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Estudios críticos por Lord Macaulay/Lord Bacon

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época

LORD BACON.


The Works of Francis Bacon, Lord Chancellor of England. A new edition, by Basil Montagu, Esq. 16 vols. en 8°. Lóndres, 1825-1834[1].

Aun cuando á las veces nos hallemos discordes con Mr. Montagu en órden á las apreciaciones consignadas por él en el cuerpo de su obra sobre lord Bacon, hemos de agradecérsela y reputarla meritoria y excelente; añadiendo que, despues de leerla, nadie dudará de la discrecion y del acierto con que ha reunido los materiales necesarios á fundar sus conceptos y razonamientos, y de que somos deudores en gran parte á sus mismas prolijas y exactas investigaciones de los medios de combatir cuanto aduce, á nuestro parecer, erróneamente.

Mr. Montagu ha realizado su obra con amore, apasionándose del asunto. Pero los que asisten á la cátedra, donde tanto brilla por su talento y sus triunfos tan repetidos, y saben cuánta es su habilidad en dar animacion y vida á los puntos de derecho, aduciendo trascendentales aforismos ó brillantes comentarios sacados del De Augmentis ó del Novum Organum, no se sorprenderán ciertamente del honrado y generoso entusiasmo que campea en la biografia de Bacon, y que han sido eficaces á estimular su actividad, á sostener su perseverancia y á desarrollar su habilidad y elocuencia en grado sumo, bien que asimismo á falsear sus juicios.

Penetrados tambien de benevolencia por mister Montagu y hasta por lo que llamaremos sus debilidades, vamos á entrar en materia, persuadidos de que son muy contados los errores tan dignos de disculpa como aquellos que inducen al hombre á revestir de todas las cualidades morales á los que han dejado monumentos imperecederos de su ingenio. Porque como las causas ocasionales de estas ilusiones toman origen de los secretos más escondidos de la naturaleza humana, siempre nos hallamos dispuestos á juzgar al prójimo con arreglo á nuestro punto de vista personal, y de aquí que la opinion que nos formemos del carácter de los otros dependa mucho de la manera como influya y afecte sobre nuestros propios intereses y pasiones; aconteciendo así que no sin esfuerzo pensamos favorablemente de aquellos que nos contrarian ó deprimen, y que nos sentimos dispuestos á extremar la benevolencia y á buscar mil excusas ingeniosas que atenúen ó encubran los vicios de aquellos que son para nosotros útiles ó agradables. Ilusion es esta de la naturaleza humana que sólo en parte pueden destruir la reflexion y la esperiencia, y error que forma parte de la idola tribus, para servirnos de la fraseología de Bacon; ilusion y error que producen las más de las veces la extraordinaria indulgencia con la cual juzgan los contemporáneos y la posteridad el carácter moral de los varones eminentes que han descollado en las letras y las artes, debido á que la humanidad disfruta y se aprovecha de los trabajos que realizan, siendo el número de los que sufren de sus vicios personales muy reducido, áun miéntras viven, comparado con el crecidísimo de aquellos para quienes sus talentos son fuente inagotable de satisfacciones y de goces; pasando con los primeros la memoria de los agravios recibidos, y quedando perenne con sus obras el recuerdo de los beneficios producidos por ellos á los contemporáneos y á la posteridad. Vivo está en la mente de todos en nuestros dias el ingenio felicísimo de Salustio, sin que ninguno se preocupe ciertamente de los númidas á quienes saqueaba ni de los desdichados maridos que lo encontraban en sus casas sin causa justificable muy á deshora: la sutileza de las observaciones de Clarendon, la sobriedad serena y reposada de su estilo, nós seducen y arrastran al extremo de no ver nunca en él al hipócrita ni al tirano, sino al historiador, y Falstaff y Tom Jones han sobrevivido á los guardas que apaleaba Shakspeare y á las huéspedas que Fielding estafaba; porque los grandes y afamados escritores son los amigos benéficos de cuantos leen sus obras, y éstos no pueden juzgarlos nunca sino bajo la influencia engañadora de la amistad y la gratitud. No hemos menester decir cuánto resistimos á creer en aquello que hiere la honra de las personas que bien queremos, en cuyo trato gozamos y de quienes hemos recibido muestras de favor; cuánto luchamos contra la evidencia, y cómo, al ver demostrados los hechos de una manera indubitable, nos asimos á la esperanza de que áun pueda existir alguna explicacion ó circunstancia desconocida y misteriosa que sea eficaz á disculpar ó atenuar los cargos hechos y probados. No es otro tampoco el movimiento que impulsa naturalmente á los hombres que han recibido educacion liberal cuando tratan de los claros ingenios de los tiempos pasados, porque no pueden calcular la cuantia de la deuda en que se hallan respecto de ellos por haberlos guiado hacia la verdad, colmado su espíritu de nobles y generosas inspiraciones, y sídoles fieles en todas las circunstancias de la vida, consolándolos en las horas de afliccion, velándolos y asistiéndolos en la enfermedad, y acompañándolos en el aislamiento; manera singularisima de afecto, exenta y libre siempre de los contratiempos y eventualidades que pueden debilitar ó destruir en nosotros otras amistades por arraigadas que sean.

El tiempo pasa; la fortuna es inconstante; los caracteres se agrian y se enconan; los vínculos que parecian firmísimos é indisolubles se relajan, se desatanse rompen cada dia por el interes, la emulacion ó el capricho; pero nada es parte á cortar nuestras relaciones misteriosas y puramente del alma con los grandes ingenios en cuya comunion vivimos; amistad tranquila del espíritu, amor acendrado de la inteligencia, que ni el resentimiento ni los celos son eficaces á turbar nunca; iguales y constantes siempre, lo mismo en la grandeza que en la miseria, en la gloria que en la oscuridad; que los muertos no cambian, y por eso Platon no es desapacible nunca, ni Cervantes insolente, ni llega Demóstenes fuera de ocasion jamás, ni Dante se hace pesado, ni existe divergencia política que pueda enojar á nadie con Marco Tulio, ni herejía que haga odioso á Bossuet en ningun caso.

Parece, pues, natural que quien se halla dotado de sensibilidad y de imaginacion experimente impulsos de afectuoso respeto hacia los grandes hombres, en cuya sociedad espiritual vive constantemente, áun cuando sea cosa cierta y averiguada que á las veces no han merecido algunos de ellos la manera de culto idolátrico de que son objeto. Porque hay escritores, entre los innumerables cuyo ingenio ha producido abundante cosecha de obras para enseñanza y deleite de la humanidad hasta los siglos más remotos de la historia, que se hallaron en situaciones tales, y obraron cediendo á móviles tan conocidos de todos, y ejecutaron actos de tanta gravedad, que no pueden merecer aprobacion de las personas imparciales, y á quienes, sin embargo, el fanático entusiasta del genio, resistiendo hasta los testimonios de la evidencia, sigue reverenciando con fe ciega y sumisa, sin dar crédito á sus propios sentidos; que para él es artículo de fe el carácter del ídolo y la razon es nada, ó cosa baladi, y persevera en la supersticion con credulidad tan ilimitada y celo tan poco escrupuloso como el que se halla en los parciales exaltados de los bandos políticos ó religiosos, rechazando las pruebas más convincentes, dando de lado á las reglas de moral más elementales, y falsificando de todo en todo las partes más esenciales y fidedignas de la historia; pues el fanático desnaturaliza los hechos y confunde lo malo y lo bueno con destreza digna de mejor causa por asegurar á su ídolo, que yace acaso envuelto en el polvo de los siglos, mejor reputacion en lo porvenir de la que realmente merece.

La Vida de Ciceron por Middleton es una prueba irrefragable de la influencia que logra ejercer este género de parcialidad; porque si nunca hubo carácter más fácil de comprender que el de Marco Tulio, tampoco hubo inteligencia más perspicaz ni espíritu más analizador que lo fué ciertamente el de su biógrafo, y si éste hubiera empleado en el exámen de la conducta de su hombre de Estado favorito una pequeña parte de la sutileza de ingenio y de la severidad de juicio que demostró en sus investigaciones acerca de Epifano y de Justino Mártir, habria producido interesantísima historia relacionada con época por todo extremo interesante; pero es lo cierto que aquel hombre tan ingenioso, tan discreto, tan sabio y ««tan prudente que apénas si creia en lo mismo que la Iglesia por no equivocarse» (1), tenía una supersticion que tornaba en idolatra al iconoclasta; pues en tanto que discutia con el calor de verdadero abogado del diablo, y no sin habilidad por cierto, los derechos de Cipriano y de Atanasio á ocupar puesto en el calendario, componia fervorosamente una leyenda falsa y apócrifa en honra de SAN MARCO TULIO CICERON, ofreciendo á los ojos de la humanidad como dechado de cuantas virtudes son imaginables un personaje que, si por su talento y saber fué superior á cuantas alabanzas se le tributen, y reunió excelentes cualidades, tenía el alma pervertida de vicios femeniles; reputando por prudentes, virtuosas y heroicas ciertas acciones suyas, para las cuales él mismo, elocuente y hábil orador, no halló nunca disculpa, y sólo fué osado á tratar de ellas en sus cartas confidenciales, y para eso con vergüenza y remordimiento. Y tanto extremó Middleton las muestras de su afecto por Marco Tulio, que para mejor abogar y defender á tan amable, persuasivo y veleidoso prócer, desnaturalizó diestra, pero despiadadamente, toda la his(1) So wary held and wise That, as't was said, he scarce received For Gospel what the Church believed..

toria de aquella gran revolucion que derribó la aristocracia romana, el estado de los partidos y hasta el carácter de todos los hombres públicos contemporánecs.

El libro que nos ocupa nos recuerda la Vida de Ciceron en algunos casos, si bien entre ambos existe una diferencia importante. Porque mientras el doctor Middleton tiene conciencia de la mala causa que defiende, y apela en beneficio de su cliente á los ardides y habilidades, desfigurando los sucesos de una manera imperdonable, ó suprimiéndolos á capricho, la fe de Mr. Montagu es implícita y sincera, y no comete ningun engaño, ni disimula ni oculta nada, sino que pone los hechos á nuestra vista sin artificio y persuadido de que producirán en el ánimo de sus lectores idéntico efecto que en el suyo: sólo cuando pasa de los actos á los motivos de los actos es cuando se revela su parcialidad, aventajando entonces y excediendo á Middleton.

Montagu parte del supuesto de que Bacon era hombre virtuosísimo, y juzga del fruto por el árbol, y da cuenta de muchas acciones de su defendido que nadie hubiera pensado en defender á cometerlas otro que no él, por ser fáciles de explicar con sólo admitir que Bacon carecia en absoluto de principios elevados y sólidos; explicacion que no se logra en virtud de otro procedimiento, á ménos de recurrir á hipótesis grotescas y sin pruebas. Pero á los ojos de Mr. Montagu no existe hipótesis tan inverosimil é improbable como la de que su héroe haya podido, en ningun caso, cometer faltas graves.

Antójasenos poco baconiana esta manera de abogar por Bacon y defenderlo; porque dar como supuesto y establecido el carácter de un hombre y deducir despues de su carácter la naturaleza moral de sus acciones todas, es, sin duda ninguna, método completamente opuesto al que recomienda el Novum Organum. Y tanto es así, que á nuestro parecer sólo ha podido inducir á Mr. Montagu á separarse de los preceptos de su maestro en esta circunstancia importantisima, el celo exagerado por su gloria. En cuanto á nosotros, adoptaremos conducta diferente, al proponernos ahora, con el valioso auxilio de Mr. Montagu, dar á nuestros lectores idea siquiera sea superficial de la vida de Baconaunque bastante á facilitarles el conocimiento exacto de su carácter.

Inútil nos parece decir que Francisco Bacon era hijo de sir Nicolás, ministro de la reina Isabel de Inglaterra durante los veinte primeros años de su gobierno, y áun cuando la fama del padre quedó eclipsada por la del hijo, no es razonable ni lícito decir que aquél fuera político vulgar.

Pertenecia sir Nicolás á una clase de hombres que antes se describe colectiva que no individualmente, cuya inteligencia se formó bajo la misma direccion, que pertenecian á la misma clase social, á la misma universidad, al mismo partido, á la misma seeta y á la misma administracion, siendo sus facultades, opiniones, costumbres, prácticas y destino tan semejantes, que al bosquejar el carácter y la vida de cualquiera de ellos, se bosqueja el carácter y la vida de todos los demas. Fué aquella la primera generacion de hombres de Estado, en la verdadera acepcion de la palabra, que produjo Inglaterra, pues antes los políticos, salvo algunas contadas excepciones, fueron siempre guerreros ó sacerdotes; guerreros cuyo rudo valor no guiaba la ciencia ni suavizaba la filantropía, y sacerdotes que consagraban por hábito su ciencia y sus facultades á la defensa de la tiranía y de la impostura. Los Hotspur, los Neville y los Clifford fueron ásperas naturalezas, incultas é irreflexivas, que demostraron en la sala del Consejo la tosquedad ingénita de su modo de ser y las crueles y despóticas disposiciones adquiridas en el fragor de las batallas, en la duracion de las guerras, en las turbulencias, sa queos y matanzas, y en el sosiego, tambien, forzado de sus sombrías fortalezas, rodeadas de fosos y centinelas. A su vez, los prelados eran apacibles y poseian aquel caudal de conocimientos que á la sazon se reputaba por ciencia; habian adquirido en las aulas el arte de gobernar la palabra, y en el confesionario el de gobernar los corazones; rara vez supersticiosos, pero hábiles en servirse de la supersticion ajena; pérfidos, como habian de serlo necesariamente quienes no tienen otra disyuntiva en su oficio sino la santidad ó la hipocresía; egoistas, como era natural que fuesen quienes no pueden formar vínculos domésticos ni alimentar la esperanza de posteridad legitima; adictos á su órden ántes que á su patria, y sumisos á Roma mientras dirigian la política de Inglaterra.

Pero el acrecentamiento de la riqueza, los progresos realizados en las ciencias y la reforma religiosa produjeron un cambio de mucha importancia, dejando de ser los nobles caudillos militares, y los sacerdotes de tener vinculada la ciencia, y viéndose aparecer entonces nueva y notable raza de politicos. Y aun cuando ninguno de sus individuos pertenecia como ántes á las clases de la sociedad que proveyeron al Estado de ministros, y eran todos del órden civil, ni les animaba espíritu guerrero, ni adolecian de ignorancia. No procedian tampoco de la clase aristocrática, pues nunca tuvieron como el verdadero magnate de aquellos tiempos ejecutorias de nobleza, ni Estados, ni ejércitos de vasallos y servidores, ni almenadas fortalezas; mas no por eso pertenecian á la clase inferior como aquellos á quienes los reyes y los príncipes, movidos de recelo contra la grandeza, sacaban á las veces de la oscuridad de una herrería ó de cualquiera otro ejercicio mecánico y humilde para elevarlos á las mayores dignidades, sino que todos eran bien nacidos y educados, y, cosa singular, graduados en la misma universidad; que ya por entónces los dos grandes centros nacionales de instruccion revestian el carácter que áun conservan, siendo Cambridge, la más moderna y ménos poderosa de las dos escuelas, la que ya se mostraba dispuesta en todo á dar ejemplo de actividad intelectual y de amor al progreso, y de cuyas aulas salian los célebres obispos protestantes que luego quemaba Oxford, la en que se formó el espíritu de los hombres de Estado, á quienes principalmente debe atribuirse el sólido afianzamiento de la religion reformada en el Norte de Europa.

Los hombres de que hablamos pasaron su juventud en medio del tumulto incesante de la controversia teológica, pues los tiempos lo eran de lucha, y las opiniones se hallaban todavía en el estado más anárquico y perturbador, confundiéndose, mezclándose, apartándose las unas de las otras, avanzando y retrocediendo. A las veces parecia que la tenacidad de los devotos conservadores alcanzaria la victoria; mas luégo el ímpetu incontrastable de los reformistas arrollaba cuantos obstáculos se oponian á su marcha. Entonces se advertia que las masas opuestas al torrente invasor y que rodaban con él arrastradas de su violencia, se aglomeraban en un punto dado, y allí lo resistian de tal modo, que detenian su curso y lo hacian retroceder poco a poco; siendo á un hecho por esta causa que la vacilacion y la duda que resalta en la legislacion inglesa la época de que tratamos, y que se atribuye generalmente al capricho y al poder de dos individuos, fué resultado natural y lógico de la vacilacion, de la duda y de la lucha nacional. Porque no era sólo en la mente del rey Enrique VIII donde prevalecia y brotaba un dia la semilla de las nuevas ideas teológicas para secarse al siguiente á influjo del confesor; no era sólo en la familia real donde se veia exasperado al marido de la oposicion de la esposa, y al hijo disentir del padre, y al hermano perseguir á la hermana, y á las hermanas á su vez perseguirse mutuamente, sino que la lucha empeñada entre los principios conservadores y los de reforma estaba en todas partes, así en las congregaciones religiosas, como en los centros universitarios, y en el seno mismo del hogar doméstico lo propio que hasta en los últimos arcanos de la conciencia de los hombres capaces de reflexion.

En medio de esta fermentacion de ideas se formaron los hombres de que hablamos; y como habian nacido reformistas y pertenecian á esa clase de individuos que figuran en primera linea siempre cuando se trata de realizar grandes progresos intelectuales, eran todos protestantes. Bien será decir, á seguida, que su celo religioso no fué muy profundo, aunque no haya tampoco motivo para dudar de la sinceridad de sus creencias, pues ninguno quiso aventurar el menor riesgo personal durante el reinado de María, ni secundar la desdichada tentativa de Northumberland en favor de su nuera, ni tomar parte tampoco en los desesperados designios de Wyatt, sino que se concertaron de modo que residieron en el continente en la ocasion del peligro, y si no pudieron alejarse de Inglaterra, oyeron misa y ayunaron la Cuaresma devotamente. Pasados que fueron aquellos años tenebrosos y despues de ocupar el trono nuevo monarca, consagraron preferente atencion á la reforma de la Iglesia, procediendo en ella con la calma y resolucion propias de hombres de Estado, no con la violencia de teólogos; no á la manera de fanáticos que considerasen la religion católica, apostólica, romana como sistema tan ofensivo á Dios y tan perjudicial á la salud de las almas que no debiera tolerarse un solo momento más, sino como políticos que consideraban los puntos en litigio entre cristianos poco importantes en sí mismos, y que no escrupulizaban profesar, del propio modo que ya lo habian hecho ántes, la fe católica de María, ó la protestante de Eduardo, ó cualquiera otra de las varias combinaciones intermedias que los caprichos del rey Enrique VIII y la politica servil de Cranmer formaron de las doctrinas de ambos partidos rivales. Estudiaron atentamente la situacion de su país y la del resto de Europa, y cuando vieron hácia qué lado se inclinaba el espíritu público, trazaron su derrotero y se pusieron á la cabeza de los protestantes europeos, cifrando toda su gloria y su fortuna en el triunfo del partido en que militaban.

Inútil nos parece decir con cuánta pericia, resolucion y gloria dirigieron la política de Inglaterra durante los años memorables que siguieron á su advenimiento al poder; cómo lograron reunir sus amigos y separar sus enemigos, y cómo hicieron frente á Felipe II, y auxiliaron el indomable valor de Coligny, y salvaron la Holanda oprimida, y fundaron la grandeza marítima de su patria, y aventajaron en habilidad á los más expertos políticos de Italia, y domesticaron, por decirlo así, á los más indómitos y bravíos jefes del Highland. No por esto negaremos que cometieran muchos actos muy censurables á ser realizados por estadistas de la época presente; pero si tenemos en cuenta el nivel de la moralidad pública entonces y el carácter poco escrupuloso de los adversarios contra quienes habian de luchar, fuerza será reconocer que no sin causa son todavía objeto de veneracion para sus compatriotas.

Existia grande diferencia entre unos y otros ciertamente, bajo el punto de vista moral é intelectual; mas tambien mucho aire de familia. Tenian las facultades del alma perfectamente sanas, y si no se advertia en ellos que ciertas aptitudes estuvieran desarrolladas de una manera notable, si que la salud y el vigor y la entereza prevalecian en todo su organismo. Eran ilustrados, y la naturaleza y el ejercicio habian preparado sus inteligencias á las investigaciones especulativas: las circunstancias, aún más que las inclinaciones, los llevaron á tomar parte importantísima en la vida activa; pero así y todo, supieron dar en ella elevadas muestras de rectitud de carácter y de estar exentos de aquellos defectos que son comunes á los teóricos y pedantes; porque nunca se observaron tanto como entónces, ni más cuidadosamente, los indicios de los tiempos, ni se poseyó conocimiento práctico más grande y completo de la naturaleza humana, distinguiéndose su política generalmente ántes por la vigilancia, la moderacion y la firmeza, que por la inventiva y el espíritu emprendedor y aventurero.

Hablaban y escribian de una manera digna de la claridad de su juicio, siendo su elocuencia ménos ingeniosa y abundante, pero más pura y viril que la demostrada por la generacion siguiente; elocuencia propia de los hombres que vivieron con los primeros traductores de la Biblia y con los autores de la liturgia anglicana; elocuencia luminosa, digna, sólida y apénas maculada todavía del vicio de afectacion que luego corrompió el estilo de los oradores y literatos más eminentes; y merced á la cual, cuando tomaban parte á las veces en las controversias teológicas que servian á enmarañar los intereses más importantes del Estado, lo hacian con tanta lucidez y precision como si hubieran pasado toda la vida discutiendo en las aulas y los concilios (1).

Una cualidad poseyeron estos hombres verdaderamente célebres que los preservó de la proverbial inconstancia del monarca y del pueblo, y fué que nunca fueron eficaces coaliciones ni cábalas á privarlos de la confianza de su rey; que ningun Parlamento atacó su influencia, y que las muchedumbres no asociaron jamás sus nombres á ninguna queja formal y odiosa, cesando su poder con su vida; circunstancia esta última que ofrece singularisimo contraste con la suerte que cupo á los políticos tan brillantes y emprendedores de la generacion anterior y de la siguiente. Burleigh fué ministro cuarenta años; sir Nicolás Bacon tuvo el gran sello más de veinte; sir Walter Mildmay desempeñó la cancillería de Hacienda veintitres; sir Tomás Smith ejerció diez y ocho años la secretaría de Estado, y sir Fran(1) El autor emplea la palabra Convocation, que sirve á expresar en Inglaterra reunion de representantes del clero, y que puede traducirse por sinodo ó concilio.—Nota del traductor.

cisco Walsingham [casi otró tanto, acabando todos su vida en el poder, rodeados del respeto y consideracion pública y de la confianza de la Corona. No es posible decir otro tanto de Wolsey, de Cromwell, de Norfolk, de Somerset y de Northumberland, ni tampoco del de Essex, de Raleigh y del hombre aún más ilustre cuya vida y hechos nos proponemos examinar.

Acaso sea posible descubrir la explicacion del fenómeno en la divisa que hizo poner sir Nicolás Bacon sobre la puerta de su casa de campo de Gorhambury, la cual leyenda decia: MEDIOCRIA FIRMA, porque fué máxima esta que ni él ni sus colegas perdieron nunca de vista, mostrándose siempre más dispuestos á dar ancha, profunda y sólida base á su poder que no á elevar el edificio de una manera imponente, pero peligrosa. Ninguno de ellos aspiró á ser ministro único, ni excitó la envidia desplegando con fausto y aparatosa ostentacion su riqueza y su influencia, ni pensó siquiera en eclipsar la antigua nobleza del reino, apareciendo todos exentos y libres de la pueril vanidad y amor todavía más pueril á los títulos aristocráticos que caracteriza y distingue á los cortesanos influyentes de las dos generaciones más inmediatas, anterior y posterior. Sólo uno entre los nombrados llegó á ser Par del Reino, y para eso se dió por satisfecho con el título de ménos categoría. Y en cuanto á los bienes de fortuna que adquirieron, teniendo en cuenta los tiempos que alcanzaron estos hombres, no sin notoria injusticia podria culpárseles de rapacidad, y tanto más evidente y grande, cuanto que algunos de ellos, áun en la época presente, serian merecedores de alabanza por su desinteres y menosprecio de las riquezas. ¿Y qué decir de su fidelidad al Estado, sino que fué incorruptible? ¿Y qué de sus costumbres y familias, sino que fueron puras, nobles, dignas y ejemplares?

Entre todos ellos, sir Nicolás Bacon ocupaba el segundo lugar y venía despues de Burleigh. Por eso lo llama Camden Sacris conciliis alterum columen, y Buchanandiu britannici Regni secundum columen.» La segunda mujer de sir Nicolás, madre de Francisco Bacon, fué Ana Cooke, hija de sir Antonio Cooke, persona de mucha ilustracion y gran saber, que por sus merecimientos ejerció el cargo de preceptor de Eduardo VI. Sir Antonio se habia ocupado mucho de la educacion de sus hijas, y vivió lo bastante para verlas á todas bien casadas y mejor establecidas. Los conocimientos clásicos de estas jóvenes las hacian notables, áun entre las más renombradas de su tiempo, como que Catalina, esposa de lord Killigrew, escribia exámetros y pentametros latinos que harian honor en las Musa Etonenses; que Mildred, mujer de lord Burleigh, fué, al decir de Roberto Ascham, la dama inglesa que supo mejor el griego, excepcion hecha de lady Juana Grey, y que Ana, la madre de nuestro Bacon, estaba tan versada en el estudio de las lenguas y de la teología, que se carteaba en griego con el obispo Jewel, y tradujo de modo tan exacto y correcto del latin su Apología, que ni él ni el arzobispo Parker hallaron un solo defecto. Recordamos otra version de una serie de sermones predicados por Bernardo Ochino en lengua toscana sobre el tema de la fatalidad y el libre arbitrio, hecha tambien por Ana Cooke con felicisimo éxito; siendo de notar en este caso que Ochino perteneció á un grupo de reformistas italianos poco numeroso, pero audaz en demasía, del cual tomó su origen la secta de los socinianos, y que hubo de sufrir á un tiempo mismo los anatemas de Wittemberg, de Ginebra, de Zurich y de Roma.

Era sin duda lady Bacon persona discreta y de muy cultivado talento; mas no por eso diremos que, así ella como sus hermanas, fueran más ilustradas que muchas contemporáneas nuestras; error este que vemos extendido al presente y generalizado por extremo. Porque se oye á cada momento, entre aquellos que desean ver dar á las hembras sólida educacion, hablar con entusiasmo de las damas inglesas del siglo XVI, y lamentar que no pueda en nuestros dias hallarse una jóven instruida como lo estaban las bellas discípulas de Aschan y Aylmer, que sin dar de mano á las labores propias del primor y habilidad femeniles, comparaban discretamente los estilos de Isócrates y de Lysias, y que en tanto resonaba el bosque vecino con la trompa del cazador y el ladrido de los perros, recogidas y á solas en su cámara, extasiaban el espíritu leyendo esa pagina inmortal en que consigna la historia la manera tranquila, resignada y viril con que tomó de las temblorosas manos de su atribulado carcelero la copa de cicuta el primer mártir insigne de la libertad intelectual. Pero, á decir nuestro parecer con llaneza, se nos antojan sin fundamento estas quejas, pues sin mermar en nada el mérito de las damas del siglo xvi y sus trabajos literarios, puede afirmarse que quien las rinda tributo de alabanzas á costa de las del siglo xix, olvida una circunstancia esencial, importante y muy digna de ser tomada en cuenta.

Porque las personas que no podian leer griego ni latin en la época de Enrique VIII y de Eduardo VI, nada ó casi nada tenian que leer; y como la lengua italiana era la única moderna que á la sazon poseyese algo parecido á literatura, sin dificultad se ordenaba entonces cuanto hubiera de más notable y precioso en todas las lenguas nacionales de Europa en un estante de reducidas proporciones. Inglaterra no conocia las obras de Shakspeare, ni la Reina de las Hadas (The Fairy Queen), ni Francia los Ensayos de Montaigne, ni España el Quijote. Recorriendo una biblioteca, ¿cuántos libros ingleses ó franceses hallariamos anteriores á la época de lady Juana Grey y de la reina Isabel, además de Chaucer, Gower, Froissart, Comines y Rabelais? Necesario era, pues, que las mujeres recibieran educacion clásica ó no recibieran ninguna, por no ser posible adquirir conocimientos literarios, políticos ó religiosos ignorando las lenguas antiguas. En el siglo xvi era el latin tanto ó más que el frances á partir del siglo xvi, pues no se hacia uso de otro idioma en la diplomacia, en las córtes, en las áulas y en las controversias políticas y teológicas, como que en una época en la cual se hallaban las lenguas vivas en estado de fluctuacion, la del Lacio gozaba de la plenitud de su fuerza, estaba universalmente conocida, y no habia sabio ni hombre bien educado que no la poseyera, ni casi escritor que aspirase á crear fama duradera que no escribiese sus obras en latin. Tampoco podian ensanchar el círculo de sus conocimientos los que lo ignoraban, porque no sólo habian de renunciar á Ciceron y á Virgilio, y á los voluminosos tratados de teología y derecho canónico, si que tambien á las memorias más interesantes, á los papeles de Estado, á los libelos, y áun á las poesías más renombradas y á las sátiras más punzantes, siendo cual si no fueran para ellos los versos lisonjeros de Buchanan, los diálogos de Erasmo y las epístolas de Hutten.

Ya no acontece así por ventura, porque toda controversia política y religiosa tiene lugar en las lenguas modernas, no empleándose las antiguas sino para comentar los escritores de los tiempos pasados. Las grandes producciones del ingenio ateniense y latino gozan hoy de igual fama que antes; mas, áun cuando su mérito intrinseco no ha perdido, su valor relativo está en descenso, y acontece así á virtud de comparaciones que se hacen con el caudal inmenso de riqueza intectual en cuya posesion se halla la humanidad; como que la clásica antigüedad lo era todo para nuestros antepasados, miéntras sólo es parte de nuestros tesoros literarios. ¿Qué tragedia, si no, hubiera conmovido y hecho verter lágrimas á lady Juana Grey, ni qué comedia sonreir á no poder recrear su espíritu con la lectura de los antiguos dramáticos? en tanto que los aficionados modernos pueden prescindir á estos fines del Edipo y la Medea, poseyendo el Otelo y el Hamlet, compensando en cierto modo tambien la deleitable ironía de Platon con la de Paseal, refugiándose, por decirlo así, en Lilliput al ser excluidos de Nefelococcygia. No entendemos cometer tampoco ninguna irreverencia respecto de los grandes pueblos á quienes debe la raza humana ciencias, artes, buen gusto, libertad civil é intelectual, diciendo que las riquezas que nos legaron han sido tan bien administradas, que sus intereses acumulados en el trascurso de los siglos exceden con mucho el capital primitivo, y que los libros que se han escrito en las lenguas de la Europa occidental desde hace doscientos cincuenta años, incluyendo en el catálogo naturalmente las traducciones de las antiguas, tienen más valor é importancia que cuantos se conocian en tiempos anteriores á esa fecha. Y como las mujeres inglesas saben al presente, por lo ménos tan bien como sus maridos y hermanos, las lenguas modernas de Europa, cuando comparamos los conocimientos de lady Juana Grey con los de cualquiera jóven instruida contemporánea nuestra, no vacilamos en dar la superioridad á la última. Y con esto nada más decimos en órden al asunto, esperando que nuestros lectores perdonen la digresion, acaso extensa en demasía, mas no inoportuna, si logra persuadirlos del error en que se hallan, suponiendo que las bisabuelas de sus tatarabuelas fueron superiores á sus hermanas y esposas.

Francisco Bacon, el menor de los hijos de sir Nicolás, nació en York—House, residencia de su padre, situada en el Strand, á 22 de Enero de 1561. Su complexion fué muy delicada, y puédese atribuir á esta circunstancia en cierto modo la precoz seriedad de que dió muestras y su aficion á las ocupaciones sedentarias, cosas ambas que lo apartaron siempre y lo distinguieron de sus compañeros. Sabido es cuánto divertian á la reina la viveza de su imaginacion y la gravedad de su porte, por lo cual lo llamaba siempre su lord Canciller, y no lo es ménos las prolijas investigaciones que hizo en cierta ocasion, cuando áun era muy niño, para inquirir las causas de un eco que le traia preocupado y curioso y que se producia bajo la bóveda de Saint—James's Fields, así como tambien que á los doce años de su edad se ocupaba en hacer ingeniosas investigaciones acerca del arte de los juglares, asunto digno, segun observa con mucho acierto el profesor Dugald Stewart, de la preferente atencion de los filósofos. Pero si bien todo esto es cosa baladí, la grande y merecida fama de Bacon lo hace interesante y digno de quedar consignado, tratándose de su persona.

A los trece años entró en el colegio de la Trinidad, de Cambridge, famosa escuela, singularmente favorecida del á la sazon lord tesorero y del lord guarda—sellos. Un mes despues de ser admitido en ella nuestro Bacon, reconocia el establecimiento, á virtud de una carta que pasó al dominio público, las apreciables ventajas que reportaba de la proteccion de tan poderosos personajes. Dirigia entonces la Universidad Whitgift, que fué con el tiempo arzobispo de Cantorbery, sacerdote tiránico y servil, de limitado ingenio, que logró encumbrarse á fuerza de lisonjear las ambiciones de los poderosos y de arrastrarse á sus plantas, y que luégo empleó todo su valimiento en perseguir simultáneamente así los que pensaban á la manera de Calvino en órden al gobierno de la Iglesia, como los que no participaban de su doctrina en órden á la reprobacion. Whitgift se hallaba entónces en el estado de la crisálida que deja la forma de gusano para tomar la de mariposa; manera de ninfa intermediaria entre el oprimido y el opresor, y se desquitaba de las bajezas que hacía diariamente humillándose á los ministros, ejerciendo la tiranía en el colegio. Fuera injusto, no obstante, no reconocer en su alabanza que prestó señalado servicio á las letras, resistiendo resueltamente á los que pretendian convertir el de la Trinidad en mera sucursal de la Escuela de Westminster, acto animoso, acaso el único bueno de su larga vida pública, que fué parte á preservar el establecimiento literario más ilustre de Inglaterra de la suerte desdichada que corrieron el Colegio del Rey y el Nuevo Colegio (The King's College y The New College).

Se ha dicho con insistencia por algunos autores que aun estaba Francisco Bacon en el colegio de la Trinidad cuando concibió el plan de la gran revolucion intelectual á que se halla irrevocablemente unido su nombre; pero faltan pruebas para establecer el hecho de una manera positiva, siendo poco verosimil que un proyecto de tal naturaleza y de tanta trascendencia pudiera formarse, áun por persona de inteligencia poderosa y activa como él lo era, contando tan corta edad. Lo cierto y averiguado es que salió de la universidad tres años despues de su ingreso en ella, penetrado de profundo menosprecio hácia su programa de estudios y las luchas en que se aniquilaban los sectarios de Aristóteles, de poco respeto al famoso filósofo, y convencido además de que la educación académica se hallaba radicalmente viciada en Inglaterra.

Diez y seis años tenía Francisco Bacon cuando se trasladó á Paris, donde permaneció algun tiempo bajo la tutela de sir Amias Paulet, ministro de Isabel en la corte de Francia, y uno de los más hábiles é integros individuos de aquella falange ilustre de servidores que siempre rodeó su trono y ejecutó por muy discreta manera sus voluntades. Hallábase la Francia entónces sumida en lamentables agitaciones, y hugonotes y católicos reconcentraban sus fuerzas para emplearlas en la más violenta y empeñada lucha que hasta los momentos aquellos hubieran tenido, en tanto que el monarca, descuidando su deber de ampararlos y protegerlos, se abismaba de tal modo en el cieno de los vicios que ni autoridad ni prestigio le quedaban. Bacon recorrió várias provincias y se detuvo más en Poitiers que en otra parte, demostrando en su viaje gran celo por los estudios literarios y científicos; pero más principalmente por la estadística y la diplomacia. En esa época redactó las notas acerca del estado de la Europa que se hallan esparcidas en el cuerpo de sus obras; estudió los principios del arte de la cifra con asiduidad extremada, é inventó una tan ingeniosa que muchos años despues la consideró merecedora de figurar en su De augmentis. Consagrado á estas ocupaciones se hallaba, cuando supo en Febrero dela muerte casi repentina de su padre, y regresó á Inglaterra sin más tardanza.

Este desgraciado suceso an ubló los risueños horizontes de su juventud. Porque como deseara vivamente ocupar una situacion que le permitiera consagrarse á la literatura y á la política y se dirigiese á este fin al Gobierno, quedó frustrado su empeño; desgracia tanto más imprevista y extraña, cuanto que sus aspiraciones eran modestas y que tenía derechos hereditarios, por decirlo así, á cierta benevolencia por parte de la administracion. La Reina lo habia tratado con mucho favor; su tio era primer ministro, y su mérito personal tan grande, que los secretarios del despacho, cualesquiera que fuesen, hubieran debido emplearlo en el mejor servicio del país; pero sus pretensiones no dieron resultado alguno, porque los Cecil lo querian mal é hicieron siempre todo lo posible dentro de los límites del decoro para impedir su establecimiento. Misterio es este cuya explicacion no da nadie, conviniendo sus biógrafos siempre en que nunca hizo la menor cosa que mereciera el encono de la familia. Ni tampoco parece probable que un hombre dotado por naturaleza de carácter blando y dulce, de maneras corteses, cuya preocupacion constante fué asegurar su porvenir, y que llevó al extremo el temor de incurrir en el desagrado de los grandes y poderosos, hubiera cometido faltas de cierta índole que merecieran el enojo de sus deudos, cuando éstos eran tales que así podian hacerle servicios importantes como daños irreparables.

La verdadera explicacion del caso debe de ser la siguiente: Roberto Cecil, hijo segundo del Tesorero, tenía pocos meses ménos que nuestro Bacon; habíanlo educado con el mayor esmero, é iniciádolo su padre desde muy temprana edad en los misterios de la diplomacia y las intrigas cortesanas; se hallaba ya en ocasion de aparecer en la vida pública, y lord Burleigh anhelaba con singular empeño que su hijo fuera tal, que mereciese con el tiempo heredar su propia grandeza; mas con ser mucha la parcialidad paternal de Burleigh no era tanta que le impidiese ver claramente que Roberto, á pesar de sus buenas facultades y de su caudal científico, no podia compararse con su primo Francisco. Esta y no otra es, á nuestro parecer, la explicacion razonable de la conducta del Tesorero.

Mr. Montagu es más caritativo, y supone que Burleigh sólo se inspiró, al proceder de la manera que lo hizo con Francisco Bacon, en el mismo cariño que le tenía, pues de esa suerté lo puso en el caso de no confiar nunca en los demas sino en sus propias fuerzas, aconsejándole seguir como más segura la carrera de jurisconsulto y más práctica que no la instable y azarosa de la política. 40 Si tal creia lord Burleigh, no sin esfuerzo habremos de explicarnos que arriesgara el porvenir de su hijo predilecto al proceloso mar de cuyas orillas apartaba tan cuidadosamente á su sobrino. Pero de todos modos, es lo cierto que si lord Burleigh hubiera querido, fácil y llano le habria sido asegurar el porvenir de Bacon de una manera estable y en relacion con sus inclinaciones, y que tan poco propicio se mostró á darle una profesion que lo ayudase y sirviese para el medro y adelanto de su carrera, como á ponerlo en condiciones de vivir sin ella.

