Eneida (Caro tr.)/Libro XII

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LIBRO DUODÉCIMO.


I.

Turno, como á las haces de Laurento
Bajo impropicio Marte debeladas
Perder contemple el primitivo aliento,
Y que en torno solícitas miradas
De su palabra audaz al cumplimiento
Le empeñan, mudamente en él clavadas,
Implacable de suyo se enardece
Y con sus iras su arrogancia crece.

II.

Como leon que en la africana arena,
Si le han herido cazadores, arde
En rabia, que su roto pecho llena
Por grados; y ya, en fin, con fiero alarde
Armas mueve; sacude la melena
Sobre el fornido cuello, y el cobarde
Dardo rompiendo que llevó prendido,
Da con labio sangriento un gran rugido:

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III.

No de otra suerte el fuego de venganza
En el alma de Turno se acrecienta.
Va luégo á hablar al Rey, sin que templanza
Sufra en el tono su pasion violenta:
«¡Señor!» dícele, «en Turno no hay tardanza,
Ni hay por qué de lo dicho se arrepienta
El vil Dardanio ó lo pactado altere;
Soy con él en batalla, si esto quiere.

IV.

»Tú en la forma ritual el desafío
Propon con esta ley, augusto anciano;
O ha de lanzar al Tártaro sombrío
A ese prófugo de Asia aquesta mano,
Y sentado contemple el campo mio
Que por la honra comun mi ardor no es vano;
Ó él á todos en mí vencidos vea,
Suya Lavinia con el triunfo sea.»

V.

Latino respondió palabras tales
Con grave y reposado continente:
«Lo mismo que entre todos sobresales,
Mancebo audaz de corazon valiente,
Por tus feroces ímpetus marciales,
Más que todos me cumple ser prudente,
Y es bien que todo yo lo pese y mida,
Consejos oiga y en sazon decida.

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VI.

«Villas ganadas por tu esfuerzo tienes,
Y tienes de tu padre el real palacio;
Latino, como Dauno, abunda en bienes
Y en liberal afecto. Hay en el Lacio
Otras beldades de virgíneas sienes,
Nobles tambien. Perdona si me espacia
En ideas amargas: lo que siento
Te diré sin disfraz; estáme atento:

VII.

»A antiguos pretendientes la hija mía
No he debido otorgar; á tal partido
Hombres y Dioses oponerse vía.
Vencido de mi amor á tí, vencido
Fuí del deudo, y del llanto y frenesía
De la régia consorte: al recibido
Yerno quito su bien, todos los lazos
Rompo, y de impía guerra échome en brazos!

VIII.

»De entónces cuántas bélicas faenas
Me envuelven, sabes, Turno; ¿y qué no hallas,
Tú mismo, tú el que más, de ímprobas penas?
Perdimos en el campo dos batallas;
Las esperanzas de la Patria apénas
Guarecemos ahora entre murallas:
Aun cálido con sangre el Tibre ondea,
Aun de osamentas la llanura albea.

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IX.

»¡Ay! ¿á qué instable acuerdos tomo y mudo?
¿Qué demencia me impele y me desvía?
¿Por qué la guerra á suspender no acudo
De una vez, vivo tú, si, muerto, habria
De atar con ellos amistoso nudo?
Ser no puede mi suerte tan impía
Que, porque mi hija y sociedad me pides,
A exponerte me fuerce á horrendas lides!

X.

»Los consanguíneos Rútulos ¿qué hubieran
De decir? ¿qué la Italia toda?... ¡Mira
Los altibajos que al que lidia esperan!...
¿Piedad tu viejo padre no te inspira
Si pesares su término aceleran?
En Ardea, ausente tú, por ti suspira!»
Habló. Turno á razones no se inclina;
Es estímulo al mal la medicina.

XI.

Insiste en sus propósitos; y luégo
Que pudo desatar la voz, turbado
De aquel furor inexorable y ciego,
«¡Monarca venerable! ese cuidado
Que tomas,» dice, «por mi bien, te ruego
Te dignes por mi bien echarle á un lado;
¡Permite que áun á costa de mi vida
Conquiste yo la gloria apetecida!

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XII.

«Sí, que no es tan inválido mi acero,
Ni golpes da mi diestra tan en vago:
¡Tambien hienden mis armas cuando hiero,
Y allí brota la sangre donde llago!
No acudirá esta vez tan de ligero
Diva madre á librarle del amago;
Seránle contra mí defensa flaca
Femíneos velos entre nube opaca!»

XIII.

La Reina, en tanto, á quien temblar hacía
Aquel nuevo combate, á Turno ardiente,
Su electo yerno, detener porfía;
Y ya entre sí mortal despecho siente:
«¡Óyeme!» dice, «¡tú, esperanza mia,
Consuelo solo á mi vejez doliente!
Columna del Estado gloriosa;
Mi casa entera en tu favor reposa.

XIV.

«¡Oh Turno! por mi bien y mi decoro,
Si algun respeto y atencion me debes,
Te ruego, y por las lágrimas que lloro,
Que conlos Teucros tu valor no pruebes;
¡Es la única merced de tí que imploro!
Mio será cualquiera fin que lleves;
Pues yerno á Enéas no veré cautiva:
¡No pienses ¡ah! que yo te sobreviva!»

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XV.

Oye á su madre, y lágrimas derrama
Lavinia, y harto dice su mejilla;
Vivo rubor la baña de la llama
Que en los huesos empieza á consumilla:
Marfil semeja el rostro de la dama
Que en múrice sangriento tinto brilla,
Ó albo lirio á quien da profusa rosa,
Con él mezclada, su color fogosa.

XVI.

Turbado, en la beldad que le enamora
Ha fijado los ojos el guerrero,
Y arde más por lidiar. «¿Y á qué, señora,»
Conciso dice á Amata, «el triste agüero
Me ofreces de tus lágrimas, ahora
Que de Marte me arrojo al lance fiero?
¡Cesa, te ruego! A Turno, madre pia,
Parar no es dado de su muerte el dia.

XVII.

»Y tú al frigio tirano, Idmon, vé y lleva,
Mal que le suene, este mensaje: «Luégo
Que haya asomado al mundo Aurora nueva
Sobre sus ruedas de matiz de fuego,
Contra el mio su ejército él no mueva,
Guarden Teucros y Rútulos sosiego:
Sea con nuestra sangre disputada
Lavinia, en ese campo, espada á espada!»

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XVIII.

Dice, y va á su mansion. ¡Con qué alegría,
Pidiendo sus caballos, ve que atentos
Bufan ante él con noble bizarría!
Blancos cual nieve, rápidos cual vientos
A Pilumno ofrendólos Oritía.
Aurigas les cortejan: los contentos
Pechos la palma en hueco són golpea,
Y el crin les peinaque revuelto ondea.

XIX.

Ensáyase á los hombros la coraza,
Toda de oro erizada y de blanquizo
Oricalco; el escudo fino embraza;
Prende la espada y el creston rojizo:
Espada aquella de divina traza
Que el Dios del fuego por sus manos hizo,
Candente la templó en la estigia ola,
Y al padre Dauno él mismo reservóla.

XX.

En medio al edificio puesto habia
La recta lanza contra gran coluna:
Arrebátala airado—arma que un dia
Ganó al aurunco Actor su alta fortuna—
Y en furibunda voz: «¡Vén, lanza mía,
Nunca sorda á mis votos! Oportuna
Ocasion es llegada: Actor el grande
Ya te supo blandir; Turno hoy te blande!

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XXI.

»¡Ven! (dice, y fulminante la menea)
«¡Oh! dáme que á ese Frigio afeminado
Bajo tus botes confundido vea;
Que la tersa loriga, mal su grado,
Rota, arrancada, destrozada sea,
Y el cabello gentil todo empolvado
Que unge en mirra y con hierro ardiente rizal»
Turno así delirando se encarniza.

XXII.

Y ya al rostro el incendio que le agita
Brota, y siniestro en su mirar chispea.
Así tambien sus armas ejercita
El toro que se ensaya á la pelea;
Terríficos mugidos da, se irrita
Contra el tronco de un árbol, y en idea,
Hiriendo al aire, á su contrario llama,
Y el escarbado polvo desparrama.

XXIII.

No ménos fiero Enéas por su lado
Anímase á la lid, la lid anhela,
De las maternas armas rodeado.
Admite el reto, apláudele. Revela
A sus amigos el querer del hado,
Y al afligido Ascanio así consuela.
Nobles envía que á Latino lleven
Leal respuesta yel concierto aprueben.

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XXIV.

Apénas con el rayo rubicundo
Las crestas de los montes se teñian
(A la hora en que, del piélago profundo
Los caballos del Sol saliendo, envían
Por las altas narices luz al mundo),
Y Rútulos y Teucros ya acudian
Campo á medir, ante la gran muralla,
Donde se dé la singular batalla.

XXV.

