El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha (1842)/Tomo I/III
CAPÍTULO III.
Donde se cuenta la graciosa manera que tuvo Don Quijote en armarse caballero.
Contó el ventero á todos cuantos estaban en la venta la locura de su huésped, la vela de las armas, y la armazon de caballería que esperaba. Admiráronse de tan estraño género de locura, y fuerónselo á mirar desde lejos, y vieron que con sosegado ademan unas veces se paseaba, otras, arrimado á su lanza, ponia los ojos en las armas, sin quitarlos por un buen espacio de ellas. Acabó de cerrar la noche, pero con tanta claridad de la luna, que podia competir con el que se la prestaba, de manera que cuanto el novel caballero hacia, era bien visto de todos. Antojósele en esto á uno de los arrieros que estaban en la venta, ir á dar agua á su recua, y fué menester quitar las armas de Don Quijote, que estaban sobre la pila, el cual viéndole llegar, en voz alta le dijo:—¡O tú quien quiera que seas, atrevido caballero, que llegas á tocar las armas del mas valeroso andante que jamas se ciñó espada! mira lo que haces, y no las toques, si no quieres dejar la vida en pago de tu atrevimiento.=No se curó el arriero destas razones (y fuera mejor que se curara, porque fuera curarse en salud), antes trabando de las correas, las arrojó gran trecho de sí. Lo cual visto por Don Quijote, alzó los ojos al cielo, y puesto el pensamiento, á lo que pareció, en su señora Dulcinea, dijo: Acorredme, señora mia, en esta primera afrenta que á este vuestro avasallado pecho se le ofrece: no me desfallezca en este primero trance vuestro favor y amparo. Y diciendo estas y otras semejantes razones, soltando la adarga, alzó la lanza á dos manos, y dió con ella tan gran golpe al arriero en la cabeza, que le derribó en el suelo tan mal trecho, que si segundara con otro, no tuviera necesidad de maestro que le curara. Hecho esto, recogió sus armas, y tornó á pasearse con el mismo reposo que primero. Desde allí á poco, sin saberse lo que habia pasado (porque aun estaba aturdido el arriero), llegó otro con la mesma intencion de dar agua á sus mulos, y llegando á quitar las armas para desembarazar la pila, sin hablar Don Quijote palabra, y sin pedir favor á nadie, soltó otra vez la adarga, y alzó otra vez la lanza, y sin hacerla pedazos, hizo mas de tres la cabeza del segundo arriero, porque se la abrió por cuatro. Al ruido acudió toda la gente de la venta, y entre ellos el ventero. Viendo esto Don Quijote, embrazó su adarga, y puesta mano á su espada, dijo: ¡O señora de la fermosura, esfuerzo y vigor del debilitado corazon mio! ahora es tiempo que vuelvas los ojos de tu grandeza á este tu cautivo caballero, que tamaña aventura está atendiendo[4]. Con esto cobró á su parecer tanto ánimo, que si le acometieran todos los arrieros del mundo, no volviera el pié atras. Los compañeros de los heridos que tales los vieron, comenzaron desde lejos á llover piedras sobre Don Quijote, el cual lo mejor que podia se reparaba con su adarga, y no se osaba apartar de la pila, por no desamparar las armas. El ventero daba voces que le dejasen, porque ya les habia dicho como era loco, y que por loco se libraria, aunque los matase á todos. Tambien Don Quijote las daba mayores, llamándolos de alevosos y traidores, y que el señor del castillo era un follon y mal nacido caballero, pues de tal manera consentia que se tratasen los andantes caballeros, y que si él hubiera recibido la orden de caballería, que él le diera á entender su alevosía; pero de vosotros, soez y baja canalla, no hago caso alguno: tirad, llegad, venid y ofendedme en cuanto pudiéredes, que vosotros veréis el pago que llevais de vuestra sandez y demasía. Decia esto con tanto brio y denuedo, que infundió un terrible temor en los que le acometian: y así por esto, como por las persuasiones del ventero, le dejaron de tirar, y él dejó retirar á los herídos, y tornó á la vela de sus armas con la misma quietud y sosiego que primero. No le parecieron bien al ventero las burlas de su huésped, y determinó abreviar y darle la negra órden de caballería luego, antes que otra desgracia sucediese: y así, llegándose á él, se desculpó de la insolencia que aquella gente baja con él