El sabueso de los Baskerville (Costa Álvarez tr.)/IV

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época

IV

SIR ENRIQUE BASKERVILLE

La mesa de nuestro desayuno había sido despejada temprano, y Holmes, en su bata de casa, esperaba la prometida visita. Nuestros clientes fueron puntuales, porque apenas habían dado las diez cuando apare el doctor Mortimer, seguido por el baronet. Late era un joven como de treinta años, delgado, ágil, de complexión muy robusta, ojos negros, cejas gruesas, también negras, y facciones duras agresivas. Vestía un traje de lanilla, de tinte rojizo, y tenía la tez curtida del que ha pasado la mayor parte de su vida al aire libre; pero había algo en la fijeza de su mirada y en la tranquila firmeza de su porte, que denunciaba al caballero.

—Este es sir Enrique Baskerville—dijo el doctor Mortimer.

+ —Efectivamente—dijo el presentado;—y lo curioso del caso, señor Sherlock Holmes, es que si mi amigo no me hubiera propuesto venir á ver á usted, yo lo habría hecho por propia iniciativa.

Tengo entendido que usted sabe descifrar pequeños enigmas, y yo he recibido uno esta mañana que exige más cavilaciones de las que caben en mi cabeza.

Sirvase tomar asiento, sir Enrique. ¿Debo deducir de sus palabras que le ha sucedido á usted alguna cosa extraordinaria después de su llegada á Londres?

—Nada que sea importante, señor Holmes. Sólo se trata de una broma, que tal vez no sea broma. Es esta carta, si se puede llamar carta á esto que ha llegado á mis manos esta mañana.

El baronet puso un sobre encima de la mesa, y todos nos acercamos á verlo. Era un sobre común, de color agrisado. La dirección: «Sir Enrique Baskerville, Northumberland Hotel», estaba esca con letra muy tosca; el sello postal decía: «Charing Cross» y tenía la fecha y la hora de la noche anterior.

} ¿Quién sabía que usted iba á alojarse en el Northumberland Hotel? — preguntó Holmes, clavando los ojos en sir Enrique Baskerville.

—Nadie podía haberlo sabido. Esto sólo se resolvió ayer, cuando nos vimos con el doctor Mortimer.

— —Pero el doctor Mortimer ya estaba parando, allí, sin duda...

—No; yo me alojaba en casa de un amigo—dijo el doctor.—Antes que entráramos en el hotel era absolutamente imposible que alguien supiera que fbamos á alojarnos allí.

— Hum!... Parece que hay quien está profun—.damente interesado en seguir á ustedes los pasos:

—dijo Holmes.

Y tomando el sobre sacó de él una media carilla de papel de oficio, plegada en cuatro. La abrió y la asentó sobre la mesa. En el centro aparecía una sola frase, y para escribirla se había recurrido al expediente de pegar, unas tras otras, palabras recortadas de algún impreso. La frase era ésta: «Si aprecia en algo su vida ó su razón no vaya al páramo. La palabra «páramo» era la única manus.

Icrita.

Ahora bien—dijo sir. Enrique Baskerville ;—tal vez usted pueda decirme, señor Holmes, qué demonios significa esto, y quién es el que se toma tanto interés por mí.

Qué piensa usted al respecto, doctor Mortimer? Tiene usted que empezar por confesar que en esto no hay, de ningún modo, nada de sobrenatural.

—Así es, señor. Pero muy bien puede haber salido de alguien que esté convencido de que lo que Bucedió fué sobrenatural.

¿Qué es lo que ha sucedido?—preguntó vivamente ir Enrique.—Me está pareciendo que todo el mundo sabe aquí mucho más que yo sobre mis propios asuntos.

Usted sabrá tanto como nosotros, sir Enrique, antes de que salga de esta pieza; se lo prometo dijo Sherlock Holmes.—Pero, con su permiso, vamos á limitarnos por el momento á este documento tan interesante, que debe haber sido preparado ayer, desde que fué puesto anoche en el correo.

¿Tiene usted el Times de ayer, Watson?

—Está allí, en aquel rincón.

Quiere usted alcanzármelo?... El pliego interior, hágame el servicio; la página de los edito riales... ¡Ajá!

Holmes recorrió rápidamente la hoja impresa, paseando la mirada de arriba abajo, columna por columna.