No es ménos indudable tambien, para nosotros al ménos, que Bacon mismo atribuia la conducta de sus parientes á la envidia que les producia la superioridad de su talento, pues en carta escrita muchos años despues á Villiers se expresaba de esta suerte: «Prestad apoyo siempre, auxiliad en toda ocasion, proteged con eficacia constante á los hombres distinguidos en todas las condiciones de la vida, en todos los cargos y modos de ser; hacedlo por deber y además por egoismo y conveniencia propia, y tened en memoria que en tiempo de los Cecil, así del padre como del hijo, se procedia muy de otro mode, suprimiendo voluntariamente y con placer los hombres distinguidos.» Burleigh permaneció fiel á su consigna de no hacer la menor cosa en bien de su sobrino, y en vano fueron por tanto las súplicas y los ruegos ya urgentes, ya humildes, ya serviles del pretendiente, pues con ser el jóven más aventajado de su época y que más prometia para lo porvenir; con haber sido su padre cuñado, útil colega, el más útil acaso del ministro, y su mejor y más consecuente amigo, de nada le sirvieron ni los merecimientos personales, ni los vínculos del parentesco, ni los servicios del autor de sus dias. Al fin, cansado de respuestas evasivas y de aplazamientos injustificados, determinó de consagrarse al estudio del derecho, y en él pasó el tiempo necesario en la más completa oscuridad.

Difícil es decir hasta dónde llegaba la ciencia de Bacon como jurisconsulto, pues un hombre de sus condiciones podia sin mucho esfuerzo adquirir el escaso caudal de conocimientos técnicos que son necesarios para trasformar en abogado eminente al que reune á la pequeña suma de saber necesaria, viveza de imaginacion, tacto, ingenio, sutileza, elocuencia y trato de gentes. La opinion general acerca de este particular parece haber sido la formulada cierto dia por la reina Isabel, á saber: «que Bacon tenía felicisimo ingenio y gran saber; pero qué en materias de jurisprudencia desde luego se veia todo su caudal en la superficie, sin que le quedara nada en el fondo;» opinion que á nuestro parecer habian forjado y propalado los Cecil á fuerza de insinuaciones y palabras encubiertas.

Coke iba más léjos y lo hacía con más descaro, pues proclamaba sus malos pensamientos sin empacho alguno, en voz alta y con el desenfado y la desvergüenza propias de su carácter mezquino y rencoroso. Y como no hay juicios y apreciaciones que se adopten más fácil y prontamente que aquellos enderezados á mermar el mérito de los hombres grandes ni que más consuelen la envidia de la medianía y de la nulidad, nada podia ser tan grato, ni tan placentero para los leguleyos estúpidos, dignos precursores de aquel necio que siglo y medio despues «se encogia despreciativamente de hombros cuando entendia calificar á Murray de persona ingeniosa y discreta,» como saber que el más profundo pensador y orador más elocuente de su siglo á todas luces conocia de un modo imperfecto la ley sobre el bastard eigné y el mulier puisné (1), y que confundia el derecho llamado de (1) Llamábase antiguamente bastard eigné en Inglaterfree fishery con el conocido bajo el nombre de common of piscary (1).

Es indudable que Bacon sabía más filosofía del derecho que todos sus contemporáneos y que supieron todos sus colegas en los ciento cincuenta años siguientes; y como sus conocimientos técnicos tenian por auxiliares poderosos las admirables dotes de su claro ingenio y su elocuencia persuasiva, circunstancias estas eficaces á proporcionarle clientela, hizo rápidamente carrera y concibió la fundada esperauza de obtener el título de letrado de la Corona (2). Dirigióse á este fin á lord Burleigh; pero su tio se negó de una manera terminante á servirlo, no siendo dificil apreciar en cierto modo los motivos de su negativa por la respuesta de Bacon, que tenemos á la vista. Porque como lord Burleigh, á quien los años y la gota pusieron el carácter áun más ágrio y destemplado que lo fué ántes, y que se complacia en demostrar su mala voluntad hácia los ra el primogénito nacido ántes del matrimonio. La mulier puisné es la hermana segunda, pero nacida despues del matrimonio, hija legitima y heredera del padre de ambos.—N. del T.

(1) El free fishery es en Inglaterra el privilegio concedido por la corona de pescar en los rios, mientras que el common of piscary es el de pescar en las aguas de un particular.—N del T.

(2) No hemos hallado mejor equivalencia en nuestra lengua para expresar la denominacion de King's Counsel, que la de letrado de la Corona; los cuales se diferencian en Inglaterra de la generalidad de los abogados (barristers) en que cuando informan ante los jueces lo hacen de la barra adentro del tribunal, y estos en la barra misma, pero fuera. Además, los letrados de la corona ó del rey contraen la obligacion de no abogar por nadie contra la corona, sin prévia licencia del monarca; los otros se hallan exentos y libres de esta prohibicion.—N. del T.

jóvenes ilustrados de la nueva generacion, aprovechara el motivo para enderezar á nuestro Bacon una filípica contra su vanidad y falta de respeto hácia los superiores en edad, dignidad y gobierno, el agredido le contestó con muestras de mucha reverencia, dándole gracias por el consejo y prometiéndole no echarlo en olvido. Pero si los propios se conducian de la manera injusta que dejamos expuesta con Francisco Bacon, los extraños procedian de muy diverso modo, aventajándolo en la medida de sus fuerzas. A esto debió ser asesor (1) de Gray's Inn á los veintiseis años, y Lent Reader (2) dos despues, alcanzando en 1590 la primera muestra de favor del Gobierno, con su nombramiento de letrado supernumerario de la Corona (3), cargo lisa y llanamente honorífico, y que ningun beneficio pecuniario producia; siguiendo por esta causa en pretensiones de algun empleo que le pusiera en condiciones de vivir sin absorberse por entero en el ejercicio de su profesion, y sufriendo con paciencia y serenidad indescribibles los malos modos de su tio, y las observaciones despreciativas que hacía sin cesar su primo en órden á los hombres que vivian engolfados en las especulaciones filosóficas, y eran demasiado sabios para poder consagrarse á los negocios públicos. Al fin, los Cecil se apiadaron de Bacon y le hicieron merced de nombrarlo sustituto (1) Bencher (asesor), master y principal son denominaciones de los principales cargos de cada colegio de abogados en Inglaterra.—N. del T.

(2) Literalmente vale tanto en nuestra lengua como Lector de Cuaresma, y el titular tiene á su cargo en el colegio la cátedra de Derecho.—N. del T.

(3) En inglés: Queen's ó King's Counsel extraordinary.N. del T.

del Archivero de la Cámara Estrellada; mas, aun cuando el empleo era lucrativo, como no podia entrar á ejercerlo hasta la muerte del propietario, hubo de aguardar algunos años trabajando de abogado para ocurrir á sus necesidades.

En 1593 lo eligieron diputado por el Middlesex, y poco tardó en brillar en el Parlamento entre los más principales oradores, siendo fácil advertir en los escasos extractos de sus discursos que se conservan, muestras repetidas y felices de la energía de lenguaje y de la riqueza de imaginacion que caracterizan sus obras, y que la extension de sus conocimientos históricos y literarios le hacian fácil imponerse deleitando á sus oyentes á vueltas de imágenes y de alusiones pintorescas, eruditas y oportunas. Tambien es evidente que se hallaba exento y libre de todo en todo de los defectos propios de los letrados que despues de haber pasado largos años en el foro, ejerciendo su profesion, logran tomar asiento en la Cámara de los Comunes, pues tenía la costumbre de discutir los grandes negocios no á la menuda y particularmente, sino en conjunto, y de no sutilizar los razonamientos. Ben Jonson, juez peritisimo en la materia, nos ha descrito la elocuencia de Bacon en términos tales que no por haberse repetido muchas veces sus palabras habremos de pasarlas ahora en silencio. «Conoci,—dice,—á un orador ilustre cuyos discursos rebosaban elocuencia, y en cuyo lenguaje, cuando lograba resistir á la tentacion de usar palabras picantes, campeaba siempre noble severidad y grandeza de ánimo.

Nunca of hablar hombre alguno con más precision, nitidez, amplitud y aplomo que lo hacía él, sin emplear jamás frases inútiles ó vanas; como que nada holgaba en sus oraciones, ni habia frase fuera de lugar, ni extraña, sino propias todas, originales y en su punto y sazon debidas; siendo tal el ascendiente que tomaba sobre su auditorio, que ninguno apartaba los ojos de él, ni se movia por temor de perder un ademan ó una palabra. Bacon, en efecto, cuando hablaba era dueño y árbitro de cuantos le oian, y tanto sabía, segun su voluntad, seducir ó irritar á los jueces, que bien puede afirmarse que siempre los tuvo á merced de su elocuencia dominados, vencidos y prisioneros de su palabra, y temerosos de que destruyera la fascinacion que sobre todos ellos ejercia, dando término al discurso ántes de lo que consentia su deseo.» Aun cuando Ben Jonson no habla de otro auditorio que del togado, porque acaso no tuvo la complacencia de oir á Bacon sino en el foro, en razon á ser entónces, en nuestro concepto, inaccesible casi la Cámara de los Comunes al público; y aunque un observador tan experto y sagaz como lo fué nuestro filósofo, no hablara en el Parlamento cual lo hacía en los tribunales, bien puede suponerse desde luego que la gracia de sus modales y la belleza de su lenguaje, así ejercieran imperio en la Cámara de los Diputados como en las audiencias.

Bacon se propuso representar en la vida política un papel de muy difícil desempeño, queriendo ser á un tiempo mismo favorito del pueblo y de la corte; y, á decir verdad, nunca hubo persona más ocasionada para triunfar en la tentativa, porque reunia grandes condiciones al efecto, precocidad, madurez de juicio, carácter simpático y constantemente igual, y maneras amables, debiendo á tan feliz concurso de circunstancias parte del éxito que alcanzó. Una vez, no obstante, se dejó llevar de un arranque de patriotismo que le causó tan grandes y amargos remordimientos, y tantos, que nunca más fué osado á incurrir en otro igual. Pues como el Estado pidiera considerables subsidios con urgencia extremada, Bacon pronunció un discurso en la Cámara digno del espíritu que inspiró á los grandes patriotas del Largo Parlamento, diciendo, entre otras cosas que se leen con más extension en su arenga, de la cual sólo existen párrafos sueltos: «Los caballeros y los grandes habrán de vender sus vajillas de plata y los colonos sus vasijas de hierro ántes de poder pagar entre unos y otros contribucion tan onerosa y fuerte; y como no hemos venido aquí en vano, ni tampoco á tocar los bordes de las heridas de la patria, sino á sondarlas, reconocerlas, curarlas y hacer cuanto dependa de nosotros para cerrarlas, de mí sé deciros que, otorgando lo que se nos pide, nos expondremos á grandísimos males y daños.

En primer lugar, daremos ocasion al descontento, y pondremos en peligro la seguridad y el sosiego de nuestra esclarecida Soberana, que ántes debe descansar en el amor que no en la riqueza de sus vasallos; y en segundo, si por tal modo le concedemos los subsidios que pide, con el tiempo vendrán otros príncipes y nos pedirán idénticos sacrificios ó más grandes acaso, siendo nuestra la falta por haber creado el precedente, perjudicial para nosotros mismos y para la posteridad; y es necesario que pueda consignar la Historia en sus páginas inmortales para enseñanza provechosa de las generaciones por venir que la nacion inglesa es, entre todas las demas del globo, la ménos servil, la ménos esclava y la ménos dispuesta en toda ocasion á sufrir el peso de nuevos impuestos y gabelas.» Palabras fueron éstas que produjeron profunda impresion en el ánimo de la Reina y de los ministros; y como los altivos é iracundos Tudors habian enviado más de una vez á la Torre de Lóndres á honradísimos é inofensivos diputados en castigo de discursos ménos irrespetuosos que lo fué el de Bacon, acaso el temor del castigo, acaso el convencimiento de haber ido demasiado léjos en el calor de la improvisacion, indujeron al jóven patriota en el trance que nos ocupa á conjurar los peligros y á reconquistar el perdido favor, humillándose hasta el punto de pedir perdon de la manera más degradante á cuantos pudieran estar enojados con él, rogando al lord Tesorero que no privara de su gracia en aquel caso á su servidor y pariente, y escribiendo al lord Canciller una carta indigna, que puede competir ciertamente con la más despreciable de cuantas redactó Ciceron en el destierro. La leccion fué dura y no inútil, porque Bacon no volvió á incurrir más en falta igual ni parecida.

Al fin comprendió Bacon que nada debía esperar de aquellos poderosos aliados cuya proteccion habia solicitado en vano con tanto empeño y tan humilde perseverancia por espacio de doce años consecutivos, y comenzó á poner los ojos en otra parte.

Figuraba entre los cortesanos de Isabel de poco tiempo hacía un nuevo privado, jóven, noble, rico, distinguido, elocuente, bizarro, generoso y lleno de ambicion; favorito á quien la Reina, ya entrada en años, dispensaba tales muestras de afecto, que apénas logró merecerlas tan señaladas Leicester en la edad de las pasiones; valido que así era ornamento del regio alcázar como ídolo de la City, Mecenas de literatos como protector de caballeros, y amparo de católicos como de puritanos perseguidos y menesterosos. Empero la tranquila calma que tan útil fué á Burleigh para guiarlo á traves de infinitos peligros, y la consumada experiencia que adquirió en el trato diario de dos generaciones de colegas y de rivales, apénas parecian suficientes á sostenerlo en la lucha que lo esperaba. Añádase á esto la envidia y el temor con que Roberto Cecil veia crecer por momentos la fama y la influencia extraordinarias del de Essex.

La historia de las facciones que dividieron la camarilla y el Consejo, durante los postreros años del reinado de Isabel, rebosa de útiles enseñanzas; pero ni ofrece interes ni es agradable de recordar. Porque, mientras ambos partidos empleaban en sus luchas aquellos recursos que son familiares á los hombres de Estado sin escrúpulos, ninguno se proponia, ni siquiera pretendia tampoco, al atacar ni al resistir, fines de verdadera importancia. El espíritu público reposaba entónces y se rehacía de la fatiga y del cansancio producidos por un grande esfuerzo, y reconcentraba toda su vitalidad para realizar otro.

El ímpetu incontrastable y terrible que hizo progresar al humano espíritu en la senda de la libertad durante los cincuenta años siguientes á la rebelion de Lutero contra la Iglesia católica habia cesado, dejando establecidas las fronteras divisorias del protestantismo y del catolicismo, casi como se hallan hoy: á un lado Inglaterra, Escocia y los Estados del Norte; á otro España, Irlanda, Portugal é Italia; y extendiéndose la línea de la demarcacion, lo propio que ahora, por medio de los Países Bajos, de Alemania y de Suiza, separando las provincias, electorados y cantones. La Francia podia considerarse a la sazon en litigio, como terreno en el cual estuviera indecisa la lucha, y desde aquel entonces las dos creencias sólo han logrado conservar sus posiciones respectivas. Pero si han tenido lugar incursiones y correrías, por decirlo así, la frontera general ha seguido siendo la misma; porque desde hace dos siglos y medio no hemos visto alzarse rebelde como un solo individuo á una sociedad en masa, y emanciparse del yugo que pesaba sobre ella luengos siglos hacía; espectáculo frecuente allá en el siglo xvi, y que no ha vuelto á reproducirse. ¿Por qué?

¿Por qué á una tan violenta sacudida siguió tan prolongado reposo? Si las doctrinas de los reformadores no se hallan hoy día más ni ménos conformes que otro tiempo á la razon ó á la revelacion; si el espíritu público no es hoy tampoco ménos ilustrado que lo era entonces, ¿por qué, despues de haber trianfado de todos los obstáculos que se le opusieron en un siglo que gozaba comparativamente de poca ciencia y ménos libertad, no progresa el protestantismo de una manera sensible, ahora que nos hallamos en tiempos de tanto razonamiento, de tanta tolerancia religiosa y de tanta libertad politica? ¿Por qué Lutero, Calvino, Knox y Zwinglio no dejaron sucesores, propagandistas eficaces de la doctrina protestante? ¿Por qué no ha logrado el protestantismo atraer á su idea en más de doscientos cincuenta años un número igual siquiera de neófitos al que conquistaba en seis meses, en la época de la Reforma? Siempre nos han parecido estos hechos problemas históricos tan curiosos como interesantes, y acaso algun dia nos propongamos su resolucion; mas, por el momento, será bastante á nuestro propósito dejar consignado que hácia los últimos años de la reina Isabel habia el protestantismo, para expresarnos en el lenguaje del Apocalipsis, «abandonado su primera caridad y dado de mano á sus primeras obras.»» La lucha formidable del siglo xvi habia, pues, cesado; la no ménos temerosa del xvi no habia comenzado aún; los confesores de la época de María ya no vivian; los católicos carecian por completo de poder é influencia en el Estado, influencia y poder que aun no habian alcanzado fuerza incontrastable y terrible en manos del bando puritano; pero si bien es cierto que la vista del observador sagaz, conocedor de la historia del período siguiente, podia penetrar sin dificultad y discernir en los actos de los últimos Parlamentos de Isabel los gérmenes de sucesos importantes para siempre memorables, nada de cuanto decimos era perceptible á los contemporáneos. Porque los dos partidos de hombres ambiciosos que se disputaban el poder, no estaban, en verdad, separados por ningun problema complicado de interes público; ambos pertenecian á la Iglesia establecida; uno y otro eran adictos de una manera incondicional á la Reina, y aprobaban implícita y explicitamente la guerra con España, y no tenemos razones para suponer que se hallaran discordes en punto á la sucesion de la Corona, ni que ninguna de las dos facciones meditara reformas trascendentales, ni que se propusiera la menor cosa en desagravio de las quejas que pudiera formular la opinion pública, pues la plaga de que adolecia entonces la Inglaterra era conveniente á los dos rivales, y tan provechosa y fructifera, que uno y otro la fomentaban con igual empeño. Raleigh tenía el monopolio de los naipes, y Essex el monopolio de los vinos generosos; consistiendo en realidad el único motivo de la querella entre los opuestos bandos en no lograr concertarse respecto de la parte de poder y de influencia que debia tocar á cada cual.

Por ningun concepto político puede sernos Essex amable; y la conmiseracion que nos inspira su fin prematuro y aciago la merma mucho el recuerdo del egoismo con que comprometió vida y hacienda de sus amigos más sinceros y apasionados, y del modo como quiso hundir en el desórden más anárquico á su patria por razones personales. No es posible, sin embargo, mostrarse indiferentes hácia un hombre tan bizarro, esforzado y generoso, sino amarlo de todas véras, y porque además supo conducirse con su Reina y señora de una manera que hasta entonces ningun otro súbdito habia osado emplear, siendo al propio tiempo respecto de sus inferiores modelo rarísimo de suma delicadeza.

Essex no era cual la generalidad de los bien hechores vulgares, pues sus deseos y propósitos fueron enderezados siempre á inspirar cariño, no gratitud, esforzándose sin cesar en persuadir á sus protegidos á que lo trataran como á igual, no como á superior.

Y como tenía el corazon impresionable y vehemente, y admiraba por instinto lo bello y lo grande, lo fascinó el ingenio de Bacon, y se trabó entre ambos desde luego amistad estrecha, que despues tuvo término por muy siniestra, triste y vergonzosa manera.

En 1594 quedó vacante la plaza de fiscal del Tribunal Supremo (Attorney general), y Bacon se prometió alcanzarla merced al valimiento de su protector. El cual hizo suya la causa de su amigo, pretendiendo para él, quejándose, prometiendo y amenazando; pero todo en vano, pues á lo que parece la mala voluntad de los Cecil hacia Bacon habia subido de punto desde que lo vieron en la privanza del favorito. Roberto estaba entonces muy próximo á recibir el nombramiento de secretario de de Estado, y como se hallara un dia por casualidad en la misma carroza que el de Essex, trabóse una conversacion notable por extremo entre ambos y que nos parece del caso reproducir: —Milord, dijo sir Roberto al de Essex, la Reina se propone nombrar sin más tardanza al fiscal del Tribunal Supremo, y yo desearia saber cuál es el candidato de S. S.»—Me sorprende la pregunta, le replicó el Conde, porque no debeis ignorar que mi candidato no es otro que vuestro primo, Francisco Bacon, á quien me propongo apoyar contra todos cuantos se presenten.» —¿Es posible, prorumpió sir Roberto Cecil sin poder contenerse, que S. S. quiera emplear su influencia en cosa tan absurda como esa? ¿Acaso podrá citarme S. S. un solo precedente de haber sido elevado á tan alto puesto alguna vez un joven como él, sin experiencia ni condiciones para el oficio?»» Y como la objecion sentaba mal en boca de un hombre que, siendo más jóven que Bacon, esperaba de un momento á otro ser promovido al cargo de secretario de Estado, y además no era Essex de los que tuvieran costumbre de callar su opinion en ningun caso, le contestó: —No he tratado de inquirir si habia ó no precedentes, ni si otros tan jóvenes como nuestro Francis habian ejercido el cargo que ahora pretendo para él; lo que sí puedo deciros, sir Roberto, es que no me sería difícil nombraros persona más jóven todavía, ménos instruida ciertamente y desde luego tan inexperta como él, que hace los mayores esfuerzos por colocarse mucho más alto aún y en posicion más importante » Nada tuvo sir Roberto que contestar, sino que se creia capaz del mejor desempeño del cargo á que se le destinaba, pareciéndole, además, que los señalados servicios de su padre bien merecian esa muestra de gratitud de parte de la Reina; como si sus facultades fueran comparables á las de su primo y como si Nicolás Bacon no hubiera hecho nunca nada en servicio del Estado. Cecil añadió á seguida que Bacon podia contentarse con una plaza de procurador (Solicitor general), pero que, así y todo, su Majestad digeriria dificilmente su nombramiento.

—No me hableis de digestiones, repuso el Conde; quiero el empleo de fiscal para Francis, y para conseguirlo pondré en juego influencia, poder, autoridad y amistad, sin perdonar medio alguno hasta conseguirlo, y quien se oponga en esto á mi deseo, para dar el destino á otro, ya verá lo que le cuesta; y ahora, que os hablo francamente, os diré que no se me alcanza cómo vos y vuestro padre podeis pensar, tratándose de estas cosas, ántes en un extraño que no en un pariente tan cercano. Además, si poneis en la balanza los merecimientos de su competidor y los de vuestro primo, excepto cinco tristes años más que ha pasado en los tribunales, vereis que bajo todos los demas respectos no es posible compararlos.» Pero fueron en vano los buenos deseos del de Essex, porque se nombró á otro para el destino tan pretendido. Cuando sucedió esto, el Conde instó á la Reina para que nombrase á Bacon procurador, mostrándose propicio á ello su tio; mas, sin embargo de sus buenos aparentes deseos, al cabo de luchar año y medio, y de gastar en ese tiempo el de Essex, segun sus propias palabras, poder, amistad, influencia y prestigio, el destino fué para otro. El Conde lo sintió vivamente, y no halló consuelo á su disgusto sino mostrándose liberal con suma delicadeza respecto de Bacon, regalándole unas tierras situadas cerca de Twickenham de hasta diez mil pesos de valor; obsequio tanto más de agradecer, como decia el mismo que fué objeto de él, «cuanto que la manera delicada, bondadosa y digna de ofrecerlo valia más aún que la cosa ofrecida, con ser de mucho precio.» Poco tiempo despues de estos sucesos hizo Bacon su aparicion como escritor, publicando á principios de 1597 un tomito de Ensayos, aumentado despues con tantos artículos nuevos que acabó por ser cuatro veces más grueso que el primitivo. Alcanzó el libro grande y merecida popularidad, se reimprimió al cabo de algunos meses, lo tradujeron en latin, frances é italiano, y á lo que parece asentó la fama literaria de su autor. Mas, á pesar de la reputacion siempre creciente de Bacon, distaba mucho de ser brillante su suerte, pues vivia con grandes apuros, llegando el caso de que lo prendieran en la calle cierto dia por una deuda de mil quinientos pesos, á instancia de un platero, y lo encerraran en la prision de Coleman Street.

Essex continuó siendo siempre para nuestro Bacon de inagotable bondad; porque como en 1596 saliera para su memorable campaña de la Península española, en los momentos mismos de embarcarse pensó en él y escribió á varios de sus más íntimos amigos, recomendándoles que velaran en su ausencia por él. Volvió despues de haber dado término á la empresa militar más brillante que haya ilustrado las armas inglesas en el continente durante todo el tiempo que media entre las batallas de Azincourt y de Blenheim (1), y su valor, sus grandes facultades, (1) Las proezas realizadas en Cádiz por el conde Essex, y que, al parecer de lord Macaulay, constituyen el hecho su carácter humano y generoso habian hecho de él el ídolo de sus compatriotas y arrancado elogios hasta de sus mismos vencidos (1); pero á pesar de de armas más glorioso que hayan realizado las tropas inglesas en el continente desde la batalla de Azincourt á la de Blenheim, no fueron otras que el saqueo, la matanza y el incendio.

La ciudad de Cádiz no se hallaba prevenida para la defensa cuando se presentó en su bahía una flota inglesa compuesta de ciento setenta naves, diez y siete de las cuales eran navíos de alto bordo, tripuladas de catorce mil hombres. La resistencia fué, sin embargo, heroica, viêndose los ingleses á punto de retirarse. Un esfuerzo sobrehumano los hizo dueños de la plaza, y entonces sufrieron sus habitantes mayor estrago en sus vidas y haciendas que acaso á ser vencidos de piratas argelinos. Nada se respetó por la soldadesca británica, ni las casas particulares, ni los templos y monasterios, ni los edificios públicos: todo fué teatro de robos, matanzas y violaciones. Seiscientas ochenta y cinco casas ardieron, y varios templos, incluso la catedral. Por saquear, los de Essex se llevaron hasta las campanas de las iglesias y las rejas de las casas, y no pareciéndoles bastante todavía, tomaron consigo considerable número de vecinos acomodados y se los llevaron en sus naves hasta obtener su rescate. La empresa, segun el testimonio de Hume, produjo á los ingleses veinte millones de ducados. Parécenos que nada de esto puede constituir, á los ojos de la historia imparcial, titulo digno de merecer la calificacion que le atribuye lord Macaulay: pero si, á pesar de ello, el saqueo de Cádiz es la página más gloriosa de las armas inglesas desde Azincourt á Blenheim, como á nosotros no toca vindicarlas, sino volver por los fueros de la verdad en lo que atañe á nuestra patria, diremos que siendo los hechos tal cual los hemos referido imparcialmente, la conclusion pertenece á un inglés.—N. del T.

(1) Véase CERVANTES en La Española Inglesa." Asi dice el autor, atribuyendo á unas palabras del inmortal novelista español un alcance que no tienen y que no pudo estar en su ánimo darle ciertamente. Porque Cervantes sólo habla de los buenos deseos que mostró el Conde para restituir á sus padres la niña, heroina de su noveesto, que fué tan eficaz á subir de punto su orgullo y tenacidad ingénitas y proverbiales, continuó siendo en todo el mismo con su amigo Francisco Bacon. El cual, como se hubiera propuesto de hacer fortuna por medio de un casamiento, comenzó á cortejar á cierta viuda llamada lady Hatton, mujer de carácter excéntrico y violento que hacía la desgracia, en fuerza de sus defectos, de cuantos parientes tenía.

Pero Bacon, que ignoraba sus malas cualidades ó que se hallaba dispuesto á mostrarse con ellas indulgente en gracia de su inmenso caudal, insistió en sus galanteos, atrayendo á su partido al de Essex, que abogó por él de la manera calurosa que lo hacía siempre tratándose de su amigo Francisco.

Las cartas que así á lady Hatton como á su madre dirigió el Conde á propósito de Bacon, se conservan todavía y dan testimonio de sus leales procederes.

«Si fuera hermana ó hija mia, decia el Conde á la madre de la pretendida, me decidiria en favor del amigo á quien tanto estimo tan resueltamente como ahora os aconsejo que lo hagais;» y añadia más adelante: «Si algo vale mi palabra, bien podeis creer que á tener una parienta que me importara tanto como á vos vuestra hija, mejor se la daria que á otros hombres condecorados de títulos más imporla, robada por Clotaldo, capitan de la escuadra, y que a pesar de la voluntad y sabidurías del de Essex, quedó á bordo y faé á Inglaterraaentre los despojos que los ingleses ilevaron de la ciudad.» Por lo demas, Cervantes da muestras, algunas lineas despues, de no conocer los sucesos ocu ridos en Cadiz en toda su extension, suponiendo que los padres de la española inglesa dijeron al Conde, al reclamársela, «que pues se contentaba con las haciendas y dejaba libres las personas, no fuesen ellos ton deslichados, que ya que quedaban pobres, quedasen sin su bija; siendo sabido que los ingleses arrebataron gran número de personas principales de la ciudad con el propósito de exigir crecidos rescates por ellas, como auf sucedió.—N. del T.

tantes.» Felizmente para Bacon, todas las gestiones fueron infructuosas y no logró casarse con la viuda de Hatton, en lo cual le hizo grandisimo favor de dos maneras: primero, porque de ser su mujer habria sido su tormento; y segundo, porque prefirió á un enemigo suyo, llamado Eduardo Coke, pedante de muy escasas luces y mal corazon, y ella se encargó de hacerlo tan desgraciado como merecia.

La fortuna del Conde habia llegado á su colmo, y comenzaba por entónces á declinar. Poseia, en efecto, el de Essex cuantas cualidades son eficaces á elevar rápidamente los hombres; pero carecia de las virtudes y de los vicios que facilitan los medios de conservar largo tiempo las posiciones conquistadas. La franqueza y la excesiva vivacidad con que se defendia de los agravios é injusticias delante de la Reina no eran ni podian ser tampoco muy agradables á una princesa naturalmente poco acostumbrada á la resistencia, y familiarizada ya en el trascurso de ocho lustros á la más extravagante adulacion y á la obediencia más abyecta que pueda imaginarse. Añádase á esto que su audacia y el tono despreciativo con que trataba siempre á sus adversarios, llegó á inspirarles odio mortal contra él. En Irlanda, su administracion habia sido desgraciada y censurable bajo muchos aspectos; y áun cuando su valor y su actividad indomable lo hicieran admirablemente apto á empresas como la de á Cádiz, ni tenía la prudencia, la calma y la resolucion necesarias á dirigir una guerra larga, en la cual fuera necesario ir venciendo gradualmente los obstáculos, soportar muchas y graves dificultades, y realizar pocas hazañas, ni ménos era propio á ejercer cumplidamente los deberes políticos de sus elevadas funciones, ni podía llamarse hombre de Estado por más que rebosara de ingenio y de elocuencia. Cierto es que la muchedumbre aplaudia con entusiasmo en él hasta los defectos; pero la corte no queria en cambio reconocerle ni sus virtudes siquiera. En esta coyuntura puso el Conde toda su confianza en Bacon; y al advertir que iba cediendo su influencia, á él abrió su pecho atribulado en solicitud de consejo, para seguirlo, encomendándose á su intercesion. Fuerza es decirlo, por más que nos cueste no poder callar una triste verdad: el amigo á quien tuvo en toda ocasion el Conde tanto afecto y en quien depositó tanta confianza, contribuyó más eficazmente que ningun adversario á derribarlo del pedestal de su grandeza, á derramar su sangre y á insultar su memoria!

Mas, para ser justos con Bacon, deberemos de añadir que hasta el último instante no creemos luviera el propósito de causar daño al de Essex, pues abrigamos el convencimiento de que trabajó por él con lealtad mientras creyó poder hacerlo sin perjudicarse á sí propio; de que los consejos que le dió fueron en general muy juiciosos, y de que hizo cuanto estuvo de su parte para impedir que su generoso bienhechor aceptara el gobierno de Irlanda.

«Porque, como decia él mismo, veia tan claramente su caida con este motivo, y tan encadenada, por decirlo así, al viaje de Irlanda, cual si fuera dado al humano espíritu entender y juzgar de sucesos que todavía no se han realizado.» Su prediccion se cumplió, en efecto, y el Conde volvió en desgracia.

Bacon intentó servir de mediador entre la Reina y su amigo, y empleó á este fin de muy honrada manera toda su habilidad; pero la empresa era de suyo harto dificil, delicada y peligrosa áun tratándose de agente tan discreto y hábil cual lo era él. Porque tenía que dirigir dos caracteres igualmente orgullosos, susceptibles é ingobernables: en Essex House tenía que calmar la furia de un héroe, jóven y exasperado por los insultos y las humillaciones recibidas, y en Whitehall que calmar los arrebatos de una princesa cuyo carácter, desapacible siempre, se habia tornado desigual, desabrido, colérico por efecto de los años, de las enfermedades, y tambien del hastío que llegan á producir en el ánimo el hábito de oir enojosas lisonjas constantemente, y de exigir obediencia ciega y servil siempre á todos. Y como es cosa difícil servir á dos amos á un tiempo mismo, y además, en la situacion en que se hallaba nuestro Bacon, no era posible conducirse de modo á no dar ocasion de recelos á uno ú otro de sus señores, ó acaso á entrambos, por más que durante cierto espacio procedió con la lealtad que razonablemente podia esperarse de persona colocada en situacion tan singular, al cabo se dió cuenta de que haciendo esfuerzos en pro de otro corria inminente riesgo de caer en desgracia. Tarde hubo de ocurrirsele todo esto, porque ya tenía enojadas á las dos personas que se proponia reconciliar: Essex lo calificaba de amigo poco celoso, é Isabel de súbdito no muy adicto; y mientras el Conde lo reputaba ya por espía de la Reina, ésta lo miraba como hechura y abogado del Conde. La reconciliacion propuesta llegó á parecer imposible de conseguir al fin; y, comprendiendo Bacon por mil indicios perceptibles á miradas ménos penetrantes que las suyas que se acercaba el momento de la caida de su protector, se propuso proceder en consecuencia. De aquí que al presentarse el Conde ante el Consejo para justificar su conducta en Irlanda, no hiciera Bacon sino débil esfuerzo á fin de no tomar parte contra su amigo, y que, sometiéndose luego á la voluntad de la Reina, fuese á la barra para sostener la acusacion.

Una escena más triste aún se preparaba. El desgraciado magnate, inspirándose acaso en la desesperacion, intentó una empresa criminal é insensata que lo hizo merecedor del castigo más severo (1).

¿Qué debía de hacer Bacon en este caso? La ocasion lo era de prueba y eficaz á demostrar las cualidades ó defectos de un hombre. Porque siendo caballero en toda la extension de la palabra, no podia influir más en su corazon la riqueza, el valimiento, los empleos y honores y hasta la propia seguridad personal, que la gratitud, la amistad y el honor; y siendo de esta manera, se hubiese colocado de parte del Conde durante la sustanciacion de la causa, y habria gastado todo su poder, toda su influencia, toda su autoridad y todo su prestigio,» para solicitar y merecer la benevolencia de los jueces; y hubiera ido á visitar diariamente al amigo en la cárcel, y recibido sus postreras recomendaciones y sus últimos abrazos en el cadalso, y, despues, habria hecho cuanto estuviera de su parte para preservar de insultos y acusaciones póstumas la memoria del generoso aunque culpado amigo. Un hombre vulgar no habria querido exponerse ni al peligro de amparar (1) La criminal empresa indicada por el autor no fué otra que el motin promovido por el conde en la City & la cabeza de ochenta caballeros y doscientos adictos más, y encaminado á purgar la corte de aquellos que tan cruda guerra le hacian como enemigos personales suyos. Essex se lanzó á las calles, flando el éxito de la jornada á su estrella y á la popularidad de que gozaba; mas todo fracasó, quedando él prisionero, y sufriendo despues la última pena.—N. del T.

á Essex, ni á la vergüenza de atacarlo; pero Bacon no adoptó esta línea de conducta neutral, sino que representó el papel de abogado acusador, no limitándose á ejercerlo de manera bastante á conseguir veredicto de culpabilidad; no empleando su talento, su ingenio, su elocuencia y su sagacidad en lograr la condena del acusado, pues para esto bastaba con el crimen cometido, sino en privar al prisionero de cuantas circunstancias atenuantes hubieran podido hacerse valer al efecto de disminuir el alcance moral de su gravísimo delito, y que si no eficaces á permitir que los Pares lo absolvieran, lo habrian sido ciertamente á predisponer el ánimo de la Reina en su favor para indultarlo. Y como el Conde quisiera paliar su conducta insensata y criminal alegando que lo rodeaban enemigos encarnizados y poderosos, y repitiera que sus esfuerzos habian destruido su grandeza, que deseaban acabar con él completamente, y que sus desmanes lo exasperaron al punto de hacerle perder la razon, todo lo cual era cierto, y Bacon lo sabía, éste pareció tratar sus excusas de frívolos pretextos, y comparó Essex á Pisistrato, quien so color de haber corrido peligro de morir asesinado, y mostrando heridas hechas de su propia mano, consiguió establecer la tiranía en Atenas. Al oir esto el Conde ya no pudo contenerse, y con grandes muestras de cólera interrumpió á su ingrato amigo, y lo amonestó por la conducta que seguia, diciéndole además que dejara de representar el papel de acusador y fuese á tomar asiento entre sus testigos para declarar desde allí á los lores que muchas veces ántes de aquel dia él mismo, que á la sazon reputaba por frivolos pretextos sus descargos, los habia estimado hechos ciertos é indudables. Da dolor verdaderamente consignar estos sucesos; mas no es posible dejarlos en silencio. Bacon contestó de una manera evasiva, y pareciéndole acaso que sus alusiones á Pisistrato no eran todavía bastante ofensivas, hizo otra más injustificable, comparando al Conde con Enrique, duque de Guisa, y la estulta tentativa de la City á la jornada de las Barricadas en Paris. Difícil es decir por qué Bacon recurrió á este medio, cuando no era necesario en modo alguno para conseguir el deseado veredicto de culpabilidad, y no podia ménos de impresionar fuertemente y de influir mucho en el ánimo de la celosa y altanera Princesa de quien dependia la suerte del Conde. Porque la más leve alusion á la vergonzosa tutela ejercida por la casa de Lorena sobre el último Valois, bastaba para cerrar el corazon de Isabel á un hombre que por su rango, su gloria militar y su popularidad en la capital de Inglaterra ofrecia tantos puntos de semejanza con el caudillo de la Liga.