habia usado, sin que él supiese cosa alguna; pero que bien castigados quedaban de su atrevimiento. Díjole como ya le habia dicho, que en aquel castillo no habia capilla, y para lo que restaba de hacer tampoco era necesaria: que todo el toque de quedar armado caballero consistia en la pescozada y en el espaldarazo, segun él tenia noticia del ceremonial de la órden, y que aquello en mitad de un campo se podia hacer: y que ya habia cumplido con lo que tocaba al velar de las armas, que con solas dos horas de vela se cumplia, cuánto mas que él habia estado mas de cuatro. Todo se lo creyó Don Quijote, y dijo que él estaba allí pronto para obedecerle, y que concluyese con la mayor brevedad que pudiese; porque, si fuese otra vez acometido, y se viese armado caballero, no pensaba dejar persona viva en el castillo, eceto aquellas que él le mandase, á quien por su respeto dejaria. Advertido y medroso desto el castellano, trujo luego un libro, donde asentaba la paja y cebada que daba á los arrieros, y con un cabo de vela que le traia un muchacho, y con las dos ya dichas doncellas, se vino adonde Don Quijote estaba, al cual mandó hincar de rodillas, y leyendo en su manual, como que decia alguna devota oracion, en mitad de la leyenda alzó la mano, y dióle sobre el cuello un buen golpe[5], y tras él con su mesma espada un gentil espaldarazo, siempre murmurando entre dientes, como que rezaba. Hecho esto, mandó á una de aquellas damas que le ciñese la espada, la cual lo hizo con mucha desenvoltura y discrecion; porque no fué menester poca para no reventar de risa á cada punto de las ceremonias; pero las proezas que ya habian visto del novel caballero, les tenia la risa á raya. Al ceñirle la espada, dijo la buena señora:—Dios haga á vuestra merced muy venturoso caballero, y le dé ventura en lides.—Don Quijote le preguntó cómo se llamaba, porque él supiese de allí adelante á quién quedaba obligado por la merced recibida, porque pensaba darle alguna parte de la honra que alcanzase por el valor de su brazo.—Ella respondió con mucha humildad que se llamaba la Tolosa, y que era hija de un remendon natural de Toledo, que vivia á las tendillas de Sanchobienaya, y que donde quiera que ella estuviese, le serviria y le tendría por señor.—Don Quijote le replicó que por su amor le hiciese merced, que de allí adelante se pusiese Don, y se llamase Doña Tolosa.=Ella se lo prometió, y la otra le calzó la espuela, con la cual le pasó casi el mismo coloquio que con la de la espada. Preguntóle su nombre, y dijo que se llamaba la Molinera, y que era hija de un honrado molinero de Antequera, á la cual tambien rogó Don Quijote que se pusiese Don, y se llamase Doña Molinera, ofreciéndole nuevos servicios y mercedes. Hechas pues de galope y apríesa las hasta allí nunca vistas ceremonias, no vió la hora Don Quijote de verse á caballo, y salir buscando las aventuras: y ensillando luego á Rocinante, subió en él, y abrazando á su huésped, le dijo cosas tan estrañas, agradeciéndole la merced de haberle armado caballero, que no es posible acertar á referirlas. El ventero por verlo ya fuera de la venta, con no menos retóricas, aunque con mas breves palabras, respondió á las suyas, y sin pedirle la costa de la posada, le dejó ir á la buena hora.
- ↑ Arrabal ó barrio ácia la marina, llamado así por las perchas ó palos en que se colgaban ó secaban los ceciales.
- ↑ Estas islas eran parece como unas 17 casas, ó manzana de ellas, que habia en Málaga ácia la puerta del mar, donde habia gran tráfico y contratacion de mercaderías, y muchos bodegones, donde se frecuentaban los hurtos y los engaños por los vagamundos.
- ↑ Están fuera de la puerta de la ciudad, en donde se vende vino, y otras cosas escitativas de la sed. Tanto en estos parages, como en todos los sobredichos, concurria la gente ociosa y apicarada; y estas son las escuelas donde adquirió nuestro ventero las virtudes de que se alaba.
- ↑ Esperando.
- ↑ Llamábase la pescozada, y la daban los mismos reyes cuando armaban caballeros, como se la dió el rey católico á Juan de Avecía, segun dice el P. Guardiola, con la cual se advertia á los caballeros noveles, que se dispertasen, y no se durmiesen en las cosas de la caballería.