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Estudios históricos por Lord Macaulay/Warren Hastings

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época

WARREN HASTINGS.


1732 á 1818


Al escribir el presente bosquejo biográfico de Warren Hastings, nos hallamos tan distantes de participar del encono que en 1787 sentia contra él la Cámara de los Comunes, que lo acusó y residenció, como de la benevolencia que le mostró la de 1813, cuyos individuos, al recibirlo y darle asiento en ella, se levantaron y descubrieron respetuosamente. Hastings tuvo grandes cualidades y prestó eminentes servicios al Estado; pero sería convertirlo en un personaje ridículo presentarlo á los ojos de la posteridad como tipo de intachable virtud; y ya que otras razones no tuviesen, siquiera por respeto á su memoria, hubieran hecho bien sus amigos y partidarios en no prestarse á contribuir á pueriles adulaciones. Persuadidos estamos de que, si él viviera, no les agradeceria la pena que se han tomado, y de que con su buen juicio y grandeza de alma desearia que lo representaran á la posteridad tal como fué. Sabía que sobre su reputacion habian caido grandes manchas, pero tambien que podia soportar muchas más; y así, hubiera ciertamente preferido la severidad de Mill á los enfáticos elogios de Gleig, ya que no se hiciera su vera efigie, y si su miniatura favorecida hasta el extremo de no tener con él semejanza ninguna. «Pintadme tal cual soy,» dijo un dia Cromwell al jóven Lely que lo retrataba, ««porque, si os olvidais de mis arrugas y cicatrices, nada os daré por el trabajo.» El gran protector demostraba hasta en esto su espíritu elevado y recto juicio: no queria que borrasen de sus facciones aquellos rasgos característicos, y ménos aún que las revistiesen de las formas regulares, de la frescura y morbidez proverbiales en los favoritos de Jacobo I, sino que pasaran á la posteridad conservando las huellas que el tiempo, la guerra, las privaciones, las inquietudes, y tal vez los remordimientos, dejaron en ellas, dando testimonio de su valor, de su sagacidad política, de su autoridad, y de su constante preocupacion del bien público. Si los hombres verdaderamente grandes conocieran bien sus intereses, así es como querrian ver hecho el retrato de su carácter.

Descendia Warren Hastings de una ilustre y an tigua familia, cuyos orígenes, al decir de algunos genealogistas, podian remontarse al gran rey dinamarqués que con sus naves fué terror de las costas de la Mancha, y que luego, tras muchos encarnizados combates, acabó por ceder al esfuerzo y pericia de Alfredo. Pero no habian menester los Hastings de acudir á los tiempos casi fabulosos en demanda de abuelos ilustres para dar más brillo á sus blasones: una rama de la familia llevaba en el siglo XIV la corona condal de Pembroke; de otra nació aquel famoso paladin de la Rosa Blanca, cuya historia ha sido manantial inagotable para narradores y poetas; y, andando el tiempo, sus antepasados recibieron de los Tudors el condado de Huntington, del cual quedaron despues desposeidos, recuperándolo en nuestros dias á consecuencia de una serie de sucesos que apénas tendria semejantes en los romances y en los libros de caballerías.

Los señores de Daylesford, en el condado de Worcester, pretendian ser jefes de tan ilustre casa.

Habia prosperado ménos que las segundas esta rama principal; pero áun cuando carecia de títulos, era rica y gozaba de gran consideracion en el país hasta hace cosa de dos siglos, en que, con motivo de la guerra civil, perdió hacienda y estados. Era entonces jefe de la familia un caballero muy partidario del rey, y al ver comprometida su causa, levantó un empréstito hipotecando sus tierras, fundió su vajilla en la casa de la moneda de Oxford, y se incorporó á las tropas de Cárlos, bajo cuyas banderas estuvo hasta ser hecho prisionero por los enemigos.

La mitad de su patrimonio llevaba ya gastado; de la otra mitad tuvo que dejar la mayor parte en manos del orador Benthal para obtener su libertad. El castillo de Daylesford continuó, sin embargo, en poder de la familia, que apénas lograba mantenerse en él decorosamente; pero la inmediata generacion tavo al fin que venderlo á un comerciante. de Lóndres.

Antes de enajenarlo, el último Hastings de Daylesford nombró cura de la parroquia en que se hallaba el castillo á su hijo segundo; mas la parroquia, de suyo pobre, una vez vendido el castillo escasamente producia lo necesario para mantener á su pastor; y como éste, además, estaba siempre.en lucha con el nuevo propietario con motivo de la percepcion del diezmo, quedó por último arruinado.

Su hijo mayor Howard, jóven de buena conducta, obtuvo un destino en aduanas; el segundo, Pynaston, perezoso y de malas costumbres, casó cuando apénas contaba diez y seis años, perdió á su mujer dos despues, y murió en las Indias Occidentales, encomendando á su padre un niño que estaba destinado por la Providencia á las mayores y más memorables vicisitudes.

Warren Hastings, hijo de Pynaston Hastings, nació el dia ó de Diciembre de 1732: su madre murió algunos dias despues, y él quedó de consiguiente sin más proteccion que la de su abuelo, quien lo acogió á seguida. Hizolo ir desde muy niño á la escuela del lugar, donde tuvo por compañeros á los hijos de los labriegos de aquella campiña, que ni vestian ni se alimentaban peor que él. A pesar de tan oscuros principios, nada fué parte á eclipsar los albores de su ingenio y de su ambicion; y así, al ver contínuamente las tierras y el castillo que sus antepasados poseyeron, en manos de gente extraña, su jóven inteligencia se preocupaba de las ideas y proyectos más singulares. Gustábale sobre manera de hacerse referir todo aquello que tenía relacion con su familia; que le hablasen de la riqueza y esplendor de su casa, y de la lealtad y valor de sus mayores. Acalorada su fantasía con estas relaciones, un dia que sesteaba orillas del arroyo que cruza por las tierras de Daylesford ántes de mezclar sus aguas con las del Isis, brotó por primera vez en su imaginacion un proyecto que despues jamás perdió de vista, á pesar de los mayores contratiempos: el de rescatar los bienes patrimoniales y llamarse con el tiempo Hastings de Daylesford.

Esta resolucion, tomada, segun él mismo dijo setenta años despues, cuando solo tenía siete y se hallaba sumido en la mayor pobreza, fué adquiriendo cada dia más consistencia, creciendo y desarrollán dose con él, que sin cesar la fomentaba con la perseverancia y la inquebrantable firmeza propias de su carácter. En las Indias, cuando regía aquel dilatadísimo Imperio y gobernaba á cincuenta millones de hombres, en medio de los mayores cuidados, atendiendo siempre á la administracion, á la Hacienda, á la justicia y á la guerra, su anhelo y sus esperanzas cruzaban los mares é iban á posarse en las almenas de Daylesford; y cuando hubo concluido su larga carrera, tan llena de males y de bienes, de infamia y de gloria, á Daylesford fué á retirarse para pasar los últimos años de su vida en el castillo señorial de sus antepasados.

Cuando hubo cumplido ocho años, resolvió su tio Howard encargarse de él para educarlo. Al efecto lo envió á un colegio de Newington, donde se daba buena enseñanza, y por lo visto mala comida, siendo esto causa de que atribuyese despues nuestro Warren Hastings su pequeña estatura al régimen alimenticio de aquel establecimiento. Dos años más tarde, pasó á la Universidad de Westminster, que florecia entónces bajo la direccion del Dr. Nichols.

Vinni Burne, como lo apellidaban familiar y afectuosamente sus discípulos, ocupaba una de las cátedras: Churchill, Colman, Lloyd, Cumberland y Cowper eran condiscipulos de Hastings, que se hizo muy amigo del último; y á pesar de la diferencia de sus caracteres, opiniones y trabajos, se profesaron mutuamente afecto constante y decidido.

Parece ser que despues de su salida del colegio no volvieron á verse nunca; pero su afecto continuó inalterable; y cuarenta años despues, cuando la voz de muchos y muy célebres oradores fulminaba los cargos más grandes y graves contra Warren Hastings y pedia el castigo del opresor de losindos, el tímido poeta, cuya vida pasaba en el retiro y la soledad, no podia figurarse al famoso gobernador general, contra quien se habia desencadenado aquella tempestad, de otra suerte que remando por las aguas del Támesis, ó jugando con él en los claustros de Westminster; y se negaba, de consiguiente, á dar crédito á los que acusaban de tantas y tales iniquidades á un tan buen muchacho como habia sido en el colegio. No era esto extraño en quien vivia entregado á la meditacion, al rezo y á los ensueños, y que conservaba en toda la pureza primitiva el candor de la niñez, á pesar de haberse visto en más de una ocasion cruelmente afligido en su espíritu y sometido á grandes pruebas. No fueron, sin embargo, tantas ni tan grandes que lo indujeran jamás á violar grosera y torpemente las reglas de moral sobre las cuales se apoya y descansa la sociedad, ni tampoco se vió nunca cercado de mortales y poderosos enemigos, ni se halló en la terrible alternativa de escoger entre la rectitud y la grandeza, y el crimen y la desgracia. Así, pues, por más convencido que estuviera de cuán degenerada y corrompida estaba la humanidad, sus costumbres eran de tal naturaleza, que no le permitian comprender que hubiera hombres de buen natural y principios, á quienes la ambicion de mando, la pasion, el odio, ó el furor de la lucha pudiese arrastrar fuera del cauce de la verdad y la justicia.

Otro amigo tenía Warren Hastings en el colegio de Westminster, acerca del cual ya se nos presentará la ocasion de hablar más adelante. Llamábase Impey, y áun cuando es poco lo que se sabe de su vida en la Universidad, conociendo el caráter de ambos, bien podemos suponer, sin aventurar mucho, que Hastings se valdria de Impey como de una máquina para poner en ejecucion las travesuras más arriesgadas, ganándolo á su partido mediante cualquier golosina.

Distinguíase nuestro Hastings entre sus condiscípulos, tanto por su habilidad en la natacion, como por su aprovechamiento en los estudios clásicos. A los catorce años ganó el primer premio en los exámenes; y su nombre, que áun existe escrito con letras de oro en las paredes de uno de los dormitorios, da testimonio de aquel triunfo, alcanzado sobre competidores de más edad que él. Dos años más pasó en Westminster, y se preparaba para entrar en Chirst—Churh, cuando sobrevino un acontecimiento que cambió el curso de su vida. Howard Hastings murió, confiando la tutela de su sobrino á un pariente lejano llamado Mr. Chiswick, quien, sin rehusar el depósito, se propuso desembarazarse de él lo ántes posible, y al efecto mandó suspender los estudios clásicos del jóven, siendo inútiles cuantos esfuerzos hizo Mr. Nichols para contrarestar tan grave resolucion, que, de llevarse á cabo, privaria, segun él, á la patria de uno de los primeros eruditos de su tiempo. El buen Mr. Nichols ofreció costear la carrera de Warren en Oxford, temiendo que el gasto fuese la causa de aquella medida; pero Mr. Chiswick permaneció inflexible; y como se hallaba en posicion de hacerlo nombrar para un destino en las oficinas de la Compañía de las Indias, pidió para él una plaza; que una vez allí, ya muriese de una afeccion al hígado, ya hiciese fortuna, de todas maneras quedaria libre de su carga. Salió, pues, Warren de Westminster, y despues de pasar algunos meses en una escuela de comercio para estudiar aritmética y teneduría de libros, el mes de Enero de 1750, pocos dias despues de haber cumplido diez y siete años, se hizo á la vela para Bengala, llegando á su destino en Octubre siguiente.

Entró á seguida en la secretaría de Calcuta, y permaneció en ella doce años. El Fort—William era entonces no más que un establecimiento mercantil.

En el Mediodía de la India, la política ambiciosa de Dupleix habia trastornado, contra su voluntad, á los empleados de la Compañía en diplomáticos y guerreros; porque tambien la guerra de sucesion se hallaba empeñadísima en el Carnate, donde la fortuna parecia inclinarse á favor de los ingleses, gracias al genio del jóven Clive; pero en Bengala, como quiera que los europeos estuvieran en paz y buena amistad con los naturales, sólo pensaban en comerciar.

Despues de pasar dos años más de tenedor de libros en Calcuta, fué Hastings enviado á Cossimbazar, ciudad del interior, asentada á orillas del Hougley, á un cuarto de legua de Moorshedabad, y que, á la sazon, estaba respecto de esta como la cité de Londres lo está de Westminster. Moorshedabad era la residencia del principe que regía con autoridad independiente de hecho, pero que parecia delegada del Gran Mogol, las tres provincias de Bengala, Orissa y Bahar: la corte, el harem y los establecimientos públicos tenian allí su asiento, y Cossimbazar era una plaza comercial, célebre por la cantidad y calidad de las sederías que se vendian en su mercado, y por las muchas flotas que continuamente salian y entraban en su puerto. La Compañía estableció allí grandes almacenes, sucursales de los del Fort—William, y en ellos pasó Hastings algunos años, ocupado en negocios con los indígenas.

Así las cosas, Surajah—Dowlah subió al trono, y á poco, declaró la guerra á los ingleses; y como Cossimbazar estaba tan á su alcance y desprevenido para la defensa, no tardó en caer bajo su yugo.

Hastings fué hecho prisionero y llevado á Moorshedabad; pero, gracias á la mediacion de la Compañía holandesa, no se le dicron malos tratamientos. Proseguia en tanto el Nabab su marcha sobre Calcuta, cuyo gobernador y jefe militar huyeron, y con esto la ciudad y su fuerte quedaron por él, y la mayor parte de los prisioneros ingleses pereció en el tristemente célebre Calabozo Negro.

Estos sucesos fueron causa del engrandecimiento de Warren Hastings. Porque, como el gobernador y sus compañeros se hallaban refugiados en la pequeña isla desierta de Fulda, cerca de la embocadura del Hougley, y naturalmente deseaban adquirir noticias y datos fidedignos de lo sucedido y de los planes ulteriores del Nabab, pareciéndoles que Hastings era la persona más á propósito para proporcionarlos, tanto mejor, cuanto que sólo estaba prisionero bajo su palabra, lo designaron para el caso. Así se convirtió en agente diplomático, llegando á adquirir en poco tiempo— gran reputacion de habilidad y arrojo.

La traicion que tan funesta fué algun tiempo despues á Surajah—Dowlah, comenzaba por entonces á tramarse; pero no siendo aún hora de dar el golpe, y hallándose en grave riesgo, buscó tambien Hastings refugio en la isla de Fulda.

Poco tardó en presentarse en el Hougley la expedicion que venía de Madrás bajo las órdenes de Clive, á castigar los desmanes y muertes causados por el Nabab, y el jóven Warren, excitado de su intrepidez, y tal vez del ejemplo del caudillo de aquellas tropas, que, despues de haber sido cemo él agente comercial de la Compañía, era entonces militar renombrado, determinó de seguir el mismo camino, y sentó plaza. Pero el ojo certero de Clive tardó poco en conocer que su cabeza sería más útil que no su brazo; y despues de la batalla de Plassey, al ser nombrado Meer—Jaffier nabab de Bengala, Warren Hastings recibió el encargo de residir en la corte del nuevo soberano, en calidad de agente político.

Hasta 1761 vivió en Moorshedabad, en cuya época lo eligieron consejero, y tuvo que trasladarse á Calcuta, ejerciendo su cargo en el intérvalo que separó la primera de la segunda administracion de Clive, durante cuyo tiempo cayeron tantas manchas sobre la Compañía, que no han sido parte á borrarlas completamente largos años de buen gobierno.

Ejercíalo á la sazon Mr. Vansittart, que se hallaba por tal motivo á la cabeza de un imperio nuevo y extraño, en el que por una parte habia una multitud de funcionarios ingleses, osados, inteligentes, afanosos de adquirir en poco tiempo grandes riquezas, y por otra un pueblo indígena numeroso, tímido, indefenso y habituado á la servidumbre. Si el esfuerzo necesario para impedir que la raza más fuerte hiciera víctima de su rapacidad .á la más débil, era proporcionado á la energía y demas condiciones de Clive, no lo era ni con mucho á las de Vansittart, quien, á pesar de su buen deseo, hacía un gobernador débil é impotente para combatir el mal. Así fué que la raza conquistadora rompió durante la época de su mando todas las trabas que tes la sujetaban al deber, ofreciendo el espectáculo más horrible que darse pueda, esto es, el que ofrece siempre la fuerza de la civilizacion cuando no la ánsuaviza la dulzura, que debe ser su compañera inseparable.

Para el despotismo y la tiranía ignorantes existe un freno, insuficiente á decir verdad, sujeto á grandes peligros, pero que, sin embargo, da garantías á la sociedad de que no se hollarán los límites del sufrimiento humano; y es que llega un tiempo en el cual los males producidos por la obediencia se hacen más temibles que cuantos pueda producir la resistencia, y entonces el miedo infunde una especie de valor que, comunicando impulso convulsivo y como desesperado, por decirlo así, al cuerpo social, enseña á los tiranos á no abusar de la paciencia de los pueblos. ¡Pero cómo luchar contra el Gobierno que á la sazon tenía subyugada la provincia de Bengala, cuando la inteligencia y la energía de la raza dominadora lo hacian irresistible! Si los bengalís se hubieran levantado contra los ingleses, hubiera sido una guerra entre corderos y lobos, entre hombres y demonios. La única proteccion que hubieran podido esperar los vencidos, consistia en la clemencia, la moderacion y la política ilustrada de los vencedores. Con el tiempo gozaron de estos beneficios; pero al principio, el poder de los ingleses se dió á conocer entre ellos sin su moralidad: hubo un intérvalo entre el momento en que sólo pensábamos en tener derechos sobre los indos, y aquel en que comprendimos que á estos derechos iban unidos deberes muy sagrados, durante el cual los empleados de la Compañía sólo se ocuparon en robar á los indígenas de cuantas maneras son imaginables en el plazo más breve, con el objeto de regresar á Inglaterra enriquecidos de rapiñas, ántes de sentir los perniciosos efectos del clima, casarse con las hijas de los pares del reino, comprar electores que los votaran en el condado de Cornwall, y dar grandes fiestas en Saint James's Square.

Poco se sabe acerca de la conducta observada por Hastings en esa época; pero le hace honor y da testimonio de que no participó de los latrocinios de sus compatriotas, y de que no pudiendo proteger á los indos, se abstuvo de saquearlos y de oprimirlos: esto es cuanto estaba en su mano hacer. Si no hubiera procedido así, sólo con ser poco escrupuloso y humano habria hecho fortuna fácilmente. Ni tampoco se le acusó nunca por nadie de complicidad en los grandes abusos que á la sazon se cometian, á pesar de ser muchos, muy hábiles y muy encarnizados los enemigos que despues lo persiguieron, y que se habrian dado prisa á denunciar sus delitos si los hubieran descubierto. El exámen minucioso, severo, hasta malévolo á que ha sido sometida toda su vida pública, residencia única, á nuestro parecer, en la historia de la humanidad, es provechoso hasta cierto punto y bajo algunos aspectos á su reputacion; porque, si pone de manifiesto gran número de manchas, le da tambien derecho á que se le crea exento de cuantas no han sido descubiertas por sus inquisidores.

Pero lo más cierto y averiguado es que las tentaciones á que tantos funcionarios ingleses sucumbieron bajo el gobierno de Vansittart, no eran parte á conmover las pasiones dominantes de Warren Hastings; el cual, si no era escrupuloso en materia de intereses, nunca conoció avaricia ni rapacidad. Demas de esto, tenía la necesaria claridad de ingenio para no considerar un gran Imperio únicamente como una mina en explotacion; así que, áun cuando hubiera estado más corrompido, su inteligencia lo habria librado de cometer tales bajezas. Hastings fué un estadista no nada escrupuloso, sin principios, tal vez, pero no un capitan de ladrones.

En 1764 regresó á Inglaterra con escaso caudal, y poco tardó en darle fin, auxiliado de su generosidad y mala traza para manejarlo. Parece ser que con sus parientes estuvo muy liberal. Habia dejado en Bengala más de la mitad de sus economías con la esperanza de obtener los crecidos beneficios que allí reporta generalmente el dinero puesto á rédito; pero como la importancia de estos se halla siempre en razon inversa de la seguridad, firmeza y garantía de los capitales, no pasó mucho tiempo sin que Hastings perdiese una cosa y otra.

Cuatro años permaneció en Inglaterra. Poco se sabe de él durante aquella temporada; mas se asegura, y es muy probable, que invirtió la mayor parte del tiempo en el estudio y en cultivar el trato de los hombres de letras. Y no estará demas dejar consignado aquí, en elogio suyo, que en una época durante la cual los agentes y auxiliares de la Compañía consideraban las lenguas orientales sólo como medio de comunicarse con los tejedores y traficantes de aquellas regiones apartadas, él buscó y halló en las ciencias del Asia gran esparcimiento á su espíritu y nuevos puntos de vista sociales y de gobierno. Es posible que, como casi todos los hombres que han estudiado mucho ciertos ramos del saber humano que se hallan fuera del alcance de la generalidad, se sintiera siempre dispuesto á exagerar la importancia de los que más fuesen de su gusto; por su parte, creia que el conocimiento de la literatura persa podria contribuir con ventajoso resultado á la educacion liberal de los ingleses; á este fin escribió una memoria, y parece que la Universidad de Oxford, donde el estudio de la literatura oriental no ha caido nunca en desuso desde la época del Renacimiento, debia ser la escogida para poner en práctica su proyecto, esperando Hastings que á ello proveerian con munificencia los directores de la Compañía, y que, merced á su generosidad, pudiera traerse de Oriente maestros capaces de interpretar á Hafiz y Ferdusi.

Por aquellos dias visitó á Jhonson, que gozaba de la mayor reputacion literaria, le comunicó sus ideas y procuró interesarlo en favor de ellas, sabedor de las íntimas relaciones que lo unian con el claustro de Oxford. La entrevista dejó en el ánimo del filósofo la impresion más favorable en cuanto á las facultades y conocimientos de Hastings; y largos años despues, cuando éste gobernaba el vasto imperio de la India, con motivo de una carta que le dirigió, hizo alusion en los términos más lisonjeros y dignos á sus cortas, pero agradables relaciones personales.

Presto comenzó Hastings á pensar de nuevo en la India. Lo que poseia era muy poco; y como sus apuros pecuniarios iban creciendo, se decidió, al fin, á pedir un destino á los directores, que accedieron sin tardanza á su solicitud, nombrándolo individuo del consejo de Madrás; con lo cual hicieron justicia á sú talento y probidad. Para emprender el viaje tuvo que pedir dinero á préstamo; mas no por eso rebajó nada de lo que habia señalado á sus parientes pobres. Cuando todo lo hubo dispuesto, se dió á la vela en el Duque de Grafton la primavera de 1769, y fué su viaje una serie de aventuras novelescas.

Entre los pasajeros del Duque de Grafton iba un aleman llamado Imhoff, titulado baron, pero cuyos bienes de fortuna debian ser muy escasos, pues se trasladaba á Madrás con la esperanza de ganar algunas pagodas (1), de las que los ingleses adquirian y disipaban tan fácilmente á la sazon, haciendo retratos. Acompañábalo su mujer, la cual era jóven, de agradable fisonomía, buena educacion y modales seductores. Habia nacido en Arkangel, cerca del polo ártico, y estaba destinada á representar el papel de reina bajo el trópico de Cáncer.

Despreciaba á su marido de todas véras, y no sin razon, como lo probará el suceso cumplidamente.

Hastings le fué simpático, gustó de su trato y compañía, y cuanto hizo en su obsequio la cautivó.

La situacion era por demas ocasionada á peligros; porque no hay lugar tan á propósito para desarrollar grandes afectos y odios mortales como un bu que, durante larga travesía. Contadas son las personas que no hallan por extremo enojoso un viaje de algunos meses, en que todo cuanto interrumpe la monotonía es bien recibido, ya sea la vista de otro buque, ya un tiburon, ya un hombre al agua. Algunos para distraerse recurren al medio de hacer dos comidas más que en tierra; otros, y son los más, apelan al amor, si hay damas á bordo, y no pocos acaban siempre por indisponerse con sus compañeros: que para todo esto dan ancho campo los estrechos límites del barco de pasajeros. Los que lo habitan se hallan á todas horas en más íntimo contacto que en una casa de campo, pues no hay otro medio de huir de sus compañeros de viaje sino es cerrarse en un calabozo llamado camarote: se come, se pasea sobre la cubierta, siempre con los demas ó entre ellos, nunca solo; la etiqueta se proscribe casi, y de esta manera no hay cosa más fácil á una persona (1) Moneda del país.

mal intencionada que causar mil molestias, ni tampoco más á propósito para que un buen amigo dé repetidas pruebas de su afecto; aconteciendo á las veces que sufrimientos ó peligros verdaderos hacen salir á la superficie en toda su hermosura ó deformidad naturales virtudes heroicas ó vicios abyectos que habrian permanecido ignorados hasta de los más íntimos amigos durante largos años de trato en lo que se llama sociedad. En esta situacion, pues, se hallaron Warren Hastings y la baronesa Imhoff. Ambos estaban dotados de cualidades que habrian llamado la atencion en cualquiera corte de Europa: Hastings era soltero y libre; la baronesa casada; pero los vínculos de su matrimonio estaban muy relajados, pues ni respetaba á su esposo, ni éste á su vez tenía en mucho aprecio la honra para ser capaz de hacerse respetar.

