El señor Bergeret en París/Capítulo XX
Capítulo XX
—Contemple ese espectáculo —dijo el señor Bergeret en la escalinata del Trocadero a Goubin, su discípulo, el cual limpiaba los cristales de sus lentes—. Vea usted cúpulas, minaretes, agujas, campanarios, torres, frontones, tejados de paja, de pizarra, de vidrio, de tejas, de ladrillos de colores, de madera, de pieles de animales; terrazas italianas y terrazas moriscas; palacios, templos, pagodas, quioscos, cabañas, tiendas, castilletes de agua, castilletes de fuego, contrastes y armonías de todas las viviendas humanas; feria del trabajo, juego maravilloso de la industria, recreo del ingenio moderno, que han instalado las artes y los oficios universales.
—¿Cree usted —preguntó Goubin— que Francia sacará algún provecho de esta inmensa Exposición?
—Puede obtener grandes ventajas —respondió el señor Bergeret—, siempre que no conciba por ello un orgullo estéril y hostil. Esto es sólo el decorado y la envoltura; el estudio del interior dará lugar a que se conozcan bien el cambio y la circulación de los productos; el consumo a su verdadero precio, la importancia del trabajo y del salario, la emancipación del obrero. ¿No admira usted, señor Goubin, uno de los principales beneficios de la Exposición Universal? En primer lugar, ha derrotado a Juan Gallo y a Juan Cordero. ¿Dónde quedan Juan Gallo y Juan Cordero? Ni se les ve ni se les oye. Hasta poco ha no era posible ver otra cosa: Juan Gallo iba delante, con la cabeza erguida y la pata levantada; Juan Cordero le seguía, gordo y lanudo... en toda la ciudad retumban sus quiquiriquíes y sus be... be... pues eran elocuentes... Un día del pasado invierno oí decir a Juan Gallo:
"—Se impone una guerra. El Gobierno la hizo inevitable por su cobardía.
"Juan Cordero respondió:
"—Me gustaría mucho una guerra naval.
—Claro que una naumaquia sería muy conveniente para exaltar el nacionalismo —decía JuanGallo— ¿Y por qué no hacer la guerra por tierra y por mar? ¿Quién nos lo impide?
—Nadie —respondió Juan Cordero—. Me gustaría saber quién se atrevería a impedírnoslo. Pero antes es necesario exterminar a los traidores, a los vendidos, a los judíos y a los masones. No hay más remedio.
"—Opino lo mismo que tú —decía Juan Gallo— Y solamente iré a la guerra cuando el suelo nacional esté limpio de nuestros enemigos.
"Juan Gallo es vivaracho, Juan Cordero es dulzón; pero los dos saben perfectamente cómo se templan las energías nacionales, para no esforzarse por todos los medios posibles en asegurar a su país los beneficios de la guerra civil y de la guerra extranjera.
"Juan Gallo y Juan Cordero son republicanos. Juan Gallo, en todas las elecciones, vota por el candidato imperialista, y Juan Cordero, por el candidato realista; pero los dos son republicanos plebiscitarios, y no imaginan cosa mejor para asegurar el Gobierno a su gusto que entregarlo a los azares del sufragio oscuro y tumultuoso, en lo cual demuestran ser astutos, porque, si se tiene una casa, lo más oportuno es jugarla contra un haz de heno...
"Juan Gallo no es religioso, y Juan Cordero no es clerical, aunque tampoco es librepensador, pero respetan y estiman a los frailes que se enriquecen con la venta de milagros y que redactan papeles sediciosos, injuriosos y calumniadores. ¡Ya sabe usted cuántos frailes de tal especie abundan en este país y lo devoran!
