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Eneida (Caro tr.)/Libro XI

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época
LIBRO UNDÉCIMO.


I.

En este medio alzándose la Aurora
Del Oceano las regiones deja.
Enéas, aunque el ánsia le devora,
Con que á dar sepultura se apareja
A sus aliados, y consigo llora,
Y el dolor de las pérdidas le aqueja;
Sus votos, vencedor, cumple primero,
Con el albor del matinal lucero.

II.

Cúmplelos; y en la cima de un collado
Hace hincar luégo una robusta encina,
Habiéndola de ramas desnudado;
En ella la armadura diamantina
De Mezencio pondrá: trofeo alzado
Al Dios que en guerras triunfador domina.
Ya le acomoda el yelmo, ya la cota,
Por doce partes perforada y rota.

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III.

Truncos vuelve sus dardos al guerrero
En efigie, y su cresta ensangrentada,
Préndele á izquierda el gran broquel de acero,
A su hombro cuelga de marfil la espada.
Y él, entre los aliados el primero,
A hablarles se alza luégo: en apiñada
Y silenciosa turba su persona
Los jefes cercan ya; y así razona:

IV.

«Ya lo difícil acabasteis: llano,
Soldados, lo que falta os adivino.
Ved los despojos del cruel tirano;
Ricas primicias son: ¡en esto vino
Mezencio á dar por obra de mi mano!
Sabed que á la ciudad del rey Latino
Marchad nos cumple. En el marcial intento
Ocupad desde ahora el pensamiento.

V.

«Prevenidos estad, porque llegada
La hora que darán á mi ventura
Los Dioses, de mover el campo, nada
Los ánimos sorprenda, ni á pavura
Ó á dañosa demora los persuada.
A los muertos en tanto sepultura
Demos: único honor que á ellos alcanza
Del Aqueronte en la profunda estanza.

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VI.

»Sí, á egregias almas que este patrio nido
Con su sangre nos dan generadora,
Que últimas honras tributeis os pido.
Palante al patrio pueblo que le llora
Sea en fúnebre pompa conducido:
Virtud no le faltó: funesta un hora
Robóle á nuestro amor, robóle al suelo,
¡Ay!para hundirle en sempiterno duelo!»

VII.

Yllora, y al umbral los pasos guia
Dónde Acetes, anciano y fiel guerrero,
De Palante infeliz custodia hacía
Al tendido cadáver. Escudero
El del parrasio Evandro fuera un dia,
Y vino en esta vez por compañero
De aquel amado alumno, con auspicios,
Cual ántes no lo fueron, impropicios.

VIII.

En torno ostentan en comun su duelo
Turba troyana y mustia servidumbre,
Y damas suelto al aire el rico pelo
En señal de dolor, cual fué costumbre.
Entró Enéas al pórtico, y al cielo
Alza inmenso clamor la muchedumbre;
En gran lamentacion hiérense el pecho,
Y suena con el llanto el regio techo.

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IX.

Él, viendo de Palante sostenida
La frente, y blanco el rostro á par de muerte,
Y en aquel pecho hermoso la ancha herida
Que ausonia lanza abriera, y sin que acierte
El llanto á contener, «¿Tú aquí sin vida,»
Clama, «amigo infeliz? Cuando la suerte
Más propicia á mis armas sonreía,
¡Ay! de mi lado te arrebata impía!

X.

«No quiso la cruel que el triunfo mio
Vieses, y vencedor entre marciales
Pompas volvieses al solar natío!
No hice á tu padre, no, promesas tales
Cuando, enviándome á excelso poderío,
Al darme en tierno abrazo tristes vales
Me advirtió receloso que lo habria
Con gentes bravas en tenaz porfia.

XI.

«¡Y él hora por ventura se complace
En trocar á esperanzas sus temores,
Y ofrendas en el ara y votos hace,
Miéntras damos estériles honores
Al jóven que, pues ya sin vida yace,
Nada debe á los Dioses superiores!
¡Por tí, padre infeliz, cuánto me aflijo!
¡Tú el cruel funeral verás de un hijo!

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XII.

»¿Y éste es el triunfo ansiado? ¿éste el festivo
Regreso? ¿ésta mi fe tan engreída?
Mas no le viste, Evandro, fugitivo
Ni echado de la lid con torpe herida;
Ni por qué preferir tendrás, él vivo,
Acerbo trance, ¡oh padre! á infame vida.
¡Cuánto pierdes en él, Ausonia, y cuánto
Tú, hijo mio!» Así habló vertiendo llanto.

XIII.

Que el mísero cadáver se levante
Ordena; y eligiendo mil guerreros
Entre toda la hueste, de Palante
La fúnebre custodia y postrimeros
Honores les encarga: que delante
Lleguen de Evandro, y tristes mensajeros,
Consuelo den, pequeño á duelo tanto,
Mas á un padre debido en tal quebranto.

XIV.

Otros, en este medio, con presteza
De encina y de madroño acopian rama
Con que féretro blando se adereza
Hecho de zarzos en flexible trama:
Verde toldo de rústica maleza
Forman despues á la funérea cama,
Y los miembros del jóven delicado
Tienden en fin sobre el hojoso estrado,

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XV.

Cual flor, por dedo virginal cogida,
De muelle viola ó de jacinto tierno,
Que áun formas guarda y esplendor de vida
Falta de jugo y del favor materno.
Dos túnicas Enéas en seguida
Saca, que en leda ostentacion de interno
Afecto dió, labradas de su mano,
La excelsa Dido al capitan troyano.

XVI.

Triste él con una y otra (de ambas era
Grana el fondo, que fino oro recama)
Cubrió el cuerpo, y la hermosa cabellera
Veló, que pronto abrasará la llama.
Cautivas armaduras aglomera
Que de Palante son conquista y fama,
Y en larga serie desfilar ordena
Cuantos ganó despojos en la arena.

XVII.

Allí arneses, caballos. Sordo al ruego
Ya las manos atras ligado habia
A los mancebos cuya sangre al fuego
Dará, en obsequio que al finado envía.
Manda á los mismos capitanes luégo
Arboles lleven que á la luz del dia
El nombre ostente del que fué vencido
Por trofeo, y sus armas por vestido.

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XVIII.

Bajo la carga de la edad maltrecho
Acétes miserable en pos se lleva,
Y ora á golpes ofende el flaco pecho,
Ora uñas fieras en su rostro ceba,
Ó de la tierra sobre el duro lecho
Largo se extiende, y su dolor renueva.
El carro de Palante ya aparece
Que con rútula sangre se enrojece.

XIX.

Y Eton, su buen corcel, á su mesnada
Se avanza, del marcial jaez desnudo,
La faz en gruesas lágrimas bañada,
¡Que tanto en él el sentimiento pudo!
Otros su asta y morrion (cinto y espada
Turno se reservó) llevan, y mudo
El ejército á pié la marcha cierra,
El cuento de las lanzas vuelto á tierra.

XX.

Paróse Enéas, cuando en larga hilera
La pompa funeral pasó adelante,
Y dió en alto gemido su postrera
Despedida al cadáver ya distante:
«La misma de la guerra ley severa
A otros llantos, ¡oh máximo Palante!
Y ánuevo afan nos llama. ¡Salve, amigo,
Por siempre, y para siempre adios te digo.»

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XXI.

Calló, yá sus reales se encamina
Tendiendo al alto muro. Allí, entretanto,
Llegados son de la ciudad latina
Embajadores, que de olivo santo
Con la rama adornados peregrina
Piden tregua, en la cual los que sin llanto
Honroso á fil de espada yacen muertos,
Sean de tierra por piedad cubiertos.

XXII.

Tregua piden y paz con los finados,
Y que armisticio Enéas á varones
Conceda, á quienes diera ya dictados
De huéspedes y suegros. Las razones
El Troyano aprobó de los legados,
Y añade, al otorgar tan justos dones:
«¡Latinos! ¿qué fortuna indigna os cierra
En estos lazos de forzada guerra?

XXIII.

«¿Por qué á nuestra amistad fuisteis esquivos?
Paz para aquellos me pedis que muertos
Han sido en el combate;—¡áun á los vivos
Quisiera yo otorgarla! A vuestros puertos
No vine con intentos ofensivos,
Mas sumiso al mandato de hados ciertos
Mansion perpetua á establecer. Tampoco
A guerra yo vuestra nacion provoco.

113
XXIV.

»De la hospitalidad faltando al fuero
El rey Latino en Turno armado fia.
Que Turno á estrago tal, solo y señero
Se expusiese, ¿más justo no sería?
Pues quiere echarnos, y á poder de acero
La guerra terminar, aquí debia
Reñir conmigo; de los dos viviera
A quien Dios ó su brazo se la diera!