—www De primer orden el artículo este sobre librecambio—dijo de pronto. — Permítanme ustedesque les lea un párrafo: «Pero no vaya uno á aluoinarse pensando que su ramo particular en el scampo del comercio ó de la industria tendría nueva vida, ó, por lo menos, mejoraría en algo, al padoptarse el régimen proteccionista; porque si se naprecia el resultado que en definitiva tendría éste, >se verá que su pretendida superioridad carece to>talmente de razón de ser...» —¿Qué me dice de esto, Watson ?—exclamó Holmes alborozado, soltando el diario y frotándose las manos fieramente.— Tendrá razón el articulista? ¿Qué le parece?

El doctor Mortimer miró á Holmes con un interés que me pareció profesional, y sir Enrique fijó en mí un par de ojos azorados.

No conozco gran cosa en materia de protecdionismo ó librecambio, ó asuntos por el estilodijo sir Enrique ;—pero lo que me parece es que nos hemos salido un poco de la cuestión de la carta.

Por el contrario, estamos bien metidos dentro de ella, sir Enrique. Mi amigo Watson, conoce mejor que usted mis procedimientos,pero temo mucho que él tampoco haya entendido bien el significado de esta frasewww 731 —No; confieso que no veo la relación.

—Y, sin embargo, mi querido Watson, la relación es tan estrecha que una cosa no es más que el extracto de la otra. No vaya, su, ó, vida, en algo, al, ai, aprecia, su razón. No ve usted ahora de dónde han sido sacadas las palabras?

Į — Rayos y truenos! Tiene usted razón! Esta que es perspicacia 1—exclamó sir Enrique.

—Si pudiera haber alguna duda—observó Holmes, la disipa el hecho de que las palabras ano vaya y en algox han sido cortadas juntas.

A ver, á ver!... ¡Es cierto—confirmó el baronet.

Realmente, señor Holmes, esto supera â cuạnto yo podía haberme imaginado—dijo el doctor Mortimer mirando con asombro á mi amigo.—Me hubiera explicado que alguno dijese que las palabras procedían de un diario; pero que usted haya nombrado el diario, y haya agregado que habían sido recortadas de un artículo editorial, esto es verdaderamente una de las cosas más notables que he conocido en mi vida. ¿Cómo ha llegado usted & saberlo?

—Supongo, doctor, que usted podría distinguir el cráneo de un negro del de un esquimal...

—Seguramente.

—Pero... ¿por qué, cómo?

—Porque ese es mi pasatiempo predilecto. Las diferencias entre uno y otro son manifiestas. La protuberancia frontal, el ángulo facial, la curva maxilar, la...

—Pues éste es también mi pasatiempo predilecto, y las diferencias son igualmente manifiestas, Hay tanta diferencia á mis ojos entre el tipo bourgeois interlineado de 'un editorial del Times y la desaliñada impresión de un diario vespertino de medio penique, como puede haberla entre su negro y su esquimal. La ubicación, diré, de los tipos usados por los principales diarios y periódicos, es una de las ramas de conocimiento más elementales del especialista en crímenes; aunque confieso que una vez, siendo muy joven, confundí el Leeds Mercury con el Western Morning News. Pero un editorial del Times es absolutamente inconfundible, y estas palabras no podían haber sido sacadas de ninguna otra parte. En fin, como la cosa había sido hecha ayer, lo más probable era que encontráramos las palabras en el número de ayer.

—Entonces, por lo que alcanzo á comprender, señor Holmes—dijo sir Enrique,—alguien ha recortado las palabras de este mensaje con unas tijeras...

—Tijeritas para las uñas corrigió Holmes.Verá usted que eran tijeras de hoja muy corta si observa que han sido necesarias dos tijeretadas para recortar tanto no vaya como en algo.

—Es cierto. Alguien, pues, recortó las palabras del mensaje con un par de tijeritas, y las pegó con engrudo...

—Con goma—corrigió Holmee.

...con goma sobre el papel. Pero me gustaría saber por qué la palabra «páramo» está manuscrita.

—Porque el que la escribió no pudo encontrarla impresa. Todas las demás palabras eran sencillas y podían estar en cualquier número, pero «páramo» no es tan corriente.

—1 Es claro, por supuesto! Así se explica! ¿Ha Į leído usted alguna cosa más en este mensaje, señor Holmes?

