadas para construir habitaciones particulares, cabañas ó casitas edificadas en el agua misma sobre estacadas rellenas cerca de la orilla de su estanque, con una salida para ir á tierra y otra para arrojarse al agua. La forma de estos edificios es por lo regular ovadala ó redonda. Los hay de cuatro, cinco, y hasta de diez piés de diámetro, y algunos tienen dos ó tres pisos. Las paredes miden dos piés de espesor y el techo guarda la forma abovedada. Toda la obra queda impenetrable al agua, á la lluvia, y resiste al más impetuoso viento. Los materiales que entran en su construccion se reduce á madera, piedras y tierra arenisca; los muros están por dentro y fuera revocados con una especie de estuco, con tanta igualdad y limpieza como si interviniera el arte humano. Cada casa tiene su despensa llena siempre de cortezas y madera blanda y verde, alimento ordinario del castor. Un derecho comun rige á los habitantes de cada domicilio; ninguno invade jamas el de su vecino; la cabaña más pequeña contiene de dos á seis, y las mayores de diez á veinte, siempre en número par, tantos machos como hembras, que viven en la mayor fraternidad. Se han visto algunas veces cabañales de hasta veinte y cinco moradas.

Por numerosa que llegue á ser la sociedad jamas se altera la paz. Amigos unos de otros, como dice Bufon, si notan enemigos, procuran evitar su encuentro avisándose unos á otros dando coletazos en el agua, cuyo eco resuena en las bóvedas de todas las habitaciones; y así cada cual toma el partido que más le place, ó de sumergirse en el lago, ó de encastillarse en su morada.

La vida de estos animales debe naturalmente ser corta, llegando apénas á quince ó veinte años. Cada pareja vive contenta y satisfecha; casi siempre están juntos macho y hembra, y sólo se separan para buscar cortezas. La caza de los castores se hace principalmente en invierno, porque es cuando sus pieles están en sazon. Se les mata al acecho, se les tiende lazos con cebo de leña verde, ó se les sorprende en sus cabañas durante los hielos. Como anfibios que son, huyen entre dos aguas; mas como no pueden permanecer así mucho tiempo, salen á respirar por las aberturas hechas de intento en el hielo, y entónces se les mata á hachazos.

Cuando despues de destruir las cavernas, los cazadores llegan á apoderarse de un gran número de castores, encontrándose la sociedad muy debilitada ya no se restablece más. Los individuos que han podido librarse se dispersan para vivir en alguna covacha que labran en la tierra, sin ocuparse mas que de sus necesidades presentes. No ejerciendo ya sino sus facultades individuales pierden para siempre la cualidad social que tanto les distingue. Supeditado su industrioso ingenio al terror, no se desarrolla más; y este animal que nació dotado de tan superior instinto, muere al fin en un estado de abyeccion y abatimiento que le hace inferior á los demás. El comercio de las pieles de castor constituye la gran riqueza del Canadá. Los salvajes las llevan en invierno con el pelo á raíz de la carne, y estas pieles ya empapadas de sudor, son el castor graso que los sombrereros mezclan con el pelo de castor seco ó vírgen para darle elasticidad y consistencia.

Como el lector ha podido notar, nuestra disertacion sobre el castor iba siendo prolija; pero á más de la justa admiracion que merecia ese industrioso animal, era la conversacion más oportuna en el taller de sombrerería do trabajábamos. Raer las pieles, enfurtir el pelo, convertirlo en tejido sólido y flexible, darle la forma conveniente en el molde de madera para que resultasen las copas de los sombreros; añadir luego las alas, é ir acomodándolo todo hasta confeccionar un sombrero en toda regla, tal fue por espacio de diez dias la ocupacion de toda la familia. La cochinilla nos proporcionó un brillante y hermoso tinte encarnado que daba un aspecto extraño á los sombreros. Quien nos hubiera visto pasear gravemente por la costa como solíamos despues de los trabajos del dia, cubiertos con semejantes chapeos, tomáranos cuando ménos por cuatro cardenales. A Franz se le reservó el privilegio de llevar dos largas y hermosas plumas en el sombrero; las airosas y caidas alas, añadidas á nuestros gorros, las reemplazaban con ventaja.

El buen éxito de la fabricacion de sombreros nos alentó á emprender otro trabajo cuyo producto ya nos era sumamente indispensable. Estábamos enteramente desprovistos de vajilla sólida y otros mil utensilios de barro que mi esposa echaba siempre de ménos para la cocina; con que fue preciso convertirnos de sombreros en alfareros. Confiados en la experiencia y en mi sistema de ensayos que hasta entónces me habian dado los más felices resultados, no me arredró obstáculo alguno.