XXV.

«Hora los compañeros malhadados
Id á imponer en la funérea pira.»
Dijo. Atónitos callan los legados;
Cada uno, vuelto el rostro, al otro mira.
Dránces, que lustros ya cuenta avanzados,
Que contra el jóven Turno odios respira
Y en daño suyo acusaciones vierte,
Responde, al fin, por todos de esta suerte:

XXVI.

«¡Oh tú, máximo en lid, rico en blasones!
¿Cómo sabré á los cielos ensalzarte?
¿Cuál te honra más, lo justo en las acciones,
Ó lo sufrido en el rigor de Marte?
Gratos, príncipe, á tí, de tus razones
A la patria ciudad daremos parte;
Y si á ello la Fortuna abre camino,
Te enlazaremos con el rey Latino.

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XXVII.

»Turno otro auxilio busque entónces: juro
Que á cuestas hemos de llevar de grado
Para cimiento del troyano muro
Piedras que cumplan lo que manda el Hado!»
A estas palabras con murmullo oscuro
Asienten los demas. Quedó pactado
Que dure, de los muertos en servicio,
Seis dias y otros seis el armisticio.

XXVIII.

Viéronse en él mezclarse los soldados;
Y vagando á la par teucro y latino,
Con hachas abatir por los collados
Fresno que herido cruje ó yerto pino,
Y los cedros rajar de olor cargados,
Con cuñas, y los robles, de contino,
Y quejigos de agreste cabellera
En plaustros gemebundos sacar fuera.

XXIX.

Entretanto la Fama voladora,
Que ya á Palante vencedor mentia,
De lúgubres alarmas nuncia ahora
En torno á Evandro va, llenando impía
Muros y techos donde Evandro mora.
Los Arcades acorren á porfía
Hácia las puertas, y segun costumbre
Antorchas asen de funérea lumbre.

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XXX.

Brilla de luces prolongada hilera
Despartiendo los campos que ilumina.
La frigia turba, en tanto, plañidera
A los muros sus pasos encamina.
Retínense ambos pueblos; ya la entera
Procesion á los techos se avecina:
Las matronas la ven, y altos lamentos
Por la triste ciudad dan álos vientos.

XXXI.

A moderar á Evandro no es bastante
Fuerza humana. Allá vuela, allá se arroja,
Y deteniendo el féretro, á Palante
Postrado abraza, en lágrimas le moja,
Contra el seno le estrecha sollozante.
Cuando hubo apénas la mortal congoja
Dado paso á la voz, gimiendo dice:
«¡Ay hijo de mi alma! ¡ay infelice!

XXXII.

«En vano me ofreciste cautelarte
Del peligro fatal. Yo bien sabía
Cuánto en la guerra á seducir es parte
De la gloria el sabor; con qué energía
En el primer conflicto arrastra
Marte La juvenil ardiente fantasía!
¡Tristes primicias de tu edad lozana!
¡Dura preparacion de lid cercana!

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XXXIII.

»¡Ay! que mis votos y mis preces nada
Me valieron. Y tú, bendita esposa,
No á tan fieros dolores reservada,
¡Cuánto fuiste, muriendo, venturosa!
Por modo opuesto, yo de mi jornada
He vencido la senda trabajosa,
De las pruebas triunfé del hado esquivo,
Y ya ¡padre infeliz! me sobrevivo.

XXXIV.

«¡Hubiera yo seguido los reales
Troyanos, y los Rútulos me hubiesen
A dardos abrumado, y pompas tales
A mí, no á mi Palante, aquí trajesen!
Mas aquellos banquetes fraternales,
¡Oh Teucros! no temais que hora me pesen,
En que la diestra os di como aliado;—
¡Golpe era aqueste á mi vejez guardado!

XXXV.

«Que si fué tu destino en tan tempranos
Años caer, cayeras á los ménos
—Muertos ántes mil Volscos á tus manos—
Guiando al Lacio el paso de tan buenos
Compañeros! Piadoso el Rey troyano,
Nobles Frigios y en masa los Tirrenos
Te han hecho, sí, muníficos honores;
Yo mismo no te hiciera otros mayores.

172
XXXVI.

«Traer les miro en árboles triunfales
Armados cuerpos que humilló tu acero.
Las fuerzas de la edad fuesen iguales,
Y gran tronco llegaras tú el primero, Turno!
—Mas ¡ay de mí! ¿por qué, mis males
Llorando, os privo del laurel guerrero?
Id ya, y á vuestro Rey en nombre mio
Llevad estas palabras que le envío:

XXXVII.

»Causa eres tú que yo viviendo siga,
Muerto Palante, en este odioso suelo;
Pues nos debes de Turno la enemiga
Cabeza á mí y á él. De tí en mi duelo
Y de Fortuna esta esperanza abriga
Mi pedio. Para mí ya no hay consuelo
Humano; mas á un hijo en su honda estanza
Nuevas quiero llevar de su venganza!»

XXXVIII.

Despierta con sus rayos celestiales
El nuevo dia, que en oriente raya,
Al usado ejercicio á los mortales.
Ya el padre Enéas, ya en la corva playa
Tarcon ha alzado piras, en las cuales
Vaya el Troyano y el Tirreno vaya
A colocar los muertos de su bando,
Los patrios ritos cada cual guardando.

186
XXXIX.

Arde la lumbre lúgubre, y oscura
Nube envuelve del cielo las regiones.
Revestidos de espléndida armadura
Tres veces han marchado los peones
En derredor del fuego que fulgura;
Y tres los de á caballo en sus bridones
Lustran la triste funeral hoguera,
Y lanzan de dolor voz lastimera.

XL.

Plañendo de consuno, el largo lloro
Riega el suelo y al par las armas riega:
De las trompetas el clangor sonoro
Y el clamor de la gente al cielo llega.
Quién á las llamas el marcial tesoro
A los Latinos arrancado, entrega:
Finos yelmos, magníficas espadas;
Frenos y ruedas, á encenderse usadas.

XLI.

Otro tal vez á la funérea pira,
Prendas notorias de los que ella abrasa,
Los escudos y aquellas armas tira
Que ántes ciñeron con fortuna escasa.
Mucho novillo en cerco arder se mira,
Híspidos cerdos, víctimas sin tasa
Traidas de los campos: hierro fuerte
Las rinde al fuego y las consagra á Muerte,

199
XLII.

Caros cuerpos por toda la ribera
Vense humear; y nadie se retira
De la que guarda medio extinta hoguera,
En tanto que en silencio húmeda gira
Tachonada de luces la alta esfera.
Y allá tambien innumerable pira
(Que allá gimen tambien tristes destinos)
Han alzado en su campolos Latinos.

XLIII.

Y á sus muertos, en parte, acogimiento
Bajo la tierra con piadosas manos
Mullen; otros envían á Laurento,
Llevan otros á predios comarcanos;
Y los demas sin distincion ni cuento
Hacinados consumen. Ya los llanos
En su vasta extension lucen doquiera
Con el émulo ardor de tanta hoguera,

XLIV.

Así como ahuyentó con luz serena
Gélidas sombras el tercero dia,
Ruedan la alta ceniza, y tibia arena
A los revueltos huesos que envolvía
Encima acopian... Mas oid cuál suena,
En esta de dolor larga porfía,
La ciudad y su alcázar opulento
Conmayor alarido y movimiento.

215
XLV.

Madres allí, ternísimas hermanas,
Y huérfanos y viudas la homicida
Guerra maldicen en querellas vanas,
Y la boda de Turno prometida:
Que las armas él solo empuñe insanas,
Que él solo, exclaman, con las armas pida
El imperio de Italia y la corona,
Y los sumos honores que ambiciona!

XLVI.

De las hembras dolientes el dictámen
Fiero apoyando Dránces, acredita
Que á Turno emplaza á singular certámen
El Troyano, y á solo Turno cita.
Parciales hay tambien que á Turno aclamen,
Ya abogando por él, ya en ronca grita:
Con cien trofeos triunfador le nombra
Voz popular; le da la Reina sombra.

XLVII.

En medio á tan ardientes altercados,
De vuelta de Argiripa floreciente
Veis aquí sepresentan los legados
Que allá marcharon; y, con triste frente,
Que tan grandes trabajos empleados
Empeño fueron, dicen, impotente:
Nada han valido con el jefe griego
Dádivas, oro, ni apremiante ruego.