Unos, de grama, en medio del arena,
A los Dioses comunes ponen aras;
Otro, el limo vestido, y de verbena
Orlado, fuego trae y linfas claras.
El ejército ausonio á puerta plena
Sale, con picas uniforme; y raras
Y varias armas á su vez mostrando,
Viene eltroyano y el tirreno bando.

XXVI.

¿Quién lid recia y de muertos altas pila»
No augurara de aquel marcial arreo?
Pasar volando en medio de las filas
A los insignes capitanes veo
Radiantes de oro y grana: el fuerte Asilas,
Nieto ilustre de Asáraco Mnesteo,
Y Mesapo, aquel hijo de Neptuno,
Domador de caballos cual ninguno.

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XXVII.

Cada cuál á su sitio vuelve, y mudos,
A una seña obedientes, en el suelo
Hincan lanzas y arriman los escudos.
Las madres ya, con zozobrante anhelo,
Y los ancianos, de vigor desnudos,
Y plebe inerme, á presenciar el duelo
Agólpanse á los techos y á las yertas
Torres, ú ocupan las altivas puertas.

XXVIII.

Juno en tanto, de vivo afan llevada,
Se ha posado en la cima del Albano—
Monte sin nombre á la sazon, pues nada
Al sitio daba gloria;— y sobre el llano
Solícita dirige la mirada,
Registra el horizonte, y el troyano
Ejército á la vez y el laurentino
Contempla, y la ciudad del rey Latino.

XXIX.

Tornóse áhablar la Diosa de repente
A la hermana de Turno: semidea
Que, puesta de aguas dulces á la frente,
Tal vez en limpio estanque se recrea,
Tal en sonora despeñada fuente:
El alto Rey que el éter señorea
Su virginal honor robado habia,
Y premióla con esta primacía.

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XXX.

«¡Ninfa, honor de las ondas cristalinas,
Carísima ante todas á mi pecho!»
(Juno la dice) «á tí entre las Latinas
Que Júpiter infiel subió á mi lecho
Sola amé y elegí, y en las divinas
Mansiones á ocupar te dí derecho
Glorioso asiento. Oye tu mal ahora,
Yuturna, en el afan que me devora.

XXXI.

»¡Oh! ¡no me inculpes! Por do ví camino
De la Suerte y las Parcas mal cerrado
A la esperanza del poder latino,
Por allí á Turno y tu ciudad de grado
Siempre auxilié. Con inferior destino
Hoy al caro adalid miro abocado
A horrendo lance, y acercarse siento
¡Ay! de las Parcas el fatal momento!

XXXII.

»No sufren, no, mis ojos esa lucha
Ni esa paz. Tú el favor que darse pueda
(Caso es urgente, y pide audacia mucha)
Corre á dársele á Turno: acaso ceda
La adversa suerte.» Atónita la escucha
Yuturna, y llanto por su rostro rueda;
Tres, cuatro veces en herir se agrada
El seno hermoso con la diestra airada.

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XXXIII.

«No es tiempo» (insiste la saturnia Diosa
«De llorar. A tu hermano vé y liberta,
Si hay medio, de la muerte que le acosa;—
Ó provoca un conflicto, y desconcierta
El pacto celebrado: ¡elige y osa!
Te doy mi autoridad.» Fuése, é incierta
Ha dejado á la Ninfa y confundida,
Con aquella en el alma triste herida.

XXXIV.

Salen los Reyes ya. Con mole ingente
VieneLatino de su campo; tiran
Cuatro brutos su carro, y de su frente
Doce áureos rayos en redor se miran,
Del Sol su abuelo emblema refulgente.
Turno va en ruedas que arrastradas giran
De dos caballos blancos, y su diestra
Dos dardos de ancha hoja en alto muestra.

XXXV.

De acá, origen de Roma, el Rey troyano
Marcha, y con armas célicas fulgura
Y con sidéreo escudo. Al par galano
Avanza Ascanio, en quien feliz se augura
Otra esperanza del poder romano.
El sacerdote en alba vestidura
Un lechon y una intonsa corderilla
Conduce al ara donde el fuego brilla.

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XXXVI.

Vuelven los ojos hácia el sol naciente:
La mola esparcen, con el hierro siegan
En la testa á la víctima presente
Breves mechones que á la llama entregan,
Y las tazas alzando juntamente
Con el sacro licor las aras riegan.
Empuña Enéas el desnudo acero,
Y así sus preces pronunció el primero:

XXXVII.

«¡Sol! ¡de mi juramento sé testigo!
¡Y tú, á do el hado al fin me da que aporte
Despues de afanes tantos, suelo amigo!
¡Y oh Rey omnipotente y real consorte,
Alma hija de Saturno, ya conmigo
Ménos severa, oidme! !Y tú, Mavorte,
Que sobre el haz de la anchurosa tierra
Haces rodar el carro de la guerra!

XXXVIII.

»¡Tambien las sacras fuentes y los rios,
Y cuanto númen sobre el aire impere
Y en la cerúlea mar, me escuchen pios!
Marcharán, si de Turno el triunfo fuere,
De Evandro á la ciudad Yulo y los mios;
El vencedor del campo se apodere,
Ni tema que á este reino los Troyanos
Vuelvan infieles con armadas manos.

187
XXXIX.

»Mas si á mí el triunfo Marte da—lo espero,
Y ¡oh! confirmen los Dioses mi esperanza!—
No haré que humille, mísero pechero,
El Ítalo al Troyano su pujanza,
Ni optaré el cetro soberano. Quiero
Que, invictos ambos pueblos, de alianza
Nudos estrechen que perpetuos duren,
E iguales leyes como hermanos juren,

XL.

«Yo los ritos daré, daré el divino
Culto; su alto poder conserve entero
Y el derecho de guerra el rey Latino;
Muro á mí los Troyanos duradero,
Que por Lavinia se dirá Lavino,
Alzarán.» Así Enéas el primero
Habló; luégo Latino, la mirada
Vuelta al cielo, y la diestra levantada:

XLI.

«Tambien, ¡oh Enéas! por el Éter puro,
Y por la Tierra y líquido Oceano,
Y por los hijos de Latona juro;
A ambos invoco, y al bifronte Jano:
Por las Deidades del Averno oscuro
Y el santuario de Pluton tirano;
Y oiga mi voz el Padre omnipotente
Que pactos sella con su rayo ardiente!

201
XLII.

»Toco el ara, y el almo fuego alzado
En medio de los dos, testigo sea:
¡Oh! cualquiera que fuere nuestro estado,
No llegue dia en que romper se vea
Esta paz en Italia, este tratado!
Que anegue el orbe fuerza gigantea
Y al Tártaro derribe el firmamento;—
¡No hará volver atras mi juramento!

XLIII.

«Como este cetro la palabra mia:
Falto del jugo vegetal materno,
Segado en brazos y melena umbría,
Ya verdor no dará frondoso y tierno:
Hierro al bosque arrancóle, árbol un dia;
El arte en bronce le embutió, y eterno
Emblema de los reyes de mi casa,
De mano en mano incorruptible pasa.»

XLIV.

Tal dice, y muestra al par en las reales
Manos el cetro venerado. Sellan
Ambos sus votos con razones tales
En medio de los próceres. Degüellan
Ante el fuego despues los animales
Sagrados, palpitantes los desuellan,
Y encima de las aras las calientes
Entrañas ponen en colmadas fuentes.

216
XLV.

Tiempo há ya que las rútulas legiones
Del iniciado pacto auguran males;
Un secreto pavor sus corazones
Ocupa, y más cuando á los dos rivales
Próximos ven, y de ambos campeones
Consideran las fuerzas desiguales.
El modo infausto como Turno avanza
Crece la popular desconfianza.

XLVI.

Mudo y á lento paso comparece
A doblar ante el ara la rodilla;
Su juvenil figura palidece,
Baja la vista, mustia la mejilla.
Ve la Ninfa al hermano, y ve cuál crece
En sordas voces la naciente hablilla,
Turbados pechos vacilar advierte;
Y entre ellos, disfrazada de Camerte—

XLVII.

Era éste un lidiador que gala hacía
De su antigua nobleza, y cuya espada
De su padre á la clara nombradía
En el ardor de bélica jornada
Correspondió con noble bizarría—
Entre ellos, de Camerte disfrazada,
Yuturna, pues, astuta el pié desliza,
Y rumores sembrando el fuego atiza:

229
XLVIII.

«¿Que al invasor se oponga, no es vergüenza,
Rútulos, sola un alma? ¿Ó de él, insanos,
Temblais que en fuerza ó multitud nos venza?
Ved: Arcades, y Teucros y Toscanos,
Hueste á Turno fatal: allí comienza,
Y allí acaba; están todos: si á las manos
Con dos nuestros solo uno de ellos viene,
No temo que su número se llene.

XLIX.

