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El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha (1608)/Capitulo VI

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época
Cap. VI. Del donoſo, y grande eſcrutinio que el Cura, y el Barbero hizieron en la libreria de nueſtro ingenioſo hidalgo.


E

L Qual aun toda via dormia. Pidio las llaues â la ſobrina del apoſento, donde eſtauan los libros, autores del daño, y ella ſe las dio de muy buena gana: entraron dentro todos, y la ama con ellos, y hallaron mas de cien cuerpos de libros grandes muy bien enquadernados, y otros pequeños: y aſsi como el ama los vio, boluioſe â ſalir del apoſento con gran prieſſa, y tornò luego con vna eſcudilla de agua bendita, y vn hiſopo, y dixo: Tome vueſtra merced ſeñor Licenciado, rozie eſte apoſento, no eſté aqui algun encantador de los muchos que tienen eſtos libros, y nos encanten, en pena de la que les queremos dar, echandolos del mundo. Cauſó riſa al Licenciado la ſimplicidad del alma, y mandó al Barbero que le fueſſe dando de aquellos libros vno â vno, para ver de que tratauan, pues podia ſer hallar algunos que no merecieſſen caſtigo de fuego. No, dixo la ſobrina, no ay para que perdonar â ninguno, porque todos han ſido los dañadores, mejor ſerá arrojarlos por las ventanas al patio, y hazer vn rimero dellos, y pegarles fuego, y ſino lleuarlos al corral, y alli ſe hara la hoguera, y no ofendera el humo. Lo miſmo dixo el ama, tal era la gana que las dos tenian de la muerte de aquellos inocentes, mas el Cura no vino en ello, ſin primero leer ſiquiera los titulos. Y el primero, que Maeſſe Nicolas le dio en las manos, fue los quatro de Amadis de Gaula, y dixo el Cura: Parece coſa de miſterio eſta, porque ſegun he oydo dezir, eſte libro fue el primero de cauallerias que ſe imprimio en Eſpaña, y todos los demas han tomado principio y origen deſte, y aſsi me parece, que como à dogmatizador de vna ſeta tan mala, le deuemos ſin eſcuſa alguna condenar al fuego. No ſeñor, dixo el barbero, que tambien he oydo dezir, que es el mejor de todos los libros que de eſte genero ſe han compueſto, y aſsi como à vnico en ſu arte ſe deue perdonar. Aſſi es verdad, dixo el Cura, y por eſſa razon ſe le otorga la vida por aora. Veamos eſſotro que eſtá junto a el. Es, dixo el barbero, las Sergas de Eſplandian, hijo legitimo de Amadis de Gaula. Pues en verdad, dixo el Cura, que no le ha de valer al hijo la bondad del padre: Tomad ſeñora ama, abrid eſſa ventana, y echalde al corral, y dê principio al monton de la hoguera que ſe ha de hazer. Hizolo aſsi el ama con mucho contento, y el bueno de Eſplandian fue bolando al corral, eſperando en toda paciencia el fuego que le amenazaua. Adelante, dixo el Cura. Eſte que viene, dixo el barbero, es Amadis de Grecia, y aun todos los deſte lado, a lo que creo, ſon del meſmo linage de Amadis. Pues vayan todos al corral, dixo el Cura, que atrueco de quemar à la Reyna Pintiquinieſtra, y al Paſtor Dariniel, y à ſus Eglogas, y