Una vez en pendencia de amores Hastings y la de Imhoff, ciertos accidentes que no habrian tenido lugar en tierra, sirvieron para estrecharla más: él cayó enfermo, y con este motivo la baronesa lo cuidó con la tierna solicitud y el amoroso desvelo que saben emplear las mujeres en casos tales. Este proceder aumentó el afecto de su amigo, cuyo cariño hácia ella era de naturaleza característica y propia de él, y llevaba impreso el sello de sus pasiones, y como su odio y su ambicion, era inmenso, profundo, reconcentrado y tranquilo, pero incontrastable.

Pasado algun tiempo, Imhoff fué llamado á tomar parte en las deliberaciones habidas entre su mujer y el amante, y quedó convenido que la baronesa presentaria la demanda de divorcio á los tribunales de Franconia; que el baron allanaria cuantas dificultades pudieran ocurrir y estuviera en sus atribuciones de marido; que continuarian viviendo juntos hasta que se pronunciara la sentencia de separacion; que Hastings daria pruebas materiales de su agradecimiento al esposo; que, tan luégo quedase disuelto y roto su matrimonio, casaria con su ex—mujer, y, finalmente, que adoptaria los hijos de la baronesa nacidos ántes del divorcio.

No juzgamos con severidad esta falta de Warren Hastings y de la señora de Imhoff, porque, á decir verdad, ambos tenian muchas circunstancias atenuantes en su favor. Pero no por eso convendremos nunca con el muy reverendo Mr. Gleig, cuya parcialidad por Hastings no conoce límites, en que la conducta del baron fué juiciosa y prudente, cuando sólo fué baja y despreciable y capaz hasta de excusar la de los amantes.

Halló Hastings en Madrás en muy mal estado el comercio de la Compañía, y conociendo que el favor de sus jefes dependia principalmente de la importancia de los dividendos, y que éstos á su vez dependian de las imposiciones, determinó de aplicar toda su atencion á este ramo tan descuidado desde que los funcionarios de la Compañía dejaron de ser comerciantes para trasformarse en soldados y políticos. A dejarse llevar de su gusto é inclinaciones personales, habria preferido consagrarse ántes á la parte política que no á la económica; pero, así y todo, realizó en pocos meses importantes reformas, que merecieron la más completa aprobacion de sus jefes, quienes para recompensar de una manera digna la inteligencia y celo que habia desplegado en ellas, lo pusieron al frente del gobierno de Bengala. A principios de 1772 dejó, pues, el fuerte de San Jorge, y se trasladó á su nuevo destino, acompañado del baron y de la baronesa de Imhoff, quienes, «obrando juiciosa y cuerdamente,» segun dice Gleig, vivian con él hacía dos años.

Hallábase la provincia de Bengala, cuando Hastings fué allá de gobernador, administrada con arreglo al sistema establecido por Clive; sistema ingenioso y hábilmente concebido con el propósito de facilitar secretamente el triunfo de una gran revolucion; pero que no ofrecia sino inconvenientes y dificultades una vez consumada. Porque habia dos gobiernos: el verdadero y el aparente: el poder supremo pertenecia á los ingleses, y era de hecho el más arbitrario que pueda imaginarse, pues el único freno que hubiera sido parte á sujetarlos, consistia en su justicia y humanidad; que ni la Constitucion ponia límites á su imperio, ni la resistencia de los naturales hubiera sido capaz de contenerlos; pero los ingleses, soberanos absolutos en realidad, no habian asumido las formas de la soberanía; poseian el territorio como vasallos del monarca de Delhi; percibian las rentas á título de colectores del Emperador, nombrados por él; los sellos oficiales traian grabado los títulos del monarca, y la moneda se acuñaba con su busto.

De suerte que aún existia en Bengala un nabab que, respecto de los ingleses, dueños de su Estado, se hallaba en la misma relacion que Augústulo cen Odoacro, ó que los últimos merovingios con Carlos Martel y Pipino: vivia en Moorshedabad rodeado de régia magnificencia, hacíansele los mayores acatamientos, empleábase su nombre en los actos públicos; pero en realidad influia ménos en la gobernacion de su pueblo que el último empleado ó el cadete más jóven de la Compañía.

El Consejo que la representaba en Calcuta estaba entónces constituido de manera muy diversa de como se halla hoy. En la actualidad, el gobernador posee un poder ejecutivo absoluto: puede nombrar y destituir funcionarios públicos, y declarar la guerra y hacer la paz, contra el parecer unánime de los consejeros. Estos tienen derecho á saber y discutir cuanto se hace, de aconsejar, de representar y de protextar; pero la suprema autoridad allí es el gobernador, único responsable de todo. Creemos que este sistema, introducido por Pitt y Dundas, á despecho de Burke, es el mejor que puede plantearse en un Estado donde faltan los elementos indispensables para desarrollar el régimen parlamentario.

En tiempo de Hastings, el gobernador tenía vozen el Consejo, y en caso de empate en las votaciones, su voto decidia; acaeciendo con harta frecuencia que en los asuntos más graves é importantes lo hacía contra su voluntad cediendo á influencias que no pedia dominar; y no hubiera sido extraño que llegase á quedar excluido, durante más ó ménos tiempo, de la verdadera direccion de los negocios públicos.

Habian fijado muy poco su atencion en lo tocante al gobierno interior de Bengala los funcionarios ingleses del Fort William. Los únicos asuntos políticos en que se ocupaban con asiduidad, eran las negociaciones con los príncipes indígenas, descuidando casi completamente la policía, la administracion de justicia y los detalles de la Hacienda. A pesar del tiempo que va trascurrido, áun se advierte en los funcionarios de la Compañía restos de los antiguos resabios; y es cosa muy usual verles emplear la palabra política como sinónimo de diplomocia. Hoy mismo existen personajes á quienes se aprecia en elevadas regiones como prendas inestimables para el servicio público y de gran aptitud para ejercer la jefatura de presidencias, y que son nulidades para los asuntos políticos.

En Bengala delegaban los ingleses el gobierno interior á un ministro indígena, que residia en Moorshedabad, con facultades sobre todo lo que no fuese del órden militar ni se rozara con las relaciones exteriores: dábanle cien mil libras esterlinas de sueldo al año; y como, además, pasaba por sus manos y, hasta cierto punto, se hallaba á su disposicion el salario del Nabab, que ascendia á trescientas mil libras esterlinas, puede muy bien suponerse cuán envidiado no sería el cargo, vista su importancia, lucro y brillo, de los indígenas capaces y poderosos. Por esta causa costó gran trabajo á Clive el decidirse, cuando proveyó la plaza de ministro, entre pretendientes rivales; que dos grandes partidos presentaban cada uno su candidato en representacion de razas y religiones diversas.

Era el de uno Mohamed—Reza—Kan, musulman de origen persa, hombre capaz, activo, religioso á la manera de su pueblo y muy amado de sus correligionarios. En Inglaterra se le hubiera tenido por un político avaro y venal; pero á juzgarlo con el criterio indostánico, casi podria considerársele como á persona honrada.

Brahamino indo era su competidor, y se llamaba el Maharajah Nuncomar, nombre que se halla en la historia inseparablemente unido al de Warren Hastings á consecuencia de un terrible suceso.

Habia representado Nuncomar muy principal papel en cuantas revoluciones tuvieron lugar en aquella parte de Bengala desde los tiempos de Surajah Dowlah; y á la consideracion y respeto que allí se rinde á los hombres de raza pura y de noble alcurnia, unia la importancia que dan en todas partes la riqueza, el talento y la experiencia. Muy dificil sería dar idea de su carácter á quien no conoce la humanidad sino bajo la forma que reviste en Europa; porque Nuncomar era á los otros bengalís lo que el italiano es al inglés, lo que el indo al italiano, lo que el bengalí á los demas indos.

La constitucion física del bengalí es delicada y hasta femenil; vive constantemente en un baño de vapor; sus ocupaciones son sedentarias; débiles sus miembros, lánguidos y perezosos sus movimientos; el valor, la independencia, la viveza son cualidades que no tiene, y así se ha visto largos años sojuzgado por hombres de condicion más fuerte y atrevida. Su espíritu se halla en perfecta analogía con su físico: es débil hasta la impotencia, cuando se trata de una resistencia vigorosa; pero de habilidad y tacto tan singular que infunde admiracion y desprecio juntamente; porque todos los recursos que constituyen la defensa natural de los débiles contra los fuertes se hallan más incarnados en esta raza que entre los jonios de la época de Juvenal, ó los judíos de la Edad Media, pudiéndose decir que el engaño y la falsía son para el bengalí lo que la garra para el tigre, el aguijon para la abeja, ó la belleza del tipo griego para la mujer. Grandes promesas, excusas plausibles, historias tejidas de mentiras circunstanciadas, perjurios, falsificaciones de todo género: hé aquí las armas ofensivas y defensivas de los hijos del bajo Ganges.

Cuéntanse por millones y no dan un solo cipayo á la Compañía; pero en cambio como usureros, negociantes y abogados de habilidad, no ceden á los de ningun pueblo de la tierra. A pesar de la dulzura de su carácter, no es propenso el bengalí á la conmiseracion, ni transige nunca con sus enemigos, ni cede en sus proyectos sino bajo la presion del miedo; tampoco le falta cierto valor sui generis de que á las veces carecen sus dominadores, pues opone á los males inevitables una resistencia pasiva y un esfuerzo semejantes al que los estóicos atribuian á su sabio imaginario. El soldado europeo que se arroja sobre una batería lanzando gritos de guerra, podrá darlos de dolor al sentir el bisturí del cirujano, ó entregarse á la desesperacion al oir su sentencia de muerte; pero el bengalí, que dejaria invadir su patria por el enemigo, incendiar su casa y perecer á su familia sin atreverse á dar un golpe en defensa de objetos tan caros, ha sufrido más de una vez la tortura con la firmeza de Mucio Escévola, y marchado al cadalso con paso tan firme y rostro tan sereno como Algernon Sydney.

Personificaba este carácter nacional y con exageracion el Mahrajah Nuncomar. Habia tomado parte en las más criminales intrigas, como tuvieron ocasion de averiguar los funcionarios de la Compañía; una vez levantó falso testimonio contra otro indo, é intentó probar su imaginaria culpa presentando papeles mañosamente contrahechos; y en cierta circunstancia se descubrió que, mientras fingia la más grande amistad á los ingleses, estaba en todas las conspiraciones que se urdian contra ellos, llegando á saberse tambien, algun tiempo despues, que servia de intermediario entre la corte de Delhi y las autoridades francesas de Carnate. Estos crímenes y maldades fueron causa que pasara largo tiempo encarcelado; pero, al fin, no sólo quedó libre, sino que, merced á su talento é influencia, pudo recuperar, en cierto modo, la consideracion perdida entre naturales y extranjeros.

Era Clive muy opuesto á poner al frente de la administracion de Bengala á un musulman; empleo al que por otra parte le repugnaba elevar á un hombre convicto tantas veces de todo género de maldades.

En consecuencia, y á despecho del Nabab, sobre quien habia sabido Nuncomar adquirir la mayor influencia, y que deseaba vivamente ver al hábil y artero indo á la cabeza del Gobierno, se decidió en favor de Mohamed—Reza—Kan, en lo cual anduvo muy cuerdo. Siete años hacía que desempeñaba el cargo cuando Hastings fué nombrado gobernador. Un hijo de Meer—Jaffier, niño de tierna edad, era á la sazon nabab, y su custodia y tutela se habia confiado al ministro.

Entonces Nuncomar, movido de sus depravados instintos, se propuso minar la autoridad de su rival, cosa no difícil, porque las rentas de Bengala no producian bajo su administracion el excedente que se prometió el Consejo de la Compañía.

Teníase á la sazon en Inglaterra la idea más absurda en órden á la riqueza de la India: los mismos hombres de negocios al ocuparse de aquel país lo veian poblado de palacios de pórfido, con las paredes cubiertas de brocado, y por todas partes lleno de montañas de perlas y diamantes y pagodas y mohurs de oro que se median como semilla. Pero nadie parecia creer lo que sin embargo era cierto, esto es, que la India era más pobre que otros pueblos reputados por tales, como Irlanda ó Portugal; y los lores de la Tesorería y los representantes de la Cité, no sólo abrigaban la conviccion de que Bengala se bastaba á sí propia para ocurrir á sus gastos, sino que podia producir grandes dividendos á los accionistas, y considerables recursos á la real Hacienda de Inglaterra. Quedaron defraudadas tan locas esperanzas, y entonces los directores prefirieron naturalmente atribuir su desengaño á la mala gestion de Mahomed que á su completa ignorancia del país; y como llegasen á confirmarlos en su error los agentes que Nuncomar tenía en Leadenhall Street, á poco de hallarse Hastings en Calcuta recibió cartas particulares del Consejo directivo con la órden de deshonorar á Mohamed, de reducirlo á prision, como asimismo á su familia y partidarios, y de residenciarlos. Añadíase en ellas que haria bien el gobernador de valerse de los buenos oficios de Nuncomar para el mejor resultado del asunto, y que, áun cuando sus defectos eran capitales, sería fácil utilizarlos en aquellas circunstancias, animándolo con la esperanza del premio, pero sin fiarse mucho de él. Nada de esto se comunicó al Consejo de Calcuta por el de Londres.

No era Nuncomar de la devocion de Hastings: ambos se habian conocido en Moorshedabad años atras y enconádose de tal manera, que, para evitar mayores consecuencias, se hizo indispensable la intervencion de sus jefes. Discordaban en todo, ménos en lo de ser ambos implacables por naturaleza. Con Mohamed no tenía Hastings ningun resentimiento, ni el menor motivo de queja: sin embargo, se dispuso á poner en ejecucion las órdenes de la Compañía con un celo desacostumbrado en él cuando no se hallaban en perfecto acuerdo con su parecer las instrucciones que se le dirigian. En nuestro concepto, queria utilizar aquella ocasion para desembarazarse del doble sistema de gobierno existente en Bengala; y como la carta de los directores le daba pié para ello, dispensándolo de la necesidad de discutir el asunto con los de su Consejo, tomó al efecto las medidas que mejor le parecieron con la energía y habilidad propias de él.

A media noche hizo cercar por un batallon de cipayos el palacio de Mohamed, en Moorshedabad, y prender al ministro, quien, al comunicársele la órden, bajó la cabeza con gravedad musulmánica y se sometió. No caia solo. Era gobernador de Bahar un jefe llamado Schitab Roy, cuyo denuedo, esfuerzo y lealtad eran notorios á los ingleses, que le tenian en gran aprecio desde el dia memorable en que los habitantes de Patna vieron desde sus murallas roto y disperso todo el ejército del Mogol por el pequeño cuerpo del capitan Knox. Schitab Roy hizo en aquella jornada prodigios de valor, y así lo declararon unánimes los ingleses. «Nunca he visto á un asiático batirse como él,» dijo Knox al conducirlo cubierto de sangre y polvo á presencia de los funcionarios reunidos en la factoría. Empero no fué parte su glorioso pasado, ni las simpatías adquiridas, para librarlo de la ruina de Mohamed, y quedó deshonorado y preso. Los miembros del Consejo nada entendieron hasta que los prisioneros iban camino de Calcuta.

Con diversos pretextos se fué dilatando la instruccion del proceso algunos meses, durante los cuales permaneció Mohamed en blando cautiverio, y mientras, Hastings completaba su obra: suprimió el cargo de ministro; puso en manos de los empleados de la Compañía la administracion interior; organizó un sistema, imperfecto, á decir verdad, para la de justicia civil y criminal, bajo la vigilancia de los ingleses; quitó al Nabab toda participacion verdadera y áun aparente en el gobierno, dejándole sólo el sueldo, que era muy crecido, y los atributos de la soberanía; y como era menor de edad y fuese necesario proveer á la custodia de su persona y bienes, confió aquella á una concubina de su padre, llamada Munny Begun, y esta á Goordas, hijo de Nuncomar: que se necesitaba de los servicios del padre, y no pudiendo conferirsele impunemente el poder, creyó Hastings conciliarlo todo, recompensando al hombre capaz, pero sin principios, en la persona de su inofensivo hijo.

Hecho esto, y en plena posesion de Bengala, no tuvo ya Hastings motivo de tratar con rigor á los antiguos ministros, á quienes hizo comparecer ante una comision presidida por él. Quedó absuelto Schitab Roy; y no pareciendo esto bastante todavía al gobernador, se le dió cumplida satisfaccion, prodigándole todas las muestras de respeto acostumbradas en Oriente: se le revistió de un traje de ceremonia, se le hicieron ricos presentes, regalósele un elefante aparejado con el mayor lujo, y se le restituyó á su gobierno de Patna; pero su salud se habia quebrantado en la prision y hondamente abatido su espíritu pundonoroso, y á poco murió de melancolía.

No resultó tan clara la inocencia de MahomedReza—Khan; mas como no se hallaba Hastings dispuesto á tratarlo con severidad, al fin, despues de un largo interrogatorio, en el cual Nuncomar hizo el papel de acusador y desplegó el ensañamiento y habilidad propias de su carácter, declaró que no habia pruebas para condenarlo, y lo mandó poner en libertad.

Nuncomar, que se habia propuesto derrocar la administracion musulmana para elevarse sobre sus ruinas, vió entonces defraudadas sus esperanzas; que su maldad quedaba sin recompensa; que Hastings se habia servido de él como de instrumento para traer el gobierno de manos de los indígenas á las de los ingleses; que su rival, el enemigo á quien tanto envidió, contra quien tanto se ensañó, quedaba libre de responsabilidad, y que aquel cargo tan suspirado de ministro se suprimia y era perdido para él. Desde aquel punto fué Hastings para el vengativo brahamino un objeto de odio; sin embargo, disimuló; que la ocasion no era propicia para ejecutar malos pensamientos. No tardaria mucho en presentarse oportunidad, y entonces la lucha sería desesperada y mortal.

Hecho esto, debió Hastings fijar la atencion en los asuntos exteriores. La diplomacia del gobernador consistia entonces en procurarse dinero; que su Erario se hallaba casi exhausto, y él resuelto á salir de apuros á todo trance y por cualquier medio. La famosa y antigua divisa de una de las grandes familias merodeadoras del Téviotdale y que decia: Todo te faltará ántes que me falte algo, podrá explicar la naturaleza de las relaciones de Hastings con sus vecinos, pues no parece sino que estableció como principio fundamental é indiscutible que, cuando no tenía el número de lagos de rupias necesario para ocurrir á las atenciones del servicio público, podia tomarlos de quien los poseycra. Fuerza es consignar en su descargo, que sus jefes lo hostigaban de tal modo, que para resistir á las órdenes del Consejo directivo hubiera sido necesario una virtud á toda prueba, pues lo ponian en la disyuntiva de consumar los mayores desafueros, ó de presentar su dimision, renunciando de consiguiente á la esperanza de adquirir fortuna y honores. No es que los directores le mandaran cometer la más leve accion digna de censura, ni ménos que la hubieran aprobado; que toda su correspondencia durante aquella época contiene gran copia de preceptos justos y humanos, formando casi un código de moral política, sino que cada exhortacion se anulaba á seguida, pidiendo más dinero, verbigracia: gobernad con dulzura, y enviad más oro, ó, lo que es lo mismo, sed padre del pueblo y oprimidle; sed justo é in— justo, moderado é inhumano; y como estas instrucciones fueron las únicas que recibió mientras estuvo en la India, dicho se está que sólo habia un medio de no cumplirlas, y era volverse á Inglaterra.

Tampoco acusaremos de hipócritas á los autores de tales despachos: escribian á seis mil leguas de distancia del lugar en donde sus órdenes debian tener cumplido efecto, sin advertir la grosera contradiccion de sus disposiciones; pero el Gobernador, á quien se le pedia sin demora medio millon de libras esterlinas, cuando el tesoro de Bengala se hallaba exhausto, el ejército sin pagar, su mismo sueldo atrasado, perdidas las cosechas y fugitivos los recaudadores, tenía que decidirse por las recomendaciones morales ó las exigencias pecuniarias de los jefes, y en la forzosa disyuntiva de incurrir en desobediencia por algun concepto, ¿qué le perdonarian sus jefes más fácilmente? Hastings concluyó que lo más seguro sería dar de lado á la moral y procurar dinero.

Un hombre tan fecundo en recursos de todo género, á quien tan poco embarazaban los escrúpulos de conciencia, no podia ménos de hallar muy en breve algun remedio á los apuros rentísticos del Gobierno. En efecto; muy luégo, y para dar comienzo su obra, redujo de una plumada la pension del nabab de Bengala de trescientas veinte mil libras á la mitad, y despues anuló totalmente la de trescientas mil que la Compañía estaba obligada á pagar al Gran Mogol, á título de tributo por las provincias que habia puesto bajo su custodia; pero, como ésta le tenía cedido á su vez los distritos de Corah y Allahabad, á pretexto de que el Mogol no era independiente en realidad, sino instrumento de otros, Hastings retiró sus concesiones y despachó tropas que los ocuparan; y pues la situacion de las plazas, reunidas ahora, era de tal naturaleza que, de seguir ocupadas por los ingleses, causarian grandes dispendios sin proporcionar ventajas de importancia, Hastings, que buscaba dinero y no territorios, determinó de venderlas. No faltaron compradores.

Habia caido la rica provincia de Uda en manos de la gran familia musulmana que hoy la gobierna, en los momentos de la disolucion general del imperio mogólico. Hace veinte años tomó esta familia, prévia la vénia de los ingleses, título real, cosa que no hubieran hecho ciertamente mahometanos de la India en tiempo de Hastings, por reputarla odiosa impiedad. Así, pues, el príncipe de Uda, si bien ejercia entonces el poder, no usaba título de soberano, añadiendo sólo al nombre de nabab ó virey el de visir de la monarquía indostánica, del propio modo que los electores de Sajonia y Brandeburgo, á pesar de ser independientes del Emperador y de hacerle á veces la guerra, tenian en mucho llamarse grandes mariscales de la cesárea majestad. A la sazon era nabab—visir Surajah—Dowlah, y se hallaba en las mejores relaciones con los ingleses; además poseia cuantiosos bienes; Allahabad y Corah podian convenirle, y á la Compañía no eran estas plazas de utilidad ninguna. Poco tardaron en avenirse comprador y vendedor, y al fin, las provincias arrancadas al Gran Mogol pasaron al dominio de los príncipes de Uda, mediante quinientas mil libras esterlinas, poco más ó ménos. Quedaba, sin embargo, por resolver una cuestion más importante aún: la de la suerte futura de aquel pueblo animoso y esforzado; y se decidió de tal manera, que ha impreso una mancha indeleble en la fama de Warren Hastings y de los ingleses.

Los habitantes del Asia central habian sido siempre, respecto de los indostanes, lo que los guerreros de las selvas germánicas fueron á los romanos de la decadencia; y así el indo, cenceño, de coler moreno y no nada valiente, temia entrar en lucha con los blancos y fornidos habitadores del otro lado de los desfiladeros. Hay muchas razones para suponer que, en los tiempos prehistóricos, el pueblo que hablaba la elegante y rica lengua sanscrita viniera de las regiones situadas más allá del Hífaso y del Hitaspe, imponiendo su yugo á los indígenas.

Es cierto que, durante los diez últimos siglos, invasiones sucesivas de la parte de Occidente cayeron sobre el Indostan, y que el curso de la conquista no volvió jamás hácia el sol poniente hasta la memorable campaña que hizo brillar la cruz de San Jorge sobre los muros de Ghoizni.

Los mismos emperadores del Indostan procedian de la parte opuesta á la gran cadena de montañas, y tenían y conservaban siempre la costumbre de reclutar sus tropas en la raza valiente y esforzada de la cual provenia su ilustre casa. Entre los aventureros militares que acudieron á ponerse bajo de las banderas mongólicas, desde las inmediaciones de Cabul y de Candahar, sobresalian muchos de los conocidos con el nombre de Rohillas, y que recibieron en recompensa de sus servicios dilatados territorios, verdaderos feudos (si es lícito usar esta palabra) que se extendian por la llanura que cruza el Ramgunga al descender de las nebulosas alturas del Kumaon y mezclar sus aguas con las del Ganges.

En medio de la confusion general que siguió á la muerte de Aureng—Zeb, se hizo independiente de hecho aquella colonia guerrera. Distinguíanse los rohillas de los demas habitantes de la India por la blancura particular de su tez; y por su valor en la guerra, y su destreza y habilidad en las artes de la paz, ocupaban lugar más preferente aún. Miéntras duró la lucha, desde Lahora al cabo Comorin, gozó su pequeño territorio de paz y tranquilidad al amparo de su valor, é hicieron medrar el comercio y la agricultura, sin desatender por eso la poesía; tanto es así que muchos ancianos, que aún viven, recuerdan haber oido á otros ancianos hablar con pena de la edad de oro en la cual reinaron los príncipes afghanos en el valle de Rohilcund.

Habíase propuesto Surajah—Dowlah reunir á sus Estados tan rico distrito. Sus derechos sobre aquel territorio eran iguales á los que Catalina II hubiera podido aducir sobre Polonia, y Napoleon sobre la península española; á su vez, los rohillas poseian su territorio por igual título que él los suyos, habiéndose gobernado mejor sin comparacion alguna que Surajah—Dowlah sus Estados. Por otra parte, no eran hombres á quienes se pudiera dominar fácilmente, á pesar de hallarse establecidos en una inmensa llanura desguarnecida de naturales medios de defensa, porque circulaba por sus venas la noble sangre afghanistana, y porque si como soldados.carecian de la firmeza que sólo va unida á la práctica rigurosa de la disciplina, tenian probado su indómito valor en los campos de batalla. Decíase que sus jefes, cuando se veian amenazados de un peligro comun, podian poner en campaña 80.000 hombres.