«Subirá de los Númenes al lado
Él, que ahora á sus aras reverente
Se ofrenda; en alas de la fama alzado
Cobrará vida en boca de la gente;
Miéntras nosotros, pueblo vil, sentado
A mirarle con ojo indiferente,
Quedaremos sin patria: el tiempo acerba
Y justa servidumbre nos reserva!»

L.

Así exalta las almas. Por instantes
Se agrandan, vueltas dando, los rumores.
No son los Laurentinos cual en ántes;
Aun los mismos Latinos, que de horrores
El término esperaban anhelantes,
Abren súbito el pecho á los furores,
De Turno el caso indigno les conduele,
Y arden ya porque el pacto se cancele.

244
LI.

Atenta á la ocasion que la convida,
Yuturna entónces da en el alto cielo
Gran señal que los ánimos decida
Y engañe de los Ítalos el celo.
Esforzaba en la atmósfera encendida
Tras ribereños pájaros el vuelo
La roja ave de Júpiter, y puso
En triste fuga al escuadron confuso.

LII.

A las olas de súbito se cala,
De un cisne hermoso aferra, y por el viento
Con ímpetu feroz remonta el ala.
Los Ítalos la observan; y ¡oh portento!
Clamor acorde el bando aéreo exhala,
Y en densa nube é inverso movimiento
Persigue á la cruel de quien huia;
Bajo sus plumas se oscurece el dia.

LIII.

Tanto la han acosado, y tal le pesa
Su nueva mole al águila, que al rio
Floja la garra al fin suelta la presa,
Y piérdese en el ámbito vacío.
En júbilo trocando la sorpresa
Los Ítalos, y en alto vocerío
Rompiendo, la simbólica apariencia
Saludan, y á las manos dan licencia.

258
LIV.

Tolumnio el adivino habló el primero:
«¡Oh! lo que tanto ansié cúmplese ahora:
Me dan los Dioses favorable agüero.
A mi ejemplo, á mi voz, sin más demora
Requerid, desgraciados, el acero
Contra ese advenedizo que os azora,
Que con tímidas aves os iguala
Y vuestras costas ominoso tala!

LV.

»A salvar nuestro Rey de uñas feroces
Venid, las filas estrechad: yo os fio
Que fugitivo el robador, veloces
Las alas soltará de su navio
A perderse en los mares.» Tales voces
Lanza el augur, y con resuelto brío
Corre adelante, y una lanza tira
A los contrarios que á su alcance mira

LVI.

Inevitable el asta huye y rechina;
Suena inmenso clamor; tumultuosa
Agitacion los órdenes domina
De bancos, y en los ánimos rebosa.
Nueve hijos, de belleza peregrina,
Que al árcade Gilipo etrusca esposa
Dió, fiel cuanto fecunda, hizo el Destino
Que estuviesen enfrente al adivino.

273
LVII.

A uno de ellos, gallardo á maravilla,
Y vestido de fúlgida armadura,
Por medio al vientre, donde usado brilla
Tahalí cuyos cabos asegura
En la parte central dentada hebilla,
Por allí á traspasarle se apresura
El crudo hierro, y sus costillas hienden,
Y en el rojo arenal yerto le tiende.

LVIII.

Enciéndese mortal resentimiento
En los hermanos: arma arrojadiza
Uno toma, otro espada empuña; á tiento
La animosa legion corre á la liza.
Vuela en contra la hueste de Laurento;
Va en pro, con armas que el blason matiza,
El Arcade, y con él, ardiendo en saña,
Teucro y Etrusco inundan la campaña.

LIX

Así á todos aguija un mismo anhelo,
El de reñir: á despojar se atreven
Las aras: se oscurece todo el cielo
Con los dardos innúmeros que llueven.
En tanto los ministros, en su duelo,
Vasos, sacros hogares léjos mueven;
Huye, en viendo deshechos los tratados,
Latino con sus Dioses ultrajados.

287
LX.

Aquél engancha un tiro, miéntras éste
Monta de un salto en su bridon guerrero,
No sin que el hierro centellante apreste.
Romper ansiando el pacto, á caballero
Mesapo va contra el tirreno Auleste,
Rey él mismo y de insignias régias fiero,
Quien en las aras, al ciar, tropieza,
Y hunde entre ellas, rodando, hombro y cabeza.

LXI.

Encima el agresor se precipita,
Y enhiesto, en su corcel, lanzon horrendo
Sobre el postrado príncipe ejercita;
Rogaba en vano el infeliz gimiendo.
«¡Cayó, y ante el altar!» Mesapo grita;
«Gran víctima á los Númenes ofrendo!»
Caliente aún, los Ítalos en torno
Quitan al cuerpo noble el rico adorno.

LXII.

Corineo un tizon tomó del ara,
Y como Ebuso herirle amenazase,
Fulminóle las llamas en la cara:
Arde y luce la luenga barba,y dase
Ingrata á oler. Mas él aquí no pára,
Y al que ofuscó, por los cabellos ase,
Y, poniéndole encima la rodilla,
Su flanco hiere con atroz cuchilla.

304
LXIII.

A Also, el pastor, por entre armada gente
En las primeras filas daba caza
Podalirio; mas vuélvese el huyente
Súbito, y al que al hombro le amenaza,
Con su hacha frente y barba de un fendiente
Párte, y riégale en sangre la coraza.
A eterna noche al mísero destierra
El férreo sueño que sus ojos cierra.

LXIV.

Enéas, la cabeza descubierta,
Tendiendo inerme está la diestra pia,
Y «¿A dónde, á dónde vais? ¿qué os desconcierta?»
Exclama en voces que á su gente envía.
«¡Oh, enfrenad esas iras! Firme y cierta
Está mi voluntad: la lid es mía,
Nada romper podrá las condiciones:
No, no al temor rindais los corazones!

LXV.

«Dejadme, y esta mano valedero
Hará el sellado pacto.Sacros ritos
A Turno deben á mi solo acero.»
En medio á estas razones y altos gritos,
Hé aquí silbando en ímpetu ligero,
En la nube de hierros infinitos
Que al impasible paladin respeta,
A herirle vino alígera saeta.

320
LXVI.

¿Qué fuerza la condujo? ¿de cuál mano
Partió? ¿Qué acaso, ó númen escondido
Dió tal gloria á los Rútulos? Arcano
Hondo fué. No se holgó de haber herido
Mortal ninguno al capitan troyano.
Mas cuando á Enéas alejarse vido
Y advirtió de sus nobles la mudanza,
Turno abre el pecho á férvida esperanza.

LXVII.

Y los trotones pide y las tremendas
Armas; de un salto sobre el carro, altivo
Monta, impaciente por regir las riendas.
Vuela: ya á éste, ya á esotro, semivivo
Vuelca, á la Muerte acumulando ofrendas;
O arroja sobre el bando fugitivo
Lanzones que arrebata, ó atrepella
Filas, y en curso abrumador las huella.

LXVIII.

Cual cerca al Hebro helado, con sangriento
Ardor bate su escudo en són de guerra
Marte, sus potros de encendido aliento
Lanzando al llano desde la alta sierra;
Delante corren del alado viento,
Gime bajo sus piés la tracia tierra,
Cien formas de Terror, de Insidia y Saña
Cortejo son que en torno le acompaña:

337
LXIX.

Así el Rútulo impele sus caballos
Todos cubiertos de sudor que humea;
Y á hombres sin fin, despues de derriballos,
Con ímpetu furial en la pelea,
Concúlcalos cruel: los duros callos
Sangre desparcen que la crin gotea,
Y en ruidoso tropel, por donde pasan,
Con sangre el polvo de la lid amasan.

LXX.

Rindió de cerca á Folo y á Tamiro,
A Esténelo dió muerte, aunque lejano;
Tambien á Glauco de distante tiro
Mata, y á Lade al par, de Glauco hermano:
Formó á estos dos para la lid, ya en giro
De carro volador, ya mano á mano
En el palenque; con igual pericia,
Su padre Imbraso en la materna Licia.

LXXI.

Mézclase en otra parte en la porfía
Eumédes, prole de Dolon, preclara
En guerra: el nombre del abuelo habia
Tomado; en alma y brazos se equipara
Al padre—aquél que ya, como de espía
Al campo griego á entrar se aventurara,
Los caballos del hijo de Peleo
Pidió en premio; otro dióle el de Tideo!

353
LXXII.

Seguia, al aire libre, en campo abierto,
Turno á Eumédes, con leve dardo: enfrena
Su carro, salta, llega; semimuerto
Al fugitivo halló sobre la arena:
El pié al cuello le pone; al puño yerto
Le arranca hoja luciente, yse la ensena,
Tiñéndola hasta el pomo, en la garganta,
Y fiero así sobre él victoria canta:

LXXIII.

«¡Troyano! el suelo hesperio que sangrienta
Tu planta holló, mejor ya mides, creo:
Esta es mi paga al que á lidiar me tienta;
Estos los muros que te alzó el deseo.»
Sus dardos luégo á Asbute, á Dare avienta,
A Tersíloco, Sibaris, Cloreo,
Y á Tímete, á quien potro asombradizo
Cerviz abajo descender le hizo.

