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El Robinson suizo/Capítulo XXVI

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El Robinson suizo (1864)
de Johann David Wyss
traducción de M. Leal y Madrigal
Capítulo XXVI


CAPÍTULO XXVI.


Yeso.—Salmones.—Sollos.—Cabial.—Algodon.


El arreglo de la cueva vino á constituir el trabajo habitual de todos, y aunque los progresos eran lentos, porque cada vez nos distraian otros cuidados diversos, no desesperé de que estuviera dispuesta ántes de la estacion de las lluvias. Registrando escrupulosamente los muros de la cueva, advertí que entre la cristalizacion salina de que casi en su totalidad estaba revestida, habia muchas piedras de espato de yeso que podrían ser de grande utilidad para las construcciones. Como el recinto no era vasto, busqué el sitio más á propósito para desprender ese mineral sin conmover lo demás, y en efecto me salió bien la operacion empleando escasa pólvora, teniendo la suerte de encontrar despues otra veta de espato en el borde saliente de la roca bajo la cual establecí al principio el depósito de municiones de guerra. Calciné luego los trozos de mineral arrancados, y cuando estuvieron frios, los niños los redujeron á polvo con la mayor facilidad, y lo colocaron en toneles, lo cual me proporcionó yeso para dedicarme á la albañilería.

Empleélo primero en revestir exteriormente los barriles donde tenia conservados los arenques, para preservarlos del contacto del aire y de la humedad; y no lo hice sino con la mitad, pues el contenido de los otros, para complacer á mi esposa que le gustaban mucho, se destinó para curarlos al humo, segun acostumbran los pescadores holandeses y americanos, construyendo al efecto con ramas una choza para colgarlos ensartados en juncos; encendí lumbre con leña verde, hojas húmedas y musgo para que produjese mucho humo, cerré luego cuidadosamente la choza á fin de que no se saliese por ningun resquicio, y obtuve una buena provision de arenques secos, de color amarillento y muy brillantes, tan bien preparados como los mejores que se curan en Holanda.

Al mes de esta pesca el mar nos trajo otra visita que no fue menos productiva. En un dia, la Bahía del salvamento y las costas inmediatas se llenaron de grandes pescados que acudieron en trople al Arroyo del chacal para depositar sus huevos entre las piedras de su álveo; Santiago fue quien primero divisó aquella irrupcion y me dió parte. Acudímos á la playa, y en efecto vímos aquella masa de pescado que se atropellaba por contrarestar la corriente. Por su aspecto y magnitud, aunque Santiago me anunciara ser ballenatos, unos me parecieron sollos y otros salmones de los mayores. Miéntras que discurria los medios de coger algunos, cuya pesca era más seria que la de los arenques, Santiago, siempre el más atrevido, se fué á la gruta y volvió en seguida provisto de su arco, flechas y un ovillo de bramante. Ató una de aquellas al extremo del cordel, y en cuanto echó el ojo á uno de los salmones mayores, tendió el arco y se la clavó en el costado. El pez herido bregaba por desasirse, de tal suerte, que si no acudieran pronto Ernesto y Federico, hubiera roto el bramante. Dándole cuerda y cansándole, al fin pudo sacarse á tierra y se le dió muerte. Al ver tan buen resultado tratámos de sacar más partido, ántes que los salmones se alejaran. Para esto acudímos todos, empleando cada cual su arma: yo con un tridente, como el dios Neptuno; Federico con su arpon, Ernesto con la caña, y Santiago con sus flechas. Cada uno hizo presa; mas yo tuve la suerte de coger entre las rocas dos ó tres. La gran dificultad era poderlos sacar del agua; Federico, que tenia clavado el arpon en un sollo que mediria al ménos ocho piés, no acertaba á arrastrarlo hácia la playa, resistiendo á todos nuestros esfuerzos reunidos, cuando á mi esposa, que presenciaba la escena, se le ocurrió la idea de traer el búfalo; le hicimos tirar de la cuerda, logrando así hacernos dueños de tan importante pesca.