229
XLVIII.

Ó á otra alianza, pues, tentar camino
Ó proponer las paces al Troyano
Será forzoso. El mismo rey Latino
En profunda afliccion cayó. No en vano
Las claras muestras del furor divino,
Y los alzados túmulos del llano
Que recientes se ofrecená la vista,
Incontrastable anuncian la conquista,

XLIX.

Y así el Rey de su corte á los primeros
Varones, en sus altos penetrales
Cita á solemne junta. Ellos ligeros
Van, llenando avenidas y portales.
Venerable entre tantos consejeros
Porsus canas é insignias imperiales,
Grave en medio de todos él se asienta;
Ni es ledo aspecto el que su faz ostenta.

L.

Y luégo á los legados que, cumplido
El cargo, han vuelto del etolio estado,
Manda que de tan grave cometido
Cuenten punto por punto el resultado.
Cesa ya de las lenguas el ruido,
Y obediente del príncipe al mandado,
«Vimos, conciudadanos, á Diomédes,»
Vénulo dice,«y sus argivas sedes.

244
LI.

«Asperezas vencimos del camino,
Y á término llegando, aquella mano
Tan temida tocámos por quien vino
A tierra un dia el gran poder troyano.
Triunfante el Rey, con próspero destino,
En los campos del yápigo Gargano
Echaba de Argiripa el fundamento,
Ciudad que así nombró del patrio asiento.

LII.

«Así que entrado hubimos, y licencia
Se otorgó á las palabras, nuestros dones
Ofrecimos, y nombre y procedencia
Declarámos al Griego: las razones
Expusimos despues, que á su presencia
Nos llevaron; la guerra que varones
Extranjeros nos mueven. Manso oyónos,
Y habló á su turno en apacibles tonos:

LIII.

«Antigua raza, Ausonios fortunados,
»Que en paz gozais de la saturnia tierra,
«¿Qué os instiga, viviendo sosegados,
»A provocar desconocida guerra
»Y en demanda á correr de nuevos hados?
»¡Oh! quien eso pretende, ¡cuánto yerra!
»Nosotros profanámos con el hierro
»A Troya; y ved nuestro ejemplar destierro!

256
LIV.

»No en las pérdidas sólo que nos cuesta
»El largo sitio, mi escarmiento fundo;
»Ni sólo el frigio Símois me amonesta
»De cadáveres lleno. Andando el mundo
»¿Qué atroz suplicio por sufrir nos resta?
»Doliera al mismo Príamo. Iracundo
»El astro de Minerva, y Cafereo
»Cruel lo sabe, y el peñon Eubeo.

LV.

»A otra zona lanzados, Troya hundida,
«Llegó hasta las Columnas de Proteo
«Peregrinando Menelao Atrida;
»Llegó Ulises al antro Ciclopeo.
«¿Recordaré de Pirro la caida,
«Derribado el altar de Idomeneo,
«Y la locrina juventud, ahora
»De las líbicas costas pobladora?

LVI.

»El mismo miceneo Rey, que un dia
«De los grandes Aquivos tuvo el mando,
«Fué, entre su mismo penetral, de impía
«Consorte muerto bajo el brazo infando;
«Venció así á quien vencido á Troya habia,
«Villano burlador. Y yo, tornando
«Al patrio hogar, la deseada esposa
«No hube de ver ni á Calidonia hermosa.

271
LVII.

«¡Iras del cielo! Y áun aquí sombríos
»Me siguen y fatídicos portentos:
«Mudados ya los compañeros míos
«En aves, cruzan los delgados vientos,
«Siguen el curso á los desiertos rios
«(¡Inaudita expiacion! ¡fieros tormentos!)
»Y con fúnebres ecos de gemidos
«Hinchen ¡ay! los escollos maldecidos.

LVIII.

«Temer debí tan espantosos males
«Desde que en liza desigual, insano
«Pude atentar á cuerpos celestiales,
«Y á Vénus ofendí la diestra mano
«Con sacrilega herida. Horrores tales
«Finaron ya: con el poder troyano
«Guerra no tengo; ni mi antigua gloria
«Renuevo con placer en la memoria.

LIX.

«Yo, pues, en vuestro intento no conspiro:
»Antes bien, que volvais á Enéas cabe
«Esos presentes que traer os miro
»De la patria. Ya golpe á golpe, en grave
«Conflicto ya, de léjos, tiro á tiro,
«Probé yo mismo el arte con que sabe
«Empinar el broquel; la gran pujanza
»Con que él menea la fulmínea lanza.

285
LX.

«Fiad por tanto en la experiencia mia.
«Si el suelo ideo producido hubiera
«Dos héroes más como él, llegado habria
«A inaquios reinos el Dardanio, y viera
«Grecia en duelo trocada su alegría.
«¿Quién, sino Héctor y Enéas, de guerrera
«Inmensa muchedumbre opuso terco
«Antemural al estrechante cerco?

LXI.

«Ambos hicieron con su fuerte diestra
«Que un año, y otro, y diez, dia tras dia,
«Retrocediese la victoria nuestra:
«Iguales en esfuerzo y bizarría,
«Éste en virtudes superior se muestra.
«¡Oh! paz haced con él, donde ella os ria;
«Y huid toda ocasion que en lid acabe
»Y con sus armas vuestras armas trabe.»

LXII.

«Esto, ¡oh máximo Rey! en la ardua empresa
Falla el Griego y responde.» Habló; y creciente
Rumor, pasada la primer sorpresa,
Corre de boca en boca entre la gente,
Como raudal, en natural represa
De rocas detenido, que impaciente
Murmullo forma, y la ribera brama
Con el agua que bulle y se derrama.

300
LXIII.

Cuando cesó la agitacion primera
El anciano monarca abrió su boca,
Y habló de su alto solio en tal manera,
Despues que á las Deidades pio invoca:
«Quise yo que en sazon se definiera
Esta causa, ¡oh Latinos! Hoy que toca
Armado el enemigo á nuestras puertas,
Tarde á civil consejo están abiertas.

LXIV.

»En guerra nos hallamos importuna
Con recia, diva gente, que fatiga
No recibió jamás de lucha alguna,
Ni las armas depone, aunque enemiga
Redoble adversos golpes la Fortuna.
Nadie en extraños esperando siga;
Faltónos la alianza delEtolo:
Cada cual en sí mismo espere sólo.

LXV.

»Dicho está, ciudadanos, cuánto sea
Esta esperanza individual mezquina;
¿Mas quién hay que no palpe luégo y vea
Que amenazado de fatal ruina
El público edificio tambalea?
A nadie vuestro príncipe acrimina:
Ha hecho el valor cuanto al valor es dado:
Todas sus fuerzas concentró el Estado.

314
LXVI.

»Qué ocurre ahora á mi indecisa mente
Atended; breve soy; aquesto creo:
Un territorio á par de la corriente
Tusca, de antiguo, cual sabeis, poseo,
Que hasta el confin sicano hácia occidente
Se dilata. A labranza y pastoreo
Dan Rútulos y Auruncos sus collados,
Parte bravios, parte cultivados.

LXVII.

«Cedamos por la paz á los Troyanos
Esa áspera region, cuan larga yace,
Con los montes piníferos cercanos.
Iguales leyes de concorde enlace
Les daremos, y parte como á hermanos
En el reino. Pues tanto les aplace
Aqueste suelo, de temor seguros
En él se arraiguen y establezcan muros.

LXVIII.

«Mas si han de ir, y el destino lo tolera,
A otras playas, es bien que les labremos
Veinte cascos de itálica madera,
O más que alcancen á ocupar: tenemos
Sobrado material en la ribera.
Brazos daré, espolones, jarcias, remos,
Y de las naves el equipo todo;
Fijen ellos el número y el modo.

330
LXIX.

«Además, á so campo cien varones
Vayan, eximios en la gente nuestra,
Que les lleven de paz proposiciones
—El sacro olivo en la inocente diestra —
Y por mí sellen pactos. Ricos dones
De oro y marfil conducirán, en muestra
De mi amistad, y silla y trábea, emblema
De esta que ejerzo autoridad suprema.

LXX.

»¡Ea! el remedio decretad que implora
La afligida nacion que en vos espera!»
Dránces entónces se alza, á quien devora
Por la gloria de Turno, torticera
Emulacion y envidia roedora.
Fuerte en recursos y en palabras era,
No en armas: en consejos, de prudente
Fama gozaba, agitador potente:

LXXI.

Bien que de padre incógnito, debia
Nobleza ilustre á la materna rama.
Alzóse entónces, pues, y así á porfía
Cargos amontonando iras inflama:
«¡Benigno Rey! propones, á fe mia,
Cuestion que, á nadie oscura, no reclama
Mi voz. La causa del comun fracaso
Todos la saben; mas la dicen paso.