LXXIV.

Cual bate ronco Bóreas el Egeo,
Y la mar, á sus soplos paralela
Rueda á la playa en levantado ondeo;
Alta nube en el aire huyendo vuela:
Tal densas haces arrolladas veo
Doquier que sus bridones Turno impela;
Envuélvele su propio movimiento,
Y sus plumas agita hendido el viento.

371
LXXV.

Tanto alarde de bárbara pujanza
Fegeo no sufrió: con mano loca
Los fieros brutos á atajar se avanza
Del freno asiendo en la espumante boca.
Arrástranle indomables; ancha lanza
Su cuerpo, aunque sedienta, apénas toca
Bajo la triple malla, por do hiende
A salvo, miéntras él del yugo pende.

LXXVI.

Mirando á su adversario, en vano embraza
Su escudo, en vano por socorro grita
Esgrimiendo la daga; le amenaza
El eje y rueda que veloz se agita.
Cayó. Por entre el yelmo y la coraza
Turno, que ya sobre él se precipita,
De un tajo la cabeza le cercena,
Y tronco informe déjale en la arena.

LXXVII.

En tanto que con ímpetus furiales
Corriendo la campaña Turno hacía
En carro vencedor destrozos tales,
Bañado de la sangre que vertia
Van á Enéas llevando á sus reales
Fiel Acate y Mnesteo; compañía
Le da Ascanio, y él mismo en su asta larga
Cada segundo paso el cuerpo carga.

387
LXXVIII.

Roto el cabo, la punta que le hiere
El héroe trata de arrancar; se irrita
Su impaciencia; algun medio, aquel que fuere
Brevísimo entre todos, solicita:
Que abra los bordes de la llaga quiere
Ancha espada, y los senos que visita
Hondo el hierro, descubra; tal su ruego,
Yque á lidiar le restituyan luégo.

LXXIX.

Hé aquí venido habia á su presencia
Yápix, hijo de Yaso, aquel que Febo
Señaló con gloriosa preferencia:
Sí, que á él, estando aún tierno mancebo,
Comunicó sus dones y alta ciencia
El Dios, llevado de amoroso cebo;
De los agüeros enseñóle el arte,
Yen su cítara y arco dióle parte.

LXXX.

Mas él, que al caro padre desahuciado
Sólo pensaba en prolongar la vida,
De sanitarias plantas el callado
Estudio cultivó por escondida
Senda. En su lanza Enéas apoyado
Está, y á sordas brama, y de crecida
Juventud que le cerca, el vago espanto
Contempla inmóvil y del hijo el llanto.

400
LXXXI.

Remángase la veste el buen anciano
Al uso de Peon; y con discreta
En balde aplica y diligente mano
Hierbas divinas de virtud secreta;
El encarnado hierro tienta en vano;
Con tenaza mordaz tal vez lo aprieta.
¡Ah! no da el almo Apolo traza alguna,
Ni encamina el conato la Fortuna.

LXXXII.

Y ya el pavor invade el campamento,
Espantosa amenaza se aproxima,
En polvo se condensa el firmamento,
Tropel de caballeros se oye encima;
Ymil dardos y mil cruzando el viento
Van doquiera á caer, y ponen grima
Al par de combatientes y de heridos
Voces de rabia y de dolor gemidos.

LXXXIII.

Vénus, en tanto, del afan movida
Que el corazon materno le atormenta,
Díctamo coge en el cretense Ida—
Hierba que allí lozana se presenta,
De pubescentes hojas revestida;
Flores la cubren de color sangrienta,
Ypace de ella la silvestre cabra
Si cruda flecha su espinazo labra.

416
LXXXIV.

La raíz salutífera recata
Encubierta la Diosa en nube umbría,
Llega, y en modo oculto el agua trata
Que en limpísimos vasos puesta, hervia;
Virtud comunicándola, desata
El díctamo, y el zumo de ambrosía
Que las fuerzas vivífico recrea,
Esparce, y odorante panacea,

LXXXV.

Con esta linfa Yápix, que no sabe
La merced de la Diosa recibida,
Lava la llaga: al punto, pues, el grave
Dolor huye del cuerpo; en la honda herida
Restáñase la sangre; ya suave
Tras la mano la flecha no traída
Saliendo va; y el adalid doliente
Todas sus fuerzas reintegrarse siente.

LXXXVI.

«¡Armadle, armadle, que lidiar desea!»
Ante todos así Yápix inflama
El turbado concurso á la pelea.
«Y tú, ilustre caudillo,» luégo exclama,
«No pienses que este triunfo humano sea;
Mi arte, mi diestra nada obró: te llama
Fuerza más alta, voluntad divina
Que á mayores objetos te destina!»

430
LXXXVII.

Mas el héroe tardanzas no consiente:
De acá y de allá á la pierna sobrelaza
Las grebas de oro, él mismo; ase impaciente
De la fulmínea lanza, la coraza
Viste, toma el broquel resplandeciente;
Y las armas tendiendo en torno, abraza
Y fugaz por el yelmo besa al hijo:
«De mí firme virtud, teson prolijo,

LXXXVIII.

«Quiero que aprendas; de dichosa suerte
Otros,» le dice, «te darán lecciones.
Hora vuelo en la lid á protegerte,
Voy á guiarte á sus preciados dones:
Cuando llegues á edad adulta y fuerte
Recoge mis gloriosas tradiciones,
Y de ellas memorioso, Ascanio mio,
Sigue á Enéas tu padre, á Héctor tu tio!»

LXXXIX.

Dicho esto, por las puertas dilatadas
Blandiendo el asta enorme, giganteo
Arrójase adelante: sus pisadas
Mnesteo sigue, síguelas Anteo.
Hé aquí de los reales á oleadas
Toda la turba desbordarse veo;
En ciego polvo el ámbito se cierra,
Y herida de los piés treme la tierra.

446
XC.

Turno en esta sazon desde un frontero
Alcor aquella nube ha visto; véla
El escuadron de Ausonios; el guerrero
Ímpetu encogen, el pavor los hiela.
Fué entre todos Yuturna quien primero
Oyó el ruido, y lo entiende, y se hurta, y vuela
Medrosa. Arrastra el capitan troyano
Su negra hueste en el abierto llano,

XCI.

Cual, turbando los aires repentina
Tempestad, á la tierra nimbo aciago
Por medio de los mares se encamina;
A mieses y arboredos ¡cuánto estrago
Traerá! ¡cómo la plebe campesina
Tiembla de léjos el tremendo amago!
A anunciarlo en las playas, adelante
Los vientos van con soplo resonante:

XCII.

Tal aparece el adalid reteo;
A defenderse la asustada gente
Fórmase densa en ángulos. Timbreo
Al fuerte Osíris da mortal fendiente:
Derriba á Arcecio en el tropel Mnesteo,
Acátes á Epulon, Gias á Ufente;
Y cae allá Tolumnio, el agorero,
Que el dardo impío disparó primero.

462
XCIII.

Un grito de terror álzase al cielo,
Y á su turno los Rútulos á viva
Fuga se dan en polvoroso vuelo.
Enéas á la turba fugitiva
Muerte no da, ni áun contrapuesto telo
O pecho firme su ímpetu cautiva;
Entre la nube que la vista ofusca
A Turno solo anhela, á Turno busca.

XCIV.

Ve Yuturna el peligro, y atosiga
Su viril corazon fiera congoja:
Muda á Metisco va, de Turno auriga,
Le arranca, y léjos del timon le arroja;
Puesta ella en su lugar, el tiro instiga,
Y ondea á su placer la rienda floja:
En la voz, en las armas y el semblante
Osténtase á Metisco semejante.

XCV.

Cual acude al castillo de opulento
Señor, y excelsos atrios la traviesa
Negruzca golondrina ronda, el viento
Hiriendo ufana con versátil priesa;
Partículas recoge de alimento
A gárrulos polluelos dulce presa;
Ya visita los pórticos vacíos,
Ya en torno trisca de los lagos frios:

477
XCVI.

Así volando la marcial doncella
Alanza entre enemiga muchedumbre
Los caballos, y todo lo atropella
De su carro veloz la pesadumbre:
Ora en esta region, ora en aquélla,
Muestra al hermano entre fulmínea lumbre;
Mas asir la ocasion jamás le deja,
Ysiempre volteando huye y le aleja.

XCVII.

No ménos diligente las pisadas
En largo giro el héroe le rastrea,
Y en medio de las huestes destrozadas
Con grande voz le llama á la pelea.
Cuantas veces le hallaron sus miradas
Y los halados potros ya en idea
Alcanzaba, volando en pos, la ruta
Tantas torció tambien la Ninfa astuta»

XCVIII.

