Ir al contenido

El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha (1842)/Tomo I/IV

De Wikisource, la biblioteca libre.


CAPÍTULO IV.

De lo que le sucedió á nuestro caballero cuando salió de la venta.


L

a del alba[1] seria cuando Don Quijote salió de la venta tan contento, tan gallardo, tan alborozado por verse ya armado caballero, que el gozo le reventaba por las cinchas del caballo. Mas viniéndole á la memoria los consejos de su huésped cerca de las prevenciones tan necesarias que habia de llevar consigo, especial la de los dineros y camisas, determinó volver á su casa, y acomodarse de todo, y de un escudero, haciendo cuenta de recibir á un labrador vecino suyo que era pobre y con hijos, pero muy á propósito para el oficio escuderil de la caballería. Con este pensamiento guió á Rocinante ácia su aldea, el cual casi conociendo la querencia, con tanta gana comenzó á caminar, que parecia que no ponia los piés en el suelo. No habia andado mucho, cuando le pareció que á su diestra mano, de la espesura de un bosque que allí estaba, salian unas voces delicadas como de persona que se quejaba; y apenas las hubo oido, cuando dijo: Gracias doy al cielo por la merced que me hace, pues tan presto me pone ocasiones delante, donde yo pueda cumplir con lo que debo á mi profesion, y donde pueda coger el fruto de mis buenos deseos: estas voces sin duda son de algun menesteroso ó menesterosa que ha menester mi favor y ayuda. Y volviendo las riendas, encaminó á Rocinante ácia donde le pareció que las voces salian; y á pocos pasos que entró por el bosque, vió atada una yegua á una encina, y atado en otra un muchacho desnudo de medio cuerpo arriba, hasta de edad de quince años, que era el que las voces daba, y no sin causa, porque le estaba dando con una pretina muchos azotes un labrador de buen talle, y cada azote le acompañaba con una reprension y consejo, porque decia: La lengua queda, y los ojos listos. Y el muchacho respondia: No lo haré otra vez, señor mio: por la pasion de Dios que no lo haré otra vez, y yo prometo de tener de aquí adelante mas cuidado con el hato. Y viendo Don Quijote lo que pasaba, con voz airada dijo:—Descortes caballero, mal parece tomaros con quien defender no se puede: subid sobre vuestro caballo, y tomad vuestra lanza (que tambien tenia una lanza arrimada á la encina adonde estaba arrendada la yegua), que yo os haré conocer ser de cobardes lo que estais haciendo.=El labrador que vió sobre sí aquella figura llena de armas blandiendo la lanza sobre su rostro, túvose por muerto, y con buenas palabras respondió:—Señor caballero, este muchacho que estoy castigando, es un mi criado, que me sirve de guardar una manada de ovejas que tengo en estos contornos, el cual es tan descuidado, que cada dia me falta una, y porque castigo su descuido ó bellaquería, dice que lo hago de miserable, por no pagalle la soldada que le debo, y en Dios y en mi ánima que miente.—¿Miente, delante de mí, ruin villano? dijo Don Quijote: por el sol que nos alumbra, que estoy por pasaros de parte á parte con esta lanza: pagalde luego sin mas réplica, si no por el Dios que nos rige, que os concluya y aniquile en este punto: desataldo luego.=El labrador bajó la cabeza, y sin responder palabra desató á su criado, al cual preguntó Don Quijote que cuánto le debia su amo.—Él dijo que nueve meses á siete reales cada mes.—Hizo la cuenta Don Quijote, y halló que montaban sesenta y tres reales; y díjole al labrador que al momento los desembolsase, si no queria morir por ello.—Respondió el medroso villano que por el paso en que estaba y juramento que habia hecho (y aun no habia jurado nada), que no eran tantos; porque se le habian de descontar y recebir en cuenta tres pares de zapatos que le habia dado, y un real de dos sangrías que le habian hecho estando enfermo.—Bien está todo eso, replicó Don Quijote; pero quédense los zapatos y las sangrías por los azotes que sin culpa le habeis dado: que si él rompió el cuero de los zapatos que vos pagastes, vos le habeis rompido el de su cuerpo; y si le sacó el barbero sangre estando enfermo, vos en sanidad se la habeis sacado: así que por esta parte no os debe nada.