"Juan Gallo y Juan Cordero son patriotas. Usted cree serlo también y se siente ligado a su país por las fuerzas invencibles y suaves del afecto y de la reflexión; pero es un engaño; y si desea usted vivir en paz con el Universo, le consideran cómplice del Universo, Juan Gallo y Juan Cordero nos lo demuestran aturdiéndonos con sus matracas al grito de guerra: ¡Francia, para los franceses!' ¡Francia, para los franceses!' Es la divisa de Juan Gallo y de Juan Cordero; y como evidentemente estas cuatro palabras dan una idea exacta de la situación de un pueblo poderoso entre los otros pueblos, expresan las condiciones necesarias de la vida, la ley universal del cambio, el comercio de las ideas y de los productos; como también encierran una filosofía profunda y una vasta doctrina económica, Juan Gallo y Juan Cordero, para asegurar la Francia de los franceses, habían resuelto cerrarla a los extranjeros, yde este modo extendían así a los seres humanos, con una resolución genial, el sistema que el señor Meline había aplicado solamente a los productos agrícolas e industriales para mayor provecho de un pequeño número de hacendados. Y la idea que concibió Juan Gallo de prohibir a los hombres de naciones extranjeras que pisaran nuestro suelo nacional, se impuso por su salvaje belleza a la admiración de una muchedumbre de burgueses y cafeteros.
"Juan Gallo y Juan Cordero no tienen malicia, y son, con absoluta inocencia, los enemigos del género humano. Juan Gallo es vehemente; Juan Cordero es melancólico; pero, sencillos los dos, creen de buena fe todo cuanto dice su periódico. Esto demuestra su candidez, pues lo que dice su periódico no es fácilmente creíble. Os aseguro, impostores célebres, falsarios de todos los tiempos, embusteros insignes, mistificadores ilustres, artífices famosos de ficciones, de errores y de ilusiones, cuyos fraudes venerables han enriquecido la literatura profana y la literatura sagrada con tantos libros supuestos, autores de tantas obras apócrifas, griegas, latinas, hebraicas, sirias y caldeas, que habéis abusado durante mucho tiempo de los ignorantes y de los doctos, falsos Pitágoras, falsos Hermes-Trimegisto, falsos
Sachoniathion, engañosos autores de poesías orfeicas y de libros sibílicos, falsos Enoc, falsos Esdras, seudo Clemente, seudo Timoteo, sacerdotes que para asegurar la posesión de vuestras tierras y privilegios atropellasteis en el reinado de Luis Noveno los códigos de Clotario y de Dagoberto, doctores en Derecho canónico que apoyasteis las pretensiones de la Santa Sede valiéndoos de un montón de sagradas decretales que compusisteis vosotros mismos, fabricantes al por mayor de memorias históricas, Soulavie, Courchamps, Touchard-Lafosse, falso Weber, falso Borrienne, fingidos verdugos y policías fingidos que escribisteis las Memorias de Samson y las Memorias de Claude; y tú, Vrais—Lucas, que supiste trazar con tu propia mano una carta de María Magdalena y otra de Vercingetorix; y vosotros, cuya vida entera fue una hipocresía, falsos Esmerdis, falsos Nerones, falsas doncellas de Orleáns, que engañasteis hasta a los hermanos de Juana de Arco; falsos Demetrios, falsos Martín Guerre y falsos duques de Normandía, facedores de prestigios milagreros por los que fueron seducidas las muchedumbres; Simón el Mago, Apolonio de Taina; Cagliostro, conde de San Germán, viajeros que, procedentes de tierras lejanasy con facilidades para mentir, abusasteis de ellas, los que aseguráis haber visto los Cíclopes y los Lestrigones, la montaña de imán, el pájaro Rok y el pez obispo; tú, Juan de Mandeville, que hallaste en Asia varios diablos que escupían fuego; vosotros, inventores de cuentos y de fábulas: Mi madre la Oca, Tül el travieso, EL barón de Munchausen, vosotros españoles caballerescos y picarescos, grandes charlatanes: os invoco; sed testigos de que todos vosotros juntos no habéis acumulado tantas mentiras en tantos siglos como las que publican en un solo día los periódicos leídos por Juan Gallo y Juan Cordero. Después de lo cual, ¡ cómo podemos admirarnos de que Juan Gallo y Juan Cordero tengan tantos fantasmas en la cabeza!