Surajah fué testigo en más de una circunstancia de cuanto eran capaces aquellos hombres, y por esa causa no se mostraba muy dispuesto á medirse con ellos; pero habia un ejército en la India contra el cual era inútil la resistencia, siquiera fuese la que pudieran oponerle las vigorosas tribus del Cáucaso pues estaba probado que ni la superioridad numérica, ni el ímpetu marcial de las asiáticas más esforzadas eran parte á contrarestar su pericia y denuedo: era éste el inglés. ¿Sería posible reducir al gobernador de Bengala á que vendiera á peso de oro la energía irresistible de aquel pueblo—rey, su pericia militar, su disciplina, que tantas veces triunfó de los mayores esfuerzos del fanatismo y de la desesperacion, en una palabra, el indomable valor británico que nunca se halla más tranquilo y resuelto que al fin de un combate dudoso y encarnizado?

Esto quiso el Nabab—visir y otorgó Hastings sin más tardanza, quedando ambos conformes en lo que habian de dar y de recibir, como que cada negociador tenía con que ocurrir á la necesidad de su compañero. Hastings necesitaba oro para sostener el gobierno de Bengala, y las rentas de Surajah—Dowlah eran muy considerables; éste anhelaba encadenar á su carro los rohillas, y aquél disponia de los únicos soldados que pudieran subyugarlos. Convinose, pues, que se daria á Surajah un ejército inglés, y que él satisfaria por su arriendo cuatrocientas mil libras esterlinas, siendo de su cargo, además, todos los gastos de las tropas mientras durase la campaña.

«A decir verdad,» exclama Mr. Gleig (1), «no pue(1) El presente estudio se escribió en 1841 con motivo de la obra del Reverendo G. R. Gleig, titulada Memoirs of the life of Warren Hastings, 3 vol., Lóndres, 1811.N. del T.

do darme cuenta de las razones de justicia moral ó política que autoricen á calificar de infames tales hechos.» De nosotros podemos decir que, si comprendemos con exactitud el sentido de las palabras, así es infame cometer malas acciones por dinero, como lo es la de hacer á otro la guerra sin haber sido provocado á ella. Además, en aquella guerra no faltaban circunstancias agravantes. El objeto que la movia contra los rohillas, era privar de un buen gobierno á un pueblo numeroso que nunca nos infirió el menor agravio, para someterlo contra su voluntad á un gobierno detestable, y por tal manera la Inglaterra se degradaba más aún que aquellos príncipes alemanes que por entonces tambien vendian soldados al gobierno de la Gran Bretaña para pelear por él en América; porque siquiera los mercaderes de húsares de Hesse y de Anspach tenian la seguridad de que las expediciones en las cuales debian ser empleados sus reclutas estarian ajustadas y conformes á las reglas de humanidad de la guerra civilizada. ¿Pero era probable que aconteciera lo propio en la lucha con los rohillas? ¿Estipuló el gobernador que se haria la guerra al modo que la hacen los pueblos cultos? Sabía perfectamente cómo peleaban los indos, y, comprendiendo cuánto y de qué modo tan bárbaro se abusaria del poder que ponia en manos de Surajah—Dowlah, no exigió ninguna promesa ni seguridad para prevenir y evitar el mal uso que de él pudiese hacer. Ni siquiera se reservó el derecho de retirar sus tropas en ningun caso. Mr. Gleig repite una y otra vez en su libro la por demas absurda excusa del mayor Scott, quien pretende que Hastings tenía derecho á dar tropas inglesas para el esterminio de los rohillas, en atencion á que éstos no eran de raza indostánica, sino es colonos venidos de lejanas tierras. Pero, preguntaremos nosotros, ¿quiénes eran los ingleses?

¿Eran ellos, por ventura, los llamados á expulsar á los extranjeros? ¿Era lógico y natural oir sostener por los ingleses que el colono extranjero fundador de imperios en la India es un caput lupinum? ¿Qué habrian dicho si otra potencia, fundándose en pretexto igual o parecido, los hubiese atacado, sin más motivo ni provocacion, en Madrás ó en Calcuta? Semejante defensa es lo que habia menester tan infame convenio para que la barbarie del crimen y la hipocresía de la excusa fueran dignas una de otra y se completaran.

Una de las tres brigadas que componian el ejército de Bengala, se puso en marcha bajo las órdenes del coronel Champion, para reunirse con SurajahDowlah. Los rohillas hicieron representaciones, suplicaron, ofrecieron un tributo considerable; todo fué en vano. Entónces determinaron defenderse hasta el último extremo; libróse una batalla terrible y sangrienta; «el enemigo, dice Champion, dió pruebas de grandes conocimientos militares, y no es posible imaginar resolucion más obstinada que la suya»: el cobarde soberano de Uda huyó del campo, quedando solos nuestros soldados ingleses, cuyo fuego y empuje se hicieron irresistibles. No obstante, sólo despues de la pérdida de sus jefes más ilustres, que cayeron como valientes á la cabeza de los suyos, fué cuando las filas de los rohillas comenzaron á ceder. Entónces llegó el Nabab—visir con sus hordas de bandidos y entró á saco el campamento de aquellos bravos, á quienes no fué osado á mirar de frente en los momentos de peligro. Los soldados de la Compañía, sujetos y habituados á severa disciplina, se mantuvieron en órden, mientras sus miserables aliados lo saquearon todo. Oyéronse, no obstante, algunas voces que decian: «Nosotros nos hemos batido solos, y esos canallas recogen ol botin!» Entonces se desencadenó la guerra en las ciudades y deliciosas campiñas del Rohilcund, con todo el séquito de horrores, propios de la lucha en aquellos países. La comarca entera se cubrió de cenizas y de sangre: más de cien mil personas abandonaron sus hogares para refugiarse en bosques impenetrables é insalubres, prefiriendo el hambre, la fiebre y las garras de los tigres á la tiranía del hombre á quien un gobierno inglés y cristiano habia vendido sus riquezas, su felicidad y el honor de sus mujeres y de sus hijas, incitado de vergonzosa granjería. El coronel Champion hizo fuertes cargos al Nabab, y dirigió enérgicas protestas al Fort William; pero como el gobernador no habia puesto condiciones á la manera de hacer la guerra, sino que sólo se habia preocupado de sus cuarenta lagos de rupias (1), aunque podia desaprobar la barbarie de Surajah—Dowlah, no se creyó con derecho á intervenir de otra suerte que por medio de consejos y advertencias. Esta delicadeza excita la admiracion de su reverendo biógrafo, que dice: «Mr. Hastings no podia dictar leyes al Nabab, ni permitir al jefe de las fuerzas de la Compañía que las diese tampoco en órden al modo como debia conducirse la guerra.» No, ciertamente; Mr. Hastings no tenía otra mision que la de sofocar por medio de la fuerza los generosos impulsos de un pueblo inocente que defiende su libertad; y una vez terminada y vencida la resistencia militar, ya su deber estaba cumplido, y po(1) Equivalentes á 40 millones de reales.—N. del T.

dia ser testigo inmóvil y mudo del incendio y saqueo de los pueblos, de la muerte de los niños y de la violacion de las mujeres. ¿Por ventura, sostiene Mr. Gleig en serio tan absurda opinion? ¿Existe regla más clara y definida que aquella por la cua!

se obliga al hombre que confiere á otro un poderincontrastable sobre séres humanos, á vigilar sobre él á fin de que no abuse de una manera cruel de ese poder? Proposicion tan evidente no es discutible siquiera.

Apresurémonos á llegar al fin de tan vergonzosa y triste historia. La guerra terminó; el pueblo más noble de la India quedó sometido al yugo de un tirano ávido de riquezas, cobarde y feroz; el comercio y la agricultura languidecieron, quedando la rica provincia que habia excitado á tan alto punto la codicia de Surajah—Dowlah reducida á ser la parte más miserable de sus Estados. Aun vive ese pueblo; á largos intervalos de distancia ha solido dar muestras de su antiguo valor, y todavía la bravura, el respeto de sí mismo, su espíritu caballeresco, raro en el Asia, y la triste y amarga memoria del gran crímen cometido por la Inglaterra distinguen y caracterizan la ilustre raza de los afghanes. Aun gozan fama de ser los más esforzados cipayos en el manejo del arma blanca; y un hombre que ha tenido muchas ocasiones de estudiarlos decia recientemente que los únicos indígenas de la India á quienes pueda con exactitud y verdad apellidarse caballeros son los rohillas.

Peró, cualquiera que sea nuestra opinion en órden á la moralidad de Hastings, es innegable que los resultados rentísticos de su política hicieron honor á su talento. Ménos de dos años despues de haberse encargado del gobierno, sin gravar con nuevos impuestos al pueblo sometido á su autoridad, aumentó las rentas de la Compañía en cuatrocientas cincuenta mil libras esterlinas próximamente, además de un millon que la remesó en efectivo, y alivió la Hacienda de Bengala de gastos que ascendian, un año con otro, á doscientas cincuenta mil libras esterlinas, que puso á cargo del nabab—visir de Uda. Sin duda que, si tales resultados los hubiera obtenido por buenos y legales medios, habria sido digno de las mayores alabanzas, y del reconocimiento de su patria; pero, de todas maneras, y cualesquiera que fuesen los empleados por él, sus efectos demostraron que tenia gran talento administrativo.

Habíase, por entonces, consagrado la Cámara de los Comunes á muy largas y profundas discusiones acerca de los negocios del Asia. El ministerio de lord North adoptó, durante la legislatura de 1773, una medida que fué ocasion de grandes cambios en la constitucion del gobierno de la India, votando una ley, conocida bajo el nombre de Acta reguladora, en la cual se prescribia que la presidencia de Bengala ejerciera cierta intervencion en las demas posesiones de la Compañía; que el magistrado que desempeñara esa presidencia llevara el título de gobernador general; que tuviera cuatro consejeros, y que se estableciera en Calcuta un Tribunal supremo de Justicia, compuesto de un presidente y tres magistrados. Este tribunal sería independiente del gobernador y del Consejo, cen jurisdiccion civil y criminal ilimitada. Por el acta se nombraba el gobernador general y los consejeros que debian ocupar sus destinos por cinco años. Hastings era el primer gobernador; Mr. Barwel, uno de los cuatro nuevos consejeros, persona de gran experiencia y desde hacía mucho tiempo al servicio de la Compañía, se hallaba entonces en la India; los demas, el general Clavering, Mr. Monson y Mr. Francis, fueron de Inglaterra.

El más capaz de los nuevos consejeros era sin duda Felipe Francis, y los escritos que ha declarado y reconocido como suyos prueban que tenía mucha instruccion y elocuencia. Lo habia familiarizado con los negocios su larga carrera de empleado en los ministerios; pero mientras sus enemigos jamás le negaron intrepidez y valor, sus amigos tuvieron que confesar que siempre tuvo exagerada idea de su mérito, que fué de carácter irritable y de maneras bruscas y violentas, y arrebatado y tenaz en sus odios (1).

(1) No es posible hablar de este hombre superior sin hacerse esta pregunta, que su solo nombre sugiere desde luego á todos los ánimos: ¿Fué autor de las cartas de Junius? Estamos íntimamente convencidos de ello. La letra de Junius es la de Francis, que era muy notable, aunque un poco desfigurada. En cuanto á la posicion, ocupaciones y amigos de Junius, hé aquí los hechos más importantes que puedan reputarse por enteramente ciertos y averiguados: en primer lugar, estaba al corriente de las formas técnicas de las oficinas administrativas; en segundo, conocia á fondo los asuntos del ministerio de la Guerra; en tercero, durante la guerra de 1770, siguió los debates de la Cámara de los Lores, tomando nota de los discursos, en particular de los de Chatham; en cuarto lugar, se resintió por extremo del nombramiento de Mr. Chausier para el cargo de subsecretario de la Guerra, y, finalmente, se hallaba unido á lord Holland por algun poderoso vínculo.

Ahora bien; Francis pasó algunos añcs en las oficinas del secretario de Estado; luégo fué al ministerio de la Guerra de oficial primero; en repetidas ocasiones ha dicho él mismo, que habia oido varios discursos á lord Chatham en, y de estos se han impreso algunos con sujecion á sus notas; hizo dimision del cargo que desempeñaba en la seLos magistrados del Tribunal Supremo acompañaban á los tres nuevos consejeros. Era el presicretaría de la Guerra, cuando fué nombrado subsecretario Chausier, y lo hizo por despecho; y, por último, á lord Holland debió su ingreso en las carreras del Estado. Hé aquí cinco rasgos característicos que deben hallarse en Junius, y que reune Francis, siendo no sólo difícil, sino punto menos que imposible, descubrir en cualquiera otro siquiera dos de estos indicios. Si el argumento no decide el asunto, inútil nos parece razonar por induccion.

Las pruebas intrínsecas indican la misma cosa: el estilo de Francis tiene gran semejanza con el de Junius, sin que nos hallemos dispuestos á recibir como bueno lo de que los escritos reconocidos por Francis son inferiores á las cartas anónimas. El argumento que se deduce de la inferioridad expresada podria, en todo caso, aplicarse con fuerza por lo menos igual á todos los pretendientes que jamás se han citado, excepto Burke, porque sería perder lastimosamente el tiempo proponerse demostrar que Burke no era Junius. Despues de todo, ¿qué conclusion puede sacarse de la simple inferioridad de estilo? ¿No acontece á los autores hacer una obra mejor que todas las demas que hayan escrito? ¿Y no es posible tambien que el intervalo que separe á esta obra de las que le anteceden ó suceden sea grande? Nadie dirá que las mejores cartas de Junius sean más superiores á las obras reconocidas por Francis que puedan serlo si se comparan tres ó cuatro tragedias de Corneille á tres ó cuatro comedias de Ben—Johnson, el Viaje del Peregrino en comparacion de las demas obras de Bunyan, ó Don Quijote, puesto al lado de los otros libros que produjo el ingenio de Cervantes. No es menos cierto que el hombre misterioso que ocultaba su apellido bajo el seudónimo de Junius, era escritor muy desigual, tanto que, sin salir de las cartas que llevan la firma indicada, encontraremos que solamente la aspereza del tono es lo que hallamos de comun entre las dirigidas á Horne Tooke y la dirigida al Rey. Y sabido es que la aspereza era ingrediente que rara vez faltaba en los escritos ó discursos de Francis.

Una de las mayores pruebas que tenemos de que Francis era Junius, es la semejanza moral de ambos. No es cosa dificil formarse idea cabal de su carácter estudiando las dente Elías Impey, antiguo amigo de Hastings, y st el gobernador general lo hubiera escogido entre cartas que, bajo diferentes firmas, consta que fueron escritas por Junius, y ménos aún teniendo conocimiento de sus relaciones con Woodfall y otras personas. Era, sin duda, hombre á quien no faltaba grandeza de alma y verdadero patriotismo, y cuyos defectos no se hallaban manchados de bajeza; pero debia tambien ser, al propio tiempo, insolente y orgulloso, y en grado sumo inclinado á la malevolencia y á considerar este vicio como virtud cívica.

Haces bien, preguntó una vez el Eterno al profeta hebreo, encolerizándote, y éste respondió: Hago bien.» Tal era evidentemente la contínua disposicion de ánimo de Junius, y á esta causa es á la que debemos atribuir el brutal ensañamiento que rebosan algunas de sus cartas, implacables cuando confundia los odios con los deberes. Y no estará demas decir que, á pesar de hallarse Junius ligado al partido democrático, era, en política, precisamente lo contrario: atacaba á los enemigos con dureza y enconoviolando sin cesar todas las leyes de la guerra literaria; pero consideraba las partes más defectuosas de las antiguas instituciones con un respeto que llegaba á la afectacion; abogaba con fuego por la causa del distrito de OldSarum, y decia en tono despreciativo á los capitalistas de Leeds y Manchester que, si querian tener derecho electoral, fuesen á comprar tierras en los condados de Lancastre y de York. Estos rasgos habria que reproducirlos, sin alteracion casi, al hacer el retrato de Felipe Francis.

No debe causar extrañeza que el anónimo y célebre publicista se hallara dispuesto por aquel tiempo á dejar un pais que tan hondamente habia conmovido y perturbado con su elocuencia, porque todo conspiraba en su daño. La fraccion politica que más preferia y que acaudilló en vida Jorge Grenville, se habia dispersado con su muerte, no sin que antes le arrancara lord Suffolk la mayor parte de sus adictos para engrosar las filas de la mayoría; además, la fermentacion producida por las elecciones del Middleser habia cesado; nada, pues, podia ser parte á detenerlo cuando todo se le hacía odioso. Y como sus opiniones acerca de los asuntos interiores del país lo separaban del ministerio, cuanto las que profesaba en órden de las colonias lo separaban de la oposicion, arrojó léjos de si la mil, no hubiese podido hallar instrumento más útil para secundar sus planes. Pero ni los individuos del Consejo se hallaban dispuestos á la sumision, ni la nueva forma de gobierno era del agrado de Hastings, quien, además, se habia formado triste idea de sus coadjutores. Estos, á su vez, sabian la disposicion de ánimo del gobernador, y estaban, de consiguiente, prevenidos contra él y recelosos. En tales casos, la menor bagatela basta para producir una querella, como así sucedió en efecto. Los individuos del Consejo esperaban ser recibidos con una salva de veintiun cañonazos por el Fort—William; y como Hastings no hizo disparar sino diez y siete, saltaron en tierra de mal humor, se saludaron con fria reserva, y al otro dia estalló ya la querella, que, despues de haber conmovido profundamente la India inglesa, se renovó en la metrópoli, dando lugar á que los oradores y hombres de Estado más eminentes de su siglo tomaran parte en ella en pro ó en contra del uno ó de los otros.

Barwell sostenia á Hastings, pues aun cuando no se habian llevado siempre muy bien, la llegada de los nuevos consejeros produjo naturalmente el efecto de reconciliar á los antiguos empleados de la pluma, impulsado de la misantropía y el desaliento. Su carta de adios á Mr. Woodfall, fechada el 19 de Enero de, dice que sería preciso ser idiota para escribir de nuevo, que sus intenciones en favor de su causa y del pueblo inglés fueron buenas siempre, pero que todo lo abandonaba, puesto que no habia diez hombres dispuestos á ponerse acordes sobre niugun punto concreto. Todo es lo mismo, añadia: todo es bajo y despreciable... ya que no habeis, al ménos que yo sepa, flaqueado nunca, celebraré mucho veros en prosperidad. Estas fueron las últimas palabras de Junius; un año despues, Felipe Francis navegaba la vuelta de Bengala.

Compañía. Sin embargo, Clavering, Monson y Francis formaban mayoría, y merced á ella, quitaron en seguida el gobierno de manos de Hastings; condenaron, no sin justicia, sus recientes relaciones con el Nabab—visir; retiraron de Uda el agente inglés, sustituyéndolo con una hechura suya; dispusieron que la brigada que habia vencido á los rohillas volviese al territorio de la Compañía, y abrieron una informacion acerca del modo cómo se habia conducido la guerra. Comenzaron á seguida, y á pesar de las observaciones del gobernador, á ejercer de la manera más imprudente su nueva autoridad sobre las presidencias inferiores; pusieron en Bombay todos los asuntos en el más completo desórden, é intervinieron con incalificable y temeraria debilidad en las querellas intestinas del gobierno maharata. Se mezclaron al propio tiempo en la administracion interior de Bengala y atacaron el sistema financiero y judicial, defectuoso sin duda, pero que personas recien llegadas de Inglaterra no eran las más á propósito para reformar y mejorar. Los efectos de su reforma fueron quedar sin proteccion ni amparo las vidas y las propiedades é infestarse de ladrones los alrededores de Calcuta, donde se cometian robos y asesinatos impune y constantemente.

Hastings continuó habitando el palacio de gobierno, percibiendo los haberes de gobernador general, y presidiendo el Consejo cada vez que se trataba del despacho de los negocios corrientes, porque sus adversarios no podian ménos de conocer que sabía muchas cosas que ellos ignoraban y que resolvia segura y prontamente acerca de asuntos que los hubieran dejado perplejos; mas en lo que hace á la autoridad superior del gobierno, lo habian despojado de ella, así como tambien de toda influencia en el nombramiento de funcionarios para los cargos importantes.

Poco tardaron los indígenas en apercibirse de esto; consideraron á Hastings como á hombre caido en desgracia, y procedieron en consecuencia conforme á sus hábitos. Tal vez algunos de nuestros lectores habrán visto en las Indias bandos de cuervos rematando á picotazos los buitres enfermos; y tal acontece en aquel país siempre que la fortuna deja de su mano á un hombre poderoso y temido, porque todos los malvados que la víspera estaban dispuestos a mentir por él, á falsificar para él escrituras y firmas, á encargarse de sus envenenamientos y á servirle de terceros, se apresuran á merecer entonces el favor de sus enemigos victoriosos, acusándolo. Así que, un gobierno indo no necesita sino dejar entrever que desea causar la ruina de un hombre, y veinticuatro horas despues se hallará en posesion de graves acusaciones, exornadas de tantos detalles y pormenores, que quien no tenga la experiencia y la práctica del país y no conozca la manera de mentir de los asiáticos, no podrá ménos de creerlas concluyentes y decisivas.

Y no será extraño que la firma de la víctima se halle hábilmente falsificada al pié de algun contrato ilegal que al efecto se exhiba, ó que hallen medio de ocultar en algun sitio de su casa papeles que lo comprometan, como, por ejemplo, planes de conspiracion.

Teníase á Hastings á la sazon por hombre perdido sin remedio; y como el poder de hacer y deshacer la fortuna de todo el mundo en Bengala parecia estar al presente vinculado en manos de los nuevos consejeros, luégo al punto comenzaron á caer como llovidas las acusaciones contra él, las cuales se acogian con fruicion por el Consejo, cuyos miembros, si eran personas demasiado honradas para favorecer calumnias á ciencia cierta, no conocian á los orientales lo bastante para saber que en esa parte del mundo el más ligero estímulo es eficaz á producir en ocho dias más Oates, Bedloes y Dangerfields, que Westminster Hall en un siglo.

Por demas extraño hubiera sido ver en la inaccion á Nuncomar en aquella coyuntura. Aquel malvado, movido á un tiempo de la malignidad, de la codicia y de la ambicion, vió llegada la hora de vengarse de su enemigo, de saciar en él su odio envejecido de diez y siete años, de ganar el favor de la mayoría del Consejo y de convertirse en el más poderoso de los indígenas de Bengala. Como apenas hubieron llegado los nuevos consejeros comenzó él á hacerles la corte, y fuese por ende ignominiosamente despedido del palacio de gobierno, puso en manos de Francis un papel que contenia gran número de acusaciones de la mayor gravedad é importancia todas ellas, pues afirmaba que Hastings habia vendido ciertos cargos y empleos, recibido además cantidades de dinero para libertar á crimi⚫ nales de la accion de la justicia, y, principalmente, que Mahomed—Reza—Khan alcanzó la suya, merced á una considerable suma que dió al gobernador para conseguirla.

Leyó Francis aquel documento en el Consejo, produciéndose con esto un fuerte altercado. Hastings se quejó amargamente de la conducta que se observaba con él, habló con desprecio de Nuncomar y de sus acusaciones, y negó el derecho que pudiera tener el Consejo á proceder contra el gobernador.

Nuncomar dirigió entonces nueva comunicacion al Consejo para la próxima junta, pidiendo ser oido á fin de ratificar sus cargos. Sucedió nueva tempestad: el gobernador sostuvo que la sala del Consejo no era lugar conveniente para lo que se trataba de hacer; que no podia esperar de ánimos enconados por la lucha diaria que contra él sostenian, aquella elevacion é imparcialidad que tan indispensables son á los jueces; y, por último, que no debia, sin grave menoscabo y detrimento de la dignidad y prestigio de su cargo, permitir que se le pusiera enfrente de un hombre como Nuncomar. La mayoría, empero, acordó examinar las acusaciones. Hastings, al ver esto, levantó la sesion y abandonó la sala seguido de Barwell, lo cual no impidió que los demas continuaran en sus puestos, votando al punto su constitucion en Consejo, elevando por consiguiente á Clavering á la presidencia, y haciendo comparecer en el acto á Nuncomar. El vengativo indígena se ratificó en sus primeras acusaciones, y conforme á la costumbre de Oriente, adujo más cargos y amplió los anteriores: declaró que Hastings habia recibido una fuerte suma del rajah Goordas para nombrarlo tesorero de la casa del Nabab, y al propio tiempo para encargar á la Munny Begum del cuidado de la persona de su alteza, y presentó una carta con el sello, segun él decia, de la Munny Begum para testificar de la verdad de su historia.

Pero este sello, ya fuese falsificado, como afirmaba el gobernador, ya fuese auténtico, y tal nos —sentimos inclinados á creerlo, no era parte á probar nada, pues bastaba que Nuncomar hubiese dicho á la Munny Begum que una carta suya en aquellos términos sería bien acogida de la mayoría del Consejo, para que luego al punto la tuviese. Los que conocen la India, saben cuán fácil y hacedero es esto en el país. La mayoría votó, sin embargo, que la acusacion quedaba probada, conviniendo en que Hastings habia recibido treinta ó cuarenta mil libras esterlinas en precio de su venalidad, y que se hacía menester obligarlo á restituirlas.