Essex fué condenado á muerte, y Bacon no hizo el menor esfuerzo entónces para salvarlo, áun sabiendo que la Reina se hallaba de tal modo dispuesta en su favor é inclinada naturalmente á la misericordia en aquella ocasion, que hubiera podido sin temor ninguno abogar por él, con éxito tal vez, y en todo caso sin exponerse al más leve contratiempo personal. Pero nada hizo, y el desgraciado magnate sufrió la última pena, excitando su muerte generales muestras de sentimiento, de lástima y de indignacion en el pueblo, y siendo causa de que los ciudadanos de Lóndres acogieran á Isabel la primera vez que se presentó en las calles de su capital, despues del suceso, con ceñudos ojos y forzadas y débiles aclamaciones. Tanto la preocupó esto, que creyó necesario publicar una especie de apología de su conducta respecto del Conde; y como habia leido y gustado de algunos escritos de Bacon, lo designó para ejecutar su pensamiento; siendo por tal modo el pérfido amigo, que tan eficazmente contribuyó á la muerte de su bienhechor, quien dió el golpe de gracia á su memoria y á su fama. El libelo pareció de allí á poco tiempo bajo el título de: Exposicion verdadera de las conjuras y traiciones intentadas y cometidas por Roberto, conde de Essex; y cuando hubo muerto Isabel, Bacon no tuvo una palabra que decir en defensa de su obra, plagada de frases que ningun enemigo generoso hubiera empleado jamás contra quien tan caro pagó su falta, y se limitó á exponer, á título de disculpa, que la escribió de órden superior; que sólo hizo el trabajo material como mero secretario; que se le dieron instrucciones particulares acerca del modo de tratar el asunto hasta en sus menores detalles, y que suyo no habia en el libro, á decir verdad, sino la forma y el estilo (1).

Mr. Montagu halla no sólo merecedora de discu.pa sino de admiracion la conducta observada por Bacon durante los sucesos que acabamos de referir. Y tanto lo entiende así, que no sin pena podrán comprender nuestros lectores cómo ha llegado á estas conclusiones, extraordinarias por extremo, y acaso entiendan que nos proponemos sorprender su buena fe si enumeramos los principales argumentos de que se vale para fundar su descubrimiento.

Porque para redimir á Bacon del cargo de ingratitud hácia su bienhechor, comienza Mr. Montagu (1) El título inglés de este libro es así: A Declaration of the Practices and Treasons attempted and committed by Robert, Earl of Essex. Impreso de Real órden.—N. del T.

proponiéndose demostrar que tenía con la Reina mayores obligaciones que con Essex. Pero ¿cúyas eran estas obligaciones? Aquí está la dificultad del nogocio, en razon á que su oficio de letrado de la Corona (Queen's Counsel), y la esperanza remota de ocupar otro destino cuando pasara de esta vida el propietario, eran ciertamente favores de muy escasa importancia, teniendo en memoria los derechos personales y heredados de Bacon. Y como estos favores no habian costado un céntimo á la Reina, ni aventajado tampoco en un céntimo á Bacon, se hacía necesario asentar sobre otros fundamentos los derechos de Isabel á su gratitud. Mr. Montagu lo comprendió así, tal vez, cuando dijo: «La prueba más grande y señalada que de su bondad dió á Bacon la Reina, fué la de conservarlo en su gracia, dejándolo al propio tiempo ganar penosamente el pan de cada dia en lugar de adelantarlo con rapidez; que no fueron otras sus obligaciones respecto de Isabel.» En efecto, asi fué; y por eso, siendo él al propio tiempo hijo de uno de sus más antiguos y fieles ministros, y el jóven más capaz y distinguido de la época, mereció ser condenado por Isabel á vivir en la oscuridad y la pobreza; y no sólo menospreció sus merecimientos, sino que lo reprendió de la manera más brutal cuando fué osado á representar un papel independiente y digno en el seno de la Cámara; oponiéndose á su adelanto profesional sin causa para ello, y debiendo, por último, á este concurso de circunstancias el haber pasado algun tiempo en la cárcel por una deuda de trescientas libras esterlinas, mientras que hombres más jóvenes, que no le aventajaban en alcurnia, siéndole muy inferiores en prendas personales, ocupaban los principales cargos del Estado y adquirian tierras, palacios y quin tas de recreo. Por tanto, si Bacon debia gratitud á la Reina, no debia ninguna al Conde, y si su mejor amiga era verdaderamente Isabel, Essex tenía que ser su enemigo más peligroso. Y para decir de una vez cuanto pensamos, añadiremos que causa extrañeza que Mr. Montagu no haya extremado su razonamiento, sosteniendo, por ejemplo, que Bacon hubiera sido disculpable hasta de querer vengarse del hombre que hizo cuanto pudo por emancipar su juventud del yugo saludable que le impuso la Reina; que quiso adelantarlo en su carrera demasiado rápidamente, y que no satisfecho con pretender imponerle un destino de fiscal en el Tribunal Supremo, tuvo la crueldad de regalarle una extension considerable de terreno.

Cuesta mucho de creer tambien que Mr. Montagu habla en serio cuando dice que Bacon tenía la obligacion, respecto del público, de no destruir sus propias esperanzas de medro personal, y que, si se declaró contrario al de Essex, lo hizo para llegar más fácilmente al poder y ser útil á su patria; manera singularísima de razonar que no se impugna sino reproduciendo los argumentos. Y como no hay afirmacion que no pueda discutirse, diremos que así es, en rigor, posible que Bacon procediera como lo hizo en aquel caso por gratitud á la Reina que lo dejó vivir tanto tiempo en la pobreza, y por el deseo de ser útil á sus semejantes en una posicion elevada, como que Bonner fué buen protestante convencido de que la sangre de los mártires fertiliza el patrimonio de la Iglesia, y que representó de una manera heroica el papel odioso é infame de perseguidor para inspirar más aversion al pueblo inglés y más duradera contra el Pontificado; como es posible tambien que Jeffreys amara sinceramente la libertad y que decapitara á Algernon Sidney y quemara á Isabel Gaunt con el único propósito de producir una reaccion que á su vez produjera ciertas saludables limitaciones de la régia prerogativa; como es posible que Theurtell diera muerte á Weare sólo á manera de advertimiento á la juventud inglesa contra el juego y las malas compañías; como es posible que Fauntleroy falsificara documentos no más que para dar ocasion al público de hacer profundas reflexiones con motivo de su aciaga suerte acerca de los defectos de la ley penal. Todo esto es posible; mas con serlo, es de tal modo inverosimil y extravagante, que quien procediera de conformidad con ello mereceria ser cerrado sin demora en una casa de locos. Siendo así, como lo es, en efecto, no alcanzamos por qué sea lícito admitir, cuando se trata del estudio de asuntos históricos, suposiciones á virtud de las cuales ninguna persona en sano juicio querria conducirse.

No menos extraño nos parece oir decir á Mr. Montagu que Bacon no queria el poder sino para consagrarse mejor al servicio de la humanidad desde su altura, recordando cómo ejerció el poder y de qué manera lo perdió. Porque ciertamente la buena obra que hizo á la humanidad tomando el dinero de lady Wharton y la gabeta de sir John Kennedy, no fué de tanta cuenta que santificara los medios conducentes al fin; hechos ambos que, á describirse con la debida exactitud, servirian de base á la siguiente conclusion, á saber: Bacon fué abogado servil para llegar á juez corrompido.

Sostiene Mr. Montagu que solamente las personas incapaces de reflexion pueden hallar censurable lo que Bacon hiciera en calidad de letrado de la Corona, toda vez que los jurisconsultos no pueden escoger la parte por la cual se presentan en estrados. No investigaremos ahora si la práctica establecida en órden á este punto entre los abogados ingleses, se halla ó no de acuerdo con la razon y la moral, ni si es justo que un hombre, porque se ponga la toga, pueda, mediante cinco duros de honorarios, hacer lo que no haria sin ella por todo el oro del mundo, ni si es equitativo que se valga de cuantos sofismas son imaginables, de cuantas afirmaciones, actitudes y ademanes son posibles y eficaces á imponer y turbar el ánimo de tímidos testigos, y á persuadir á los jueces de la falsedad de una declaracion, cuando no solo cree, sino que sabe que la declaracion es cierta, por no ser ahora el momento de resolver estos asuntos, ni tampoco necesario á nuestro propósito. Porque las reglas profesionales, ya sean buenas ó malas, son á manera de pragmáticas, á las cuales muchos hombres sabios y virtuosos se han sometido y se someten diariamente, y si Bacon no ejecutó nada más que lo exigido por ellas, concedemos de grado que fué inocente de falta ó por lo ménos muy disculpable. Pero creemos que su conducta no puede justificarse con ninguna de las reglas y prácticas profesionales que á la sazon lo propio que ahora existen y existieron en Inglaterra, por haber sido uso constante y nunca interrumpido que en los asuntos criminales, y cuando se priva de abogado al reo, y más principalmente cuando se trata de crímenes que pueden dar lugar á sentencia de muerte, tienen y han tenido los letrados de la Corona, no sólo derecho, sino deber de obrar con arreglo á lo que su propia razon y convencimiento les dicte.

Hubo un momento despues de la Revolucion, cuando comenzaron las investigaciones que se propuso hacer la Cámara para inquirir cúyas y cuántas habian sido las víctimas inocentes sacrificadas por los Estuardos, en que sa intentó un esfuerzo para defender á los jurisconsultos cómplices en la muerte de sir Tomás Armstrong, á pretexto de que procedieron con arreglo á las prescripciones establecidas; pero la indignacion de la Asamblea impuso silencio á tan miserable sofisma. «Nada irá bien, exclamó Mr. Foley, mientras no se haya hecho un escarmiento con la clase.»—«Como se ve hay una nueva especie de monstruos, dijo el joven Hampden, y la forma los sabuesos leguleyos. Sawyer es un infame y el solo culpado del asesinato que nos ocupa.»—«Hablo en descargo de mi conciencia, añadió Mr. Garroway; no quiero que la sangre de Sawyer caiga sobre mi; pero lo creo culpado de la muerte de Armstrong, porque pidió la formacion de su causa y su sentencia á la pena capital. Haced lo que os plazca con él.»—«Si el ejercicio de la abogacía, prorumpió el mayor de los Hampden, da derecho á los hombres de vida ó muerte sobre sus semejantes, á nosotros toca por nuestro bien sublevarnos contra esos malvados y exterminarlos, acabando con la profesion.» Pero no eran solamente las personas iliteratas las que hablaban en los términos que acaba de verse, pues sir William Williams, uno de los jurisconsultos más distinguidos y ménos escrupulosos de aquel tiempo, era de idéntico parecer, y dijo que si no vaciló en perseguir á los obispos fué porque les habian proveido de letrado; pero que, cuando se negaba este auxilio á los presos y encausados, los jurisconsultos de la corona tenian el deber ineludible de obrar conforme á su criterio, infringiendo la ley si descuidaban su cumplimiento ó faltaban á él. Mas, no hemos menester aducir testimonios y autoridades, porque cuantos conocen los tribunales ingleses saben que los abogados proceden libremente cuando se trata de asuntos criminales. Ni tampoco podria ser de otra manera, pues de lo contrario se hubiera hecho la clase más odiosa que la de los asesinos que antiguamente se alquilaban en Italia para ejercer venganzasajenas.

Bacon ejerció su ministerio contra un hombre que se habia hecho culpado de gravísimo delito; pero que fué tambien su amigo y bienhechor, y no satisfecho aún con esto, hizo lo que acaso no hubiera tenido ánimo de ejecutar quien ni de vista conociese á Essex, empleando toda su habilidad y pericia de letrado á fin de presentar la conducta del Conde bajo aspecto más peligroso é inexcusable de lo que realmente fué. A lo más que le obligaban los deberes de su profesion, en todo caso, era á dirigir la causa de tal modo y con tan estricta imparcialidad, que las prescripciones de la ley se cumplieran puntualmente; pero ni tampoco podia parecer dudoso á nadie, y ménos á un hombre del foro, dadas las circunstancias del suceso, que fuera menester esta vigilancia para llegar á la sentencia condenatoria del Conde, pues el crimen cometido, por su naturaleza y por las circunstancias que lo rodearon, era tal que no habia necesidad de recursos ni estratagemas para prevenir el ánimo de los jueces.

Siendo así, como lo era en efecto, ¿por qué apeló Bacon á ciertos argumentos que, sin añadir un ápice á la gravedad de la causa bajo el punto de vista legal, iban enderezados ciertamente á empeorar el carácter moral de la funesta y loca empresa del Conde y á excitar el temor y el resentimiento en el alma de la única persona que pudiera perdonarlo?

¿Por qué refrescó la memoria del auditorio con el recuerdo de los antiguos tiranos? ¿Por qué negó, en tanto que todo el mundo sabía la verdad de los hechos, que se agitara en la corte poderosa faccioncontra el Conde de mucho tiempo atras, y que sus propósitos fueran otros que arruinarlo y perderlo?

¿Por qué insistió en el paralelo que hizo entre el de Essex y el más perverso y venturoso culpado de su siglo? ¿Acaso exigian los deberes de su posicion de una manera imprescindible y absoluta que recordase á una princesa tan celosa de su autoridad como era Isabel, la liga, las barricadas y todas las humillaciones que habia impuesto á Enrique III un vasallo poderoso?

Pero, áun admitiendo la disculpa que aduce Mr. Montagu en favor de lo hecho por Bacon, como letrado, ¿qué diremos de La exposicion verdadera de las conjuras y traiciones intentadas y cometidas por el conde de Essex? Porque, fuerza será convenir que en este caso concreto no puede justificarse con los deberes de su ministerio, y que hasta los mismos que suponen y creen que á cambio de la paga tienen los letrados el deber de mandar al patíbulo á sus bienhechores, no serán osados á decir que asimismo cumplen su obligacion escribiendo contra ellos libelos infamatorios cuando han pasado ya de esta vida. Bien sabemos que Bacon se justificaba diciendo que no era responsable del fondo sino de la forma del libro; pero, ¿por qué puso su pluma siquiera al servicio de los enemigos del Conde? ¿Acaso no se hubiera encontrado fácilmente un escritor de alquiler, sin decoro y sin vergüenza, que tomara sobre si la empresa infame de recargar el cuadro de los errores, que tan cruenta expiacion tuvieron, de aquel espiritu noble y generoso? ¿Acaso debia Bacon prostituir de tal modo su inteligencia? Miéntras redondeaba un período y limaba una frase dictada de la envidia de los Cecil, ó mientras daba forma plausible á una calumnia forjada de la malicia de Cobham, no advertia que así ultrajaba el honor de su amigo como el propio? ¿No alcanzaba que, degradándose por tal manera, envilecia la literatura, la eio cuencia y la filosofia juntamente?

La verdadera explicacion de todo es para nosotros muy clara, y nos la da el bajo nivel de las cualidades morales de Bacon. No diremos, sin embargo, que fuera malo en el sentido de inhumano y de servil, porque ni sintió jamás orgullo de su engrandecimiento político ni del más elevado que le valió su inmensa inteligencia, ni trató á nadie con malicia y modos insolentes, ni otro dió mayores muestras de cordura, ni fué más diestro en hallar «la palabra tranquila y serena que calma la cólera,» ni tampoco ninguno cuyo testimonio valiese algo lo acusó nunca de costumbres licenciosas; que su carácter igual, su cortesía y la seriedad de su porte influian y predisponian en favor suyo á cuantos lo veian en ciertas situaciones de la vida en las cuales no se hallaran expuestos á pruebas muy peligrosas sus principios, pues sus defectos no fueron otros sino la bajeza de alma y la frialdad de corazon. Bacon no experimentó nunca grandes y profundos afectos, ni se expuso á peligros de cuenta, ni consumó sacrificios importantes por imposibilidad moral, á lo que parece, y sus deseos y aspiraciones sa inclinaron siempre hácia cosas de órden secundario. La riqueza, las precedencias, los títulos, los honores, la pompa, las insignias, la corona de lord, los palacios, los jardines magníficos, las granjas, las vajillas de plata y los muebles lujosos tuvieron para él tanto atractivo como para los cortesanos que se prosternaban á las plantas de Isabel, y que á seguida escribian á la Reina de Escocia malas nuevas de la salud de su hermana la de Inglaterra. En efecto, por estas causas y no por otras se habia Bacon arrastrado por el suelo, y soportádolo todo; por esto pretendia de la manera más humilde, y al verse injusta y groseramente desahu ciado, dió gracias á quien lo despreció y comenzó de nuevo á pretender; por eso, viendo que sus impulsos de independencia parlamentaria disgustaban á la reina, mordió el polvo delante de ella, implorando su perdon de tal modo, que más habria convenido su actitud y sus palabras á un ladron cogido infraganti, que no á un diputado de las Cámaras inglesas, y por eso se hizo amigo del de Essex y lo abandonó despues, y abogó su causa mientras creyó que por ese medio podia servir sus particulares y personales conveniencias: más aun, como tenía buen corazon, aunque frio, defendió y sostuvo al Conde en tanto que le pareció no arriesgar nadacon su conducta; pero al serle ya evidente que se despeñaba el de Essex, comenzó Bacon á temblar por su propiá suerte, y no porque la ocasion fuese de peligro para un hombre de carácter noble y elevado, pues ni siquiera exponia en ella la vida ni la libertad, sino el favor de la reina, que temia perder, y ver cortada su carrera de ambicion é interrumpida para siempre acaso su Instauratio Magna. Y como Isabel lo trataba con frialdad y los cortesanos comenzaban á mirarlo de reojo, determinó de cambiar de línea de conducta y de obrar vigorosamente para desquitarse de lo perdido, y poniéndose enfrente de su amigo, tanto más resueltamente cuanto más sospechoso se habia hecho, y dando mayores muestras de celo en aquel trance de las que hubieran sido necesarias ó legítimas tratándose de perseguir á persona desconocida, empleó su talento de jurisconsulto en llevar al cadalso al Conde, y su talento de escritor en tiznar su memoria.

La conducta de Bacon excitó en aquel tiempo grande y universal reprobacion; pero nadie fué osado en vida de Isabel á expresar en voz alta su parecer acerca de ella. Todo hacía presentir por entónces importantísimo cambio en la marcha política del país; porque desde hacía largos años la salud de la Reina decaia visiblemente, y aún más los últimos meses por efecto de afecciones morales muy dolorosas que unian su estrago á los naturales efectos de la edad y las enfermedades. Mas, áun cuando han atribuido por regla general los historiadores la negra melancolía de los postreros años de su vida á las tristes memorias que dejó en su corazon enamorado de Essex el recuerdo de su fin desastroso, ántes nos hallamos dispuestos á suponer que su abatimiento y tristeza eran producidos en parte por las causas físicas, y en parte tambien por la conducta de sus cortesanos y ministros. Los cuales, si hacian todo lo posible por ocultarle sus intrigas con la corte de Escocia, no se daban tan buena traza que las velaran á su penetrante sagacidad, y por tal modo, si no adivinaba el pormenor de la trama, la presentia en conjunto, sabiendo que la rodeaban hombres impacientes ya por ver los nuevos horizontes que abriria con su muerte; hombres que nunca sintieron por ella verdadero afecto, y cuyos intereses y conveniencias estaban tan poco acordes con los suyos, que ni lo parecian. Y como ni el abatimiento propio ni la lisonja extraña eran eficaces á ocultarle la desconsoladora realidad de las cosas, y viera que ya los mismos á quienes tanto habia colmado de favores y mercedes, sin ganar su afecto, comenzaban á dar muestras de no temerla siquiera, no pudiendo vengarse, ni consintiéndole su orgullo proferir quejas, se dejó llevar de la fuerza del dolor y de la pena, y de esta suerte, de amargura en congoja, tras larga, poderosa, próspera y gloriosisima carrera, acabó la vida, muriendo de tedio y de laxitud.

Jacobo I subió al trono entónces, y Bacon empleó toda su habilidad en ganar el favor del nuevo dueño. La empresa no era difícil; porque si, como hombre y como príncipe, Jacobo tenía muy grandes defectos, no era insensible á la natural influencia del talento. En realidad, habia dos naturalezas en él, ó, mejor dicho, dos hombres: uno, ingenioso por extremo, instruido, erudito, que peroraba, escribia y disputaba; y otro, insulso, nervioso y caduco, que reinaba. Si hubiera sido canónigo del cabildo de Christ—Church, ó prebendado de Westminster, es casi seguro que hubiera dejado á la posteridad un nombre ilustre y distinguido entre los traductores de la Biblia y los teólogos que asistieron al Sínodo de Dordrecht, y que los literatos lo hubieran reputado por digno émulo de Vossio y de Casaubon.

Pero plugo á su destino asentarlo en un trono, y allí su debilidad lo deshonró, sin que su ciencia le fuera provechosa; que si en el cláustro universitario acaso se hubieran perdonado sus excentricidades y naderías en gracia de su saber, en el palacio de los reyes y bajo el solio la ciencia no le sirvió sino para darle fama de pedante y acreditarlo de necio.

Bacon fué bien recibido en la corte; pero no obstante, se apercibió en breve de que la muerte de la Reina no habia influido mucho en su medro personal. Porque, como deseara recibir la investidura de caballero por dos razones á cual más singular, siendo la primera que S. M. habia dado el espaldarazo á la mitad de los vecinos de Lóndres, y él era el único que sin ostentar títulos nobiliarios tomaba asientos á la mesa de Gray's Inn, lo cual lo contrariaba, y la segunda, que habia encontrado (son sus propias palabras) «una jóven muy de su gusto para casarse con ella, hija de un concejal,» necesitaba de toda necesidad ser armado caballero para no desdecir en ningun caso ni de los compañeros que ya tenía, ni de la compañera que pretendia. Fundándose, pues, en razones tan especiosas, acudió a su primo Roberto Cecil, rogándole que interpusiera su mediacion en favor suyo, «si gustaba de hacerle merced en esto.» Roberto vino en ello, y á poco tuvo Bacon en la jerarquía nobiliaria inglesa el rango solicitado, distincion que mereció juntamente con otros trescientos que se hallaban en su caso, menesterosos de ingresar en la órden de caballería. Bien será deeir á seguida que la hermosa hija del concejal Barnham consintió en ser su esposa poco despues de cumplido este requisito.

Todo bien considerado, fué provechosa la muerte de Isabel al adelanto y prosperidad de Bacon; mas no tanto que bajo cierto aspecto no pusiera en peligro una cosa y otra. Porque Jacobo, que habia tenido siempre grandes simpatías hácia el conde de Essex, no bien hubo ascendido al trono de Inglaterra comenzó á dar muestras de su afecto á su familia y á cuantos le permanecieron fieles el dia de la desgracia. Todo el mundo podia departir con entera libertad en órden á los lamentables sucesos en los cuales representó tan principal papel nuestro Bacon, y estas corrientes de la opinion pública empezaron á ser perceptibles desde que hubo muerto Isabel, manifestándose más principalmente con muestras de respeto y de afecto hacia la persona de lord Southampton. Pues, como este magnate, á quien honrarán los siglos venideros por haber sido discreto y generoso protector de Shakspeare, fuera popular más principalmente aquel entónces á causa de su amistad con el de Essex y de la sentencia que le fué impuesta de morir con él, como cómplice y compañero suyo, sentencia que Isabel conmutó en la pena inmediata; no bien hubo pasado de esta vida la Reina, una multitud de personas amigaspresintiendo su próxima libertad, acudió presurosa para felicitarlo á la torre de Lóndres. Bacon quiso ir tambien; pero no se atrevió. La voz del pueblo lo condenaba; y como su propia conciencia le decia que la multitud obraba en justicia, escribió entónces á lord Southampton una carta excusándose, y concebida en términos que podrian estimarse de vergonzoso servilismo si Bacon hubiera procedido, segun el parecer de Mr. Montagu, no más que como subdito y letrado, pues confiesa que teme ofender con su visita al amigo de Essex, y de ver puestas en duda por él sus protestas de respeto y consideracion á su persona. «Sin embargo, añade, Dios me es testigo de que la gran mudanza sobrevenida no ha producido en mi otra, respecto de Vuestra Señoría que la de poder ser impunemente por ella lo mismo que antes verdaderamente.» No sabemos cómo recibiria lord Southampton las excusas de Bacon; pero es lo cierto que la opinion pública se declaró contra éi de una manera tan airada, que poco despues de su casamiento creyó necesario publicar una apologia de su conducta pasada en forma de carta al conde de Devon; papel que sólo sirvió á demostrar cuán mala era la causa que tanto talento como el suyo no podia mejorar siquiera, ya que no hacer buena.

Parece ser que la defensa de Bacon no hizo mucho efecto en sus contemporáneos; en cuanto á la impresion desfavorable que habia producido su conducta con el de Essex, fué desvaneciéndose de una manera lenta y gradual. A decir verdad, era necesario razones poderosísimas para que la opinon pública no volviese á su gracia persona como él, á 'quien si su mérito indiscutible amparaba de menosprecio, su carácter y modales preservaban de odiosidad: que no hay acto alguno, por reprobado que sea, que no haga alvidar un hombre de talento, en quien se ofrecen unidos habilidad, prudencia, paciencia y afabilidad; que sacrifica diariamente á Némesis, y es amable compañero, amigo servicial, aunque frio, y adversario temible y peligroso, aunque fácil de calmar. Waller fué, andando el tiempo, ejemplo singularísimo de esta verdad, porque tuvo muchos más puntos de semejanza con Bacon de lo que pudiera creerse á primera vista; y si bien no pretendia ciertamente poseer las cualidades intelectuales tan superiores del gran filósofo inglés, y ménos aún su claro ingenio, por siempre memorable y famoso en los fastos de la ciencia, con ser más limitado su talento fué de igual naturaleza, y, por decirlo así, estuvo modelado en el suyo. No es posible compararlos en aquello que concierne á las circunstancias que hacen de un hombre objeto de veneracion y de interes para la posteridad; pero en lo tocante á las dotes que recomiendan á quienes tienen la dicha de poseerlas á las consideraciones y deferencias de sus contemporáneos, puédese decir que la semejanza entre ambos era extraordinaria. Porque como caballeros, como cortesanos, como políticos, como amigos y aliados y como adversarios reunian con poca diferencia iguales merecimientos y defectos; mas si no eran malos, ni tampoco propensos á la tiranía, faltábales calor en el corazon y carecian por completo de grandeza de alma, pues así para el uno como para el otro, habia cosas más amables que la virtud y más temibles que el crímen. Y no obstante, continuó el público mostrándose con ellos por tal manera deferente, que no es fácil determinar la indole de aquel afecto, ni áun en los momentos mismos en que ambos se rebajaron á cometer ciertos actos cuya relacion es imposible leer en las historias escritas de sus mayores parciales sin experimentar impulsos de cólera y desprecio. La hipérbole aquella de Julieta cuando dijo que «la vergüenza sentia rubor de aparecer en sus rostros,» se cumplia en ellos, y todos se apresuraban á encubrir sus criminales errores, cual si fueran cómplices de sus culpas. Clarendon, que aborrecia personalmente á Waller, y no sin causa, tratando de él, se expresa como sigue: «Para encarecer el mérito y la claridad de su ingenio, y la gracia de su conversacion, bastará decir que servian á disimular una multitud de gravísi mos defectos, de tal modo que no lo parecian. Empero si su natural era malo y abyecto con exceso, y despreciable, y sin resolucion para realizar acciones virtuosas, siendo servil é insinuante hasta el extremo de satisfacer cumplidamente á los más vanidosos... su porte y sus modales lo reconciliaron con aquellos mismos á quienes más habia ofendido, y fueron eficaces á crearle amistades entre sus mayores adversarios, y á excitar conmiseracion y lástima por sus defectos en los demas.» Casi todo esto, con muy ligeras modificaciones, puede aplicarse á Bacon. Pero si la influencia de los modales y de las facultades intelectuales de Waller acabó con él, y la sociedad ha pronunciado despues sobre su carácter fallo inapelable, sin dejarse influir en modo alguno de sus versos escritos en fácil y ameno estilo, la influencia de Bacon se hará sentir largo tiempo aún sobre todo el mundo civilizado, pudiendo decirse que si los contemporáneos lo trataron con indulgencia, la posteridad se muestra más benévola todavía respecto de él; y como de cualquier lado que volvamos los ojos vemos ostentarse los trofeos de su ingenio extraordinario y de su gloria, lo juzgamos cual podríamos hacerlo con Manlio, no atendiendo sino á su empresa del Capitolio.

Pasados los primeros momentos de duda y de vacilacion, el favor de nuestro Francisco Bacon comenzó a crecer y á subir rápidamente bajo el reinado de Jacobo I. En 1604 quedó nombrado jurisconsulto de la Corona (King's Counsel) con cuarenta libras esterlinas de haber anual, á las cuales se añadieron despues sesenta más de pension vitalicia; en 1607 recibió el titulo de Solicitor general, y enel de Attorney general, sin que por eso abandonara las tareas parlamentarias, pues logró distinguirse mucho en la Cámara por los esfuerzos que hizo en pro de una medida, digna de las mayores alabanzas, que tenía gran empeño el Rey en ver adoptada, cual fué la union de Inglaterra y Escocia, y dicho se está que un ingenio tan claro como el de Bacon halló fácilmente argumentos irresistibles en favor de la causa propuesta. Demas de esto dirigió con singular habilidad el gran proceso de los Post Nati, seguido ante el tribunal de Real Hacienda, y mereció que se atribuyera en gran parte á su pericia el fallo de los jueces; fallo cuya legalidad acaso sea lícito poner en duda, sin negar sus felices resultados. Pero, áun cuando desplegaba grande actividad en la Cámara de los Comunes y en los tribunales de justicia, no le impedia esto consagrarse á las letras y á la filosofía, como lo acredita su Tratado sobre el progreso de las ciencias (1), que vió la luz pública en 1695, y que luégo pareció con grandes ampliaciones bajo el titulo de De Augmen tis. La sabiduria de los antiguos (2), obra que á ser producida de otro ingenio se habria reputado por maravilla de saber, pero que siéndolo de Bacon aumentaba poco el brillo de su gloria, se dió á la estampa en 1609. El Novum Organum avanzaba lentamente mientras tanto, mereciendo buen acogimiento de algunos sabios y eruditos que tuvieron la dicha de ver apuntes y fragmentos de obra tan extraordinaria, y que sin convenir en general con su autor, ni admitir la exactitud de sus apreciaciones como artículo de fe, hablaban de su talento con muestras de respeto y admiracion. Figuraba en primera línea, entre los que más alabanzas rendian á Bacon, sir Tomas Bodley, fundador de una de las mejores bibliotecas inglesas, el cual, aunque afiliado á la secta más intransigente de los conservadores, y persuadido de que las esperanzas del filósofo en los futuros destinos de la raza humana eran quiméricas, y receloso de las tendencias innovadoras manifestadas por los nuevos cismáticos en la ciencia, cuando hubo leido los Cogitata et Visa, una de (1) Advancement of Learning.

(2) Wisdom of the Ancients.

las más preciosas hojas sueltas que formaron despues el gran libro de los oráculos, reconocia que «en estas materias y en las proposiciones y designios del libro, Bacon se mostró consumado maestro, pareciéndole innegable que todo el tratado se hallaba lleno de pensamientos originalísimos en órden al estado de la ciencia, y de consideraciones muy exactas acerca de los medios de adquirirla.» Enpublicó Bacon nueva edicion de los Ensayos, aumentada de trabajos que superaban en cantidad y calidad la coleccion original. Pero tantas ocupaciones y tan diferentes no apartaron su atencion de la obra más dificil, gloriosa y útil que pudiera realizar su ingenio peregrino, cual fué la «ordenacion y resúmen,» segun sus propias palabras, ««de las leyes de Inglaterra.» Desgraciadamente, á la sazon empleaba su talento en corromper esas mismas leyes y hacerlas servir á los más viles designios de la tiranía. Porque cuando compareció ante la Cámara Estrellada Oliver SaintJohn, acusado de haber dicho que no tenía el Monarca facultades para imponer ciertos tributos especiales llamados benevolences (1), valiéndole su conducta constitucional y atrevida ser condenado á permanecer en la cárcel hasta que S. M. fuera servido de perdonarlo, demas de una multa de cinco mil libras esterlinas, Bacon sostuvo la acusacion.

Por aquel tiempo hizo más, tomando parte activa en negocio de peor indole; pues como un pastor anglicano, de nombre Pescham, fuese acusado de traicion con motivo de unos apuntes para cierta (1) Dábaseles este nombre para indicar con él que el tributo impuesto era donativo gracioso y voluntario.N. del T.

plática que se hallaron en su poder, por más que nunca la hubiera predicado, ni resultara que tuviese tal propósito, razon por la cual los abogados más serviles de aquel tiempo de servilismo hubieron de admitir que ofrecia el caso, en estricto derecho, las mayores dificultades, Bacon recibió encargo de allanarlas con el de persuadir á los jueces en órden á los hechos para que sometieran al reo á la cuestion de tormento.

Tres de los ministros del Supremo Tribunal de Justicia (Court of King's Bench) se mostraron propicios á los tratos propuestos; pero Coke no era de la misma estofa, porque pedante, hipócrita y grosero como era, poseia cualidades muy parecidas á ciertas grandes virtudes que á las veces suelen adornar á los hombres públicos. Era Coke una excepcion de la máxima que dice que quien huella á los débiles fácilmente se deja hollar de los poderosos, y si trataba con grosera brutalidad á sus inferiores y con crueldad inaudita á los reos cuya vida estaba pendiente de un hilo, sabía resistir animosamente al Rey y á sus favoritos. Ninguno parecia entónces más odioso, tratándose de aquellos que no le igualaban por lo ménos en categoría ó cuando estaba equivocado; pero tampoco ninguno se ofrecia bajo aspecto más favorable cuando se oponia resueltamente á los superiores ó tenía razon, pues entonces su mal reprimida insolencia y su tenacidad tenian algo de respetable y de interesante comparadas con el abyecto servilismo de jueces y magistrados. En el negocio de Peacham se mostró Coke intratable, y empezó por declarar que le parecia de parte de los jueces nueva y desusada costumbre la de celebrar conferencias con los letrados de la Corona en órden á cosas que debian someterse á su fallo. Pero si durante algun tiempo permaneció fiel á su consigna con plausible perseverancia, Bacon pudo escribir al Rey, diciéndole «que no habia perdido la esperanza de ver á Coke seguir la senda de los demas cuando le hubiera dejado entrever la soledad en que á la postre se quedaria;» como, en efecto, así sucedió, pues de allí á poco su habilidad ya proverbial venció de la resistencia del magistrado, que se dejó arrastrar de la corriente de sus colegas. Sin embargo, como para condenar á Peacham se hacía necesario hallar, no solamente leyessino hechos, y nada fuera más eficaz en este caso que la tortura, se hizo así con el desgraciado anciano, interrogándolo Bacon mientras estaba en el suplicio. Empero la prueba no dió el resultado apetecido, y Peacham permaneció silencioso sin proferir una palabra que lo comprometiera; razon por la cual nuestro filósofo hubo de escribir á S. M. lamentándose del fracaso y atribuyéndoio á la circunstancia singularísima de hallarse poseido el pastor de un «espiritu mudo.» No por eso se le absolvió, sino que lo condenaron los jueces; mas como fueran tan injustificados los hechos aducidos, no se atrevió el Gobierno á mandar cumplir la sentencia, y Peacham pasó el resto de sus dias en la cárcel.

Mr. Montagu refiere lealmente toda esta historia en su horrible desnudez, sin velar ni desfigurar el menor de sus detalles, pero sin hallar nada digno de censura en la conducta de Bacon, pareciéndole sólo que no debe de juzgarse á los hombres de una época segun las pragmáticas de otra, y que ni es posible reputar de malhechor á sir Mateo Hale por haber dejado morir á manos del verdugo á una mujer acusada de brujería, ni tampoco será lícito á la posteridad condenar á los jueces contemporáneos nuestros, porque segun la costumbre ya establecida, siquiera sea mala, venden los oficios en sus tribunales. Bacon es, pues, á sus ojos, merecedor de análoga indulgencia, «toda vez que perseguir á un hombre, dice, partidario de la verdad, sólo porque se opuso á las prácticas establecidas, y condenarlo en los siglos posteriores, porque su oposicion no fué muy enérgica, son errores que no desaparecerán sino cuando los individuos que carecen de merecimientos, renuncien á encumbrarse rebajando la importancia de quienes los poseen.» No es nuestro ánimo discutir la proposicion de Mr. Montagu; nada ménos que eso, y asentimos á ella; pero en lo que no estamos conformes ni podemos estarlo es en aplicarla precisamente al caso de que se trata. ¿Es por ventura cierto que allá en tiempos del rey Jacobo I acostumbraran los letrados de la Corona á celebrar conferencias particulares con los jueces sobre negocios graves que hubieran de someterse á su fallo? No, en verdad; y en la misma página en la cual afirma Mr. Montagu que «á la sazon apénas parecia mal influir el ánimo de los jueces fuera del pretorio,» nos cita las propias palabras de sir Eduardo Coke sobre la materia, que dicen así: «No expondré, pues, cuál pueda ser mi juicio en una de esas confesiones auriculares tan nueva y perniciosamente practicadas, como desconformes á las costumbres del reino.» ¿Es posible suponer que Coke, al cabo de trece años de fiscal del Tribunal Supremo, de haber dirigido mayor número de causas políticas importantes que ningun otro letrado de Inglaterra, y de pasar despues á ocupar el primer asiento á la primera Chancillería criminal del Reino, se sorprendiera de que lo citaran para celebrar conferencias con los consejeros judiciales de la Corona, y hubiera calificado la práctica de novísima, á existir realmente? Bien sabemos que á la sazon, cuando se trataba de asuntos relativos á la propiedad, tenian los jueces la censurable costumbre de dar oidos á las pretensiones de los particulares; pero en cuanto á los que se relacionaban con la libertad ó la vida de los ciudadanos, estamos persuadidos de que no acontecia de igual modo, y tenemos este convencimiento, primero porque Coke, profundo conocedor en la materia y más que otro alguno de su época, lo afirma, y además porque ni Bacon ni Mr. Montagu aducen un sólo precedente.

El hecho es que Bacon no se avenia con las prácticas establecidas, y que, no siendo el último partidario siquiera de los antiguos abusos, lo cual, con ser vergonzoso tratándose de él, habria sido muy honrado en comparacion de lo que hizo, trató de introducir en los tribunales de Justicia un abuso infame y sin precedentes en la historia de la magistratura. Pero si Bacon reunió más condiciones por su talento que ningun otro jurisconsulto de cuantos ha producido la Inglaterra para consagrarse á la reforma de las leyes de su patria, bien será decir, en honor de la verdad, que ninguno tampoco escrupulizó ménos en emplear sus grandes facultades para introducir en esas mismas instituciones corrupcion nueva y odiosisima.