346
LXXII.

«¡Dé libertad de hablar, y enfrene el vuelo
A su orgullo, el fatal ductor que hace
Con funestos auspicios—sí, dirélo,
Y siquiera de muerte me amenace!—
Tanto prócer caer, y sume en duelo
A la ciudad, miéntras con pié fugace
Del enemigo campo se desvía
Y al asordado cielo desafía!

LXXIII.

«¡Ojalá que esa espléndida embajada,
¡Oh el mejor de los reyes! y esos dones
Muchos y grandes que enviar te agrada,
Con uno solo y principal corones!
No del justo dictámen te disuada
Rebelde encono de émulas pasiones:
Da tu hija en digna boda á egregio yerno,
Y afirma así esta paz con lazo eterno!

LXXIV.

«Vamos á él mismo á suplicarle, empero,
Si tanto miedo embarga á los Latinos,
Que ceda, y deje al Príncipe su fuero
Natural ejercer, y los destinos
Comtemple con piedad de un pueblo entero.
—Tú, sola causa á nuestros males, dínos,
¿Los tristes ciudadanos de esa suerte
Arrastrarás de nuevo á horrenda muerte?

362
LXXV.

»La guerra de salud no da esperanza:
Todos pedimos paz, dánosla luégo
Con la prenda inviolable que la afianza!
Soy el primero que á pedirla llego,
Yo, á quien émulo finges; ni hay tardanza
En mí—vesme á tus plantas—para el ruego:
¡Ten piedad de los tuyos, pon la ira,
Y léjos derrotado, té retira!

LXXVI.

»¡Cuánta muerte hemos visto! ¡cuánto estrago!
¿Qué tala en vastos campos no hemos hecho?...
Mas si es que ejerce irresistible halago
La fama en tí, si escondes en el pecho
Tanto valor, y de tu afan en pago
Esperas como dote regio techo
Que no has de renunciar, entónces, ¡ea!
Afronta á tu enemigo en la pelea.

LXXVII.

«Para que el regio enlace Turno ufano
Goce, ¿sólo á nosotros por ventura,
Sin lágrimas ni honores, en el llano
Nos toca sucumbir, caterva oscura?
Tú tambien, tú tambien, si no es en vano
Fama heredera de marcial bravura,
Sál luégo al campo, y con la frente erguida
Contempla al que á batalla te apellida!»

376
LXXVIII.

Turno, impaciente ya, lanzó un gemido,
Y voces tales de lo más profundo
Del pecho arranca, en cólera encendido:
«Tú el primero en llegar, tú el más facundo
En los consejos, Dránces, siempre has sido.
Brazos pida la patria, ardor fecundo,—
Jamás el labio vocinglero sellas.
¡Palabras! ¿y á qué el aula henchir con ellas?

LXXIX.

«Pomposas á volar las das seguro
Miéntras sangre los fosos áun no llena
Y áun pára al agresor trabado muro.
Por tanto en tu oracion, cual sueles, truena,
Trátame, oh Dránces, de guerrero oscuro,
Ya que tú de cadáveres la arena
Cubrir supiste, y por tu diestra veo
Alzado acá y allá tanto trofeo!

LXXX.

«Gala hacer de valor te es dado en guerra,
Ni habrás por enemigos de afanarte
Yendo á buscarlos en remota tierra;
Cercándonos están por toda parte.
¡A ellos, pues, á ellos! ¡cierra, cierra!
¿Qué aguardas?... ¿O los ímpetus de Marte
Tú jamás de otra suerte los conoces
Que en tu gárrula lengua y piés veloces?

392
LXXXI.

»¡Yo derrotado! ¿Quién de derrotado
Me acusará, vil monstruo, cuando vea
Que el Tibre por mi diestra acrecentado
Con la troyana sangre rojo ondea;
Que Evandro con su casa y con su estado
Sacudido de asiento bambolea,
Y que en fuga los árcades guerreros
Arrojan en el campo los aceros?

LXXXII.

»No, no tal me probaron en su dia
Pándaro y Bícias, con su gran pujanza,
Y otros mil cuyas almas á porfía
Hundió mi diestra en la tartárea estanza
Cuando ejército hostil me circuia!—
¡La guerra de salud no da esperanza!
Al régulo dardanio, á tus parciales
Vé, agorero, á cantar presagios tales!

LXXXIII.

»¡Alienta en tu alarmante clamoreo
A gente no una vez vencida, y pisa
Las esperanzas de la nuestra!... Veo
Que huyendo ya con azorada prisa
Los Mirmidones van, y el de Tideo
(¡Tanto alcanzas!) y Aquíles de Larisa,
Y vuelve su corriente espavorido
De las ondas adriáticas Anfido!

406
LXXXIV.

«Luégo, que amenazante le intimido
Simula, y es el miedo de la muerte
De que astuto se ostenta poseído,
Nueva ponzoña que en sus tiros vierte.
Jamás esta mi diestra, fementido,
—Escucha en paz; no has, no, por qué moverte—
Esa alma vil te arrancará del pecho
Donde su nido y su morada ha hecho!

LXXXV.

»A tí y á las consultas que propones,
Ahora, oh Padre, la atencion convierto.
Si nada de tus fieles campeones
Aguardas ya, si la esperanza ha muerto,
Si nunca la Fortuna á dar sus dones
Volvió, cuando en la guerra el desconcierto
Pudo una vez señorear las almas,
Tendamos luégo las inertes palmas,

LXXXVI.

»É imploremos la paz;—aunque ¡ah! si hubiera
Algun resto en nosotros todavía
De la virtud antigua!... ¡yo dijera
Entre todos egregio en bizarría,
Y en la coronacion de su carrera
Feliz, al que dejó la luz del dia
De una vez, por no ver tamaña afrenta,
Mordiendo él polvo de la lid sangrienta!

419
LXXXVII.

»Mas si hay recursos, si hay á lid dispuesta
Intacta juventud; si pueblo tanto,
Tanta ciudad itálica nos presta
Oportuno favor; si sangre y llanto
A los Troyanos su victoria cuesta,
Y asolacion igual, igual espanto
Allá domina, ¿ante elumbral primero
Rendiremos cobardes el acero?

LXXXVIII.

«¡Temblar de miembros, cuando áun no ha sonado
La retadora trompa! En su porfía
Vuelve las cosas á mejor estado
El tiempo, huyendo un dia y otro dia.
¿Fortuna qué de veces no ha sentado
En firme basa al que burlara impía?
Ni á extremo caso hemos llegado; sólo
El auxilio nos falta del Etolo:

LXXXIX.

«Nobles jefes diputan los vecinos:
Ved al fausto Tolumnio en los primeros,
Ved á Mesapo. Triunfos no mezquinos
Ganará, sí, la flor de los guerreros
Del Lacio y de los campos laurentinos!
Acaudilla tambien sus caballeros,
Honor, Camila, de la volsca gente,
Acorazados de metal luciente.

434
XC.

«Mas ya que á lid me citan decisiva
Los Teucros, si esto agrada, y tanto impido
La pública salud, no así huye esquiva
La victoria de mí, que tal partido
No abrace ante tan grata perspectiva.
Sí; con Enéas sin temor me mido:
Cual otro Aquíles venga si le place,
Y armas como hechas por Vulcano, embrace!

XCI.

«Ya lo he jurado, y con placer me inmolo
(Que á mis mayores en virtud no cedo)
Á vos y al Rey mi suegro.—Á Turno solo
Emplaza Enéas? Pues admito ledo
El singular combate. ¿Permitiólo
El Cielo por castigo? No haya miedo
Que Dránces lo padezca;—¿en nuestra gloria?
Coger no espere el lauro de victoria!»

XCII.

De esta suerte en recíproca porfía
Altercan sobre el arduo tema, cuando
Ved que Enéas su ejército movia.
Corre el palacio, y va terror sembrando
Por la ciudad con alta vocería
Un mensajero: Que el troyano bando
Ha dejado la márgen tiberina;
Que la tirrena hueste al par camina;

450
XCIII.

Que vienen en concorde movimiento
Cubriendo las campiñas dilatadas.
Los ánimos se turban al momento:
Renuevan, con imperio estimuladas,
Las populares iras su ardimiento;
Frenéticos bramando, á las espadas
Los jóvenes se arrojan; los ancianos
Quejas murmuran entre lloros vanos.

XCIV.