La opinion general de los ingleses era en Bengala muy favorable al gobernador, cuya inteligencia de los negocios, conocimiento del país y habitual cortesía de maneras, lo hacian muy superior á sus perseguidores. Por su parte, los empleados de la Compañía más se inclinaban, naturalmente, á tomar partido en favor del individuo más ilustre del cuerpo, que de un empleado del ministerio de la Guerra que, sin conocer la lengua ni el carácter de los indígenas, tomaba sobre sí el cargo de regularizar todos los ramos de la administracion. Hastings se hallaba, no obstante, á pesar de la universal simpatía de sus compatriotas, en una situacion por extremo penosa y difícil; porque si bien le quedaba el recurso de apelar á la autoridad suprema en Inglaterra, tambien, si ésta se inclinaba del lado de sus contrarios, érale ineludible renunciar á su gobierno. Obrando en consecuencia, envió la dimision á su agente en Londres, el coronel Macleane, previniéndole que no la presentara sino en el caso de que la opinion del Consejo de la Compañía le fuese resueltamente hostil.

Creíase completo el triunfo de Nuncomar. Su casa era frecuentada por multitud de compatriotas suyos que le hacian la corte, y hasta el mismo Consejo fué á visitarlo un dia; y como parecia ser el centro donde debieran recibirse todas las acusaciones contra el gobernador general, allí acudian todos movidos del temor ó del halago, persuadiendo de esta suerte el pérfido brahamino á muchos de los más ricos y hacendados de la provincia para que comparecieran en queja. Jugaba, empero, juego peligroso, por no ser prudente ni cuerdo exasperar á hombre de ánimo tan resuelto y que tuviera en sus manos tantos recursos y poder como Warren Hastings; pero Nuncomar, con toda su malicia y sagacidad, no habia comprendido aún ni reflexionado bien acerca de la naturaleza de las instituciones bajo de las cuales vivia.

Veia de su parte á la mayoría de un cuerpo que hacía los tratados, daba los empleos y percibia los impuestos; pero no tenía la más leve idea de la diferencia y separacion que existia entre las funciones políticas y las judiciales; tanto es así, que probablemente no se le ocurrió jamás que pudiera existir en Bengala un poder independiente del Consejo, una autoridad capaz de proteger á los que quisiera destruir, y de enviar al cadalso á quienes quisiera salvar. Y, sin embargo, así era: el Tribunal Supremo, en la esfera de sus atribuciones, tenía la más completa independencia respecto del Gobierno; Hastings comprendió, con su natural sagacidad, el partido que podia sacar de la posesion de tan formidable baluarte, y procedió en consecuencia, tanto más eficazmente, cuanto que los jueces, y sobre todo el presidente, eran hostiles á la mayoría del Consejo.

De repente sorprendió á Calcuta la noticia de haber sido preso Nuncomar y acusado. Imputábasele el delito de haber cometido una falsificacion de contratos comerciales seis años atras, en perjuicio de un indígena, que era el querellante ostensible.

Pero entonces, como ahora, fué la opinion general de cuantos tuvieron noticia del suceso, excepto de los idiotas y de los biógrafos, que Hastings era el verdadero autor de aquella máquina.

Extremada fué la cólera de la mayoría del Consejo, que protestó contra las medidas adoptadas por el Supremo y envió á los jueces repetidos y apremiantes mensajes para que dejase á Nuncomar en libertad bajo fianza. Los magistrados los rechazaron con altivez y decision; y el Consejo entónces quedó reducido á demostrar sus simpatías por el preso, acumulando los honores y los sueldos en su familia, como en efecto lo hizo. Entretanto comenzó el proceso, y Nuncomar compareció ante sir Elías Impey y un Jurado compuesto de ingleses. La tramitacion fué lenta y dificil á causa de los muchos incidentes que produjo el negocio y de la necesidad que hubo de traducir literalmente todas las declaraciones; pero al fin condenó á muerte al acusado.

Es Mr. Gleig de una tan singular ignorancia, que se atreve á suponer á los jueces sin atribuciones y facultades de hacer esto, y añade que la prerogativa de indultar al reo pertenecia, sin duda alguna, al Consejo, culpando de consiguiente á Francis y á su partido de todo cuanto sucedió despues.

Era de suponer que un autor de cinco ó seis volúmenes relativos á la historia y negocios de la India se hubiera tomado, ántes de poner mano á eseribirlos, la pena de instruirse de los principios fundamentales del gobierno en aquella parte; y así habria sabido que, con arreglo al Acta Reguladora, tenía derecho el Tribunal Supremo á dejar en suspenso la sentencia hasta conocer la voluntad del monarca, y que carecia, por consiguiente, de facultades el Consejo para inmiscuirse en el proceso.

Estamos convencidos, y lo creemos evidente, del deber en que se hallaba Mr. Elías Impey de mandar suspender la ejecucion de Nuncomar: lo que no se halla bien averiguado es si todo el procedimiento no fué ilegal y arbitrario; pero de lo que no queda el menor género de duda, es de que, cualquiera que fuese, conforme á ciertas reglas técnicas de interpretacion, el efecto del estatuto en virtud del cual tuvo lugar el proceso, resulta siempre por extremo injusto condenar á muerte á un indigena por el hecho de haber falsificado firmas y escrituras.

La ley que imponia esa pena en Inglaterra por el crimen de falsificacion, se votó en el Parlamento sin tener en cuenta el estado de la sociedad en la India, cuyos naturales no la conocian, y en donde jamás se aplicó, aunque no por falta de falsificadores: por otra parte, chocaba con sus ideas; no comprendian la distincion que las diversas circunstancias particulares y propias de nuestro estado social nos han conducido á establecer diferencias entre el delito de falsificar y otros análogos; que imitar un sello ó una firma era para ellos un modo como cualquiera otro de cometer una estafa, sin que jamás se les hubiese ocurrido que tal cosa pudieran castigarla los tribunales con tanto rigor y tan severamente como el asesinato ó el robo en los caminos.

Un juez imparcial hubiera, sin duda, reservado por estas razones la resolucion definitiva del negocio al soberano; pero Impey no quiso que le hablasen ni de sobreseimiento ni de gracia.

La excitacion era grande, y participaban de ella todas las clases. Francis, con sus poco numerosos parciales, acusaba de asesinos al gobernador general y al presidente Impey; Clavering es fama que juraba rescatar de sus manos homicidas á Nuncomar, áun cuando fuese al pié del patibulo; y la masa de los europeos, á pesar de su adhesion al gobernador, no podia ménos de sentir lástima por un hombre que, por tan largo espacio y contra la corriente de sus enemigos, ocupó un lugar tan principal á sus ojos, que fué grande y poderoso mucho ántes de comenzar el imperio británico en la India, y á quien los gobernadores y miembros del Consejo, entonces meros agentes comerciales, hubieron de hacer la corte para merecer su proteccion. Pero entre quienes produjo impresion más profunda esta rigorosa medida, fué en los indos; los cuales, por lo mismo que no eran gente á propósito para poner en ejecucion la menor cosa en favor de su compatriota, con su sentencia quedaron sumidos en la mayor consternacion.

Juzgando á Nuncomar áun por el nada severo Código de la moral indostana, era un malvado, pero, así y todo, el jefe de su raza y de su religion, un brahmino distinguido entre los brahminos, y, por su alcurnia, de la casta más pura y elevada: demas de esto, habia practicado siempre con la más prolija exactitud todas las ceremonias á que los supersticiosos bengalís dan más importancia que al cumplimiento minucioso de los deberes sociales, y sentian, por consiguiente, lo que un católico devoto de la Edad Media hubiera sentido viendo á un principe de la Iglesia condenado á muerte por un tribunal secular. Conforme á sus antiguas leyes nacionales, un brahmino, cualquiera que fuese su crímen, no podia ser condenado á muerte; y el de que se acusaba á Nuncomar, y por el cual debia morir, se les antojaba cosa tan trivial y de tan poco momento como podria parecer á un jockey del condado de York la venta de un mal caballo al precio de uno bueno.

Los musulmanes fueron los únicos que en aquella circunstancia vieron con placer la desgracia del poderoso indo que trató de levantarse y engrandecerse con la ruina de Mohamed—Reza—Kan. Tanto es así, que el historiador mahometano de aquel tiempo parece que se goza en acumular las acusaciones en contra de Nuncomar cuando trata del asunto, y dice de una manera terminante que se halló en su casa un cofrecillo con los sellos falsificados de todas las personas ricas de la provincia, relacion que, si en sí misma no es imposible, no hemos visto confirmada en parte alguna.

El dia fatal se acercaba, y Nuncomar se disponia á la muerte con el valor y serenidad que los bengalís, tímidos cual mujeres en toda lucha personal, despliegan generalmente cuando las desgracias son irremediables. La víspera de la ejecucion fué á visitarlo el Sherif, quien con la humanidad propia del inglés bien educado, le aseguró de que ninguno de los favores permitidos en tales casos por la ley se le negaria. Dióle Nuncomar las gracias con la mayor urbanidad y calma imperturbable, sin que un músculo de su semblante se alterase, ni el más leve suspiro saliera de su pecho; y poniendo un dedo sobre su frente, le dijo de una manera tranquila que debia dejarse cumplir el destino, por no ser posible resistir á la voluntad de Dios. Le rogó saludase á Francis, Clavering y Monson y lo despidiese de ellos, encomendando á su solicitud al rajah Goordas, en quien con motivo de su muerte recaeria la jefatura de los brahminos de Bengala: con esto el Shérif se partió de su lado muy conmovido, y Nuncomar tomó asiento cerca de una mesa para escribir algunas cartas y examinar cuentas de su casa, en cuyo trabajo se reconcentró con admirable imperturbabilidad.

ESTUDIOS HSITÓRICOS.

Al otro dia, poco ántes de que el sol hubiese alcanzado su mayor fuerza, una multitud inmensa se agolpaba en derredor del sitio donde habia de verificarse el suplicio: el horror y la pena se reflejaban en todos los semblantes, áun cuando hasta que lo vieron no pudieron convencerse los indos de que los ingleses tuvieran, en efecto, la intencion de quitar la vida al gran brahmino. Al fin sonó la hora, y la lúgubre procesion atravesó la plaza. Nuncomar, sentado en su palanquin, iba mirando en torno suyo á la congregada muchedumbre con la misma serenidad que si se tratara de un paseo, y eso que acababa en aquellos momentos de separarse de sus parientes más cercanos, los cuales con sus gritos y lamentaciones habian llenado de espanto á los ingleses, sin producir la más leve emocion en el ánimo estóico del reo. Solo demostró una inquietud: la de que su cuerpo, despues de muerto, fuese tocado por otras manos que las de indos, como él, de la casta sacerdotal.

Encargó de nuevo que le despidieran de sus amigos del Consejo, y subiendo con paso firme las escaleras del cadalso, dió la señal al verdugo. Al caer la báscula, se alzó de aquella multitud un inmenso alarido de dolor y desesperacion: centenares de personas volvieron la vista á otra parte para no ser testigos del espectáculo; y otros corrieron en direccion al Hugley y se sumergieron en sus ondas como para purificarse de la culpa de haber presenciado tamaño crímen. No fué sólo en Calcuta donde se calificó y sintió así la ejecucion de Nuncomar; que toda la provincia se conmovió profundamente, y en particular los de Dacca dieron grandes muestras de dolor y espanto.

Es imposible calificar con la verdad que merece la conducta de Impey. Hemos dicho ántes que, á nuestro parecer, cometió una injusticia negando un so breseimiento á Nuncomar, y en vista de su conducta se comprende que sólo siguió aquel camino con el objeto de agradar y servir al gobernador general.

Pero si acerca de esto hubiera dudas, las habria disipado al punto la carta que publica Mr. Gleig, pues en ella Hastings, al escribirla, pasados que fueron dos ó tres años del suceso, habla de Impey como del hombre «á cuyo apoyo debió en un momento dado la seguridad de su fortuna, de su honra y de su reputacion.» Expresiones tan enérgicas sólo pueden aplicarse al negocio de Nuncomar, y significan, sin duda, que Impey mandó dar muerte al indo para servir á Warren Hastings. Por esto dijimos, y nos ratificamos ahora en ello, que Impey, siendo magistrado, condenó injustamente á un hombre á perder la vida, sólo para secundar las miras de un partido político.

La conducta de Hastings debemos juzgarla bajo un punto de vista diferente; porque defendia su fortuna, su honra, su libertad y cuanto de más caro hay en la vida, de la saña de enemigos encarnizados y sin principios, de quienes no podia esperar nunca justicia, y de consiguiente no es fácil formular contra él un cargo por haber buscado el medio de confundir á sus contrarios.

Tambien es cierto que no debió de haber puesto en juego á este fin sino aquellos medios que son legítimos; pero no lo es ménos que él reputase como tales los que por buenos y legítimos declaraban unos magistrados, cuya mision era la de juzgar con absoluta imparcialidad entre los adversarios, y cuya educacion debia de haber preparado de una manera conveniente al cumplimiento de tan sa grado ministerio. Por lo demas, nadie ha exigido nunca de las partes la equidad del juez; y á éstos se les nombra é instituye por no ser posible confiar ni á los hombres más honrados y probos la resolucion de los asuntos que les atañen. No pasa dia en los tribunales de justicia sin que un litigante honrado pida cosas que ningun juez imparcial debe conceder; ni es tampoco extraño que un hombre, cuando ve peligrar sus más caros intereses y en ocasion de hallarse por esa causa sobrexcitadas sus más violentas pasiones, sea más justo contra si mismo y en su daño que los mismos dispensadores de la justicia.

Áun cuando no dudamos de que tan memorable ejecucion deba ser atribuida á Warren Hastings, no tenemos gran seguridad de que, en rigor, pueda clasificarse en el catálogo de sus crímenes. Dictó su conducta la más profunda política: se hallaba en minoría en el Consejo; sabía que la situacion podia prolongarse mucho; conocia como pocos el carácter de los indos, y por tanto, se le alcanzaba que, suponiéndolo en desgracia, lloverian las acusaciones y denuncias contra él, cual siempre acontece allí, áun tratándose de los más inocentes é inofensivos.

Penetrado, pues, de que no habia en toda la poblacion de color de la provincia de Bengala un funcionario, un pretendiente, un colono del gobierno que no estuviera cierto de mejorar de posicion declarando contra él, el hombre de Estado perseguido determinó persuadir á la horda de sus acusadores que, si estaba en minoría en el Consejo, su poder áun era formidable. La leccion que les dió fué tremenda y no nada fácil de olvidar, ahorcando en la plaza pública, en mitad del dia y á la vista de millares de testigos, al jefe de la trama urdida contra él, siendo el más rico, poderoso y capaz de los indos, protegido de los que á la sazon ejercian la autoridad y amparado por el respeto supersticioso de millones de indígenas.

Cuanto podia ser parte á la eficacia del aviso, se reunió en aquella ocasion: la grandeza de la víctima, la solemnidad del procedimiento, la rabia impotente y los inútiles esfuerzos del Consejo, todo pareció haberse concertado para que el triunfo fuera más completo y decisivo. Tanto fué así, que desde aquel punto quedaron los indigenas convencidos de la mayor conveniencia que les reportaria el afiliarse al partido de Hastings, á pesar de hallarse en minoría, que al de Francis, á pesar de su numérica superioridad; pues, segun la frase del poeta oriental, los que se aventuraban á perseguir al gobernador con propósito de cazarlo, podian fácilmente tropezar con un tigre mientras batian el monte tras un corzo. De un solo golpe, los innumerables acusadores de Hastings enmudecieron; y de aquel dia en adelante no surgió para él ninguna dificultad producida por delaciones de los indos.

Bueno sería dejar consignado aquí, que una de las cartas de Hastings al doctor Johnson está escrita, segun lo indica su fecha, pocas horas despues de la muerte de Nuncomar, y que mientras toda la colonia se hallaba en movimiento y agitacion profunda, mientras los sacerdotes de una religion antigua lloraban sobre los restos mortales de su jefe, el vencedor de aquella lucha terrible se puso á escribir, con la mayor sangre fria, una disertacion acerca del viaje á las Hébridas, de la gramática persa de Jones y de la historia, tradiciones, artes y productos naturales de la India.

ESTU 10S HISTÓRICOS.Llegó, al fin, á Lóndres la noticia de la guerra contra los Rohillas y de las primeras querellas ocurridas entre Hastings y sus colegas, é inclinándose con esto los directores á favor de la mayoría del Consejo, escribieron al gobernador una carta llena de las más severas observaciones sobre su conducta, y proclamando, en términos enérgicos, pero justos, cuán inicuo era el acometer una guerra ofensiva con el solo propósito de sacar ventajas pecuniarias.

Pero, al decir esto, se olvidaban por completo de que si Hastings habia obtenido ventajas pecuniarias por medios ilícitos, no lo hizo en su provecho personal, sino para ocurrir á sus exigencias y satisfacerlas, y que la Compañía entonces por hábito y práctica encargaba con gran encarecimiento á sus delegados la probidad, al par que requeria de ellos lo que no era posible cumplir, guardando el precepto: ««tampoco queria lady Macbeth hacer trampas en el juego; pero sí ganar siempre y de todos modos.» El Regulating Act, por el cual Warren Hastings habia sido nombrado gobernador general durante cinco años, daba á la Corona el derecho de separarlo á instancia de la Compañia: lord North deseaba que se hiciera la peticion; los tres individuos del Consejo enviados de Inglaterra eran hombres de su eleccion; Clavering, por su parte, se hallaba sos tenido en el Parlamento por gran número de amigos, y ningun ministerio hubiera querido indisponerse con ellos; y aunque el primer ministro anhelaba destituir á Hastings y colocar á Clavering á la cabeza del gobierno, como los partidos eran casi de la misma fuerza en el Consejo de directores, diez votaron en su favor y once en contra. Visto esto, se convocó la junta de propietarios. La sala de juntas ofreció, con tal motivo, un aspecto extraño: el secretario de la tesorería invitó por medio de circular á todos los amigos del Gobierno, accionistas de la Compañía de las Indias, para que asistieran, y, en efecto, allí acudieron: lord Sandwich, á su vez, reunió en torno suyo con su habilidad peculiar á los amigos de la Administracion; y además se vió confundidos entre la multitud cincuenta Pares del reino ó consejeros privados, cosa rara en aquel barrio de Londres. La discusion duró hasta media noche; los adversarios de Hastings alcanzaron escasa mayoría, y pedido el escrutinio, dió por resultado el triunfo del gobernador general sobre sus contrarios (1), á pesar de los esfuerzos combinados de los directores y del Gobierno. Lo cual produjo en el ánimo de los ministros, por considerarlo una derrota, la mayor irritacion, llegando á tan alto punto la cólera de lord North, de suyo apacible y flemático, que amenazó con una convocatoria del Parlamento, ántes de Pascua, para presentarle un proyecto de ley que despojara de todo poder político á la Compañía, limitando sus atribuciones á lo estrictamenté comercial.

El coronel Macleane, que habia sostenido con el mayor empeño la causa de Hastings durante la lucha, creyó entonces que su representado corria grave peligro de ser expulsado, sometido á la censura de la Cámara y tal vez perseguido; y despues de consultar á los abogados de la Corona respecto de ciertos puntos relativos á la conducta del gobernador general, persuadido de que habia llegado la hora de asegurarle una retirada honrosa, creyó deber suyo presentar la dimision que Hastings le habia enviado tiempo atras. Y, en efecto, aun cuando (1) Por más de cien votos de mayoría.

el papel no estaba redactado en debida forma, como los directores deseaban deshacerse de él, no formularon el menor escrúpulo, y aceptándola, nombraron para sustituirle á uno de ellos, llamado Mr. WheJer, encargando al general Clavering, decano del Consejo, del ejercicio de las funciones de gobernador hasta la llegada del propietario.

Pero, mientras esto sucedia en Inglaterra, se habia verificado un gran cambio en Bengala: Monson murió, dejando el gobierno reducido á cuatro individuos; y como de un lado quedaban Francis y Clavering, y de otro Barwell y Hastings, el último con voto decisivo, éste, que durante dos años se vió privado del poder y de la influencia en todo, pasó de un golpe á tenerla en todo absoluta y completa.

Luégo al punto, comenzó á usar de represalias con sus enemigos; anuló sus medidas, destituyó á sus hechuras, y dispuso una nueva evaluacion de las tierras de Bengala, con el fin de fijar el impuesto, y que los expedientes se instruyeran á nombre del gobernador, así como cuanto á ello hiciese referencia. Acariciaba tambien, por entonces, en su mente un vastísimo proyecto de conquistas y dominacion, proyecto que se vió despues realizado por otro, andando el tiempo. Era su intento aliarse con los príncipes indígenas, especialmente con los soberanos de Uda y de Berar, y establecer por tales medios la supremacía de la Gran Bretaña en toda la India. Mas cuando meditaba tan grandes pensamientos, llegó á su noticia la de que ya no era gobernador, que su renuncia estaba admitida, que Mr. Wheler debia llegar en breve, y que, mientras tanto, Clavering ejerceria la gobernacion general.

Si Warren Hastings se hubiese hallado aún en minoría en el Consejo, es probable que se hubiera desprendido del mando sin empeñar la lucha; pero siendo como era por entonces el verdadero amo de la India inglesa, no se sintió dispuesto á descender de tan elevado puesto, y en su consecuencia, declaró que jamás habia dado instrucciones á nadie que pudieran justificar lo hecho en su nombre en Inglaterra; que además habia olvidado el texto de sus instrucciones, pues si bien guardó copia de ellas, ya no la tenía; que recordaba únicamente haber dicho repetidas veces á los directores que no queria presentar su dimision, y que no se le alcanzaba cómo el Consejo, en vista de una tan terminanie declaracion, pudo aceptarla de manos de un agente desautorizado. Si pues la dimision carecia de valor alguno, todas las disposiciones tomadas y que en ella se fundaban eran nulas, y Hastings debia seguir siendo gobernador general.

Más adelante manifestó que, áun cuando sus agentes no hubiesen procedido con arreglo á instrucciones, se habria considerado en el caso de ratificar sus actos y de cumplir religiosamente sus compro—misos, si Clavering no hubiese intentado apoderarse por la fuerza del poder supremo. Parece ser que el general reclamó las llaves del fuerte y del Tesoro, que tomó posesion de los archivos y celebró consejo, al que asistió Francis. Hastings, á su vez, presidia otro en otra Cámara, donde se hallaba Barwell. Con esto habia dos poderes, revestidos ambos de aparente derecho á seis mil leguas de distancia de la autoridad superior. Un llamamiento á las armas parecia ser el único medio de zanjar la cuestion, y Hastings, confiado en la influencia que ejercia sobre sus compatriotas residentes en la India, no se mostraba dispuesto á retroceder ni áun ante aquel peligro. Así fué que dió la órden á los oficiales de la guarnicion del Fort—William y de sus inmediaciones, de no dar cumplimiento á órden alguna que no emanara de su autoridad; mas al propio tiempo tuvo el tacto admirable de proponer á Clavering la sumision del asunto al Tribunal Supremo, sujetándose á su fallo. Hastings, al hacer esto, nada exponia, y la proposicion, sin embargo, era de tal naturaleza, que no podian fácilmente rechazarla sus contrarios; porque, ¿quién sería osado á reputar facciosos á los que acataran á una autoridad solemnemente declarada por legítima? El más atrevido debia temer mucho recurrir á las armas para dar su apoyo á quien los jueces declarasen usurpador.

Por esta causa, sin duda, y despues de largo y maduro exámen, Clavering y Francis anunciaron, bien á pesar suyo, que aceptarian el fallo del Tribunal. Y como el Tribunal declaró que, careciendo de valor alguno la dimision, Hastings debia continuar ejerciendo el gobierno, con arreglo al Regulating Act, y los individuos del Consejo quedaron, además, persuadidos de que la opinion pública les era contraria en la colonia, se dieron por vencidos y aceptaron el fallo.

Supo Hastings, por entonces, que los tribunales de Franconia, despues de un largo litigio, habian declarado la separacion y divorcio entre Imhoff y su mujer. Inmediatamente salió el marido de Calcuta, llevando en su equipaje la suma necesaria para establecerse en Sajonia, y su esposa vino á ser mistriss Hastings, celebrándose con grandes fiestas el suceso. Dió, con este motivo, un baile el gobernador, é invitó para él á todas las personas notables de la ciudad, sin distincion de partido, y Clavering, á lo que refiere el cronista musulman, como estuviera enfermo y no nada dispuesto, además, por el estado de su espíritu á tomar parte en fiesta alguna, se excusó de asistir á la recepcion; pero Hastings, á quien sus triunfos políticos y amorosos habian satisfecho y complacido por extremo, no quiso aceptar la disculpa; fué personalmente á buscar al general, y al fin logró llevar en triunfo á su enemigo vencido al círculo que rodeaba á la recien casada.

Aquel esfuerzo, demasiado grande para un hombre abatido ya por las dolencias del cuerpo y del espiritu, acabó con Clavering, el cual murió pocos dias despues.

Wheler, que habia salido con la esperanza de ser gobernador y hubo de contentarse luégo con una plaza en el Consejo, votaba generalmente con Francis; mas el gobernador general, con el auxilio de Barwell y del voto decisivo que le pertenecia, era siempre dueño del campo. Y como sobreviniera entónces un cambio en las miras del Consejo directivo y de los ministros de la Corona, se abandonó todo proyecto contra Hastings, y luego, cuando espiró el término de cinco años, en el cual concluia el período de su mando, se le reeligió pacíficamente. Verdad es tambien que, siendo por aquel tiempo dificil y azarosa la situacion, y hallándose de todas partes amenazados de gravísimo peligro los intereses públicos, ni lord North ni la Compañía podian ver con indiferencia un gobernador en quien hasta sus mismos enemigos reconocian talento, experiencia y resolucion nada comunes.