No fue mala la que se armó para arreglar sobre la marcha, abrir, limpiar y poner en salazon el pescado. Una parte se saló, y la otra se curó como los arenques. Mi esposa, siempre industriosa, cuidó de conservar algo en escabeche como se hace con el atun. El sollo, cuya carne se parece á la de ternera, era hembra y los huevos pesaban más de cuarenta libras. Estaban ya por tirarlos al arroyo, así como los desperdicios, cuando me opuse, recordando que los rusos aderezan un manjar muy delicado con los huevos del sollo, al que apellidan caviar [1]. A cuyo efecto lavélas bien despojándolas de pellejo y fibras, y ligeramente saladas, las prensé en calabazas agujereadas para que se escurriera el agua. Al cabo de algunos dias se redujeron á una masa sólida, á manera de queso, y en seguida se pusieron á curar al humo junto con el pescado, lo que fue otro recurso para el invierno.

Para aprovecharlo todo traté tambien de servirme de la piel viscosa, las aletas y el resto de las entrañas del sollo para hacer con ello lo que se llama vulgarmente cola de pescado. Hervidos esos restos en una caldera y evaporada el agua, el remanente quedó con una consistencia espesa, parecido á la cola fuerte, y tan trasparente que se me ocurrió aplicarlo en lugar de cristal, extendiéndolo en hojas delgadas, sobre una losa de mármol, restos del ajuar del buque, y á medida que con el calor las hojas se endurecian, la quitaba y ponia otra, y así me encontré con quince ó veinte planchas sólidas y diáfanas que en caso de necesidad pudieran servirnos de cristales.

Entre tanto el huerto de Zeltheim se encontraba en estado floreciente, suministrándonos toda especie de legumbres y hortalizas exquisitas, y lo más admirable, sin abono alguno, sólo por la feracidad de aquella tierra vírgen, y en todas estaciones, pues en cualquiera producia sin interrupcion habas, guisantes, judías y demás legumbres. Las mazorcas del maíz tenian ya más de un pié, los melones y las sandias superaban nuestras esperanzas en magnitud y buen sabor, y la caña dulce y la piña eran riquísimas. En cuanto á patatas, yuca y batata, no hay que decir; teníamos campos enteros á nuestra disposicion, sin más trabajo que ir recogiendo. Semejante prosperidad al redor de la casa nos hizo concebir la esperanza de que se extenderia á la de nuestras plantaciones más lejanas; y ántes que llegasen las lluvias propuse á los niños una expedicion para ir á visitarlas, y proveernos de cera, goma elástica, calabazas y otras cosas que nos hacian falta y era indispensable reponer.

Antes fuimos á pasar un dia en Falkenhorst. En la llanura inmediata, donde mi esposa sembraba cuantos granos tenia de Europa, encontré la mayor parte de las mieses en sazon, y pocas todavía verdes. Habia trigo candeal, cebada, avena, centeno, guisantes, habas, lentejas y otras legumbres. La cosecha más abundante fue la del maíz. Segámos y reunimos en gavillas lo que estaba á punto, cuidando de vigilar la granazon de lo restante, pues no faltaban pájaros de todas especies, á quienes al parecer agradaban mucho esas nuevas producciones, anidando cerca para cosecharlas sin duda ántes que nosotros.

De entre las cañas de maíz se elevaron con gran ruido como hasta doce avutardas, los perros levantaron al mismo tiempo del sembrado otras bandadas de pájaros de diferentes tamaños y especies. Como esta aparicion nos cogió desprevenidos, nadie pensó en las armas de fuego; mas Federico, deseando poner á prueba al águila, soltóla á las avutardas y montó en el onagro siguiendo su direccion. El águila, remontándose á grande altura, se colocó perpendicularmente sobre una, y cayendo como un rayo encima de ella, la cogió en sus formidables garras, hasta que su amo, que la seguia al galope, la salvó de ellas. Acudímos todos á ver el primer ensayo de docilidad del águila cazadora, excepto Santiago, que se quedó en el campo para probar la destreza del chacal, patentizando el resultado de los adelantos que habia obtenido su maestro, pues en ménos que se dice atrapó una docena de codornices, que el niño nos enseñó á nuestra vuelta.

Esta excursion á las nuevas posesiones fue señalada con una invencion de mi esposa. Cuando llegó la hora de la comida, ántes de servirla, para abrir el apetito nos tuvo preparada una bebida compuesta de harina de maíz destilada en



Fritz lanza un águila que al momento cojió en sus garras á una las abutardas.


agua y mezclada con miel de caña, que constituia un refresco muy saludable y nutritivo con la apariencia y dulzura de la leche.