La grita de la gente hiere al cielo
Creciendo acá y allá vária y confusa,
Como en los bosques al posar el vuelo
Clamar el coro de las aves usa
Entre el hojoso y apiñado velo;
O como en el pecífero Padusa
Miles de cisnes que le habitan, suenan
En roncas voces, y el canal atruenan.

XCV.

De la ocasion asiendo que los hados
Le dan, «¡Bien, ciudadanos!» Turno grita:
«Consejo celebrad, y haced sentados
Las alabanzas de la paz bendita,
Miéntras sobre nosotros descuidados
El taimado invasor se precipita!»
Puertas afuera de la regia estanza,
Sin esperar á más, raudo se lanza.

463
XCVI.

«Ház que el volsco escuadron se ordene ufano
De sus señas en pos, Voluso, y guía
Tú á los Rútulos,» dice;—«y en el llano
Desplegad la veloz caballería,
Oh Mesapo, y tú, Córas, con tu hermano.
Avenidas y torres á porfía
Defiendan otros; y conmigo ande
Armado el resto á do mi voz lo mande.»

XCVII.

Correr se ve la poblacion entera
A la muralla. Al mismo Rey anciano
Obliga el triste lance á que difiera
Aquel consejo, comenzado en vano,
Y sus grandes debates. Que no hubiera
Llamado en tiempo ai adalid troyano
Al reino, acreditándole por yerno,
Mucho se culpa con lenguaje interno.

XCVIII.

Quiénes ante las puertas cavan fosas,
Quiénes mueven estacas, y acarrean
Piedras á empuje. A lides sanguinosas
Instrumentos horrísonos vocean.
Y ya, en vario cordon, madres y esposas,
Y niños de tropel, largo rodean
El muro. A todos en aqueste dia
Llama el último trance y agonía.

477
XCIX.

Hácia el templo de Pálas, entretanto,
Que entre sacros alcázares descuella,
Se encamina la Reina: haciendo llanta
Numerosas matronas van con ella
Sus dones á ofrecer al Númen santo:
Marcha á su lado la real doncella,
Que inocente causó tantos enojos,
Y no levanta los hermosos ojos.

C.

Inciensan, en subiendo á los umbrales,
El templo, y el dolor que el pecho encierra
Exhalan, de allí mismo en voces tales:
«¡Arbitra omnipotente de la guerra!
¡Mira, oh virgen Tritonia, á nuestro males!
Al Frigio salteador derriba en tierra,
Quiebra en su mano tú la arma homicida,
Y ante esas puertas él la arena mida!»

CI.

Turno airado á su vez se arma á batallar.
Con escamas de bronce á maravilla
Cubierta, viste la rutulia malla;
De áureas grevas ornó la pantorrilla
(La sien áun no ha cuidado resguardalla);
Ciñóse espada, y todo es oro, y brilla
Bajando airoso del alcázar alto
A anticiparse al enemigo asalto;

492
CII.

Cual, rotos los ronzales, sin que nada
Se oponga en campo abierto á su albedrío.
Vuela el corcel al pasto y la yeguada
Huyendo del pesebre; ó hácia el rio
En que los miembros refrescar le agrada,
Erguida la cerviz, con ágil brío,
Bufando va, y en ondas sobre el cuello
Le juega, y por los brazos, el cabello.

CIII.

Acompañada de la volsca gente
Camila al paladino se atraviesa
Al paso, y ya en las puertas, reverente
A tierra salta la gentil princesa:
Dóciles á su ejemplo, incontinente
Se apean los demas con fácil priesa;
Y á hablar ella principia de esta suerte:
«Turno, si un pecho que se siente fuerte,

CIV.

»Si un ánimo resuelto confianza
Poner puede en sus fuerzas, yo de lleno
Contrastar del Troyano la pujanza
Prometo, y sola arrostraré al Tirreno.
Deja que vaya á ejecutar venganza
Mi diestra, y de peligros fausto estreno
Haga esta vez en el combate duro;
Y tú con los de á pié guarnece el muro.»

508
CV.

«¡Ornamento de Italia! ¡denodada Virgen!»
Turno á su vez exclama, puesta
En la fiera doncella la mirada:
«¿Qué gracias dignas, qué cortés respuesta
Podré dar, á tu mérito adecuada?
Mas ya que á todo riesgo estás dispuesta,
Obremos de consuno. Enéas—sélo
Por espías, y es voz que toma vuelo—

CVI.

»Ese Enéas malvado, en la llanura
Gente á caballo, armada á la ligera,
Mandó á escaramuzar; mas él la altura
Solitaria del monte en tanto espera
Vencer, y á la ciudad llegar procura.
Yo en los senos del bosque una certera
Emboscada pondréle, con soldados
El sendero asediando á entrambos lados.

CVII.

»Tú al Tirreno, reuniendo tus pendones,
Vé, y el fuerte Mesapo allá te siga,
Te sigan los latinos escuadrones
Y las bandas del Tibur: la fatiga
Partiremos del mando.» Con razones
Tales como éstas á Mesapo instiga
Tambien, y á sus aliados capitanes;
Y marcha él mismo á coronar sus planes.

522
CVIII.

Hay del bosque en las vueltas, y al que tienda
Celada allí, promete buen suceso,
Un valle á quien con sombra apremia horrenda
De un lado y otro matorral espeso:
Conduce al valle una delgada senda,
Angosta boca y peligroso acceso,
Y le domina incógnita y secreta
En la cima del monte una meseta.

CIX.

De alcázar sirve aquésta y de guarida
Para bélico asalto, ó darlo quieras
A derecha y á izquierda una salida
Inopinada haciendo, ó ya prefieras
Rodar guijarros de la cumbre erguida.
Turno á aquellas regiones traicioneras
Por caminos que él sabe, vuela, y presto
Metiéndose en la selva toma puesto.

CX.

En tanto con la faz bañada en lloro,
Allá en la altura la hija de Latona
A Opis veloce, ninfa de su coro,
Interesa en su afan, y así razona:
«¡Doncella! de mis armas el tesoro
Ciñe en vano Camila, y se abandona
A una guerra cruel—Camila, aquella
Que amo ante todas en mi corte bella!

537
CXI.

»Ni afecto es nuevo el que Diana abriga
Y así á dulzura singular la mueve.
A su hija tierna de Priverno antiga
Sacó, huyendo el furor de airada plebe,
El tirano Metabo: amor le obliga
A que por medio del tropel la lleve
Consigo; y alterando de Casmila,
Su madre, el nombre, la llamó Camila.

CXII.

«El destronado Rey por compañera
En su destierro la llevó consigo:
Conduciéndola en brazos va doquiera;
Con ella de agrios montes sin abrigo
Las yertas cimas prófugo supera.
Le estrecha en torno armado el enemigo:
Recorriendo los Volscos la campaña
Por víctima le buscan de su saña.

CXIII.

«Hé aquí que en medio de su fuga un dia
A la márgen llegó del Amaseno:
El agua rebosaba; tanta habia
Caido en recia lluvia. El turbio seno
Quiso á nado pasar; mas, ¡ay! temia
Por su carga preciosa: de afan lleno
Todo á un tiempo lo piensa, y de repente
Osado arbitrio avasalló su mente.

552
CXIV.

»Iba empuñando, á la guerrera usanza,
Con nudos, y de sólida firmeza
Que el humo examinó, disforme lanza:
De silvestre alcornoque en la corteza
Metió á la niña, al medio la afianza
Del asta, y para el vuelo la adereza:
Blande en mano robusta el arma al viento,
Y esta plegaria eleva al firmamento:

CXV.

«¡Oh de los bosques, tú, frecuentadora,
»Alma virgen Latonia! esta hija mia
«Consagro á tu servicio desde ahora:
«Ella á dudosas auras hoy se fia
«Perseguida y volando huye y te implora:
«Tuya es, lleva tus armas; tú la guía,
«Sálvala tú!» Y aquí con gran pujanza
Doblando el brazo despidió la lanza.

CXVI.

«Suenan las ondas, y la pobre infante
Pasa sobre la rápida corriente
No en vano asida al asta rechinante.
Metabo, que ya encima el tropel siente,
Arrójase á las aguas, y triunfante,
A un césped que vistió grama riente
(¡Gran merced de la Diosa, alta fortuna!)
Arranca el dardo con la intacta cuna.

567
CXVII.

«Vaga, y ni aldea ni ciudad le asila;
Ni sufriera favor su índole brava:
Al modo rudo que el pastor estila,
Solitario en los montes habitaba;
Y con feral sustento á su Camila
En madrigueras hórridas criaba:
Allí en sus tiernos labios, de bravia
Yegua las ubres exprimir solia.