Este estado de cosas era verdaderamente grave; porque el grande y victorioso imperio á cuyo solio ascendió diez y ocho años ántes Jorge III en medio de las mayores y más universales y alhagüeñas esperanzas que jamás hizo concebir soberano alguno de Inglaterra, se hallaba en aquella sazon, merced á su desacordado gobierno, al borde mismo del precipicio. En América, millones de ingleses luchaban en guerra con la madre patria, á quien debian origen, lengua, religion é instituciones, y á la cual amaban aún poco hacía con igual afecto que los hijos de Norfolk ó del condado de Leicester. Las grandes potencias de Europa, humilladas hasta entónces por el esfuerzo vigoroso y el ingenio que dirigieron los Consejos de Jorge II, veian con placer acercarse la hora de tomar señalada y memorable venganza. Acercábase, en efecto, un tiempo de triste recordacion para Inglaterra, en el cual, miéntras luchaba, para sujetarlos, contra los EstadosUnidos de América, y tenía que ocurrir á conjurar el peligro más cercano á que la condenaba el justo enojo de la Irlanda, se veia combatida por la Francia, la España y la Holanda, amenazada por la neutralidad armada del Báltico, y con su poder marítimo en tanta decadencia, que las flotas enemigas se enseñoreaban del estrecho de Calpe y de los mares de Méjico, mientras el pabellon inglés apénas si era parte á proteger el canal de la Mancha. En esta coyuntura, la más azarosa de cuantas registra la historia de la Gran Bretaña, fué un bien inmenso para ella que se hallase al frente de sus posesiones de la India Warren Hastings, por más graves y grandes que fueran sus defectos.

Si bien no era temible un ataque por mar en Bengala, habia peligro de que los enemigos europeos de la Inglaterra formasen alianza con alguna potencia indígena, la proveyesen de tropas, armas y municiones, y con ellas atacasen por la parte de tierra. Especialmente de los maharatas era de quienes Hastings esperaba el daño. Habitaron éstos en un principio las montañas agrestes que se extienden á lo largo de la costa occidental de la India. Bajo del reinado de Aureng—Zeb, los maharatas, acaudillados por el gran Sevajee, comenzaron á bajar de las cumbres y á invadir las tierras de sus vecinos, más ricos y ménos guerreros. La energía, la ferocidad y el engaño, propios de los maharatas, los hicieron pronto distinguirse de los demas pueblos y nacionalidades que nacieron de la corrompida y vacilante monarquía: primero fueron bandidos; luego llegaron á conquistadores, reduciendo por este medio la mitad de las provincias del imperio á principados maharatas, y de bandoleros nacidos de las castas inferiores y habituados á oficios serviles, se trasformaron en poderosos Rajahs. Bonslas, á la cabeza de una horda de salteadores, ocupó la vasta region del Berar; Guicowar, que quiere decir Pastor, fundó la dinastía que áun reina en Guzerate; las casas de Scindia y de Holkar llegaron á ser poderosas en Malwa; un caudillo aventurero estableció su guarida sobre la inaccesible roca de Gooti, y otro se convirtió en señor de las mil aldeas extendidas por los verdes arrozales de Tanjore.

El sistema del doble gobierno era entónces general en toda la India; que el poder y la apariencia del poder se hallaban separados. Los nababs musulmanes, que habian venido á ser príncipes soberanos, el visir de Uda y el nizam de Hyderabad tomaban siempre nombre de vireyes de la casa de Tamerlan, y de la propia manera los Estados marahatas, en realidad independientes unos de otros, pretendian formar parte de un solo imperio, reconociendo todos, en su lenguaje y ceremonias, la supremacía del heredero de Sevajee, rey que mascaba betel y se divertia con las bailarinas en Sattara, manera de prision de Estado, así como la del Peshwa ó intendente de palacio, gran magistrado hereditario que residia con pompa régia en Poonah y se hacía obedecer en las dilatadas provincias de Aurungabad y de Bejapoor.

Algunos meses antes de la declaracion de guerra en Europa, el gobierno de Bengala se alarmó con nuevas de la llegada á Poonah de un aventurero frances, reputado por hombre de grandes condiciones. Decíase que habia sido recibido con señaladas muestras de aprecio, que fué portador de cartas y presentes de Luis XVI para el Peshwah, y que acababa de firmarse un tratado entre la Francia y los maharatas, hostil á los ingleses.

Con esto, Hastings tomó sin pérdida de momento la resolucion de dar el primer golpe; y como los títulos que tenía el Peshwah para ejercer su cargo eran dudosos y disputados, y una parte de la nacion maharata se inclinaba en favor de un pretendiente, el gobernador general patrocinó su causa y se propuso hacer entrar en la peninsula indica un ejército y aliarse con la casa de Bonslas, que reinaba en el Berar, y que no cedia en punto á poder y dignidad á ninguno de los príncipes maharatas.

Habíase ya puesto en marcha el ejército y estaban entabladas las negociaciones con Berar, cuando una carta del cónsul inglés en el Cairo trajo la noticia de haberse declarado la guerra en Londres y Paris. Hastings no perdió momento, entónces, en adoptar cuantas medidas exigia la crisis: se apoderó de las factorías francesas; dió la órden de ocupar inmediatamente á Pondichery; levantó alrededor de Calcuta fortificaciones avanzadas, que, al decir de todos, debian imposibilitar su asedio; formó una escuadra para la defensa del rio, y alistó nueve batallones de cipayos y un cuerpo de artillería indígena, escogiendo sus individuos entre los lascares más vigorosos y bizarros de la bahía de Bengala.

Hechas estas prevenciones, anunció el gobernador general con tranquila confianza que su presidencia se hallaba al abrigo de todo ataque, á ménos que los maharatas no cayesen sobre Calcuta, unidos á los franceses.

La expedicion que Hastings habia enviado al Occidente no logró su objeto ni tan completa ni tan prontamente como la mayor parte de sus empresas; porque el oficial bajo cuyas órdenes iba perdió tiempo, y las autoridades de Bombay cometieron grandes torpezas; pero no cejó por eso el gobernador general, y despachó á un nuevo jefe que sirvió para reparar las faltas de su predecesor, alcanzando algunas señaladas victorias sobre los enemigos que hicieron famosa la reputacion militar de los ingleses en aquellas regiones, donde antes nunca tremoló ninguna bandera europea. Es probable que, si nuevos peligros y más urgentes necesidades no hubieran obligado á Hastings á cambiar completamente de política, sus proyectos relativos al imperio maharata habrian entónces alcanzado completo desarrollo.

Habian enviado prudentemente las autoridades inglesas á Bengala en calidad de jefe de las fuerzas militares y de individuo del Consejo á uno de los oficiales más distinguidos de aquel tiempo. Sir Eyre Coote, que es á quien nos referimos, logró señalarse, algunos años ántes, entre los fundadores del imperio inglés en Oriente. En el consejo de guerra que precedió á la batalla de Plassey, apoyó calurosamente, contra la opinion de la mayoría, la por extremo atrevida conducta que al cabo, y despues de algunas vacilaciones, se adoptó, siendo coronada del éxito más brillante: ejerció mandos en el Mediodía de la India contra el bravo y desgraciado Lally; alcanzó sobre los franceses y sus aliados indígenas la decisiva victoria de Wandewash; tomó á Pondichery, y asentó la supremacía de los ingleses en el Carnate.

Veinte años habian trascurrido desde que tuvieron lugar tan señaladas victorias, y Coote no tenía ya la actividad fisica de que tan repetidas muestras supo dar en otro tiempo; su espíritu vigoroso estaba un tanto decaido; habíase tornado caprichoso y atribiliario, y para ponerlo, siquiera por breves instantes, de buen humor, era preciso apelar á mil expedientes. A estos defectos debe agregarse, por desgracia, que la pasion del dinero habia hecho en su alma grandes progresos, y que se preocupaba más de las pagas y ménos de los deberes de lo que hubiera podido esperarse de hombre tan eminente en el ejercicio de su noble profesion. Era, sin embargo, el oficial más capaz que por aquel entónces tenía el ejército inglés, y entre los soldados indígenas gozaba de gran renombre y de influencia ilimitada y sin igual. Tanto es así, que áun conservan religiosamente su recuerdo, y que todavía viven algunos venerables cipayos de barba blanca (1), cuyo mayor placer consiste en hablar de Porto—Novo y de Pollilore. Hace tiempo fué uno de esos ancianos á presentar una solicitud á un oficial inglés que ocupa elevado cargo en la India; y como hubiera en la habitacion un retrato de Coote, el veterano reconoció al punto al caudillo que no habia visto en medio siglo, y olvidándose de saludar al vivo, se detuvo, se cuadró y saludó militarmente, pero con el mayor respeto, la imágen del muerto.

(1) Esto se escribia en 1841.

Coote no votaba con tanta frecuencia como Barwell con el gobernador; pero como no tenía tampoco el propósito de formar parte de la oposicion sistemática, al fin se concertaba con él. Hastings le correspondia tributándole grandes distinciones, visitándolo con frecuencia y cediendo gustoso á sus más exageradas pretensiones pecuniarias, para mejor obligarlo en todo.

Podia esperarse con fundamento, en aquella circunstancia, que una reconciliacion general pusiera fin á las querellas que tanto desacreditaron y disminuyeron la fuerza del gobierno de Bengala, por espacio de algunos años: el peligro del Estado podia ser bastante poderoso para que hombres animados de patriotismo, como lo eran Francis y Hastings, depusieran odios y enemistades y obrasen de concierto en bien de la patria. Coote nunca tomó parte en aquellas desavenencias; Wheler estaba ya cansado de tanta lucha, Barwell habia hecho gran caudal, y si bien habia prometido permanecer en Calcuta mientras fuera necesario al Consejo, anhelaba volver á Inglaterra y ponia de su parte lo posible para que un convenio lo dejara en libertad de restituirse á ella. Llegóse, al cabo, á un acuerdo, y quedó concertado que Francis desistiera de su oposicion, y que Hastings, á su vez, prometiera colocar á los amigos de Francis en altos y lucrativos destinos: con esto hubo, por espacio de algunos meses, aparente armonía en el Consejo.

Nunca fué, tampoco, más necesaria que en aquel entónces; porque calamidades interiores, de mayor peligro que la misma guerra, amenazaban á Bengala. Los autores del Acta Reguladora de 1773 habian establecido, con absoluta independencia uno de otro, dos poderes: el judicial y el politico; y con un descuido verdaderamente imperdonable, pero frecuente, por desgracia, en la legislacion inglesa, omitieron de señalar los límites de ninguno. Aprovechándose de la vaguedad del Regulating Act en este punto, trataron los jueces de apoderarse de la autoridad suprema, no sólo en Calcuta, mas tambien en el dilatado territorio sometido á la presidencia del Fort—William. Pocos ingleses habrá que nieguen la natural lentitud con que procede la justicia en la Gran Bretaña, y los gastos excesivos que ocasiona; pero, sin embargo, ha prosperado su sistema en el país, y si bajo ciertos respectos se acomoda bien á los sentimientos de la nacion, bajo muchos otros ha ido poco á poco haciendo que los sentimientos se armonicen con la tradicion. Conocen los ingleses prácticamente sus graves inconvenientes, mas aun cuando los deploran, no por eso experimentan el temor y el recelo que les infundirian males ménos graves, pero desconocidos. En la India, la situacion es diferente; y la ley inglesa, trasplantada allí, con todos los defectos que la son propios, y acrecentada de otros mayores, en comparacion de los cuales son bagatela los primeros, se hace insoportable. Si en Inglaterra es lenta la tramitacion de la justicia, más lenta se hace su marcha en un país donde todos los jueces y abogados deben necesariamente recurrir al auxilio de los ir.térpretes; y si es dispendiosa en Inglaterra, lo es más en la India, donde se hace necesario llevar los letrados de muy léjos. Todo empleo, toda profesion, todo cargo ejercido por ingleses en aquella tierra, debe ser mejor retribuido que en la Gran Bretaña; porque nadie quiere desterrarse á la zona tórrida sin ventaja ni compensacion. La misma regla existe cuando se trata del ejercicio de la abocía; porque ningun jurisconsulto inglés quiere trabajar á seis mil leguas de su patria, cuando marca el termómetro á la sombra noventa y seis grados Fahrenheit, por los emolumentos que consideraria bastantes en Lóndres: esa es la causa de que sean en Calcuta los honorarios triples que en Westminster—Hall, áun siendo la poblacion de la India mucho más pobre que la de Inglaterra.

Sin embargo, por más penosas que sean las dilaciones y excesivas las costas, no constituyen la parte principal, sino secundaria, por decirlo así, de los males que habia de producir naturalmente la ley inglesa, impuesta y planteada sin modificacion alguna en la India; y contra ella se revelaban los más poderosos instintos de la naturaleza humana: el honor, la religion y el recato de las mujeres. La prision preventiva era el primer paso en casi todos los procedimientos civiles; y para un indígena de alto rango, no sólo era esto un vejámen, sino una injuria personal: á cada instante se exigia el juramento ó su renovacion, lo cual los ponia fuera de sí, por lo que lastimaba sus convicciones: en Oriente se considera ultraje imperdonable penetrar en las habitaciones de una mujer distinguida y obligarla á mostrar su rostro á los extraños; ofensa más temida de ellas que la muerte, y que sólo puede hacer expiar la sangre del culpado: pues bien, cada dia se hallaban expuestas á tales ó parecidos desacatos las familias más principales de Bengala, Bahar y Orissa.

Detengámonos un momento á considerar cuál sería el estado de nuestra patria, si en un momento dado se introdujeran en ella las prácticas de una jurisprudencia que fuese para nosotros lo que la legislacion inglesa para los asiáticos. Consideremos lo que sucederia en Inglaterra, por ejemplo, si se admitiera que toda persona, por el solo hecho de jurar que otra le debia dinero, adquiria por ende el derecho de insultar personalmente á los hombres más honrados y de más elevada posicion social, así como el de ofender el pudor de las mujeres, de dar de palos á un general, ó de poner á un obispo en el cepo; que tal era, con muy escasa diferencia, el efecto de la tentativa que hizo el Tribunal Supremo para extender su jurisdiccion á la totalidad del territorio de la Compañía.

El imperio del terror comenzó entonces, y el misterio acreció el terror, pues más aún que los males presentes, con ser horribles, se temian los desconocidos. Nadie sabía qué esperar de tan extraño tribunal, venido del otro lado de las ondas negras (nombre temeroso que da el pueblo de las Indias al mar), y compuesto de hombres que no conocian las costumbres de los millones de individuos sobre quienes aspiraban á ejercer autoridad sin límites, los cuales escribian las sentencias en caracteres desconocidos y las pronunciaban en lengua extraña.

La peor parte de la poblacion indígena formaba ya como un ejército en torno de los jueces: delatores, testigos falsos, busca—pleitos, todo, en fin, cuanto pueda ser necesario para llevar la discordia y la perturbacion á los hombres, allí estaba reunido, viéndose, de consiguiente, perseguidos y encarcelados, en Calcuta, gran número de indígenas de las familias más principales del país, á quienes, no por supuestos delitos, ni por deudas justificadas y probadas, sino por medida preventiva, se cerraba en rigurosa y estrecha prision hasta que se instruyera su causa. Venerables ancianos cayeron bajo de la accion de las leyes con el único deliberado propósito de arrancarles dinero, y murieron de vergüenza y de rabia entre las garras de los miserables alguaciles de Impey: los harenes de los grandes señores mahometanos, santuarios respetados en Oriente por gobiernos que nada respetaban, fueron violados por los corchetes, dando lugar á que los musulmanes, más valientes y ménos sumisos que los indios, defendieran sus hogares con las armas en la mano, y á que los débiles y temerosos bengalís que se habian prosternado tantas veces á los piés de Surajah Dowlah, que habian enmudecido durante la administracion de Vansittart, pareciera como que sacaban fuerzas de flaqueza y aliento de su desesperacion. Jamás invasion alguna de los maharatas causó en aquella comarca el espanto que produjo la irrupcion de los golillas venidos de Europa; que todas las injusticias, todos los desórdenes, todas las depredaciones de los antiguos opresores, asiáticos ó europeos, parecian bendiciones del cielo comparadas á la justicia del Tribunal Supremo.

Todas las clases del pueblo, indigenas ó europeos, excepto la turba de indignos abogados que hacía su fortuna despojando á toda la provincia, protestaban contra semejante tiranía. Pero los jueces eran implacables: si las víctimas de su rapacidad resistian al corchete. los soldados protegian al corchete, y si un empleado de la Compañía se negaba á obedecer las órdenes de los corchetes y curiales de Impey, cuya insolencia y rapacidad excedia á la de los ladrones de camiño real, era reducido á prision por desacato á la ley. Tales y tantos fueron estos atropellos, que apénas si han sido parte á borrarlos de la memoria de aquel pueblo sesenta y más años de recta y equitativa justicia, administrada por magistrados de probidad y ciencia notorias.

Los individuos del gobierno se hallaban unánimes acerca de esta cuestion. Hastings habia procurado ganar los jueces á su partido, recordando de cuán grande utilidad fueron en otro tiempo en sus manos, como dóciles instrumentos; pero en modo alguno pensaba ponerse á su servicio, haciéndolos amos suyos y de la India.

En su gran penetracion y profundo conocimiento del carácter de los indígenas, vió que el sistema seguido por el Tribunal Supremo perjudicaba en gran manera, no sólo al gobierno, sino al pueblo á quien destruia, y determinó de oponerse á él resueltamente. A consecuencia de su acuerdo, la amistad, si es lícito usar esta palabra para definir la naturaleza de las relaciones que habia entre él é Impey, desapareció por completo durante algun tiempo: el gobernador se interpuso entre el pueblo y el tiránico Tribunal, y su presidente se dejó llevar con este motivo á los mayores y más insensa tos excesos, citando repetidas veces al gobernador y á los demas individuos del Consejo para que comparecieran á presencia de los jueces á dar cuenta de sus actos. Esto era demasiado para Hastings, el cual no sólo rehusó con desprecio el comparecer, sino que puso en libertad á los tan injustamente detenidos por Impey, y tomó además sus medidas para resistir los atropellos y vejaciones de sus dependientes hasta por la fuerza de las armas, si fuera necesario.

Pero el gobernador tenía, además de esto, un proyecto relativo á Impey que, una vez puesto en práctica, debia evitar el empleo de la fuerza. Ya sabemos que Hastings era hombre de recursos y que conocia perfectamente y de antiguo á Elías Impey.

Reducíase, pues, el proyecto á comprar al presidente. Era Impey juez por designacion del Parlamento, é independiente del gobierno de Bengala, con ocho mil libras esterlinas de sueldo. Hastings le propuso nombrarlo al propio tiempo juez al servicio de la Compañía, revocable á voluntad suya, dándole otras ocho mil libras al año, á condicion de que renunciase á sus pretensiones. Si persistia en ellas, podia el gobierno privarlo al punto de su nuevo empleo. Demas será decir que, una vez convenidas ambas partes, todo volvió á su antiguo estado, salvándose Bengala, y quedando Impey rico, tranquilo y sin honra.

Fué la conducta sucesiva de sir Elías Impey ajustada y conforme á estos tratos y de acuerdo con todo lo demas de su historia que ha pasado á ser del dominio público; pudiendo afirmarse que ningun otro juez ha deshonrado tanto—la toga inglesa desde que Jefferies murió ebrio en la torre de Londres. A pesar de esto, no seremos nosotros de los que hagan cargos á Warren Hastings por su transaccion.

El descuido ó la negligencia con que hubo de redactarse la Regulating Act permitian á Elías Impey lanzar á un gran pueblo en la más temerosa confusion y desórden; estaba, demas de esto, decidido á usar y abusar de su poder hasta los límites de lo posible, á ménos que no se le pagara bien la renuncia, digámoslo así, de sus atribuciones, y Hastings vino en ponerles precio. La necesidad de llegar á un extremo tan vergonzoso es lo sensible para nosotros, que no el hecho del gobernador general.

Tambien es doloroso y sensible que los secuestradores y bandoleros puedan exigir rescate por sus prisioneros, amenazándolos con la muerte si no lo aprontan, y siempre se ha reputado por accion caritativa y cristiana la de rescatar, siendo por demas absurdo el decir que quien paga corrompe la virtud del malhechor. Esta es la comparacion que, en justicia, puede hacerse de la situacion respectiva de Impey, Hastings y de los pueblos de la India. Otro asunto es averiguar si Elías Impey hacía bien pidiendo ó aceptando el precio de una autoridad que, de pertenecerle, no podia renunciar, que no hubiera debido usurpar si no le correspondia, y que en ningun caso podia vender honradamente; y otro, tambien distinto, inquirir si Hastings hizo mal en comprar á Impey por una suma de dinero más ó ménos considerable, prefiriendo esta corrupcion á dejar abandonados al pillaje millones de séres humanos ó libertarlos por medio de la guerra civil.

Francis se opuso enérgicamente á este arreglo, pudiendo suponerse que su aversion personal hacia Impey entró en su ánimo por tanto, cuando ménos, como el bienestar de la provincia. ¿Quién sabe si para su alma, devorada por el resentimiento, pudo parecer preferible abandonar la provincia de Bengala en manos de sus opresores, que no redimirla enriqueciéndolos? No es ménos probable, por otra parte, que Hastings se sintiera tanto más propicio á utilizar un expediente en provecho de Impey, cuanto que ya este alto funcionario le habia sido de grande utilidad y podia volver á serlo tan luego como se calmaran sus mutuas querellas de aquel entónces.

Mas no era sólo en el asunto de Impey en lo que Francis hacía la guerra al gobernador; que la paz entre ellos no fué sino tregua breve y engañosa, durante la cual su antipatía recíproca se acreció con el caudal de nuevos odios hasta que llegó el momento de la explosion. Entónces Hastings acusó públicamente á Francis de haberlo engañado y de haber inducido á Barwell á dejar el servicio de la Compañía, valiéndose para conseguir su propósito de falaces promesas. Con esto se empeñó en pleno Consejo una disputa que tomó grandes proporciones: ambos se acusaron públicamente de malos procederes, y Hastings llegó á decir ««que no podia fiarse de las promesas de Francis, porque estaba convencido de su mala fe, y que juzgaba de su conducta pública por su conducta privada, que halló siempre falta de honor y de verdad;» palabras que consignó, además, en un despacho y que hizo trascribir en el acta.

Cuando se levantó la sesion, Francis desafió al gobernador, el cual aceptó el duelo en el acto. Se batieron, y Hastings atravesó de un balazo á su adversario, que fué trasladado á una casa vecina, donde los médicos declararon grave la herida, aunque no mortal. Hastings, no satisfecho con informarse á menudo del estado de Francis, quiso visitarlo; pero conocido su deseo por el paciente rehusó la entrevista, diciendo que agradecia las atenciones del gobernador, pero que no podian verse ya sino es en el Consejo.

Poco tardó en percibirse claramente la magnitud del peligro á que habia expuesto á la colonia el gobernador en esta circunstancia; que en la crisis que sobrevino sólo él era capaz de regirla y conservarla á la Inglaterra, no siendo aventurado decir que si no hubiera estado Hastings al frente de los negocios, los años de 1780 y 81 habrian sido tan funestos á nuestro poder en Asia como lo fueron en América.

Los maharatas habian sido largo tiempo causa de las mayores inquietudes de Hastings: las medidas que hubo de adoptar, con el fin de reducirlos á la impotencia, fueron siempre ineficaces por los errores que cometieron las personas encargadas de poner en ejecucion su pensamiento; y cuando á fuerza de perseverancia y de habilidad parecia estar más próximo á ver consumada su obra, surgió un peligro más formidable y temeroso en el horizonte.

Hacía treinta años que un soldado mahometano habia empezado á distinguirse en las guerras del Mediodía de la India. Su educacion era escasa, y su origen humilde, como que su padre desempeñó un empleo insignificante en el ramo de Hacienda, y que su abuelo fué derviche errante; mas, en cambio, y áun cuando ignoraba el valor de las letras del alfabeto, no bien se halló á la cabeza de un cuerpo de tropas, demostró que habia nacido para mandar y vencer.

Entre los muchos jefes que se disputaban á la sazon los girones de la India, ninguno podia comparársele, ni como caudillo ni como hombre de Estado. Cuando fué general, se hizo soberano; y de trozos de antiguos principados que se desmembraron en el naufragio universal, formó un imperio considerable, compacto y poderoso, que regía con la habilidad, la energía y la vigilancia propias de Luis XI.

Era inclinado á los placeres licenciosos, é implacable en sus venganzas; pero sabia que la prosperidad y bienestar de los súbditos robustece y vigoriza la fuerza de los gobiernos. Era un tirano; pero, al ménos, tenía el mérito de proteger á sus vasallos contra toda opresion extranjera; y á pesar de lo avanzado de su edad, su inteligencia estaba tan despejada y su corazon tan firme como en la flor de los años. Este grande hombre, fundador del reino mahometano en el Mysore, y enemigo el más temible que hayan tenido los conquistadores de la India, se llamaba Hyder—Alf.