A la verdad no entendia gran cosa en alfarería, mucho ménos en la elaboracion de la porcelana, que es su parte sublime; y lo que más me embarazaba era ignorar de fijo la preparacion que habia de dar á la tierra destinada á ese objeto ántes de proceder á elaborarla. Sin embargo, como la pérdida en caso de no acertar no era mas que de tierra y tiempo, y ambas cosas nos sobraban, puse manos á la obra, estableciendo el nuevo taller en un rincon de la gruta.

Naturalmente comencé por lo más esencial, por la construccion de un horno con los compartimentos necesarios para las diferentes piezas que proyectaba labrar y que debian sujetarse á la accion del calórico más ó ménos segun su tamaño y el uso á que estaban destinadas, para lo cual tuve que discurrir un sistema de tubos de barro para la trasmision del calor de una manera uniforme y cual lo requerian los objetos de mi fabricacion. Estos preparativos no dejaron de absorber bastante tiempo por la sencilla razon de que siendo insuficientes mis escasas nociones en el arte á que me metia, la imaginacion y el cálculo habian de suplirlo casi todo, y así puedo decir que el flamante horno era de nueva invencion.

Concluido que fue, vino la segunda parte, ó sea la preparacion de la primera materia. Tomé cierta cantidad de tierra propia para la porcelana, que era una arena blanca y fina que como atras queda dicho se encontró cerca de las rocas en nuestra expedicion á la gran vega. Como era corto el acopio que de este artículo teníamos, empecé por un mero ensayo ántes de trabajar en mayor escala. Encargué á mis hijos entresacasen cualquier partícula extraña que contuviese, diligencia indispensable, no sólo para purificarla, sino para que al amasarla no me lastimase las manos con los fragmentos de pedernal con que estuviese mezclada. Añadí luego á la tierra una cantidad de talco, mineral vidrioso que hallámos bajo la capa de amianto en la gruta del Chacal; cuya sustancia á mi entender debia dar más consistencia á la masa, y cuando esta quedó bien trabajada, la dejé secar un poco ántes de emplearla.

No podia darla forma sin el auxilio del torno propio de alfarero, con el que se modela el barro y se labran las piezas. Con una rueda de cureña de cañon colocada horizontalmente sobre un eje, y encima otra rueda ó disco que giraba con aquella, me procuré el torno que necesitaba, y á fuerza de pruebas comencé á tornear con esa máquina imperfecta platos, fuentes y algun barreño ó lebrillo; luego fuí avanzando hasta hacer tazas con sus salvillas, jícaras, etc. Expuestos esos objetos á fuego vivo algunos se quebraron, pero quedaron intactos más de la mitad, hermosos y trasparentes. Mi esposa se volvia loca de contento al ver cómo se iba enriqueciendo la cocina, prometiendo en cambio regalarnos el paladar con algunas golosinas que hasta entónces no habia podido hacer por falta de vajilla.

Satisfecha la primera necesidad, pensóse en el lujo. Los platos y tazas de loza de que ya nos servíamos, á pesar de su hermoso barniz blanco y trasparencia nos parecian ordinarios y de poco gusto. Santiago deseaba tuvieran las piezas esmaltes y dibujos de colores que tanto las realzan y embellecen; pero la pintura en porcelana era un arte de pura ostentacion que requeria conocimientos especiales y primeras materias apropiadas al caso de que carecíamos. Sin embargo, echando mano de los objetos que poseia, ya que no me era dado estampar flores y paisajes como en las vajillas de China, satisfice el capricho de mi hijo en lo posible, dando lujosa apariencia á algunas piezas.

Entre los objetos salvados del buque habia varias cajas de collares, brazaletes y otras bujerías de vidrio de diferentes colores, para trocarlos con los de América. Las reuní todas y reduje á polvo en el célebre mortero de hierro que sirvió para dar salida á la pinaza; y en seguida mezclé el polvo con el barro de porcelana, el cual puesto al fuego, segun habia previsto dió por resultado unos abrillantados matices y degradacion de colores junto con un esmalte que superó mis esperanzas. A pesar de tan imperfecto sistema el éxito de este ensayo me proporcionó un juego de café completo y otras varias piezas que hubieran podido figurar en cualquier mesa, pareciéndose más á la porcelana china que á la inglesa.