CXVIII.

»Y áun los pasos primeros no ha ensayado
Con vacilante pié la tierna niña,
Sin que á sus palmas él dardo aguzado
Dé, y al hombro carcaj y arco le ciña;
No, sin que en vez del manto y del tocado
De oro que el lujo cortesano aliña,
Desde la coronilla le suspenda
Sobre la espalda, piel de tigre horrenda.

CXIX.

»¡Y qué era ver la bella cazadora
Venablos impeler con breve mano,
Ó en torno de las sienes zumbadora
El honda sacudir, y al cisne cano
Ó ya la grulla derribar que mora
Orillas de Estrimon! En vano, en vano
Cien tirrenas matronas para nuera
Quisieron detenerla en su carrera.

582
CXX.

«Contenia con el culto de Diana,
Ni de las armas la atencion desvía,
Ni la virginidad jamás profana
A cuyo eterno amor su gloria fia.
Oh! ¡quién me diera que en contienda insana
No hubiese ella de entrar en este dia
Con los Troyanos, y, á mi pecho cara,
Con vosotras aquí me acompañara!

CXXI.

«Mas pues su acerba suerte se acelera,
¡Ea! cruzando la region vacía
Tú al latino país baja ligera,
Vé al campo donde lid se enciende impía
Bajo auspicios infaustos, y quienquiera
Sea el que ofenda de la ninfa mia
Las carnes sacras, Ítalo ó Troyano,
Pague el hecho á mis armas y á tu mano.

CXXII.

«Recíbelas al punto, y de esta aljaba
Saca la flecha vengadora. A vuelo
Yo el cuerpo de la triste en nube cava,
Antes que le despojen, volverélo
A la tierra que de hija tal se alaba,
Y tumba le daré.« Dijo; y del cielo
Opis se lanza en negro torbellino
Y estruendosa en el aire abre camino.

597
CXXIII.

Hé aquí á los muros el unido bando
De etruscos y troyanos caballeros
En ordenadas haces va marchando:
Huellan el campo indómitos y fieros
Sacudiendo las bridas y bufando
Los sofrenados brutos. ¡Cuál de aceros
Erizados los llanos se estremecen,
Y en puntas mil y mil arder parecen!

CXXIV.

Mesapo, en esto, enfrente á los Troyanos
Asoma con los rápidos Latinos,
Y el ala de Camila, y los hermanos
Que mandan la legion de Tiburtinos:
Van apretando en recogidas manos
Largas lanzas, y blanden dardos finos:
Acércanse, el furor que espiran crece,
Y el bramar de los potros se enardece.

CXXV.

Cuando uno y otro ejército venido
Hubo á tiro de dardo, ambos se paran:
De ambas partes en súbito alarido
Prorumpen, y al encuentro se preparan:
Cada uno á su corcel de ardor henchido
Anima con la voz; todos disparan
Arrojadizas armas á porfía
Cual densa nieve, y se oscurece el dia.

612
CXXVI.

Ante todos, Tirreno y el ardido
Acónteo uno para otro van derecho,
Lanza en ristre, y en hórrido estampido
Estréllanse los dos. Pecho con pecho
Este y aquel caballo en choque herido
Se despedazan. Rueda á largo trecho
Acónteo, de violenta sacudida,
Y exhala al viento la infelice vida.

CXXVII.

Tál piedra que arrojó mural tormento
Cae, así el rayo que estallando asuela.
Turbáronse las haces al momento:
Echa cada Latino su rodela
A la espalda, y, cambiando el movimiento,
El bando urbano hácia sus muros vuela:
Como caudillo principal, Asilas
En pos impele las troyanas filas.

CXXVIII.

Y ya llegaban á las puertas, cuando
Veis que á la carga los Latinos gritan,
De los brutos volviendo el cuello blando;
A su turno los otros ejercitan
La fuga, y vuelan rienda suelta dando.
Dos veces los Toscanos precipitan
Contra el muro á los rútulos guerreros;
Dos, cubriendo la espalda, huyen ligeros.

624
CXXIX.

Lo mismo en el vaiven de la marea
El ponto, ora se avanza á la campaña,
Altos escollos espumoso albea,
Apartadas arenas crespo baña;
Ora retrocediendo raudo ondea,
Y riscos que rodó su hirviente saña
Torna á sorber bajando, y se repliega,
Y las húmedas playas desanega.

CXXX.

Mas así que principian el tercero
Encuentro, cada cual toma adversario,
Y entra en calcada pugna el campo entero:
Entónces fué el gemir, confuso y vario,
Los que mueren; y arnes y caballero
Nadar entre el estrago sanguinario
Confundidos; y á par de los varones
Semiánimes sucumben los bridones.

CXXXI.

Arrecia el batallar duro y ardiente.
Orsíloco del miedo se aconseja
De combatir con Rémulo de frente,
Y tirando al troton, bajo la oreja
Híncale un dardo. Empínase impaciente
Con el acerbo hierro que le aqueja,
Y de uno y otro brazo el aire azota
Furioso el animal, y al dueño bota.

640
CXXXII.

Mata á Yolas Catilo; á Herminio mata,
Alma grande, armas graves, cuerpo ingente:
Desnudos cuello y hombros, se desata
Undoso encima el oro de su frente:
Golpes su cuerpo de esquivar no trata:
¡Tanto á la ofensa espacio da patente!
Temblando en su ancha espalda el asta hundida
Doblóle, de dolor, la larga herida.

CXXXIII.

Sangre acá y acullá negra se vierte,
Nada el acero talador perdona,
Y todos entre golpes van la muerte
Buscando, que gloriosa los corona.
En medio á tanto horror, activa y fuerte
Ufánase Camila, de Amazona,
La de aljaba gentil, la que desnudo
Presenta un pecho en el combate rudo.

CXXXIV.

Y ya esparza la virgen animosa
Tantos astiles con que el aire llena,
Ya el hacha de dos filos poderosa
Esgrima, siempre á su hombro el arco suena,
El arco de oro y armas de la Diosa.
Ella, áun huyendo en la tendida arena,
Vuelto el arco descárgale á deshora,
Hiriendo atras con flecha voladora.

655
CXXXV.

Dan á la semidiosa compañía,
Flor de Italia y su corte, la doncella
Larina, y Tula, y la que en liza impía
La ferrada segur, hiriendo, amella,
Tarpeya audaz; á quienes ella habia
Para formar su comitiva bella
Elegido por damas auxiliares,
Fuese en paz, fuese en bélicos azares.

CXXXVI.

Tal se ostenta, ya bata el Termodonte
Helado, ya el peligro en la pelea
Con armas vistosísimas afronte,
La tracia hueste de Amazonas; sea
Que á Hipólita circunden, ó que monte
En su carro triunfal Pentesilea;
La tropa femenil saltando agita
Lunadas peltas, y en tumulto grita,

CXXXVII.

¿A quién, oh virgen de marcial talante,
Primero acometiste, á quién postrero?
¿Cuántos tu diestra derribó triunfante?—
Fué Euneo, hijo de Clicio, á quien, primero,
Largo abeto en el pecho por delante
Ella hundió. Cae el mísero guerrero,
Muerde el polvo, y muriendo, en sangre propia
Revuélcase, vertida en larga copia.

670
CXXXVIII.

Luégo á Líris embiste y á Pagaso
Aquél, miéntras la brida asir pretende,
Con su troton cayendo; estotro, al paso
Que acude, y al caido amigo tiende
La inerme diestra, en súbito fracaso
Ruedan: sobre ambos á la par desciende
Golpe mortal. Camila con su lanza
A Amastro, hijo de Hipota, en pos alcanza.

CXXXIX.

Tendiendo todo el cuerpo, amaga, estrecha
A Harpálico en seguida y á Tereo,
Y á Cromo y Demofonte. Cuanta flecha
Ella envía, obediente á su deseo
Mata un Frigio, ya á izquierda, ya á derecha.
Allá léjos en tanto á Órnito veo
En su caballo yápigo de caza
Moverse, armado en desusada traza.

CXL.

Cubre sus anchos hombros recio cuero
De novillo: encajadas las ingentes
Fauces de un lobo, nuevo aspecto y fiero,
Con las quijadas y albicantes dientes,
Dan á su rostro. Un esparon grosero
Menea. Entre los otros combatientes
Revuélvese, y á todos su cabeza
Sobra, abultada de animal fiereza.