¡Mísero! en golfo de agitados vientos
Fluctúa en balde; hácia contrarios lados
Le arrastran diferentes sentimientos.
Contra él, en ese tiempo, reservados,
Mesapo, listo siempre en movimientos,
Llevaba en la siniestra dos ferrados
Astiles: con certera puntería
Uno de ellos blandiendo, allá lo envía.

491
XCIX.

Hincando una rodilla, con su escudo
Enéas guarecióse: el asta empero
Rehilando sobre el casco penachudo
Voló las altas alas del plumero.
Tener su indignacion él más no pudo,
Salteado otra vez tan contra fuero,
Al sentir que en revuelta fugitiva
El carro volador su encuentro esquiva.

C.

Y el altar que violaron, por testigo
Tomando de su fe desobligada,
A Júpiter juró; y al enemigo
Se precipita ya, con ciega espada
A ejercitar sobre él comun castigo.
Con favorable Marte ha entrado, y nada
Perdona, y hace mortandad horrenda;
¡Ay! que da á sus furores larga rienda!

CI.

¿Cuál Dios ahora inspirará mi canto?
¿Quién me dará que recordar emprenda
Tantos destrozos, y caudillo tanto
Sacrificado en una y otra senda
Por Enéas y Turno?... ¡Jove santo!
¿Y plugo que á tan áspera contienda
Concurriesen naciones que algun dia
Para siempre la paz unir debia?

505
CII.

Al Rútulo Sucron, al paso hallado
(Fué esta pugna, aunque breve, la primera
Que en sitio á combatir determinado
Paró á los Teucros en su audaz carrera),
La espada Enéas envasóle á un lado,
Yallí por do la muerte es más ligera,
Bien las costillas y del pecho pudo
Pasar las tramas el acero crudo.

CIII.

En tanto á dos hermanos guerreadores,
Ambos á pié (pues uno del trotero
Cayera), inmola Turno á sus furores:
A Amico, que venía hácia él primero,
Con larga lanza recibió; Diores
Espiró en pos al filo de su acero.
Al carro ambos segados vultos cuelga,
Yen llevarlos manando sangre, huelga.

CIV.

De un golpe Enéas á la Muerte envía
A Tánais y á Talon y al gran Cetego,
Yá Onite, el de habitual melancolía,
Hirió despues, en su ira siempre ciego;
Hijo era de Equion y Peridía.
Turno otros dos hermanos postra luégo,
Que de Licia vinieron, noble tierra,
Yde apolíneos campos á la guerra.

517
CV.

Rindió tambien al árcade Menédes:
En vano el infelice, odiando á Marte,
Al pecífero Lerna á echar sus redes
Tranquilo acostumbróse: tal su arte;
Allí su pobre choza; en las mercedes
De los grandes jamás tocóle parte;
Miéntras su padre, en ya provectos años,
Cultivaba alquilados aledaños.

CVI.

Como invaden de puntos diferentes
La árida selva y lauros restallantes
Voraces llamas; ó cual dos torrentes
Que hacen destrozos, entre sí distantes,
Y al mar desde las cumbres eminentes
Arrebatan sus hondas espumantes,
Así Enéas y Turno el campo talan
Que corren, y en estragos lo señalan.

CVII.

Ya la interna pasion los espolea;
Ya estallan sus invictos corazones;
¡Con toda el alma á la mortal pelea
Vuelan ya!—De las glorias y blasones
De sus antepasados alardea
En medio de los fieros escuadrones
Murrano: su ducal genealogía
Por los latinos Reyes descendia.

531
CVIII.

Vióle Enéas; su furia vengativa
Comunica á un pedron que enorme alanza,
Y de cabeza al mísero derriba:
En las riendas envuelto so la lanza
Del carro, ya le aplasta fugitiva
La rueda; puesto el dueño en olvidanza,
Por cima sus indómitos caballos
Baten veloces los sonoros callos.

CIX.

Hilo feroz, verboso, amenazante
Entrara en lid: á su aureada frente.
Poniéndosele Turno por delante
Asesta un dardo, que al cerebro, ardiente
Clavóse, bajo el yelmo relumbrante.
Caíste y tú, Creteo, el más valiente
De los Grayos; de Turno á libertarte
Tu diestra poderosa no fué parte.

CX.

Ni á tí tus propios Dioses al Troyano
Te supieron hurtar, Cupenco. ¡Ay triste!
Puesto el pecho á sus golpes, es en vano
El broquel acerado que le asiste.
Y tú tambien al laurentino llano,
Eolo ilustre, á sucumbir viniste;
Tambien debian estos arenales
Tus espaldas medir descomunales!

544
CXI.

Tú del triunfante Aquíles, tú del peso
De la argiva falange tan temida,
Luchando cual leal, saliste ileso;
¡Y aquí estaba la meta de tu vida!
Gran palacio tuviste allá en Lirneso,
Gran palacio gozaste bajo el Ida;
¡Y ya te reservaba tu destino
Un sepulcro en el campo laurentino!

CXII.

Latinos y dardanios campeones,
Mnesteo y el intrépido Seresto,
Y domador Mesapo de bridones,
Y Asilas, siempre en la refriega enhiesto,
Y las etruscas y árcades legiones,
Ya todos á encontrarse, en vuelo presto
Corren: batalla universal, suprema,
Se libra; cada cual su esfuerzo extrema,

CXIII.

No hay reposo, no hay vado: el choque dura
Igual de cada parte. En tal momento
A sugerir á Enéas se apresura
Su hermosísima madre un pensamiento:
Que á los muros acorra, le conjura,
Que lleve su escuadron sobre Laurento
De improviso, y con golpes repentinos
Ponga espanto mortal en los Latinos.

557
CXIV.

Despues que sobre el campo en giro vario
Él ha echado solícita ojeada
Acá y allá buscando á su contrario,
Convierte á la ciudad fija mirada:
Inmune y en sosiego solitario
En presencia de lid tan ensañada,
La observa; y en imágen, de repente,
Mayor combate enardeció su mente.

CXV.

A Mnesteo al instante y á Sergesto,
Con quienes párte de la Hueste el mando,
Convoca, y al intrépido Seresto:
Ocupa una eminencia; de su bando,
Al verle, en torno de ella acude el resto:
Densos, picas y escudos no soltando,
Todos esperan que los labios abra,
Y oyóse así de lo alto su palabra:

CXVI.

«¡No haya, mi voluntad impedimento!
Aunque de pronto concebida empresa
Ménos listos no os halle; á Jove cuento
De nuestra parte. Hoy mismo, hoy mismo, si esa
Militar madriguera y regio asiento,
Que es nuestra la victoria no confiesa,
No admite el freno y rinde vasallaje,
Haré en su seno asolador ultraje;

569
CXVII.

«Hundiré en polvo el más altivo techo
Envuelto en llamas! ¿Quién tendrá por justo
Que el tornar, ya vencido, á campo estrecho,
Espere yo que á Turno venga en gusto?
No: ¡cumpla la ciudad el pacto hecho!
Nefando monumento, centro adusto
De la guerra ella ha sido: ¡sús! con teas
Lo que debe pidamos!» Habló Enéas.

CXVIII.

Ya, formándose en cúneo á la batalla,
Animosa la tropa se encamina.
Escalas de improviso en la muralla
Se ven, y el fuego la cabeza empina.
Quién á las puertas acudiendo, acalla
A los guardias con muerte repentina;
Quién, armas empuñando, trepa: al cielo
Tejen mil dardos tenebroso velo.

CXIX.

Hé aquí entre los primeros, extendiendo
La diestra Enéas á la faz del muro,
Increpa al rey Latino con tremendo
Clamor. Que vez segunda al trance duro
Le compelen los Ítalos, rompiendo
La nueva ley, y en su furor perjuro
Se revuelven contra él como enemigos,
Grita, y toma á los Dioses por testigos.

583
CXX.

Discordes entre sí los ciudadanos,
Unos las puertas franquear querrían
Y de paz recibir á los Troyanos,
Y al muro al mismo Rey llevar porfían;
Otros empero con armadas manos
Al sitiador bizarros desafían.
Así tal vez en cavernosa piedra
Silvestre enjambre se guarece y medra;

CXXI.

Y así el pastor por despojarlo, llena
De humo amargo el recinto, y las turbadas
Hijas de la recóndita colmena
Discurren por las céricas moradas:
Rumor confuso por la roca suena,
Bramando aguzan iras enconadas;
El sofocante olor penetra, y sube
Suelta en ondas al aire la hosca nube.

CXXII.

En tanto á los sitiados sobrevino
Calamidad que alto estupor derrama
Y el resto extingue del valor latino.
Vió la Reina que al muro se encarama,
Trayendo, el agresor, triunfal camino,
Vió el acero á las puertas, vió la llama;
Ni Rútulos allí, ni allí la hueste
De Turno, que el asalto contrareste:

598
CXXIII.

Dando al jóven por muerto la mezquina,
Sola causa del mal, única rea
Proclámase; y gimiendo desatina
Enajenada en su doliente idea;
Desgárrase la veste purpurina,
Lúgubre frenesí la aguijonea,
A yerta viga ató ominoso nudo,
Y fué aquello un morir fiero y sañudo,

CXXIV.

