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El Robinson suizo/Capítulo XXX

De Wikisource, la biblioteca libre.
El Robinson suizo (1864)
de Johann David Wyss
traducción de M. Leal y Madrigal
Capítulo XXX


CAPÍTULO XXX.


El anís.—El ginsen.


A poco de esta fiesta, recordé que estábamos ya en la estacion de la caza de codornices y hortelanos, que tan abundantemente fue el año anterior en Falkenhorst, y así resolvímos dejar á Zeltheim, donde ya casi nos habíamos instalado desde algun tiempo, para renovar, si se presentaba ocasion, una caza tan productiva como aquella, y á la que debíamos una de las más preciosas y delicadas provisiones de invierno. Mis intrépidos hijos estaban ya dispuestos á partir con las más belicosas intenciones. Federico, el diestro tirador, y Santiago, que le iba en zaga, se regocijaban con las buenas perdigonadas que iban á aprovechar; pero no igualaba al suyo mi entusiasmo, recordando con pena la gran cantidad de pólvora gastada en el año anterior, prodigalidad que no me parecia oportuno repetir en el presente. Con todo, tengo presente haber leido en una obra de viajes, que los habitantes de las islas Pelew empleaban para ese fin unos palitos untados con una sustancia pegajosa, que llamaban liga, compuesta de goma elástica y aceite, con la cual cogian pájaros mayores que las codornices y hortelanos; resolví experimentarlo, y en caso de tener buen éxito la prueba ahorraria considerablemente las municiones de guerra.

La provision de cautchú obtenida en el último viaje estaba ya casi agotada con el calzado impermeable y otros objetos; urgia pues acopiarlo ántes de emprender cosa alguna. Federico y Santiago quedaron en el encargo de recoger cuanto pudiesen, pues á aquella fecha ya debia haber fluido de los árboles por las incisiones que en ellos se practicaron, colocando al pié calabazas para recoger el líquido que de ellas manaba.

Los niños cogieron con gusto el encargo, y montados en sus corceles, bien armados y acompañados de los perros, se echaron á andar, y muy luego los perdimos de vista.

Poco habia que salieran, cuando mi esposa se presentó en la estancia donde yo estaba diciendo:

—¡Tonta de mí! ¡qué olvido! Tenia dispuesta para que se llevasen los niños una calabaza para traer la cosecha, pues como las que allí encontrarán llenas son chatas y sin asas, las derramarán por el camino. Debia haber visto el estado de mis calabaceras.

—Déjalo, no pases cuidado por eso, la respondí; ya verás cómo se salen del paso sin que nada se pierda: además, es menester acostumbrarles á que discurran, y á contar con sus propios recursos y no con los ajenos. Pero volviendo á lo que acabas de decir: ¿dónde están esas calabaceras, que no las he visto?

—Calla, hombre, tú no sabes de la misa la media. Has de tener entendido que entre las semillas de Europa encontré pepitas de esa planta que he sembrado en la huerta del Arroyo del chacal, en los mismos hoyos de las patatas que se han arrancado. Ven, ven, que ya es hora que te enteres.

En efecto, seguila, y ví entre varias plantas de que yo no tenia noticia numerosas calabazas de distintas maneras, en forma de botellas, cantimploras y diversas hechuras. Algunas estaban ya maduras y en disposicion de vaciarse, otras estaban en flor. Franz y Ernesto adiestrados por su madre habian sido los principales artífices de algunos utensilios que encontré ya terminados y otros á medio hacer.

—¡Vales un tesoro, mujer! exclamé al verlo, ¡cómo podré recompensarte!

—Eso no es nada, respondió sonriéndose; quisiera tener fuerzas como vosotros para ayudaros en los trabajos pesados.