á las endiabladas y rebueltas razones de ſu autor, quemara con ellos al padre que me engendró, ſi anduuiera en figura de cauallero andante. De eſſe parecer ſoy yo, dixo el barbero: y aun yo, añadio la ſobrina. Pues aſsi es, dixo el ama, vengan, y al corral con ellos. Dieronſelos, que eran muchos, y ella ahorrò la eſcalera, y dio con ellos por la ventana à baxo. Quien es eſſe tonel, dixo el Cura. Eſte es, reſpondio el barbero, don Oliuante de Laura. El autor deſſe libro, dixo el Cura, fue el meſmo que compuſo à Iardin de Flores, y en verdad que no ſepa determinar, qual de los dos libros es mas verdadero, ô por dezir mejor, menos mentiroſo, ſolo ſe dezir, que eſte yrà al corral, por diſparatado, y arrogante. Eſte que ſe ſigue, es Floriſmarte de Hircania, dixo el barbero. Ai eſtâ el ſeñor preſto en el corral, â peſar de ſu eſtraño nacimiento, y ſoñadas auenturas, que no da lugar à otra coſa la dureza, y ſequedad de ſu eſtilo. Al corral cõ el, y con eſſotro, ſeñora ama. Que me plaze ſeñor mio, reſpondia ella, y con mucha alegria executaua lo que le era mandado. Eſte es el cauallero Platir, dixo el barbero. Antiguo libro es eſſe, dixo el Cura, y no hallo en el coſa que merezca venia: acompañe â los demas ſin replica, y aſsi fue hecho. Abrioſe otro libro, y vieron que tenia por titulo, el Cauallero de la Cruz. Por nombre tan ſanto como eſte libro tiene, ſe podia perdonar ſu ignorancia, mas tambien ſe ſuele dezir, tras la Cruz eſtà el diablo, vaya al fuego. Tomando el barbero otro libro, dixo: Eſte es Eſpejo de cauallerias. Ya conozco â ſu merced, dixo el Cura, ay anda el ſeñor Reynaldos de Moltaluan, con ſus amigos, y compañeros, mas ladrones que Caco, y los doze Pares con el verdadero hiſtoriador Turpin, y en verdad que eſtoy por condenarlos no masque à deſtierro perpetuo, ſiquiera porque tienen parte de la inuencion del famoſo Mateo Boyardo, de donde tambiẽ texio ſu tela el Chriſtiano Poeta Ludouico Arioſto, al qual ſi aqui le hallo, y que habla en otra lengua que la ſuya, no le guardarê reſpeto alguno, pero ſi habla en ſu Idioma, le pondre ſobre mi cabeça. Pues yo le tengo en Italiano, dixo el barbero, mas no le entiendo. Ni aun fuera bien que vos le entendierades, reſpondio el Cura, y aqui le perdonaramos al ſeñor Capitan, que no le huuiera traydo à Eſpa˜ã, y hecho Caſtellano, que le quitô mucho de ſu natural valor, y lo meſmo haran todos aquellos que los libros de verſo quiſieren boluer en otra lengua, que por mucho cuydado que pongan, y habilidad que mueſtren, jamas llegaràn al punto que ellos tienen en ſu primer nacimiento. Digo en efeto, que eſte libro, y todos los que ſe hallaren que tratan deſtas coſas de Francia, ſe echen, y depoſiten en vn pozo ſeco, haſta que con mas acuerdo ſe vea, lo que ſe ha de hazer dellos, eſcetuando á vn Bernardo del Carpio que anda por aî, y à otro llamado Ronceſualles, que eſtos en llegando à mis manos, han de eſtar en las del ama, y dellas en las del fuego ſin remiſsion alguna. Todo lo confirmò el barbero, y lo tuuo por bien, y por coſa muy acertaba, por entender que era el Cura tan buen Chriſtiano, y tan amigo de la verdad, que no diria otra coſa por todas las del mundo. Y abriendo otro libro, vio que era Palmerin de Oliua, y junto â el eſtaua otro, que ſe llamaua Palmerin de Ingalaterra. Lo qual viſto por el Licenciado, dixo: Eſſa Oliua ſe haga luego raxas, y ſe queme, que aun no queden della las cenizas, y eſſa Palma de Ingalaterra ſe guarde, y ſe conſerue, como à coſa vnica, y ſe haga para ella otra caxa, como la que hall{o^}} Alexandro en los deſpojos de Dario, que la diputò para guardar en ella las obras del Poeta Homero. Eſte libro, ſeñor compadre, tiene autoridad por dos coſas: la vna, porq̃ el por ſi es muy bueno: y la otra, porque es fama q̃ le compuſo vn diſcreto Rey de Portugal. Todas las auenturas del caſtillo de Miraguarda ſon boniſsimas, y de grande artificio, las razones corteſanas, y claras, que guardan, y miran el decoro del que