—El daño está, señor caballero, en que no tengo aquí dineros: véngase Andres conmigo á mi casa, que yo se los pagaré un real sobre otro.—¿Irme yo con él? dijo el muchacho. ¡Mas mal año! No señor, ni por pienso; porque en viéndose solo, me desollará como á un San Bartolomé.—No hará tal, replicó Don Quijote: basta que yo se lo mande para que me tenga respeto, y con que él me lo jure por la ley de caballería que ha recibido, le dejaré ir libre, y aseguraré la paga.—Mire vuestra merced, señor, lo que dice, dijo el muchacho, que este mi amo no es caballero, ni ha recibido órden de caballería alguna: que es Juan Haldudo el rico, el vecino del Quintanar.—Importa poco eso, respondió Don Quijote, que Haldudos puede haber caballeros: cuánto mas que cada uno es hijo de sus obras.—Así es verdad, dijo Andres; ¿pero este mi amo, de que obras es hijo, pues me niega mi soldada, y mi sudor y mi trabajo?—No niego, hermano Andres, respondió el labrador, y hacedme placer de veniros conmigo, que yo juro por todas las órdenes que de caballerías hay en el mundo, de pagaros, como tengo dicho, un real sobre otro, y aun sahumados.—Del sahumerio os hago gracia, dijo Don Quijote, dádselos en reales, que con eso me contento: y mirad que lo cumplais como lo habeis jurado; si no, por el mismo juramento os juro de volver á buscaros, y á castigaros, y que os tengo de hallar aunque os escondais mas que una lagartija: y si quereis saber quien os manda esto, para quedar con mas veras obligado á cumplirlo, sabed que yo soy el valeroso Don Quijote de la Mancha, el desfacedor de agravios y sinrazones, y á Dios quedad, y no se os parta de las mientes lo prometido y jurado, so pena de la pena pronunciada.=Y en diciendo esto, picó á su Rocinante, y en breve espacio se apartó dellos. Siguióle el labrador con los ojos, y cuando vió que habia traspuesto del bosque, y que ya no parecia, volvióse á su criado Andres, y díjole:—Venid acá, hijo mio, que os quiero pagar lo que os debo como aquel deshacedor de agravios me dejó mandado.—Eso juro yo, dijo Andres, y cómo que andará vuestra merced acertado en cumplir el mandamiento de aquel buen caballero, que mil años viva; que segun es de valeroso y de buen juez, vive Roque, que si no me paga, que vuelva y ejecute lo que dijo.—Tambien lo juro yo, dijo el labrador; pero por lo mucho que os quiero, quiero acrecentar la deuda para acrecentar la paga.=Y asiéndole del brazo, le tornó á atar á la encina, donde le dió tantos azotes, que le dejó por muerto.—Llamad, señor Andres, ahora, decia el labrador, al desfacedor de agravios, veréis como no desface aqueste, aunque creo que no está acabado de hacer, porque me viene gana de desollaros vivo como vos temíades.=Pero al fin le desató, y le dió licencia que fuese á buscar á su juez para que ejecutase la pronunciada sentencia. Andres se partió algo mohino, jurando de ir á buscar al valeroso Don Quijote de la Mancha, y contarle punto por punto lo que habia pasado, y que se lo habia de pagar con las setenas[2]. Pero con todo esto él se partió llorando, y su amo se quedó riendo: y desta manera deshizo el agravio el valeroso Don Quijote, el cual contentísimo de lo sucedido, pareciéndole que habia dado felicísimo y alto principio á sus caballerías, con gran satisfaccion de sí mismo iba caminando ácia su aldea, diciendo á media voz: Bien te puedes llamar dichosa sobre cuantas hoy viven sobre la tierra, ¡ó sobre las bellas bella Dulcinea del Toboso! pues te cupo en suerte tener sujeto y rendido á toda tu voluntad é talante á un tan valiente y tan nombrado caballero como lo es y será Don Quijote de la Mancha, el cual, como todo el mundo sabe, ayer recibió la órden de caballería, y hoy ha desfecho el mayor tuerto y agravio que formó la sinrazon y cometió la crueldad: hoy quitó el látigo de la mano á aquel desapiadado enemigo, que tan sin ocasion vapulaba á aquel delicado infante.

