El Tempe Argentino: 23
Capítulo XXI
[editar]
Entre los insectos que se distinguen por su elevado instinto y por su industria, al más admirable por la apariencia de previsión y de ciencia, y por su industria y su historia sorprendente, es una avispa solitaria, que aun no tiene nombre porque nadie ha penetrado todavía, con los ojos de la investigación, al arcano de su vivienda. Esta avispa es grande, de más de una pulgada; su cuerpo es esbelto, negro, lustroso, sin vello, y las alas de color café. Sus movimientos son vivos y graciosos, es inofensiva, y tiene un canto melancólico, de sonidos dulces y vibrantes, parecidos a los que resultan girando un corcho por el borde de un vaso de cristal.
No es necesario ir a los campos o a los bosques para observarla; ella misma se nos presenta confiadamente y se establece en nuestras casas, para ejecutar a nuestra vista y ofrecer a nuestra contemplación la obra artística de su ciego instinto, y los admirables resultados fisiológicos de sus misteriosas operaciones, puramente maquinales. Si, dentro de la habitación del hombre, no solamente en los ranchos de las islas, sino en los edificios urbanos, todos los años se avecinda, y no elige las piezas apartadas para levantar su casita y establecer su familia con más seguridad y sosiego, sino los aposentos habitados, en cuyos techos y paredes trabaja descubierta, como si se complaciese en mostrarnos su habilidad y probarnos su confianza en el rey de la naturaleza, de quien no teme le rehuse la hospitalidad, ni mire con desdén una de las maravillas de su Creador. ¿Por qué no prefiere, como las demás avispas, la soledad y seguridad de los bosque para construir el nido a su postuma prole? ¿No posee, como el camuatí, el arte de construir una casa sólida, capaz de resistir las intemperies? Parece, pues, que la avispa solitaria no buscase hasta el interior de nuestra alcoba, para darnos ejemplo de laboriosidad, de habilidad, de previsión, y también de abnegación, pues que todo lo hace para sus hijos. Ella no disfruta un solo instante de las comodidades de su morada ni de sus abundantes provisiones; trabaja con afán, bajo de nuestro techo pasando las noches al raso; y una vez concluida su tarea, se aleja para siempre a vivir o morir en la soledad y desamparo del desierto. ¡Singulares costumbres las de esta avispa, en oposición completa con todas las demás especies, que viven en sociedad y se auxilian mutuamente para la construcción de sus nidos y su defensa!
La avispa solitaria tiene una vida enteramente aislada, sin relación alguna con sus semejantes. Es una viuda desvalida, que apenas gozó un momento de su enlace conyugal; que no ha conocido a sus padres; y que, sin esperanzas de criar ni aun ver a sus hijos sabe sin embargo proveer a la seguridad y subsistencia de ellos. Ella sola lo hace todo; sin el concurso del macho, el cual, probablemente, después de su pasajera unión sexual, habrá sucumbido como el zángano que obtiene los favores de la abeja reina, pues que nunca se ve sino a la avispa hembra en la obra y provisión de la casa. Se compone ésta de varios departamentos o grupos de casillas tubulares hechas de finísimo barro, paralelamente colocadas. Cada departamento consta de una casilla central y cinco laterales para las larvas. Las provisiones consisten en arañas de patas cortas, de diferentes especies. Las trae vivas, pero atontadas por efecto del venenoso aguijón de la avispa; y así semivivas las amontona, unas sobre otras, en el cañuto o casilla del centro y tapa la entrada. Al mismo tiempo pone un huevo en cada una de las casillas laterales y también la cierra. Dando por esto por concluida su misión, abandona casa, provisión e hijos, para seguir la vida errante y solitaria de los bosque.
Entre tanto los hijos que salen de los huevos, pasan todo el invierno en su encierro, nutriéndose y creciendo por un sistema de alimentación el más curioso y extraño. Se alimentan no por la boca, sino por los poros de su cuerpo, absorviendo las emanaciones de las arañas que al fin perecen por consunción. Esa absorción es suficiente para el desarrollo de las larvas hasta su transformación en avispas perfectas, las cuales salen de su prisión abriéndose paso con los dientes, y cada cual vuela por su lado para volver en el verano a construir, cada una aisladamente, su edificio, repitiendo las mismas operaciones de la avispa madre.
He aquí un verdadero vampirismo; pero, al revés del monstruoso absurdo (admitido todavía en nuestros tiempos por naciones ilustradas) son aquí los vivos, los verdaderos vampiros que engordan a expensas de las sustancias de los semi-muertos.