Con mis nuevas instrucciones la obra salió más bien acabada, y así nos encontramos con platos, soperas, botellas, copas y otras piezas de vajilla, empleando la sierra y el cuchillo. Ernesto, que ya se iba cansando de una ocupacion tan mecánica, pidió permiso para cambiar aquellas herramientas por la carabina para disparar unas cuantas perdigonadas á las codornices y hortelanos que á bandadas iban acudiendo á la higuera. Contuve sus ímpetus mortíferos, temiendo que este ardor intempestivo no ahuyentara los pájaros contra los cuales tenia ya meditada otra clase de caza de más efecto y ménos ruido.

Poco tardámos en ver de regreso á nuestros emisarios. Su algazara y aclamaciones los anunciaron.

—Y bien, les dije cuando llegaron, ¿qué tal? ¿habeis sido afortunados?

—Vaya si lo hemos sido, respondió Federico.

Apeáronse al punto, y pusieron de manifiesto todo cuanto traian, que se reducia á una mata de anís que Santiago habia metido en la alforja, una raíz envuelta en hojas, á la que habian dado el nombre de raíz de mono; dos calabazas llenas de cautchú, otra hasta á la mitad de trementina, un saco de bayas de cera, y por último, una grulla que el águila de Federico alcanzara cerca de las nubes; y conforme lo iban sacando, acompañaban la accion con tanta charla que me ví obligado á llamarles al órden para que hablasen por turno.

Santiago refirió el cómo y cuándo habia adquirido la mata de anís y la trementina. De estos dos objetos, uno al ménos lo consideraba supérfluo en nuestra posicion, pero el otro podia llegar á sernos de gran utilidad, pues la resina podia reemplazar al aceite en la composicion de la liga que intentaba hacer para cazar pájaros. En cuanto á la raíz que habian bautizado con el nombre de raíz de mono, pedí explicaciones, y Federico tomó la palabra.

—Ignoro, dijo, hasta qué punto nos puede ser de importancia esta raíz; mas lo que sí puedo afirmar, es que tiene un sabor muy agradable y que deja muy atras á la yuca en aroma y en sabor. La encontré á poca distancia de la nueva granja, y debo á los señores monos que se estaban regalando con ella semejante descubrimiento. Si viera V., papá; era cosa de risa ver el ansia con que se afanaban por sacarla de la tierra: el hortelano más diestro no trabajaria con tanto acierto para arrancar intactos sus nabos y zanahorias; pero lo más gracioso es que lo hacian de una manera singular. Cada mono escarbaba primero la tierra con las patas al rededor de la raíz que se proponia sacar, y cuando ya estaba algo descarnada, la cogia por la extremidad con los dientes, y en seguida echaba atras el cuerpo violentamente sin soltarla, repitiendo la evolucion cuantas veces eran necesarias hasta que sus reiterados esfuerzos conseguian desprenderla. Gran rato estuvímos parados como unos bobos entretenidos en ver las extrañas contorsiones y gestos de tan feos animales; pero pudo más la curiosidad de juzgar el mérito de una produccion por la cual tanto aprecio mostraban, y resolvímos dispersarlos para que nos dejasen el campo libre sin necesidad de gastar municiones por no contravenir á las instrucciones de V.; bastaron unas cuantas carreras á galope por donde estaban para que echasen á correr, diciendo piés para qué os quiero, dejando varias raíces en el suelo. Probamos una y nos pareció deliciosa, y así tuve á bien recoger algunas que he traido envueltas en hojas para que V. las vea despacio y averigüe su verdadero nombre, ó si se han de quedar con el nuestro de raíz de mono.

Miéntras Federico hablaba examiné de nuevo la raíz, y despues de haberla gustado, dije:

—Hijo mio, este descubrimiento es casi un tesoro, si como yo pienso es el ginsen, planta que se reputa como sagrada en la China, donde la creencia popular la considera y estima como una especie de panacea que cura todos los males. El emperador es quien únicamente tiene el derecho de recolectarla en los sitios marcados donde se cultiva, los cuales están guardados por centinelas; mas esto no obsta para que los americanos introduzcan de contrabando en el Celeste Imperio gran cantidad [1].