Hiere á las damas la nefasta nueva:
Mesándose Lavinia los floridos
Cabellos, las airadas manos ceba
En las róseas mejillas: con gemidos
Responde su cortejo; el eco lleva
Por las ámplias mansiones los plañidos;
Y ya por la ciudad su vuelo explaya
El rumor, y los ánimos desmaya.

CXXV.

En polvo vil la blanca cabellera
Mancha, rasga su veste el Rey anciano,
Vaga sin rumbo, y viendo desespera
De una infeliz consorte el fin insano
Y la ruina de un pueblo! Que no hubiera
Llamado en tiempo al adalid troyano
Al reino, acreditándole por yerno,
Mucho se culpa con lenguaje interno.

614
CXXVI.

Turno batallador allá en lejano
Límite en tanto, cada vez más lento,
Ménos y ménos cada vez ufano
Del de sus potros decadente aliento,
A pocos, áun dispersos en el llano,
Ensaya perseguir. El vago viento
Ya hácia aquella region lleva á oleadas
Extraño són de voces apagadas.

CXXVII.

Aguzando el mancebo los oidos
Fatídico clamor distinto siente,
Oye de la ciudad los alaridos.
«¡Ay de mí! ¿Qué gran duelo está presente
A los muros? ¿Qué fúnebres sonidos
De tan diverso punto la corriente
Del aire arrastra?» Dice, y de la brida
Tira atónito, y pára la corrida.

CXXVIII.

Sagaz la Ninfa que usurpó el semblante
Del auriga Metisco, y los trotones
Y carro y riendas guia, en ese instante
Al hermano anticípase, y razones
Tales vierte: «Sigamos adelante,
¡Oh Turno! y á enemigo no perdones;
¡Adelante sigamos! La Victoria
Abrió esta senda y nos anuncia gloria.

627
CXXIX.

«Los muros defender, á otros compete.
¿Y tú, cuando á los Ítalos Enéas
En reñido conflicto compromete,
Contra los Teucros tu poder no empleas?
¡Animo! á los que restan acomete,
Y á fe que ni inferior salir te veas
En número, ni en lauros ménos rica
La diestra ostentarás» Turno replica:

CXXX.

«¡Oh! ¡tu influjo en mi bien jamás reposa!
Sentílo ya en el campo, hermana mia,
Del punto en que el tratado poderosa
Fuiste á romper usando de artería;
Y ahora mismo vanamente, oh Diosa,
Encubres tu beldad. Mas ¿quién te envía,
Quién, dime, de la sedes celestiales
Tanto mal á palpar y horrores tales?

CXXXI.

«¿Mirar querrás los míseros despojos
De tu hermano?... ¿Y qué espero? ¿Cuál reparo
Me ofrece la fortuna? Por mis ojos
Ví á Murrano caer: otro más caro
Amigo no me queda: oí sus flojos
Acentos, tarde ya, pedirme amparo;
Yo le he visto ¡ay dolor! rendir la vida,
Ingente él mismo y bajo ingente herida.

640
CXXXII.

»Por no mirar nuestro baldon inulto
Presa en miembros y en armas cayó Ufente,
¿Y hora entregados á feroz tumulto
Nuestros hogares sufriré paciente?
¡Ah! ¡nos faltaba este postrero insulto!
¿Y á la furia de Dránces maldiciente
No podré contestar con mis hazañas?
¿Espaldas volveré? ¿Y estas campañas

CXXXIII.

«Contemplarán á Turno fugitivo?
¡Qué! ¿el morir es odioso á tanto grado?
Si de supernos Dioses no recibo
Ni piedad ni justicia, con agrado
Mi ruego, ¡oh Manes! acoged votivo:
No indigno de altos padres, consagrado
Mi espíritu desciende á vuestro limen,
Puro, sí, puro de afrentoso crimen!»

CXXXIV.

No bien en estas voces prorumpiera
Cuando venir vió á Sáces, ve su boca
Que reciente flechazo dilacera:
Su espumante bridon, que apénas toca
El campo hostil, lo rompe hilera á hilera;
Mas él desaforado á Turno invoca:
«¡Turno, última esperanza en nuestros males,
Habe ya compasion de tus parciales!

654
CXXXV.

«Rayos á los alcázares fulmina
Enéas con su ejército, y amaga
Al poder de los Ítalos ruina;
Sobre los techos el incendio vaga.
En tí pone sus ojos la latina
Gente, á tí vuelve su clamor.
Qué haga No sabe el Rey, y en su ánima medita
Cuál yerno adopte, qué alianza admita.

CXXXVI.

»A la Reina, por tí tan decidida,
A caso extremo sus terrores mueven;
¡Ay! ¡por su mano se quitó la vida!
Bajo las puertas á arrostrar se atreven
Sólo Atina y Mesapo la embestida.
De un lado y otro los contrarios llueven.
Tantas puntas esgrime la enemiga
Hueste, que miés ferrada el campo espiga.

CXXXVII.

»¡Y á este tiempo en el más remoto prado
Turno su carro vagaroso guía!»...
Guardó torvo silencio el increpado,
Y en el pecho le hierven á porfia,
Con tantos contratiempos alterado,
Ya del herido amor la frenesía,
Ya el probado valor de su pujanza,
Fuego de pundonor, voz de venganza.

669
CXXXVIII.

Así que á los destellos renacientes
De la razon, la nube se retira
Que le envolvió en horrenda noche, ardientes
Los globos de sus ojos rueda, y mira
Con demudada faz los eminentes
Muros desde su carro. En roja espira
Ve el fuego que tablajes señorea
Y al cielo enderezado libre ondea.

CXXXIX.

Turno mismo, de sólida madera,
Con altos puentes guarnecida, alzara
Trabada torre; de ella se apodera
Aquel voraz turbion. «¡Hermana cara!
¿Ves, ves,» clama el cuitado, «que doquiera
El hado nos arrolla? Me pesara
Que en cerrarme insistieses el camino
Que un Dios señala y mi cruel destino!

CXL.

«¡Allá! ¡no más tardanzas! ¡Mano á mano
Lucharé con Enéas! ¡Con la muerte
Cuanto hay de acerbo á padecer me allano!
¡Trocar déjame en gloria este ocio inerte,
Y arder, miéntras aliente, en fuego insano!»
Dice, y salta veloz del carro, y fuerte
Entre hombres y armas por el campo embiste,
A Yuturna dejando muda y triste.

684
CXLI.

Cual rueda enorme montaraz fragmento,
Ya recia lluvia ó huracan lo bata,
O sea ya que el no sentido y lento
Trabajar de los años lo desata;
Impetuosa desde su alto asiento
Al abismo la mole se arrebata,
Y en los saltos que da desmesurados
Arboles vuelca y hombres y ganados:

CXLII.

Turno, echándose así del carro afuera,
Rompe los escuadrones, los divide,
Y por entre ellos en veloz carrera
De la magna ciudad los muros pide.
Allá en sangre empapado ve doquiera
El suelo, y ve que el aire todo estride
Con dardos borrascoso. Hizo señales
Su mano, y él lanzó clamores tales:

CXLIII.

«¡Paso, oh Rútulos, dad al paladino!
¡Y vos cesad en la marcial porfia,
Valientes del ejército latino!
Dejadme el campo; la aventura es mía.
Por vosotros lidiar es mi destino;
Mi ánima sola por el pueblo expía
El sellado concierto.» La amenaza
Todos paran al punto, y danle plaza.

697
CXLIV.

Aun bien Enéas de sentir no acaba
Aquel nombre de Turno, se apareja
Al singular combate, toda traba
Rompe impaciente, y de las obras ceja
Del fiero asalto que á los muros daba;
Déjalos ya, las altas torres deja,
Y desciende saltando de alegría,
Truenan sus armas y el espanto cria»

CXLV.

Cual Atos ó cual Érice aparece,
Ó del padre Apenino á semejanza,
Que sus tersas encinas estremece,
Y de la nivea cúspide que lanza
A la region del rayo, se envanece.
Movidos de tan súbita mudanza
Allá Rútulos miran y Troyanos
Y todos á una vez los Italianos.

CXLVI.

Los que ocupaban el adarve enhiesto
Como aquellos que al pié de la muralla
Batian, de sus hombros han depuesto
Las armas, y uno y otro campo calla.
Latino mismo en asombrado gesto
Mira que al fin á singular batalla
Fortísimos concurren, de regiones
Tan diversas, aquellos dos varones.

710
CXLVII.

Corriendo ellos al campo que la guerra
Suspensa abre á sus ímpetus, distantes
Arrójanse las lanzas; luégo cierra
Uno y otro adalid, con los sonantes
Escudos de metal. Gime la tierra;
Golpes dan y redoblan las tajantes
Espadas; y de un lado y de otro, á una
Asisten el esfuerzo y la fortuna.