Hay uno que otro indicio, aun cuando su autor ha hecho los mayores esfuerzos para no dejar huellas. Como usted ve, la dirección está escrita con una letra muy tosca. Pero el Times es un diario que rara vez se encuentra en manos de personas que no sean muy educadas. Podemos suponer, por lo tanto, que la carta ha sido fabricada por un hombre culto que quería pasar por inculto, y su esfuerzo para disimular la letra sugiere la idea de que esta letra podía ser reconocida, ó llegar á ser reconocida por usted. Ahora bien: observará usted que las palabras no están pegadas exactamente en línea recta, pues unas aparecen más altas que las otras. La palabra vida, por ejemplo, está completamente fuera de su lugar. Esto puede significar descuido, como también puede significar agitación y prisa. En definitiva, me inclino á suponer esto último, desde que, como el asunto es evidentemente de importancia, no es probable que al hacer este mensaje sobre él, el hombre se haya descuidado. Suponiendo, pues, que hubiera obrado precipitadamente, esto provocaría la interesante cuestión de ¿por qué estaba apurado? desde que, si la carta hubiera sido puesta en el correo esta mañana temprano, habría ado á manos de sir Enrique, antes de que sir Enrique saliera del hotel. Temía el hombre una intervención?... Y de quién?

Vamos entrando ya, se puede decir, en el terreno de las adivinanzas—dijo el doctor Mortimer.

—Diga usted, más bien, en el terreno en que se pesan las probabilidades y se escogen las más verosímiles. Esta es la misión que la imaginación desempeña en la ciencia, aunque nosotros siempre tenemos alguna base material en qué fundar nuestras especulaciones. Pues bien: usted podrá decir, tal vez, que esto es también una adivinanza, pero estoy casi seguro de que la dirección ha sido escrita en un hotel..

—Cómo diablos puede saberlo?

que Si la examina usted prolijamente, verá tanto la pluma como la tinta, han dado que hacer al escritor. La pluma ha chisporroteado dos veces en una misma palabra, y se ha secado tres veces, en una dirección tan corta, lo que demuestra que había muy poca tinta en el tintero. Ahora bien :

una pluma ó un tintero en una casa particular, rara vez llega á estar en semejante estado, y que leguen a estarlo ambas cosas á un tiempo, es algo más difícil todavía. En cambio, usted conoce la pluma y la tinta de un hotel, donde es difícil encontrar nada de repuesto. Sí; no vacilo casi al decir que, si pudiéramos registrar los cestos de papeles inútiles de los hoteles más próximos á Charing Cross, hasta que encontráramos los restos del Times mutilado, podríamos poner las manos en seguida sobre la persona que ha enviado este singular mensaje. ¡Hola, hola! ¿Qué es esto?:

Holmes había estado examinando prolijamente el papel en que estaban pegadas las palabras, sosteniéndolo para ello & una ó dos pulgadas de sus ojos.

—¿Qué hay?

—Nada—dijo dejando el papel sobre la mesa.Es una media carilla completamente en blanco, sin Aligrana siquiera. Creo que hemos sacado ya todo cuanto hay que sacar de esta curiosa carta. Vamos á ver ahora, sir Enrique: le ha sucedido á usted alguna otra cosa de interés desde que está en Londres?

—No, señor Holmes. Creo que no.

No ha notado que alguien lo siga ó lo obBerve?

—Parece como si hubiera venido aquí á meterme en el centro mismo de una novela de folletín exclamó el baronet.— Para qué diablos tiene que seguirme ó que observarme nadie?

—Vamos á llegar ya á eso, sir Enrique. ¿No tiene usted nada más que comunicarnos antes de que entremos en materia?

— Vaya! Eso depende de lo que usted considere digno de ser comunicado.

Considero digno de ser comunicado todo cuanto salga de la rutina ordinaria de la vida.

Sir Enrique se sonrió.

No conozco gran cosa las costumbres en Inglaterra, por cuanto he pasado casi toda mi vida en los Estados Unidos y en el Canadá. Pero supongo que el que uno pierda de repente uno de sus botines no es cosa que entre en la rutina ordinaria de la vida en Londres.

Ha perdido usted uno de sus botines?

—Mi querido señor—intervino el doctor Mortimer, dirigiéndose al baronet; se ha extraviado solamente. Seguramente lo habrán encontrado ya 15 cuando usted vuelva al hotel. ¿Qué necesidad hay de molestar al señor Holmes con bagatelas de este género?

—Hombre! Me ha preguntado por cosas que se salgan de la rutina ordinaria de la vida.

—Justamente—dijo Holmes, y por tonto que el hecho pueda parecer. Decía usted que ha perdido uno de sus botines?

—Bueno... se habrá extraviado, sea como fuere. Anoche dejé los dos del lado de afuera, junto á la puerta, y esta mañana sólo encontré uno. Interrogué al muchacho que los limpia, pero no pude poner nada en claro. Lo peor del caso, es que anoche los compré en el Strand, y que no los había estrenado todavía.