Si Warren Hastings hubiera sido gobernador de Madrás, Hyder—Alí habria vivido en paz y amistad con la Inglaterra, ó hubiese hallado en ella un poderoso enemigo; pero, desgraciadamente, las autoridades inglesas del Mediodía excitaron y provocaron la cólera de su poderoso vecino sin hallarse preparados á rechazarlo. Así fué que vieron, cuando ménos lo esperaban, descender por agrestes desfiladeros, cubiertos de maleza, un ejército de 90.000 hombres, muy superior en disciplina y valor á todos los demas ejércitos indígenas. Aquella irrupcion que bajaba del Mysore á los llanos del Carnate, arrastraba consigo 100 piezas de artillería, y estaba dirigida por oficiales franceses, educados en los mejores colegios militares de Europa.

La marcha de Hyder—Alí lo era de triunfo. En va rios presidios ingleses los cipayos rindieron las armas; algunos fuertes abrieron sus puertas al enemigo, unos por desaliento de sus guarniciones, otros por traicion, y de esta suerte en pocos dias quedó sometida á su imperio la llanura que se extiende al Norte del Coleorn, pudiendo ver los ingleses por las noches desde el monte de Santo Tomás el ancho semicirculo de fuego en que ardian los pueblos, aldeas y caseríos situados al Oriente. Las blancas villas, donde los ingleses se recogen despues de sus ocupaciones en el comercio ó en la administracion, quedaron desiertas, porque se habian visto cuadrillas de feroces jinetes del Mysore vagando por las inmediaciones; y la ciudad misma llegó á ofrecer poca seguridad, amparándose los negociantes y funcionarios ingleses en el fuerte de San Jorge.

Habia, es cierto, medios de reunir un ejército que defendiera la presidencia y rechazara el enemigo á las montañas, como que sir Hector Munro se hallaba al frente de un cuerpo considerable y que Baillie avanzaba con otro, y que reunidos hubieran sido temibles áun para enemigo tan esforzado cual era Hyder—Ali. Pero los generales ingleses descuidaron esta regla fundamental del arte militar, cuya utilidad es evidente al sentido comun, difirieron su reunion y fueron atacados separadamente, quedando destruidas las tropas de Baillie y viéndose Munro en la triste necesidad de abandonar sus bagajes, de arrojar su artillería en los pozos y de buscar su salvacion en una retirada que más bien debe llamarse fuga. Tres semanas despues de haber comenzado la guerra se hallaba el poder británico del Mediodía de la India en las más difíciles y graves circunstancias.

Sólo quedaban algunas plazas fortificadas; pero el prestigio de las armas inglesas habia desaparecido por completo. Agréguese á esto el fundado temor de ver presentarse la hora ménos pensada una poderosa expedicion francesa en la costa de Coromandel, y que la Inglaterra, estrechada por todas partes de fuertes enemigos, no se hallaba en estado de proteger sus colonias, y se tendrá una idea de la situacion que rodeaba á Warren Hastings.

Entonces fué cuando el fecundo ingenio y el valor indomable y sereno del gobernador general aparecieron en toda su grandeza y alcanzaron su victoria más decisiva. Un buque ligero, llevado en alas de la monzon del Sud—Oeste, fué portador de aquellas malas nuevas á Calcuta. A las veinticuatro horas, el gobernador general habia preparado el plan político—militar conveniente á la nueva faz de los negocios.

La lucha con Hyder—Alí era asunto de vida ó muerte, y por lo tanto, necesario sacrificar á la conservacion de Calcuta todos los asuntos secundarios. Madrás necesitaba refuerzos considerables y recursos pecuniarios: Hastings los disponia; pero hubieran sido inútiles y perdidos de continuar la conducta de la guerra en las inhábiles manos en que se hallaba. Y como no habia tiempo que perder, Hastings determinó de hacer uso de sus facultades hasta los últimos límites, suspendiendo al gobernador de San Jorge, que tan repetidas muestras tenía dadas de incapacidad, y nombrando en lugar suyo á un general distinguido, de carácter enérgico y bizarro que hiciera frente á Hyder—Alf. Su eleccion recayó en sir Eyre Coote.

A pesar de la oposicion de Francis, que restablecido de su herida tomaba de nuevo parte en el Consejo, aprobó la mayoría la política firme y acertada del gobernador general. Despacháronse los refuerzos con gran prontitud y llegaron á Madrás ántes que la escuadra francesa pareciera en los mares de la India. Coote, agobiado por la edad y las enfermedades, no era ya lo que otro tiempo habia sido en Wandewash; pero áun era general hábil y resuelto, y supo detener los progresos de Hyder—Ali, elevando algunos meses despues á grande altura el honor de las armas inglesas con la victoria de Porto—Novo.

Francis habia vuelto por entónces á Inglaterra, y Warren Hastings estaba con esto más libre y desembarazado. Por su parte, Wheler, despues de haber cedido mucho de su oposicion, luego que partió su implacable colega, marchó en toda ocasion de acuerdo con el gobernador, cuya influencia, siempre grande sobre los ingleses, aumentó considerablemente los últimos tiempos, merced al vigor y al éxito de sus resoluciones.

Pero una vez terminadas y resueltas de la manera que dejamos referida las dificultades y embarazos que producia la division del Consejo, surgieron otras de muy grave, dificil y apremiante solucion, que tenian por causa el estado lamentable de la Hacienda. Necesitaba Hastings hallar los medios de ocurrir, no sólo á los gastos ordinarios del gobierno en Bengala, sino tambien á los que traia consigo el sostenimiento de una guerra por extremo dispendiosa contra los enemigos indos y europeos del Carnate, y al envío de fondos á Inglaterra. Pocos años antes se habia procurado medios saqueando al Gran Mogol y reduciendo los rohillas á esclavitud, y áun cuando parecia que todos sus recursos estaban agotados, su ingenio fecundo descubrió un rico venero con el cual atender á la necesidad. Al efecto concibió un proyecto contra Benares, poblacion asiática de primer órden por el número de sus habitantes, su riqueza, su importancia y su santidad.

Decíase que quinientos mil séres humanos se agrupaban en aquel laberinto de largas calles, adornadas de templos, minaretes, balcones y ventanas esculpidas en las que se veia jugar centenares de monos. Al decir de los viajeros, era difícil abrirse paso al traves de la multitud de santos, de mendigos y de toros, no ménos santos, que, discurrian en todas direcciones de la ciudad. Por la hermosa y ancha escalera que descendia de aquellas moradas hasta donde se bañaba el pueblo, bajaba diariamente una multitud innumerable de adoradores.

Las escuelas y templos atraian infinidad de piadosos indos de todas las provincias en que se profesaba la religion de Brahma, y los devotos llegaban por centenares para morir en ella, persuadidos de que los difuntos que de la ciudad santa iban al rio sagrado gozaban en la otra vida de una singular bienaventuranza. Mas no era la supersticion el único fin que se proponian los extranjeros al acudir á la gran metrópoli, pues tantos peregrinos le llevaba el comercio como la idea religiosa, y así se veian las orillas del rio santo cubiertas de flotillas cargadas de ricas mercancías, y los talleres de la ciudad ocupados en tejer las magníficas sedas que luego habian de adornar los salones de Saint—James ó del Petit Trianon, y los bazares atestados de muselinas de Bengala, de armas de Uda, de perlas y joyas de Golconda y de chales de Cachemira.

Aquella rica y populosa capital y el país circunvecino habian sido gobernados durante largos años por un príncipe indostánico tributario de los emperadores mogoles. Durante la época de anarquía en que vivió la India tanto tiempo, los señores de Benares se hicieron independientes de la corte de Delhi; pero se vieron luego forzados á someterse á la autoridad del nabab de Uda. Oprimidos de tan te+ meroso poder, invocaron la proteccion de los ingleses, los cuales se la otorgaron, concluyendo el Nabab—Visir por ceder todos sus derechos sobre Benares á la Compañía en un tratado solemne, desde cuya fecha el rajah era vasallo del gobierno de Bengala, reconociendo su supremacía y obligándose á pagar un tributo anual al Fort—William. El príncipe reinante, Cheyte—Sing, habia cumplido siempre y con estricta exactitud con este deber.

Se ha discutido larga, prolija y sutilmente acerca de la naturaleza y relacion legal que habia entre la Compañía y el rajah de Benares, alegando por una parte que Cheyte—Sing era un gran vasallo á quien tenía el derecho de recurrir el poder supremo en demanda de auxilio cuando así lo exigieran las necesidades del imperio; y por otra que era príncipe independiente, sobre quien la Compañía sólo tenía un derecho: el de recibir un tributo anual fijo; y que satisfecha esta carga con puntualidad, como en efecto lo era, los ingleses no podian exigirle otra cosa. Nada es más fácil que hallar precedentes y analogías en pro y en contra de las opiniones apuntadas; pero, á nuestro parecer, ni una ni otra manera de considerar la cuestion es exacta, pues incurrian entonces con harta frecuencia los ingleses, en el error de suponer que habia en la India una Constitucion clara y definida, conforme á la cual podian decidirse las cuestiones de este género, y el hecho es que, durante el intérvalo que medió entre la caida de la casa de Tamerlan y el establecimiento de la supremacía inglesa, no hubo semejante Constitucion.

Habia pasado el antiguo órden de cosas, pero el nuevo no se hallaba establecido aún; era un período de transicion, de oscuridad y de desórden, durante el cual cada uno defendia su derecho y su persona como sabía, apropiándose cuanto se hallaba á su alcance. Momentos parecidos ha visto la Europa, como lo demuestra la época de la disolucion del imperio de Carlo—Magno. ¿Quién podria discutir en serio, ni poner en claro el grado de obediencia y la sunia de auxilios pecuniarios que Hugo Capeto, por ejemplo, tuviera el derecho constitucional de reclamar del duque de Bretaña ó del de Normandia? Las palabras derecho constitucional carecian de sentido legal en aquel estado de la sociedad; y si Hugo Capeto hubiera confiscado las posesiones del duque de Normandia, habria esto podido ser injusto é inmoral; pero no ilegal en el mismo sentido que lo fueron las ordenanzas de Cárlos X. Del propio modo, si el duque de Normandía hubiera hecho la guerra á Hugo Capeto, por injusto é inmoral que fuera su proceder no habria sido ilegal en el mismo sentido que lo fué la expedicion del príncipe Luis Bonaparte.

El estado de la India, en la época de que nos ocupamos, tenía mucha semejanza con el de la Francia de Hugo Capeto. De todos los gobiernos existentes no ha habido uno solo que pudiera invocar la legitimidad, ni aducir otros títulos sino es los de último ocupante, ni casi una provincia en la cual no se hallaran divididas la soberanía verdadera y la nominal: es cierto que subsistian aún ciertos títulos y formas que implicaban la autoridad suprema del heredero de Tamerlan, cuyos lugartenientes eran los nababs; pero no lo es ménos que, en realidad, era su prisionero, y que los nababs eran independientes en ciertas provincias, y en otras, como en las de Bengala y Carnate, sólo eran sombras de poder, asumiéndolo todo la Compañía.

Entre los maharatas, el heredero de Sevajee conservaba todavía el título de Rajah; pero estaba cautivo, y su primer ministro, el Peshwa, era el jefe hereditario del Estado, bien que luego cayó á su vez en la situacion humillante á que habia reducido al soberano. En una palabra, no existia desde el Himalaya al Mysore un sólo gobierno que fuese á la vez de facto et de jure, que se hallara en posesion de los medios materiales necesarios para ser respetado de propios y extraños, y que tuviese la autoridad que da la ley á una larga posesion.

Reconoció Hastings, entonces, claramente lo que la mayor parte de sus contemporáneos no supo siquiera discernir, esto es, las inmensas ventajas que podia sacar de tal estado de cosas un gobernante revestido de grandes facultades y atribuciones, y limitado por muy pocos escrúpulos. Y como en todas las cuestiones internacionales que pudieran surgir tenía libre la eleccion entre el hecho y el derecho, era probable que no le faltarian nunca razones para sostener el pro y la contra de aquello que más le conviniera poner en ejecucion, como así lo hacía, en efecto, sin preocuparse de las consecuencias ni de la lógica, teniendo siempre algun expediente á su disposicion que, á los ojos del vulgo, lo justificara. De este modo, así convertia en monarca revestido de grande autoridad al nabab de Bengala, como no veia en él sino un soberano ilusorio; así le parecia el Visir mero lugarteniente, como principe con todos los atributos de la realeza; así, de convenir á los intereses de la Compañía, consideraba documento solemnísimo aquel por el cual el Gran Mogol la concedió las rentas de Bengala, como cuando el monarca exigia la parte que se reservó en la concesion le contestaba que el dominio de Inglaterra tenía otro fundamento más sólido y firme que sus convenios, y que si podia continuar representando papeles de rey á medida de su deseo, no debia esperar tributos de los verdaderos soberanos de la India.

Es cierto que muchos podian, como Hastings, hacer estos equilibrios; pero tambien lo es que, cuando surgen desavenencias entre los gobiernos, de poco sirven los sofismas si no se hallan sostenidos por la fuerza. Hay un principio, susceptible de los mayores abusos, indiscutible en el estado actual de las leyes, que Hastings profesó y sostuvo siempre con la mayor energía y la más inquebrantable perseverancia, y es, que al surgir un asunto dudoso entre dos gobiernos, si no pueden venir á un acuerdo, no queda otro remedio sino es apelar á la fuerza, debiendo prevalecer la opinion del vencedor; y como quiera que todas las cuestiones eran dudosas en las Indias y que el Gobierno inglés era el más fuerte, resultaba de una manera clara y evidente que éste tenía en su mano hacer lo que mejor le pareciera.

En aquella ocasion convenia mucho al Gobierno inglés sacar dinero á Cheyte—Sing; y así, del propio modo que antes se le habia tratado como á príncipe soberano, ahora se le trataba como á súbdito. Si an hombre de ménos habilidad que Hastings hubiera podido hallar siempre, en el caos de leyes y costumbres en que á la sazon se hallaba sumida la India, razones y argumentos para el pro y la contra de cualquiera línea de conducta que le acomodara seguir, ¿cómo dudar de la del gobernador general, y ménos cuando estaba exhausto de recursos y conocia las pingües rentas de Cheyte—Sing, y, además, calculaba grandes riquezas en el tesoro que se le suponia? Por otra parte, no estaba muy en favor el Rajah con el Gobierno británico, á causa de las simpatías que hubo de mostrar á Francis y á Clavering, en ocasion de hallarse Hastings en circunstancias algo embarazosas.

El gobernador, ántes por política que por malas pasiones, á nuestro entender, dejaba rara vez impune una injuria ó una ofensa, y tambien por esta cansa hizo á Cheyte—Sing objeto de su rigor; que así serviria de leccion á los príncipes de aquella comarca, como el castigo de Nuncomar lo fué para los moradores de Bengala.

En 1778, al comenzar la guerra con Francia, tuvo Cheyte—Sing que pagar, además del tributo establecido, una contribucion extraordinaria de 50.000 libras esterlinas. En 1779 aconteció lo propio, y en se renovó la peticion. Con la esperanza de obtener alguna rebaja, ofreció secretamente CheyteSing al gobernador la suma de 20.000 libras, que Hastings tomó con ánimo de apropiárselas, si hemos de creer á sus amigos. Pero es lo cierto que, si bien nada dijo por de pronto al consejo de Bengala ni á los directores de la Compañía, ni dió nunca explicacion plausible de este secreto, al cabo, ya fuera por patriotismo, ya por temor de ser descubierto, parece que resistió la tentacion y entregó en la tesorería el dinero recibido, insistiendo para que el Rajah satisficiera los deseos del Gobierno inglés.

Cheyte—Sing, conforme á la costumbre de sus compatriotas, tergiversó el asunto, solicitó, imploró y habló mucho de su pobreza; mas no era fácil escapar de las manos de Hastings, el cual, no sólo exigió del Rajah las 50.000 libras pedidas, sino tambienmás de recargo por su morosidad, y despachó tropas en busca de la contribucion.

Se cobró el dinero; pero esto no bastaba, porque los acontecimientos que habian tenido lugar últimamente en el Mediodía de la India, hubieron de aumentar las dificultades pecuniarias de la Compañía, por cuya causa Hastings tenía determinado el despojo de Cheyte—Sing, y con este objeto sólo buscaba el medio de producir un choque. Poco tardó en hallarlo, exigiendo del Rajah que mantuviera un cuerpo de caballería que sirviese á las órdenes del Gobierno inglés. Cheyte—Sing hizo algunas observaciones y eludió la órden: era lo que Hastings deseaba, pues así ya tenía un pretexto para tratar como delincuente al más rico de sus vasallos. «Determiné, dice el mismo gobernador, aprovecharme de su falta en beneficio de la Compañía, poniéndolo en el caso de comprar muy caro su perdon, por cuyo medio se remediarian las dificultades rentísticas que la abrumaban, y de no ser así, castigarlo con rigor inexorable por sus faltas pasadas. » El plan consistia únicamente en exigir contribuciones cada vez más considerables, hasta que el Rajah se viera en la necesidad de quejarse por ello, y calificando luego al punto de crímen. sus protestas, castigarlo confiscándole sus posesiones.

Al tener noticia Cheyte—Sing de los propósitos del gobernador, quedó aterrado; y á fin de aplacar la saña de los ingleses ofreció la suma de 200.000 libras esterlinas; pero Hastings le hizo saber entónces que no aceptaria nada ménos de 500.000. Y como por aquella sazon comenzara el gobernador á pensar en la venta de Benares al príncipe de Uda, del propio modo que habia vendido en otra época Rohilcund y Allahabad, y no pudiera tratarse cómoda y convenientemente de léjos el negocio, determinó de trasladarse á Benares.

Recibió Cheyte—Sing á su señor con todas las muestras posibles de respeto: hizo con su guardia más de sesenta millas de camino para salir á su encuentro y servirle de escolta, y le manifestó cuánto le afligia el descontento de los ingleses, llegando al extremo, que tan abatido estaba, de quitarse el turbante y ponerlo sobre las rodillas de Warren Hastings, lo cual se considera en Oriente como la más grande y reverente prueba de respeto y sumision. Hastings se condujo, empero, con fria severidad y altivez; y una vez en Benares, envió al Rajah un papel expresando lo que pedia el gobierno de Bengala. Quiso, en respuesta, justificarse el Rajah de las acusaciones que contra él se formulaban; mas el gobernador, que habia menester dinero y no excusas, sin dejarse ablandar por los artificios ordinarios en las negociaciones orientales, dispuso que luego al punto fuera reducido á prision CheyteSing, quedando bajo la guarda de dos compañías de cipayos.

Al tomar Hastings tan severas medidas con el Rajah no demostró su acostumbrado buen juicio, y es probable que, habiendo tenido pocas ocasiones de observar personalmente otros indígenas que los bengalís, no conociera la diferencia que existe entre su carácter y el de los naturales de las tribus que habitan las provincias superiores. Se hallaba en un país más favorable al desarrollo y vigor del cuerpo humano que lo era el delta del Ganges, en una comarca fecunda en soldados dignos de formar en los batallones ingleses, con los cuales habian entrado por la brecha más de una ocasion. Demas de esto, el Rajah era popular entre sus vasallos, porque los habia gobernado con dulzura; la prosperidad y el bienestar de sus Estados ofrecia un vivo contraste con la miseria de las provincias castigadas de la tiranía del Nabab—visir, y en ninguna parte de la India era más poderosa que en la metrópoli de las supersticiones brahminicas la enemiga nacional y religiosa contra los ingleses. No parece, pues, que Warren Hastings, ántes de lastimar el amor propio de Cheyte—Sing, haciéndolo prender, no se hubiera prevenido, reuniendo á su alrededor fuerzas bastantes para reprimir toda resistencia, y sin embargo, nada hizo.

El puñado de cipayos que lo acompañaba hubiera bastado, tal vez, para imponer á Moorshedabad ó á la Ciudad Negra de Calcuta; pero no podia luchar ventajosamente con el populacho de Benares. Así sucedió, en efecto, agolpóse la muchedumbre inquieta, hostil y armada, segun el uso de la India superior, en las calles próximas á palacio, y poco despues el tumulto era una batalla, y la batalla una carnicería: los oficiales ingleses defendieron su puesto con valor desesperado, mas sucumbieron al número superior de sus contrarios y cayeron espada en mano: de los cipayos no quedó ninguno.

Forzaron las verjas, entónces, los asaltantes, y aprovechando aquellos momentos de confusion, el príncipe cautivo logró encontrar un paso que daba sobre la orilla escarpada del Ganges, descendió al rio por medio de una cuerda hecha de turbantes de sus parciales, entró en un esquife y voló á guarecerse en la otra orilla.

Pero si Hastings se habia colocado en una situacion difícil y comprometida, cometiendo una imprudente violencia, fuerza será reconocer que supo salir de ella con habilidad y presencia de ánimo superiores á sus ordinarios talentos. Tenía consigo no más de cincuenta hombres, y el edificio donde se hallaba lo habian cercado por todas partes los insurgentes; mas no por eso vaciló un solo momento.

No bien hubo llegado el Rajah á la orilla opuesta y considerádose á salvo, le despachó un mensajero, disculpándose y haciéndole proposiciones liberales. Hastings no se dignó contestar. Buscó y halló entre sus adictos algunos hombres emprendedores y osados, y les dió encargo de atravesar las masas enemigas y de llevar á los cantones ingleses la nueva de aquel suceso.

Acostumbran los naturales de la India á llevar grandes pendientes de oro; y cuando viajan, se los quitan por temor de los ladrones, y se ponen, á fin de que los agujeros no se cierren, cañoncitos de pluma ó de papel: Hastings colocó, pues, en las orejas de sus indos pequeñas tiras de papel, arrolladas en la forma dicha: una, dirigida á su mujer para tranquilizarla respecto de él; otra, al encargado de negociar con los maharatas, que necesitando instrucciones, el gobernador se las enviaba en tan crítica y temerosa coyuntura, con la misma sangre fria y meditacion que hubiera podido hacerlo desde su palacio de Calcuta, y otras más á varios jefes.

No habian, empero, llegado las cosas á lo peor, cuando un oficial inglés de más corazon que prudencia y ganoso de distinguirse, atacó, ántes de tiempo y sin estar convenientemente prevenido, á los indígenas en sus posiciones del otro lado del rio, quedando sus tropas, inferiores en número, destrozadas en un laberinto de callejuelas, muerto él y los demas forzados á rendirse.

Este suceso produjo el efecto que siempre ha producido en las Indias el más leve descalabro de los europeos; y la nacion entera, á cien leguas á la redonda, se levantó en armas contra el enemigo comun. Todos los habitantes de Benares, incluso la gente campesina, corrieron á la capital para defender á su príncipe, alcanzando el contagio hasta la provincia de Uda, donde los naturales se insurreccionaron contra el Nabab—Visir, negándose á pagar los impuestos, y poniendo en fuga á los empleados del fisco. Y como vió Cheyte—Sing el efecto producido entre los suyos por aquel suceso, y que hasta la provincia de Bahar, de antiguo agitada, parecia dispuesta á secundar la revolucion, cobró aliento, y en vez de pedir gracia á la manera de humilde vasallo, comenzó á expresarse con altivez, y cual si fuera conquistador, amenazando, á lo que dicen, de guerra á muerte á los usurpadores blancos. Pero las tropas inglesas se iban reuniendo entretanto apresuradamente, porque soldados y oficiales sentian por el gobernador el más vivo entusiasmo; y así, acudian en su auxilio con una presteza nunca vista en otras ocasiones, á lo que decia Warren Hastings lleno de orgullo.

El mayor Popham, esforzado y hábil militar que se habia distinguido mucho en la guerra con los maharatas, y á quien dispensaba toda su confianza el gobernador general, tomó el mando de las tropas, derrotando en una breve campaña al tumultuoso ejército del Rajah, y tomando por asalto sus fortalezas. Treinta mil hombres abandonaron sus estandartes en pocas horas, y volvieron á sus tranquilas ocupaciones; el desgraciado príncipe huyó para siempre de su patria, y sus Estados se incorporaron á las posesiones inglesas. Nombróse Rajah á un pariente suyo; pero el de Benares no debia ser ya sino príncipe asalariado de la Compañía, como era el nabab de Bengala.

Este suceso aumentó las rentas de la Compañía en 200.000 libras esterlinas al año; pero en cuanto á los resultados inmediatos, no fueron tan considerables como se creyó en un principio. Calculábase generalmente que ascenderia el tesoro de CheyteSing á un millon de libras, y sólo se halló la cuarta parte de esta suma, de la cual se apoderó el ejército, repartiéndoscla.

Defraudado Hastings en las esperanzas que habia concebido respecto de Benares, fué más duro con los de Uda que lo hubiera sido en otras circunstancias. Habia muerto hacía tiempo Surajah Dowlah (1), (1) Sujah—Dowlah ó Surajah—Dowlah, que de ambas maneras lo hallamos escrito.—N. del T.

y su hijo y sucesor Asaph—ul—Dowlah era uno de los más débiles y viciosos príncipes orientales, pues pasaba la vida sumido en la embriaguez y en los deleites más repugnantes, dilapidando sus riquezas, mientras el desconcierto y la miseria desolaban sus pueblos.

El Gobierno inglés fué lenta y hábilmente reduciendo á este príncipe soberano á vasallo de la Compañía, porque como hubiera menester unas veces del auxilio de tropas británicas para defenderse de sus vecinos, que lo despreciaban por su debilidad, y otras para contener á sus súbditos que aborrecian su despotismo, pidió al fin y obtuvo una brigada, obligándose á pagarla y mantenerla siempre en pié de guerra, con lo cual perdió por completo su independencia, quedando á merced de su guardia. Hastings, por su parte, no era hombre que desdeñaba las ventajas que adquiria, y así se propuso explotarlas en aquella ocasion. Comenzó á quejarse por entonces el Nabab de la carga que habia tomado sobre sus hombros, alegando para no cumplir la obligacion en que estaba de atender al mantenimiento de los soldados, que sus rentas iban en descenso y que ni á sus servidores podia pagar.