A los utensilios que podian labrarse con el torno sucedieron los fabricados con moldes de madera, y despues con otros de barro comun de caprichosas formas, que cocidos en el horno sirvieron para modelas vasos, jarrones, flores y otras piezas de lujo, enriquecidas con relieves y otros ornatos, que si bien distaban de rivalizar con los productos de China ó de Sévres, atestiguaban al ménos la intencion de imitarlos. Mi esposa é hijos iban depositándolo todo con orgullo en el escaparate del comedor, nuevo y artístico museo debido exclusivamente á nuestra industria, tanto más recomendable cuanto que al ingenio particular del individuo movido por la necesidad debia su orígen.

Viniéndosenos encima la estacion de las lluvias fue preciso renunciar á nuestras excursiones. Los vientos y aguaceros comenzaron á inundar la campiña como en los años anteriores, y el cielo, ántes tan puro y sereno, se cubrió de nubarrones, anunciando con la llegada del invierno terribles huracanes y frecuentes tempestades. Hubo que cerrar la puerta de la gruta y ocuparse exclusivamente en las pacíficas tareas reservadas para aquella época del año. El torno de alfarero siguió funcionando miéntras hubo tierra á propósito y hasta que fue imposible salir para otro acopio.

Los huevos de tortuga, cuyos cascarones se conservaban partidos por igual y con elegantes piés de madera esmeradamente torneados, se convirtieron en graciosas copas y jarrones destinados aquellos para beber y estos para floreros durante el verano.

El condor, cuya disecacion definitiva se habia dejado para entónces, fue otra de las ocupaciones que nos distrajeron. Lavámos de nuevo su pellejo con agua tibia, cubriéndola de una ligera capa de goma para preservarla de los insectos. El cuerpo se rellenó y recosió perfectamente, barnizándose las patas para que brillasen. Sólo nos faltaban los ojos, pero con un poco de porcelana y dos cuentas de abalorio se suplió tan bien esta importante adicion, que no habia más que pedir. La gigantesca ave con las alas extendidas y fuertes garras fue uno de los principales adornos del gabinete de historia natural.

La educacion del avestruz tampoco se descuidaba y se iba perfeccionando á ratos perdidos. En todas estas tareas yo era el que tomaba más parte, y temia fundamentalmente que la ociosidad de los niños se convirtiese luego en pereza, engendrando lo peor de todo, el fastidio. La mayor parte de las ocupaciones que habíamos discurrido estaban ya terminadas, y todavía quedaba sobrado tiempo de encierro. Ernesto, á fuer de estudioso, se hallaba muy bien con sus libros, sin echar nada de ménos; pero sus hermanos, no tan aplicados, ni con tanta aficion á la ciencia, sólo entraban en la biblioteca cuando no habia otro sitio en la gruta en que pudiesen estar. Conocia pues que era indispensable buscarles un entretenimiento que halagase su curiosidad, y por más que discurria poniendo en prensa la imaginacion, no lo encontraba, cuando inopinadamente la de Federico me sacó del paso.

—El avestruz con su velocidad y ligereza nos puede servir para correr la posta en poco tiempo por todos los caminos de nuestro reducido reino; no nos faltan carros fuertes y otros medios de conduccion para las provisiones; esto por la via terrestre, y por la marítima contamos con una chalupa y una piragua que se mecen majestuosamente en la bahía; pero en medio de todo aun nos falta y deseara yo otra cosa, y en un vehículo, un medio de caminar sobre el agua tan veloz como el avestruz por tierra, el cual apénas roza la arena cuando corre; una especie de esquife tan ligero que en un santiamen nos trasladase de un cabo á otro de nuestros dominios ya rodeando las costas, ya internándose por el arroyo. Creo haber leido, no recuerdo dónde, que los groelandeses construyen unas navecillas ligeras como las aves, parecidas á lo que yo me imagino, y á los que si no me engaño dan el nombre de caïaks. Si tuvímos bastante ingenio para construir una piragua, ¿por qué no hemos de hacer tambien lo que los ignorantes salvajes alcanzan?

Como cualquiera puede figurarse, acogí como se merecia la oportuna proposicion de mi hijo, que agradó tambien á sus hermanos; únicamente mi esposa, que temia el mar y sus pesadas burlas, no se mostraba propicia, y la sola idea de otra embarcacion la indispuso contra el nuevo invento, viendo vanas cuantas razones y seguridades se la dieron para convencerla, pues si la piragua y la pinaza eran para ella ocasiones de naufragios, mal podria cuadrarla que se aumentase la escuadra. Fija siempre en su mente la horrible tempestad que nos arrojara á la isla, en tres años jamas habia podido vencer el terror y la ansiedad que la causaban las travesías por mar, al que llamaba siempre traidor y pérfido.