Casi lo propio podemos decir de la tortura dada á Peacham. Porque si fuera cierto que bajo el reinado de Jacobo I se hubiese reconocido generalmente la necesidad de aplicar el tormento á los prisioneros, hallariamos en esto una disculpa que atenuara en cierto modo su conducta, áun cuando nos parezca ménos admisible invocar la excusa en favor de Bacon que de cualquiera otro jurisconsulto ó político; pero es indudable que la mayor parte de los letrados reputaban entónces por ilegal y arbitrario el tormento de los reos y que la masa del pueblo detestaba tan bárbara costumbre. Más de treinta años ántes del proceso de Peacham, condenó la opinion pública tan resueltamente la práctica del tormento, que ord Burieigh estimó necesario publicar su apologia despues de haber recurrido á ella várias veces; pero á pesar de que los peligros que amenazaban por entónces al Gobierno fueran de indole diferente de los que podian causar los escritos de Peacham; á pesar de que la vida de la Reina y los más preciados intereses del Estado se hallaran en peligro; á pesar de que las circunstancias fueran eficaces á persuadir de que todas las leyes debian ceder á la necesidad más importante, cual es la del órden público, no satisfizo á nadie la defensa del tormento, creyendo desde luégo la Reina, en vista del estado de la opinion, que debia proscribirlo en Inglaterra por completo. A contar de aquel dia, la práctica ilegal é impopular siempre de la tortura cayó en completo desuso, y sabido es que por los años de 1628, catorce solamente despues de haber aplicado este suplicio á Peacham en la Torre de Lóndres, á presencia de Bacon, manifestaron los jueces que no podia legalmente llevarse al potro á Felton, áun siendo criminal de los que ni merecen ni pueden esperar gracia. Bacon, pues, se halla en caso muy diverso del en que trata de colocarlo Mr. Montagu, porque aparece rezagado entre los hombres de su siglo al ser uno de los últimos instrumentos gubernamentales que persistieron en la práctica más bárbara y absurda que haya podido deshonrar la jurisprudencia; práctica que avergonzó años atras á Isabel y sus ministros, y que años despues ningun letrado, por perverso que fuera, tuvo valor ó audacia bastante para defender (1).

Pero se dirá: Bacon rezagado? ¿Más retrógado que sir Eduardo Coke? ¿Asirse Bacon de las prácticas añejas y desacreditadas? ¿Bacon adversario del progreso? ¿Esforzarse Bacon en hacer retrogadar el humano espiritu? Palabras son estas por extremo extrañas y que se antojaran tal vez contradictorias; pero el hecho es cierto, y los que no están ciegos de preocupacion fácilmente podrán explicárselas.

Porque si Mr. Montagu no alcanza ni se explica que un hombre tan extraordinario como Bacon haya cometido malas acciones, leyendo la historia se advierte que toda ella rebosa de las iniquidades de los hombres extraordinarios; que todos los grandes impostores, y los más renombrados enemigos de la especie humana, y los fundadores de gobiernos arbitrarios y de falsas religiones fueron hombres extraordinarios, y que las nueve décimas partes de las calamidades sobrevenidas á la humanidad no han sido sino producto de la fusion de inteligencias superiores y de bajas pasiones.

Bien lo sabía Bacon cuando decia que hay perso(1) Despues de haber escrito las líneas que preceden.

Mr. Jardine ha publicado un libro lleno de sabiduría en órden al uso de la tortura en Inglaterra.

No es posible discutir en una nota el problema planteado por el autor en el cuerpo de su obra; pero si diremos de paso que para demostrar la legalidad de las benevolences, del impuesto de los barcos, de la patente de Mompesson y de la prision de Eliot; en una palabra, de todos los abusos que condena la Peticion y la Declaracion de derechos, podria invocarse todos los argumentos merced á los cuales trata de probar que la práctica del tormento era en lo antiguo ejercicio legitimo de la prerogativa régia.—Nota de la Tauchnitz Edition of British Authors, vol. 187. CRITICAL AND HISTORICAL ESSAYS BY MACAULAY. vol. III, pág. 54.

nas scientia tanquam angeli alati, cupiditatibus vero tanquam serpentes qui humi reptant (1), y no habia menester ciertamente de su admirable sagacidad y de sus profundos estudios acerca de la naturaleza humana para descubrir lo que con observar y conocer su propio corazon le bastaba; porque la diferencia entre el ángel que remonta su vuelo al espacio infinito, y la culebra que se arrastra, son imágenes que le convienen y sirven á demostrar la diferencia que al juzgarlo resulta entre Bacon filósofo y Bacon fiscal, entre el Bacon que buscaba la verdad, y el Bacon que buscaba los sellos de Canciller. Por esa causa, los que sólo estudian á medias el carácter de Bacon, así pueden hablar de él con admiracion como con desprecio ilimitado; siendo necesario de consiguiente, para juzgarlo de una manera equitativa, comprender y abarcar á un tiempo mismo á Bacon en la especulacion y en la accion, en la teoría y en la práctica. Sólo así se comprende sin dificultad cómo el mismo individuo pudo hallarse rezagado y adelantado á su siglo, y cómɔ fué al propio tiempo el más atrevido y útil de los innovadores y el paladin más resuelto de los mayores, más odiosos é inveterados abusos. En su estudio, inspiraba y dirigia sus extraordinarias facultades en las más legítimas y honradas ambiciones, ilustrada filantropía y sincero amor de la verdad, sin que pudiera ninguna tentacion apartarlo del camino recto; como que ni Santo Tomás de Aquino pagaba honorarios, ni Duns Scot conferia dignidades de Par. Pero muy luégo se trocaba el gran filósofo cuando salia del gabinete y del laboratorio para mezclarse á la multitud que poblaba las galerías de Whitehall, porque si no habia (1) De Augmentis, lib. v, cap. 1.

en toda ella hombre más apropiado que lo era Bacon á prestar grandes y duraderos servicios á la humanidad, tampoco hubo corazon más avaro de cosas que ningun hombre debe reputar por necesarias á su felicidad, y que las más veces no pueden adquirirse sino sacrificando á ellas la integridad y la honra; ni pudo ninguno mejor que Bacon ser guia de la raza humana en la senda del progreso, ni fundar como él sobre las ruinas de las antiguas dinastías intelectuales un imperio más próspero y duradero, ni hacerse más digno del respeto de las generaciones por venir que habrian honrado en él al más ilustre bienhechor de la humanidad; pero todo esto, con ser mucho, fué nada para Bacon mientras tuvo delante letrados en el banco de los jueces; mientras que toscos hidalgos lugareños, merced á ejecutorias compradas, le precedieron en las recepciones palaciegas; mientras que cortesanos casados con mujeres hermosas, y acaso por este sólo merecimiento, eran mejor acogidos en Buckingham—House, que no él con todo el caudal de su ciencia, ó miéntras un bufon iniciado en los escándolos de la corte le aventajaba en el modo de hacer reir más tiempo á la majestad del rey Jacobo I.

Durante largo número de años se vió satisfecha en sus deseos la despreciable ambicion de Bacon, y al cabo de ellos su sagacidad le hizo presentir el hombre que se hallaba destinado á ocupar el puesto más principal en el reino despues del soberano, leyendo acaso en la mente de Jacobo ántes que pudiera leer él mismo. Esta fué la causa de su amistad con Villiers, cuyo familiar se hizo, mientras la muchedumbre ménos perspicaz de los cortesanos proseguia deshaciéndose á reverencias y cortesías delante de Somerset. Mas áun cuando la influencia del jóven privado iba en progresion constante, la lucha entre los rivales habria podido durar mucho tiempo todavía, de no sobrevenir un suceso medroso y criminal que á despecho de los mayores esfuerzos é investigaciones de la historia permanece todavía envuelto en el más impenetrable misterio (1). Con esto la caida de Somerset fué instantánea y tan repentina como era lenta, gradual é imperceptible la pérdida de su favor en la pendencia empeñada con Villiers, el cual una vez desembarazado y libre de su contrario tardó poco en alcanzar un grado de poder tan alto que ningun súbdito habia logrado hasta entónces desde los dias de Wolsey.

Habia muchos puntos de semejanza entre los dos célebres cortesanos que patrocinaron en épocas diferentes á nuestro Francisco Bacon, siendo muy difícil decir cuál de ellos poseia en grado superior el porte y los modales que tanto se aprecian de todos en la vida palaciega; pero no así que Villiers como Essex fueran bizarros por temperamento, y del propio modo que la mayor parte de los hombres que son bizarros por temperamento, francos entrambos y abiertos. Uno y otro eran asimismo audaces y obstinados, y aunque carecian de las dotes y del saber que son necesarios á los hombres de Estado, aspiraban al Gobierno de la nacion, cifrando su esperanza de obtenerlo en las maneras distinguidas (1) El autor alude con esto al crimen imputado á Somerset de haber hecho dar veneno al poeta Overbury, su amigo, en venganza de la oposicion que mostró siempre al casamiento del jóven favorito con la condesa de Essex, que se habia separado de su marido. Somerset salvó la vida; pero la acusacion, el proceso y el alejamiento en que des pues hubo de vivir de su patria fueron el martirio de su existencia.—N. del T.

que les habian valido triunfos en justas y en saraos, y debiendo Essex y Villiers su encumbramiento al afecto personal del soberano; afecto que, así en uno como en otro caso, fué de índole tan extraña que puso en grande perplegidad á los contemporáneos y posteriores cronistas para definirlo, y dió motivo á especies tan escandalosas, que antes nos inclinamos á suponerlas destituidas de fundamento que no averiguadas. Tanto Essex como Villiers trataron con rudeza insolente casi á los reyes cuyo favor poseyeron; mas si al de Essex perdió su altanería por hacer objeto de ella á una princesa tan altiva como él, y acostumbrada á la mayor sumision y acatamiento durante cerca de medio siglo, no aconteció lo propio con Villiers, por ser inmensa la diferencia de carácter entre la hija de Enrique VIII y su heredero; que Jacobo era timido con extremo, y su temperamento, débil por naturaleza, no habia sido nunca confortado por la reflexion ó la costumbre. Y como, además, hasta el dia de su llegada á Inglaterra no fué su vida sino larga serie de humillaciones y de angustias, nunca púdo darse cuenta exacta de su oficio, siendo en toda ocasion, á vueltas del concepto elevadísimo que tenía del origen y grandeza de sus prerogativas, de sus teorías despóticas y de su título de rey, esclavo hasta la médula de los huesos. Como tal lo trató Villiers, y esta conducta, resultado casual del carácter de su valido, los dió tan buenos cual si fuera obra de un sistema político adoptado despues de maduras y reflexivas deliberaciones. Pero Essex aventajaba con mucho á Villiers, duque de Buckingham, en generosos sentimientos, hidalguía y amistades. A decir verdad, Buckingham no tuvo acaso nunca un solo amigo, excepcion hecha de los dos príncipes, sobre los cuales ejerció sucesivamente tan extraordinario influjo. Essex fué objeto de idolatría para la nacion hasta el último instante de su vida; Buckingham, siempre impopular, excepto, tal vez por un momento, á la vuelta de su pueril é insulsa excursion á España (1): Essex cayó víctima de los rigores del gobierno, llorando todos su muerte, y Buckingham, aborrecido, declarado de una manera solemne por representantes de la nacion enemigo público, asesinado de un hombre del pueblo y sentido sóle de su amo.

El modo como se condujeron los dos favoritos con Bacon fué muy característico, y conviene tratar de él aunque no sea sino para demostrar la exactitud de la máxima tan antigua que dice que más dispuestos nos hallamos generalmente á querer á quien colmamos de favores, que no á quien nos los hace.

Porque Essex abrumó á Bacon bajo el peso de sus beneficios, pareciéndole todos poca cosa, sin que nunca pasara por la mente del rico y poderoso magnate que aquel pobre abogado que trataba con tanta bondad y magnificencia no era su igual; y tan persuadidos estamos de esto, que creemos en la sinceridad de las palabras del Conde cuando decia que sin vacilar hubiera otorgado á Bacon la mano de su propia hija ó de su hermana, si aquél le pidiera una ú otra en matrimonio. Essex se hallaba penetrado de la importancia de su propio mérito; (1) Cuando vino de incógnito á Madrid con el príncipe de Gales para tratar de su casamiento con la señora infanta hija de Felipe IV: negociaciones que fracasaron, aban donando primero la corte el de Buckingham y despues el principe, con tan buen semblante como agraviado en el fondo. Véase Cánovas del Castillo, Bosqueio histórico de la casa de Austria en España.—N. del T.

pero no pareció nunca creer que tuviera título alguno á la gratitud de Bacon, demostrándolo cumplidamente aquel aciago dia en que se vieron por última vez en la barra de la Cámara alta, pues si entónces acusó al antiguo amigo de perfidia, no le recordó los olvidados beneficios que de él habia recibido; que, áun en tan acerbos instantes, con ser más amargos que la muerte, su noble corazon se negó á exhalar tales reproches.

Villiers, por el contrario, debió mucho á Bacon.

Porque, cuando comenzaron sus amistades, sir Francisco era ya hombre de madura edad, ocupaba un puesto muy elevado y tenía hecha su reputacion como político, jurisconsulto y escritor, mientras Villiers casi era un niño y segundon de familia poco renombrada entónces; acababa de entrar en la carrera de los favores y de la privanza, y nadie que no fuera perspicaz observador podia descubrir en él indicios de que se hallara destinado á vencer á sus rivales en la lucha empeñada. En estas circunstancias, pues, el apoyo y los consejos de persona tan acreditada como lo era ciertamente sir Francisco, debieron ser de la mayor importancia para el jóven aventurero; más aunque Villiers le fuera deudor de mucha gratitud, siempre se mostró respecto de él frio y poco delicado, comparando su conducta con la del Conde.

Sin embargo, para ser justos con el nuevo favorito, fuerza será decir que muy luego empleó su valimiento en favor de Bacon, pues en 1616 prestó éste juramento como individuo del consejo privado, y en Marzo de 1617, al retirarse lord Brackley de los negocios, ocupó el puesto de Guarda—sellos (Keeper of the Great Seal).

El 7 de Mayo de aquel año, dia de la inauguracion, se dirigió á Westminster—Hall con gran pompa, llevando á la derecha al lord Tesorero y á la izquierda al lord Canciller del sello privado, y precedido y seguido de larga procesion de estudiantes, ugieres, pares del reino, consejeros y jueces.

Y despues de tomar asiento en medio de todos sus acompañantes, dirigió á la ilustre asamblea un elocuente discurso, con cuyas palabras se demuestra cuán bien comprendia los deberes de la magistratura, que tan mal habia de cumplir despues. A los ojos de la multitud, y acaso tambien á los suyos propios, fué aquel dia el más hermoso de su vida, y acaso por eso no quiso dejarlo pasar sin evocar el recuerdo de las nobles ocupaciones anteriores de su inteligencia y de las que parecia separarse, diciendo así: «Quisiera poder ser libre y no pensar en los negocios de Estado durante las tres largas vacaciones, para entregarme de lleno al estudio, las artes y las ciencias, punto al que me llevan mis naturales inclinaciones.» Los años que Bacon tuvo el Gran sello fueron los más tristes y vergonzosos de la historia de Inglaterra, y de su peor gobierno interior y exterior. Primero se verificó la ejecucion de Raleigh, acto que hubiera podido tal vez defenderse á realizarse de la manera debida; pero cuyos detalles obligan á considerar como cobarde asesinato. A esto sucedieron tristisimos acontecimientos: la guerra de Bohemia, los triunfos de Tilly y de Espinola, la conquista del Palatinado, el destierro del yerno de S. M., la preponderancia de la casa de Austria en el continente, y la religion protestante y las libertades del cuerpo germánico escarnecidas y holladas. Al propio tiempo la política vacilante y limitada de Inglaterra era objeto de mofa para toda Europa. Porque el amor á la paz que profesaba Jacobo, áun llevándolo al extremo y exagerándolo de una manera impolítica, hubiera sido respetable á ser inspirado del afecto á su pueblo; pero es lo cierto que mientras no podia disponer de recursos para defender á los aliados naturales de Inglaterra, echaba mano á los expedientes más arbitrarios y opresivos para dar á Buckingham y á su familia todo cuanto fuera necesario á engrandecerla de tal modo, que merced á ello eclipsara á la más antigua nobleza del reino. Exigíanse sin cesar benevolences, multiplicábanse las patentes de monopolio y se apelaba, siendo aquellos momentos de paz, aunque vergonzosa, á cuantos recursos hubieran podido inventarse para reponer un Tesoro exhausto tras prolongada y ruinosa guerra.

Débense de atribuir más principalmente los males y daños que á la sazon sufria el pueblo inglés á la debilidad del monarca y á la soberbia y ligerezadel favorito; mas no por eso es posible declarar exento de culpa en los vicios de aquella detestable administracion al lord Canciller, pues mucha responsabilidad le toca en ellos, aunque no sea sino por haber refrendado y revestido del Gran Sello miéntras estuvo á su cargo todas las patentes y odiosos privilegios que á la sazon se otorgaron, faltando á sus promesas, y principalmente á las contenidas en el discurso que pronunció al tomar posesion de su oficio. Y como en aquella sazon contrajera el compromiso de cumplir con prudencia y escrupulosidad esta parte de las funciones de su oficio, manifestando que ««se conduciria de modo que todos vieran los móviles de su proceder, inspirado siempre y en todo en los intereses generales y no en las particulares conveniencias,» Mr. Montagu quisiera persuadirnos de que Bacon permaneció fiel á sus promesas, y añade «que no pudo el valimiento del privado vencer la resistencia del lord Canciller cada vez que las obligaciones de hombre público exigian de su parte oposicion á ciertos privilegios y mercedes.» Pero conviene preguntar á este propósito si Mr. Montagu estima las patentes de monopolio por cosa buena, ó si quiere dar á entender que Bacon se opuso á todas las patentes de monopolio que se le presentaron. Porque de todas las expedidas en Inglaterra, la más vergonzosa fué la de la exclusiva para la fabricacion de los encajes de oro y plata en favor de sir Giles Mompesson y de sir Francis Michel, los cuales pasan por haber servido de tipos respectivamente al Overreach, de Massinger, y al Justice—Greedy; monopolio cuyas consecuencias fueron necesariamente ocasionar en perjuicio del público la falsificacion de los metales empleados en la industria privilegiada. Mas, con ser de mucha cuenta el daño, era nada en comparacion de otros que causaban, pues los privilegiados recibian con sus patentes plenipotencias más extensas é ilimitadas que las conferidas á los arrendatarios de contribuciones en los países mal gobernados; y así podian registrar las casas y prender á los comerciantes sospechosos, como emplear su fuerza incontrastable en la realizacion de objetos de indole muy diversa, cual era en venganzas personales y en corromper la virtud de las mujeres. ¿No eran estos casos de los en que debia intervenir el lord Guarda—sellos de su propio movimiento para cumplir la obligacion en que estaba? ¿Lo hizo? Sí, por cierto; mas fué para escribir á S. M. «que habia examinado con detenimiento la utilidad y las ventajas del negocio relativo á los tejidos de plata y oro, que le parecia oportuno regularizarlo, que lo estimaba provechoso á S. M., y que, por consiguiente, sería necesario establecerlo con la premura debida;» todo lo cual queria decir en lenguaje liso y llano que cierta persona muy allegada de los Villiers compartiria con Overreach y Greedy (1) los despojos del pueblo; que así solamente mediaba é intervenia el principal guardador de las leyes cuando pedia el favorito privilegios lucrativos para su familia y sus deudos, y ruinosos y vejatorios para la masa del país. Pero, aún hizo más, porque despues de auxiliar á los pretendientes y de secundarlos en sus planes de monopolio, los auxilió y secundó eficazmente para que los conservaran, reduciendo á prision y poniendo incomunicados á varios que se atrevieron á desobedecer sus tiránicos edictos. Parécenos que basta con lo expuesto para que puedan estimar nuestros lectores si Bacon procedió conforme á sus declaraciones en la cuestion de las patentes, y si merece las alabanzas que le prodiga su biógrafo.

No fué ménos reprensible su conducta como magistrado, pues consintió que Buckingham le dictara muchas sentencias, sabiendo perfectamente que los jueces que dan oidos á las pretensiones de los particulares deshonran la toga, y habiéndolo expuesto así á Villiers (2) con—insistencia marcada poco antes de ser canciller. «No tolereis, dijo al jóven cortesano á manera de provechoso advertimiento, en la carrera que os proponeis seguir, que nadie por ningun concepto ni pretexto influya vuestro ánimo de (1) Overreach y Greedy valen tanto en nuestra lengua como Tramposo y Voraz respectivamente.—N. del T.

(2) Williers y Buckingham son dos nombres de la misma persona: Williers el apellido, y Buckingham uno de sus títulos.—N. del T.

palabra ó por escrito en órden á las causas pendientes de resolucion; y sobre todo no consintais que ningun magnate ni poderoso haga tal cosa, si hallais modo de impedirlo. Porque cuando estas influencias tienen séquito y triunfan de los jueces, entónces la justicia no lo es, sino cosa corrompida; y áun dado caso de que sea el magistrado tan integro y severo cual debe, y que no ceda por nada ni por nadie á la intervencion y valimiento de quien trate de imponérsele, de grado ó por fuerza, basta que se haya manifestado el propósito de persuadirlo para hacer sospechosa de parcialidad la sentencia pronunciada.» Sin embargo de esto, áun no hacía un mes que Bacon ejercia el cargo de lord Guardasellos, cuando ya Buckingham comenzó á intervenir en las causas que se fallaban en la Chancillería, prevaleciendo sus influencias, como no podia ménos de suceder tratándose de ambos personajes.

Las reflexiones que hace Mr. Montagu acerca del pasaje que acabamos de trascribir, son amenas por extremo. «Nadie, dice, sentia más profundamente que Bacon el daño que causaba la intervencion de la Corona y de los hombres de Estado en los negocios judiciales, circunstancia que sube de punto el mérito de la exhortacion á Buckingham, y que áun resalta más por la indiferencia con que fué acogida del valido.» Pero ¿cómo es posible que haga mella un consejo en la persona á quien va dirigido cuando el que lo predica no da ejemplo de su doctrina?

Léjos de nosotros defender á Buckingham; pero ges posible comparar su crimen al de Bacon? Buckingham era jóven, ignorante, ligero, y estaba, demas de esto, aturdido con la rapidez de su encumbramiento y la grandeza de su posicion; y que quisiera servir en ella á su familia, á sus aduladores y á sus queridas; que no comprendiera perfectamente la inmensa importancia de la recta administracion de justicia, y que se ocupara más de sus deudos y amigos que de los intereses públicos, cosa es natural y hasta casi perdonable; que más culpados son los que confian el poder á personas jóvenes, vanidosas, irascibles é ignorantes que ellas mismas si lo ejercen mal. ¿Ni cómo tampoco podia suponerse que un paje, de carácter alegre, y elevado en la flor de su vida por extraño capricho de la suerte á la posicion más encumbrada del reino, respetara y atendiera debidamente aquellos principios fundamentales que deben presidir á los acuerdos y sentencias de la magistratura? En cambio, era Bacon el más distinguido de todos los hombres públicos que á la sazon habia en Europa; contaba más de sesenta años; habia reflexionado mucho en órden á los principios generales del derecho, y durante largo tiempo habia participado en la administracion de justicia diariamente; y reuniendo estas condiciones, y experiencia y sagacidad en grado sumo, es inadmisible suponer siquiera que ignorase la falta gravísima que cometia suscribiendo sentencias dictadas ó impuestas de sus amigos y protectores, con infraccion manifiesta de los principios más elementales del deber; suposicion tanto más inadmisible, cuanto que, como ya hemos visto, censuró en términos categóricos y admirables la conducta de los que tal hicieran. En este caso, como en todos los demas, débense atribuir las malas acciones de Bacon, no á falta de conocimiento, sino á otras de indole muy diversa.

Un hombre que se degradaba con tan poco miramiento á prestar servicios tan impropios del magistrado, no debia de mostrarse muy escrupuloso respecto de los medios más conducentes á enriquecerlo. En efecto, él, y sus subordinados, movidos del mal ejemplo que les daba, recibian sin empacho alguno cuantiosos regalos de todos aquellos que tenian negocios en litigio ante la Chancillería. No es posible calcular la cuantía del botin que hizo Bacon de esta suerte, siendo sólo cierto que tomó para sí mucho más de lo que pudo probarse cuando fué procesado, y verosímil que atesoró ménos de lo supuesto por el público. Sus enemigos evaluaron entónces el producto de sus prevaricaciones en cien mil libras esterlinas; pero nos parece un tanto exagerada la cifra.

Aun tardó mucho en llegar el dia en que hubiera de rendir cuentas; y como en el intérvalo que separó el segundo Parlamento de Jacobo del tercero, la Corona gobernó arbitrariamente, pareció de todo en todo seguro y próspero el porvenir del Guardasellos. La posicion excepcional que ocupaba era eficaz tambien á poner más en evidencia la grandeza de su talento, y á dar más amenidad á su carácter, y á que resaltaran más todavia la urbanidad de sus maneras y la elocuencia de su conversacion; siendo en vano que murmuraran los litigantes, y que los patriotas puritanos se dolieran y lamentaran en sus apartados retiros al ver que aquel á quien habia colmado el Altísimo de las facultades propias á los iniciadores de reformas trascendentales, se afiliaba entre los partidarios de los mayores y más odiosos abusos; porque así las quejas como los lamentos apénas si llegaban á los oidos del Monarca y de su favorito, árbitro de su señor; y como entrambos sonreian benévolos y agradecidos á las lisonjas de su mutuo adulador, y esto sólo acrecentara su importancia en gran manera, la muchedumESTUDIOS CRÍTISCObre de los cortesanos y de los nobles buscaba su apoyo y su proteccion con afan solícito y diligente servilismo, mientras los hombres de ingenio y de saber acogian y saludaban con trasporte la elevacion de quien demostraba con su ejemplo que los hombres de saber y de ingenio comprendian mejor que los ignorantes laboriosos el arte de hacer fortuna.

Una vez se vió atajado, sin embargo, el curso de su prosperidad, debido acaso á que, á pesar de su talento, no pudo resistir sin experimentar una manera de vértigo los efectos de su elevacion y de su grandeza, faltándole á las veces aquel imperio sobre sí mismo, y aquella consumada prudencia que aún fueron más eficaces á su prosperidad que no su ingenio extraordinario. Pero, si Bacon no supo aborrecer, porque la naturaleza de su venganza como la de su gratitud fué siempre tibia y floja, existia un hombre respecto del cual experimentó en todo tiempo encono y odio tanto más fuerte cuanto más hubo de reprimirlo y disimularlo; que los insultos y las vejaciones que le habia inferido sir Eduardo Coke, cuando todavía era jóven el agraviado y trataba por todos los medios imaginables de darse á conocer y crearse clientela, ni podian olvidarse ni dejar de producir invencible resentimiento en el corazon más pacífico y ménos ocasionado á querellas.

Al ser promovido Bacon al cargo de Guarda—sellos, Coke perdió el puesto que ocupaba en el Tribunal Supremo, á causa de la resistencia tan tenaz que opuso siempre á la voluntad del Monarca, pasando desde aquel punto la vida en completo alejamiento de los negocios; mas, como la oposicion que habia hecho Coke al Rey, ántes fué resultado de su mal carácter que de sus buenos principios, y que á pesar de su obstinacion y aspereza carecia de verdadera dignidad y rectitud, no fundándose tampoco la obstinacion que mostró en motivos de virtud, no halló dentro de sí las fuerzas necesarias á resistir la desgracia, y en vez de someterse al infortunio prefirió reconciliarse con el favorito; quedando en breve cumplidos sus deseos, y en aptitud de merecer nuevos favores.

Así las cosas, como sir John Villiers, hermano de Buckingham, buscara una mujer rica para casarse, y Coke tuviera cuantioso caudal y una hija soltera, se convino por ambas partes en concertar el matrimonio bajo ciertas cláusulas que convenian por extremo al pretendiente y lo remediaban; mas lady Coke, la misma dama que veinte años antes habia sido solicitada por Essex para Bacon, no vino en dar su consentimiento. De aquí se siguieron grandes disturbios domésticos, escenas de violencia y hasta escándalos; la madre arrebató la hija del hogar paterno y escapó con ella, y el padre se puso en seguimiento de los fugitivos, los alcanzó y recuperó su hija por fuerza. El Rey se hallaba entónces en Escocia y Buckingham con él, y en ausencia de ambos Bacon á la cabeza de los negocios en 'Inglaterra; y como aborrecia de todas veras á Coke, y además su prosperidad lo traia un tanto desvanecido, en un momento aciago determinó de intervenir en las disputas que traian revuelta y perturbada la casa de su enemigo. Se declaró en favor de lady Coke, y apoyó al fiscal del Tribunal Supremo en la sumaria que comenzó á instruir ante la Cámara Estrellada contra el proyectado matrimonio, siendo tal en su energía el lenguaje que empleó con este motivo en algunas cartas, que sirve á demostrar no sólo su extravío y falta de tacto y de prudencia en la ocasion, mas tambien la ignorancia en que se hallaba del poder de Buckingham y del cambio que la posesion de ese mismo poder habia verificado en su carácter.

Poco tardó en recibir una leccion inolvidable, pues cuando el favorito supo la intervencion que habia tomado en el negocio el lord Canciller, su resentimiento estalló con violencia extraordinaria, siendo más grande todavía el enojo de S. M., con lo cual comprendió Bacon sin tardanza su error y la magnitud de las consecuencias que podria tener.

Pero si la fortuna lo alucinó un espacio, luégo al punto la vecindad del peligro le restituyó su natural y claro juicio, poniéndolo en posesion de sí mismo. Comenzó por pedir perdon humildemente de cuanto habia hecho, mandó al fiscal suspender las actuaciones contra Coke, manifestó á la esposa que nada más podia esperar de él, anunció á las dos familias que deseaba favorecer el casamiento, y despues de dar estas muestras de contricion, se aventuró á presentarse casa de Buckingham. El cual, como entendiera que áun no habia hecho lo bastante, ni humilládose cuanto él queria el anciano que fué su amigo y bienhechor en otro tiempo, y que á la sazon era el funcionario más elevado del reino en el órden civil, y el literato más eminente del mundo, dicen que dos dias consecutivos lo tuvo esperando en una antecámara sin recibirlo, confundido con sus criados. No desistió Bacon por eso, ni llevó á mal el tratamiento, y con el gran sello de Inglaterra, insignia de su magistratura suprema, tomó asiento en un cofre y aguardó á que se abrieran para él las puertas del aposento. Al fin logró penetrar á la presencia de Buckingham, y arrojándose á sus plantas le besó las hebillas de los zapatos, diciendo que no se levantaria del suelo mientras no lo perdonara.

Es posible que sir Anthony Weldon haya exagerado los detalles de la entrevista, refiriéndola tal y como la trascribimos nosotros; pero no lo es imaginar que una relacion tan circunstanciada, escrita por persona que afirma ser testigo presencial de los hechos, carezca por completo de fundamento, y ménos todavía cuando desgraciadamente no hay razon para dudar de su exactitud ni en el carácter del favorito, ni en el de Bacon, pues así en el uno como en el otro son creibles la insolencia y el servilismo que mostraron. Sea de esto lo que quiera, es lo cierto que hubo entre ambos personajes reconciliacion, humillante para el Canciller, y que su recuerdo no debió de borrarse nunca de la memoria de Bacon, pues ya no fué osado en ningun tiempo á contrariar á nadie que llevara el apellido de Williers, dominando y reprimiendo las pasiones que, por primera vez de su vida, le hicieron faltar á la prudencia. No paró aquí, sino que vino en reconciliarse tambien con Coke, siquiera fuese aparentemente, y aprovechó cuantas ocasiones se le presentaron de servirlo y complacerlo, evitando todo aquello que pudiera causarle molestia y despertara los instintos brutales de su enemigo de siempre.

Aparte de esto, y á no juzgar de la vida de Bacon sino por las apariencias mientras ejerció el oficio de canciller, fué muy envidiable, pues su ostentacion era grande, y la vene rable casa paterna que habitaba en Londres rebosaba de lujo y magnificencia.

En ella, denominada York—House, celebró el mes de Enero de 1620 su sexagésimo aniversario en compañía de numerosos amigos. Ya por entonces habia trocado Bacon su título de Guarda—sellos por el más elevado de Canciller, y Ben—Jonson, que acudió á la fiesta conmemorativa de que hablamos, escribió á su intencion algunos versos que ciertamente pueden figurar entre los mejores que haya producido su musa un tanto ingrata y tosca. Todo parecia sonreirle, segun él mismo dice, casa de su padre: «el hogar, el vino y los hombres,» impresionando de tal modo la imaginacion del poeta el espectáculo que ofrecia el huésped ilustre de YorkHouse, en el pleno goce de grandes riquezas, de poder, honores, actividad intelectual é inmensa fama literaria, despues de pasar una juventud exenta y libre de grandes adversidades, que fácil es darse cuenta del estado de su ánimo con solo recordar los tan conocidos versos siguientes en que lo expresó, diciendo: «Gran canciller de Inglaterra, heredero predestinado del asiento de su padre desde la cuna en que blandamente se meció cuando niño, y á quien el destino colma de bienes y favores sin cuento con pródiga mano (1).» Bacon tenía costumbre de retirarse á Gorhambury siempre que sus [ocupaciones políticas y judiciales le consentian algun reposo, y una vez allí, sólo pensaba en las letras, y sólo le distraia de su estudio la jardinería, calificada por él mismo en uno de sus tan interesantes Ensayos de «placer purisimo entre los más puros placeres de los hombres.» (1) England's high Chancellor, the destined heir, In his soft cradle, to his father's chair, Whose even thread the Fates spin round and full Out of their choicest and their whitest wool, ().

() Como verá el lector versado en la lengua inglesa, nuestra traduccion de los dos últimos versos es libre, por no consentirla literal la buena inteligencia en castellano del pensamiento de Ben—Jonson sin una extensa nota aclaratoria, que, por otra parte, no hace necesaria la importancía del texto.—N. del T.

Diez mil libras esterlinas gastó en Gorhambury para construir en su magnífico parque un retiro más apartado aún donde recogerse para huir de visitas importunas y consagrarse por completo á sus tareas literarias predilectas en compañía de algunos jóvenes distinguidos, y entre los cuales muy luégo advirtió las superiores facultades de Tomás Hobbes.

No es probable, sin embargo, que Bacon apreciara perfectamente las circunstancias de su discípulo, ni ménos que previera la inmensa influencia, benéfica y nociva á un tiempo, que tan poderosa y sagaz inteligencia debia ejercer sobre las dos generaciones siguientes.

En el mes de Enero de 1621 llegó á su colmo la grandeza de Bacon, el cual publicó entonces el Novum Organum, libro extraordinario que produjo admiracion profunda é inusitada entre los hombres eminentes de la Europa. En su patria fué objeto de honores de indole muy diversa, pero no ménos apreciables á sus ojos, pues el Rey lo creó baron de Verulam, haciéndole merced algun tiempo despues del título de vizconde de Saint Albans á virtud de un decreto concebido en términos lisonjeros por extremo, suscribiendo el real despacho en calidad de testigo S. A. el principe de Gales, verificándose la ceremonia de investidura con gran pompa en Teobalds, y dignándose Buckingham ser uno de sus concurrentes. Sin embargo, la posteridad no ha estimado que los honores conferidos á Bacon por Jacobo I hayan sido parte á elevar la dignidad y la fama del más ilustre de los filósofos, y á esta causa debe de atribuirse que á pesar de la cédula real se haya negado á rebajar á Francisco Bacon á la categoría de baron de Verulam.

Pocas semanas despues pudo apreciarse de todo en todo el valor de los bienes por cuya posesion manchó el Canciller su honra, sacrificó su independencia, burló las obligaciones más sagradas de amistad y gratitud, aduló á malvados, persiguió á inocentes, sobornó á jueces, dió tormento á encausados, despojó de lo suyo á ligantes, y empleó en miserables intrigas las facultades de la más poderosa inteligencia que haya existido en sér humano; que se acercaba repentina, incontrastable y aciaga la hora de su juicio con motivo de la reunion del Parlamento al cabo de seis años de silencio. En efecto, tres dias despues de la brillante ceremonia que tuvo lugar en Teobalds para titularlo, se abrieron las Cámaras.

La necesidad de dinero habia, como de costumbre, puesto al Rey en el caso de convocar su Parlamento; mas tambien es posible que si S. M. ó sus ministros hubieran sospechado siquiera el estado de los ánimos, ántes habrian intentado cuanto es imaginable ó soportádolo, que atreverse á comparecer en presencia de los procuradores de la nacion justamente ofendida. Empero ni el Rey ni aquellos comprendieron su época, pues, á decir verdad, casi todas las faltas políticas de Jacobo y de su hijo tan desdichado, provinieron de un error grande y lamentable; como que durante los cincuenta años que precedieron al Parlamento Largo, se verificó en la opinion pública un cambio extraordinario y gradual sin que ni los dos primeros reyes de la casa de Estuardo ni sus consejeros pudieran darse cuenta de la naturaleza y alcance de la evolucion realizada. Erales imposible no ver que la nacion se hallaba más descontenta de dia en dia y que cada nueva Cámara de los Comunes se tornaba más ingobernable que la precedente; lo que no podian ver era que así el Gobierno como el pueblo, ántes tan identificados el uno con el otro, ya no se adaptaban; que al crecer y desarrollarse la nacion habia rebasado sus antiguas instituciones; que se sentia estrecha y molesta con ellas, como quien se ve forzado en la edad viril á vestir las ropas de su adolescencia; que á cada momento hacía esfuerzos por romper las ligaduras que la sujetaban, y que no pasaria mucho tiempo sin conseguirlo por completo. Este fenómeno tan alarmante, cuya existencia no podia negar ningun cortesano, se atribuia entónces á cuantas causas son imaginables, excepto á la verdadera. «Cuando mi primer Parlamento, decia Jacobo, era yo novicio; despues, en el segundo, eché de ver una nueva especie de animales conocida con el nombre de empresarios» (1), y así de los demas. Pero áun cuando en ocasion del tercer Parlamento ya no podia llamarse novicio el Rey, ni existia tampoco la especie de los empresarios, le causó más dificultades aquella Cámara que cuantas le produjeron juntos el primero y el segundo.

No bien se hubo reunido el Parlamento, comenzó la Cámara de los Comunes á discutir las quejas y agravios públicos con moderacion respetuosa y enérgica firmeza, dirigiéndo sus primeros ataques contra las odiadas patentes á cuya sombra Buckingham y sus deudos saqueaban y oprimian la nacion.

(1) Dábase á la sazon en Inglaterra el nombre de empresarios (undertakers), dice M, Guizot, anotando este pasaje de la vida de lord Bacon, en su correcta y concienzuda traduccion de los Ensayos de Macaulay (Paris, 1864ed. Michel Levy fréres). «á una clase de políticos que pre tendia merecer la confianza de la Corona y de la Cámara de los Comunes, y que alardeaba de ser intern: ediaria entre ambas partes, facilitando sus relaciones.—N. del T.

El vigor desplegado por la Cámara en este negocio fue tan grande, que puso en zozobra y sobrecogió á la corte, y creyéndose Buckingham en peligro inminente, acudió ansioso en demanda de consejo á Williams, dean de Westminster, persona de mucha influencia en aquel tiempo, en razon á su amistad con el valido, á quien habia prestado servicios de cuenta en circunstancias difíciles y delicadas.