El fenómeno que nos ocupa está admitido y explicado por la ciencia médica, aunque no precisamente en cuanto a la completa alimentación por medio de la absorción cutánea y pulmonar; pero reconoce el hecho de que una persona débil se robustece, puesta en contacto frecuente con otra vigorosa. La experiencia ha demostrado que, cuando en el matrimonio existe gran desproporción de edades, el consorte de más años mejorará a expensas del más joven; y se ha visto que los niños que duermen con personas ancianas, desmedran notablemente y aun llegan a morir. Una de las causas, tal vez la más activa, de la espantosa mortalidad de los niños de las inclusas, consiste en la falta del fomento del regazo materno, que completa la alimentación del infante con las emanaciones de la madre o del ama.
Este hecho fué conocido desde los tiempos más remotos, como parece probarlo la aplicación que de él hicieron los médicos hebreos en la decrepitud del rey David. El célebre Hufeland, en su Arte de prolongar la vida, cita algunos casos curiosos, muy interesantes bajo el punto de vista científico.
Todo cuerpo vivo exhala sin cesar, por medio de la transpiración en forma gaseosa, parte de su sustancia, y esa emanación participa de las mismas condiciones de salud o enfermedad del cuerpo que las produce; al mismo tiempo absorbe constantemente por la piel y por los pulmones las emanaciones de los cuerpos inmediatos.
En el caso de la avispa solitaria, es probable que sus larvas estén dotadas solamente de la propiedad de absorber; y, como las arañas se encuentran con esa misma propiedad debilitada por la extenuación, resulta que las larvas estarán constantemente recibiendo emanaciones asimilables sin perder nada; y por el contrario, las arañas perderán su sustancia sin compensación, demacrándose hasta quedar reducidas al pellejo, como se las encuentra cuando las larvas han llegado al estado de crisálidas.
Todo esto, y mucho más, tendría que saber la avispa madre si ella operase guiada por el raciocinio. Para que un ser dotado de inteligencia pudiera proceder con el acierto de esta avispa, necesitaría prepararse con el estudio de la Física, la Fisiología y la Historia natural, además de la teórica y práctica indispensables para la construcción del edificio con las debidas proporciones y requisitos, aunque fuese con auxilio de la regla y el compás.
Para resolver el extraño problema de alimentar los hijos sin darles de comer, debería, ante todo tener conocimientos de las funciones de la respiración y absorción, y de la peculiaridad de las larvas de ser sólo absorbentes. Entonces podría ocurriría la idea de colocar las larvas al lado de otros insectos vivos que las nutriesen con sus emanaciones; pero ¿cómo hacer para que estos animales no devoren a las tiernas crías? ¿y cómo conservarlos vivos por el largo tiempo de tres o cuatro meses? Para eso sería indispensable que supiese que la araña goza el privilegio de poder vivir mucho tiempo sin comer; y para evitar que ataquen a las larvas ni embaracen su desarrollo, idearía encerrar las arañas dentro de una casilla y colocar las larvas alrededor de este depósito. Mas para discurrir así, sería preciso que conociese la propiedad que tienen los gases de pasar al través de los cuerpos porosos y que esa porosidad existe en un tabique de tierra. También le sería necesario conocer la ferocidad de las arañas que llegan a devorar a las más débiles de su especie, porque si en el encierro en que las deja tuviese lugar esa carnicería, quedaría todo perdido.
Para evitar tal desastre habría de ocurrir al arbitrio de narcotizarlas, sabiendo que lo lograría por medio del veneno del aguijón y conociendo también la dosis homeopática que se debe suministrar para no producir la muerte de las arañas.
¿Y no habría el temor de que el veneno introducido en el organismo de la araña, siendo a la vez absorbido por la larva, causase la muerte de ésta? Debería, pues, la avispa estar enterada de que los venenos animales únicamente obran introducidos en una herida o llaga, y pierden toda su fuerza recibidos por absorción e ingestión; por manera que la carne de un animal muerto de una mordedura ponzoñosa se puede comer impunemente, aunque impregnada de un virus deletéreo.
Aun llegada a este punto la solución del problema, todavía pudiera malograrse todo el trabajo con la asfixia de las larvas y sus forzadas nodrizas, si ignorase que unas y otras pueden vivir sin respirar el aire libre. Y, finalmente, sería necesario saber de antemano la duración del período del crecimiento de las larvas hasta su metamorfosis para poder graduar la cantidad de provisiones vivas que se deben almacenar.
¿Llegaría el hombre a las conclusiones del insecto, sin pasar primero por las vacilaciones de la duda y por mil experimentos infructuosos?