No obstante, razones más poderosas me estimularon á construir el caïak, siendo la principal el ocupar á los niños, y así todos pusímos manos á la obra, prometiendo á la buena madre presentarla un verdadero modelo que por su solo aspecto desvaneciese al ménos en parte la injusta prevencion que abrigaba.

El caïak, única embarcacion que usan los groelandeses, es una especie de canoa en forma de cáscara de nuez, labrada con dos ó tres grandes trozos de ballena y una piel de foca. Es tan ligera, que á veces el navegante que la usa para surcar un rio, en llegando á tierra se la echa á cuestas. Es increible el arrojo y destreza del groelandes cuando maneja su portátil esquife; con él efectua largos viajes, caza las focas, lijas y otros mónstruos marinos que abundan en sus costas, y ya esté quieta ó alterada la mar, su caïak nunca zozobra, sube y baja con las olas cual leve pluma, ó bien se balancea dulcemente cuando el agua está mansa y tranquila. El marino groelandes no conoce el miedo ni teme nunca el naufragio. Con las piernas cruzadas en el esquife y bogando, parece identificado con la embarcacion misma que le conduce. Al groelandes en fin con su caïak se le puede llamar el hombre-barco.

No tiene pretensiones de civilizado ni de conocedor de las artes: su esquife por demas tosco y sencillo, aunque de airosa forma, es incómodo para el navegante, por cuya razon me propuse hacer una cosa más acabada, pues el ingenio industrial que se habia desarrollado entre nosotros ya no nos permitia imitar ciegamente la obra de un pueblo salvaje, que el talento europeo podia mejorar á poca costa. En resolucion, nuestro caïak no debia parecerse al groelandes sino en la flexibilidad y ligereza.

Barbas de ballena, cañas de bambú, mimbres y pieles de lija fueron los materiales de que se echó mano para esta obra. Las ballenas más gruesas sirvieron para los costados, y otras más delgadas, entretejidas con mimbres y musgo bien embreado completaron el casco. El primer perfeccionamiento que dímos al botecillo fue disponerle de tal suerte que el remador pudiese permanecer sentado; miéntras que en los caïaks groelandeses habia de estar con las piernas cruzadas ó extendidas en el fondo del esquife: posiciones incómodas que privan al navegante de buena parte de sus fuerzas. A esto se añadieron otros ornatos, productos de nuestra invencion, como una forma más prolongada y esbelta, una ligereza y elasticidad suma, unidas á la mayor solidez. Al hacer la primera prueba, cuando se botó al agua, á pesar de estar muy cargado, caló sólo dos pulgadas. Cerca de un mes se empleó hasta la conclusion de esta obra maestra; pero salió tan bien, y los niños se prometieron tanto de ella, que se dió por bien empleada la faena, á la que habia de sucederse luego otra.

Terminado el casco y calafateado por dentro con musgo y goma elástica, para forrarlo por fuera tomé dos pieles de vaca marina, enteras, ó sea sin rotura lateral, en las cuales introduje por fuerza cada extremo del esquife, estirándolas hasta juntarlas en mitad del mismo y cosiéndolas con esmero, sin dejar abertura mas que la precisa para el conductor. Excusado es decir que ántes de emplearlas se aderezaron para poderse manejar como el mejor cuero que usan los guarnicioneros de Europa. Cuidé igualmente de engomar la costura para que el agua no penetrase; se cortaron remos de bambú, y se ajustaron á los costados del barco, teniendo uno de ellos al extremo una vejiga para apoyo del navegante en caso de necesidad; y por último, quedó dispuesto y aparejado el sitio para una vela, si en adelante se creyese oportuna.

Resultó pues que nuestra flota se aumentó con otro buque. Federico, como autor del pensamiento del caïak, el mayor de sus hermanos, y el más hábil y capaz, hizo valer sus derechos sobre la nueva barquilla, y unánimemente reconocidos, fue proclamado propietario exclusivo del navío en miniatura.

Quedaba aun por hacer otra cosa importante para el complemento de la navecilla groelandesa, y era el equipo del que habia de manejarla, para lo cual acudímos á la habilidad de mi esposa, que arregló un par de salvavidas, sin cuya precaucion jamas hubiera permitido á ninguno de los niños poner el pié en ella, porque el impulso de una ola bastaria para inundarla, en cuyo caso el navegante corria riesgo de sumergirse con el caïak. Por consejo mio estos salvavidas, aparatos especiales para los buzos, se hicieron de los intestinos de la ballena, formando una especie de camisa ajustada hasta medio cuerpo con sus aberturas correspondientes para que la cabeza y brazos conservasen toda la libertad de sus movimientos, y fuese imposible la completa inmersion del individuo.