Porque como deseara Buckingham ardientemente tomar por esposa á lady Catalina Manners, hija y heredera del conde de Rutland, y se opusieran á la realizacion de sus planes inconvenientes graves, y el Conde fuera duro de carácter y altivo en demasía, y la doncella católica, Williams intervino en las diferencias, y calmó al padre, y tranquilizó los escrúpulos piadosos de la pretendida, por el momento al ménos; recibiendo en pago de sus buenos oficios elevadas dignidades en la jerarquía eclesiástica, y hallándose á punto de ocupar en la estimacion de Buckingham el puesto que antes correspondia por entero á Francis Bacon.com Williams era uno de esos hombres que son más prudentes y discretos para los otros que para sí mismos, y á causa de esto fué desgraciado en su vida política, por obra suya, pues carecia de buen juicio y de imperio sobre si mismo en muchas coyunturas importantes. Mas el consejo que dió á Buckingham en aquella circunstancia demostró que no le faltaba teoría y práctica mundana, pues dijo sin rodeos al privado que debia de renunciar á la defensa de los monopolios, dar una embajada á su hermano sir Eduardo Villiers, que se hallaba muy comprometido en las operaciones de Mompesson, y abandonar los demas culpados á la justicia del Parlamento. Buckingham recibió el consejo con muestras de gratitud, diciéndole que le habia quitado un gran peso del corazon; fueron luégo juntos á ver al Rey, á quien hallaron engolfado en plática con el príncipe Carlos, y despues de discutir extensamente todo el plan propuesto por el dean de Westminster, lo aprobaron hasta en sus menores detalles.

Las primeras víctimas que la corte abandonó á la venganza de la Camara de los Comunes fueron sir Giles Mompesson y sir Francis Michell. Pero todavía trascurrió algun tiempo ántes de que Bacon comenzase á tener inquietudes de ningun género en órden á su persona; que su talento y su habilidad le habian conquistado grandísima influencia en la Cámara de los Comunes, á la cual pertenecia desde aquella legislatura; influencia que, dicho sea en honor de la verdad, hubiese adquirido en cualquiera otra corporacion por igual modo. Mas, áun cuando contaba en el Parlamento con muchos amigos personales y fervorosos admiradores, seis semanas despues de la reunion de las Cámaras estalló la tempestad.

Porque como hubiera designado la Cámara baja una comision encargada de inquirir el estado verdadero de la administracion de justicia, el 15 de Marzo, su presidente, sir Roberto Philips, diputado por Bath, manifestó que se habian descubierto grandes y trascendentales abusos. «La persona, decia, contra la cual se alegan estos hechos es el mismo lord Canciller, en quien la naturaleza y el arte han acumulado tan generosamente sus dones, que nada más puedo decir de él, no siendo capaz áun ni de alabarlo como merece.» A seguida, sir Roberto consignó los hechos imputados á Bacon, aunque con mucha mesura y parsimonia, resultando de su informe que un hombre llamado Aubrey tuvo pleitos ante la Chancillería, y que, como las costas y gaslos lo hubieran arruinado casi, y desesperádolo las demoras del tribunal en fallar, uno de los agentes del Canciller le hizo entender que si regalaba cien libras esterlinas á lord Bacon quedaria despachado sin más tardanza y en la medida de su deseo. El litigante requerido no tenía la cantidad pedida; pero un usurero lo proveyó de ella mediante prenda pretoria y enormes intereses, apresurándose á llevarla á York—House, recibiéndola de su mano el Canciller, y asegurándole á seguida sus satélites que á virtud de aquel agasajo quedaria servido como deseaba.

Pero, no obstante la promesa, Aubrey se vió defraudado en su dinero y esperanza, porque al cabo de muchas dilaciones se fallaron sus pleitos en contra suya ««con circunstancias que aún hacian más triste su desgracia.» No era este caso el único, pues mencionaba el informe que otro litigante, llamado Egerton, se quejó de haber tenido que hacer á la señoría del lord Bacon, á instancias de cierto sujeto, agente suyo, un regalo de cuatrocientas libras esterlinas, sin alcanzar por eso favor ni justicia. Las pruebas de am bas denuncias eran tan irrecusables, que todo cuanto se atrevieron á pedir sus mayores amigos, fué que la Cámara suspendiera su juicio y defiriera el negocio á la Cámara de los Lores en forma no tan ofensiva como lo sería la de acusacion.

El 19 de Marzo envió el Rey un mensaje á la Cámara de los Comunes, en el cual expresaba el profundo pesar que habia experimentado al tener noticia de que un personaje tan eminente como lo era el lord Canciller pudiera ser sospechoso de prevaricato; pero que, deseando el esclarecimiento de los hechos y en modo ninguno sustraer el culpado á la justicia, proponia se instituyera un tribunal sui géneris, compuesto de diez y ocho comisarios que podrian designarse de entre los individuos de ambas Cámaras, con encargo de examinar el asunto.

Pero la Cámara de los Comunes, que no se hallaba dispuesta en modo alguno á reformar su sistema de procedimientos, celebró aquel mismo dia una conferencia con la de los Lores, y en ella quedó asentado y convenido el capítulo de cargos que habria de hacerse al Canciller. Bacon no asistió á la sesion; que, abatido y humillado, lleno de vergüenza y de remordimientos, y abandonado de aquellos en quienes puso neciamente su confianza, se habia encerrado en su cámara y apartadose de la vista de todos, llegando á ser tanto el abatimiento de su espiritu, que Buckingham, al visitarlo por encargo del Rey, «halló á S. S. muy enfermo y postrado.» Bacon no esperaba ni queria tampoco sobrevivir á su desgracia, segun reza una carta por extremo patética que dirigió el desdichado á los Pares el mismo dia de la conferencia, y durante muchos más guardó cama, negándose á recibir á cuantos acudian para consolarlo, y repitiendo sin cesar á sus criados que lo abandonaran y olvidaran, sin volver á pronunciar su nombre ni acordarse más de su persona. Entre tanto, cada dia iban descubriendo sus acusadores nuevas fechorías, llegando con esto en breve á veintitres los cargos que resultaban contra él. Los lores instruyeron el proceso con laudable actividad; y ya varios testigos habian comparecido en la barra de la Cámara, y una comision se ocupaba en recibir las declaraciones de otros, cuando interrumpió el Rey los trabajos, que adelantaban rápidamente, suspendiendo por tres semanas, el 26 de Marzo, las sesiones del Parlamento. cna dhe Con esta medida cobró Bacon alguna esperanza de remedio, y aprovechándose del interregno parlamentario con tanta más presteza cuanto más corto era, intentó ejereer presion decisiva en el ánimo apocado y feble del Rey, apelando á cuantos recursos sabia eficaces á dominarlo: el temor, la vanidad y el concepto exagerado que siempre tuvo de la régia prerogativa. ¿Cometeria el Salomon del siglo la torpeza insigne de fomentar el espíritu invasor de los Parlamentos? El ungido del Señor, que sólo á Dios debia rendir cuenta de sus actos, las daria en aquel negocio á una turbamulta indisciplinada? «Los que ahora combaten. al Canciller, —exclamaba lord Bacon, alacarán mañana las prerogativas de la corona. Soy la primera víctima; ¡quiera el cielo que tambien sea la última!» Pero en vano fueron su elocuencia y su pericia. Ni tampoco podia ser de otra manera, porque, á pesar de cuanto en contrario expresa Mr. Montagu, nos hallamos persuadidos de que no estaba la salvacion del Canciller en manos del Rey, sin recurrir á medidas perturbadoras de la paz y sosiego públicos, pues carecia la Corona de influencia en la Cámara para obtener de los diputados sentencia absolutoria en crimen tan evidente. Por otra parte, disolver un Parlamento universalmente reconocido como el mejor de cuantos ha tenido Inglaterra, que procedia siempre liberal y respetuosamente con el soberano, y que gozaba de inmenso prestigio en la nacion, y disolverlo no más que para detener el curso de un proceso grave, pero ajustado á derecho constitucional, é instruido en averiguacion de la conducta observada en el ejereicio de su cargo por el primer magistrado del reino, habria parecido más escandaloso y absurdo que la más grave de cuantas faltas cometieron los Estuardos y ocasionaron la ruina de su casa. Demas de esto, sobre ser la medida tan funesta para la fama de Bacon como la sentencia misma, hubiera hecho peligrar la estabilidad del trono. De aquí que S. M., conforme con el parecer de Williams, se negara cuerdamente á empeñar una lucha muy aventurada, oponiéndose al torrente de opinion representada por la Cámara, sólo para librar de una sentencia legal á quien ya estaba condenado en la conciencia de todos y no era posible salvar de la deshonra; y de aquí tambien que aconsejara el Rey á Bacon la conveniencia de confesar sus delitos, ofreciéndole hacer cuanto pudiera para suavizar los rigores de la pena; conducta que indigna en gran manera y sin razon á Mr. Montagu, pues aun no siendo nosotros parciales de Jacobo, entendemos que, dadas las circunstancias, el Rey dió el mejor consejo posible.

El 17 de Abril se reunió de nuevo el Parlamento, y los lores volvieron á ocuparse de la informacion sin levantar mano; lo cual sabido de Bacon, dirigió una carta á los Pares por conducto del príncipe de Gales, que se dignó ser portador de ella, en la que con lenguaje respetuoso, hábil y patético declaraba su falta en términos generales y prudentes, confesándola y paliándola en lo posible. Pero los jueces no hallaron esto bastante; y como exigieran una declaracion circunstanciada y le remitieran copia de los cargos que resultaban contra él, cedió á la evidencia, y el 30 del mismo mes suscribió un papel conviniendo en la exactitud de todo, si bien haciendo algunas reservas de muy escasa importancia, y recomendándose á la conmiseracion de los jueces. «Despues de haber examinado maduramente, decia, los hechos aducidos en mi contra; despues de haber evocado las memorias de mi propia conciencia, en la medida de lo humanamente posible, reconozco y confieso con ingenua franqueza que soy culpado de cohecho y que renuncio en absoluto á la defensa.» En vista de lo cual manifestaron los lores que la confesion del Canciller les parecia sincera y completa, y enviaron á su domicilio una comision de su seno encargada de pedirle que se ratificara en ella.

Los diputados, entre quienes iba Southampton, otro tiempo amigo de Bacon y del conde de Essex, desempeñaron su cometido con gran mesura y circunspeccion; que bien la merecia en verdad el ánsia y las congojas de tan superior inteligencia, y el abatimiento y ruina de nombre tan esclarecido como el de sir Francis. «Señores, dijo Bacon, el papel está escrito de mi mano y dictado de mi conciencia. Sólo debo añadir que tengais piedad del reo.» Cuando se hubieron retirado, se recogió á su cámara profundamente abatido. Al otro dia fueron á buscarlo el alguacil y el ugier de la Cámara de los lores para conducirlo á Westminster—Hall, donde habia de leérsele la sentencia; pero como lo hallaran enfermo y en cama, se avinieron á dispensarlo de asistir á la terrible ceremonia. Nadie tampoco hubiera querido aumentar en aquellos momentos su amargura y su afrenta.

Severa fué la sentencia, sin embargo, y tanto más sin duda, cuanto que sabian los lores que no habria de cumplirse, pudiendo por lo mismo sus señorías mostrar á poca costa la inflexibilidad de su justicia y su odio al vicio. Bacon fué, pues, condenado á pagar una multa de cuatro millones de reales y á permanecer preso en la torre de Londres mientras S. M. lo estimara conveniente, añadiéndose que no podria volver al ejercicio de ningun empleo ni cargo público, ni á ocupar asiento en las Cámaras, ni á residir en la corte. De tan miserable y vergonzoso modo acabó la carrera de mundana sabiduría y no ménos mundana prosperidad emprendida por Francisco Baconodoont Pero, ni en este caso abandona Mr. Montagu á su héroe, pues entiende, sin duda, que los afectos de un editor deben ser tan arraigados y profundos como los que infunde Mr. Moore á los amantes en sus poemas, y no puede alcanzar ni explicarse la utilidad de la biografia «si no se ofrece idéntica siempre al lector, lo mismo en el placer que en la tristeza, en la prosperidad que en la miseria, en la gloria que en la vergüenza (1).» Acomodándose á este procedimiento, Mr. Montagu afirma sin empacho alguno que Bacon era inocente; que podia justificarse por completo; que cuando «confesaba ingenuamente su delito», y cuando, despues, se ratificaba de una manera solemne y en todas sus partes en la declaracion hecha, mentia de todo en todo, absteniéndose de probar su inocencia por no atreverse á desobedecer al Rey y al favorito que le obligaban, en su egoismo incalificable, á hacerse reosad En primer lugar, no existe razon ni pretexto alguno que autorice á sospechar siquiera en Jacobo ni en el duque de Buckingham el pensamiento de impedir á Bacon la defensa de su causa. ¡Ni qué motivo tampoco hubieran podido tener uno y otro para obrar asi? Mr. Montagu repite constantemente que ambos estaban interesados en sacrificar al Can(2)iftis not the same Through joy and through torment, through glory (and shame..

ciller; pero descuida consignar una diferencia esencial, porque si estaban interesados en sacrificar á Bacon suponiendo que fuera culpado, no podian estarlo suponiendo que no lo fuera, en razon á que si Jacobo se hallaba poco dispuesto á correr aventuras por amparar á su Canciller contra el Parlamento, si el Canciller hubiera tenido probabilidades de alcanzar su absolucion persuadiendo á la Cámara de su inocencia, es indudable que tanto el Rey como Villiers se habrían regocijado grandemente. Y se habrian regocijado, no sólo por amistad á Bacon, sino por motivos interesados, pues ninguna victoria hubiera robustecido más al Gobierno que aquella. Pero Mr. Montagu, tomando el efecto por la causa, entiende que Bacon no probó su inocencia por haberlo abandonado la corte, siendo evidente que si no fué osada á darle apoyo se debió á que no podia justificarse, y que no estando en manos del Rey ni del favorito sustraerlo á la deshonra, no quisieron participar de su infamia.

Por otra parte, parécenos muy extraño que mister Montagu no haya comprendido que, al proponerse la vindicacion de lord Bacon, hace pesar sobre su defendido el más injurioso de cuantos cargos pudieran formularse contra él, imputando á su ídolo una bajeza y depravacion aún más odiosa que sus propias prácticas corrompidas. Porque si á un juez prevaricador pueden quedarle todavía muchas buenas cualidades, al hombre que por deferencias á un magnate se confiesa solemnemente culpado de prevaricación, siendo inocente, ya no le queda ninguna y aparece á los ojos de todos como un monstruo de servilismo y de impudencia. Bacon fué un hombre digno de respeto, lleno de merecimientos, bien educado, noble y sabio, eminente jurisconsulto y estadista, que habia llegado á ocupar el puesto más principal en el mundo y envejecido en el servicio; y siendo esto así, como lo era, en efecto, ¿puédese racionalmente suponer que por deferencias y consideraciones se infiriese á sí propio en su nombre y fama herida tan profunda é incurable?

¿Es posible imaginar siquiera un magistrado venerable, colmado de años y de honores, que comparezca en presencia de otros jueces, llorando y con muestras de sincero arrepentimiento para confesarse reo de ignominiosos delitos; que suscriba su declaracion, testimonio de afrenta indestructible; que se someta resignado á la sentencia impuesta, que humillante y todo como ha de ser, estima justa, y. que haga cuanto decimos en ocasion que puede probar, áun siendo acusado en forma, que su conducta es irreprensible? No, por cierto; que hasta la hipótesis en el caso presente la rechaza la razon. Pero suponiendo que así sea, ¿qué pensar del hombre, dado caso que merezca ser llamado así, á cuyos ojos tengan más importancia las mercedes y favores de los reyes y privados que su honra, o á quien parezcan más temerosos los castigos que la infamia?

De nosotros diremos que no hemos pensado un sólo instante siquiera en atribuir tan vergonzoso defecto á lord Bacon, persuadidos como lo estamos de que, si renunció á la defensa, fué porque no pudo emplear ese medio para sincerarse; siendo por tanto, á nuestro parecer, inútil de todo punto la tentativa hecha por Mr. Montagu con el propósito de abogar por él.

Pero Mr. Montagu aduce dos argumentos: es el primero, que á la sazon se acostumbraba entre litigantes y jueces hacer y recibir obsequios, y que, por tanto, no era esto deshonroso; y el segundo, que las dádivas no tenían en ese caso carácter corruptor.

Al efecto, y para mejor persuadir á sus lectores, Mr. Montagu aduce varios hechos en apoyo de su primera proposicion. Y no pareciéndole bastante demostrar que en otro tiempo recibian ofrendas de los litigantes los jueces ingleses, enumera ejemplos análogos que ofrece la historia de las naciones extranjeras y de los tiempos antiguos, remontándose á las repúblicas griegas, y utilizando á su propósito hasta un verso de Homero y una frase de Plutarco; textos ambos que no pueden servirle de mucho, en nuestro concepto al ménos. Porque aquel oro de que trata Homero no estaba destinado á los jueces, sino depositado en sus manos para que con ellas lo dieran al litigante vencedor, y las gratificaciones que Pericles repartia entre los magistrados de los tribunales atenienses, no eran dádivas, sino, como lo declara Plutarco, emolumentos legales pagados del Erario público. Pero aún hay pasajes más concluyentes que no estos en la historia de Grecia, y los recordaremos á Mr. Montagu. Hesiodo, por ejemplo, vió, del propio modo que el desdichado Aubrey, fallarse un litigio en contra suya en la Chancillería de Asera, y olvidándose de los respetos debidos, se atrevió á calificar durísimamente á los sabios ministros del tribunal. A su vez, Plutarco y Diodoro trasmitieron á la posteridad más remota el nombre respetable de Anyto, hijo de Anthémion, el primer reo que logró eludir cuantas garantias pudo imaginar la previsora prudencia de Solon, y corromper á todo un tribunal ateniense. Y por si esto no pareciera bastante á Mr. Montagu, si los anales de Grecia no fueran suficientes á suministrarle casos prácticos, acudiremos á los de Roma en obsequio suyo, y empezaremos por reconocer que los dignos senadores que juzgaron á Verres, recibieron obsequios de más precio que York—House y Gorhambury juntos, y que los caballeros y senadores no ménos dignos y honrados que se dejaron persuadir de la coartada de Clodio, merecieron pruebas más extraordinarias todavía del aprecio y de la gratitud del acusado. En una palabra: estamos dispuestos á conceder que así ántes, como durante la época de Bacon, fué usual y corriente que los magistrados recibieran regalos de quienes litigaban ante sus tribunales. Pero gesto puede alegarse por disculpa? En modo ninguno. Porque ni los robos de Caco y de Barrabás deben citarse para disculpar los de Turpin, ni la conducta de los dos hombres de Belial que causaron la muerte de Nabot con su falso testimonio, se ha mencionado jamás para excusar los perjurios de Oates y de Dangerfield. Mr. Montagu confunde lastimosamente dos cosas muy diversas que siempre debemos separar para poder formarnos idea exacta del carácter de los hombres que han vivido en tiempos y lugares diferentes de los nuestros. Pues si en una sociedad se califican de inocentes por la mayoría ciertos actos inmorales, podrá ese concepto servir de disculpa ciertamente al individuo que, perteneciendo á esa sociedad y profesando las ideas dominantes en ella, los comete; mas no será lícito en modo alguno justificar ni atenuar siquiera los actos tachados de inmoralidad, diciendo que muchos los ejecutan. Injusto sería, pues, calificar de cruel á San Luis porque persiguió á los herejes cuando la tolerancia se reputaba por pecado, y no ménos injusto tambien apellidar hipócrita y falso á John Newton, el amigo de Cooper, porque cuando las gentes más honradas y respetables consideraban la trata de negros como tráfico inocente y hasta útil, fué á Guinea provisto de libros de rezo y de cordeles y esposas; pero no por eso habremos de disculpar á un ladron, diciendo que hay muchos ejercitados en robar. Y del propio modo que no es posible censurar á quien no hace descubrimientos en punto á moral, ni halla malo aquello que á todos parece bueno, así es imposible justificar la conducta de quien. pone por obra lo que cuantos lo rodean y hasta él mismo declaran pernicioso y malo, diciendo que muchos han hecho igual. Estas diferencias son tan evidentes y claras, que ni hubiéramos tratado de plantearlas á no ser por haberlas olvidado completamente Mr. Montagu..

Por lo demas, si en órden al caso concreto de que tratamos, Mr. Montagu probara que en la época de Bacon se consideraba generalmente como cosa baladi aquello por lo cual fué castigado, desde luego habria ganado la causa que defiende. Pero no lo hace, y es imposible que así sea; porque si bien se cometian tales delitos, su comision se verificaba del propio modo que la de tantos otros, calificados entónces y ahora de igual manera, y producidos en todo tiempo de tentaciones invencibles; siendo tan frecuentes á la sazon cual siempre lo han sido el robo, la estafa, el perjurio y el adulterio. Y eran frecuentes y estaban generalizados, no porque ignorasen los delincuentes la práctica del bien, sino porque deseaban practicar el mal, á pesar de las leyes y de la opinion pública que los condenaban igualmente, y además porque cuando vivia lord Bacon, las leyes y la opinion pública reunidas no tenian tampoco la fuerza necesaria para poner coto á la rapacidad de los magistrados poderosos y destituidos de principios; y por último, eran frecuentes y se practicaban de idéntico modo que se ha hecho siempre, tratándose de crímenes y delitos cuya ganancia es grande, y remota ó poco temible la probabilidad de su castigo. Pero, con ser así, todo el mundo reconocia su gravedad y trascendencia, y cuán odiosos eran é imperdonables; y por tanto, aunque muchos se hicieran culpados de ellos, nadie se atrevió nunca en ningun caso á confesarlos y defenderlos públicamente.

Pudiéramos sin gran esfuerzo aducir pruebas innumerables de lo que decimos en órden al concepto que merecian entonces estas prácticas corruptoras; pero nos limitaremos á consignar el testimonio del venerable Hugh Latimer, cuyos sermones, predicados setenta años ántes del proceso de Bacon, abundan en violentas invectivas contra las prácticas de que se hizo culpado el Canciller, y que, al decir de Mr. Montagu, nadie consideró criminales hasta el dia de su sentencia. Habria materia para llenar veinte páginas con las frases tan elocuentes y sencillas, justas y enérgicas que inspiró al prelado la inmoralidad de los jueces de su tiempo; mas no lo haremos sino de algunos párrafos, que dan la medida de todos los demas. «Omnes diligunt munera, dijo un dia. Son esos hombres aficionadísimos á recibir dádivas corruptoras, y á ejercer por tanto el robo grandemente, dejándose comprar del rico, ya sea para sentenciar contra el pobre, ya para postergar el fallo de su causa. Y á esta manera de latrocinio dan ahora el nombre de amistosos presentes los malvados que lo ejercen. Fuerza es arrancarles la máscara y llamarlos por su nombre: prevaricadores.» En otra ocasion decia: «Era Cambises un gran monarca, tan grande como lo es el nuestro, y tenia bajo su autoridad muchos diputados, presidentes y gobernadores. Y es el caso que habia en su imperio un corruptor, un amigo de los ricos, un prevaricador, que todo lo daba por un presente, y que haciendo de su ministerio mercancía comerciaba con él de suerte que, cuando fuera pasado de esta vida, pudiera con razon decir su primogénito: «Bienaventurado el hijo cuyo padre mereció ir al infierno.» Pero los lamentos de la viuda y el llanto de los huérfanos llegaron á oidos de Cambises, y mandó desollar vivo al juez prevaricador, y luégo hizo forrar con su piel las sillas de sus compañeros. Grande y magnífico ejemplo fué aquél, y grande idea la de cubrir con la piel de un juez prevaricador los asientos de los demas. ¡Plegue al cielo que presto veamos forrados de igual manera los sillones de los tribunales de justicia en Inglaterra!» «Estoy convencido, decia en otra circunstancia, que desear riquezas, recibir dádivas corruptoras y pervertir la justicia son la scala inferni, el camino recto del infierno, tan seguro y cierto, que si un magistrado me preguntara por él, yo se lo indicaria como el más llano, fácil y expedito. Primero, sea el juez avaro, y corrompa su corazon con el vicio, y luego acepte dádivas, prevarique y tuerza la vara de la justicia. Hé aquí la madre, y la hija, y la hija de la hija. La codicia es la madre, y ella engendra la prevaricacion, y ésta, á su vez, las sentencias inicuas. Y cuando el juez estuviera en posesion de todo esto, sólo le faltaria ya una cosa, una no más, la cuerda para ahorcarlo; sí, la cuerda para ahorcarlo, aunque fuera el presidente del Tribunal Supremo.» Y para concluir, no añadiremos más que una cita: «El que acepta, decia el honrado y venerable obispo, una fuente ó un jarro de plata como precio de su prevaricacion, imagina que su infamia no se sabrá nunca; pero lo engaña su mal deseo, porque le diré que se sabe, que lo sé yo y que conmigo lo saben otros y otros más. Quien admite semejantes dádivas, no puede ser honrado, ni ménos buen juez, y mientras haya en los tribunales de justicia de Inglaterra malhechores de este jaez, mientras las sillas de sus estrados no se forren con el cuero de los prevaricadores, no me parece bien que los ingleses piensen en otra cosa, y menos en danzas y fiestas. ¿Por ventura es necesario emplear esos manejos y hacer regalos cuando el juez cumple su deber fiel, digna y honradamente?»» No son estas palabras ciertamente las que hubiera empleado acaso en ocasion semejante un gran filósofo autor de fecundos descubrimientos en las ciencias morales y políticas, sino las de un hombre sencillo, hijo del pueblo, que simpatizaba con sus aspiraciones, que sentia sus mismas necesidades y que profesaba sus principios. Y como el animoso anciano descubria y exponia tan resueltamente los crímenes de aquellos que vestian la toga y ejercian la magistratura, el pueblo de Londres, que comprendia y apreciaba en toda su verdad las censuras del venerable prelado, lo aclamaba cuando iba por el Strand para predicar en Whitehall, y se disputaba la honra de tocar sus hábitos y de aclamarlo, diciendo: «Duro en ellos, padre Latimer;» siendo evidente, á juzgar por las palabras que acabamos de citar y por otros muchos pasajes que tenemos á la vista, todos de la misma época, que, mucho antes de que Bacon naciera, reconocia y declaraba la opinion pública por actos vergonzosos é inmorales los de la prevaricacion y el cohecho; que hasta las clases más infimas de la sociedad penetraban el sentido de las palabras que servian á encubrir el nombre verdadero de prácticas tan corrompidas, y que, áun entónces, la distincion que trata de establecer Mr. Montagu entre finezas y dádivas corruptoras pasaba por sutileza y superchería. Tal vez parezca exagerado lo dicho por Latimer en órden á los castigos que merecian los prevaricadores; pero basta que se atreviera el obispo á emplear tan duras palabras para persuadirse de que á la sazon se reputaban de tal modo perniciosos en la sociedad los magistrados que aceptaban regalos de los litigantes, que hasta teólogos venerables podian, sin faltar en modo alguno á la caridad cristiana, pedir públicamente á Dios que fueran descubiertos y condenados á insignes castigos.

Dice Mr. Montagu, con mucha razon ciertamente, que no debemos trasportar á otros tiempos las opiniones admitidas en el nuestro, sin advertir que á su vez comete un error más grave aún que aquel cuyo peligro señala, puesto que sin pruebas en apoyo de su afirmacion, y teniéndolas en contrario abundantes y categóricas, atribuye á los que vivian en los siglos pasados opiniones que nunca profesaron; pareciéndole todo más probable que la falta de honradez de Bacon. Tanto es así, que abrigamos el convencimiento de que si se hubieran descubierto papeles á virtud de los cuales se demostrara palmariamente que Bacon habia tenido participacion directa en el envenenamiento de sir Tomas Overbury, Mr. Montagu nos diria sin duda ninguna que á principios del siglo xvi á nadie parecia extraño, y ménos todavía criminal, poner arsénico en el caldo de los amigos, y que no debemos por ende condenar á sir Francis, sino al siglo desdichado en que vivió.

Pero já qué recurrir á otras pruebas cuando el procedimiento mismo incoado contra lord Bacon es la mejor de cuantas puedan aducirse? Porque al decirnos Mr. Montagu que no debemos juzgar los hechos de los tiempos pasados con el criterio de nuestra época, parece olvidar completamente que á su defendido lo acusaron, juzgaron y condenaron sus contemporáneos, los cuales debian saber á qué atenerse acerea de sus propias opiniones, y asimismo si era, en su concepto, criminal ó no en los jueces recibir regalos que influyeran en sus determinaciones. Mr. Montagu se queja con grande amargura de que inclinaran el ánimo de Bacon á renunciar á la defensa. Mas si la defensa de lord Bacon hubiera sido como la que se presenta en su favor en el libro de Mr. Montagu, entendemos que no merecia la pena de causar enojo al Parlamento con ella; porque los lores y los diputados no habian menester de que Bacon les dijera cuáles eran sus propios pensamientos, ni de que les anunciara que no considerabau ni reputaban por culpadas las prácticas de que lo acusaban. Y como la proposicion de Mr. Monlagu puede reducirse á los términos siguientes, á saber: que los contemporáneos de Bacon dieron muestras de inusitado rigor, calificando de malo en él lo que hacian ellos mismos, lo cual habria sido, en efecto, duro y hasta improbable, se ocurre preguntar: Los diputados que lo acusaron de prevaricato, y los lores que lo condenaron á pagar una multa, á ser encarcelado y á perder su oficio, zignoraban que la prevaricacion fuera delito? Y si todos los lores y diputados lo sabian, glo ignoraba lord Bacon? A ménos de no sostener cualquiera de estos absurdos, parece imposible afirmar que Bacon cometiera sus crímenes inconscientemente.

Por otra parte, la pretension de que las Cámaras se propusieron perder á lord Bacon, y de que se dieron prisa para condenarlo en virtud de acusaciones sin valor alguno á sus ojos, es inadmisible de todo punto. Porque nadie se mostró dispuesto á tratarlo con dureza, y durante la sustanciacion del proceso no se advirtió en ninguno de los que intervinieron en él pi el menor síntoma de animosidad personal ni colectiva, en la una ni en la otra Cámara.

Diremos más, añadiendo que, á nuestro parecer, no registra la historia de Inglaterra un proceso que honre tanto como el de Bacon á cuantos participaron en él, ya fuera en concepto de acusadores, ya en calidad de jueces, parque la dignidad, el decoro y la justicia, moderada, pero no enervada de la compasion, que demostraron en todos los detalles de la causa honrarian en gran modo á los hombres públicos más eminentes de nuestros dias. Los acusadores, al propio tiempo que cumplieron su deber respecto de sus mandatarios, poniendo de manifiesto los crimenes del Canciller, hablaron con admiracion de sus cualidades eminentes, y los lores, al condenarlo, alabaron la espontánea sinceridad de su confesion felicitándolo por ella, y evitándole la humiIlacion de parecer en la barra para oir la sentenciasiendo tan poderoso el contagio de buenos sentimientos que á todos invadia, que sir Eduardo Coke se condujo aquella vez, por la primera de su vida, cual persona de buena educacion. Nunca hubo criminal que tuviese acusadores más circunspectos, ni jueces más propicios que Bacon; y si á pesar de tan singular concurso de circunstancias fué condenado, débese atribuir á la imposibilidad de perdonarlo sin ofensa notoria de la justicia y del buen sentido.

Hace otro argumento Mr. Montagu, que consiste en decir que si lord Bacon recibia obsequios, no por eso prevaricaba; pero es tan fútil como el anterior, y puede fácilmente impugnarlo el ménos experto de cuantos lean estas páginas. Demóstenes se ocupó de un caso análogo hace más de dos mil años, y ya hemos visto con cuanto desprecio trataba Latimer el asunto, diciendo: «Que les arranquen la máscara y los llamen por su nombre: prevaricadores.» Aun va más léjos Mr. Montagu, pues intenta con evidente mala fe hacer pasar á los ojos de sus lectores los presentes que Bacon recibia por cosa parecida á los emolumentos que satisfacian los litigantes á los magistrados de los tribunales franceses, sin advertir que estos tenian perfecto derecho al poyo, y que la ley fijaba la suma debida por sus derechos; práctica que podria ser mejor ó peor, pero que al cabo existia y era perfectamente legal.

Pero ¿qué relacion hallaremos entre un sistema establecido y sancionado de la costumbre, y los regalos que Bacon recibia extralegales, encubiertamente, y cuya cifra se convenia en tratos secretos entre los liugantes y el magistrado?

Además, se nos antoja pueril la especie formulada por Mr. Montagu cuando dice que Bacon no podia tener la intencion de prevaricar, puesto que se valia para intermediarios de personas colocadas en posiciones elevadísimas, porque la historia de la generacion contemporánea suya está llena de maldades é infamias cometidas por gentes de mucha categoría, y es público y notorio que hombres de tanta cuenta como el agente de mayor importancia empleado por el lord Canciller en sus manejos, se mostraron dóciles instrumentos de Somerset, y envenenaron á Overbury.

«Pero, añade Mr. Montagu, estos presentes se hacian de manera ostensible y con la mayor publicidad.» De haber sido así, el argumento en favor de Bacon sería podereso; mas no lo fué sino en un sólo caso, y con motivo de la resolucion de un litigio entre el gremio de farmacéuticos y el de almaceneros de comestibles, circunstancia respecto de la cual insistió mucho el acusado, alegando que aquella vez admitió un agasajo públicamente, como prueba de que no cometió delito de prevaricacion. ¿No es evidente que si hubiera recibido en igual forma todos los demas obsequios y dádivas que rezaba el capítulo de cargos lo habria hecho constar de igual manera para sincerarse? Pero la insistencia con que trata de la publicidad de un regalo demuestra suficientemente que todos los demas fueron ocultos.

En el caso de los gremios procedió á cara descubierta porque su conducta fue honrada, y su cometido el de llevar á una transaccion amistosa las dos partes. Las cuales, como quedaran satisfechas y complacidas del acuerdo, se asociaron para ofrecerle un presente que le compensara del trabajo que por servirles se tomó. Puédese poner en duda la delicadeza del Canciller en este caso, y lícito sería tambien pensar si debió admitir ó no regalos con tal motivo un hombre de su calidad; pero no inferir de él la menor sospecha de prevaricacion.

Desgraciadamente las circunstancias que tan eficaces son á demostrar su inocencia en esta ocasion, prueban su culpabilidad en todos los demas cargos.

Porque si sólo una vez, como lo declaró él mismo, recibió regalos públicamente, lógico es inferir que las demas que rezaba la acusacion los admitió en secreto. Estudiando este caso particular, hallamos tambien que no se le presentó ninguno más en el trascurso de su vida oficial de poder aceptar agasajos sin cometer prevaricacion; y siendo así, no hay que dudar de las razones que ciertamente tuvo para recibir de oculto cuantos le hicieron en otros casos parecidos. El mismo misterio con que los tomaba, ¿no demuestra cuán bien comprendia la magnitud de su falta en admitirlos?

Aun queda un argumento plausible aparentemente, pero fácil de refutar en absoluto. Dos litigantes llamados Egerton y Aubrey, hicieron cada cual por su parte regalos al Canciller, sin ganar por eso el pleito; victoria que se adjudicó á los contrarios, y por tauto, puédese decir que no vendió á sus dádivas la justicia. «Sus acusadores se quejaban, escribe Mr. Montagu, no de que los obsequios hubieran influido mucho ni poco en favor de los donantes, sino de todo lo contrario, pues á pesar de ellos sentenció Bacon en favor de la parte contraria.» Precisamente por este medio se descubre un sistema completo de corrupcion practicado en gran escala. Porque quien logra obtener sentencia favorable á su causa merced á cohecho, no se halladispuesto en modo alguno á erigirse de su propio movimiento en acusador del juez. Ni tampoco puede ser de otra manera, estando satisfecho, careciendo, por ende, asi de motivos de interes como de venganza para publicar los tratos babidos, y teniéndolos casi tan fundados y poderosos para ocultarlos cual su cómplice. Mas cuando un magistrado venal practica la corrupcion en grande, á la manera de Bacon, y tiene agentes en acecho para levantarle caza, ocurre, á las veces, que las dos partes tratan de sobornarlo, y que recibe dinero de litigantes cuya causa es tan notoriamente injusta que, no pudiendo hacer nada en su provecho, los condena, creándose con esto mortales enemigos. Uno sólo que soborne y quede frustrado en su propósito hace más en daño del juez que ciento lográndolo.

El famoso proceso de los Goëzman prueba lo que decimos. Beaumarchais litigaba un negocio de cuenta en el Tribunal Supremo de Paris. Del magistrado M. Goëzman dependia el fallo más principalmente; y como hicieran entender á Beaumarchais que no sería empresa difícil atraerse la voluntad de su mujer haciéndole un regalo, éste la ofreció un bolsillo lleno de oro, que la dama consintió en aceptar. Es evidente que si la sentencia del Tribunal hubiera sido favorable al dadivoso, nadie habria sabido nunca la menor cosa; mas le faé contraria, y aun cuando le restituyó la Goëzman casi toda la suma recibida por ella, persuadida de que no ejerceria venganza ni divulgaria en desagravio de no haber conseguido su deseo unos tratos tan deshonrosos para todos, es lo cierto que Beaumarchais, cuyo carácter no conocian, les hizo maldecir de allí á poco el dia que pensaron burlar á un hombre de carácter tan vengativo y turbulento, tan osado y de tan peregrino ingenio, porque obligó al Tribunal á condenar á M. Goëzman, y á su mujer á buscar refugio en el claustro, recogiéndose á un convento. Miéntras no fué demasiado tarde para detenerse, la ira de Beaumarchais no conoció límites, ni le consintió tampoco advertir que solo podia perder á los Goëzman revelando hechos eficaces á perderlo á él.

Otros ejemplos podrian citarse demas de este; pero nos parece inútil, bastando á nuestro propósito decir que no se hace necesario tener mucho conocimiento del corazon humano para persuadirse de que si se admitiera la doctrina de Mr. Montagu quedaria privada la sociedad del único medio con que cuenta de poner al descubierto las prácticas viciosas de los malos jueces.

Pero volvamos á nuestra narracion. Apénas pronunciada la sentencia contra el Canciller, suavizó su cumplimiento la Corona. Dos dias no más permaneció preso en la torre de Lóndres, y al cabo de ellos quedó en libertad, retirándose á seguida con los suyos á Gorhambury. El Rey le perdonó la multa, lo autorizó más adelante á residir en la corte, y, por último, el año de 1624 lo indultó del resto de la pena, pudiendo por tanto volver á su asiento de la Cámara de los Lores, y siendo citado á este fin cuando se verificó la reunion del nuevo Parlamento.