CXLVIII.

Como en el vasto Sila ó gran Taburno,
Marchando á combatir dos toros fieros,
Aquél á éste, éste á aquél hiere á su turno;
Retíranse medrosos los vaqueros;
El rebaño contempla taciturno;
Cuál se alce de los dos con regios fueros
Sobre el hato en los campos y en la sierras,
No saben pensativas las becerras;

CXLIX.

Ellos, en tanto, con vigor tremendo
Cuernos traban y heridas menudean,
Sus cuellos y sus brazos envolviendo
Los arroyos de sangre que chorrean;
Repite el ancho bosque el sordo estruendo:
Chocando los broqueles tal pelean
El troyano y el daunio combatiente;
E hinche los aires el fragor creciente.

725
CL.

Dos balanzas en fiel Júpiter tiene,
Y de ambos héroes los diversos hados
Poniendo, aguarda á ver á quién condene
El lance extremo, y cuál de aquellos lados;
Con peso agobiador la Muerte llene.
Sin temer de su ardor los resultados,
Turno entónces alzó su espada larga,
Todo el cuerpo esforzando, y la descarga.

CLI.

Irguiéndose ambos campos á la hora
Prorumpen en confusa vocería.
Quebróse en medio al golpe la traidora
Hoja, y abandonado Turno habia
Finado allí, si á fuga voladora
No acude. Más ligero se desvía
Que alado viento, cuando el cabo asida
Desconoció, y su diestra inerme vido.

CLII.

Fama es que ya, cuando de pronto uncidos
Los caballos, á lid montó ligero,
Tomó, en su afan turbados los sentidos,
El de su auriga, y no el paterno acero:
A los Teucros, con él, despavoridos
Pudo acosar gran tiempo; ahora, empero,
Hierro mortal, cual hielo quebradizo,
Dando en armas divinas, se deshizo.

741
CLIII.

Brillan los trozos en la roja arena.
Él entretanto huye y se retira
A otra parte del campo; le enajena
El terror, y en inciertas vueltas gira:
Denso cordon que su esperanza enfrena
Formar doquiera á los Troyanos mira;
Allá el paso le impide ancho pantano,
Acá el cerco mural limita el llano.

CLIV.

Enéas el alcance no descuida,
Y aunque á tiempos retarda dolorosa
Sus rodillas aún la fresca herida,
Al que temblando va férvido acosa
Pié con pié. Tal hallarse sin salida
Suele un ciervo infeliz; corriente undosa
Acá le ataja, allá le pone miedo
De plumas de color pérfido ruedo;

CLV.

Y así umbrino ventor pieza levanta,
En pos labrando en rápida carrera;
Hace y deshace el triste, á quien espanta
El rojo valladar, la alta ribera,
Círculos mil con voladora planta:
Insta el fiero sabueso; se dijera
Que con los dientes vencedor le toca,
Y áun muerde en vago su burlada boca.

756
CLVI.

Alzóse en esto un gran clamor, que llega
Confuso al cielo, y de él retumba herida
La laguna, cuan ancha el campo anega.
Rabioso Turno, sin templar la huida,
A los Rútulos clama, nombra, ruega
Que la espada le traigan conocida.
Enéas, á su vez, muerte inminente
A aquel intima que mediar intente;

CLVII.

Y á todos aterrando los conmina
Con asolar los muros; y aunque herido,
No desiste: corriendo á la contina
Cinco órbitas agota en un sentido,
Cinco en opuesta direccion camina;
Que no es, á fe, lo en lid comprometido
Circense premio ni trivial presea,
Por la sangre de Turno se pelea!

CLVIII.

Viejo acebuche allí se alzaba un dia
Con sus amargas hojas: el marino
El firme leño venerar solia,
Que á Fauno estaba dedicado; y vino
Muchas veces en él su ofrenda pia
A colocar, y, al Númen laurentino
Cumpliendo el voto, á la sagrada copa
Náufrago suspendió la húmida ropa.

770
CLIX.

Este árbol divinal, sin miramiento,
Por despejar el campo al desafío,
Cortaron los Troyanos de su asiento.
En la raíz fibrosa que el vacío
Sitio guardaba, atravesando el viento
Cae y se enclava con pujante brío
El asta del Dardanio. Echó él su lanza,
Ya que á hacer presa por sus piés no alcanza.

CLX.

Y el tiro á segundar corre, y porfía
La punta en desasir que honda se aferra.
Entónces Turno esta plegaria envía
Ante el peligro que su mente aterra:
«¡Duélete, oh Fauno, de la suerte mia,
Ytú esa arma retén, óptima Tierra,
Si fiel siempre os rendí el antiguo culto
Que el Troyano abatió con fiero insulto!»

CLXI.

Fácil el Númen al favor se inclina.
Pugnó Enéas gran pieza, y fuerza ó traza
Util no halló; que la raíz divina
El hierro aprieta cual mordaz tenaza.
Miéntras él en vencerla insta y se obstina,
Otra vez de Metisco se disfraza
La daunia Diosa, y al hermano llega,
Yel acero vulcánico le entrega.

786
CLXII.

Ardiendo Vénus de que á tales grados
Llegase de la Ninfa la osadía,
Acude, y de los senos intrincados
La pica destrabó que áun resistía.
En sus armas y fuerzas reintegrados,
Uno en su espada, el otro en su asta fia,
Y á la lid anhelosa y furibunda
Avánzanse arrogantes vez segunda.

CLXIII.

Ved al Rey del Olimpo omnipotente
Cómo habla en tanto á Juno, que atendia
Sentada en una nube refulgente
Al singular combate: «¡Esposa mia!
¿Que haya fin esta guerra, no consiente
Tu pecho? ¿Ya qué falta? Al cielo un dia
Se alzará Enéas como sér divino
Que debe á las estrellas el Destino.

CLXIV.

»Harto lo sabes, ¿y áun tu mente espera?
¿Y ahí en gélidas nubes áun te agrada
Nuevos planes trazar? ¿Justo es que hiera
A un cuerpo sacro arma mortal? ¿que espada
Recobre Turno, y fuerza extraña adquiera
Ya á punto de rendirse? A tanto osada
Sin tí una débil Ninfa ser no puede.
Tu error conoce, y á mis ruegos cede!

803
CLXV.

«Llegamos ya al final. En mar, en tierra
A los Troyanos agitar pudiste,
Te fué dado mover infanda guerra,
Yalta casa afligir, y en duelo triste
Envolver régia boda. El paso hoy cierra
Mi mano á nuevas cóleras;—desiste!»
Esto Júpiter dijo; reverente
Juno así respondió, baja la frente:

CLXVI.

«¡Ah! bien conozco, real esposo mio,
Tu augusta voluntad: á ella me entrego,
Yde Turno y del suelo me desvío.
Sin eso, no en cruel desasosiego
Aquí me hallaras en el éter frio
Sufriendo solitaria: armada en fuego,
En medio del combate, las hileras
Del enemigo provocar me vieras!

CLXVII.

»Yo á Yuturna, es verdad, di aliento y mano
Para salvar á Turno de inminente
Golpe; no ya para que el arco insano
Tendiese. Te lo juro por la fuente
Inaplacable del Estigio hermano
(Rito, único entre todos, que imponente
A los Dioses obliga). Y ahora cejo,
Yfatigada asaz las guerras dejo.

819
CLXVIII.

»Mas yo una gracia (el hado no la veda)
Que de los tuyos y el poder latino
Redunde en majestad, pedirte pueda:
Hacer sólidas paces el Destino
Yalegres bodas celebrar conceda,
Yo desde ahora á su querer me inclino;
Muéstrese, empero, el natural del Lacio
Su viejo nombre en mantener, rehacio.

CLXIX.

«No ellos Teucros se llamen ni Troyanos,
Ni de vestido muden ni de idioma:
Viva el Lacio; haya príncipes albanos,
Nada por siglos su poder carcoma;
Yderive de pechos italianos
Virtud pujante la futura Roma.
Muerta es Troya; su nombre aborrecido
Yazga con ella en perdurable olvido!»

CLXX.

Sonriendo el Autor de hombres y cosas,
«De Jove hermana y de Saturno hija
Te ostentas,» dice, «cuando áun no reposas,
Ydentro el pecho en ansiedad prolija
Esas iras revuelves procelosas!
Cálmalas ya. Ni mudo afan te aflija,
Ni me torne á asestar tristes querellas
Tudulce boca, ejercitada en ellas.

833
CLXXI.

»¡Oh, sí, que te daré cuanto has pedido;
Yo todo tuyo soy! Sus tradiciones,
Su popular lenguaje y su apellido
Conservarán de Ausonia los varones:
El vencedor uniéndose al vencido
Refundiráse en él. Yo instituciones
Sacras, yo ritos les daré divinos:
Una el habla será;todos, Latinos!

CLXXII.

