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Ensayos de crítica histórica y literaria/Carta á un literato insigne

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época


Carta inédita
Carta á un literato insigne dedicándole un ejemplar de «Paisajes»


Ilustre y querido amigo:

E

ste tomo de poesías, cuyo primer ejemplar le dedico, no tiene más mérito que el de la buena intención que me ha impulsado á componerlo. Desprovistos los versos que contiene de la indumentaria prescrita por ese Protocolo de las letras que hemos dado en llamar Retórica, no me hubiera atrevido á someterlos á la luminosa crítica de usted, si no conociese sobradamente la indulgencia con que suele acoger las producciones de todo ingenio, aunque éste sea tan desmedrado como el del autor de las presentes líneas.

Mis Paisajes, inspirados por la contemplación de los campos de Andalucía y en solitarios paseos por las arideces del suelo castellano, han sido sin embargo escritos en las inmediaciones del Círculo Polar Ártico durante el rigor del invierno, cuando rodeado de nieve por todas partes y perdida la mirada en los turbios cristales del Melar, contemplaba en lontananza como único límite del horizonte, inmóviles ejércitos de abetos, solemnes como obeliscos funerarios. De igual modo que el pintor se retira del lienzo para ver más claramente el efecto de las pinceladas, necesita á veces el poeta alejarse de las cosas que impresionaron su fantasía, para que disminuido por la distancia el influjo perturbador de los detalles, surjan con mayor relieve las notas culminantes del conjunto.

Por experiencia propia he visto muchas veces confirmada la verdad de la observación que precede. Muchas veces admiré la hermosura de los valles del Darro y del Genil y con no menor frecuencia hube de sentirme emocionado ante la sobria grandeza de las vertientes carpetanas; pero aunque sentí entonces nacer en mi alma el vago sentimiento de la hermosura de tan opuestos panoramas, fué preciso que la nostalgia de la patria avivara aquellas impresiones para que el balbuceo se convirtiese en palabra y para que de la nebulosa que flotaba en mi cerebro se destacasen con algún vigor los rasgos fisonómicos esenciales de los paisajes que había admirado tantas veces en muy diferentes épocas de mi vida.

Yo sé de un literato insigne que ha de encontrar seguramente mis poesías harto descriptivas porque, apasionado de las grandes epopeyas de las Edades clásicas, no halla belleza en rasgo lírico alguno que no se presente acompañado de la acción ó realzado por ella, al modo con que el divino Homero presenta ante los ojos de los lectores la belleza del broquel de Aquiles, no mediante la descripción ó inventario de los motivos ornamentales, sino haciéndole asistir á la forja de los dioses y presenciar en ella la acción del fuego que sojuzga la rebeldía del metal y el golpe de cincel que exorna el ponderoso escudo del héroe de Grecia.

Es, á mi juicio, verdad innegable que, no sólo en la poesía sino también en la novela, dan los escritores contemporáneos una importancia á las descripciones que jamás les concedieron los ingenios de las edades pasadas; pero, sin aventurarme á fallar en este pleito más complejo de lo que pudiera parecer á primera vista, creo yo que existe una razón poderosa de mayor fuerza que el capricho de la moda, que obliga hasta cierto punto á los que en nuestros días cultivan el arte literario, á conceder á las descripciones una importancia que no pudieron darles nuestros antepasados. Paréceme que en aquellas sociedades embrionarias y semibárbaras de la Edad Media; en aquella otra Romana que conquistó el mundo conocido y lo defendió de los ataques de los invasores del Norte, presenciando al propio tiempo diarias revueltas y frecuentes destronamientos de Césares al arbitrio de la falange pretoriana; en la misma Atenas ya en guerra con otras ciudades como la fabulosa de Troya y la histórica del Peloponeso, ya oponiéndose como en las Médicas al ímpetu de las cohortes de Jerjes y Darío, ó bien entregada en plena paz á los placeres del corporal ejercicio inmortalizado en las luchas de los Púgiles y en las Carreras Olímpicas; paréceme, repito, que todos aquellos pueblos que no tenían el vagar necesario para dedicarse á dar largos, reflexivos y sosegados paseos como los que podemos dar y damos nosotros; aquellos hombres que no disponían de tiempo alguno para celebrar coloquios con la misteriosa y complicada naturaleza, tuvieron que considerar indefectiblemente como únicos motivos de sus desahogos poéticos, la Epopeya que es acción, y los Cantos de Píndaro y Tirteo, clarines que les convocaban á la lid.