Así invertímos el tiempo durante la estacion de las lluvias. El invierno, igual poco más ó ménos al de los años precedentes, iba pasando insensiblemente, y la lectura y el estudio de las lenguas, con los ensayos industriales, abreviaron amenizando los nebulosos dias que restaban hasta la llegada del buen tiempo.

Las tempestades y huracanes que amenazaron trastornar la naturaleza al comenzar la estacion reaparecieron á su fin como anuncio de la primavera. Poco á poco el sol fué mostrando sus rayos, el viento calmó su furor, el mar sosegó sus olas, y el verdor y la frondosidad brotaron de la tierra humedecida por espacio de tres meses. La naturaleza renacia. Salímos al fin de la gruta á gozar de la vida exterior, encontrando un placer indecible en respirar el aire puro de la costa, ver vestidos de verdes hojas los gigantescos árboles de Falkenhorst, y la exuberante lozanía de la vegetacion con que el Criador nos favorecía como para prevenir nuestras necesidades, aspiraciones y deseos.

Como el traje de buzo era el último que se habia acabado, acordóse que su ensayo sería la primera operacion que inaugurase el buen tiempo; y así, el primer dia que lució el sol, Federico se vistió solemnemente la blusa natatoria que le venía ajustada al cuello y se ceñia con cinturon y hebilla, un capuchon impermeable que se ajustaba igualmente á la blusa, con dos agujeros para los ojos, cerrados con hojuelas de talco para poder ver, y un pedazo de caña sujeto á la cabeza para renovar el aire. Al contemplarle en tan estrafalario traje, no pudímos ménos de soltar la carcajada; pero él, sin hacer caso, con toda gravedad entró en el agua, y nadando se dirigió á la isla del Tiburon, adonde llegámos casi al mismo tiempo, merced á la rapidez de la piragua. El intrépido nadador tomó tierra, y despues de sacudirse como un pato le desembarazámos del capuchon. La prueba salió tan bien, y el traje de buzo dió tan feliz resultado, que todos quisieron uno. La buena madre prometió satisfacer los deseos de los niños, y en seguida recorrímos la isla, que no habíamos visto en cuatro meses, ansiosos de saber cuál habia sido en invierno la suerte de los nuevos colonos.

La primera visita fue para los antílopes, que huyeron al aproximarnos; pero notámos con satisfaccion que habian dado buena cuenta del maíz y bellotas aderezadas con sal que para ellos preparáramos. Por el estado del establo conocímos que los pobres animales lo habian aprovechado, y ántes de abandonarlos renovámos las provisiones, mejorando su albergue para que se aficionasen á su estancia.

Aproveché la ocasion para recorrer la isla á fin de que mis hijos recogiesen conchas, corales y otras curiosidades para enriquecer el museo. Mi esposa, que no hizo gran caso de un gran trozo de coral que la presenté, me sorprendió con otro descubrimiento, consistente en unas plantas marinas cuyo nombre y aplicacion no nos quiso decir, contentándose con hacer un buen paquete de ellas, que juntas con otras que ántes recogiera en la Bahía del salvamento, bien lavadas y puestas á secar al sol guardó cuidadosamente y con cierto misterio en la despensa.

—¡Cáscaras! la dije riéndome, de seguro estás ocultando un gran tesoro, segun el cuidado que empleas; cualquiera diria que es tabaco y lo escondes para que no nos lo fumemos.

Sonrióse al oirme, manifestándome que más tarde conoceria el nombre y propiedades de la planta misteriosa, y yo sería el primero que la daria las gracias ensalzando su virtud y cualidades. Tal respuesta, si bien evasiva, me daba alguna esperanza, y con ella resignacion para no hablar más del asunto.

Miéntras la tierra con su demasiada humedad nos impedia volver á nuestras viajatas, se aprovechó el tiempo que quedaba de encerramiento arreglando en el museo las conchas, corales y demas riquezas minerales últimamente recogidas en el islote del Tiburon.

