El crimen de Sylvestre Bonnard: 004
8 de julio.
Al saber que enlosaban de nuevo la capilla de la Virgen de Saint-Germain-des-Près, me dirigí a la iglesia con la esperanza de encontrar algunas inscripciones descubiertas por los obreros. Efectivamente, no me equivoqué. El arquitecto me enseñó una piedra que había mandado arrimar a la pared. Arrodilléme para descifrar la inscripción grabada sobre aquella piedra, y en voz baja, en la semiobscuridad del viejo ábside, leí las siguientes palabras, que me emocionaron:
J U A N T O U T M O U I L L E
monje de esta iglesia que mandó recubrir de plata la barbilla de San Vicente,
la de San Amado y el pie de los Inocentes. Fue mientras vivió un hombre prudente y sufrido.
Rogad por su alma.
Limpié suavemente con mi pañuelo el polvo de aquella losa; hubiera querido besarla.
"—¡Es él! ¡Es Juan Toutmouillé!" —exclamé.
Y en las altas bóvedas aquel nombre resonó con estrépito sobre mi cabeza.
El rostro mudo y grave del sacristán, que avanzaba hacia mí, me avergonzó y contuvo aquel entusiasmo; escapé entre los dos hisopos cruzados sobre mi pecho por dos ratas de iglesia rivales.
Sin embargo, era mi Juan Toutmouillé, ¡no había duda!, el traductor de la Leyenda dorada, el autor de la vida de los santos Germán, Vicente, Ferreol, Ferrucio y Droctoveo, como yo me lo había figurado monje de Saint-Germain-des-Près, y además de buen monje, muy piadoso y liberal. Mandó construir una barbilla de plata, una cabeza de plata y un pie de plata, para que los restos preciosos estuviesen encerrados en una envoltura incorruptible.
Pero ¿llegaré a conocer su obra, o este nuevo descubrimiento sólo servirá para aumentar mis preocupaciones?