—Y si no los había usado todavía, ¿por qué quería que los limpiaran?

—Eran botines de cuero crudo y no estaban barnizados. Por eso los dejé afuera.

Quiere decir, entonces, que ayer, en cuanto llegó usted á Londres, se fué á comprar un par de botines?

—Compré hastantes cosas. El doctor Mortimer se tomó la molestia de acompañarme. Usted comprenderá que si tengo que ser propietario allá, en Devonshire, debo vestir al personaje; y es probable que me haya hecho un poco descuidado en mis costumbres allá en América. Entre otras sas compré ese par de botines, que me costaron šeis pesos.

CO ™ —El robo parece ser singularmente inútil dijo..

Sherlock Holmes.—Confieso que participo de la creencia del doctor Mortimer, de que no pasará mucho tiempo sin que aparezca el botín perdido.

—Ahora, caballeros—dijo el baronet en tono reTA

suelto,— —creo que he hablado bastante sobre lo poco que sé. Ya es hora de que cumplan ustedes su promesa de darme cuenta detallada de qué es lo que estamos todos tratando aquí.

—Su deseo es muy razonable dijo Holmes.

Doctor Mortimer, creo que lo mejor que puede hacer usted es contar la historia á sir Enrique tal como nos la contó á nosotros.

Invitado de este modo, nuestro científico amigo sacó sus papeles del bolsillo, y expuso el caso en todos sus detalles, como lo había hecho la mañana anterior. Sir Enrique Baskerville lo oyó con la más profunda atención, soltando de tiempo en tiempo una exclamación de asombro.

— Caramba —dijo, "cuando el doctor Mortimer hubo terminado.— Parece que me ha tocado una herencia de mil diablos! La historia del sabueso la conozco, por supuesto, desde que era una criatura. Es el cuento mimado de la familia, y nunca hasta ahora se me había ocurrido tomarlo por lo serio. Pero, por lo que se refiere á la muerte de mi tío... caramba!... todo eso parece que estuviera hirviéndome dentro de la cabeza; no puedo comprender nada. Por lo que veo, no se ha puesto en claro todavía si éste es un caso en que deba intervenir la policía ó la iglesia.

—Precisamente.

—Y ahora tenemos la cuestión de la carta que me han dirigido al hotel. Me parece que el carácter misterioso de esta misiva está perfectamente de acuerdo con el asunto.

—La carta hace ver que hay alguien que sabe mejor que nosotros lo que está pasando en el páramo dijo el doctor Mortimer.

—Demuestra también—observó Holmes, que 1 1 hay alguien que no le tiene mala voluntad á sir Enrique, desde que le previene el peligro.

—O puede ser que, para facilitar sus propósitos, quiera alargarme á fin de que no vaya al Hall..

—Sí; por supuesto, eso también es posible. Debo dar á usted las más expresivas gracias, doctor Mortimer, por haberme presentado un problema que ofrece varias disyuntivas, todas muy interesantes. Pero la cuestión práctica que tenemos que resolver ahora, sir Enrique, es si es ó no prudente que usted vaya á Baskerville Hall.

—Por qué no habría de ir?

—Parece que sería peligroso.

—Supone usted que el peligro pueda venir del.monstruo de la leyenda ó de algún ser humano?

—Esto es precisamente lo que tenemos que averiguar.

—Sea cual fuere el peligro, mi resolución está hecha. No hay demonio en el infierno, señor Holmes, ni hombre alguno en la tierra que pueda impedirme ir al hogar de mi familia; debe usted considerar esto como mi resolución definitiva.

.I Sir Enrique había fruncido el entrecejo, y á sus mejillas había asomado un tinte rojo sombrío. Bien se veía que el fiero carácter de los Baskerville no se había extinguido en este último representante de la familia.

—Por lo demás—agregó,—todavía no he tenido tiempo de pensar sobre todo lo que se me acaba de hacer saber. Es fuerte cosa para un hombre el tener que conocer las cosas y decidir sobre ellas de una sola sentada. Me gustaría poder disponer de una hora de tranquilidad para hacer mi juicio al respecto. Vea un poco, señor Holmes: ahora son las once y media, y pienso irme directamente al hotel. ¿Qué le parece? ¿por qué no me hacen el favor, usted y su amigo, el doctor Watson, de ir á tomar el lunch con nosotros, á las dos? Entonces podré decir á usted, de una manera positiva, qué es lo que pienso sobre el asunto.