Esta ocupacion convenia sobretodo á Ernesto, que no desperdiciaba la menor ocasion de merecer el nombre de sabio con que todos le honrábamos y justificar su título de bibliotecario y primer conservador del museo de Felsenheim. Como tal nos explicó la formacion del coral, diciéndonos cómo á veces, de su aglomeracion, se han formado islas en el mar que han hecho suponer á algunos que se originaban de terremotos ó erupciones volcánicas submarinas; disertaba sobre las algas, los pólipos y las conchas; en fin, no desperdiciaba ocasion de hacer el profesor, y en honor de la verdad, aunque en boca de un padre parezca mal este elogio, á más de cuatro he visto con título desempeñar ese cargo con ménos erudicion y copia de doctrina.

—Los mariscos, dijo un dia, constituyen uno de los ramos más difíciles y ménos conocidos de la historia natural. Cualquiera diria que la ciencia ha retrocedido ante esas maravillas de la creacion, y que, propensa á describir el más pequeño fenómeno que se revela en la existencia de otros seres organizados, ha declarado inhábil é impotente su ojo investigador para sorprender el secreto de la vida que anima el interior de esas capas crustáceas que llamamos vulgarmente conchas. Se distinguen cuatro especies de mariscos: 1.º los de una sola pieza, que son los univalvos; 2.º los que constan de dos desiguales, y á veces de naturaleza diferente, siendo plano el que sirve de tapa: á estos se les da el nombre de operculados; 3.º los de dos piezas casi iguales, que se llaman bivalvos; y 4.º los formados por la reunion de muchas piezas de estructura y forma diferente, cuya denominacion es multivalvos. Los mariscos han servido para diferentes usos en varias naciones. La concha que vulgarmente se llama moneda de Guinea ó cauris [1], sirve en efecto de moneda en aquella region, y tambien en las islas de Cabo Verde, en Leonda, el Senegal, Bengala, y algunas de las Filipinas que aun no están del todo sometidas á España. En Bengala sirve para brazaletes, collares y otras galas mujeriles, costumbre generalizada igualmente en la clase principal del Canadá y varios puntos de Africa. Los griegos, reduciéndola á polvo, sacaban de ella una especie de afeite ó colorete para el rostro. Los antiguos tirios extraian del múrice [2] un finísimo color de púrpura que empleaban como tinte. Los turcos y levantinos ornaban con los cauris el arnes de los caballos y los incrustaban con primoroso arte en sus vasos, jarrones y otras piezas de porcelana. En la isla de Santa Marta se emplean tambien para adornar las colgaduras de palma y juncos con que tapizan las paredes de sus casas. Del burgans [3], ó caracol de las Antillas, se saca el más precioso nácar, llamado en el comercio burgandina, que sirve para las alhajas de más precio y delicadeza. Los denominados cames [4], que admiten el grabado, se incrustan en sortijas, por lo cual se llaman camafeos. Las ostras producen perlas, á las que el lujo y el comercio han dado inestimable valor, segun su tamaño, redondez, brillo y blancura. Como ramo de industria, tambien se emplean los mariscos en Europa para hacer ramos de flores, cajas, tiestos y otros caprichos que ornan las cónsolas y tocadores, combinando el arte los colores para imitar los objetos naturales, que á veces se confunden con las copias. Entre los romanos, los grandes caracoles llamados bocinas [5] servian de clarines. Los salvajes de América, entusiastas por el canto y la danza, usan tambien de estos instrumentos, con los que modulan cadenciosas armonías, y juntando varios caracoles forman unas como liras que expuestas al aire prestan por sí solas extraño acompañamiento que anima las danzas. En otros países, las conchas llamadas nautillos [6] sirven de copas en vez del cristal. En las asambleas públicas, los mariscos sirvieron por largo tiempo para marcar los votos. La famosa ley del ostracismo deriva su nombre de la palabra griega que significa ostra. Notorio es que aquella ley se estableció para desterrar de la república ateniense por espacio de diez años á aquellos ciudadanos cuyas grandes riquezas ó demasiada influencia les hacian sospechosos al pueblo. En Córcega se fabrican tejidos con la seda que produce la ostra llamada pena. Hay quien afirma que en China, en las provincias de Kiam-Fi, se muelen las conchas para mezclar el polvo en la famosa porcelana. En la isla de Ciana las calcinan para cal. En Inglaterra emplean las conchas para blanquear la cera, y tambien como abono de la tierra. El animal contenido en varios mariscos es comestible, como el de las ostras, almejas, lapas, caracoles, etc. Los romanos del Bajo Imperio, buenos jueces en materia gastronómica, apreciaban sobremanera este manjar, que nunca faltaba en sus mesas, y uno de sus escritores nos ha dejado la curiosa receta para cebar los mariscos á fin de que sean más sabrosos.