«Formarán ambas razas de consuno
Un pueblo que á mortales y á inmortales
Superará en virtud; y pueblo alguno
Te dará cultos á su culto iguales.»
Sus pensamientos serenando Juno
La frente inclina ante razones tales;
De los aéreos ámbitos se aleja
Al mismo tiempo, y el nublado deja.

CLXXIII.

Así aquella acordanza concluida,
Su mente sábia el Padre soberano
Vuelve á otro punto, y á Yuturna cuida
Apartar de las lides del hermano.
Hay dos plagas que Diras apellida
La Fama: á entrambas ya, por modo arcano,
De sí Noche abismosa lanzó fuera,
Aun tiempo, al par que ála infernal Megera.

847
CLXXIV.

De iguales serpentíferas espiras
La madre armólas, y de fuertes alas,
Con que aparecen las gemelas Diras
Del Dios tremendo ante las régias salas.
Prestas mueven, ministras de sus iras,
Miedo á las gentes, si á ciudades malas
El amenaza desolar con guerra,
O peste y mortandad manda á la tierra.

CLXXV.

Jove á una de ellas desde lo alto envía
Porque lleve á Yuturna infausto agüero.
Voló la Furia, y la region vacía
En torbellino atravesó ligero.
Cual flecha, armada de ponzoña impía,
Que el Parto ó el Cidon de arco certero
Ha tirado, y, silbando, la interpuesta
Nube traspasa, incógnita y funesta;

CLXXVI.

Tal rápido á la tierra se abalanza
Aquel aborto de la Noche oscura.
Y así que á ambos ejércitos alcanza
A divisar, abrevia su figura,
Y del pájaro toma la semblanza
Que en cementerio ó solitaria altura
En la noche callada aciago asiste
Turbandoel aire con su canto triste.

865
CLXXVII.

Tiende á Turno, de forma tan provista,
El ominoso vuelo y se alborota
Pasando y repasando ante su vista,
Ycon las alas el broquel le azota.
Terror secreto al mísero contrista
Yde los miembros el vigor le embota;
El cabello erizado se levanta,
Anúdase la voz en su garganta.

CLXXVIII.

Luégo que hubo Yuturna, en el sonido
Yen el batir fatídico del ala,
De léjos á la Euménide sentido,
De hermosas crenchas la esparcida gala
Rasga, hiérese el pecho dolorido,
Yel rostro ofende, y su dolor exhala
En voces tales: «¡Ay! en vano, en vano
Ya ayudarte querré, mísero hermano!

CLXXIX.

»¡Cruel fuérzanme á ser! De hoy más, ¿qué espero?
¡Yqué! ¿de prolongar, Turno, tus dias
Arbitrio no me queda? ¿Aqueste agüero
Deshacer no podrán las fuerzas mias?...
¡Cesad, cesad en vuestro azote fiero;
Ese vuelo, ese grito, aves sombrías,
Harto conozco y me atormentan harto!
Ya os obedezco, y de la lid me aparto.

877
CLXXX.

»Sí, que en vosotras el imperio siento
Del magnánimo Jove! ¿El precio es ése
De mi virginidad? ¿Qué á mi contento
Presta eterno vivir? ¡Nunca él hubiese
De la ley del comun fenecimiento
Exentado mi sér! Mortal yo fuese,
Fin diera á mi penar, y huyendo haria
A la fraterna sombra compañía!

CLXXXI.

«¡Héme ahora inmortal! ¡Oh hermano mio!
¿Qué habrá sin tí que enojos no me sea?
¿Y dónde mi doliente desvarío
Abismo tan profundo cual desea
Que me trague hallará, y en el umbrío
Reino sepulte á esta infelice dea?»
Dice, y llora, y cubierta un glauco velo,
En hondas linfas escondió su duelo.

CLXXXII.

Enéas entretanto con la grande
Arbórea lanza á su contrario acosa;
Hace el hierro brillar miéntras la blande,
Y habla; en su voz la indignacion rebosa:
«¡Qué! ¿y será que tu planta se desmande,
Turno, á nueva tardanza vergonzosa?
Con bravas armas ya, no en triste huida,
Brazo á brazo el combate se decida!...

791
CLXXXIII.

»¡Vé, toma formas mil! Cuantos el arte,
Cuantos recursos la pujanza encierra,
Ensaya: vuela al cielo á refugiarte,
O en los cóncavos senos de la tierra!...»
Sacude la cabeza, y «No, no es parte
Tu ira á aterrarme, ¡oh bárbaro! me aterra,»
Turno dice, «la cólera divina;
Júpiter, sí, que labra mi ruina.»

CLXXXIV.

Más no dijo; y rodando la mirada
Sobre el campo, una piedra vido ingente,
Ingente, antigua piedra, colocada
Porque allí señalase permanente
La linde de dos predios disputada.
Cargaran peso tan difícilmente,
Tendiendo fuertes cuellos á porfía,
Doce hombres de los que hoy la tierra cria.

CLXXXV.

Arrebata el pedron con mano presta
Turno, y con él, cuanto en sus fuerzas cabe,
Empínase, y veloz corre, y lo asesta.
Turbado el héroe, que acudió no sabe,
Ni que asió del peñasco, ni que enhiesta
Mueve su mano aquella mole grave;
¡Ay de él! á sus rodillas falta brío,
Cuaja su sangre de la muerte el frio.

906
CLXXXVI.

Arrojado del brazo prepotente,
Rodando el risco en la region vacía,
No completó su giro, inobediente
Al recibido impulso que lo guia.
Y cual finge terrores el durmiente
En el regazo de la noche umbría,
Por lánguido sopor ligado, y sueña
Que ansiosa fuga en alargar se empeña,

CLXXXVII.

Y siente en sus conatos que desmaya,
Del antiguo vigor privado, y yerta
La lengua en vano desatar ensaya,
Y voz ni grito á producir acierta;
Por dondequiera, así, que Turno vaya.
A entrar brioso en la que senda abierta
Ha imaginado, allí la Diosa dura
El éxito á estorbarle se apresura.

CLXXXVIII.

Ya naufraga en angustias su esperanza:
Ha tornado á los Rútulos la vista
Y á la ciudad; mas la apremiante lanza
El pié le ataja, el ánimo le atrista:
Ni con qué traza escape se le alcanza,
Ni por cuál modo al enemigo embista;
Rastrea en torno, y su ojeada es vana,
Que ni el carro aparece ni la hermana.

919
CLXXXIX.

Dudar ve á Turno, y su asta fulminante
Vibra Enéas, propicio punto cata
Con los. ojos, y arrójala distante,
Y entero en ella su poder desata.
No con ímpetu suele semejante
Piedra que de ballesta se arrebata
Terrífica zumbar; ni así, encendido,
Estalla el rayo en hórrido estampido.

CXC.

Fiero estrago llevando, el hierro crudo
Vuela á guisa de negro torbellino,
Y por lo bajo rompe del escudo
Hasta el séptimo cerco diamantino,
Y el halda abriendo á la loriga, pudo
Crujiente en medio al muslo hacer camino
Al fiero golpe, que de accion le priva,
Turno enorme de hinojos se derriba.

CXCI.

Alzándose, en doliente vocería
Los Rútulos prorumpen; gime el viento,
Y tiembla en torno el monte, y á porfía
Vuelven los altos bosques el lamento.
El, hincado, la diestra dirigia
Y miradas de humilde sentimiento
A Enéas: «He mi suerte merecido,
Y nada,» exclama, «para mí te pido.

936
CXCII.

«¡Venciste! todo en mí te pertenece;
Me han visto los Ausonios prosternado
Tender las palmas. Si piedad merece
Un padre (fuélo Anquises) desdichado,
La ancianidad de Dauno compadece,
Yvivo, ó muerto, cual te venga en grado,
Este hijo tu piedad le restituya.
¡Oh! cese tu rencor; ¡Lavinia es tuya!»

CXCIII.

Paróse armado el héroe encrudecido,
Yrevolviendo los ardientes ojos
La diestra reprimió: ya del rendido
El discurso amansaba sus enojos,
Cuando el infausto talabarte vido
De Palante asomar, ricos despojos
Que echó sobre sus hombros Turno ufano,
Muerto el mancebo, y con sangrienta mano.

CXCIV.

Han resaltado las que el cinto lleva
Lucientes inequívocas labores.
Conforme Enéas las miradas ceba
En aquel monumento de dolores
Insanables, la colera renueva,
Y clama así, terrible en sus furores:
«¿Con tan queridas prendas te atavías,
Y escapar de mis manos presumías?

948
CXCV.

«Palante es quien te hiere; sí, Palante
Quien te inmola, y se venga en tu culpada
Sangre!» Dice, y al pecho que delante
Tiene, encamina la fulmínea espada
Enardecido. Turno en ese instante
A manos siente de la muerte helada
Sus miembros desatarse, y gemebundo
Su espíritu indignado huye al profundo.

Fin de la Eneida.