—No tiene usted inconveniente, Watson?

—Ninguno.

—Bueno; puede usted esperarnos. ¿Hago llamar un cab?

—Preferiría caminar, porque esta conversación me ha sofocado un poco.

—Yo lo acompañaré á pie con mucho gusto le dijo el doctor Mortimer.

—Entonces, hasta luego, á las dos. Au revoir.

Oímos las pisadas de nuestros visitantes, que bajaban la escalera, y en seguida el golpe de puerta de calle al cerrarse. En un instante, Holmes dejó de ser el lánguido soñador, para convertirse en el hombre de acción.

— Su sombrero y sus botines, Watson! | pronto... No hay que perder ni un momento y al decir esto corrió á su cuarto, del que salió, pocos segundos después, correctamente vestido de levita.

Bajamos precipitadamente la escalera y salimos & la calle. El doctor Mortimer y sir Enrique estaban ya como á doscientas yardas, del lado de la calle de Oxford.

—Corro á detenerlos?

—Por nada del mundo, mi querido Watson !

Me doy por muy satisfecho con la compañía de usted, si es que usted tolera la mía. Nuestros amigos han hecho muy bien, porque la mañana es lindísima, por cierto, para dar un paseo á pie.

Holmes apretó el paso, y llegamos á reducir á la mitad la distancia que nos separaba de ellos. Y así, conservándonos siempre á unas cien yardas, los seguimos hasta la calle de Oxford, y por ésta hasta a de Regent. En una ocasión, se pararon para mirar el escaparate de una tienda, al ver lo cual nosotros, hicimos lo mismo. Un instante después, Holmes soltó una exclamación de sorpresa, y siguiendo la mirada de sus ojos ansiosos, vi que se fijaban, hacia el otro lado de la calle, en un cab que, después de haberse detenido como nosotros, echaba á andar otra vez lentamente en nuestra misma dirección.

—Ese es el hombre, Watson! ¡Corra!... Le echaremos un buen vistazo, si es que no podemos hacer más.

Aceleramos el paso, y en el mismo instante en que alcanzábamos al cab vi dentro de él, á través de la ventanilla lateral, una barba negra y tupida y un par de ojos escrutadores que se fijaban en nosotros. Inmediatamente se alzó con violencia el postiguillo del techo del carruaje, le gritaron algo al cochero, y el cab salió á escape por la calle Regent. Holmes buscó ansiosamente con los ojos otro coche, pero no se veía ninguno desocupado.

Entonces echó á correr también, como un loco, por el medio de la calle; pero la ventaja que nos llevaba el cab era demasiado grande, y pronto se perdió de vista.

— Vea usted !—dijo Holmes contrariado, surgiendo pálido y jadeante de entre la corriente de vehículos.— Se ha visto nunca una suerte más puerca y un procedimiento más estúpido que el mío? Watson, Watson; si su conciencia es honrada, usted tendrá que consignar también este fracaso, y presentarlo contra mis triunfos.

i 68 Quién era ese hombre?

—No tengo la menor idea.

Un espía?

Vea: era evidente, por lo que hemos oído, que sir Enrique estaba siendo objeto de una estrecha vigilancia desde su llegada á Londres. ¿De qué otra manera podía haberse sabido que era en el North—umberland Hotel donde iba á alojarse? Y si lo habían seguido el primer día, supuse que también lo seguirían el segundo. Notó usted que, mientras el doctor Mortimer repetía su historia, me acerqué dos veces á la ventana?

—Sí, me acuerdo.

—Quería saber si había desocupados paseándose por la calle, pero no vi ninguno. Tenemos que habérnoslas con un hombre muy hábil, Watson. Este asunto es muy intrincado, y aunque todavía no puedo precisar, de una manera definitiva, si es un agente amigo ó enemigo el autor del anónimo y el hombre del cab, me doy cuenta, sin embargo, de su fuerza y de que algo se propone. Cuando salieron nuestros amigos, me dispuse á seguirlos inmediatamente, con la esperanza de descubrir á su misterioso perseguidor. El hombre es tan astuto, que no se consideró seguro á pie, y se sirvió de un cab á fin de poder andar despreocupadamente detrás de ellos, como si se paseara, ó pasarlos á escape, con lo que evitaba el peligro de hacerse sospechoso. Este método tenía, además, la ventaja de que, si ellos tomaban un coche, él estaba ya listo para seguirlos. Pero también tenía, por supuesto, una desventaja manifiesta.