Nosotros, por el contrario, no podemos hallar en los tiempos que corremos y dulcificadas ya notablemente las costumbres, adecuado asunto de poesía en la acción. Claro está que las sociedades actuales no permanecen estancadas como las aguas de un pantano: pero los movimientos, evoluciones y transformaciones que en ellas se operan, acaso por operarse sobre superficie más dilatada, pierden en luz y en color para impresionar la fantasía del poeta, lo que ganan tal vez en amplitud para interesar al linaje humano ó en profundidad para atormentar la mente del sabio ó el cerebro del estadista.

La vida moderna es en apariencia más apacible que la de los pasados siglos; y aunque las pasiones que agitan el alma humana son ahora igualmente intensas y más complejas que entonces, el medio social por una parte, y por otra la educación y los hábitos adquiridos, son causa de que las pasiones no irrumpan ahora con el mismo ímpetu y estruendo con que explotaban antaño. La indignación, el deseo no satisfecho, la ambición frustrada que buscaba en otras eras relativa compensación, consuelo ó venganza en la acción violenta ó en el castigo del adversario, hoy suele buscar el remedio en la pérdida de la propia vida; ó bien destilar la amargura de la decepción, tratando de hallar el alivio de los personales quebrantos en la soledad, en la conversación interior, ó en el arrullo de la vaga y poderosa influencia que en el espíritu humano ejerce la contemplación de un paisaje ó la no estudiada melodía de algún manantial que brota entre las peñas.

Apegado en demasía á lo que en Arte ha sido y refractario por temperamento á presenciar resignado la modificación de las disciplinas liierarias que hicieran en el aula sus delicias, el ilustre académico á que he aludido más arriba hubiera preferido que en vez de ocultarme tras de mis versos, como me oculto en Paisajes al modo de los Parnasianos, apareciese yo en las páginas de mi libro lanzando apostrofes á los seres inanimados con un énfasis émulo del que empleaba D. Manuel José Quintana para execrar á los Déspotas ó para encomiar los beneficios del Progreso.

Nada más lejos de mi ánimo, al no seguir servilmente por tan trillados derroteros, que anatematizar el lirismo, delicia de nuestros abuelos, y sazonado fruto del movimiento ético y político de su época; y nada más ajeno á mi intención, al concretar en Paisajes los temas de mis cantos, que marcar fronteras al campo de la poesía, que es éste, á mi ver, muy vasto y sus horizontes varían á tenor de la psicología del poeta.

Absurdo reputo cualquier intento de legislar sobre la materia; y enemigo de la sentenciosa pedantería de algunos triviales cánones de Arte, voy á limitarme á justificar la orientación literaria que Paisajes representa, no por elección definitiva de ninguna de las tendencias de la poesía lírica, sino por exclusión de aquellas otras que, ora por haber pasado la ocasión de su florecimiento, ora por tener más de artificiosas que de artísticas, son incapaces de despertar en mi espíritu ciertas misteriosas vibraciones que, grabadas en el papel como en el disco de un gramófono, reflejen con algún vigor las undulaciones de mi propio sentimiento.

