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El Tempe Argentino: 29

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


Capítulo XXVII

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Los árboles


¿Qué compañeros más útiles del hombre, que los árboles que, a la vez que amenizan su mansión, mantienen la fertilidad del suelo que cultiva? Los árboles protegen las vertientes, impiden la pronta evaporación de las aguas y atraen las lluvias y los rocíos. Los árboles depuran la atmósfera de los gases perniciosos, exhalan el oxígeno que nos da la vida, depuran y fecundan el suelo que los nutre, después de colmarnos de sus dones. Los árboles, nos dan alimento, medicina, vestido, casas, muebles, utensilios, embarcaciones, vehículos de toda clase y mil productos necesarios para las artes todas. Los árboles nos refrigeran con su sombra en el verano y mantienen el fuego del hogar en el invierno; nos protegen contra el huracán y contra el rayo; ofrecen abrigo a las aves y forraje a los ganados; proporcionan recreo a nuestros ojos, melodía a nuestros oídos, perfume a nuestro olfato, regalo a nuestro gusto, grata y útil ocupación a nuestros brazos, vitalidad a nuestro cuerpo, y elevación a nuestro espíritu.

Por poco que se observe la vegetación del delta argentino, se notará muy luego, que son dos los rasgos que la particularizan; el uno es la confusa mezcla de árboles, diferentes en forma, en follaje y en color; el otro la prodigiosa variedad de plantas sarmentosas, llamadas enredaderas, bejucos y lianas; las cuales dan a sus arboledas un aspecto muy variado, e imprimen a sus paisajes cierto aire festivo y romántico en que consiste su mayor encanto. La vista no se harta de recorrer, ni la mente de admirar

la profusión de vegetales, aun de las más apartadas familias, que se agrupan y entretejen confundidos, sin perjudicarse al parecer; sirviendo además de apoyo a las plantas trepadoras, nutriendo las parásitas y abrigando las aéreas que no participan de los jugos de la tierra, ni usurpan la sustancia del árbol que las lleva.

Los árboles que han cumplido el período fijado a la existencia de cada especie, parecen aun por largo tiempo frondescentes con el prestado follaje de las lianas que los envuelven, y cuando sus carcomidos troncos caen al suelo para devolverle con su descomposición los principios que de él han recibido, todavía la naturaleza se apresura a velar las huellas de la muerte revistiéndolos de una túnica de verde musgo, adornada de heléchos y agáricos. ¿Cómo explicar tan activa como inagotable fecundidad? El supremo grado de fertilidad del terreno, la extraordinaria profundidad de esa tierra vegetal, el riego frecuente de las mareas, la propiedad fertilizante de las aguas del Paraná por su tibieza y de las del Plata por su limo, la ausencia completa de aguas corrompidas, y finalmente, la angostura de las zonas numerosas, que hace más accesibles las masas vegetales a la acción del sol y demás agentes atmosféricos, todas éstas deben ser las causas de tan copiosa y exhuberante vegetación.

Así también se comprende por qué la flora del delta nos presenta el aspecto de una latitud más elevada, por las numerosas especies de árboles y plantas de hoja permanente, que dan a sus bosques la fisonomía alegre de la primavera, a pesar de los fríos y heladas del invierno, formando un notable contraste con la vegetación agostada de la costa.

Mas ¡ay! que pronto desaparecerá tanta amenidad, tanta belleza, ante los rudos pasos de la industria desnaturalizada por la codicia y el error. Con dolor se ven caer ya los bellos árboles que hacían la delicia de nuestro Tempe a los golpes del hacha, acerada como los corazones en que el interés ha ahogado el sentimiento de lo bello, y ciega como la ignorancia que labra su propia ruina.

¡Arboles bienhechores, que fuísteis el encanto de mi infancia, y que siempre he contemplado con enajenamiento y gratitud! yo os ampararé, yo os conservaré ilesos como os crió la naturaleza, sobre los arroyos que rodean mi rústica vivienda, para que vuestro espeso ramaje continúe derramando sobre ella la frescura de vuestra sombra, el bálsamo de vuestras flores, la ambrosía de vuestras frutas, el canto de vuestras aves. ¡Ah! esparcid como siempre en torno de mi cabaña la fragancia y el regalo, la salud y la alegría!