Pero los años, las enfermedades, y acaso tambien la vergüenza, le impidieron comparecer en él. No satisfecho todavía el Gobierno con tan señaladas muestras de benevolencia, y á pesar de que las rentas de lord Bacon no bajarian entónces de docemil y quinientos duros anuales, segun Mr. Montagu, cifra superior á la de los ingresos de muchos magnates de la época, dicho sea de paso, y de todos modos bastante para vivir, no sólo cómoda y holgada, sino espléndidamente, le señaló una pension de mil y doscientas libras esterlinas. Por desgracia, lord Bacon gustaba mucho de la magnificencia, y nunca tuvo costumbre de ocuparse como debia de sus asuntos domésticos, no siendo fácil persuadirlo de la necesidad en que se hallaba de reducir los gastos de su casa, pues siempre quiso vivir con la grandeza y el lujo de los tiempos pasados en el poder y la prosper dad. «No quiero,» respondia, cuando afligido de acreedores le aconsejaban algunos amigos vender los bosques de Gorhambury; «no quiero despojarme de mis plumas.» Y viajaba con lujo tan inusitado de carrozas y servidumbre, que habiéndose cruzado con él en el camino el príncipe Cárlos, exclamó S. A.: «Estoy cada dia más persuadido de que lord Bacon no irá en su vida pedestremente.» Esta ostentacion y el abandono y olvido en que tenía sus intereses, pusieron muchas veces al ex—Canciller en sumo aprieto, y lo forzaron á desprenderse de York—House, teniendo entónces que apearse, cuando iba de vez en cuando á Lóndres, en su antiguo cuarto de Gray's Inn. Tambien hubo de sufrir disgustos y molestias de diversa indole, y es evidente, pues así lo reza el testamento que otorgó al morir, que la conducta de su mujer le causaba mucha contrariedad y tormento.

Pero, cualesquiera que fuesen sus apuros pecuniarios y sus enojos conyugales, las grandes facultades de su inteligencia no sufrieron por eso menoscabo, y los elevados estudios á los cuales se consagró en medio de las ocupaciones de su ministerio y de las intrigas cortesanas, realzaron los postreros años de su vida de dignidad superior á la que hubieran podido prestarle los títulos nobiliarios y el ejercicio del poder. Por esta causa Bacon siempre fué Bacon para todos, á pesar de la denuncia y acusacion de sus delitos, de su culpabilidad reconocida, de la sentencia, de la ignominiosa expulsion que hubo de sufrir, así del palacio de su soberano como de las deliberaciones de los lores sus colegas; de sus deudas, de su honor mancillado, del estrago de los años, de las penalidades y de los sufrimientos de toda especie. «Mi opinion respecto de lord Bacon, dice noblemente Ben Jonson, no tomó cuerpo y creció viéndolo en el ejercicio de los empleos y en el goce de los honores más elevados, sino admirándolo en la plenitud de su saber y su grandeza incomparables; y de tal modo me ha parecido siempre así, á juzgar por sus obras, que lo he marcado por uno de los más sabios y grandes y más dignos de admiracion que hayan vivido desde hace siglos. Los dias de su adversidad siempre pedi á Dios que le diera fuerzas, persuadido de que la grandeza no podia faltarle.» Los servicios que Bacon prestó á las letras durante los cinco últimos años de su vida, tan agitada por tan diversos modos, acrecientan el dolor que sentimos considerando los años que perdió, segun las palabras de sir Tomás Bodley, ««en estudios impropios de él.» Porque comenzó un digesto de las leyes de Inglaterra, uua historia de su patria bajo los príncipes de la casa de Tudor, un cuerpo de historia natural y una novela filosófica; hizo á sus ensayos extensas y preciosas adiciones, y publicó el inapreciable tratado De Augmentis scientiarum, imprimiendo el sello de su ingenio peregrino áun á las bagatelas que le servian de pasatiempo en las horas de vagar ó de sufrimiento. Tanto es así, que la mejor coleccion epigramática que se conoce no es otra sino la dictada por él mismo, de memoria, sin recurrir á ningun libro, en ocasion de hallarse imposibilitado por sus males de consagrar su espíritu á estudios graves y profundos.

El gran apóstol de la filosofía experimental estaba destinado á ser su mártir tambien. Pues como le ocurriese que podia emplear ventajosamente la nieve para preservar de la putrefaccion las sustancias animales, quiso hacer el ensayo de su idea por sí mismo y sin más tardanza, yendo camino de Londres un dia de los más crudos de la primavera de 1626. En efecto, se apeó cerca de Highgate, entró en una cabaña de labriegos, compró una gallina y con sus manos la rellenó de nieve. Cuando más empeñado se hallaba en la operacion, se sintió sobrecogido de frio intenso y de tal modo enfermo, que ya no pudo volver á Gray's Inn, siendo necesario que sus criados lo llevaran casa del conde de Arundel, su grande amigo, que poseia una finca en el lugar, y recibiéndolo con muestras de respetuosa cortesía los servidores del prócer, que lo atendieron y cuidaron esmeradamente mientras duró su enfermedad. Al cabo de una semana escasa de padecer, espiró allí lord Bacon, al despuntar del sol del dia de Pascua del año 1626. Segun parece, conservó hasta los postreros instantes el ejercicio de sus poderosas facultades, sin olvidar la gallina, causa de su muerte, pues en la postrera carta de su mano, escrita en ocasion que no podia ni sostener la pluma con los dedos, como así lo dijo, consignó que el ensayo de la nieve habia «salido á maravilla.» Parécenos haber expuesto suficientemente nuestra opinion acerca del carácter moral de tan grande hombre. Si hubiera vivido lord Bacon todos los años de su vida en apartado retiro consagrado al estudio de las letras, probablemente habria merecido fama no sólo de ilustre filósofo, sino de dignísima persona; pero ni sus principios ni su inteligencia fueron cual debian para inspirar confianza, tratándose de resistir grandes tentaciones y de arrostrar graves peligros. Tanto es cierto lo que decimos, que algunas breves palabras suyas consignadas en su testamento expresan esto mismo con singular energía y dignidad y elocuencia extraordinarias, pues deja entrever en ellas tristemente la conviccion de que sus acciones fueron tales que no le dieron derecho alguno al aprecio de sus testigos, si bien añade con altiva confianza que sus escritos le habian conquistado elevadísimo y firme asiento entre los bienhechores de la humanidad. Así, al ménos, se desprende, á nuestro parecer, de sus propias razones, tantas veces citadas, y que nos atreveremos á reproducir literalmente ahora. «En cuanto á mi nombre y fama, dijo, los fio á los discursos caritativos de los hombres, á los pueblos extranjeros y á los siglos por venir (1).» Legitima era su confianza y fundada, porque desde su muerte hasta la hora presente ha ido su fama en aumento, siendo indudable que su nombre se pronunciará con respeto los siglos más remotos en los confines más apartados del mundo.

Lo que caracteriza principalmente la filosofía de lord Bacon es que se propuso fines diversos de los que pretendieron sus predecesores. Así lo entendia él mismo, diciendo: «Finis scientiarum á nemine adhuc bene positus est (2);» «omnium gravissimus error in deviatione ab ultimo doctrinarum fine consistit (3): » «nec ipsa meta, adhuc ulli, quod sciam, mortalium posita est et defixa (4).» Y cuanto más cuidadosamente se examinan sus obras, con más evidencia se advierte que en esto consistia la clave de su sistema, y que si se valia de medios diferentes de los empleados por otros filósofos, era porque se proponia fines de todo en todo diferentes de los suyos.

Pero se preguntará: ¿qué fines se proponia Bacon? «El fruto, contestaremos, valiéndonos de su (1) Las palabras textuales de lord Bacon dicen: For my name and memory. I leave it to men's charitable spechesand to foreign nations, and to the next age.—N. del T (2) Novum Organum, lib. 1, Aph. 81.

(3) De Augmentis, lib. 1.

(4) Cogitata el Visa.

propia enérgica palabra, porque deseaba multiplicar los goces humanos, suavizando los trabajos y penalidades. Queria «consolar la especie humana (4);» queria «commodis humanis inservire (2); queria «efficaciter operari ad sublevanda humanæ vitæ incommoda (3);» queria «dotare vitam humanam novis inventis et copiis (4),» y queria, finalmente, «genus humanum novis operibus et potestatibus continuo dotare (5). Tales fueron los objetos que persiguió en todas sus investigaciones científicas, ya se ocupara de filosofia natural, de legislacion, de política ó de moral.

Dos palabras explican la doctrina de lord Bacon: utilidad y progreso. La filosofía de los antiguos desdeñaba ser útil y se daba por satisfecha permaneciendo estacionaria; como que sólo se preocupaba de teorías de perfeccion moral de tanta sublimidad que debian permanecer eternamente en tal estado, de tentativas para resolver enigmas insolubles y de predicaciones enderezadas á recomendar ciertos estados del alma imposibles de conseguir; pues no siendo lícito á la filosofía de los antiguos rebajarse al humilde oficio de contribuir al bienestar de la especie humana, todas las escuelas lo reputaban por degradante, y algunas lo condenaban por inmoral.

Cierto es que una ocasion, Posidonio, escritor muy distinguido del siglo de Ciceron y de César, olvidó estos preceptos hasta el punto de enumerar entre los beneficios de más humilde naturaleza que debia la humanidad á la filosofía el descubrimiento del (1) Advancement of Learning, lib. I.

(2) De Augmentis, lib. vi, cap. I.

(3) Ibid, lib. 11, cap. II.

(4) Novum Organum, lib. 1. Aph. 81.

(5) Cogitata et Visa.

principio arquitectónico de las bóvedas, y la introduccion del uso de los metales; pero no lo es ménos que su alabanza fué calificada de afrentosa para la ciencia, y ésta vindicada del agravio más principalmente por Séneca (1); el cual lo rechazó manifestando que nada tenía que ver la filosofía con el arte de enseñar á hacer bóvedas ni de usar de los metales, toda vez que los verdaderos filósofos no han de preocuparse nunca de lo uno ni de lo otro.

Porque es filosofía aquella que nos enseña á ser independientes de la sustancia material y de las invenciones mecánicas, y es sabio aquel que vive segun la ley de la primera naturaleza, y que en vez de afanarse por acrecentar el bien físico de su especie, se duele de no vivir en la edad de oro, cuando no tenía la raza humana otros vestidos que la protegieran del frio sino las pieles de animales salvajes, ni otras moradas sino las cavernas. De aquí que imputar á estos hombres participacion en el descubrimiento ó perfeccionamiento de útiles de labranza, de medios de comunicacion, de industrias ó de comodidades más ó ménos relacionadas con la vida material, es hacerles notoria injuria.

«En mis tiempos, continúa Séneca, se han hecho invenciones de esta indole, por ejemplo, ventanas trasparentes, tubos para distribuir el calor entre las diversas partes de un edificio, y una manera de escritura tan perfeccionada, que quien la posee puede seguir la palabra del orador por rápida que sea; mas todo ello es indigno de la filosofia, cuyo asiento se halla en elevadísimas regiones, y propio solamente de viles esclavos; que aquella no ha de preocuparse de enseñar á los hombres á servirse de (1) Séneca, Epist. 90.

sus manos para ningun fin, siendo el único propósito de sus lecciones formar sus almas. Non est, inquam, instrumentorum ad usus necessarios opifea.» Si suprimiéramos el non, seria esta sentencia definicion exacta de la filosofia de Bacon, y tendria mucha semejanza con algunas frases del Novum Organum. «Presto llegará el dia en que nos digan, prorumpe Séneca, que cualquier zapatero es filósofo.» De nosotros diremos á nuestra vez que si nos pusieran en el caso de escoger entre un zapatero cualquiera y el autor de los tres libros sobre la cólera, sin vacilar optariamos por el primero; porque si bien es peor dejarse llevar de la cólera que mojarse los piés, los zapatos han evitado esta molestia y daño á millones de hombres, mientras que toda la filosofía de Séneca no habrá tal vez impedido á nadie un solo arrebato de ira.

No sin oponer mucha resistencia viene Séneca en que los filósofos hayan podido prestar atencioná cosas eficaces de suyo al desarrollo de lo que las almas vulgares considerarian benéfico á la humanidad, y trata de justificar á Demócrito del cargo vergonzoso de haber construido la primera bóveda, y á Anacársis de la ignominia de ser autor del primer torno de alfarero, reconociendo, mal de su grado, que pueden suceder estas cosas «del propio modo que puede tambien ocurrir que un filósofo sea muy ágil en la carrera, sin que por eso deba decirse que llegó el primero á la meta, ó inventó una máquina, en su cualidad de filósofo.» Ciertamente que no, siendo más propio del oficio de filósofo declamar en favor de la pobreza, y prestar al propio tiempo diez millones de duros á intereses usurarios; componer epigramas acerca de los peligros del lujo en jardines de prodigiosa magnificencia; perorar mucho y magistralmente sobre la libertad, y humillarse á presencia de los insolentes y viles libertos de un tirano; y celebrar la sublime belleza de la virtud con la misma pluma que se acaba de redactar la defensa del asesinato perpetrado por un mal hijo en la persona de su madre.

Despues de haber leido las hipócritas declamaciones de tan baja filosofia, neciamente orgullosa de su propia inutilidad, satisface repasar las lecciones del gran maestro inglés, y tanto, que nos sentimos dispuestos casi á perdonarle cuantas faltas cometió en vida, leyendo en aquellas las siguientes palabras que rebosan de nobleza y encanto: «Ego certe, ut de me ipso, quod res est, loquar, et in iis quæ nunc edo, et in iis quæ in posterum meditor, dignitatem ingenii et nominis mei, si qua sit, sæpius sciens et volens projicio, dum commodis humanis inserviam; quique architectus fortasse in philosophia et scientiis esse debeam, etiam operarius, et bajulus, et quidvis demum fio, cum haud pauca quæ omnino fieri necesse sit, alii autem ob innatam superbiam subterfugiant, ipse sustineam et exsequar (1).» En efecto, esa filantropía que, como él mismo declara en una de sus cartas más notables escritas durante su juventud, se hallaba «de tal modo arraigada en su espíritu que nada podia desdesprenderla de él;» esa majestuosa humildad; ese convencimiento de que todo cuanto, por insignificante que sea, pueda ser causa de placer ó dolor á la más humilde criatura, es digno de llamar la atencion del hombre más sabio, constituyen el sublime carácter y la esencia de la filosofía de lord Bacon; carácter y esencia que hallamos en todas (1) De Augmentis, lib. VII, cap. 1.

sus obras sobre fisica, legislacion y moral, persuadiéndonos de que todas las demas particularidades de su sistema se derivan directa y casi necesariamente de esta particularidad.

El espíritu que anima el pasaje de Séneca citado ántes, ha sido el inspirador de la filosofía antigua desde los tiempos de Sócrates, y ha prevalecido en inteligencias con las cuales no es posible comparar ni por un momento la de Séneca; porque así predomina en los diálogos de Platon, como se advierte de muy perceptible manera en muchas partes de las obras de Aristóteles, y que al decir de Bacon débese de atribuir en gran modo á la influencia de Sócrates la propagacion y ascendiente de la idea; que nunca estimó el gran filósofo inglés como suceso feliz la revolucion verificada por Sócrates en la filosofía, y sostuvo constantemente que los primeros pensadores de la Grecia, y en particular Demócrito, aventajaron, á pesar de todo, á sus más renombrados sucesores (1).

Porque si juzgamos del árbol que plantó Sócratesy cultivó Platon, por sus hojas y sus flores, fuerza será decir que ninguno le iguala en hermosura; mas si nos valemos para examinarlo de la ciencia práctica de Bacon, y lo juzgamos por sus frutos, acaso modifiquemos nuestras ideas, pensando de él ménos favorablemente. Ni tampoco puede ser de otra manera si hacemos la suma de todas las verdades útiles que debemos á esa filosofía. Pues si hallamos en ella pruebas abundantisimas de que habia entre quienes la cultivaban hombres dotados de clara y (1) Novum Organum, lib. 1. Aph. 71, 79. De Augmentis, lib. III. cap. IV. De principiis atque originibus. Cogitoto et Visa, Redargutio philosophiarum.

superior inteligencia, y en sus escritos modelos incomparables del arte de la dialéctica y de la retórica, reconociendo la utilidad de las controversias de los antiguos en tanto cuanto servian á ejercitar las facultades de los antagonistas, punto de vista bajo el cual no hay controversia, por insignificante que sea, cuya utilidad no se demuestre, cuando le pedimos algo más, algo que aumente el bienestar ó disminuya el sufrimiento de la raza humana, hemos de confesar con Bacon que tan decantada filosofía no es eficaz sino á facilitar las disputas, que no fué viña ni olivar, sino espeso bosque trabado de jaras y espinos, de donde los extraviados volvian siempre con hambre y el cuerpo cubierto de innumerables rasguños (1).

Dispuestos estamos á reconocer que algunos de aquellos que predicaron y enseñaron tan estéril sabiduría tienen su asiento entre los hombres más ilustres que hayan existido, y por tanto, si convenimos en la justicia del fallo pronunciado por Bacon, lo hacemos con igual sentimiento que Dante al conocer la suerte aciaga de los paganos ilustres condenados al primer círculo del infierno, cuando dijo: Gran duol mi prese al cuor quando lo'ntesi, Perocche gente di molto valore Conobbi che'n quel limbo eran sospesi.

Y esta misma grande admiracion que sentimos por los filósofos eminentes de los tiempos antiguos nos obliga más á decir que hicieron sistemáticamente mal uso de sus facultades. ¿Cómo, si no, ingenios tan esclarecidos hubieran hecho tan poco en (1) Novum Organum, lib. 1. Aph. 78.

bien de la humanidad? Porque del propio modo que un andarin desarrolla tanta fuerza muscular haciendo ejercicio en uno de esos aparatos llamados tornos disciplinarios como marchando á campo travieso, y que mientras en este caso su vigor lo lleva siempre adelante, en el otro no gana una pulgada de terreno; tambien así la filosofia de los antiguos, aparato de controversias interminables, y por decirlo así giratorias, era torno disciplinario de la inteligencia y máquina para ejercitar las fuerzas, no vehículo de progresos. Por tal manera, siempre que consideramos las doctrinas de la Academia y del Pórtico, áun en medio de la espléndida magnificencia de que las reviste la frase incomparable de Ciceron, sentimos impulsos de repetir las palabras del desapacible centurion de Persio, diciendo: «¿Cur quis non prandeat hoc est?» En efecto, durante siglos emplearon los hombres más ilustres del mundo civilizado su ingenio, su lengua y su pluma en preguntarse unos á otros cúyo era el bien supremo; si el dolor era un mal; si es el destino regulador de todo; si debemos estar ciertos de algo; si podemos estar ciertos de que no lo estamos de cosa ninguna; si el sabio puede ser desgraciado; si somos igualmente reprensibles cuantas veces nos apartamos del sendero de la virtud; siendo evidente que una filosofia preocupada de asuntos tales y parecidos no era progresiva en modo ninguno. Podia, sí, aguzar y fortificar el ingenio de los que á ella se consagraban, ventaja que ofrecian tambien las discusiones de los liliputienses ortodoxos y de los blefuscudianos heréticos en órden á las dos extremidades de un huevo; pero nó añadir la partija más insignificante al dominio de la ciencia.

Con ella, el ingenio humano marcaba el compas en vez de marchar, y trabajaba tanto como hubiera necesitado para ponerse en movimiento y adelantar sin dar un paso ni salir del mismo sitio. No habia verdades acumuladas, verdades hereditarias adquiridas por medio del trabajo de una generacion y legadas á otra generacion para ser trasmitidas con las creces y aumentos debidos á otras sucesivas; en tiempo de Séneca se hallaba la filosofía en el mismo punto que en tiempo de Ciceron, y en la época de Favorino aún permanecia estacionaria; las mismas sectas luchaban siempre con los mismos insuficientes argumentos sobre los mismos interminables asuntos; nadie carecia de habilidad, de actividad y de celo; abundaban los indicios de cultura intelectual, pero faltaba la cosecha; como que despues de labrar mucho la tierra, y de escardarla, y de hacer la siega y la trilla, sólo habia en las trojes cizaña y rastrojo.

Los antiguos filósofos no tenian las ciencias naturales en poca estima; pero no las cultivaban con el fin de acrecentar el poder del hombre y mejorar su condicion. Y como el contagio de la esterilidad se habia extendido de las especulaciones sobre la ética á las especulaciones sobre la física, si bien Séneca escribió mucho acerca de la filosofía natural é hizo valer la importancia de su estudio, no fué porque propendiese á calmar el sufrimiento, á multiplicar los goces de la vida, á extender el imperio del hombre sobre el mundo material, sino lisa y llanamente porque aspiraba en todo á elevar el alma sobre las preocupaciones vulgares, á separarla del cuerpo y á sutilizar en la solucion de problemas intricados (1). No se consideraba, pues, la filosofía Nos self homie (1) Séneca. Nat. quæst. præf. lib. III.

(201 natural sino como gimnasia del espíritu, y siendo sólo auxiliar del arte de la controversia, nada útil pudo producir.

Hubo una secta que, á nuestro parecer, habria debido, por absurdas y peligrosas que fueran algunas de sus doctrinas, ser excluida del anatema universal lanzado por Bacon sobre todas las escuelas de la sabiduría de los antiguos. Nos referimos á los epicúreos que, derivando el bien y el mal del placer y del dolor físicos, hubieran procedido en consecuencia consagrándose á mejorar su propia condicion física y la de sus vecinos; mas no pensó en ello ninguno de los sectarios, persuadidos como lo estaban, segun dice su gran poeta, de que ya no podian realizarse más progresos en las artes que procuran bienestar y recreo á la vida. une b Ad victum que flagitat usus Omnia jam ferme mortalibus esse parata.

Este desaliento y esta propension á extasiarse contemplando las obras de lo pasado y á persuadirse de que ya no sería posible producir nada más, caracteriza y distingue á todas las escuelas que precedieron á la escuela del fruto y del progreso; porque, por profunda que fuera bajo muchos aspectos la línea divisoria entre los epicúreos y los estóicos, unos y otros parecen haber estado perfectamente conformes en cuanto á despreciar las investigaciones, tanto más vulgares, cuanto más útiles y prácticas. Y como la filosofia de ambas sectas consistia en bachillerías y declamaciones insustanciales, enfáticas y quimeristas, y durante siglos enteros no hicieron otra cosa sino repetir sus respectivos gritos de guerra: «Virtud y Placer,» acabando por averiguarse que si poco habian aumentado los epicúreos el caudal del placer, ménos habian hecho aún los estóicos por el de la virtud, nos parece que no en el pedestal de la estátua de Epicuro, sino en el de la de Bacon debieran esculpirse aquellos versos tan hermosos que dicen: ovog O tenebris tantis tam clarum exto extollere lumen Qui primus potuisti, illustrans commoda vitæ.

En el siglo v habia vencido el cristianismo al paganismo, pero quedando contaminado de su lepra, y simultáneamente corrompida y victoriosa su Iglesia, pasando á su culto los ritos del Panteon, y á su creencia las sutilezas de la Academia; que, como dice Bacon, la funesta fusion entre la nueva fe y la antigua filosofía se verificó en un dia desgraciado, á pesar de la pompa, solemnidad y magnificencia que rodearon el suceso (1). Cuestiones diferentes de las que preocuparon el ingenioso espíritu de Pyroho y de Carneades, pero tan sutiles, interminables y estériles como ellas, absorbieron las facultades y la volubilidad de los Griegos; y cuando la ciencia comenzó á reflorecer en Occidente, idénticas puerilidades embargaron el espíritu penetrante y vigoroso de los filósofos escolásticos, los cuales tambien sembraron vientos y recogieron tempestades. Y como todavía se reputaba por indigno de hombres ilustres trabajar en la grande obra de mejorar la condicion de la especie humana, los que lo intentaban se veian despreciados cual viles esclavos si sus propósitos eran fáciles de comprender, y si no, corrian peligro de ir á la hoguera, donde morian quemados cual si fueran brujos.

Nada será más eficaz á demostrar cuán extra(1) Cogitata et Visa.

viado se hallaba el humano espíritu en aquella sazon, que la historia de los dos acontecimientos más considerables que se verificaron durante la Edad Media: las invenciones de la pólvora y de la imprenta. Porque con ser por todo extremo famosas, así las fechas como los nombres de sus autores se ignoran completamente, y esto proviene no de que los hombres fueran entónces tan groseros é ignorantes que no pudieran apreciar la superioridad intelectual, pues el inventor de la pólvora era, á lo que se cree, contemporáneo de Petrarca y de Boccacio, y el de la imprenta positivamente de Nicolás V, de Cosme de Médicis y de una multitud de sabios ilustres, sino de que el humano espíritu conservaba todavía los mismos resabios que hacía dos mil años, y de aquí la dificultad de que Jorge de Trebisonda y Marsilio Ficino se persuadieran de que más habia hecho por la humanidad el inventor de la imprenta que no ellos y que los escritores de la antigüedad cuyos sectarios entusiastas eran.

Al cabo llegó el momento en que debia sucumbir la filosofía estéril que por espacio de tantos siglos absorbió las facultades de los hombres eminentes; y despues de transformarse de diversos modos, de mezclarse á creencias várias, de sobrevivir á revoluciones en las cuales perecieron imperios, religiones, lenguas y razas, al ser expulsada de sus últimos baluartes, se refugió en el claustro de la Iglesia que habia perseguido, y á la manera de los demonios audaces del poeta, tomó asiento ««al lado del de Dios, osando arrostrar con sus tinieblas los resplandores de la luz divina (1).» Palabras y nada (1)next the seat of God, And with its darkness dared affront his light.» más que palabras, hé ahí el fruto recogido al cabo de sesenta generaciones de sabios famosísimos: pero estaban contados los dias de tan infecunda exuberancia. ooola do odzo Muchas causas predisponian el espíritu público á un gran cambio, no influyendo poco para destruir el respeto ciego á la autoridad, que habia prevaleeido cuando Aristóteles reinaba con imperio absoluto, el estudio de mucha diversidad de autores antiguos, sin que por eso nos atrevamos á sostener que dieron buena direccion á las investigaciones filosóficas. El advenimiento de la secta de los platónicos florentinos, á la cual pertenecian algunos de los más claros ingenios del siglo xv, no careció tampoco de importancia. Pues si la mera sustitucion de la filosofia académica por la filosofia peripatética no hubiera sido en verdad de gran provecho en sí, mucho se ganaba sólo con el hecho de romper serviles tradiciones, y de tener varios tiranos entre quiénes escoger; que del ««choque de tan opuestas servidumbres, como advierte oportunamente Gibbon, brotaría una chispa de libertad.» Muchas otras causas podríamos enumerar como determinantes de la gran reforma filosófica; pero todas ceden á la gran reforma religiosa, á la cual se debe principalmente. Porque habiendo sido tan intima la liga entre la escuela y el Vaticano por espacio de siglos, los que rechazaban la dominacion del Pontifice no podian continuar reconociendo tampoco autoridad en la escuela, y trataban por tanto con desprecio la filosofia peripatética, y hablaban de Aristóteles cual si hubiera sido responsable de los dogmas de Santo Tomás de Aquino. «Nullo apud Lutheranos philosophiam esse in pretio,» era el cargo que constantemente repetian á los cismáticos los defensores de la Iglesia de Roma, y que muchos jefes del protestantismo estimaban en tanto como el mayor de los elogios que pudieran hacerles. Pocos textos habia, en efecto, más citados de los reformadores que aquel de San Pablo en el cual recomendaba mucho á los Colossianos ««no dejarse nunca seducir de la filosofía,» llegando Lutero hasta el extremo de afirmar, muy á los principios de su carrera, que no era posible ser al propio tiempo discípulo de la escuela de Aristóteles y de la de Jesucristo; lenguaje que asimismo emplearon Zwinglio, Bucer, Pedro el Mártir y Calvino, y con cuyo espíritu se identificaron de tal modo algunas universidades escocesas, que rechazaron el sistema de Aristóteles para seguir el de Ramus. Por tal modo, ántes de nacer Bacon, ya estaba quebrantado hasta sus cimientos el imperio de la filosofía escolástica, echándose de ver por todas partes en el mundo intelectual muestras evidentes de un estado de anarquía parecido al que suele suceder en el mundo político á la caida de los gobiernos tradicionales y profundamente arraigados; y era que la antigüedad, la prescripcion y la grandeza de los nombres ya no ponian miedo á ninguno, ni existia la raza que habia reinado durante tantos siglos, y que los pretendientes se preparaban á reñir grandes batallas por la posesion del trono vacante.

La primera consecuencia de aquella revolucion trascendental fué, como lo advierte Bacon, imprimir exagerada importancia por cierto tiempo á las galas del estilo exclusivamente; que la nueva raza de literatos, los Ascham y los Buchanan, familiarizados con las obras más admirables del siglo de Augusto, miraban desdeñosamente la fraseología revesada, seca y bárbara de los filósofos disputadores, y ántes atendian á la forma de los escritos que no á su fondo, logrando por tal modo reformar la latinidad, sin pretender reformar la filosofía en ningun caso.

Entónces apareció Bacon, siendo inexacto decir, como ya se ha hecho con insistencia por algunos, que fuera el primero en rebelarse contra la filosofía de Aristóteles, reina del mundo y en la plenitud de su poder. Porque, y ya hemos demostrado esto anteriormente, la autoridad de la filosofía aristotélica estaba herida de muerte mucho tiempo ántes de que naciera Bacon, razon por la cual algunos pensadores, entre quienes Ramus era el más conocido, intentaron fundar nuevas sectas. Si dudas quedaran en órden al estado de la opinion pública en tiempo de Lutero, las palabras tan claras y enérgicas de que se vale Bacon para caracterizarlo las disiparian. «Accedebat, dice, odium et contemptus, illis ipsis temporibus ortus erga scholasticos.» Y más adelante añade: «Scholasticorum doctrina despectui prorsus haberi coepit tanquam aspera et barbara (1).» En cuanto al papel que representó Bacon en aquel cambio, ántes fué de Bonaparte que no de Robespierre. Habiase derribado y destruido el órden antiguo de cosas, y si bien unos cuantos fanáticos retrógrados conservaban con fidelidad extremada el recuerdo de la pasada monarquía y trabajaban en favor de la restauracion, no pensaba así la mayor parte, la cual, empero, aunque libre y emancipada, ni sabía cuyo rumbo tomar, ni tenia jefe capaz de dirigirla.cc solovibelt uz eoidea El jefe se presentó al fin. La filosofía que profelab angmale aldebum oluorlogges ab (1) Léense estos párrafos en el primer libro del De Augmentibus.

saba era nueva de todo en todo, y diferia de la de aquellos maestros más renombrados de la antigüedad, no sólo en el método, sino en el fin, siendo este el bien de la humanidad en el sentido que siempre atribuyó y habrá de atribuir á la palabra bien la especie humana. «Meditor, dice Bacon, instaurationem philosophiæ ejusmodi quæ nihil inanis aut abstracti habeat, quæque vitæ humanæ conditiones in melius provehat (1).» Nada tan eficaz en nuestro concepto á demostrar la diferencia entre la filosofía de Bacon y la de sus predecesores, como la comparacion de sus ideas en ciertos puntos importantes con las de Platon; y damos á éste la preferencia convencidos de que contribuyó cual ninguno á señalar á los pensadores el rumbo que debian seguir hasta que les imprimió nuevo impulso en direccion diametralmente contraria el filósofo inglés.Y en efecto, digno es de observar cómo apreciaban de diverso modo varones tan eminentes la importancia de los ramos de la ciencia, por ejemplo, la aritmética. Porque despues de reconocer de pasada, y acaso con ligereza, la ventaja de poder contar y calcular en las transacciones usuales y corrientes de la vida, trata Platon de aquello que constituye á su parecer la más importante utilidad de los números, diciendo que el estudio de sus propiedades familiariza el espíritu con la contemplacion de la verdad pura, y lo eleva positivamente sobre el nivel del mundo material; pero no lo recomienda el sabio á sus discípulos, para fines comerciales, sino para enseñarlos á distraer el ánimo del espectáculo mudable siempre del mundo material, (1) Redargutio Philosophiarum.

fijándolo en la esencia inmutable de las cosas (4).

Bacon, por el contrario, tanto más apreciaba esta rama de la ciencia, cuanto era más grande la utilidad que reportaba al mundo material tan despreciado de Platon; y hablando desdeñosamente de la aritmética mística de los últimos platónicos, deplora la predisposicion de los hombres á emplear en asuntos de mera curiosidad facultades que deberian aplicarse á cuestiones útiles y prácticas, y encarece á los aritméticos que abandonen tales naderías y trabajen para combinar expresiones cómodas que puedan aplicarse provechosamente á las investigaciones físicas (2).

Las mismas razones que obligaban á Platon á recomendar el estudio de la aritmética, influian su ánimo en favor del de las matemáticas. Y si la muchedumbre de los geómetras no lo comprendia, era, segun él, porque sólo se preocupaba de lo práctico, ignorando que los verdaderos fines de la ciencia no son otros sino elevar los hombres al conocimiento de la verdad abstracta, esencial y eterna (3). A dar crédito á Plutarco, Platon extremaba de tal modo sus convicciones en la materia y hallaba tan degradante para la geometría verla empleada en fines de vulgar utilidad, que habiendo inventado Arquitas, con el auxilio de las matemáticas, ciertas máquinas de fuerza extraordinaria (4), el filósofo le manifestó su desagrado, diciéndole que rebajaba un nobilísimo ejercicio intelectual em(1) República de Platon, lib. VII. lost (2) De Augmentis, libro III, cap. vi.

(3) República de Platon, lib. VII.

(4) Plutarco. Sympos, VIII y Vida de Marcelo. Aulo Gelio y Diógenes Laerte mencionan asimismo las máquinas de Arquitasfy pleándolo en aquello, y asimilándolo por tal modo á los oficios más viles; que no debia servir á las necesidades materiales de la humanidad la geometría, concluia Platon, sino á disciplinar el espíritu; prevaleciendo tanto estas ideas, que, al decir de Plutareo, se reputó por indigna de filósofos la ciencia de la mecánica.ozol bag ong lussole Más tarde Arquímedes imitó y aventajó á Arquitas; y como tampoco Arquímedes pudo emanciparse de las ideas generalmente admitidas á la sazon, no sin grandísimo esfuerzo descendió á las veces del ideal teórico á la práctica, y no sin avergonzarse casi de sus propias invenciones, tan admiradas entonces de los pueblos enemigos, hablaba de ellas siempre con desden, como de cosa baladí, que podia tomarse por diversion y esparcimiento del ánimo, cuando el matemático habia consagrado la suma de su ciencia y de su estudio á sus fines más principales y elevados.

En esto diferian esencialmente las ideas de Bacon de las profesadas por los filósofos antiguos, pues tanto más le agradaba la geometría, cuanto era más aplicable al objeto que tanto despreciaba Platon, mereciendo consignarse que fueron arraigándose y subiendo de punto estas convicciones en el ánimo de Bacon á medida que avanzaba en años. Pues si cuando en 1605 escribió sus dos libros acerca del Progreso de la ciencia, insistiendo mucho en órden á las ventajas que reporta la humanidad de las matemáticas mixtas, reconoció al propio tiempo que los saludables efectos producidos sobre la inteligencia por el estudio de las matemáticas, aunque sólo fueran ventajas colaterales, «no eran ménos importantes y dignos de ser tenidos en cuenta que sus fines principales y propios,» veinte años despues, al publicar el De Augmentibus, que no es otra cosa sino el tratado sobre los Progresos de la ciencia, muy corregido y aumentado, como quiera que sus ideas se hubieran reformado ya para entónces de manera sensible, hizo cambios de la mayor importancia en la parte referente á las matemáticas, censurando en términos duros las exageradas pretensiones de les matemáticos, «delicias et fastum mathematicorum;» y considerando el bienestar de la humanidad como fin de la ciencia (1), dijo que la matemática no podia tener derecho á mayores prerogativas que á las de auxiliar ó dependiente de las etras ciencias. «La ciencia matemática es sierva de la filosofia natural, expuso; fuerza es que permanezca en su lugar correspondiente, y no alcanzo, añadió, por qué tuvo la osadía de pretender coloearse más alta que su señora.» Predijo, y su prediccion hubiera hecho estremecer á Platon, que cuantos más descubrimientos se hicieran en las ciencias fisicas, más ramas existirian de matemáticas mixtas, y no escribió una sola palabra respecto de las ventajas colaterales cuya importancia le parecia tan grande veinte años ántes; omision que no puede atribuirse á olvido, porque tenía el anterior tratado delante de los ojos al escribir el nuevo, y suprimió de su propio movimiento cuanto contenia favorable al estudio de las matemáticas puras, reemplazándolo con mordaces sarcasmos en contra de los sectarios apasionados de su estudio. de obter andint A nuestro parecer, esta conducta de Bacon se explica sólo recordando que, con el trascurso del tiempo, se aficionó, acaso de una manera exagerada, el filósofo, á las investigaciones que tienden direc(1) Usui et commodis hominum consulimus.

tamente á mejorar la condicion de la humanidad, menospreciando, acaso de igual modo tambien, las que no dan ningun resultado práctico, y que temia valerse de palabras eficaces á inducir los hombres ilustrados á emplear en pensamientos únicamente útiles al espíritu del pensador uno solo de los instantes que habria podido utilizar extendiendo los límites del imperio humano sobre la materia (1). Si Bacon incurrió en error al proceder así, debemos declarar el suyo, en nuestro concepto, preferible al contrario de Platon, pues una filosofía que pone tanto empeño en ser estéril para no caer en vulgaridad, así es absurda é irritante como la conducta de las matronas romanas que, para no perder la esbeltez del talle, tomaban abortivos.

Pasemos á la astronomía, ciencia cuyo estudio recomendaba Platon á sus discípulos por razones muy diferentes de las admitidas entónces. «Clasificaremos la astronomía, dijo Sócrates, entre los asuntos dignos de estudio?—Tal pienso, le contestó su amigo, el jóven Glauco, pues el conocimiento de las estaciones, de los meses y de los años, así es útil para la guerra, como para la agricultura y la navegacion.—Cáusame risa ciertamente, replicó Sócrates, veros tan temeroso de que os acusen algun dia de recomendar estudios inútiles (2);» y luégo se puso á explicarle, con palabras tan sublimes que, al decir de Ciceron, Júpiter mismo no las habria tenido mejores si hubiese hablado el griego, cómo la astronomía es ajena de todo punto al acrecentamiento del bienestar ordinario de la vida, y (1) Compárense los pasajes relativos á las matemáticas en el segundo libro del Progreso de la ciencia y en el De Augmentis, lib. III, cap. VI.