Cuando estuvo enjuta la tierra é iban desapareciendo los aguazales que por mil partes la cubrian, volvímos á las acostumbradas correrías por nuestros dominios. Fue de las primeras una visita á Falkenhorst, á sus gigantescos árboles, á la huerta del ángulo cubierto de la roca que nos servia de invernadero, y á los otros sitios señalados por nuestra industria. Todo se encontró en el mejor órden y cada vez más mejorado.

Una tarde que nos retirábamos de Falkenhorst más cansados que de costumbre por lo excesivo del calor, al entrar en la gruta nos presentó mi esposa una gran compotera de jalea de cristalina trasparencia y sabor delicioso. Parecióme una mezcla de azúcar y jugos de varias frutas y yerbas aromáticas que despedian un ácido grato al paladar. A las pocas cucharadas sentímos restaurado el estómago y apagada la sed, y ya sea por el apetito, ó bien por su mérito real, la tal gelatina, jalea ó lo que fuese, declaróse unánimemente manjar delicadísimo con el que nada podia compararse. Todo eran conjeturas para adivinar lo que podria ser, y mi esposa al oirnos se sonreia sin decir palabra.

—Es la dulce ambrosía de los dioses, exclamaba el sabio Ernesto.

—Es... es... decia Santiago como evocando un recuerdo.

—Es, señores, interrumpió la buena madre riéndose, para que no os rompais la cabeza, el extracto de aquella planta marina que me visteis recoger con afan en la isla del Tiburon, y que guardé con tanto esmero á pesar de vuestras chanzonetas. Ya veis que la cocinera no se descuidaba en aprender nuevas recetas.

—¿Será verdad? exclamé asombrado. Y ¿cómo has podido reconocer esa planta, cuando apénas recuerdo si he leido algo sobre ella?

—Así sois los hombres, respondió con toda la autoridad que la daba su descubrimiento. Vosotros creeis que las mujeres son de barro inferior al vuestro, incapaces de más ideas que las que quereis gratuitamente atribuirlas; y cuando por casualidad os enseñan alguna idea justa y beneficiosa, vuestra ciencia se desdeña de examinarla. Nos falta en verdad la instruccion que prestan el estudio y la lectura; pero en cambio nos sobra el buen tino y rapidez de observacion, que de veces sirve más que los libros. Hé aquí un descubrimiento que vale tanto como cualquier otro. Tú, prosiguió dirigiéndoseme, probablemente no hubieras caido en él. ¡Al fin es una pobre mujer la que lo ha hecho!

—Cierto, repliqué, nos damos por vencidos; pero ¿quién te sugirió la idea de extraer de aquella planta marina tan delicioso y nutritivo refresco?

—La primera idea no es mia, lo confieso; acordéme de la señora holandesa que nos acompañaba en el viaje y segun decia habia vivido largo tiempo en el Cabo de Buena Esperanza; la cual señora (que buen siglo haya) contó varias veces que aquellos habitantes recogian á orillas del mar una especie de alga, cuyas señas tambien me dió, que dejaban en infusion por espacio de cinco ó seis dias en agua, y bien cocida despues y mezclada con azúcar y limon, resultaba una gelatina parecida á esta. Yo á falta de azúcar he empleado la miel de caña, reemplazando el limon con hojas de ravensana, cáscara de vainilla y algunas gotas de aguamiel, y creo haber acertado en el cambio; y si no, vosotros podréis juzgarlo.

Agradecímos el singular obsequio de nuestra ama de gobierno colmándola de elogios y diciéndola, como es verdad, que un recuerdo á tiempo vale tanto como un invento.

Otra visita á la isla del Tiburon nos permitió examinar el estado de las plantaciones. Todas se encontraban en floreciente desarrollo. Los conejos tambien se habian multiplicado y les vímos alimentarse de las algas que crecian á orillas del mar, lo cual era una ventaja para la conservacion del plantío. Entre aquellas noté algunas diferentes de las que habia empleado mi esposa para la gelatina, que tenian sabor dulce y suave aroma de violeta, las que creí reconocer por el fucus saccharinus de que extraen azúcar los irlandeses. Los conejos se encontraban bien con este sabroso alimento; pero como á nuestra aproximacion huyeron escondiéndose en sus viveros, conocí que para utilizarlos era preciso construir un vivar cerrado con piedras y zarzas, donde les obligámos á entrar: obra que nos acupó dos dias, á mi entender bien empleados.