Hastings no quiso dar oidos á estas excusas, y contestó que el Visir habia solicitado las tropas del gobierno inglés de Bengala con promesa de ocurrir á sus necesidades, y que, bajo ese supuesto, se las dió; que, si bien era cierto que en el convenio no se fijó tiempo para la residencia en Uda del contingente, podia determinarse ahora entre las partes; que si las fuerzas inglesas se retiraban, el reino de Uda sería presa de la anarquía y tal vez invadido por un ejército maharata; que si la Hacienda del príncipe se hallaba exhausta de recursos, debia eso atribuirse á la incapacidad y á los vicios de Asaphul—Dowlah, y que si gastaba ménos dinero con las tropas era para prodigarlo entre miserables favoritos. Dicho se está que quien habia de decidir el asunto era el más fuerte.

Tuvo primero Hastings la intencion de trasladarse á Lucknow, á fin de celebrar una entrevista con Asaph—ul—Dowlah, tan luégo hubiera terminado sus asuntos en Benares; pero se anticipó á sus deseos el obsequioso Nabab—Visir, saliéndole al encuentro seguido de algunos individuos de su servidumbre, y la conferencia se verificó en la fortaleza que, desde las escarpadas alturas de Chumar, domina el Ganges.

A primera vista parecia imposible que pudiera terminar la negociacion amistosamento, porque Hastings reclamaba una cantidad exorbitante de dinero, y Asaph—ul—Dowlah pedia que le fueran perdonados los atrasos. Quedaba, sin embargo, un medio aceptable para los dos, que prometia, una vez realizado, aliviar, así el Tesoro de Uda como el de Bengala, y el gobernador vino con el Nabab—Visir en recurrir á él. Tratábase no más que de unir ambos sus fuerzas para despojar de sus bienes á un tercero, siendo éste la madre de uno de los usurpadores.

La madre del último Nabab y su viuda, de quien era hijo Asaph—ul—Dowlah, llevaban el nombre de Bégums ó princesas de Uda. Habian gozado de la mayor influencia sobre Surajah—Dowlah, y á su muerte quedaron en posesion de cuantiosos bienes; sus Estados eran inmensos y muy pingües sus rentas, y el tesoro del último Nabab, que se estimaba en quince millones de duros, habia quedado en su poder. Habitaban el palacio favorito de SurajahDowlah, en Fyzabad (el Buen Retiro), y Asaph—ulDowlah residia en la grandiosa ciudad de Lucknow, edificada por él á orillas del Goomti y enriquecida de magníficas mezquitas y hermosos colegios.

Y como hubiera Asaph—ul—Dowlah en repetidas ocasiones arrancado á su madre sumas considerables de dinero, y ésta recurrido, al fin, á la mediacion de los ingleses é intervenido ellos, habíase celebrado un convenio, con arreglo al cual la madre favoreceria de tiempo en tiempo á su hijo con algunos socorros pecuniarios, obligándose éste, por su parte, y en buena correspondencia, á no atentar á sus derechos. Garantizó el gobierno de Bengala oficialmente lo tratado; pero como eran otros los tiempos y hacía falta metálico, el poder que dió la garantía no se avergonzó de incitar al expoliador á que pusiera por obra lo que á él mismo le repugnaba tanto hacer.

Era indispensable hallar un pretexto con el cual quedase cubierta la confiscacion y el robo proyec tado, cosas ambas que no sólo se acordaban mal con la fe jurada y las reglas de la humanidad y la justicia, sino que rechazaban esas leyes de la piedad y del amor filial que hasta sobre las tribus salvajes más feroces y las sociedades más depravadas extienden los límites de su imperio y ejercen su benéfico influjo entre los hombres. Y como nunca faltaban pretextos á Warren Hastings si se proponia buscarlos, y la insurreccion de Benares produjo turbulencias en la provincia de Uda, parecióle ocasionado atribuir aquellos desmanes á manejos de las princesas. Carecia de fundamento la acusacion, á ménos que no se dé tal nombre á las relaciones que circulaban de boca en boca entre las gentes del pueblo, añadidas y comentadas por cada nuevo interlocutor; pero se abrió el proceso. No se dió traslado á las princesas de las primeras diligencias, ni se les permitió defenderse, porque el gobernador general reflexionó prudentemente que, si tal hacía, pudiera muy bien suceder que lo dejaran sin pretexto de consumar el despojo, y así convino con el Nabab—Visir en privar á su madre y abuela de cuanto poseian en beneficio de la Compañía por sentencia de confiscacion absoluta, recibiendo el gobierno de Bengala en abono de la deuda de Uda las cantidades que por tales medios se procurase.

Mientras Asaph—ul—Dowlah permaneció en Chunar estuvo completamente subyugade por el carácter firme y dominador del hombre de Estado inglés; pero cuando se hubieron separado, luégo al punto comenzó el Visir á reflexionar con inquietud en el compromiso que habia contraido; y como le suplicaran y protestaran de aquella manera de proceder con lágrimas y lamentos su madre y abuela, faltóle la fuerza para resistir; que, áun cuando lo habian mudado y corrompido el ejercicio del poder. absoluto y los placeres licenciosos, no carecia por completo de buenos sentimientos. El residente inglés de Lucknow, hasta entónces adicto á Warren Hastings en todo, no se atrevió á dar curso al negocio; pero el gobernador estuvo inexorable, y escribió al residente con dureza, previniéndole que si no ponia sin más tardanza en ejecucion lo mandado, iria él mismo á Lucknow para hacer lo que los débiles y apocados.consideraban con tanta repugnancia y horror. Entonces el residente cedió, y dirigiéndose al palacio de S. A., insistió para que tuviera debido efecto el tratado de Chunar. El Nabab inclinó la frente; protestó de la fuerza que se le hacía, y el despojo de las tierras se consumó, no así el del tesoro, que ofrecia verdaderas dificultades. Para vencerlas apelaron los ingleses á la violencia. Un destacamento de soldados de la Compañía marchó á Fyzabad y forzó las puertas del palacio: las princesas quedaron encerradas en sus habitaciones particulares; y como se negaran á declarar lo que tanto deseaban saber los de Hastings, idearon éstos un medio de coaccion más enérgico á su parecer y eficaz, y del cual no puede hablarse, á pesar del espacio trascurrido, sin sentir vergüenza y dolor al propio tiempo.

Habia en Fyzabad dos ancianos pertenecientes á esa clase infortunada á quien una práctica inmemorial entre los orientales separa y excluye de los goces del amor y de la esperanza de tener posteridad.

Siempre se ha creido en las cortes del Asia que séres privados por tal manera de contraer afecciones de simpatía con sus semejantes, eran aquellos que los príncipes pudieran admitir en su más íntima confianza; y Surajah—Dowlah, que profesaba esta creencia, la dió sin límites á los dos eunucos, que despues de su muerte quedaron al frente de la casa de su viuda.

Estos hombres, pues, fueron presos de órden del Gobierno británico y cargados de cadenas, haciéndoseles sufrir privaciones de todo género, á fin de arrancarles por este medio el secreto que guardaban acerca del lugar donde se hallaba el tesoro de las princesas. Al cabo de dos meses de duro cautiverio y malos tratamientos, enfermaron los presos, y pidieron la gracia de que se les dejara libres un espacio cada dia para pasearse por el jardin de la cárcel. El oficial encargado de ellos no vió peligro alguno en acceder á la súplica; pero sus jefes, que tenian el plan de atormentar de cuantos modos son imaginables á los infelices eunucos, negaron el permiso. No fué esto lo peor; el Gobierno inglés determinó entregarlos al verdugo, y al efecto dispuso que el ejecutor se trasladase á Lucknow. Se ignora qué pasó en aquellos tristes calabozos; pero en los anales del Parlamento se conserva un oficio escrito por un residente inglés á un militar, y cuyo contenido hace á ello referencia. Dice así: «Habiendo determinado el Nabab imponer algunos castigos corporales á los prisioneros que se hallan bajo su custodia, sírvase V. S. dejar libre acceso al lugar donde se hallen éstos, para que puedan hacer de ellos lo que crean necesario los portadores de esta comunicacion.» Mientras se cometian estas atrocidades en Lucknow, las princesas continuaban cautivas en Fyzabad, y sitiadas por hambre tan estrechamente, que las mujeres de su servicio sé vieron en peligro de morir de inanicion, prolongándose la serie de sus martirios por espacio de algunos meses, hasta que al fin, despues de haberles arrancado 1.200.000 libras esterlinas, comenzó Hastings á creer que ya estaba exhausto su tesoro, y que no sería po sible lograr más dinero. Entónces se dió libertad á los prisioneros de Lucknow, y cuando los carceleros limaron sus grillos y abrieron las puertas de la prision, con lágrimas en los ojos y temblando dieron gracias al Padre comun de las criaturas con tanto fervor y humildad, que conmovieron el firme corazon de los soldados ingleses, testigos de aquella escena.

Hay un hombre á quien la conducta de Hastings en el asunto referido parece, no sólo disculpable, sino digna de los mayores elogios, y que dice con este motivo: ««Séame perdonado si me aventuro á calificar de infinitamente ridícula y perversa la sensibilidad de quien ponga en la balanza como contrapeso de la conservacion de la India inglesa los sufrimientos personales que hubieron de padecer algunas personas, mientras se negaron á dejar en manos de los ingleses una parte de las riquezas que por derecho habian perdido en fuerza de ser traidores, así como sus amas.» No podemos, á decir verdad, envidiar al reverendo biógrafo las ideas que profesa en órden á la perversidad y al ridículo. ¿Es así como se demuestra la nobleza de carácter de un soldado inglés ó la caridad de un ministro del Evangelio? ¿Ninguna de las dos carreras seguidas por M. Gleig ha podido instruirlo en los primeros rudimentos de la moral? ¿O es, por desgracia, la moral una cosa que tiene su lugar en los sermones y que no cabe en los estudios biográficos?

No debe pasar desapercibida la conducta de sir Elías Impey en esta circunstancia. Dificil y peligroso era inmiscuirse en asunto tan extraño á sus deberes oficiales; pero las maldades que se consumaban en Lucknow lo movieron á ello, sin duda, por su magnitud é importancia; y con gran premura se trasladó al teatro de los sucesos. Una multitud innumerable compareció á su presencia, provista de testimonios contra las princesas, redactados en forma y prevenidos, como se ve, de antemano, los cuales recogió sin leer. Ni tampoco hubiera podido hacerlo por sí con todos, áun cuando quisiera, porque los habia escritos en el dialecto de la India septentrional, que él no conocia (1). Y despues de (1) Se sabe que no hizo uso de ningun intérprete. Debemos hacer constar que, despues de publicada la primera edicion de la presente obra, en la cual dijimos que sir Elias Impey ignoraba todas las lenguas indigenas en que se hallaban escritas las declaraciones, un escritor, fundántomar juramento á los testigos de la manera más breve posible, sin hacerles una sola pregunta, ni siquiera informarse de si habian leido ú oido leer las declaraciones que acababan de jurar, subió á su palanquin y volvió en posta camino de Calcuta para no faltar á la apertura de los tribunales.

Él mismo dijo despues que la causa de Lucknow no caia debajo de su jurisdiccion, y así era en efec to; que tenía tanto derecho á intervenir en los delitos cometidos por los indígenas de la provincia de Uda, como el lord presidente del tribunal de Escocia á presidir en Exeter. Si pues carecia de atribuciones para procesar á las Bégums, y por lo tanto, tampoco hizo su proceso, ¿con qué fin emprendió tan largo y penoso viaje? Con el de sancionar de algun modo los crímenes de quien lo habia tomado á sueldo, y de imprimir á una gran masa de testimonios, confusa y no nada digna de crédito, el prestigio y autoridad que les faltaba, merced á su firma de primer magistrado de la India.

Acercábase, no obstante, la hora en que sir Elias Impey quedaria deshonorado de su empleo, despojándolo el gobierno de la metrópoli de una toga que nadie deshonró tan vergonzosamente como él desde la época revolucionaria. Preocupaba en gran manera el estado de la India y sa administracion al Parlamento inglés hacía ya tiempo. Al concluir la guerra de América, dos comisiones de la Cámara de dose tal vez en datos desconocidos de nosotros, ha negado el hecho y afirmado que poseia el persa y el bengalí. Y como algunas de estas declaraciones estarian redactadas en persa, sir Elías pudo leerlas; pero no lo hizo: las otras, lo estaban en los dialectos nacionales de la India superior para él desconocidos. Por lo demas, el bengalí es tan inútil en Lucknow como el portugues en Suiza.

los Comunes, dirigida una por Edmundo Burke y otra por Enrique Dundas, hombre versátil, pero de habilidad notoria y á la sazon lord—abogado de Escocia, examinaron con el mayor detenimiento los asuntos de la India; y puede muy bien decirse que, á pesar de los cambios y novedades introducidas de sesenta años á esta parte en las posesiones inglesas de Asia, los dictámenes que ambas comisiones presentaron á la Cámara son todavía por extremo interesantes é instructivos.

Aun no estaba por aquel tiempo la Compañía relacionada con ningun bando político, ni tenian los ministros razon alguna que los inclinase á defender y patrocinar los abusos cometidos en las Indias.

Antes por el contrario, se hallaban interesados en demostrar hasta donde podian, que así el gobierno y administracion como la defensa del imperio inglés en Oriente, ganarian mucho pasando á ellos; y á esto debe atribuirse el que los acuerdos tomados por la Cámara de los Comunes con motivo de los dictámenes de Burke y Dundas estuvieran inspirados en la más severa justicia y la más profunda indignacion. Algunas medidas de Hastings fueron calificadas con terribles epitetos, y especialmente la guerra contra los Rohillas, votándose á propuesta de Mr. Dundas que la Compañía estaba en el deber de separar á un gobernador general que tantas calamidades habia traido sobre los indostanes y deshonrado tanto el nombre inglés. Además, se votó una ley que limitaba la jurisdiccion del Tribunal Supremo, y se censuró de una manera enérgica el trato celebrado por Hastings con Impey, pidiendo á S. M. que sir Elias volviese á Inglaterra para responder de sus malos procederes.

Impey fué destituido por un despacho del secretario de Estado; pero en cuanto á Hastings, manifestaron los accionistas de la Compañía que no se privarian de sus servicios, y en junta general acordaron que la ley les daba derecho de nombrar y separar libremente su gobernador de la India, lo cual era cierto, y que, por tanto, no tenian el deber de acatar las resoluciones de uno de los Cuerpos Colegisladores en órden á estos nombramientos y separaciones.

Alentado así Hastings y sostenido por sus jefes, continuó al frente del gobierno de Bengala hasta la primavera de 1785. Su administracion, tan azarosa y fecunda en sucesos extraordinarios, acabó entónces en casi completa calma, con motivo de haber cesado la oposicion sistemática del Consejo á sus medidas y acabádose la guerra de los maharatas, restableciéndose la paz en la India, y de haber muerto Hyder—Ali, firmándose un tratado con su hijo Tipoo, y evacuado los ejércitos del Mysore la parte de Carnate. Por tal manera quedaba la Gran Bretaña libre de rivales y enemigos europeos en los mares de Oriente desde la conclusion de la guerra americana.

Considerando, aunque sea rápidamente, la tan prolongada administracion de Hastings, es imposible desconocer que hacen contrapeso á los grandes crímenes que la mancharon, los grandes servicios que prestó al Estado. La Inglaterra habia pasado por una crisis peligrosa, y si bien es cierto que pudo conservar su rango entre las primeras potencias europeas, y que la manera como supo defenderse de sus enemigos en una lucha tan desventajosa para ella inspiró á las demas naciones la mejor idea de su energía y de su fuerza, no lo es ménos que en todas las partes del mundo, excepto en una, perdió terreno, pues no sólo se vió en el caso de reconocer la independencia de trece colonias, fundadas por sus hijos, y de calmar los ánimos en Irlanda, renunciando al derecho de legislar para ellos, sino que en el Mediterráneo, en el golfo de Méjico, en la costa de Africa y en el continente americano tuvo que abandonar el fruto de conquistas hechas en épocas anteriores.

La España recuperó á Menorca y la Florida, y la Francia tomó posesion del Senegal, de Gorea y de algunas islas de las Indias occidentales, siendo aquella parte que se hallaba puesta bajo la autoridad de Hastings la única donde ningun menoscabo sufrió la Gran Bretaña; que allí, á despecho de los mayores esfuerzos de sus enemigos de Asia y de Europa, el poder inglés acreció notablemente, sometiéndose Benares y quedando sujeto á la condicion de vasallo el Nabab—Visir. Y que todo esto era debido al talento y á la resolucion de Hastings, claramente lo decia la voz pública entre los ingleses de las Indias, los cuales declaraban que no sólo se le debia la extension de influencia que gozaba la Gran Bretaña en el país, sino el no haber visto los fuer⚫ tes William y San Jorge ocupados por tropas enemigas.

Si de esto pasamos á la administracion interior de Warren Hastings, hallaremos que, á pesar de todos sus defectos, le da derecho á figurar entre los hombres más notables de Inglaterra. Él abolió el doble gobierno; puso la direccion de los negocios en manos de los ingleses; de la anarquía más completa sacó el órden, aunque de una manera imperfecta y ruda; y creó y dirigió la organizacion, por cuyo medio se administraba la justicia, se percibian los impuestos, y se mantenia la paz en un territorio tan poblado como el Austria ó la Francia. Tanto es así, que cuando Hastings regresó á su patria se preciaba con razon de haber creado cuantos empleos y cargos públicos existian en Bengala.

Es cierto que esto sistema, despues de las mejoras y reformas que ha sugerido la experiencia en el trascurso de largos años, áun exige nuevos perfeccionamientos; pero quien reflexione algun espacio acerca de las graves dificultades con las cuales hubo de luchar en el principio para ir formando todas las piezas de una máquina tan complicada y colosal como es la del gobierno de un Imperio dilatado, reconocerá muy luégo que la obra de Hastings fué verdaderamente admirable. Sin embargo, sería tan absurdo compararlo á los grandes ministros europeos, como comparar á Robinson Crusoe con el mejor panadero de Lóndres, porque aquél, ántes de haber hecho el primer pan, tuvo que construir hasta el más pequeño y trivial instrumento de labranza para cultivar el trigo, y el molino despues, y luego el horno.

Y sube de punto la justa fama de Hastings al considerar que no se le destinó en un principio á las carreras del Estado; que del colegio pasó á una casa de banca, y que vivió la primera parte de su juventud apartado de la buena sociedad y completamente oscurecido. Bueno será tambien tener en memoria que todos aquellos á quienes hubiera podido pedir consejo en ocasion que se hallaba á la cabeza de los negocios, eran hombres tan poco instruidos ó ménos que él.

Por el contrario, en Europa, cuando un ministro entra en funciones, se halla rodeado de personas peritas y en quienes se conservan y trasmiten las tradiciones oficiales. Hastings careció de tan necesario auxilio desde la primera hora de su gobierno; pero supo suplirlo con su inspiracion y su energía.

Sin medios de aprender, tuvo que enseñar; y despues de haberse formado, por decirlo así, formó á los demas, no para el servicio de una sola dependencia, sino para el de todos los ramos de la administracion.

Además de esto, conviene añadir que, mientras se preocupaba de tan enojosa tarea, las órdenes cada vez más apremiantes que llegaban de Inglaterra entorpecian y dificultaban su marcha, cuando no era una votacion contraria del Consejo la que paralizaba sus movimientos y comprometia el éxito de sus trabajos; pudiendo afirmarse que logró conservar á la patria un imperio asentado en remotas tierras, á pesar de sus muchos y formidables enemigos extranjeros, y organizar en todas sus partes un gobierno en tanto que cada correo le traia balijas enteras llenas de recriminaciones y cargos de sus colegas, los cuales, en las juntas principalmente, lo cubrian de dicterios. No creemos que ningun hombre público haya pasado nunca por más rudas pruebas que Hastings en el gobierno de la India: ni el duque de Malborough cuando se veia contrariado á cada momento por los comisarios holandeses, ni el de Wellington cuando tuvo que habérselas al mismo tiempo con la regencia de Portugal, las juntas españolas y M. Perceval, padecieron más fisica y moralmente. Pero el carácter de Hastings era ocasionado á resistir las mayores contrariedades, porque sin ser dulce, era tranquilo y frio, y reunia una viveza de imaginacion á una energía tan extraordinaria que soportaba sin dar muestra de sufrimiento, y con la calma de un idiota, los más crueles reveses, mientras no les hallaba remedio.

Parece haber sido rencoroso con sus enemigos; pero, no obstante, sus resentimientos y sus odios le movieron tan raras veces á cometer alguna falta, que no es fácil averiguar si lo que se reputaba venganza era politica no más.

El efecto más inmediato del equilibrio de sus facultades era el de encontrarse siempre, y en toda ocasion, en el pleno goce de una de las más fecundas inteligencias que hayan existido jamás, sin que hubiera, por consiguiente, ninguna complicacion, por peligrosa y difícil que fuera, que pudiese turbarlo. Para cada cuestion embarazosa tenía remedio eficaz é inmediato; y áun cuando podamos juzgar severamente de ciertos actos suyos no nada conformes con las reglas de la justicia, es innegable que pocas veces dejó de alcanzar por ellos el fin que se propuso.

A esta natural inclinacion y talento superior para discurrir expedientes, unia Warren Hastings en alto grado una cualidad no ménos necesaria al hombre colocado en situacion como la suya, y era la de su grande habilidad en sostener las discusiones políticas; cualidad preciosa é indispensable á un estadista en Oriente, por ser á éstos tal vez más preciso el saber redactar despachos, que á los ministros de Inglaterra el saber pronunciar discursos; que si en la Gran Bretaña juzga la nacion de las facultades de un hombre principalmente por su elocuencia y doctrina, tratándose de las Indias, sólo por las cartas y documentos diplomáticos se conoce la aptitud y condiciones del agente ó del gobernador.

En ambos casos, el talento que se estimula se desarrolla y crece á expensas de las demas facultades, y así se nota con frecuencia en Inglaterra que ciertos hombres hablan mejor que obran, del propio modo que en el servicio de las Indias no es raro encontrar quien redacte correcta y elegantemente lo que tal vez no sería capaz de poner en ejecucion; que si el político inglés se inclina en cierto modo á discutir de viva voz, el de la India es muy dado á discutir por medio de la pluma.

Entre los numerosos empleados de la Compañía que más se han distinguido en todo tiempo con ocasion de sus despachos, es Warren Hastings el primero, y á él se le debe la norma y carácter que áun conservan los documentos oficiales del gobierno en las Indias. Tuvo que luchar con un antagonista no nada comun; pero el mismo Francis se vió forzado á confesar con harto dolor suyo que no era posible competir con la pluma del gobernador general. En efecto, su talento para plantear un asunto, embrollarlo en aquello que le convenia poner en claro, y llevar la luz de su estilo á todo lo que pudiera resistirla, era incomparable. Su estilo, sin embargo, no debe alabarse sin hacer algunas salvedades; porque, si bien era generalmente puro, enérgico y limado, á las veces, aunque pocas, solia ser oscuro y pomposo; defecto á que pudo contribuir su predileccion por la literatura persa.

Y ya que aludimos á las aficiones literarias de Warren Hastings, faltaríamos á un deber de justicia si no elogiáramos el estímulo que dispensó durante la época de su gobierno á los estudios liberales y á las investigaciones curiosas, protegiendo con prudente generosidad los viajes, las empresas, los ensayos y las publicaciones. A decir verdad, no hizo gran cosa para dar á conocer á los indígenas las obras de Milton y de Adam Smith, ni para reemplazar con la geografía, la medicina y la astronomía de Europa las añejas supersticiones de los brahaminos, ó la imperfecta ciencia de la Grecia antigua, trasmitida por los árabes á los indos; que tan notable y meritoria tarea estaba reservada para coronar la benéfica y prudente administracion de un gobernador mucho más virtuoso que no él. No es posible, sin embargo, negar grandes alabanzas á un hombre que, despues de haber dejado los libros de comercio para regir un imperio poderoso, absorbido por los negocios públicos, rodeado de gentes tan ocupadas como él, y separado de toda sociedad literaria por millares de leguas, dió con su ejemplo y munificencia tan notable impulso á la erudicion.

Erale familiar la literatura persa y arábiga, y aunque no conocia el sanscrito, los que primero se ocuparon de esta lengua y la extendieron entre los sabios de Europa le fueron deudores de señaladas distinciones. Bajo su proteccion inauguró sus honrosas tareas la Sociedad Asiática, la cual lo designó desde un principio por su presidente, favor que supo rehusar con mucho tacto y delicadeza, indicando para reemplazarle á sir Willian Jones.

Uno de los mayores servicios que prestó á los orientalistas, fué sin duda el relativo á los punditos de Bengala; porque como hubieran éstos mirado siempre con recelo y temor las tentativas de los extranjeros para penetrar los misterios ocultos bajo el dialecto sagrado, y los mahometanos habian perseguido su religion, y lo que ya conocian del espíritu y tendencias de los portugueses les daba derecho á sospechar asechanzas y vejaciones por parte de los cristianos, para disipar Hastings en beneficio de la ciencia estas preocupaciones, hubo de hacer uso de mucha moderacion, habilidad y prudencia, logrando, al fin, captarse la confianza del clero hereditario de la India y persuadirlo á que revelase á los sabios ingleses los secretos de la antigua teología y de la jurisprudencia de los brahamas.