(2) Rep. de Platon, lib. vi.

eficaz sólo como auxiliar del alma para contribuir á elevarla á la contemplacion de aquellas cosas que sólo el espíritu puro puede concebir. Sócrates considera de poca importancia el conocimiento exacto de los cuerpos celestes y de sus evoluciones; y los aspectos que presenta el cielo durante la noche y le prestan hermosura no son, á su parecer, sino á manera de figuras geométricas trazadas en la arena, meros ejemplos y puntos de apoyo para los espíritus débiles, siendo necesario ir más léjos, y abandonarlos por tanto, hasta llegar al punto de una astronomía tan independiente de las estrellas visibles como lo es la verdad geométrica de las líneas de una figura mal trazada. Esta es, con muy corta diferencia, la astronomía que Bacon comparaba con el toro de Prometeo (1), de piel reluciente y proporciones correctas, pero relleno de paja: muy agradable á la vista, mas sin sustancia ninguna nutritiva. Y se quejaba de que la astronomía hubiera sido separada de la filosofia natural, una de cuyas ramas principales era, para caer bajo el dominio de las matemáticas; «porque, decia, el mundo há menester de otra diferente astronomía, de la astronomia viva, de una astronomía que dé á conocer la naturaleza, influencia y movimiento de los cuerpos celestes, tales cuales son en realidad (2).

Piaton no daba mucha importancia tampoco á la más útil y hermosa de las invenciones humanas, cual es la del alfabeto, persuadido como lo estaba probablemente de que la práctica de las letras ejer(1) De Augmentis, lib. III. cap. IV.

(2) Quae substantiam et motum et influxum cælestium, prout re vera sunt, proponat. Compárense estas palabras con las de Platon, cuando dice: etá & vxQ obpav báooμsv.» cia en el espíritu la misma influencia que las andaderas ó el corcho en el cuerpo cuando aprendemos á echar el paso ó á nadar, pues, segun él, así las andaderas como el corcho acaban por ser indispensables á los que usan de una ú otra cosa, y ambas son ocasionadas á inutilizar primero los esfuerzos más vigorosos, haciéndolos imposibles luégo. Creia que las facultades del humano espíritu se habrian desarrollado mucho mejor sin este apoyo ilusorio, porque faltándoles habrian tenido que ejercitar la inteligencia y la memoria, y apoderarse por completo de la verdad á fuerza de meditar profunda y asiduamente. No así cuando se trasmite al papel mucha cieneia, pues entonces se atesora poca en la memoria.

Ni tampoco es posible otra cosa, prosigue Platon; porque como los hombres se hallan ciertos de hallar en un instante cuantas noticias y datos necesiten, no se preocupan de retener nada, siendo injusto por esta causa decir ahora que saben más ó ménos, pues las apariencias demuestran lo que desmiente la realidad.» Estas opiniones las puso Platon en boca de un rey de Egipto (1); pero es evidente que asimismo eran las suyas personales, como lo entiende tambien Quintiliano (2), por hallarse perfectamente relacionadas con todo su sistema filosófico.

Las miras de Bacon eran muy diferentes, como puede suponerse (3), pues dice que las facultades de la memoria no son eficaces al progreso de las ciencias útiles sin el auxilio de la escritura; y si bien reconoce que la memoria suele alcanzar desarrollo tan extraordinario que realiza verdaderos prodi(1) Platon, Phædrus.

(2) Quintiliano, x.sh (3) De Augmentis, lib. v. cap. v.

gios, les da muy poca importancia, siendo tales las tendencias de su espíritu, que no se halla dispuesto en modo ninguno á entusiasmarse por los grandes ingenios cuando no son prácticamente útiles á la humanidad; y en cuanto á los esfuerzos prodigiosos de la memoria, los considera de igual modo que los equilibrios de los volatines ó los escamoteos de los prestigiadores; como que «son, dice, operaciones de igual naturaleza: la una patente abuso de las fuerzas intelectuales, y la otra de las fisicas; y si ambas pueden causarnos sorpresa y asombro, ninguna tendrá jamás derecho á la menor muestra de respeto.» Platon consideraba la medicina como ciencia de muy dudosa importancia (1), y si no hizo ninguna objecion al uso de remedios enérgicos para curar las enfermedades agudas ó los males causados por accidentes, siempre mostró la mayor indiferencia respecto del arte que resiste y lucha con el lento estrago de las dolencias crónicas, que restituye la salud á los cuerpos achacosos, y que prolonga la existencia cuando ya el espíritu parece hallarse á punto de abandonar la materia; que la vida disputada por tal modo á la destruccion con los esfuerzos científicos, no le parecia sino muerte. «Bien está, decia, que se tolere el ejercicio de la medicina, para que, merced á ella, puedan curarse las indisposiciones pasajeras de los hombres bien constituidos; mas en cuanto á los que no se hallan en este caso, lo mejor será dejarlos morir sin remedio; porque son inútiles é impropios, así para la guerra y para la magistratura, como para el gobierno de sus asuntos particulares y domésticos; para las investigaciones científicas, como para los estudios (1) República de Platon, lib. III.

profundos y asiduos, pues cuando tratan de aplicarse á cualquiera ejercicio intelectual un tanto fuerte, no pueden, y acusau entónces á la filosofia, en vez de culpar de todo á la propia debilidad; razon por la cual lo más cuerdo en ellos será morir.»» A mayor abundamiento y para mejor persuadir, cita Platon en apoyo de su doctrina ciertas autoridades mitológicas, y hace presente á sus discípulos que, segun Homero, los hijos de Esculapio no curaban nunca sino dolencias externas.

En todo era diferente de esta la filosofía de Bacon, pues entre las ciencias, la que más le importaba era la que, al decir de Platon, no podia tolerarse nunca en los Estados bien regidos. Y como no entraba en las miras de Bacon tornar perfectos á los hombres, sino hacer más llevadera y agradable la vida de los hombres imperfectos, la benéfica influencia de su filosofía era semejante á la de nuestro Padre celestial, que así da sol y lluvia á los buenos como á los malos, y así, mientras creia Platon que habia sido hecho el hombre para la filosofia, creia Bacon á su vez que la filosofía se habia hecho para el hombre, y hecho para llegar á un fin determinado, el cual era disminuir en la medida de lo posible los sufrimientos de millones de individuos que ni son ni pueden ser filósofos, y aumentar la suma de sus goces. La escuela inglesa de filosofía era sobrado humana para conceder que debiera tratarse como á caput lupinum al pobre valetudinario que se complace y se recrea tomando el sol en su sitial los dias serenos del invierno, y comiendo tranquilo y metódico á sus horas, y oyendo leer los cuentos de la reina de Navarra, por más que le duela en seguida la cabeza si recorre una página del Timeo; y por lo que hace á Bacon, no habria creido nunca impropio de filósofos inventar sitiales perfeccionados, descubrir el modo de hacer ménos desagradables las medicinas al enfermo, procurarle alimentos sabrosos y sanos y almohadas y cojines en que descansara su cuerpo dolorido, y todo esto sin abrigar la más remota esperanza de que pudiera nunca el espíritu del inválido elevarse á la contemplacion ideal de lo bueno y de lo bello; que del propio modo que adujo Platon las leyendas religiosas de la Grecia para justificar su indiferencia y su desprecio hacia los misterios de la medicina, Bacon volvió por la dignidad del arte de curar invocando el ejemplo de Jesucristo y recordando al mundo que no desdeñó el médico inmortal de las almas ser tambien médico de los cuerpos (1).

Si de la medicina pasamos á la legislacion, hallaremos las mismas diferencias entre los sistemas de uno y otro eminente filósofo. Platon, al comenzar su Diálogo sobre las leyes, asienta como principio fundamental que no es otro su objeto sino hacer á los hombres virtuosos, siendo inútil que hagamos resaltar las conclusiones tan extravagantes á que conduce su premisa. En cambio, Bacon, que se hallaba persuadido de la influencia poderosa de la virtud de los hombres en el bienestar y felicidad de las sociedades á que pertenecen, y asimismo sabia cuánto pueden y cuánto no pueden hacer los legisladores para estimular los pueblos á la práctica del bien, profesa principios y expone ideas acerca de los fines de la legislacion y de los medios más conducentes de conseguirlos que siempre nos han parecido felicisimos, áun entre los más felices pensamientos del mismo género que abundan tanto en (1) De Augmentis, lib. iv, cap. 11.

sus escritos, porque dice: «Finis et scopus quem leges intueri atque ad quem jussiones et sanctiones suas dirigere debent, non alius est quam ut cives feliciter degant. Id fiet si pietate et religione recte instituti, moribus honesti, armis adversus hostes externos tuti, legum auxilio adversus seditiones et privatas injurias muniti, imperio et magistratibus obsequentes, copiis et opibus locupletes et florentes fuerint (4).» Como se ve, no es otro el fin de las leyes sino el bienestar del pueblo, y los medios de conseguirlo, proveerlo de buena educacion moral y religiosa y de todo cuanto sea necesario á defenderlo de los enemigos exteriores, al sostenimiento del órden interior, y al establecimiento de un sis—tema judicial, rentístico y comercial tan eficaz que facilite el modo de acumular rápidamente las riquezas y de disfrutarlas en perfecta seguridad.

Hasta bajo el aspecto de la forma que debe darse á las leyes existe una diferencia notable de opinion entre el filósofo griego y el inglés. Platon creia que los preámbulos eran indispensables; Bacon los reputaba perjudiciales; ambos eran consecuentes: Platon, que consideraba el progreso moral del pueblo como fin de la legislacion, pretendia que si las leyes mandan y amenazan sin persuadir la inteligencia ni obligar la voluntad, son leyes necesariamente imperfectas; que no basta impedir la comision de los delitos y evitar la reincidencia, y que la obediencia más meritoria es aquella que rinde á la razon el espíritu ilustrado y á los preceptos de la virtud el corazon virtuoso; de aquí su convencimiento de que haciendo preceder las leyes de ciertas exhortaciones elocuentes y patéticas, pudieran (1) De Augmentis, lib. vit, cap. II, Aph. 5.

éstas en parte suplir á los castigos: Bacon, que no alimentaba ilusiones y esperanzas tan románticas, y conocia los inconvenientes prácticos de la conducta recomendada de Platon, «neque nobis, decia, prologi legum qui inepti olim habiti sunt, et leges introducunt disputantes non jubentes, utique placerent, si priscos mores ferre possemus... Quantum fieri potest prologi evitentur, et lex incipiat a jussione (1).» Tenian los dos varones eminentes que acabamos de comparar, el propósito de hacer populares sus sistemas respectivos por medio de la novela filosófica; pero ambos dejaron incompleta su obra. De no ser así, de haber vivido Platon lo bastante para dar de mano al Critias, el paralelo entre tan hermosa fábula y la Nueva Atlántida nos habria proporcionado acaso ejemplos aún más notables que todos los expuestos y más eficaces á demostrar su discordancia. Pues no hay duda de que si el griego hubiera visto establecer en su república una institucion semejante á la casa de Salomon, habria retrocedido con espanto, y cispuesto sin más tardanza la destruccion de las perfumerias, cervecerías y boticas, y el destierro inmediato de todos los preceptores y maestros del colegio.

Resumiendo, puédese decir que si el fin de la filosofia de Platon fué hacer del hombre un dios, el de la de Bacon fué proporcionarle cuanto pudiera necesitar humanamente, aspirando el primero á elevarnos por sobre el nivel de las necesidades vulgares, y el segundo á ocurrir á ellas, y siendo por tanto nobilísimo el objetivo de Platon, pero realizable y práctico el de Bacon. El arco del filósofo grand (1) De Augmentis, lib. vi, cap. III., Aph. 69.

griego era bueno; mas, á la manera del Alcestes de Virgilio, apuntaba siempre á las estrellas, perdiéndose sus flechas en la inmensidad del espacio, no por falta de impulso, sino en razon á la distancia del blanco, bien que trazando rastro luminoso en la esfera celeste.

Volans liquidis in nubibus arsit arundo Signavitque viam flammis, tenuisque, recessit Consumta in ventos.» Bacon puso los ojos en un objeto terrestre, no distante del arco, y su flecha fué á dár en medio del blanco. La filosofía de Platon comienza y acaba con palabras sublimes, á decir verdad, y dignas y propias y cual podian esperarse de la más clara inteligencia humana, dueña y señora y árbitra de la lengua más hermosa de todas. La filosofía de Bacon comienza con observaciones y acaba con artes prácticas.

Jactábanse los antiguos filósofos de atraerse con la eficacia de su doctrina el humano espíritu, elevándolo á un grado superior de virtud y de sabiduría; pero á esto queda reducido el único bien práctico que hayan aspirado á realizar los maestros de aquel entónces; y á decir verdad, si lo hubieran conseguido, merecerian ciertamente mayores alabanzas que si hubiesen descubierto medicinas saludables, ó inventado máquinas poderosas; mas no aconteció así, pues nada consiguieron en aquellas materias por efecto de las cuales pretendian labrar la dicha humana, y que les hicieron abandonar sus intereses materiales: prometieron lo impracticable, despreciaron lo práctico, llenaron el mundo de palabras sonoras y de luengas barbas, y luego lo dejaron tan ignorante y pervertido como lo hallaron.

Porque la menor cantidad de bien positivo es de más precio que la mayor promesa por espléndida que sea, si es irrealizable: vale más una fanega de tierra en el condado de Middlesex que toda una provincia en Utópia, y una máquina de vapor, que el sabio de los estoicos, á pesar de su grandeza; que máquinas de vapor las hay prestando utilisimo servicio, y el sabio de los estoicos está por ver todavía. Aquella filosofia que logre hacer al hombre capaz de sentirse perfectamente feliz, al propio tiempo que sufra terribles dolores, valdrá más que otra eficaz sólo á calmar el dolor; pero bien sabemos que si existen remedios para calmar el dolor, no ha existido ningun sabio que se hallase contento doliéndole las muelas; y así tambien la filosofía que destruyera en su gérmen la concupiscencia, sería mejor que la filosofía inspiradora de leyes enderezadas á la defensa de la sociedad; mas, si es posible hacer leyes eficaces á este fin, no sabemos de ningun filósofo que haya descubierto el modo de açabar con la concupiscencia. Ni podia ser tampoco de otra suerte, siendo estos sabios iguales ó peores que sus contemporáneos bajo el punto de vista de la moralidad, pues segun el testimonio de sus amigos lo propio que de sus enemigos, conforme á las confesiones de Epicteto y de Séneca, como á las burlas de Luciano y á las acerbas invectivas de Juvenal, es evidente que aquellos profesores de virtud poseian todos los vicios del comun de las gentes, aumentados del vicio de la hipocresía. En cambio, las personas á quienes se antoje que los fines de Bacon carecen de la elevacion y grandeza propias de los antiguos, no podrán negar que, ya fueran sublimes ó vulgares, se realizaron, y asimismo, que cada año que trascurre acrecienta el caudal de lo que Bacon llamaba el fruto, y que hace la humanidad notables progresos en la senda trazada por él.

¿Se vió nunca progreso análogo entre los antiguos filósofos? ¿No dejaron el mundo como lo hallaron al cabo de ochocientos años de polémicas y declamaciones? Y no solamente nos hallamos persuadidos de esto, sino de que, áun entre los mismos filósofos, en vez de progresivo adelantamiento se advierte progresiva decadencia; porque la prolongada chochez de platónicos y estoicos vino luégo á extremarse con miserables supersticiones que Demócrito y Anaxágoras hubieran rechazado despreciativamente. Y así como los esfuerzos laboriosos para pronunciar palabras nos deleitan ó interesan en los niños y nos disgustan y apenan en los ancianos paralíticos, así tambien las extrañas ficciones mitológicas que nos seducen y encantan cuando las vemos balbucear en la cuna por la poesía griega, nos mueven á lástima y á tedio en los labios de la caduca filosofía. Sabemos que los fusiles, los relojes, los anteojos, los cuchillos y tantas otras cosas son mejores al presente que lo fueron en tiempo de nuestros padres, y mejores en aquella época que lo habian sido en otras anteriores, y procediendo á virtud de este razonamiento, nos sentimos inclinados á creer que cuando un sistema filosófico que se vanagloriaba de purificar y elevar las almas, descuidando para mejor alcanzar estos fines la mezquina y baja tarea de ocurrir á los progresos materiales, imperó por espacio de siglos, hubo de conseguir progresos morales de grandísima importancia. Pero aconteció así realmente? Estúdiense las escuelas de tan profunda sabiduría cuatro siglos ántes y cuatro despues de la era cristiana; compárense los discípulos de ambas épocas, y hágase un paralelo entre Platon y Libanio, entre Pericles y Juliano, y entonces se verá si aquella filosofía que se jactaba de ser inútil, excepto para un fin determinado, pudo alcanzarlo nunca.

Supongamos un espacio solamente que al cerrarse las escuelas de Atenas hubiera requerido Justiniano á los últimos sabios que frecuentalian todavía el Pórtico y vagaban alrededor de los plátanos para que resumieran sus títulos y merecimientos á la consideracion pública, diciéndoles: «He aquí que han trascurrido diez siglos desde el dia en que Sócrates confundió en esta ciudad famosa por tantos títulos á Protágoras é Hippias; y como durante ellos un número considerable de los hombres más ilustres de cada generacion ha hecho los mayores esfuerzos para perfeccionar la filosofía que predicais, la cual ha sido protegida magníficamente de personajes poderosos, y sus maestros estimados y reverenciados del público, y apoderádose su doctrina de toda la sávia y vigor del humano espíritu, os pregunto: ¿qué ha hecho? ¿Cúya es la verdad bienhechora enseñada por ella y que sin su auxilio no hubiéramos podido conocer? ¿Nos ha hecho capaces de realizar lo que sin ella no habríamos sido igualmente capaces de poner en ejecucion?» Preguntas son las apuntadas que hubiesen puesto en mucha perplejidad á Simplicio é Isidoro. En cambio, pregúntese á un discípulo de Bacon qué ha hecho por la humanidad la nueva filosofía, como se llamaba en tiempo de Cárlos II, y contestará sin tardanza: ««lla prolongado la vida, mitigado el dolor, curado las enfermedades, aumentado la fecundidad de la tierra, protegido al navegante, provisto de nuevas armas al guerrero, echado sobre precipicios temerosos y anchos rios puentes de forma desconocida en tiempo de nuestros padres, apoderádose derayo, iluminado la noche, aumentado la vista humana, multiplicado la fuerza muscular, acelerado los movimientos, acortado las distancias, facilitado las relaciones, la correspondencia, los buenos oficios, el despacho de los negocios, permitido al hombre sumergirse sin riesgo en las profundidades del mar, y remontarse como las águilas á inmensas alturas, y penetrar en las entrañas de la tierra, y cruzar los continentes y surcar los mares en carruajes y barcos movidos con rapidez extraordinaria sin caballos ni velas. Y esto, áun siendo ya mucho, no es sino parte de sus primeros frutos; porque la llamada nueva filosofia ni descansa, ni cree liegar á la meta nunca, ni ménos á la perfeccion; y como su ley es el progreso, el punto que ayer fué apénas perceptible en los horizontes de la ciencia, hoy será su objetivo y mañana su punto de partida.» Mas por grandes y variadas que fueran las facultades de Bacon, debe principalmente su extensa y duradera celebridad á la circunstancia de que todas ellas recibieron impulso del buen sentido. Su amor á lo útil, áun siendo la utilidad vulgar, su generosa y fuerte simpatía por las nociones populares del bien y del mal, y su franqueza en declararla constituyen el secreto de su influencia; que no hubo en su filosofía jerga trapacera ni fantasias, ni poseyó ungüentos prodigiosos para componer los huesos rotos, ni pomposas teorías de finibus, ni argumentos ocasionados á enloquecer á la humanidad. Sabía que los hombres, y los filósofos igualmente que los demas, aman la vida, la salud, el bienestar, la honra, la seguridad y el trato de sus amigos, y que temen la muerte, las enfermedades, el sufrimiento, la pobreza, la deshonra, el peligro y la separacion de aquellos á quienes aman, y asimismo que la religion acaba raras veces con estos naturales afectos y movimientos, si bien suele regularlos y moderarlos, estando persuadido de que no debia despojarse de ellos á la humanidad, y en cuanto á destruirlos por medio de frases como las de Séneca, ó de silogismos como los de Chrysippe, ni siquiera pudo pensar en tamaño absurdo inteligencia tan superior cual lo era la suya ciertamente, alcanzándosele áun ménos todavía la ventaja que resultara de cambiar las cosas de nombre á no ser posible mudar su esencia, negando que la tortura, la gota, el hambre y la ceguera fueran males, y llamándolos ȧompotyμsva, y sosteniendo que la salud, la seguridad y la abundancia no fueran bienes, y dándoles el nombre de ádtápopa, porque acerca de todas estas materias ni era estoico, ni epicúreo, ni académico, sino lo que académicos, epicúreos y estoicos hubieran denominado toons, es decir, un hombre vulgar. Precisamente á causa de esto forma época en la historia el nombre de Bacon, pues como ahondó profundamente para echar los cimientos, y que para establecer sólidamente sus principios, descendió á las partes inferiores pero inmutables de la naturaleza humana, pudo levantar mucho el edificio, y el monumento construido por él adquirió tan gigantescas proporciones, que permanece firme y derecho todavía en su inmutable poder.

Reflexionando acerca de esto, hemos pensado algunas veces que podria escribirse una novela muy entretenida, cuyos principales personajes fueran un discípulo de Epitecto y otro de Bacon. Los haríamos viajar juntos, y llegar así á un pueblo invadido de la viruela, en el cual se vieran discurrir por las calles madres desesperadas llorando la pérdida de sus hijos, en las casas enfermos y moribundos, y en todas partes muestras repetidas y evidentes de duelo y consternacion. El estoico arenga la muchedumbre y le asegura que la viruela no es un mal, y que para el sabio las enfermedades, la deformidad, la muerte y la pérdida de sus deudos no son desgracias. El discípulo de Bacon saca una lanceta de su cartera y se pone á vacunar. Siguen viajando, y cerca de una hullera encuentran restos de una cuadrilla de trabajadores que les hablan aterrados de la reciente catástrofe ocurrida en el fondo de la mina. Es el caso, que acaba de tener lugar una explosion de gas, que han muerto muchos compañeros abrasados y que los supervivientes no se atreven á penetrar en las galerías. El estoico les dice para tranquilizarlos que el accidente no pasa de ser un άompotypevov; pero el discípulo de Bacon, que no sabria tal vez emplear palabra de tanta sonoridad, se da por satisfecho inventando una lámpara para el caso. Más adelante, orillas del mar, encuentran un hombre desesperado: su barco acaba de naufragar, y en él traia un cargamento de valor inestimable, pasando con esto en un instante de la opulencia á la miseria. El estoico lo exhorta á despreciar la riqueza, á no buscar la felicidad en aquello que reside fuera de su sér, y para mejor persuadirlo le repite integro el capítulo de Epitecto mpos tobe thy ȧmoplay dedoxócas; entre tanto, el discípulo de Bacon construye una campana de buzo, y se sirve de ella para sumergirse, buscar los objetos más preciosos de la carga y subirlos á la playa, remediando así en la medida de lo posible aquel siniestro. Fácil sería multiplicar los ejemplos eficaces á establecer la diferencia entre la filosofia de las espinas y la filosofía de los frutos, entre la filosofia de las palabras y la filosofía de las obras.

No ha faltado quien acuse á Bacon de ponderar la importancia de las ciencias que contribuyen al bienestar físico del hombre, no curándose mucho de la filosofia moral, y, en efecto, es innegable que quien lea el Novum Organum y el De Augmentis, sin conocer las circunstancias bajo cuya influencia fueron escritas ambas obras, puede hallar en ellas pasajes que justifiquen el cargo. Pero, no obstante, áun cuando es positivo que Bacon cometió grandes errores, y que su obra histórica y sus ensayos prueban la falta de solidez, siquiera teórica, de las opiniones del autor en punto á moralidad política, tenía sobrado talento é ilustracion para comprender cuánto depende nuestro bienestar de la buena disciplina y sujecion de nuestras almas; que no estaba poblado únicamente de hombres sensuales y malhechores, y lleno de ruedas hidráulicas. locomotoras y telares, el mundo de sus pensamientos, como parecen imaginarlo algunas personas, pues habria sostenido en caso necesario con entereza digna del mismo Zenon que todos los goces materiales inventados del ingenio y de la actividad de cien generaciones no pueden proporcionar la felicidad al hombre cuyo espíritu sea esclavo de la tiranía de los vicios, de la envidia, de la mala voluntad ó del miedo. Pues si á las veces parecia dar importancia muy exclusiva en todo á las artes que acrecientan el número de goces materiales, consistia en que fueron estas injustamente despreciadas, y reputadas ántes por indignas de la atencion de quien hubiera recibido educacion liberal. «Cogitavit, dice Bacon hablando de sí mismo, eam esse opinionem sive æstimationem humidam et damnosam, minui nempe majestatem mentis humanæ, si in experimentis et rebus particularibus, sensui subjectis, et in materia terminatis, diu ac multum versetur: præsertim cum hujusmodi res ad inquirendum laboriosæ, ad meditandum ignobiles, ad discendum asperæ, ad practicam illiberales, numero infinitæ, at subtilitate pusillæ videri soleant, et ob hujusmodi conditiones, gloriæ artium minus sint accomodatæ (1);» opinion que le parecia «omnia in familia humana turbasse.»» Y como era sin duda esto lo que tornó á los filósofos negligentes respecto de nuestras artes de más grande utilidad y susceptibles de trascendentales progresos, dejándolas abandonadas á los carpinteros, albañiles, tejedores, herreros y boticarios, se hacía menester reivindicar su dignidad, volver por ellas, ponerlas de manifiesto de modo conveniente y decir que, pues influyen mucho en la felicidad y bienestar humano, son merecedoras de ocupar y preocupar las inteligencias superiores. Y como además, sólo valiéndose Bacon de los ejemplos que le suministraban esas artes, podia fácilmente divulgar sus principios y hacer fácil su inteligencia, y sólo á virtud de su progreso demostrar la importancia de su doctrina rápida y decisivamente, inculcándola en las inteligencias vulgares, procedió como los generales aguerridos y prácticos, que debilitan su línea de batalla para fortificar aquel punto más amenazado y combatido del enemigo, y de cuya posesion parece depender la suerte de la batalla. No obstante de ser así, Bacon afirma con verdad en el Novum (1) Cogitata et Visa. La frase opinio humida sorprenderá tal vez á los lectores no acostumbrados al estilo de Bacon; pero alude con ella á la máxima del nebuloso Heráclito que dice: La luz seca es la mejor. Bacon entendia por luz seca la del espíritu libre de los vapores de la pasion, del interes ó de las preocupaciones.

Organum, que así es moral como natural su filosofía, y que áun cuando busca sus ejemplos en la ciencia física, los principios que sirven á explicar esos ejemplos tan aplicables son á las investigaciones morales y políticas como á las investigaciones acerca de la naturaleza del calor y de la vegetacion (1).

Bacon trató con repeticion puntos de moral, y empleó en su estudio el ingenio que anima todo su sistema, dejándonos multitud de observaciones prácticas admirables acerca del asunto designado por él con el nombre singular de Geórgicas del espíritu, esto es, del cultivo intelectual que tiene por objeto producir y desarrollar buenas aptitudes; y decia con esta ocasion que acaso no faltara quien le hiciera cargos por haber empleado su actividad especulativa en órden á verdades tan triviales y de tan poco momento que sus predecesores ni áun pensaron en ellas; pero les rogaba tuvieran en memoria que habia dicho desde el principio que se preocuparia en sus investigaciones, no de lo extraordinario y sorprendente, sino de lo útil y verdadero, no de las ilusiones engañosas de la fantasía, sino de las realidades humildes y prácticas (2).

Consecuente, pues, con este principio, no se preocupó nuestro filósofo de redactar largas tiradas en tono declamatorio sobre la conveniencia de las cosas, la suficiencia de la virtud y la dignidad de la naturaleza humana, ni empleó nunca las sonoras naderias merced á las cuales pretendia consolarse Bolingbroke en el ostracismo, y Ciceron despues de haber perdido á Tulia; que las sutilezas casuísticas (1) Novum Organum, lib. 1. Aph, 127.

(2) De Augmentis, lib. vu, cap. I.

que tanto llamaban la atencion de los ingenios más claros de aquel entónces ninguna influencia ejercian en su ánimo. Bacon se abrió paso desdeñosamente por entre los doctores que, andando el tiempo, comparó Escobar con las cuatro bestias y con los veinticuatro ancianos del Apocalipsis, diciendo: Inanes plerumque evadunt et futiles (1); no se propuso en modo alguno resolver los enigmas que habian puesto en cuidado á centenares de generaciones y que seguirán siendo causa de inquietud para otras lantas; no habló de los fundamentos de la obligacion moral, ni del libre albedrio; ni se mostró jamás dispuesto á emplear su inteligencia en trabajos parecidos á los de los condenados al Tártaro de los Griegos, esto es, á mover eternamente la misma rueda en torno del mismo eje, á suspirar eternamente por frutos eternamente ilusorios y engañosos, á echar eternamente agua en toneles eternamente desfondados, ó á recorrer el mismo camino eternamente, impulsando una piedra que retrocede sin cesar; sino que alentaba y estimulaba á sus discipulos á consagrar las facultades del espíritu á investigaciones de un órden muy diverso, esto es, á considerar la ciencia moral como ciencia práctica, como ciencia que tenía por objeto curar las enfermedades y perturbaciones del espíritu, y que no podia perfeccionarse sino á virtud de método análogo al que ha perfeccionado la medicina y la cirugía. Pues decia que los filósofos moralistas debian poner resueltamente manos á la obra para descubrir cuáles fueran los resultados prácticos obtenidos sobre el carácter de los hombres con los diversos modos de educacion, con ciertos y determina(1) De Augmentis, lib. vi, cap. II.

dos hábitos, con el estudio de ciertos libros, con la sociedad y el trato de gentes, la emulacion y la imitacion; medio, segun él, eficaz y propio de averiguar cúyo sería el procedimiento más acertado para conservar y restablecer la salud del alma (1).

Era Bacon en teología lo propio que en filosofía natural y moral. Creia sinceramente, así es al ménos nuestro intimo convencimiento, en la divina autoridad de la revelacion cristiana, y de tal modo, que nada es posible hallar en sus obras, ni en ninguna otra, más elocuente y patético que ciertos párrafos escritos de su mano bajo la influencia del fervor religioso. Gustábale demostrar que tenía el cristianismo poder de realizar mucho de aquello que los filósofos no acertaban sino á prometer, y de representarlo como vinculo de caridad, freno de malas pasiones, consuelo de afligidos, apoyo de menesterosos y débiles, y esperanza de moribundos; mas no le preocupaba mucho la controversia en órden á cuestiones teológicas. Escribiendo acerca del gobierno de la Iglesia, dió muestras, en la medida de lo que creyó posible, de hallarse animado de caridad y tolerancia; y sin curarse de homousianos, homoinsianos, monoteistas y nestorianos, vivió tranquilo en medio de la general sobrexcitacion que agitaba entonces la Europa, y áun más todavía la Inglaterra, por efecto de las disputas teológicas; como que á pesar de hallarse colocado en lo más recio de la lucha, y de ocupar un cargo público de importancia en ocasion del sinodo de Dordrecht, y de haber oido hablar hasta la saciedad de la eleccion, de la reprobacion y de la perseverancia final, no recordamos haber leido en sus obras una sola línea de cuyo (1) De Augmentis, lib. vu, cap. II.

sentido pueda inferirse que fué calvinista ó arminiano; pues mientras resonaba el mundo con el estruendo de una filosofía y de una teología ganosas de sutilezas y disputas, la escuela de Bacon, del propio modo que Alworthy entre Square y Thwackum, guardaba tranquila neutralidad, despreciativa y benévola juntamente, dándose por satisfecha con acrecentar el caudal del bien positivo y práctico, y abandonando á otros el ejercicio de la estéril locuacidad.

Nos hemos detenido largo espacio en órden al objeto de la filosofía de Bacon, porque de su carácter distintivo y propio se desprenden necesariamente todos los demas de ella, y añadiremos ántes de proseguir que casi ninguno de cuantos se han propuesto el mismo fin se ha valido de idénticos medios, únicos de conseguirlo.

Pero cuando se habla de Bacon se cree generalmente que inventó nuevos métodos para llegar al conocimiento de la verdad, el de induccion, vg., y que descubrió algun error en el modo de razonar por silogismo, tan en boga en épocas anteriores á la suya; creencia casi tan discreta como aquella de las gentes que imaginaban en la edad media que Virgilio era brujo de mucha cuenta; y si bien las personas ilustradas rechazan tales absurdos, sus nociones de lo que realmente hizo el filósofo inglés acerca de la materia no son puntuales sino equivocadas.

Porque su método de induccion lo han practicado todas las criaturas humanas desde el principio del mundo, así el labriego ignorante, como el muchacho más torpe, y hasta el niño de pecho, siendo aquel en cuya virtud el campesino conoce que sembrando cebada no cosechará trigo, y el muchacho sabe que los dias nublados son propicios á la pesca de truchas, y el niño de pecho busca el seno de su madre ó de su nodriza, y nunca el de su padre.

Y no sólo es inexacto que Bacon inventara el método de induccion, sino que tampoco es cierto que fuera el primero en analizarlo de una manera puntual y en explicar sus ventajas. Pues mucho tiempo ántes de que Bacon viniese al mundo, habia demostrado Aristóteles cuán absurdo era suponer que pudieran en ningun caso conducir los silogismos al descubrimiento de nuevos principios, probando que la induccion era el único método eficaz para llegar á ellos; y á mayor abundamiento hizo breve y rápida, pero clara y precisamente, la historia del modo y órden de la induccion.

Léjos está de nuestro ánimo atribuir grande importancia bajo el punto de vista práctico al análisis del método de induccion que inserta Bacon en el segundo libro del Novum Organum, porque si bien es ciertamente análisis correcto y circunstanciado, lo es de aquello que todos hacemos cada dia, y de lo que seguimos haciendo hasta en sueños. Por ejemplo, un hombre cualquiera se siente indispuesto, y aunque jamás haya oido hablar de lord Bacon, sigue de su propio movimiento y rigurosamente las reglas consignadas en el segundo libro del Novum Organum, y adquiere por tal modo la certidumbre de que la causa de todo su mal está en unos pastelillos que comió. «Comí, dice, pastelillos, Júnes y miércoles, y he tenido una indigestion que no me ha dejado descansar en toda la noche.» Esta es la comparentia ad intellectum instantiarum convenientium. «No los comí mártes ni viérnes, y me fué perfectamente;» comparentia instantiarum in proaimo que natura data privantur. «Apénas si comi pastelillos el domingo, y me senti algo indispuesto; pero el dia de Pascua no comí otra cosa, y á poco más, me muero;» comparentia instantiarum secundum magis et minus. «No es posible que sea el aguardiente que bebí al comerlos la causa de mi mal, porque lo bebo hace muchos años diariamente y nunca me molesta; rejectio naturarum. Luégo pasa el enfermo á lo que Bacon llama vindimiatio, y la conclusion es que los pastelillos no le sientan.

Sin que sea nuestro propósito poner en duda el arte, la delicadeza y la exactitud de la teoría contenida en el segundo libro del Novum Organum, entendemos que lord Bacon exageró mucho su conveniencia y utilidad. Pues á nuestro parecer, los procedimientos de induccion, como tantos otros sistemas, no tienen más probabilidades de aplicarse bien porque conozcan los hombres la manera de hacer uso de ellos, y así, vg., Guillermo Tell no habria ciertamente apuntado mejor á la manzana, por saber que su flecha describiria una parabola bajo el influjo de la atraccion terrestre; ni el capitan Barclay hubiera sido más capaz de hacer á pié mil millas en mil horas, por conocer el sitio y nombre de cada músculo de las piernas; ni el estudio de la gramática produce la menor alteracion en la manera de hablar de las personas bien educadas y que se tratan con sus iguales; ni emplean los hombres con más oportunidad las figuras retóricas porque sepan cúya es metonimia y cuya es sinécdoque. ¡Cuántas veces no usan la ironia las gentes más groseras sin sospecharlo siquiera y sin advertir de consiguiente que la ironía es uno de los cuatro principales tropos! Los jueces más hábiles y experimentados no han creido nunca en la eficacia de los antiguos sistemas de retórica para formar los oradores.

«Ego hanc vim intelligo, dice Ciceron, esse in præceptis omnibus, non ut ea secuti oratores elocuenliæ laudem sint adepti, sed quæ sua sponte homines eloquentes facerent, ea quosdam observasse, atque id egisse; sic esse non eloquentiam ex artificio, sed artificium ex eloquentiam natum;» y por lo que á nosotros respecta, diremos que somos en órden al estudio de la lógica del mismo parecer que Marco Tulio respecto del estudio de la retórica. Porque los hombres de buen sentido hacen á cada momentosilogismos en celarent y en cesare sin darse cuenta de ello, y áun cuando acaso no sepan qué cosa es una ignoratio elenchi, sin dificultad la exponen siempre que la encuentran, lo cual les acontece casi todas las veces que tropiezan en su camino con un reverendo maestro en artes procecente de las aulas de Oxford. Pero si admirable resulta el Organum de Aristóteles, considerado como esfuerzo intelectual, tanto más quedamos persuadidos de que la ciencia teórica de la lógica no enseña á los hombres á razonar bien, cuanto más comparamos individuos con individuos, escuelas con escuelas, pueblos con pueblos y generaciones con generaciones.

Lo propio que hizo Aristóteles por el procedimiento silogístico, hizo Bacon por vía de induccion en el segundo libro del Novum Organum, esto es, analizar bien; mas áun cuando sus reglas son perfectamente justas, no son necesarias, porque son producto de nuestra práctica constante y personal.

Sin embargo, áun cuando todo el mundo observa el procedimiento expuesto en el segundo libro del Novum Organum, unos lo emplean bien y otros mal, induciendo á éstos al error y á aquéllos á la verdad; llevando a Franklin al descubrimiento de la naturaleza del rayo, y á millares de individuos menesterosos de la claridad de ingenio de Franklin á creer en el magnetismo animal. Pero no aconteció así porque Franklin se sirvió del sistema expuesto por Bacon, y de otro sistema los burlados de Mesmer, pues así pueden hallarse las comparentia como las rejectiones de que ya hemos dado varios ejemplos en las inducciones más falsas. Cuentan de un magistrado de gran notoriedad, que vivia en tiempo de nuestros abuelos, el cual solia explicar de sobremesa la teoría singularísima de que procedian los progresos del jacobinismo de la costumbre de usar tres nombres, citando en apoyo de su tésis, de una parte á Cárlos Jaime Fox, Ricardo Brinsley Sheridan, John Horne Tooke, John Philpot Curran, Samuel Taylor Coleridge y Teobaldo Wolfe Tone, los cuales eran instantie convenientes, y de otra, ejemplos absentiæ in proximo, como William Pitt, John Scott, William Windham, Samuel Horsley, Enrique Dundas y Edmundo Burke, y hasta hubiera podido añadir ejemplos secundum magis et minus. Porque si la costumbre de dar tres nombres á los niños se ha generalizado de algun tiempo á esta parte, tambien ha hecho progresos el jacobinismo. Y como la costumbre se halla más extendida en América que no en Inglaterra; por eso en América existe la república y en Inglaterra la monarquía. Las rejectiones son evidentes: Burke y Teobaldo Wolfe Tone fueron irlandeses; luego la cualidad de irlandes no es causa del jacobinismo: Horsley y Horne Tooke fueron eclesiásticos; luego la cualidad de eclesiástico no es causa del jacobinismo: Fox y Windham fueron alumnos de Oxford; luego la educacion recibida en Oxford no es causa del jacobinismo: Pitt y Horne Tooke cursaron en Cambridge; luego las lecciones de esta Universidad no son tampoco causa del jacobinismo; y razonando así por induccion, llegaba nuestro magistrado á lo que Bacon llamaba la Vendimia, y concluia que la causa del jacobinismo es el usar tres nombres.