La avutarda, que estaba levemente herida, quedó agregada al corral, y las codornices asadas nos proporcionaron un excelente principio. Empleóse el resto del dia en poner en órden la hacienda de Falkenhorst, trillar y aechar los cereales á fin de conservar tan preciosa semilla para otro año, y disponer lo necesario para la excursion proyectada. Tenia ideado formar una colonia con la mayor parte de los animales, cuyo número se acrecentaba de tal suerte, que ya me causaba embarazo tener que mantener tantas bocas, en particular cuando llegase la mala estacion, pues no podíamos cuidarlos. Por lo tanto urgía arbitrar medios de aclimatarlos en otro punto, librándonos así de ese cuidado, buscándose ellos mismos la subsistencia necesaria á su conservacion, pero de manera que los encontrásemos cuando fuese necesario.

En consecuencia mi esposa eligió una docena de gallinas y un gallo, y yo saqué del establo cuatro cerdos, dos pares de ovejas, dos cabras y un macho cabrío, los cuales se colocaron en el carro donde ya habia provisiones de toda especie, víveres, herramientas y demás utensilios necesarios, y tirado por el búfalo, la vaca y el pollino, salímos todos de Falkenhorst para la nueva expedicion.

Federico, caballero en el onagro, iba delante á fin de reconocer el terreno para no meternos en algun atolladero, guiando por diferente camino al de otras veces, entre las rocas y la costa á fin de explorar los terrenos que aun no se habian reconocido de Falkenhorst al promontorio. Al principio costó un poco trabajo abrirse paso por la maleza é intrincados matorrales que cubrian el suelo; pero el hacha venció todos los obstáculos. Despues de una trabajosa hora de camino desembocámos en una llanura cubierta de matas del aspecto más singular del mundo, pues no sólo sus ramas y hojas, sino el terreno al redor parecia cubierto de copos blancos como si acabara de nevar. Franz, que lo vió primero, quiso saltar del carro gritando:

—¡Papá! ¡papá! ¡nieve! ¡nieve! ¡mamá! ¡deje V. que me apee para hacer pelotas!

Reímonos de la inocencia del niño al hablar de nieve cuando nos achicharrábamos de calor, no acertando nadie de pronto con lo que formaba aquella blanquísima alfombra; Federico aguijó al onagro, y volvió trayéndonos un ramo cargado de aquel vellon blanco, que alborozado conocí ser algodos del más fino. Era este hallazgo de precio inestimable, y ya mi esposa estaba echando cuentas de lo que con él pensaba hacer cuando tuviese lo necesario para emplearlo. Parámonos y recogímos cuanto se pudo; se llenaron tres sacos, conservando con especial cuidado la simiente que más adelante plantaríamos en las cercanías de Zeltheim, á fin de tener más á mano tan preciosa cosecha.

Terminada la operacion, seguímos adelante, dirigiéndonos á una colina que lindaba con el bosque de los calabaceros, para atalayar desde allí todo un paraíso terrestre. Árboles de toda especie vestian la falda de la colina, y un cristalino arroyo corría mansamente por la llanura, contribuyendo á la belleza y fecundidad del sitio. El bosque que acabábamos de atravesar ofrecia un abrigo contra los vientos del Norte, y la espesa y fresca yerba que tapizaba la vega podia asegurar la subsistencia del ganado; de suerte que por la amenidad del paisaje, lo poco combatido del cierzo y la abundancia del pasto, parecióme este punto el más á propósito para la nueva granja, adhiriéndose todos á mi parecer.

Comenzámos por armar la tienda, disponer el hogar con grandes piedras, á fin de que se aderezase la comida. Miéntras mi esposa y los niños se entretenian en eso, dirigíme con Federico para reconocer el sitio que debia ocupar la nueva casa. No tuve que andar mucho, pues bien cerca encontré un grupo de árboles bien dispuestos, y á proporcionada distancia unos de otros, para que sirvieran de pilares de la alquería. Fuímos trasladando allí las herramientas para comenzar la obra; mas como la tarde estaba ya adelantada y no podia hacerse ya gran cosa aquel dia, quedó aplazada la tarea para el siguiente. Encaminámonos á la tienda, donde mi esposa y los pequeños se ocupaban en desgranar la simiente del algodon. Cenámos sosegadamente y nos recogímos á descansar sobre los blandos haces de yerba que nos tenian dispuestos, los que en breve nos procuraron grato y apacible sueño.






  1. El cabiar ó cabial es un manjar muy estimado que se sirve en muchas partes del Oriente, aderezándose segun aquí se indica.