habla, con mucha propiedad y entendimiento. Digo pues, ſaluo vueſtro buen parecer (ſeñor Maeſſe Nicolas) que eſte, y Amadis de Gaula, queden libres del fuego, y todos los demas, ſin hazer mas cala y cata, perezcan. No ſeñor compadre, replicó el barbero, que eſte que aqui tengo, es el afamado don Belianis. Pues eſſe, replicò el Cura, con la ſegunda, tercera, y quarta parte tienen neceſsidad de vn poco de ruybarbo, para purgar la demaſiada colera ſuya, y es meneſter quitarles todo aquello del caſtillo de la Fama, y otras impertinencias de mas importancia, para lo qual ſe les da termino vltramarino, y como ſe enmendaren, aſsi ſe vſarà con ellos de miſericordia, ò de juſticia, y en tanto, tenedlos vos compadre en vueſtra caſa, mas no los dexeys leer a ninguno. Que me plaze, reſpondio el barbero, y ſin querer canſarſe mas en leer libros de cauallerias, mandò al ama, que tomaſſe todos los grandes, y dieſſe con ellos en el corral. No ſe dixo a tonta, ni à ſorda, ſino a quien tenia mas gana de quemallos, que de echar vna tela, por grande y delgada que fuera, y aſsiendo caſi ocho de vna vez, los arrojò por la ventana. Por tomar muchos juntos, ſe le cayò vno a los pies del barbero, que le tomò gana de verde quien era, y vio que dezia: Hiſtoria del famoſo cauallero Tirante el Blanco. Valame Dios, dixo el Cura, dando vna gran voz, que aqui eſtè Tirante el Blanco, dadmele aca compadre, que hago cuenta que he hallado en el vn teſoro de contento, y vna mina de paſſatiempos. Aqui eſtà don Quirieleyſon de Montaluan, valeroso cauallero, y ſu hermano Tomas de Montaluan, y el cauallero Fonſeca, con la batalla que el valiente Derriante hizo con el Alano, y las agudezas de la donzella Plazerdemiuida, con los amores, y embuſtes de la viuda Repoſada, y la ſeñora Emperatriz, enamorada de Ipolito ſu eſcudero. Digoos verdad, ſeñor compadre, q̃ por ſu eſtilo es eſte el mejor libro del mundo: aqui come los caualleros, y duermen, y mueren en ſus camas, y hazẽ teſtamento antes de ſu muerte, con otras coſas, de que todos los demas libros deſte genero carecen. Con todo eſſo os digo, que merecia el que lo compuſo, pues no hizo tãtas necedades de induſtria, que le echaran á galeras por todos los dias de ſu vida. Lleualde â caſa, y leelde, y vereys que es verdad quanto del os he dicho. Aſsi ſerà, reſpõdio el barbero, pero q̃ haremos deſtos pequeños libros que quedan. Eſtos dixo el Cura, no deuẽ de ſer de cauallerias, ſino de Poeſia, y abriendo vno, vio que era la Diana de Iorge de Montemayor, y dixo (creyendo que todos los demas eran del meſmo genero): Eſtos no merecen ſer quemados como los demas, porque no hazen, ni harân el daño, que los de cauallerias han hecho, que ſon libros de entendimiento, ſin perjuyzio de tercero. Ay ſeñor, dixo la ſobrina, bien los puede vueſtra merced mandar quemar como à los demas, porque no ſeria mucho, que auiendo ſanado mi ſeñor tio de la enfermedad cauallereſca, leyendo eſtos, ſe le antojaſſe de hazerſe paſtor, y andarſe por los boſques y prados, cantando, y tañendo: y lo que ſeria peor, hazerſe Poeta, que ſegun dizen, es enfermedad incurable, y pegadiza. Verdad dize eſta donzella, dixo el Cura, y ſerà bien quitarle â nueſtro amigo eſte tropieço, y ocaſion delante. Y pues començamos por la Diana de Montemayor, ſoy de parecer que no ſe queme, ſino que ſe le quite todo aquello que trata de la ſabia Felicia, y de la agua encantada, y caſi todos los verſos mayores, y que deſele en hora buena la proſa, y la honra