—Pues si eso es cierto, respondió Ernesto, benditos sean los monos que nos han puesto en posesion de tan preciosa alhaja de mandarines.

—Bendícelos cuanto quieras, añadió Federico, que yo los maldigo de todas véras; ¡así no quedara uno por muestra! Aun falta lo mejor, papá. Despues de recoger las dichosas raíces, nos dirigímos á los árboles de la goma. Las calabazas estaban llenas, las vaciámos en otras más adecuadas para traerlas, y como el sol aun estaba bastante alto, se nos antojó llegarnos á ver qué tal lo pasaban sus colonos. Pero ¡qué lástima! ¡el alma se me cayó á los pies! ¡La casa en el mayor desórden y casi por tierra; las cercas arrancadas de cuajo, y las tablas esparcidas por todos lados; muchas de las gallinas muertas; las cabras y corderos dispersos, y por todas partes ruina y devastacion! ¡Nuestro bello establecimiento, aquella granja modelo habia sido saqueada y quedado por de pronto inservible; y todo, todo causado por los malditos animales que tú bendices! ¡Ah! cuánto me arrepentí entónces de la consideracion que poco ántes tuve en dispersar á esos perversos de la manera tan humana que lo hice, y no á tiros para que pagasen con la vida los daños que acababan de causar! Pero como ya no tenia remedio, en vez de lamentaciones inútiles procurámos reparar el daño en lo posible. Apriscámos como Dios nos dió á entender los pobres animales, que asustados vagaban errantes por las inmediaciones, que acudieron á nuestra voz; arreglé la puerta y las brechas del cercado, y en vez de descansar un rato y tomar siquiera un bocado en aquel albergue cuya devastacion nos partia el alma, dímos la vuelta por el Lago de los cisnes. Allí fue donde el águila apresó el pájaro que V. ve, y cuando la bandada estuvo cerca, conocí que eran grullas tan espesas que casi oscurecian el sol. Al principio las vímos posadas en el suelo cerca de nosotros, y ya esperaba hacer un buen agosto; mas al percibirnos, alzaron el vuelo á una altura prodigiosa. Solté el rapaz, por no perder el viaje y traer siquiera una muestra.

Sin más que hacer y creyéndonos suficientemente recompensados con el hallazgo de las raíces y demás riquezas que habíamos conquistado, pesarosos con la devastacion de la granja, y más el mal rato que iba V. á pasar al saberlo, dímos la vuelta y hénos aquí.

Federico concluyó su narracion.

La noticia que nos dió puso á todos de mal humor. Desde entónces resolví hacer tan grande escarmiento con esa raza de semi-hombres, que les dejase atemorizados, en términos de comprender con su instinto que se las tenian que haber con quienes podian y sabian más que ellos, pues de esto pendia la conservacion de cuanto emprendiésemos en la isla. Consolé á los niños prometiéndoles que pronto se repararia el desórden, y que para prevenir la vuelta de semejante enemigo, organizaríamos una batida contra esa horda de ladrones en la que todos podrian lucirse.

En seguida nos llamaron á cenar. Como era de esperar, no faltó en la mesa la raíz de ginsen que á todos pareció exquisita; pero como por su naturaleza aromática la consideraba más como remedio que como alimento, prohibí el uso frecuente de ese manjar que pudiera ser nocivo, si bien no me opuse á que mi esposa criase algunas matas entre las plantas de lujo.

La impresion de tristeza que causó la funesta hazaña de los monos se fué disipando, y nos separámos alegres y contentos despues de las oraciones de costumbre, pensando en lo que se habia de hacer al siguiente dia.





  1. El ginsen es una planta de la familia de las araliáceas, que crece en China y en el Japon. Su raíz, que tiene el gusto agradable, es aromática, amarga, y por lo tanto estimulante y tónica; pero á pesar de lo mucho que aquí la ensalza el autor, la experiencia no ha confirmado en Europa las maravillosas propiedades que los chinos la atribuyen y de las que se hace cargo como ciertas Mr. Wiss. (Nota del Trad.)