Rechaza éste desde luego todo conato de resolver y hasta de plantear pavorosos problemas sociales; abomina de toda propensión moralista y no responde á la evocación de idilios pastoriles ni á los no siempre sinceros pesimismos románticos y menos todavía á la influencia, por lo común perniciosa, de flamantes escuelas traspirenaicas. Arrancó, á principios del siglo XIX, la contienda por la libertad inspirados himnos á la lira de algunas vates; pero la lucha en pro de la emancipación del obrero que preocupa á los pensadores en la aurora del siglo XX, no puede inflamar de igual modo la fantasía del poeta. Al calor de la pasión política ha sucedido la frialdad del problema económico; y al candoroso entusiasmo de aquellos días de combate encarnizado, las declamaciones, muy pocas veces sinceras, que abroquelados tras el gélido parapeto de la Estadística, lanzan de continuo hueros regeneradores. El problema social, con ser muy interesante, no creo yo que sea un filón para el poeta, como no lo fué tampoco en el siglo XVI la defensa del dogma católico impugnado por la soberbia de Lutero.

La poesía moralista que con tanto aplauso cultivaran Moratín y Jovellanos, no tiene, á mi juicio, de poesía más que el nombre, y los idilios dulzones con que el pulcro Meléndez Valdés deleitara á la sociedad de Carlos IV, no atesoraron jamás otra belleza que la deleznable de la moda ni otro mérito que el atildamiento del estilo de su autor discreto. Pasada la moda y desacreditada la Retórica, vese ahora con perfecta claridad la endeblez estética de aquellos ensayos bucólicos.

Mucho más vigorosa y en sus albores más sincera, fué la escuela pesimista de Leopardi, Byron y Espronceda; pero se amaneró después bajo el dominio siempre funesto de los imitadores y, en el día, pasados ya el momento y la razón del Romanticismo, sería inoportuno tratar de resucitarla. Cultívanla aún, sin embargo, los fracasados en la lucha por la vida y degenera en un escepticismo completamente anarquista en ciertos espíritus fuertes á la moda, que gracias á Dios son ateos.

El humorismo campoamoriano que sinceramente admiro y al que es fuerza reconocer originalidad y hasta gracia, tiene algo de burgués que no me seduce y está muy lejos de despertar en mi alma esa simpatía inefable que es siempre la precursora del hondo sentimiento poético.

Menos que con las escuelas que acabo de señalar simpatizo yo con la llaneza sintáctica y con la rotundez prosódica de D. Gaspar Núñez de Arce, manejadas diestramente por el poeta castellano, así para razonar la duda en verso como para combatir los desafueros y errores de las facciones políticas. Encuentro las producciones de tan celebrado escritor harto poco elevadas dentro de la corrección gramatical y retórica y revestidas de cierta impecable monotonía, incompatible en mi sentir con la fuga, vehemencia y energía que refleja toda alma inflamada por el estro.

El legítimo deseo de descubrir para la poesía nuevas perspectivas y de ir contra la corriente de la rutina, sosegada en la apariencia pero en el fondo pujante, ha revestido formas tangibles en algunos poetas jóvenes en cuyos libros puede apreciarse y aplaudirse cierta generosa tentativa de herir la sensibilidad y despertar el sentimiento y la fantasía de los lectores.

Si la meritoria labor de estos escasísimos escritores no ha tenido hasta hoy el éxito ni conquistado el aplauso á que es acreedora, culpa es de la falange de poetastros que blasonando de modernistas, odiosa palabreja, parodian en desmayado lenguaje las inhábiles traducciones que en la América española se perpetran de los poetas franceses más en boga durante la segunda mitad del siglo XIX.

Estos traductores, imitadores y plagiarios que surgen en el Nuevo Mundo, suelen carecer de todo espíritu crítico para espigar en campo ajeno y sus engendros no resultan menos monstruosos que aquellos que, á imitación de Lope, Calderón y Tirso, daban á luz en el teatro del siglo XVIII, el Sastre Vela y sus secuaces.