En esto llegó á un camino que en cuatro se dividia, y luego se le vino á la imaginacion las encrucijadas donde los caballeros andantes se ponian á pensar cuál camino de aquellos tomarian: y por imitarlos se estuvo un rato quedo, y al cabo de haberlo muy bien pensado, soltó la rienda á Rocinante, dejando á la voluntad del rocin la suya, el cual siguió su primer intento, que fué el irse camino de su caballeriza: y habiendo andado como dos millas, descubrió Don Quijote un grande tropel de gente, que como despues se supo, eran unos mercaderes toledanos que iban á comprar seda á Murcía. Eran seis, y venian con sus quitasoles, con otros cuatro criados á caballo, y tres mozos de mulas á pié. Apenas los divisó Don Quijote, cuando se imaginó ser cosa de nueva aventura, y por imitar en todo cuanto á él le parecia posible los pasos que habia leido en sus libros, le pareció venir allí de molde uno que pensaba hacer. Y así con gentil continente y denuedo se afirmó bien en los estribos, apretó la lanza, llegó la adarga al pecho, y puesto en la mitad del camino, estuvo esperando que aquellos caballeros andantes llegasen (que ya él por tales los tenia y juzgaba), y cuando llegaron á trecho que se pudieron ver y oir, levantó Don Quijote la voz, y con ademan arrogante dijo:—Todo el mundo se tenga, si todo el mundo no confiesa que no hay en el mundo todo doncella mas hermosa que la emperatriz de la Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso.=Paráronse los mercaderes al son de estas razones, y á ver la estraña figura del que las decía: y por la figura y por ellas luego echaron de ver la locura de su dueño; mas quisieron ver despacio en qué paraba aquella confesion que se les pedia, y uno dellos que era un poco burlon y muy mucho discreto, le dijo:—Señor caballero, nosotros no conocemos quien es esa buena señora que decis: mostrádnosla, que si ella fuere de tanta hermosura como significais, de buena gana y sin apremio alguno confesarémos la verdad que por parte vuestra nos es pedida.—Si os la mostrara, replicó Don Quijote, ¿qué hiciérades vosotros en confesar una verdad tan notoria? La importancia está en que sin verla lo habeis de creer, confesar, afirmar, jurar y defender: donde no, conmigo sois en batalla, gente descomunal y soberbia: que ahora vengais uno á uno, como pide la órden de caballería, ora todos juntos, como es costumbre y mala usanza de los de vuestra ralea, aquí os aguardo y espero, confiado en la razon que de mi parte tengo.—Señor caballero, replicó el mercader, suplico á vuestra merced en nombre de todos estos príncipes que aquí estamos, que, porque no encarguemos nuestras conciencias confesando una cosa por nosotros jamas vista ni oida, y mas siendo tan en perjuicio de las emperatrices y reinas de Alcarria y Estremadura, que vuestra merced sea servido de mostrarnos algun retrato de esa señora, aunque sea tamaño como un grano de trigo: que por el hilo se sacará el ovillo, y quedarémos con esto satisfechos y seguros, y vuestra merced quedará contento y pagado; y aun creo que estamos ya tan de su parte, que aunque su retrato nos muestre que es tuerta de un ojo, y que del otro le mana bermellon y piedra azufre, con todo eso, por complacer á vuestra merced dirémos en su favor todo lo que quisiere.—No le mana, canalla infame, respondió Don Quijote encendido en cólera, no le mana, digo, eso que dices, sino ámbar y algalia entre algodones, y no es tuerta ni corcovada, sino mas derecha que un huso de Guadarrama; pero vosotros pagaréis la grande blasfemia que habeis dicho contra tamaña beldad como es la de mi señora.=Y en diciendo esto, arremetió con la lanza baja contra el que lo habia dicho, con tanta furia y enojo, que si la buena suerte no hiciera que en la mitad del camino tropezara y cayera Rocinante, lo pasara mal el atrevido mercader. Cayó Rocinante, y fué rodando su amo una buena pieza por el campo, y queriéndose levantar, jamas pudo: tal embarazo le causaban la lanza, adarga, espuelas y celada, con el peso de las antiguas armas: y entretanto que pugnaba por levantarse, y no podia, estaba diciendo: Non fuyais, gente cobarde, gente cautiva: atended que no por culpa mia, sino de mi caballo estoy aquí tendido. Un mozo de mulas de los que allí venian, que no debia de ser muy bien intencionado, oyendo decir al pobre caido tantas arrogancias, no lo pudo sufrir sin darle la respuesta en las costillas. Y llegándose á él, tomó la lanza, y despues de haberla hecho pedazos, con uno dellos comenzó á dar á nuestro Don Quijote tantos palos, que á despecho y pesar de sus armas, le molió como cibera. Dábanle voces sus amos, que no le diese tanto, y que le dejase; pero estaba ya el mozo picado, y no quiso dejar el juego hasta envidar todo el resto de su cólera; y acudiendo por los demas trozos de la lanza, los acabó de deshacer sobre el miserable caido, que con toda aquella tempestad de palos que sobre él via, no cerraba la boca, amenazando al cielo y á la tierra, y á los malandrines, que tal le parecian. Cansóse el mozo, y los mercaderes siguieron su camino, llevando que contar en todo él del pobre apaleado, el cual despues que se vió solo, tornó á probar si podia levantarse; pero si no lo pudo hacer cuando sano y bueno, ¿cómo lo haria molido y casi deshecho? y aun se tenia por dichoso, pareciéndole que aquella era propia desgracia de caballeros andantes, y toda la atribuia á la falta de su caballo, y no era posible levantarse segun tenia brumado todo el cuerpo.



  1. Esto es, la hora de la alba, cuyo substantivo con que finaliza el cap. III, es la palabra inmediata al artículo con que empieza el IV, leyendo el testo seguido y sin interrupcion de capítulos ni epígrafes, que se inventaron para descanso y comodidad del lector.
  2. Las setenas era la pena en que alguno era condenado en el siete tanto, ó en siete partes mas del daño hecho.