Hé ahí una induccion que corresponde con el análisis de Bacon y cuya conclusion es monstruosa mente absurda. ¿En qué difiere la indicada de aquella cuya conclusion es demostrar con el sol la causa de la luz del dia y de la oscuridad de la noche?

Pues resulta la diferencia evidentemente, no de la naturaleza, sino del número de los ejemplos; es decir, no de aquella parte del método cuyas reglas da Bacon, sino de una circunstancia en órden á la cual no es posible dar regla ninguna exacta; porque si el ilustre autor de la teoría sobre el jacobinismo hubiera extremado algo más las comparaciones, su sistema se habria destruido, bastando á esto los nombres de Tomás Paine y de William Windham Grenville.

En nuestro concepto, pues, la diferencia entre una induccion justa y otra falsa no proviene de que el autor de la induccion exacta emplea el procedimiento analizado en el segundo libro del Novum Organum, y de que el autor de la induccion falsa se vale de otro procedimiento diferente, sino de que, haciendo uso amhos de idéntica fórmula, uno la emplea con torpeza ó negligencia, y otro con paciencia, sagacidad, atencion y buen juicio. Y como los preceptos carecen de virtud para tornar á los hombres sesudos, y áun ménos todavía sagaces, en vano es recomendarles que se defiendan de sus preocupaciones y se abstengan de dar crédito á los hechos que se fundan en pruebas de dudosa solidez, así como que se satisfagan con series limitadas y escasas de aquellos, y que aparten de su ánimo la ídola que tan admirablemente ha deserito Bacon, siendo estas reglas demasiado generales para producir resultados de grande utilidad práctica. Porque la cuestion se reduce á saber qué cosa es preocupacion? ¿Hasta qué momento la incredulidad con que oimos exponer una teoría nueva es discreta y saludable incredulidad? ¿Cuándo se torna en idolum specus la obstinacion injustificada de quien es demasiado escéptico? ¿En qué consiste una prueba de dudosa solidez? ¿En qué una serie limitada y escasa de hechos? ¿Son necesarios diez, cincuenta ó ciento?

¡Al cabo de cuántos meses de haber plantado sus liendas orillas del Océano adquirieron el convencimiento los primeros pobladores de la tierra de la influencia de la luna en el flujo y reflujo de las aguas? ¿Al cabo de cuántos ensayos adquirió Jenner el convencimiento de creer que habia descubierto un preservativo contra la viruela? Puntos son estos á los cuales convendría poder dar respuesta categórica y precisa; mas, por desgracia, se hacen muchas preguntas que no la tienen satisfactoria y concluyente nunca.

De aquí que si creemos posible fijar y establecer reglas exactas, como lo ha hecho Bacon, para el uso de aquella parte del método de induccion que todos los hombres emplean igualmente, tambien creemos que áun siendo exactas no son necesarias, toda vez que cuanto nos recomiendan es la práctica de lo que hacemos sin su advertimiento. Demas de esto, se nos antoja imposible asentar reglas precisas para el uso de aquella parte del método de induccion que aplican de tan diverso modo el maestro de filosofia experimental y la vieja supersticiosa.

De aquí tambien que á nuestro parecer Bacon incurriera en error respecto del caso. Porque, atribuLORD RACON.yendo á sus reglas un valor que no tenian ciertamente, llegó á decir que si se adoptaba su método de hacer descubrimientos, el grado de fuerza ó de penetracion de las inteligencias tendria muy poca importancia, que todos los entendimientos quedarian al mismo nivel, y que su filosofia era como el compas ó la regla, instrumentos niveladores por excelencia, que facilitan á todos, sean quienes fueren, el modo de trazar líneas y círculos más exactos que sin su auxilio pudieran hacerlo peritisimos dibujantes (1); lo cual se nos antoja despropósito tan grande cual hubiera podido serlo el de Lindley Murray anunciando al público que cuantos estudiaran la lengua inglesa por su gramática, escribirian como Dryden; ó el del arzobispo de Dublin, diciendo á los lectores de su Lógica, que llegarían á razonar como Chillingworth, y á los de su Retórica, que hablarian como Burke. Nadie duda ya hoy dia de que Bacon se equivocó de todo en todo en esta materia, y más principalmente reflexionando que su filosofia florece desde hace doscientos años sin haber logrado en tan largo período de tiempo la prometida nivelacion, y teniendo en memoria que ahora es, del propio modo que antes, inconmensurable la distancia que separa al hombre de talento del necio, distancia que sólo puede calcularse con probabilidad de acierto cuando uno y otro se ocupan en investigaciones que reclaman el uso constante de la induccion.

Mas no porque sea en nuestro concepto el ingenioso análisis que dejó lord Bacon del método de induccion obra de poca utilidad, ni haya sido él inventor del método, ni siquiera el primero en (1) Novum Organum, Præf, et lib. 1. Aph. 122.

analizarlo correctamente, áun cuando lo analizara con más prolijidad que ninguno de cuantos lo precedieron, ni ménos el primero en demostrar que fuera el sistema de induccion el único eficaz y propio al descubrimiento de nuevas verdades, desconocemos que fué quien abrió nuevos horizontes á la inteligencia de los filósofos, hasta entonces preocupados de disputas retóricas, mostrándoles el camino de nuevas y útiles verdades, y que por tal manera dió al método de induccion importancia y grandeza que antes no tuvo; que si Bacon no deseubrió el camino, ni lo recorrió, ni levantó su primer plano, fué, sí, el primero que llamó la atencion de las gentes sobre una mina de prodigiosa riqueza situada en él, completamente olvidada é inaccesible por toda otra senda; debiéndosele, además, y á sus indicaciones, el haberse trasformado en carretera frecuentada de muchos é ilustres viajeros lo que otro tiempo fué sólo tierra hollada de viandantes.

Aquello que real y verdaderamente le pertenecia en su sistema era el fin propuesto, y una vez hallado, no habia posibilidad, en nuestro concepto, decometer error acerca de los medios de alcanzarlo.

Si otros que no él se hubieran propuesto idénticos fines, tenemos el convencimiento de que habrian empleado igual método que lord Bacon. Difícil, si no imposible, habria sido persuadir á Séneca de que inventar linternas de seguridad fuera ocupacion digna de filósofos, y no ménos difícil, si no imposible, reducir á Santo Tomás de Aquino á renunciar á los silogismos para fabricar pólvora; y, sin embargo, ni Séneca hubiera dudado un punto de que sólo á virtud de una serie de ensayos podia inventarse lalinterna de seguridad, ni el de Aquino imaginado nunca que su barbara y su baralipton pudieran facilitarle los medios de precisar las partes que deben entrar de salitre y carbono en cada libra de pólvora, porque ni el buen sentido ni Aristóteles le hubieran permitido creer tamaño absurdo.

Impulsando los hombres al descubrimiento de nuevas verdades, Bacon los estimuló á emplear el método de induccion, único, al decir de los antiguos filósofos y áun de los escolásticos, eficaz á facilitar su acceso, é impulsándolos por este camino, les dió motivo para servirse cuidadosa y útilmente del método. Fueron sus antepasados en la ciencia, segun sus propias palabras, no intérpretes, sino precursores de la naturaleza, y se dieron por satisfechos con los primeros principios á que llegaron valiéndose de las inducciones más triviales y leves. Y aconteció así, á nuestro parecer, porque su filosofía carecia de fin práctico, y porque no era sino ejercicio del espíritu. Pues si el hombre que se propone inventar máquinas ó medicinas tiene poderosas razones para observar con paciencia y exactitud y para intentar sucesivos experimentos, aquél que sólo busca temas para discutir ó declamar, como carece de ellos, se da por satisfecho con premisas basadas en las más ligeras é insuficientes hipótesis ó inducciones. Así procedieron los escolásticos, los cuales argumentaron á las veces con singular ingenio sobre sus insignificantes premisas; y como su objeto no era sino «assensum subjugare, non res (1)» (vencer en la controversia, no en la naturaleza), se mostraron consecuentes, porque pudieron dar tantas muestras de habilidad lógica razonando acerca de falsas como de verda(1) Novum Organum, lib. 1. Aph. 29.

deras premisas; pero los discípulos de la nueva filosoffa, que aspiraban á descubrir verdades útiles, habrian evidentemente fracasado en su tentativa dándose por satisfechos con teorías basadas en inducciones superficiales.

Observa lord Bacon en su De Augmentis (1), que cuando permaneció estacionaria la filosofia progresaron las artes mecánicas. Y, en efecto, sucedió así, porque no se daban por satisfechos los artesanos con procedimientos de induccion tan poco exactos como aquellos que bastaban á los filósofos. Y los filósofos se daban por satisfechos más fácil y prontamente que los artesanos, porque los fines de aquéllos estaban limitados á crear palabras y los de éstos dirigidos á crear cosas: que si las inducciones exactas no son indispensables para hacer buenos silogismos, sí lo son para hacer bien los zapalos. De aquí que siempre hayan sido los artesanos, en la medida de su vocacion humilde y útil, intérpretes, no precursores, de la naturaleza, y de aquí tambien que al despuntar de una filosofia cuyos fines no eran otros sino es realizar en grande lo que hacía el artesano en pequeño, extendiendo el poder humano y ocurriendo á sus necesidades, la verdad de las premisas, que carece de importancia en la lógica, se tornase asunto de la mayor gravedad, quedando reemplazada la induccion feble que satisfizo en otro tiempo á los sabios con otra induccion exacta, puntual y satisfactoria.

Puédese, á nuestro parecer, resumir lo que hizo Bacon en pro de la filosofía inductiva, diciendo que como los fines que se propusieron los filósofos precursores suyos eran tales que podian alcanzarse sin (1) Lib. 1.

exacta induccion, no emplearon el método cuidadosamente; y que, como Bacon excitó á los hombres á perseguir fines imposibles de alcanzar de otra manera que por la induccion exacta, fué necesario emplear en consecuencia el método cuidadosamente. No creemos que se haya exagerado nunca la importancia de los servicios prestados por lord Bacon á la filosofia inductiva; pero sí que no se ha comprendido bien siempre su naturaleza, ni áun por él mismo, pues el gran servicio que prestó á la sociedad no consistió tanto en suministrar reglas á los filósofos para emplear bien el método de induccion, como en darles motivo para emplearlo debidamente.

Y como es privilegio de inteligencias superiores la facultad que tienen de imprimir al humano espíritu aquellos rumbos en los cuales persevera durante siglos, no estará demas examinar ahora cuál fué la constitucion moral é intelectual que permitió á Bacon ejercer tan omnimoda influencia en todo el mundo.

Habia en Bacon (hablamos de Bacon filósofo, no de Bacon legislador y político) una mezcla singular de audacia y de prudencia. Pues las promesas que hizo á la humanidad podrian parecer á los lectores superficiales, semejantes á las hipérboles que puso un gran poeta dramático en boca de un conquistador oriental embriagado de sus pasiones y de su gloria, diciendo: «Habrá carros más ligeros que el aire; los haré inventar, y tú serás el mensajero que los preceda montado en un caballo de diamante movido con ruedas de oro, no sé cómo todavía (1).» (1) He shall have chariots easier than air, Which Iwill have invented; and thyself Pero Bacon realizó sus ofertas, y en realidad Fletcher no hubiera osado prometer por boca de Arbaces, ni áun en su más violento acceso de vanidad, la décima parte de lo que supo cumplir la filosofía de Bacon.

En nuestro sentir, el temperamento filosófico puede muy bien describirse con cuatro palabras: mucha esperanza y poca fe; predisposicion á creer en la posibilidad de que todo se realice, por extraordinario que sea, y dificultad en persuadirse de que se haya realizado algo extraordinario. Bajo ambos aspectos era perfecta la inteligencia de Bacon, siendo á un tiempo mismo el Mammon y el Surly de Ben—Jonson, pues ni Sir Epicuro tuvo visiones más deslumbradoras y gigantescas, ni Surly analizó las pruebas con incredulidad más penetrante y sagaz.

Pero á esta cualidad particular del temperamento de Bacon se agregaba una cualidad particular de su inteligencia, y por tal modo, á grande minuciosidad de observacion unia más amplitud de comprension que hasta entónces tuvo ninguna otra criatura humana. El ingenio sutil y poco extenso de la Bruyére no poseía tacto más delicado que la inmensa inteligencia de Bacon, y sus Ensayos demuestran superabundantemente que no se oscurecian los más pequeños detalles en la disposicion de una casa, de un jardin ó de una comparsa de máscaras al hombre superior que abarcaba con su espíritu extraordinario todo el mundo científico; que su ingenio era como la tienda que dió Paribanou al That art, the messenger shall ride before him, On a horse cut out of an entire diamond.

That shall be made to gowith golden wheels.

I know not how yet..

principe Ahmed: cerrada, cual diminuto parasol, y abierta bastante á guarecer á su sombra los ejércitos innumerables de los más poderosos sultanes.

Acaso haya podido alguno igualar á Bacon, aunque no aventajarlo, en sutileza de observacion; mas en cuanto á grandeza de espíritu, es único y sin segundo, porque desde su altura contemplaba el universo intelectual como el Arcángel desde los cielos la nueva creacion, «abarcándola toda, (obra fácil á quien se hallaba muy por sobre la bóveda inmensa y lóbrega de la noche,) desde la punta oriental de Libra hasta la estrella de blancos copos que lleva á Andrómeda á los mares Atlánticos, más allá del último confin del horizonte (1).»» Tanto diferia el saber de Bacon del de los demas hombres, cuanto el globo terrestre del atlas que contiene una parte del mundo en cada hoja. Los pueblos y los caminos de Inglaterra, Francia y Alemania, por ejemplo, están mejor indicados en el atlas que no en el globo; pero mientras vemos la Inglaterra no vemos la Francia, y mientras tenemos la Francia delante de los ojos no vemos la Alemania. Podemos tomar el atlas para conocer la posicion relativa y la distancia de York y de Bristol, ó de Viena y de Pesth; mas de nada nos sirve si tratamos de averiguar la posicion relativa y la distancia de Paris y la Martinica ó de Londres y el Canadá. En el globo no hallaremos todas las ciudades inmediata(1) Round he surveyed,—and well might, where he So high above the circling canopy Of night's extended shade.—from eastern point Of Libra, to the fleecy star which bears Andromeda far off Atlantic seas Beyond the horizonstood mente vecinas á la nuestra; pero sí la extension y la posicion relativa de todos los reinos de la tierra.

«Mis dominios, decia Bacon á su tio lord Burleigh, cuando áun no contaba más de treinta años, se extienden á todas las ciencias;» lenguaje que habria parecido, no ya en boca de cualquiera otro jóven, sino de cualquiera otro hombre, por extremo presuntuoso. Pero si bien es cierto que han existido centenares de matemáticos, de astrónomos, de químicos, de fisicos, de botánicos y de mineralogistas mejores que lo fué Bacon, y que ninguno consultará sus obras para estudiar una ciencia determinada, como tampoco ninguno consultará la esfera para conocer detalles topográficos de una determinada comarca, no lo es ménos que el arte que vulgarizó fué el de inventar artes, y que la ciencia en la cual aventajó y se sobrepuso á todos los hombres fué la de las mutuas relaciones de todas las ramas de la ciencia.

El modo que tenia Bacon de comunicar sus ideas era propio de él y único, pues sin recurrir á las estériles disputas que tanto habia censurado en sus predecesores, realizó una gran revolucion intelectual contra las preocupaciones, y tan no recordamos un sólo pasaje de sus obras filosóficas que ofrezca el carácter de la controversia, que todas ellas hubieran podido revestir la forma que adoptó en la intitulada Cogitata et visa, á saber: «Franciscus Baconus sic cogitavit,» es decir: Hé aquí las ideas que me han ocurrido; entendedlas, y despues, tomadlas ó dejadlas.

Borgia decia de la famosa expedicion de Cárlos VIII que los franceses conquistaron la Italia con tiza, no con hierro, porque todas las proezas militares que hubieron de realizar para enseñorearse de sus ciudades se redujeron á señalar las puertas de las casas donde querian alojarse. Bacon gustaba de repetir estas palabras y de aplicarlas á las victorias de su propio ingenio (1), pues decia que su filosofía llegaba como huéspeda y no como enemiga, siendo recibida sin dificultad de cuantas inteligencias tenian las condiciones necesarias. En todo lo cual procedia juiciosa y discretisimamente: primero, porque, como el mismo lo expresa, la diferencia entre su escuela y las demas era tan fundamental que apénas quedaba un terreno comun ocasionado á reñir batallas de controversia; y, segundo, porque su espíritu eminentemente observador y no ménos extenso y ameno carecia de las condiciones naturales y adquiridas indispensables para los combates dialécticos.

Si Bacon no armaba su filosofía con la espada de la lógica, la exornaba profusamente con las galas más lujosas de la retórica, de tal modo que, áun cuando á las veces lleva impreso el sello del mal gusto propio de su siglo, la elocuencia que demostró en toda ocasion habria bastado ciertamente á darle fama literaria. Su talento era maravilloso para condensar las ideas y facilitar su trasmision, y en punto á ingenio y discurso, si por estas cosas entendemos la facultad de percibir analogías entre asuntos que parecen no tenerla, puede asegurarse que no conoció rival ni en Cowley, ni siquiera en el autor de Hudibras. Porque, á decir verdad, tanto poseia esta cualidad, que más parecia poseido y enfermo de ella, y realizaba en su virtud esfuerzos lan admirables, prodigiosos y casi tan absurdos cuando se dejaba llevar de ella sin resistencia, como (1) Novum Organum, lib. 1., Aph. 8, et alibi.

en la Sapientia Velerum y al final del segundo libro del De Augmentis, que, leyéndolos, nos producen igual sorpresa que las mayores maravillas de los juglares, y que no sin esfuerzo nos persuadimos de que no fué brujo, ni encantador, ni endemoniado.

Arranques eran estos á los cuales se dejaba llevar á veces sin más objeto que deslumbrar y distraer á sus lectores, porque solia sucederle cuando se hallaba engolfado en graves y profundas disquisiciones sentirse como arrebatado del espíritu, y á pesar de sus poderosas facultades, impelido á cometer absurdos en los cuales no habria incurrido ciertamente un hombre vulgar. Aduciremos en corroboracion de lo expuesto una prueba, que acaso sea la más notable de cuantas nos ocurren á la memoria. En el tercer libro del De Augmentis dice, por ejemplo, que hay ciertos principios comunes á várias ciencias, sin ser particulares á ninguna, y despues de mencionar en su nomenclatura con el nombre de philosophia prima la parte de esta ciencia que se ocupa del caso, enumera algunos de los principios familiares, por decirlo así, á la philosopiha prima, siendo uno de ellos el siguiente: Las enfermedades contagiosas se comunican con más facilidad en el período de su desarrollo que cuando han llegado á su paroxismo.

«Así es la verdad, dice Bacon, en medicina, y así es tambien la verdad en moral, porque harto vemos que no son tan peligrosos para la moralidad pública los malos ejemplos que dan los hombres perversos, como los de aquellos en los cuales no ha extinguido todavía el vicio todas las virtudes.» Luégo dice que una disonancia musical que se resuelve en una consonancia es agradable al oido, y que acontece lo propio en los afectos. En otro lugar escribe que, bajo el punto de vista físico, la energía con que obra un principio se aumenta las más de las veces en razon de la antiperistasis del opuesto, y que así acontece en las luchas de los partidos. Pero nos ocurre que si la philosophia prima consiste toda ella en descubrir símiles ingeniosos y brillantes á la manera de los enunciados, el Lalla—Rookh de M. Moore será sin duda ninguna la obra filosófica más grande y de mayor importancia de cuantas ha producido el siglo XIX hasta la hora presente. Los similes que dejamos trascritos son ingeniosos y felices; mas tambien nos ha parecido siempre un hecho singularísimo en la historia de las letras que quien tuvo el ingenio de Bacon los reputara de otra suerte, y estimara el descubrimiento de analogías como las indicadas cual si fuera parte importante de la filosofía.

Lo cierto es que su inteligencia se hallaba maravillosamente dispuesta siempre á descubrir analogías de toda especie, y que, como muchos hombres eminentes que podrian citarse, mostrábase á las veces incapaz de distinguir entre las analogías racionales y las fantásticas, entre las que constituyen argumentos y las que no son sino meros arabescos; analogías como las que puso de relieve con tanta pericia y habilidad el obispo Butler entre la religion natural y la revelada, ó las que descubrió Addison entre los dioses griegos esculpidos por Fidias y los reyes ingleses pintados por Kneller; defecto de juicio que ha dado lugar á las más extrañas fantasías políticas. Sir William Temple, por ejemplo, dedujo una teoría del gobierno de las propiedades de la pirámide, y todo el sistema económico de Mr. Southey está basado en el fenómeno de la evaporacion y de la lluvia. Pero áun ha producido esta mal empleada sutileza resultados más estravagantes al aplicarse á la teología, porque desde Irineo y Orígenes hasta nuestros dias no ha pasado una sola generacion sin que grandes teólogos se hayan permitido hacer absurdos comentarios sobre la Escritura, únicamente por ser incapaces de distinguir las analogías propias de las analogias metafóricas, para expresarnos en el lenguaje de la escuela (1).

Merece notarse á este propósito que Bacon mismo aludió al expresado género de error cuando trató de la idola specus, y que lo hizo en términos tales que sirven á demostrar el convencimiento que tenía de su inclinacion á incurrir en él. Es vicio—dicede sutilizadores dar demasiada importancia á las semejanzas fútiles, y añade que cuando se abandonan con exceso á él propenden los hombres á perseguir las sombras ántes que las realidades (2).

Sin embargo, nos place que la imaginacion de Bacon haya sido tan exuberante, porque, dejando aparte los goces que nos procura, la consagra casi siempre nuestro filósofo á esclarecer verdades oscurecidas, á dar formas seductoras á verdades de poco atractivo por sí mismas y á fijar en el ánimo verdades que, sin ella, sólo habrian producido impresion pasajera.

La facultad poética era poderosa en la inteligencia de Bacon, mas no tanto que usurpara, como á veces le acontecia con el ingenio, el lugar de la razon para esclavizar al hombre. Nunca hubo imaginacion más fuerte y más completamente subyugada que la suya, pues no se puso en movimiento una sola vez ni se detuvo que no fuese á impulsos del (1) Véanse acerca del caso las interesantes observaciones del obispo Berkeley en el Minute philosopher. Diálogo Iv.

(2) Novum Organum, lib. 1, Aph. 35.

buen sentido. Pero aunque familiarizada con tan perfecta obediencia, la de Bacon dió grandes y repetidas muestras de vigor. Porque si bien es cierto, en realidad, que pasó mucha parte de su vida vagando por los espacios imaginarios, en medio de cosas tan singulares y extrañas cual son las descritas en las Mil y una noches ó en los libros de caballería, con cuyos cuerpos hicieron el Cura y el Barbero auto de fe casa de D. Quijote, visitando edificios más suntuosos que el palacio de Aladin, contemplando fuentes más maravillosas que la del agua de oro de Parizades, admirando medios de trasporte más rápidos todavía que el hipógrifo de Ruggiero y armas áun más temibles que la lanza de Astolfo, y medicinas más eficaces y prontas que el bálsamo de Fierabrás; no es ménos cierto que no habia nada en sus imaginaciones que pudiera reputarse por quimérico y que no sancionara la razon fria. Y como sabía que todos los secretos, que al decir de las ficciones poéticas están escritos en los libros de los encantadores y nigrománticos, carecen de valor si se comparan con los secretos portentosos que real y verdaderamente registra el libro de la naturaleza (libro que al cabo llegarán los hombres á leer); y que todas las maravillas realizadas por medio de talismanes son cosa baladí, comparadas con las que pueden esperarse razonablemente del fruto de la filosofia, y que si sus palabras penetraban en el entendimiento de los hombres producirian efectos muy superiores á cuanto la supersticion ha podido atribuir jamás á los encantamientos de Merlin y de Miguel Scot, gustábale dar rienda suelta en este terreno á la imaginacion, y forjarse mundos tal cual serian cuando hubiera su filosofía, segun sus nobles palabras, censanchado el imperio del humano espíritu.» (1) Podríamos aducir otros muchos ejemplos, mas nos limitaremos á citar el principal, cual es la descripcion de la casa de Salomon en la Nueva Atlántida. Porque aun cuando la mayor parte de los contemporáneos de lord Bacon hubieran considerado probablemente pasaje tan notable como ingeniosa novela, rival de las aventuras de Simbad ó del baron de Münchhausen, y que aun en nuestros dias no pocos serian del mismo parecer, es lo cierto que no será posible hallar en ninguna composicion humana párrafos más penetrados de serena y profunda sabiduría. Pues el atrevimiento y la originalidad de la ficcion á que nos referimos son ménos maravillosos todavía que lo es el criterio sagaz y delicado con el cual excluyó Bacon cuidadosamente de su largo catálogo de prodigios todo cuanto pudiera ser tenido por absurdo é inaceesible á la magia incontrastable de la induccion y del tiempo. Alguna parte, y no la ménos extraordinaria por cierto, de tan gloriosa profecía se ha cumplido al pié de la letra, y estamos persuadidos de que toda ella, en su espíritu al ménos, va realizándose lenta, pero seguramente, cada dia y á nuestra vista.

Una de las circunstancias más singulares y notables de la historia del ingenio de Bacon es, sin duda, el órden y el modo en que se desarrollaron sus facultades. Porque primero apareció el fruto y estuvo pérenne hasta el fin, y las flores brotaron despues del fruto. Generalmente acontece que el desarrollo de la imaginacion es al del criterio lo que el desarrollo de una niña al de un niño; y como la imaginacion llega más presto á la perfeccion de su (1) New Atlantis.

hermosura, poder y fecundidad, del propio modo que madura primero, tambien primero se marchita, quedando pálida y mustia las más de las veces ántes de que las facultades austeras, por decirlo así, hayan alcanzado madurez, y agostada y seca cuando todavía esas aptitudes conservan la plenitud de su fuerza. Raro es que la imaginacion y el criterio crezcan juntamente, y aún lo es más que se desarrolle primero éste que no aquélla; no obstante, así parece haber sucedido en el caso de Bacon, porque su adolescencia y su juventud fueron, á lo que dicen, tranquilas por extremo, y algunos autores afirman que concibió su plan gigantesco de reforma filosófica cuando no contaba todavia quince años; mas, de todos modos, es lo cierto que concibió esta idea en su juventud, y que observaba con tanta vigilancia, y meditaba con tanta profundidad, y juzgaba con tanta sangre fria cuando produjo su primera obra, como al fin de su larga carrera. Sin embargo, como elocuencia, dulzura, riqueza de imágenes y amenidad de estilo, aventajan con exceso sus postreros escritos á los de su juventud, ofreciendo bajo este aspecto la historia de su ingenio cierta semejanza con la del de Burke, cuyo tratado De lo sublime y de lo bello, con ser obra inspirada de asunto tal que los metafísicos más frios apénas hubieran podido bosquejarla sin hacer uso del estilo florido, es la más desprovista de adornos de cuantas produjo su talento. Veinticinco años tenía Burke á la sazon; y cuando á los cuarenta escribió los Pensamientos sobre las causas del malestar presente, su criterio se hallaba en la plenitud de su fuerza, estando todavía su elocuencia muy á los principios de su espléndida aurora: á los cincuenta, era su retórica tan rica cuanto podia serlo sin quebrantar las leyes del buen gusto; y á los setenta, esto es, á su muerte, su exuberancia rayaba casi en la exageracion. Siendo mozo, describió las emociones que le causaban las montañas y las cascadas, las obras maestras del arte, y el rostro agraciado y las formas mórbidas de las mujeres, con estilo digno de una informacion parlamentaria; siendo viejo, discutió siempre los tratados y las tarifas comerciales con lenguaje digno de la mejor novela, en fuerza de su animacion y colorido. Se antoja singular que así el tratado De lo sublime y de lo bello como la Carta á un lord sean productos del mismo ingenio; pero aún lo parece más si se considera que aquel se publicó en la juventud y esta en la vejez de Burke.

Dicho esto, daremos una breve muestra de los dos estilos de Bacon. En 1597 se expresaba así: «Los bábiles desprecian el estudio; los ingénuos lo admiran, y los discretos lo aprovechan y utilizan; porque no enseña el estudio por sí mismo para qué sirve, siendo esta una ciencia extraña de todo en todo al estudio, y que sólo se adquiere merced á la observacion. No leais para contradecir ni para creer, sino para examinar y profundizar, pues hay libros que sólo deben gustarse y otros tragarse, por decirlo así, y muy pocos ser mascados y digeridos.

La lectura nutre el espíritu, la discusion lo despierta y anima, y el hábito de escribir lo hace exacto.

Si el hombre no escribe mucho, necesita mucha memoria; si discute poco, mucho ingenio; si lee ménos, mucho aplomo para fingir que sabe lo que ignora. La historia hace á los hombres discretos; la poesía, ingeniosos; las matemáticas, sutiles; la filosofia natural, profundos; la moral, severos, y la retórica y la lógica, prontos á la controversia.» Es innegable que todo este párrafo es de aquellos que deben mascarse y digerirse, y no creemos que Tucidides mismo haya logrado nunca encerrar lantos pensamientos en tan pocas palabras.

Pero si bien es cierto que no escribió lord Bacon nada superior á la cita precedente, ni más verdadero y profundo en las adiciones que hizo con el tiempo á sus Ensayos, como quiera que su estilo se tornaba cada dia más culto y rico, el párrafo transcrito á continuacion y publicado por primera vez en 1625 demostrará el cambio en toda su extension.

«La prosperidad, dijo, es el patrimonio del Antiguo Testamento, y la adversidad el patrimonio del Nuevo, que contiene la prueba más grande y la señal más patente del favor de Dios. Pero con ser así, áun en el Antiguo Testamento, si prestamos atencion al arpa de David, percibiremos tantas nctas lúgubres como cánticos de alegría, y si consideramos fijamente la obra del pincel divino, advertiremos que ántes se ha complacido el Espiritu Santo en describir las aflicciones de Job que las venturas de Salomon. Y pues tan llena de temores y penas está la dicha como de consuelos y esperanzas la malaventura, con más placer miramos en las labores de aguja y en las tapicerías un asunto alegre sobre fondo triste, que un asunto melancólico y sombrio sobre fondo despejado y brillante; que así puede juzgarse en este caso del placer del corazon por el de los ojos, como del de los ojos por el del corazon. La virtud es ciertamente cual los perfumes preciosos, que son más penetrantes cuando, reducidos á menudo polvo, se les quema; así la prosperidad pone más de manifiesto el vicio, y la desgracia la virtud.» Bacon es más principalmente conocido por sus Ensayos, que no por el Novum Organum y el De Augmentis, obras famosas, de las cuales se habla mucho, aunque sin leerlas, y que si en efecto han ejercido extraordinaria influencia en las opiniones de la humanidad, se debe, no á ellas mismas directamente, sino á sus agentes intermediarios, que impulsando y poniendo en movimiento los espíritus, agitaron, impulsaron y movieron el mundo. Sólo en los Ensayos se puso la inteligencia de Bacon en con tacto inmediato con la inteligencia de la generalidad, abriendo en ellos una escuela pública, y hablando á los hombres, en lenguaje comprensible á todos, acerca de asuntos que á todos interesan. Y como facilitó por tal modo á los que hubieran tenido que creer en sus merecimientos bajo de su palabra los medios de juzgarlo por sí mismos, y la muchedumbre de los lectores conoce desde hace algunas generaciones á quien trató con habilidad tan consumada los asuntos que le son familiares, bien puede suponérsele merecedor y digno de todos los elogios que le prodigan los discípulos de su escuela intima.

Sin la menor idea de mermar el mérito de la obra tan admirable intitulada De Augmentis, diremos que, á nuestro parecer, la más importante de lord Bacon es el primer libro del Novum Organum, porque se hallan reunidos en ella en grado eminente de perfeccion los rasgos principales de su ingenio extraordinario; como que muchos de sus aforismos, y particularmente aquellos en los cuales da ciertos ejemplos de la idola, denotan una sutileza de observacion que ningun otro autor ha podido aventajar. Todas las partes del libro rebosan de ingenio; pero de un ingenio que no vela y encubre la verdad en fuerza de arabescos, sino que, conservando la pureza de sus líneas, las realza y adorna; y aunque ningun tratado produjo hasta entónces revolucion más trascendental en el modo de pensar, ni destruyó más preocupaciones, ni tampoco implantó más ideas nuevas, es lo cierto que no lo hubo ménos batallador, y que se presentó en el palenque y venció con la tiza, no con la espada, pues las proposiciones que contiene van penetrando en el espíritu sucesivamente, unas en pos de otras, y siendo acogidas en él, no como invasoras, sino como amigos esperados, y que siendo desconocidos ántes de llegar, se hacen familiares á seguida y amables. Aun es más admirable todavía que bajo este aspecto la obra indicada, bajo el punto de vista de la capacidad inmensa que demuestra en toda ella su autor, el cual, sin hacer el menor esfuerzo, abarca en su conjunto los dominios de la ciencia, lo pasado, lo presente y lo porvenir, y los errores de dos mil años, y los signos venturosos y llenos de halagüeñas promesas de la época actual, y las risueñas y tentadoras esperanzas de los siglos venideros. Cowley, que fué de los más ardientes y entusiastas y discretos sectarios de la nueva filosofía, comparó, en uno de sus más hermosos poemas, á Bacon con Moisés en el monte Pisgah, y así, en efecto, nos aparece en el primer libro del Novum Organum, donde vemos al gran legislador contemplando desde su altura solitaria una inmensa extension; detras de sí un desierto de movientes y estériles arenas y de aguas amargas, en el cual han vivido generaciones sucesivas, caminando siempre sin adelantar nunca, y trabajando y afanándose sin recoger cosecha, ni llegar á cons truir ciudades permanentes, y delante de sí fértiles llanuras, la tierra de promision, manando miel y leche. Y mientras que la muchedumbre reunida al pié de la montaña no alcanza sino la estéril inmensidad de aquel desierto en el cual vagó errante tanto tiempo, desierto cerrado por todas partes de los horizontes y cuya monótona tristeza sólo interrumpe acaso engañadores espejismos, él recrea la vista desde la posicion elevada en que se halla establecido sobre comarcas de imponderable belleza, y sigue el curso de rios caudalosos que llevan con sus aguas la fertilidad á las vegas y á los prados, y pasan por bajo de los puentes de grandes y populosas y magníficas ciudades, y funda establecimientos y hace puertos, y reparte cual si fueran partijas de una herencia ios ricos territorios comprendidos entre Dan y Beerseba.

Ingrata y penosa tarea es abandonar el exámen de la filosofía de Bacon para volver á considerar su vida; mas no obstante, sólo por este medio es posible apreciar toda la magnitud de sus facultades.

Abandonó las aulas en ocasion que ingresaba en ellas la mayor parte de los jóvenes, y cuando era todavía casi niño se vió empeñado en graves asuntos diplomáticos. Luego se propuso estudiar un gran sistema técnico de legislacion, elevándose al cabo de sucesivos empleos á la posicion más encumbrada de su carrera. Participó al propio tiempo activamente en las discusiones de la Camara, é hizo la corte con asidua perseverancia y habilidad extraordinaria en toda ocasion á cuantos pudieran serle útiles; frecuentó de igual modo la buena sociedad, y observó atenta y cuidadosamente así los caracteres como las modas; y por tal manera ninguno tuvo vida más agitada que Bacon de los diez y seis á los sesenta años, ni más derecho á ser clasificado en primera línea entre las personas bien relacionadas con los grandes de su siglo. Asentar las bases de una filosofía novísima, é imprimir al espíritu de los pensadores nuevos rumbos, fué para él distraccion del ocio y ocupacion de los momentos que le dejaron libre la Cámara de los Lores y el Consejo.

Pero si con esto se acrecienta el entusiasmo y la admiracion que sentimos por él, en igual medida sube de punto el dolor que nos causa ver un tan esclarecido ingenio como el suyo caer en faltas indignas del hombre honrado, no porque desconociera el buen camino, pues se propuso seguirlo en su primera juventud, diciendo que «si sus ambibiciones intelectuales eran inmensas, sus ambiciones políticas eran moderadas por extremo.» Si los deseos políticos de lord Bacon se hubieran ajustado siempre al programa que se trazó en los primeros tiempos de su vida, ya que no el Moisés, habria sido el Josué de la filosofía, realizando mucha parte de sus magníficas predicciones, conduciendo á sus discípulos, no hasta las lindes de la tierra prometida, sino hasta el corazon de ella, designando el botin de cada uno y participando de él, y dejando á la posteridad, no solamente un nombre ilustre, grande y famoso, sino tambien inmaculado y puro. La humanidad, entónces, habria respetado y estimado al propio tiempo á su esclarecido bienhechor, y no experimentaria ciertamente, como le acontece ahora, cada vez que lo recuerda, opuestos impulsos de menosprecio y de admiracion, de odio y de gratitud. De haber sido así, no deploraríamos ver acumuladas tantas y tantas pruebas de la pequeñez y egoismo de un corazon cuya benevolencia fué tan universal que confundió en amoroso abrazo todas las razas, todas las edades y todas las religiones; no sentiríamos cubrirse de vergüenza nuestras mejillas, considerando la mala fe del adorador más ferviente de la verdad especulativa, y el servilismo abyecto y despreciable del más esforzado y atrevido campeon de la libertad intelectual; no hubiéramos visto tampoco al mismo individuo ya el primero en la vanguardia, ya el último en la retaguardia de su generacion; ni tendríamos necesidad forzosa de reconocer paladinamente que quien fué primero en clasificar la legislacion como ciencia, fué asimismo uno de los últimos ingleses que recurrieron á la tortura, y que quien primero indujo á los filósofos á consagrar su talento á la interpretacion de la naturaleza, fué asimismo de los últimos ingleses que vendieron la justicia; y por tal manera, despues de haber estudiado la vida de lord Bacon empleada tranquila, honrada y útilmente toda ella «en asiduas observaciones, en conclusiones lógicas, y en descubrimientos bienhechores (1),» daríamos de mano á nuestra obra muy de otra suerte que lo hacemos, apartando con repugnancia los ojos del abigarrado espectáculo que ofrece la confusa mezcla de tanta grandeza y de tanta pequeñez, de tanta gloria y de tanta infamia.

(1) ... in industrious observations, grounded conclusions, and profitable inventions and discoveries.. Carta de Bacon & lord Burleigh.

  1. El presente estudio vió la luz pública el mes de Julio de 1837 en la Edinburg Reviejo.—N. del T.