El falso Inca: 07

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​El falso Inca​ de Roberto Payró
Capítulo VII


VII - EN CAMPAÑA


Desde aquel día Bohórquez y Carmen se multiplicaron, sin contentarse con enviar mensajes y chasques, pues recorrían personalmente pueblos y aldeas en son de propaganda. Luis Enríquez no era ya el representante, sino el compañero y el segundo de Huallpa-Inca. Trabajaban a cara descubierta: el secreto tan admirablemente guardado por un pueblo entero, se abandonaba ya, como inútil. Bohórquez mostrábase públicamente en todas partes, y arengaba al pueblo.

-¡Vengo -decía siempre- a restablecer el bondadoso imperio y la justiciera ley de mis antepasados! ¡Sus nobles máximas serán mi única norma de conducta! -¡Sí! como el gran Pachacutec, os repetiré: «Cuando los súbditos y sus capitanes o curacas obedecen de buen ánimo al Inca, el reino goza de toda paz y quietud. -¡La envidia es una carcoma que roe y consume las entrañas de los envidiosos: el que tiene envidia de los buenos, saca de ellos mal para sí, como hace la araña al sacar su ponzoña de las flores! -La embriaguez, la ira y la locura corren igualmente, sólo que las dos primeras son voluntarias y mudables, y la tercera perpetua. -¡El que mata a su semejante, se condena él mismo a muerte! -¡De ningún modo se deben permitir ladrones, y los adúlteros que afean la fama y la calidad ajenas, y quitan la paz y la quietud a otros, deben ser declarados ladrones! -¡El varón noble y animoso es conocido por la paciencia que muestra en las adversidades! -¡Los jueces que reciben ocultamente las dádivas de los negociantes y pleiteantes, deben ser tenidos por ladrones!»

Y seguía desarrollando éstas y otras máximas dictadas por la sabiduría de los Incas del Perú, y ajustadas al espíritu de los calchaquíes, para terminar su peroración exclamando:

-¡Ahora, decidme! ¿cuántas veces caen los españoles que nos sojuzgan inicuamente, bajo el imperio de estas leyes, y debieran ser castigados? ¿No son ellos los perturbadores, los envidiosos, los llenos de vicios, los torturadores y homicidas, los ladrones, los adúlteros, los jueces venales, arbitrarios y corrompidos? ¿No han merecido cien veces la muerte?

Los indios recibían con entusiasta arrebato estas palabras de condenación. Luego sonreían, cuando Bohórquez, irónico, hacía mofa de la proclamada superioridad de los españoles:

-Pretenden enseñarnos, pretenden «civilizarnos» y lo que hacen es detener nuestra industria, matar nuestra agricultura, hacernos volver a la vida errante, esclavizarnos y embrutecernos con las mitas, el trabajo de las minas, los quehaceres serviles con que nos convierten en bestias de carga. ¿Cuál es su superioridad? La del escarabajo acorazado y fuerte sobre la dulce abeja de nuestros bosques. ¡Ah! ¡pero nosotros tenemos el aguijón: la flecha -y sus corazas no han de bastarle! ¡Pretenden enseñarnos! ¡y las mismas máximas principales de su religión son viejas para nosotros! ¿Quién no sabe que hay un poder más grande que el del sol? ¿Quién no venera a Pachacamac, el espíritu de las cosas? ¿Quién no conoce las palabras del gran Topa-Inca-Yupanqui: El sol no es el hacedor de todas las cosas, y no es libre: es como la res atada que siempre gira en el mismo redondel, o como la flecha que va donde la envían y no donde quisiera?...

Estos discursos subversivos, que fomentaban el orgullo de la raza y el odio al opresor, llegaban a oído de los españoles; pero como éstos no trataban de reprimir y castigar al agitador, obligados a la pasividad por el ávido y ciego Villacorta, alcanzaban un éxito cada día más grande.

-¡Mucho ha de ser el poderío del Inca -pensaban los indios-, cuando nadie se atreve a incomodarlo, aunque diga lo que dice!

Por valles y montañas cundía de este modo la fama y popularidad de Bohórquez, haciendo que de día en día, de hora en hora, creciera el número grande ya de sus parciales. En cuanto a los caciques y curacas, si seguían desconfiando del aventurero, sabían disimularlo admirablemente. ¿No era, por otra parte, el disimulo su mejor arma de defensa bajo la opresión?

Pero Bohórquez, aconsejado por Carmen, no tiraba de la cuerda hasta que se rompiera, y cuidaba de mantener siempre vivas las esperanzas del gobernador. Sin embargo, elemento agitador y perturbador de primer orden, faltábale la vista clara y el cerebro organizado de un gran caudillo: como el niño curioso, era capaz de desarmar una máquina, pero no de armar otra con sus piezas; admirable instrumento si hubiera estado en manos de un hombre genial, resultaba inútilmente destructor entregado a sus propias fuerzas. Carmen no bastaba para inspirarlo y dirigirlo: aunque ambiciosa, inteligente y hábil, faltábale también cultura, espíritu sintético, experiencia... Sin embargo, sabían ver y burlar los peligros del presente, aunque el futuro, hasta el más inmediato, les quedaba completamente en la sombra.

Carmen visitó varias veces a Mercado y Villacorta en nombre de Bohórquez, alucinándolo con nuevas promesas y con la reiteración de las anteriores. El descubrimiento de las huacas y tesoros era cosa inminente... También se tenía la seguridad de reabrir el antiguo camino al Gran Paitití, el reino portentoso a que se habían tirado los Incas con sus ingentes riquezas; la Ciudad de los Césares caería también en sus manos... Pero había que tener paciencia, esperar, captarse la absoluta confianza de los indios...

El noble caudillo se prendó de la mestiza, siguiendo su natural inclinación a los devaneos, y al verla embellecida por sus nuevas galas. -Carmen no desdeñaba la coquetería, y aprovechó su cambio de posición y los presentes con que se la colmaba en todas partes, como a la Coya esposa del Hijo del Sol. Y la gracia, el despejo y los favores de la joven, no influyeron poco para que fuera alargándose indefinidamente el plazo perentorio de tres meses concedido al andaluz para el descubrimiento de los tesoros y huacas -concesión muy acertada al parecer, pues a pesar de sus discursos, el falso Inca mantenía la paz entre los indios, que acataban visiblemente su autoridad... Es de observar que, después del primer período de violenta agitación, Bohórquez, sin abandonar su táctica revolucionaria, la complementó aconsejando no ya sólo el secreto, sino también una fingida y completa sumisión a los españoles, aun con aparente detrimento suyo.

-¡Inca él! -exclamaban los indios aleccionados, allí donde pudieran oírlos-. ¡No tenemos más Inca que el rey de Castilla y de León!...

Esta estratagema fue adormeciendo a los españoles, a quienes el verano abrasador no tardó en amodorrar del todo, dejándolos en la dulce indolencia a que los invitaba el clima, inclinaba el carácter, y arrastraba la molicie de la vida, con tantos siervos encargados de atender a sus necesidades.

En cambio, los indios perseveraban entusiastas en el sigiloso trabajo que iba rodeando y envolviendo a sus enemigos en una telaraña cada día más apretada y resistente. Los chasques, las humaredas, teníanlos en comunicación rápida y continua. Telegrafiábanse por medio de los humos, de pueblo en pueblo y de tambo (posada) en tambo, siempre al corriente de todas las noticias y con el mismo propósito libertario. Su silenciosa y universal actividad, armonizaba con el descuido español, universal y silencioso también.