El médico a palos/Acto III/Escena X
del lado derecho.) D. GERÓNIMO. BARTOLO. ANDREA.
LUCAS. GINÉS. MARTINA.
Señor Don Gerónimo.
Querido padre.
¿Qué es esto? ¡Picarones, infames!
(Se arrodillan á los pies de Don Gerónimo.) Esto es enmendar un desacierto. Habíamos pensado irnos á Buitrago y desposarnos alli, con la seguridad que tengo de que mi tio no desaprueba este matrimonio, pero lo hemos reflexionado mejor. No quiero que se diga que yo me he llevado robada á su hija de usted, que esto no sería decoroso ni á su honor ni al mio. Quiero que usted me la conceda con libre voluntad, quiero recibirla de su mano. Aqui la tiene usted, dispuesta á hacer lo que usted la mande; pero le advierto, que sí no la casa conmigo su sentimiento será bastante á quitarla la vida; y si usted nos otorga la merced que ambos le pedimos, no hay que hablar de dote.
Amigo, yo estoy muy atrasado y no puedo.....
Ya he dicho que no se trate de intereses.
Me quiere mucho Leandro para no pensar con la generosidad que debe. Su amor es á mí, no á su dinero de usted.
(Alterándose.) Su dinero de usted, su dinero de usted. ¿Qué dinero tengo yo, parlera? ¿No he dicho ya que estoy muy atrasado? No puedo dar nada, no hay que cansarse.
Pero bien, señor, si por eso mismo se le dice á usted que no le pediremos nada.
Ni un maravedí.
Ni medio.
Y bien, si digo que sí, ¿quién os ha de mantener, badulaques?
Mi tio. ¿Pues no ha oído usted que aprueba este casamiento? ¿Qué mas he de decirle?
¿Y se sabe si tiene hecha alguna disposicion?
Sí señor, yo soy su heredero.
¿Y qué tal, está fuertecillo?
Vaya, vamos, ¿qué le hemos de hacer? Con que..... (Hace que se levanten, y los abraza. Uno y otro le besan la mano.) Vaya, concedido, y venga un par de abrazos.
Siempre tendrá usted en mí un hijo obediente.
Usted nos hace completamente felices.
¿Y á mí quién me hace feliz? ¿No hay un cristiano que me desate?
Soltadle.
¿Pues quién le ha puesto á usted asi, médico insigne? (Desatan los criados á Bartolo.)
Sus pecados de usted, que los mios no merecen tanto.
Vamos que todo se acabó, y nosotros sabremos agradecerle á usted el favor que nos ha hecho.
¡Marido mio! (Se abrazan Martina y Bartolo.) Sea enhorabuena que ya no te ahorcan. Mira, trátame bien, que á mí me debes la borla de doctor que te dieron en el monte.
¿A ti? Pues me alegro de saberlo.
Sí por cierto. Yo dije que eras un prodigio en la medicina.
Y yo porque ella lo dijo, lo creí.
Y yo lo creí, porque lo dijo ella.
Y yo porque estos lo dijeron, lo creí tambien, y admiraba cuanto decia como si fuese un oráculo.
Asi va el mundo. Muchos adquieren opinion de doctos, no por lo que efectivamente saben, sino por el concepto que forma de ellos la ignorancia de los demas.