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El manco Rodrigo

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EL MANCO RODRIGO



Rodrigo llegó a la estación de su pueblo al anochecer, con una cara de estudiada satisfacción. Pero estaba triste. El viaje sólo habíale servido para gastar sus únicos ahorros. Atravesó el andén por entre el ralo gentío y fuése a una fonda vecina.

No pudo conciliar el sueño. Pensaba en lo infructuoso del viaje... Si en vez de pasar dos meses en Buenos Aires en busca de trabajo se hubiera comprado un brazo de palo o de goma que rellenara esa manga hueca, loca, de su saco, que menoscababa su aspecto de mucamo criollo, bien parecido, respetuoso... señoril... El que había soñado siempre con un brazo artificial, de mano eternamente enguantada...

No le quedaba otro recurso que ir al otro día bien temprano a lo del señor Guzmán y rogarle le tomara otra vez. No había estado en su casa veinte años?... "Veinte años!" — exclamaba Rodrigo, y se revolvía en un ímpetu de energía.

Guzmán recibió al antiguo criado tomando el fresvo de la mañana en aquel día de diciembre, bajo el amplio corredor de la casa provinciana, arrellanado en su sillón de paralítico, al que le condenara un grave ataque apoplético.

Refirió Rodrigo a su patrón el viaje con sus peripecias y andanzas. Díjole que había presentado sus cartas de recomendación, pero que todo fué inútil. Se le dijo invariablemente que volviera, que esperara..y el tiempo pasó. El creía que su defecto físico fué el motivo principal de su falta de suerte. Concluyó por arrepentirse de haber dejado la casa donde tantos años sirviera y por pedir a Guzmán le ocupara nuevamente.

Pensó el paralítico unos instantes, y dijo a Rodrigo que lo hablaría con Fernanda (su mujer); que permaneciera en la fonda hasta que él le llamara.

Era Guzmán un hombre manso y de buen sentido. El comprendió que no era posible desoír la súplica de un criado que había servido veinte años en su casa. Pensaba que un viejo servidor llega a ser como un depositario de secretos de familia a quien es preciso considerar. Tuvo presente los graves disgustos habidos en su hogar y recordó emocionado que Rodrigo fué testigo mudo de ellos.

Llamó a su mujer y la puso en conocimiento de lo que pasaba. Rodrigo había vuelto de Buenos Aires. Nada había conseguido y pedía se le tomara en las condiciones de antes. Doña Fernanda le sacó al Diablo para ponerle al pobre manco. Todo menos verle otra vez en casa. Una vez fuera, fuera estaría... Los hijos de Guzmán opinaron como su madre: "estaban ahítos del manco".

El paralítico oyó a su mujer y nada repuso. Pero cuando sus hijos manifestaron sus desconsideradas razones, les miró de tal guisa que les hizo bajar la vista.

Llamó el anciano a Rodrigo y le manifestó que no era posible volviera a su casa; pero que había resuelto ayudarle en el establecimiento de un pequeño comercio que le proporcionara los medios de vida.

No tardó el manco en poner manos a la obra. Alquiló un reducido local y se dedicó al expendio de tabaco y cigarrillos.

Entre la escasa clientela que frecuentaba la desmantelada tienda, había dos amigos del paralítico, tertulianos de tresillo, a quienes, más que el propósito de dejar al manco alguna ganancia, llevábales otro designio: obtener de boca del criado (que suponían despechado) la confirmación de sucesos graves que se dijo pasaron en casa de Guzmán. Rodrigo lo negó todo.

Esta acción de los amigos de su patrón llenó de indignación al fiel servidor, el cual notó que con su desmentido no había disipado lo que hubiera querido ocultar o borrar; antes bien, parecióle que se había grabado más en aquellos hombres la convicción de que eran ciertas las especies propagadas. Pensó entonces que la mejor manera de desvirtuar hechos graves era substituirlos por otros semejantes, de menor o ninguna importancia.

Así lo hizo. Esperó el momento que estuvieran en la tienda los dos parroquianos y refirióles hechos que realmente no eran los que habían sucedido.

Pero la acción del manco no llegó a la casa de Guzmán noble como ella era. Un día asaltaron los hijos al paralítico y le hicieron cargo de proteger a un criado infiel; que no sólo revelaba secretos de familia, sino que inventaba cosas que nunca existieron: como que hubo en la casa jugadores y hasta tuberculosos!...

—No puede ser; no puede ser — dijo el paralítico Rodrigo nunca bebió. No está loco...

Llamó Guzmán al manco para saber de su boca lo sucedido.

—Señor — dijo éste —. Cuando el cauce del río se seca, la maledicencia va a los arroyuelos... Yo no dije eso, no; no fué así... Algunos de sus mejores amigos quisieron obtener de mí la confirmación de los sucesos que en esta casa tuvieron lugar. Yo lo negué todo y tuve el convencimiento de que nada había desvanecido... Me pareció que había hecho lo que el reo que todo el mundo señala y que sólo niega, que nada explica... Entonces desfiguré los hechos. Dije que la substracción de dinero que hizo a Vd. su hijo Ernesto y que costó a Vd. su ataque de apoplejía no fué tal substracción; que lo que en verdad pasó fué que su hijo se excedió en el juego y tuvo Vd. que hacer frente las pérdidas... Ydije que el repentino alejamiento de la sociedad de la señorita Emilia no fué por ocultar nada desdoroso, sino que habiendo dicho el médico que tenía un principio de tuberculosis fué enviada con toda premura y sigilo en busca de clima propicio, viaje que no fué divulgado por ocultar la enfermedad que lo ocasionaba.

Cuando Rodrigo concluyó, el paralítico estaba pálido y tenía los ojos clavados en el suelo. Hizo señas al criado para que se aproximara. Le tomó de la mano, se la apretó cariñosamente, a la vez que veníale un sollozo convulsivo. El manco estaba en pie; dos gruesas lágrimas corrían por sus mejillas.

En ese instante aparece la mujer de Guzmán y cree que su marido sufre otro ataque:

—Qué hay?... pregunta.

Después de unos segundos, el paralítico responde:

—Nada!... Es que los amos suelen también llorar con los criados...