684
CXLI.

Cogió ella al cazador, ni afan le cuesta
En hueste desbandada. «¡Y qué, Tirreno!
¿Piensas,» dice, «que aquí cazar te es fiesta
Monstruos, cual de las selvas en el seno?
Tiempo es que de armas de mujer respuesta
Lleven tus voces. Ni de gloria ajeno
Vas á la sombra de tu padre: díla
Que á manos sucumbiste de Camila.»

CXLII.

Habló así, mal contenta su venganza
Con traspasarle el pecho. Y luégo humilla,
Troyanos ambos de feroz pujanza,
A Orsíloco y á Bútes. Donde brilla
La tez del cuello, que á cubrir no alcanza
Pendiente á izquierda del broquel la orilla,
Entre el yelmo y loriga del jinete,
Allí á Bute, en su fuga, el hierro mete.

CXLIII.

Busca ambicioso en circular corrida
Orsíloco, á su vez, á la guerrera:
Sigue ella al mismo de quien es seguida,
En órbita menor huyendo artera;
Y descarga sobre él, volviendo erguida,
Hacha tremenda: ruegos él reitera;
Golpes ella, y las armas párte y huesos;
Cubren la hendida faz calientes sesos.

699
CXLIV.

A parar cerca de ella entónces vino,
Y espantado suspéndese, el guerrero
Hijo de Auno,habitante de Apenino,
Que entre Ligures ya no fué el postrero
Miéntras sus fraudes protegió el destino.
Ve que huir no le es dado el trance fiero,
Y ve tambien que de apartar no hay traza
A la Reina cruel que le amenaza.

CXLV.

Arbitrios á idear comienza astuto,
Y dice: «Quien te aplaude, ¡oh cuánto yerra!
No tú, mujer, mas tu arrogante bruto
Autor es de tu gloria. Vén; mas cierra
El camino á la fuga: á pié disputo
Con las armas el campo: ambos á tierra
Saltemos, y veamos, frente á frente,
Si esa gárrula fama triunfa ó miente!»

CXLVI.

Sintió del pundonor punzada aguda
Camila; da el caballo á una escudera,
E igualando las armas, con desnuda
Espada, y parma sin divisa, espera.
El mancebo del éxito no duda
De su artificio, y huye: de ligera
Riendas ha vuelto, y con la espuela dura
Al veloz alazan volando apura.

715
CXLVII.

«¡Falso ligur! en vano el triunfo cantas
De las perfidias que aprendiste! en vano
Soberbio esperas que artimañas tantas
A tu padre falaz te vuelvan sano!»
Dijo la virgen; con aladas plantas
Pasa, cual rayo, al fugitivo, y mano,
Delante del caballo que volaba,
Al freno pone, y del jinete traba.

CXLVIII.

Y allí en la sangre de él venganza torna,
Con la facilidad con que en el cielo,
Desde alto pico abalanzado, asoma,
Ave sagrada, el gavilan, y á vuelo
Alcance da á la tímida paloma
Sobre las nubes: cae la sangre al suelo,
Miéntras él las rapantes uñas ceba,
Y las plumas que arranca, el viento lleva.

CXLIX.

No con ojos en tanto indiferentes,
Sentado en alto en el Olimpo, mira
Trabados en la lid los combatientes
El Padre universal; y á nueva ira
Mueve á Tarcon, que en ímpetus furentes
Arde, á caballo entre el estrago gira,
Y viéndolas cejar, habla á sus bandas
En voces ora fieras y ora blandas,

728
CL.

Por sus nombres ya á aquél, ya á éste apellida,
Y el desigual combate restablece.
«¡Tirrenos sin pudor! ¿qué os intimida?
¿Nunca será que á demostrarse empiece
Nuestro viejo furor? Que de vencida
Os lleve una mujer ¿no os enrojece?
Si para huir vinisteis, compañeros,
¿A qué empuñar inútiles aceros?

CLI.

»No así de Vénus combatir os cuesta
En la nocturna lid. ¡Cuán de otro modo
Saltais de Baco en la ruidosa fiesta
Al són de corva flauta! ¡Id—si ese es todo
Vuestro placer, si vuestra gloria es ésta—
Rondad las mesas del festin beodo,
Miéntras bien el augur os pronostica,
Y os llama al alto bosque la hostia rica!»

CLII.

Dijo así, y á morir con gloria atento,
Pica el caballo, en el tropel se lanza,
Y á Vénulo arremete turbulento:
Con poderosa diestra le afianza,
Y, arrancando al jinete de su asiento,
Abrázale ante sí con gran pujanza. Vuela.
Gritos de asombro el aire hienden,
Y allá, todos allá la vista tienden.

746
CLIII.

Vuela, armado llevándose un guerrero,
Flamígero Tarcon por la llanura;
Y tróncale lalanza, y va ligero
Resquicios requiriendo á la armadura
Por do llegue de muerte al prisionero.
Mas éste rebelándose procura
Apartar de su cuello la amenaza,
Fuerza opone y la fuerza hostil rechaza.

CLIV.

Como al dragon que se arrastraba en tierra
Fiera arrebata un águila rojiza,
Y vuela en alto, y con los piés le aferra,
Y las sangrientas garras encarniza:
Llagado el monstruo se retuerce, y cierra
Las nudíferas roscas, y se eriza
Con rígidas escamas, y su boca
Silba, y erguido á su opresor provoca;

CLV.

El ave en tanto de afligir no cesa
Con corvo pico á la hidra reluchante,
Y el aire con las alas bate ilesa:
Arrancando con ímpetu triunfante
Del tiburtino campo, así su presa
El tirreno Tarcon lleva delante.
Movidos de su ejemplo y suerte buena
Tornan los Lidios á la ardiente arena.

759
CLVI.

Arrunte, á quien por suyo el hado sella,
Ganándola de mano, hábil espía
Con dardo á punto á la veloz doncella,
Y busca al golpe fiero fácil via.
Si furiosa enemigos atropella
En medio de la bélica porfía,
El vuelve allá solícitas miradas
Y le sigue callando las pisadas;

CLVII.

Y sí es que ella á su campo victoriosa
Torna el paso, tras recias embestidas,
Él entónces allá con insidiosa
Mano convierte las ligeras bridas.
En su mañera ronda no reposa,
Las entradas tentando y las salidas
En largo giro, y con secreto gozo
Blande el asta certera el cauto mozo.

CLVIII.

En tal sazon en medio á los tropeles
Con frigias armas luce rico y fiero
Cloreo, consagrado ya á Cibeles,
En bridon espumoso caballero:
En oro entretejidas cubren pieles,
Emplumadas de láminas de acero,
Su caballo; y él mismo se engalana
Con los esmaltes de extranjera grana.

773
CLIX.

Cretenses flechas lanza cuando tiende
El arco licio: al hombro el arco de oro
Tiémblale al vate, y de oro el casco esplende;
Su clámide amarilla, y el sonoro
Undívago ropaje anuda y prende
En áurea joya; bárbaro tesoro
Muslo y pierna guarnece, y de la aguja
La arte sutil su túnica dibuja.

CLX.

Tras éste corre, pues, la virgen, ora
Colgar quiera sus armas por trofeo
Al templo, ó ya vestir, de cazadora,
Cautivo el oro del vistoso arreo.
Mujeril impaciencia la devora,
Y en manos, ¡infeliz! de su deseo,
En la confusa lid con alma y ojos
Tras esa presa va y esos despojos.

CLXI.

Arrunte, la ocasion llegada al dolo,
El dardo aparejado, oró ferviente:
«¡Oh tú, á quien los Hirpinos como á solo
Dios del Soracte protector, la frente
Humildes inclinamos, almo Apolo!
Tú en cuyo honor den pinos luz viviente
En piras dan; y á cuya sombra santa
Ascuas hollamos con segura planta!

789
CLXII.

»¡Númen de alto poder! préstame oido:
Matar á esa mujer, que es nuestra afrenta,
Concede á nuestras armas. Nada pido
Del triunfo para mí: ni tengo cuenta
Con los despojos, ni del prez me cuido;
Mi nombre de otros hechos se alimenta.
¡Ella caiga, ella muera! más no anhelo;
Y vuelva yo inglorioso al patrio suelo!»

CLXIII.

Parte oyó, y á la alada ventolina
Parte de la plegaria Febo entrega:
Que con muerte el mancebo repentina
Postre á la virgen arrojada y ciega,
A eso la oreja y voluntad inclina:
Que á su alta patria torne, eso le niega
Al suplicante, y este dulce voto
La borrasca le alzó, robóle el Noto.

CLXIV.