de ſer primero en ſemejantes libros. Eſte que ſe ſigue, dixo el barbero, es la Diana llamada ſegunda, del Salmantino, y eſte otro que tiene el meſmo nombre, cuyo autor es Gil Polo. Pues la del Salmantino, reſpondio el Cura, acompañe, y acreciente el numero de los condenados al corral, y la de Gil Polo ſe guarde, como ſi fuera del meſmo Apolo, y paſſe adelante ſeñor compadre, y demonios prieſſa, que ſe va haziendo tarde. Eſte libro es, dixo el barbero abriendo otro, los diez libros de fortuna de Amor, compueſtos por Antonio de Lofraſo, Poeta Sardo. Por las ordenes que recebi, dixo el Cura, que deſde que Apolo fue Apolo, y las Muſas Muſas, y los Poetas Poetas, tan gracioſo, ni tan diſparatado libro como eſſe, no ſe ha compueſto, y que por ſu camino es el mejor, y el mas vnico de quantos deſte genero han ſalido à la luz del mundo: y el que no le ha leydo, puede hazer cuenta que no ha leydo jamas coſa de guſto. Dadmele aca compadre, que precio mas auerle hallado, que ſi me dieran vna ſotana de raxa de Florencia. Puſole â parte con grandiſsimo guſto, y el barbero proſiguio, diziendo: Eſtos que ſe ſiguen, ſon, el paſtor de Iberia, Ninfas de Enares, y Deſengaños de zelos. Pues no ay mas que hazer, dixo el Cura, ſino entregarlos al braço ſeglar del ama, y no ſe me pregunte el porque, que ſeria nunca acabar. Eſte que viene, es el Paſtor de Filida. No es eſſe paſtor, dixo el Cura, ſino muy diſcreto corteſano, guardeſe como joya precioſa. Eſte grande que aqui viene, ſe intitula, dixo el barbero, Teſoro de varias Poeſias. Como ellas no fueran tantas, dixo el Cura, fueran mas eſtimadas: meneſter es, que eſte libro ſe eſcarde, y limpie de algunas baxezas que entre ſus grandezas tiene: guardeſe, porque ſu autor es amigo mio, y por reſpeto de otras mas heroycas, y leuantadas obras que ha eſcrito. Eſte es, ſiguio el barbero, el Cancionero de Lopez Maldonado. Tambien el autor deſſe libro, replicò el Cura, es grande amigo mio, y ſus verſos en ſu boca admiran a quien los oye, y tal es la ſuauidad de la voz con que los canta, que encanta. Algo largo es en las Eglogas, pero nunca lo bueno fue mucho; guardeſe con los eſcogidos. Pero que libro es eſſe que eſtà junto â e!: La Galatea de Miguel de Ceruantes, dixo el barbero. Muchos años ha, que es grande amigo mio eſſe Ceruantes, y ſe que es mas verſado en deſdichas que en verſos. Su libro tiene algo de buena inuencion, propone algo, y no concluye nada: es meneſter eſperar la ſegunda parte que promete, quiça con la enmiẽda alcançarà del todo la miſericordia que aora ſe le niega, y entretanto que eſto ſe vee, tenelde recluſo en vueſtra poſada. Señor compadre, que me plaze, reſpondio el barbero, y aqui vienen tres todos juntos: la Araucana de don Alonſo de Ercilla, la Auſtriada de Iuan Rufo Iurado de Cordoua, y el Monſerrato de Chriſtoual de Virues, Poeta Valenciano. Todos eſtos tres libres, dixo el Cura, ſon los mejores que en verſo heroyco, en lengua Caſtellana eſtan eſcritos, y pueden competir con los mas famoſos de Italia: guardenſe como las mas ricas prendas de Poeſia que tiene Eſpaña. Canſoſe el Cura de ver mas libros, y aſsi â carga cerrada, quiſo que todos los demas ſe quemaſſen, pero ya tenia abierto vno el barbero, que ſe llamaua las Lagrimas de Angelica. Llorarlas yo, dixo el Cura en oyendo el nombre, ſi tal libro huuiera mandado quemar, porque ſu autor fue vno de los famoſos Poetas del mundo, no ſolo de Eſpaña: y fue feliciſsimo en la traducion de algunas fabulas de Ouidio.