De aquí pasámos al islote de la Ballena, cuyos plantíos se hallaban tambien en buen estado. Todo era abundancia y creciente prosperidad, y nuestras posesiones terrestres y marítimas presentaban el más halagüeño espectáculo. Desde lo alto de las rocas que circundaban el islote contemplaba aquella tierra vírgen y fecunda, y el recuerdo de los tesoros que luego pondria á nuestra disposicion se enlazó con un agradecimiento profundo al Señor, dispensador de tantos bienes.

Un dia que me hallaba ocupado en el taller de la gruta reparé que tres de los niños habian tomado el portante sin decir nada, llevándose provisiones de boca, zanahorias y armas. Por las zanahorias, y por las expresiones que al salir les oyó mi esposa, conocí el objeto de su expedicion, que no debia ser otro que la caza de ratas de agua con el fin de proveerse de pieles para sombreros, de cuya nueva fabricacion se habia tratado varias veces. Les deseé buen viaje y mejor acierto, y proseguí mi tarea.

Ernesto, siempre casero, no fue de la partida por haberse quedado en la biblioteca ocupado en sus estudios; mi esposa andaba á vueltas con sus faenas domésticas; y cansado yo de trabajar, recordando que faltaban tablones de madera para trillar el grano de la cosecha, y á más otra provision de arcilla, resolví imitar á mis tres aventureros y dar tambien un paseo. Fuí á la cuadra, y no encontrando sino el búfalo, lo uncí á la rastra ya restaurada, encaminándome con los perros al Arroyo del chacal.

De paso tenia intencion de visitar los campos de yuca y patatas de allende el arroyo. Hacia más de cuatro meses que no habia estado en aquellas tierras labradas con tanto esmero, y deseaba ver el efecto de las lluvias, esperando hallar una vegetacion abundante y grandes esperanzas para la cosecha inmediata; pero ¡cuál fue mi sorpresa y enojo al ver completamente devastada gran parte de aquel hermoso plantío! los tiernos tallos y hojas estaban rotos, hollados; las raíces arrancadas, esparcidas por el suelo; en una palabra, era el más completo estrago en vez de la abundancia y prosperidad que me prometiera. Por de pronto no atiné la causa de semejante desastre; pero al aproximarme y prestar más atencion, por las huellas recientes que examiné despacio vine en conocimiento que era ganado de cerda el que habia causado tal destrozo. La dificultad estribaba en conocer si sus autores eran cochinos silvestres, ó bien la familia y descendencia de nuestra antigua marrana, cuya insociabilidad la habia apartado siempre de nuestra compañía. Pero fuesen quienes fuesen, maldije á la raza destructora, la cual habia elegido precisamente para satisfaccion de su devastador instinto las riquezas que tantas fatigas nos costaban y en que cifrábamos nuestras esperanzas.

Entre tanto los perros, que nada entendian de mis meditaciones filosóficas, se echaron á buscar á los devastadores, y á poco me acarrearon una manada de ellos, á cuyo frente reconocí á la vieja marrana, cuyos gruñidos denotaban su descontento. Tan irritado estaba del estrago que tenia á la vista, que sin poderme contener, de un tiro maté dos lechones, que pagaron por toda la familia. Los demas huyeron.

Llamé á los perros que les perseguian, y satisfecho en parte mi enojo, les recompensé con las cabezas de las víctimas. La decapitacion me pareció el medio más expedito para desangrarlos, y el tronco lo coloqué en el trineo. En seguida señalé los árboles que me proponia cortar para el objeto que deseaba, y dí la vuelta á Felsenheim poco lisonjeado de mi caza, debida á un acceso de cólera que, si bien disimulable, desdecia de mi habitual calma.




  1. El cauris es una concha del género llamado porcelana que se encuentra en el Mediterráneo y mar de las Indias.
  2. Múrice ó muria es el nombre de cierto marisco que cria la púrpura, color estimado de los antiguos.
  3. Llámase burgans á un caracol de las Antillas cuya concha es el mejor nácar.
  4. Came ó cama es un género de conchas bivalvas de los mares intertropicales, de cuyo nombre se deriva el de camafeo. (Notas del Trad.)
  5. Llámase bocina á un caracol marino de un pié de largo y cinco pulgadas de ancho que termina en punta, por la cual agujereado y soplando suena como el intrumento del mismo nombre.
  6. El nautillo ó nautilo es una especie de molusco cuya hermosa concha univalva de lustre anacarado se llama vulgarmente Taza de Vénus. Los hay de cerca de ocho pulgadas y son comunes en el mar de la India. Se encuentran tambien especies fósiles. (Notas del Trad.)