Silba el dardo en el viento. En ese instante
Todos los Volscos con espanto mudo
Fijan de su señora en el semblante
Ojos y mente. Ella saber no pudo
De viento, silbo, ni asta amenazante,
¡Ay! hasta que llegó bajo el desnudo
Izquierdo pecho á hincarse el hierro aleve,
Y la virgínea sangre entrando bebe.

805
CLXV.

A recibir acuden á porfía
A la Reina temblando sus doncellas.
Con mezcla de terror y de alegría
Se hurta, ante todos, á la vista de ellas
Arrunte desalado: ya no ansía
Astuto perseguir ajenas huellas;
Sin que de más que de escapar se acuerde,
En medio del tumulto huye y se pierde.

CLXVI.

Así aquel lobo que en el campo deja
A un gran novillo, ó al pastor, sin vida,
Cobarde al punto del lugar se aleja,
El alcance temiendo, en presta huida;
La conciencia del hecho audaz le aqueja;
Medrosa bajo el vientre recogida
Vuelve la cola, y sin mirar por dónde
En marañada selva entra y se esconde.

CLXVII.

Entre tanto la virgen moribunda
Arranca con la diestra el dardo hundido;
¡En vano! entre los huesos con profunda
Llaga se ceba el hierro encrudecido.
Sombra de muerte su mirada inunda,
Fáltale ya la sangre y el sentido,
Y la color que tuvo purpurina
Desaparece de su faz divina.

820
CLXVIII.

Ser llegada sintió su hora postrera,
Y á Acca se vuelve, de su corte dama,
En leales afectos la primera,
En cuya fe su corazon derrama.
«¡Acca!» dice, «¡mi dulce compañera!
Ya se acabó de mi vivir la llama,
A esta llaga no esperes que resista;
¡Toda es en torno oscuridad mi vista!

CLXIX.

»Vé, y dí á Turno mi anhelo postrimero:
Que ocupe mi lugar, y á los Troyanos
De la ciudad repela.—¡Adios! ¡yo muero!»
Calla, y huyen las riendas de sus manos;
Fria ya, desmayado el cuerpo entero,
Sucumbe renunciando á esfuerzos vanos,
Y el blando cuello y la sagrada frente
Reposa al fin la virgen falleciente.

CLXX.

Al reino de las sombras con gemido
Huyó el alma indignada. En tal momento
Se alza del campo unísono alarido
Las estrellas á herir del firmamento,
Al caer la heroína, más reñido
Empéñase el combate. Ciento á ciento
Embisten á una vez con altas voces
Teucros, Tirrenos, Arcades veloces.

836
CLXXI.

De la Diosa ministra vigilante,
Impávida testigo de la liza
Sentada en alto monte allá distante
Ópis mirando está la horrenda riza.
Mas viendo en el tropel vociferante
La sentenciada Ninfa que agoniza,
Su conmovido pecho no consiente
Moderacion, y clama en voz doliente:

CLXXII.

«¡Pobrecita de tí! porque contraste
Hacer quisiste á la nacion troyana,
¡Oh, en qué modo cruel tu error pagaste!
¡Cuán cara te costó la guerra insana!
¡En vano desde niña fiel honraste
En solitarias grutas á Diana!
¡En vano por las selvas dando asombro
Nuestro arco y flechas suspendiste al hombro!

CLXXIII.

«Consuélate; no á muerte desastrosa
A tí tu Reina abandonar pudiera;
De gente en gente sonarás famosa,
Y la mancha de inulta no te espera:
Gloria y venganza te dará la Diosa,
Gloria y pronta venganza; ¡oh, sí! quienquiera
Que haya sido el autor de tu desgracia,
Yo vengo al campo á castigar su audacia!»

849
CLXXIV.

La tumba de Derceno, de Laurento
Antiguo rey, del monte al pié se empina
En que Ópis vigilaba, monumento
De amontonada tierra, que una encina
Con sombra amiga cubre. En un momento
Su vuelo gentilísimo declina
Agil la Diosa allá, y en lo alto puesta
A Arrunte busca con mirada presta.

CLXXV.

Con su marcial espléndido atavío
Marchar le ha visto, en vanagloria hinchado;
Y «¿A dónde, á dónde vas con tal desvío?
Revuelve,» dice; «¡aquí te llama el hado!
Matador de Camila, yo te fio
Que llevarás el galardon ganado;
A tí, tambien á tí se ha dado en suerte
De armas divinas recibir la muerte!»

CLXXVI.

Y habiendo del carcaj, que deoro es hecho,
Sacado una saeta alada, apunta
No sin ira la Ninfa, á largo trecho
Tendiendo el arco, hasta que comba y junta
Entre sí los extremos ante el pecho,
Y, ambas manos en línea igual, la punta
Tocando está del hierro con la izquierda,
Y el seno conla diestra y con la cuerda.

863
CLXXVII.

El disparado arpon que rasga el viento
Sintió Arrunte, y á par del estallido,
En sus carnes el hierro entrar violento.
No alcanzó de los suyos sino olvido,
Que en medio de revuelto campamento
Lanzar le dejan el postrer gemido
Sobre el polvo ignorado. Alzando el vuelo
Ópis veloz restituyóse al cielo.

CLXXVIII.

De Camila la banda á triste huida
Se entrega: ya los Rútulos turbados,
Ya Atina, el valeroso, ha vuelto brida.
Sin jefes, sin enseñas los soldados
Al muro corren á buscar guarida,
A escape, por los Teucros acosados,
De muerte perseguidos. No hay quien mueva
Armas en contra ni á esperar se atreva.

CLXXIX.

Aliento, sólo para echar, les queda,
Al hombro el arcó laxo: el suelo duro
Baten los cascos voladores: rueda
Del campo á la ciudad turbion oscuro.
Las matronas la infausta polvareda
Ven, rompiéndose el pecho, desde el muro;
Agudo sube el femenil lamento
Las estrellas á herir del firmamento.

879
CLXXX.

Aquellos mismos que patente entrada
Hallan, yendo adelante, no por eso
Evitan de la turba encarnizada
Que envuelta en el tropel los sigue, el peso.
Tal hubo á quien alcance dió la espada
Ya en el umbral, á do llegaba ileso,
Y en la patria ciudad, recien llagado,
Va á morir de su hogar en el sagrado.

CXXXI.

Mas de la plaza al ver los guardadores
Que amigos y enemigos junto llegan,
Puertas danse á cerrar, y á los clamores
No osan ceder de los que ansiosos ruegan.
Nacieron del terror ciegos furores:
Estos, armas en mano, el paso niegan;
Con las suyas abrirlo aquéllos quieren,
Y en choque horrendo asaz matan y mueren.

CLXXXII.

Los exclusos, que en vano buscan senda
(Espectáculo fiero á los llorosos
Padres), ó urgidos de presion tremenda
Caen despeñados en los hondos fosos,
O contra la muralla á toda rienda
Arrójanse á estrellarse impetuosos,
Y los ferrados postes acomete
La ciega masa con furor de ariete.

891
CLXXXIII.

Desde el muro matronas y doncellas
Negras púas y recios leños tiran,
Si aceros faltan, y á seguir las huellas
De la Amazona intrépidas aspiran.
Puro amor de la Patria tanto en ellas
Hace, que sólo á defenderla miran
Tendiendo el cuerpo, y cada cual espera
Morir en el empeño la primera.

CLXXXIV.

En este medio allá en los escondidos
Senos del bosque á Turno desconcierta
Nueva cruel que lleva á sus oidos
Acca en gran turbacion:—Camila, muerta:
Los Volscos, destrozados, destruidos:
Del enemigó la victoria, cierta;
Suyo el abandonado campamento:
El terror á las puertas de Laurento.

CLXXXV.

El mancebo al instante ardiendo en ira
(No sin que á ello en su daño le persuada
La voluntad de Jove) se retira
Del agrio bosque y pérfida celada.
A tiempo que él de nuevo á sus piés mira
Dilatarse los llanos, la evacuada
Montaña Enéas penetró, la altura
Supera, y sale de la selva oscura.

906
CLXXXVI.

Raudo uno y otro á la ciudad camina;
No muchos pasos entre sí distantes
Y en órden van. La hueste laurentina
Y de polvo los campos humeantes
Delante Enéas ve: que él se avecina
Turno advierte á su vez; de los infantes
Ha sentido el concorde movimiento
Y de los potros el fogoso aliento.

CLXXXVII.

Y al combate principio allí se diera,
Si, á par que el hemisferio desampara,
No ya el rosado Febo en la onda ibera
Sus cansados cabellos recreara.
Abriendo de la noche la carrera
Fallece el dia, y sin su lumbre clara
Deja á entrambos ejércitos, los cuales
Cercando el muro asientan sus reales.