—La de que se entregaba al cochero.

—Exactamentewwww } Qué lástima que no hayamos tomado el número!.

—Mi querido Watson, por torpe que haya sido yo esta vez, no vaya á creer usted que me olvidé de tomar el número: 2704 es el de nuestro hom bre. Pero esto no nos sirve para nada por el momento.

—La verdad es que no sé cómo podría haber hecho usted en este caso más de lo que ha hecho..

—Al ver el cab, debía haberme vuelto instantáneamente, tomando otra dirección. Entonces con toda tranquilidad, podría haber subido á otro cab y haber seguido al individuo á una distancia pru dencial; ó, mejor todavía, nos habríamos ido al Northumberland Hotel á esperarlo. Una vez que nuestro desconocido hubiera dejado á sir Enrique en su casa, habríamos tenido ocasión de hacerle á él el mismo juego, viendo adónde se dirigía. Lo cierto es que, por avidez indiscreta, de la que se aprovechó nuestro adversario con extraordinaria prontitud y destreza, nos hemos traicionado y ho mos perdido la pista.

Durante esta conversación habíamos seguido despreocupadamente por la calle Regent, y hacia tiempo que habían desaparecido de nuestra vista el doctor Mortimer y su compañero.

—No hay ya objeto en seguirlos—dijo Holmes.

—La sombra se ha ido y no volverá. Vamos á ver qué otras cartas tenemos en la mano, y las jugare.mos resueltamente. ¿Podría usted hacer una declaración jurada respecto á la cara del hombre que estaba en el cab?

—Sólo podría jurar respecto á la barba.

—Yo también no he visto más que la barba..de lo que deduzco que, muy probablemente, era M › .85 postiza. Al meterse en una empresa tan delicada, un hombre astuto como él no dejaría ver su barba si la tuviera propia; de modo que si la usaba era para ocultar sus facciones. Entre, Watson.

L Holmes se introdujo en una de las oficinas seccionales de mensajeros, cuyo jefe le hizo una calurosa acogida.

— Vaya, Wilson! Veo que no se ha olvidado usted de aquel asuntito en que tuve la suerte de ayudarlo.

—No señor, no lo he olvidado. Usted me salvó la reputación y tal vez la vida.

—Mi querido amigo, no exagere. Creo recordar, Wilson, que usted tiene entre sus muchachos un tal Cartwright, que reveló alguna habilidad en aquella investigación.

—Sí, señor; todavía está con nosotros.

— Podría hacerlo subir?... Gracias. ¿Quiere hacerme también el favor de cambiarme este billete de veinte pesos?

Respondiendo al llamado de su jefe apareció un muchacho como de catorce años, de fisonomía despierta y brillante. Al ver á mi amigo se quedó mirándolo con gran reverencia.

—Permítame la guía de hoteles—dijo Holmes al jefe. Gracias. Mira, Cartwright, aquí te he marcado veintitrés hoteles, todos en las inmediaciones de Charing Cross. Comprendes?

—Sí, señor.

Tienes que visitarlos uno por uno.

—Sí, setor.

—Empezarás por darle al conserje una moneda de veinte centavos en cada caso. Aquí tienes veintitrés de ellas.

—Sí, señor.

El Sabueso.—5 —Le pedirás que te deje ver los papeles de la basura de ayer, diciéndole que se ha extraviado un telegrama importante, y que tienes que buscarlo.

¿Entiendes?

—Sí, señor.

—Pero lo que buscarás en realidad será una página del Times de ayer, la de los editoriales, que tenga unos agujeros hechos con tijeras. Aquí tie nes el diario. Esta es la página. ¿Podrás conocerla fácilmente?

—Sí, señor.

—El conserje llamará entonces á alguno de los sirvientes á quien darás también otra moneda, igual. Aquí tienes veintitrés más. En veinte, quizás, de los veintitrés hoteles, te dirán que la basura ya ha sido quemade ó sacada de la casa, y en los otros tres casos te mostrarán un montón de papeles, en el cual buscarás lá página. Hay muchísimas probabilidades de que no la encuentres.

Aquí tienes diez monedas más por lo que pueda suceder. Y antes de la noche me harús saber el resultado de tu pesquisa por medio de un telegrama á mi casa de la calle Baker. Ahora, Watson, lo único que nos queda por hacer, es averiguar por telégrafo quién es el cochero número 2704; después nos meteremos en una de las galerías de pinturas de la calle Bond, y nos entretendremos allí hasta que sea hora de ir á Northumberland Hotel.