Se podrá argüir que esos advenedizos de la literatura llevan su merecido en el desdén con que el público los acoge y que no vale, por lo tanto, la pena de denostarlos. Semejante argumento sería muy poderoso si el público se detuviera á aquilatar los matices; pero desgraciadamente el público no juzga sino en bloque y de modo lastimoso confunde á los poetas ávidos de ensanchar las fronteras de su divino Arte con los impacientes grafómanos que se prendan de toda fútil extravagancia.

Los desatentados imitadores de lo exótico barajan arbitrariamente lagos y cisnes, nenúfares y evónimos; embadurnan las palabras más triviales de los colores más inarmónicos —nostalgias rojas, sueños violáceos, quimeras azules, besos áureos— y la masa equilibrada y discreta se ríe de tantos abusos de la brocha y acaba por incluir en la legión de los ridículos innovadores, á cuantos poetas hagan uso de las palabras por los poetastros emplebeyecidas, siquiera al emplearlas aquéllos obedezcan á sinceras sugestiones de la inspiración propia. Mucha falta está haciendo, en verdad, un crítico que se tome el trabajo de iluminar el entendimiento y de afinar la sensibilidad de la gente profana, para que ella aprenda á deslindar bien los campos y á distinguir entre los que saben lo que escriben y los que ignoran lo que imitan ó traducen. Mucha falta está haciendo un crítico que estudie, pese y aquilate la importancia y trascendencia de las transformaciones operadas en la orientación y en el carácter de la poesía lírica en la segunda mitad del siglo que acaba de fenecer, explicando á nuestro público rutinario é indolente el origen y tendencias de las escuelas parnasiana y simbolista, y dotándole del discernimiento indispensable para no confundir lo que estas sectas tuvieron de accidental y propio de las circunstancias y del medio ambiente, con lo que tengan de esencial y progresivo. Mucha falta está haciendo un crítico que aguce los sentidos y discipline las facultades emotivas y pensantes de dómines que no quieren entender nada que no se les diga de un modo cansado, trivial ó pedestre, ni conocen más undulaciones que las de la línea recta, ni son capaces de apreciar otros matices que los escuetamente clasificados en los colo- res del prisma.

El día que crítico tal surgiera, ya no se verían los poetas obligados á decir en la primera página de sus libros lo que al escribirlos se han propuesto, y menos todavía lo que han tratado de evitar al componerlos.

Creo haber explicado, aunque de un modo somero, en las consideraciones que preceden, lo que Paisajes tiene de negativo. Menos fácil sería afirmar nada respecto de lo que este libro representa. Por esta razón y porque advierto que esta carta va siendo ya harto prolija, he de limitarme á declarar que lo único que me he propuesto al escribir Paisajes ha sido reflejar en sus páginas las impresiones que hubieron de sugerirme las largas conversaciones que celebró tantas veces mi alma con la madre Naturaleza, ya vestida con las galas de Andalucía, ya con el sayal de cartujo de los montes castellanos. A veces he creído que el ocaso me dictaba elegías ó que la noche me contaba leyendas y que el insomnio aumentaba los contornos abrumadores de las pesadillas, ó que el recogimiento de los olvidados jardines me convidaba á escuchar los acentos vagos de las fuentes, ó bien que la fe que me inculcaran mis padres, se levantaba en mi espíritu, vigorizada por el eco de los repiques de viejos campanarios á la luz devota de lámparas que velan el sueño de los ingenuos retablos.

Todas estas complejas y encontradas emociones he querido, ilustre amigo mío, reflejar en mis versos; todos estos sentimientos tan sinceros como vagos, he intentado sugerir á quien tuviere la paciencia de leerlos con buena voluntad.

Nadie menos llamado que yo á decidir si he logrado ó no mis propósitos, un tanto ambiciosos. Nadie más autorizado que usted para emitir una opinión leal y esclarecida acerca de la tendencia y del espíritu de mi nueva obra.