El fray

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​Este texto ha sido incluido en la colección Relatos varios de los años 30 de Felisberto Hernández
Compilado de relatos tempranos, no agrupados en libros, revisados por la Fundación Felisberto Hernández en colaboración con Creative Commons Uruguay
​El fray​ de Felisberto Hernández

Éste no es un ministro de Dios: es un Dios que se ha disfrazado de ministro de sí mismo. No es extraño que un periodista de campaña tenga que disfrazarse de director, redactor, cajista, maquinista, etc. Pero Don Juan Paseyro Monegal se ha disfrazado de Fray y de otros personajes que hacen de su diario un maravilloso teatro de acontecimientos y que a diferencia de la obra de Pirandello, todos los personajes han encontrado autor.

Como Fray, Dios no le ha impuesto la lucha contra los impulsos de su naturaleza, y por otra parte él no ha hecho fraude con sus impulsos, pues este Fray o Padre, es un Padre con prole.

Como Dios, no ha dicho “Creced y Multiplicaos” y después ha hecho un barro con forma de hombre, y a éste le ha restado una costilla para hacer un Adán y una Eva. Don Juan ha empezado él mismo por crecer en inteligencia, intensidad y voluntad, y se ha multiplicado en muchos hijos y muchos libros de páginas libres.

Su vida es sencilla como la de muchos grandes hombres. Se le puede encontrar a la vuelta de una esquina, darle la mano, ir a su casa, tomar mate amargo con él, y hasta muchos imbéciles podrán pensar por esto que no es tan grande como dicen. No está con el concepto corriente en que un escritor debe ser desaseado y negligente; en la calle viste con sencillez correcta y si en su taller se le encuentra con un traje sucio es porque trabaja entre los maquinistas como cualquier obrero. Tampoco cree que el hombre célebre debe forzosamente emborracharse y este Fray no toma vino ni en la misa ni en la mesa: en la misa porque si quisiera tomar no pondría la misa por pretexto y en la mesa porque un literato en nuestro país no puede permitirse el lujo de tomar vino bueno.

En su obra es tan sobrio, fuerte y fecundo como en su vida. Carece de la falsa modestia y cuando se habla de su obra la comenta como si la inteligencia fuera una lotería que tanto le tocó a él como le podría haber tocado a cualquier otro. No rebusca la originalidad en asuntos raros; es original donde es más difícil serlo: en las cosas comunes. Compone sayos para tipos comunes y al que le caiga que se lo ponga. Su estilo es tan agudo, claro, natural y de tal fuerza, que enseguida se reconocen los tipos que pinta. Este Dios no manda a los malos al diablo, pues él es pródigo en buenas palabras y buenos palos. Las imágenes de su literatura son tan sencillas y conocidas como puede serlo una salida de sol en un cuadro de una mañana; pero en él se vuelven originales por su fuerza y por su justeza.

¡Ah! me olvidaba de que me propuse no hablar de su obra, pues ésta se recomienda sola, y así este Dios tiene ministros por todas partes, de sincera vocación, que transcriben sus artículos y que extienden sus prédicas sin ir al tanto por ciento. Mi misión termina, al informar a alguno que no lo sepa, que la vida de este gran hombre es como su obra.