Es innegable que Hastings no ha tenido quien le aventaje nunca en el gran arte de inspirar confianza y adhesion á las masas. Si se hubiera hecho popular con los ingleses, dejando abandonados en sus manos y á merced de su rapacidad á los bengalís, ó se hubiera conciliado el afecto de los bengalís enajenándose la simpatía de los ingleses, nada tendria de extraño; pero sí lo es con extremo que hallándose á la cabeza de un puñado de extranjeros, dominadores absolutos de un pueblo indígena numeroso y rico, se hiciese amar de los más que obedecian y de los ménos que mandaban. Así se vió que, áun en medio de sus mayores contratiempos y adversidades, sus compañeros le permanecieron siempre fieles; que los soldados lo amaban, como no suelen amar sino es á los caudillos afortunados que los familiarizan con la victoria; que en sus desavenencias con eminentes militares pudo contar siempre con el apoyo del ejército, y que, mientras ejercia tanto imperio en el corazon de sus compatriotas, gozaba entre los indígenas de una popularidad que otros gobernadores han merecido, tal vez, más que él, pero que ninguno ha logrado alcanzar como él.

Hablaba sus dialectos nacionales con precision y facilidad, y conocia perfectamente sus ideas y costumbres.

Dos ó tres veces, movido de un gran propósito, procedió de propio intento contra las opiniones de los indos, y esto le hizo ganar en consideracion y respeto por parte de ellos más de lo que perdió en su afecto y buena voluntad; pero, por regla general, evitaba cuidadosamente cuanto pudiera lastimar las preocupaciones nacionales ó religiosas. Su administracion era defectuosa bajo muchos aspectos; pero las ideas de los bengalis en punto á buen gobierno eran más imperfectas todavía. En tiempo de los nababs, pasaba todos los años la caballería maharata por sobre las fértiles llanuras de aluvion, destruyendo los sembrados, y en la época de los ingleses podian recogerse con seguridad en los graneros las inmensas cosechas de arroz del bajo Ganges, merced á la proteccion de sus tropas. Los primeros. conquistadores, más codiciosos de riquezas y más despiadados que los maharatas, habian desaparecido ya, y la provincia se hallaba entonces en manos de un gobierno que ni cometia exacciones ni dejaba cometerlas, cosa nunca vista en la India y que bastaba por sí á captarle la benevolencia de los naturales. Mucho dejaba que desear la policía y eran abrumadores los tributos; pero ningun anciano bengalí recordaba una época de mayor bienestar y seguridad en su patria.

Por otra parte, los no interrumpidos triunfos de Hastings y la facilidad constante con que vencia las mayores dificultades lo convirtieron en objeto de admiracion supersticiosa por parte de los indigenas; y la régia magnificencia de que á veces se rodeaba para deslumbrar á los bengalís, que tienen muchos puntos de contacto con los niños, hizo que áun despues de trascurridos más de cincuenta años de su muerte los indostanes hablen todavía de Hastings como del más famoso y principal de los ingleses, celebrando en sus canciones los briosos corceles y los elefantes con ricos jaeces del Sahib Warren Hostein.

Las faltas más graves de que se haya hecho culpable Warren Hastings no hicieron ningun daño á su popularidad entre los bengalís, porque fueron cometidas contra Estados vecinos. Habrán comprendido ya nuestros lectores que no tratamos de justificar estas faltas; pero si ha de ser la censura proporcionada á la transgresion, débense tomar en cuenta los móviles que hayan impulsado al criminal; y como los que movieron á Hastings á cometer las peores acciones fueron siempre su celo por el servicio y el bien público, aunque mal entendido y peor dirigido, de aquí que las reglas de la justicia, los sentimientos de humanidad y la fe jurada en los tratados no fueran á sus ojos nada cuando se hallaban opuestos á los intereses del Estado.

No es esto justificar con arreglo á los principios de la moral, ni de lo que creemos idéntico á ella, la conducta observada por Hastings, sino que el buen sentido de la especie humana, que jamas se engaña en cuestiones de esta índole, establecerá siempre una distincion entre los crímenes producidos por un celo exagerado de la cosa pública y los que provienen del egoismo. Hastings tiene derecho á gozar de las ventajas de esta diferencia, porque á nuestro parecer no existe motivo alguno para sospechar que la guerra contra los rohillas, la revolucion de Benares, ni la expoliacion de las princesas de Uda fueran parte á enriquecerlo en lo más mínimo. No diremos por eso que haya mostrado en todos los asuntos rentísticos la escrupulosa integridad y el esmero que hoy se pone por parte de los funcionarios civiles de la India, y que tanto les honra, en evitar hasta la sombra del mal; pero cuando se recuerda la escuela en que se educó y las tentaciones á que se vió expuesto, más se inclina el ánimo á reconocer su habitual integridad, que á pedirle cuenta estrecha de ciertas transacciones, las cuales, si en nuestros dias podrian calificarse de irregulares y poco dignas, costaria trabajo aplicarles la calificacion de inmorales. Hastings no era codicioso; si lo hubiera sido, habria podido regresar á su patria con inmensas riquezas, pues sólo de los zemindares de las provincias de la Compañía y de los príncipes vecinos habria obtenido fácilmente, en los tres años de su gobierno, quince millones de duros, eclipsando con ellos la magnificencia de Carlton—House y del palacio real.

En lugar de esto trajo á Inglaterra un capital que cualquiera otro gobernador, aficionado al fausto y no nada económico en la India, hubiera podido ahorrar de sus emolumentos en tan largo período.

No estamos ciertos de que mistriss Hastings fuese tan escrupulosa, porque se decia de público que aceptaba cuantos presentes le hacian, y que por este medio acumuló un caudal particular de algunos lagos de rupias; y nos hallamos tanto más dispuestos á creerlo así, cuanto que Mr. Gleig, sabedor sin duda del caso, ni habla de él ni lo niega, que recor demos al ménos. La influencia de mistriss Hastings era tan grande sobre su marido, que sin esfuerzo habria podido hacerse dar sumas mucho más considerables.

Hubo de adolecer por aquel entónces la esposa del gobernador de alguna enfermedad propia del clima de la India, y por consejo de los facultativos salió la vuelta Inglaterra con objeto de restablecer su salud. Muy sensible fué á Hastings la separacion, pues parece que siempre tuvo á su mujer el afecto extremado, propio de los hombres de carácter enérgico, cuyo aprecio no es fácil ganar, y que no prodigan su cariño. Mucho se habló en Calcuta por largo tiempo del lujo verdaderamente oriental con que hizo adornar para su uso la cámara del buque donde regresó á Inglaterra mistriss Hastings, de la profusion de maderas preciosas y de marfil que adornaban su camarote, y de los millares de rupias que gastó para proporcionarle una compañera de su agrado en el viaje.

No será ocioso decir que las cartas de Warren Hastings á su mujer son muy características, pues además de la ternura, estimacion y confianza que revelan, están redactadas en un estilo ceremonioso, lo cual es desusado entre personas unidas por vínculo tan estrecho; y el aparato y la solemnidad con que saluda á su elegante Mariana trae á la memoria el aire grave y digno de sir Cárlos Grandison cuando se inclinaba para besar la mano de miss Byron en el locutorio.

Al cabo de pocos meses hizo Hastings sus preparativos de viaje para reunirse con su mujer; y cuando anunció la renuncia de su cargo, pudo verse cuánto era estimado en aquella sociedad gobernada por él tan largo número de años, porque sin cesar llegaban á sus manos exposiciones, así de los europeos como de los asiáticos, y de los funcionarios civiles y militares como de los comerciantes; y el dia que resignó el mando, haciendo entrega de las llaves, insignias de su empleo, una multitud innumerable de amigos y admiradores formó en las calles del tránsito hasta el muelle, siguiéndolo no pocos en barquillas por el rio, y acompañándolo sus más íntimos á bordo hasta el momento de perder de vista las costas de Bengala.

Poco se sabe acerca de su viaje, como no sea que buscó distraccion al ocio en sus libros y papeles, y que entre las diversas composiciones literarias á que se consagró aquellos dias figura una elegante imitacion del Otium Dious rogat de Horacio, la cual dedicó á Mr. Shore, despues lord Teignmounth, cuya honradez, probidad y buenos sentimientos eran superiores á todo elogio; pero que habló siempre de la conducta de su amigo Hastings, como algunos otros buenos empleados de la administracion civil, con una indulgencia de que nunca hubo menester.

Feliz fué y rápido para su tiempo el viaje de Hastings, que no duró más de cuatro meses, llegando en Junio de 1785 á Plymouth, de donde se trasladó en posta á Lóndres para presentarse al Rey y á los directores en Leadenhall—Street, recogiéndose luégo con su mujer en Cheltenham.

Hastings quedó por extremo satisfecho de la manera que tuvo el Rey de recibirlo. Por su parte, la Reina, á pesar de la severidad de sus costumbres, de su rígida virtud y de las censuras que le valió el favor dispensado por ella á la elegante Mariana, fué con su marido no ménos afectuosa que el Monarca.

Los directores lo recibieron en junta, y el presidente le dió lectura de un voto de gracias que se habia acordado por unanimidad. «En todas partes me tratan, escribia él tres meses despues de su llegada, de un modo que me prueba la simpatía y el buen concepto de que disfruto en mi patria.» Y es tanto más notable su tono confiado y satisfecho en aquel entónces, cuanto que sabía á qué atenerse acerca de los preparativos que se hacian ya para combatirlo, pues ocho dias despues de su llegada á Plymouth, Burke puso en conocimiento de la Cámara de los Comunes que se proponia presentar una proposicion relativa á un personaje recien venido de las Indias; proposicion que no fué posible plantear ni ménos discutir como exigia su importancia y extension por estar próxima la clausura del Parlamento.

Es lo cierto que Hastings no se daba cuenta exacta del peligro de su situacion, y que la sagacidad, el juicio, la prontitud para imaginar recursos y expedientes que tanto lo habian distinguido en Oriente parecieron abandonarlo, no porque hubiera sufrido ningun nenoscabo en su inteligencia, no porque no fuese ya el hombre que supo triunfar de Francis y de Nuncomar, que con virtió en instrumentos suyos al presidente del Tribunal Supremo y al Nabab—Visir, que desposeyó á Cheyte—Sing y rechazó á Hyder—Alí, sino porque, como ha dicho con grande oportunidad Mr. Grattan, no es posible trasplantar una encina de medio siglo.

El hombre que sale de Inglaterra en su primera juventud y vuelve á ella despues de una expatriacion de treinta ó cuarenta años en la India, fácilmente se apercibe de que, cualquiera que sean sus talentos, há menester estudiar mucho y olvidar más ántes de hacer papel entre los estadistas ingleses.

El juego de las instituciones representativas, la lucha de los partidos, el arte de la discusion, la influencia del periodismo son para él novedades que lo sorprenden; y rodeado por todas partes de armas y tácticas desconocidas, se halla tan perplejo como Anníbal hubiera estado en Waterloo ó Temístocles en Trafalgar. Su misma perspicacia lo engaña, y su misma energía le hace dar pasos en falso; y cuanto más exactas son y precisas sus ideas, aplicadas al estado de la sociedad donde ha vivido tan largo espacio, tanto es más seguro de que lo inducirán á error. Y este fué precisamente el caso en que se halló Hastings. En las Indias tuvo malas cartas; pero conocia el juego á maravilla y ganaba siempre: en Inglaterra las tuvo buenas; pero no supo jugar, y así, por su propia falta y error, se vió al borde de un abismo.

El error más grave de cuantos cometió fué, tal vez, la eleccion que hizo de su defensor. En circunstancias análogas, Clive supo escoger con más acierto y estuvo más feliz, encomendando su causa á Mr. Wedderburn, despues lord Loughborough, uno de los mejores abogados de su tiempo y que brilló entre los pocos que á la sazon alcanzaban grandes triunfos, así en el foro como en la tribuna. Nada faltó, pues, á la defensa de Clive, ni la ciencia, ni el conocimiento del mundo, ni la práctica parlamentaria, ni la elocuencia que arrebata las asambleas políticas. Hastings, á su vez, fió sus intereses á una persona muy diferente: al mayor Scott, del ejército de Bengala, que habia regresado de la India tiempo ántes con el cargo de agente del gobernador general. Decíase que Hastings remuneraba sus servicios con munificencia oriental; pero sea de esto lo que quiera, y teniendo en cuenta los efectos de su obra y las circunstancias personales del individuo, se nos antoja que recibió en todo caso más paga que la debida. Y si bien logró entrar en el Parlamento, como allí se le consideraba únicamente á título de abogado de Warren Hastings, esto fué parte á desautorizar su palabra, despojándola del prestigio que da siempre y en toda ocasion la independencia.

Además, carecia el agente de Hastings de aquesos talentos tan necesarios á quien quiere hacerse oir en asambleas familiarizadas con grandes oradores, y que por esta causa se han hecho exigentes. Scott no se dormia, pero hacía dormir á los demas; ni sabía de qué tratar sino es de su defendido, y por tales medios alcanzó la reputacion de ser el hombre más enojoso de su tiempo. Los que conozcan la manera de ser de la Cámara de los Comunes, comprenderán fácilmente que no exageramos. Pero no limitaba sus esfuerzos el mayor Scott al Parlamento, sino que casi todos los dias abrumaba á la prensa periódica de artículos enfáticos acerca de Hastings, suscritos unas veces con el pseudónimo de Asiaticus, otras con el de Bengalensis, pero siempre obra de sus manos incansables; y era contado el mes que no se vendia por arrobas á los pasteleros de Londres algun folleto voluminoso debido tambien á su pluma y tratando de lo mismo.

En cuanto á su capacidad para dirigir en la Cámara un negocio tan grave y delicado, era escasa, como se deja ver por lo expuesto, y además en las pruebas que contienen las cartas publicadas por mister Gleig en el cuerpo de su obra. Por nuestra parte, nos limitaremos á dar una muestra de su ingenio y buen sentido, diciendo que al personaje más eminente de su tiempo lo designaba con el nombre de reptil. Esta calificacion le merecia Mr. Burke.

No obstante la mala eleccion de Hastings, el aspecto general de sus asuntos era favorable y hacía presentir un desenlace feliz. El Rey era todo suyo; la Compañía y sus parciales estaban llenos de celo por su causa, y entre los hombres políticos tenia muy ardientes partidarios. Era uno de ellos lord Mansfield, cuya ancianidad habia disminuido la fuerza física, pero no el vigor intelectual, y el otro lord Lansdowne, el cual, áun cuando no pertenecia á ningun bando político, tenía la importancia que dan siempre las grandes facultades y conocimientos.

Por lo que hace á los ministros, se les suponia favorables al úttimo gobernador general, fundándose para ello en que debian el poder al clamor universal que se levantó contra el bill sobre la India de Mr. Fox. Los autores de este bill, cuando fueron acusados de atacar derechos adquiridos y de exigir autoridades no reconocidas por la Constitucion, se defendieron citando los crímenes de Hastings, y sosteniendo que abusos tan extraordinarios reclamaban medidas extraordinarias y ejemplares. Por su parte, los que llegaron al poder haciendo la oposicion al bill, debian naturalmente hallarse inclinados á paliar los males que sirvieron de pretexto á la aplicacion de remedios tan violentos, y tal era, en efecto, su propósito en general.

El lord canciller Thurlow, en particular, que se hallaba en el Gabinete, merced á la importancia de su cargo y á la energía de su carácter, en posicion igual á la de Pitt, abrazó la causa de Hastings con apasionada vehemencia. Y Mr. Pitt, áun cuando censuró algunas partes del sistema de gobierno practicado en la India, puso mucho cuidado en no decir palabra respeto del gobernador general, manifestando privadamente á Mr. Scott que consideraba á Warren Hastings como á un grande hombre, de mérito extraordinario y merecedor de las mayores recompensas por parte del Gobierno. Una sola circunstancia le impedia, sin embargo de sus títulos, conferirle cuanto pudiera desear, y era el voto de censura de la Cámara, que subsistia en las actas; porque, si bien lo reputaba injusto, miéntras no se retirase no podia él aconsejar á S. Mque hiciera merced y diese muestras de su agrado y aprobacion á un hombre que se hallaba en su caso.

Si hemos de dar crédito al mayor Scott, Mr. Pitt hubo de manifestarle que sólo esta razon privaba al Gobierno de conferirle la dignidad de par del reino.

Mr. Dundas era el único miembro importante del Gabinete que tuviera empeño formal en otro sentido El fué en otro tiempo quien propuso las resoluciones y acuerdos que ahora ocasionaban la dificultad de recompensar á Hastings; pero no habia, sin embargo, mucho que temer de su parte, pues desde que presidió la comision de asuntos de Oriente, se verificaron notables cambios en él, se rodeó de nuevos aliados, y puso sus miras en otra parte. Además, cualesquiera que fuesen sus buenas cualidades, que no eran pocas, ni la adulacion ha tratado nunca de hacerlo pasar por hombre muy consecuente.

Hastings tenía, pues, razon fundada en esperar apoyo del Ministerio, el cual era poderoso y fuerte en la Cámara. La oposicion clamaba contra él; pero, por más formidable que la hiciera la fortuna y la influencia de algunos de sus individuos, la elocuencia y el talento de otros estaba en minoría dentro del Parlamento y odiada fuera.

Tampoco la oposicion, á juzgar por lo que sabemos, deseaba unánime acometer una empresa tan importante como la de acusar á un gobernador de la India, lo cual sería obra de algunos años y abrumadora para los jefes del partido. Por otra parte, como esta tentativa no podia influir en modo alguno en el resultado de la gran lucha política empeñada, y.los amigos de la coalicion estaban más dispuestos á injuriar á Warren Hastings que no á perseguirlo, no perdian ocasion de hacerlo, asociando su nombre al de los tiranos más odiosos que registra la historia. Los ingenios del club de Brooks asestaban los más acerados sarcasmos contra su vida pública y privada, y el asunto favorito de las murmuraciones era los hermosos brillantes que regaló á la familia real, y una cama de marfil, labrada con primor y riqueza extraordinaria, que la Reina recibió de su parte. Un poeta satírico propuso que se inmortalizaran los altos hechos del segundo marido de la hermosa Mariana por el pincel del primero, y pidió que Imhoff se ocupara en adornar la Cámara de los Comunes con cuadros cuyos asuntos fueran la guerra de los rohillas, la ejecucion de Nuncomar y la fuga de Cheyte—Sing, descolgándose por medio de un lienzo en el Ganges.

Otro, en una parodia feliz de la égloga tercera de Virgilio, trataba de averiguar cuál podia ser el mineral que habia tenido la virtud de hacer amiga de una prostituta á la princesa mas austera del mundo.

Y no faltó quien describiera con maligna intencion los ricos adornos lucidos por Mrs. Hastings en Saint James, las joyas arrancadas á las Bégums de la India, el collar radiante de votos futuros, y las cuestiones pendientes que brillaban en sus orejas. Burlas de este género y tal vez la proposicion de un voto de censura, hubieran satisfecho á la mayoría de la oposicion; pero habia dos hombres cuya enemiga y encono era imposible satisfacer á tan poca costa: Felipe Francis y Edmundo Burke.

Francis acababa de tomar asiento en la Cámara, y ya se habia creado la reputacion de hombre activo y de talento; y áun cuando una penosa enfermedad le impedia expresarse con facilidad, á las veces solia producirse de una manera tan vigorosa y digna que recordaba los más grandes oradores.

A los pocos dias de ocupar su puesto en el Parlamento hubo de caer en desgracia con Pitt, y éste lo trató despues siempre con todo el rigor que permitian las leyes de los debates públicos. Y en cuanto á su mala voluntad respecto de Hastings, era como en los peores tiempos; que ni los años ni el cambio de escena habian sido parte á debilitar los antiguos resentimientos, sino al contrario, pues conforme á su costumbre, tomó su odio por virtud y lo fomentó por cuantos medios son imaginables, del propio modo que los predicadores aconsejan cuidar, desarrollar y fortalecer nuestras buenas disposiciones, é hizo de él en toda ocasion alarde farisáico.

El celo de Burke áun era más ardiente, pero tambien más puro. Personas incapaces de comprender la elevacion de su espíritu han buscado alguna causa no nada honrosa para explicar la vehemencia y la tenacidad de que dió pruebas tan señaladas en aquella circunstancia; pero inútilmente. Los mismos amigos de Warren Hastings renunciaron hace largo tiempo á la idea de que Burke sólo buscaba vengarse de agravios particulares.

Mr. Gleig supone que Burke fué llevado por el espíritu de partido á ejercitar su saña contra el exgobernador general; que conservaba muy amargos recuerdos de la caida de la coalicion, suceso que atribuia, segun él, á los esfuerzos de los accionistas de la Compañía de las Indias, y que reputaba á Hastings como jefe y representante de estos intereses. Pero basta fijar la atencion por un espacio en las fechas, para no dar crédito á las explicaciones de Mr. Gleig. Porque la hostilidad de Burke respecto de Hastings comenzó mucho ántes de la coalicion y duró mucho despues de convertirse en apasionado defensor de aquellos á quienes combatió la coalicion; esto es, tuvo principio cuando Burke y Fox, estrechamente ligados, luchaban contra la influencia de la Corona y pedian que se hiciera la paz con la república de América, y terminó cuando Burke, separado ya de Fox y colmado de favores por el Monarca, murió predicando la cruzada contra la República francesa. Es, pues, absurdo atribuir á los sucesos de 1784 una enemiga que comenzó en 1781, y que permanecia en toda su primitiva fuerza mucho despues que Burke hubiera perdonado de todo corazon á otras personas más empeñadas y comprometidas que Hastings en los sucesos de 1784. ¿Ni á qué fin buscar otra explicacion de la conducta de Burke, sino es la que salta á los ojos?

Es lo cierto que Hastings habia cometido grandes crímenes, cuyo recuerdo hacía hervir la sangre á Burke, en quien la compasion por la desgracia y el horror á la tiranía y la injusticia se hallaban tan fuertemente desarrollados como en el P. Las Casas ó en Clarkson. Y áun cuando tan nobles sentimientos estuvieran mezclados en él—del propio modo que en Las Casas y Clarkson—de la liga inseparable de la naturaleza humana, tiene derecho como ellos á que se le rinda el homenaje debido á quien consagra sus esfuerzos durante una larga serie de años al servicio de un pueblo extraño á su raza, á su lengua, á su religion y á sus costumbres, y del cual no podia esperar recompensa, ni aplauso, ni agradecimiento.

Conocia Burke la India como llegan á conocerla pocos europeos despues de haber permanecido en ella largo tiempo, y como no ha logrado conocerla nunca ningun hombre político sin haber estado en ella; porque se dedicó á estudiar la historia, las leyes y las costumbres de Oriente con una perseverancia que rara vez se halla unida á tanta sensibilidad y tan feliz ingenio.

Otros habrán podido trabajar con igual celo y recoger no menos caudal de documentos; pero Burke aplicaba sus grandes facultades á los hechos y á las columnas de cifras de una manera particular á él; su espíritu filosófico y poético al propio tiempo, hallaba en los voluminosos legajos de la India, que alejaban de sí á los demas lectores, entretenida y variada enseñanza; y mientras su razon clasificaba y analizaba aquellas masas informes, su imaginacion les daba vida y calor, sacando de la oscuridad y del caos una multitud de teorías ingeniosas y de cuadros admirables. Y como poseia en grado superior esa noble facultad que permite al hombre vivir en todos los tiempos y en todos los lugares del mundo real y del imaginario, la India y sus pobladores no eran para él de igual manera que para la mayoría de los ingleses, nombres y abstracciones, sino es una patria y un pueblo verdadero; y el sol abrasador, la extraña vegetacion de palmeras y cocoteros, los arrozales, las cisternas, los árboles corpulentos y añosos, más antiguos que el Imperio mogólico y bajo los cuales se congregan los campesinos; los techos de las cabañas, los ricos adornos de la mezquita, donde reza el iman con el rostro vuelto hácia la Meca; los tambores, las banderas, los ídolos cubiertos de pedrería, las doncellas que descienden graciosas y esbeltas las escaleras del rio, llevando la jarra tradicional en la cabeza; los rostros negros, las luengas barbas, las fajas amarillas, distintivo de secta; los turbantes y las ropas, las lanzas y las mazas de plata, los elefantes con sus torres, el lujosopalanquin del magnate y la misteriosa litera de la dama; todas estas cosas eran tan familiares á Burke como aquellas entre las cuales vivia y pasaba dia riamente al ir de Beaconsfield á Saint—James's Street.

La India entera se ofrecia á la contemplacion de su espíritu, desde las espléndidas salas en que los pretendientes ponian oro y perfumes á los piés del soberano, hasta las llanuras salvajes donde se alzaban las tiendas de los gitanos; desde los bazares bulliciosos que parecian colmenas de abejas, hasta los bosques solitarios que recorria el indo agitando un manojo de anillos de hierro para espantar á las hienas; y estaba tan impuesto, y conocia tan perfectamente la insurreccion de Benares como el motin de lord Jorge Gordon, y la ejecucion de Nuncomar como la del doctor Dodd, siendo, en fin, para él una cosa misma la tiranía en Bengala que la tiranía en las calles de Lóndres.

Burke vió en un principio que Hastings se habia hecho culpado durante su administracion de ciertos actos injustificables, y cuanto sucedió despues fué la consecuencia natural y necesaria de aquello, dado su carácter. Porque una vez sobreexcitadas su imaginacion y sus pasiones, ya él no era dueño de sí mismo y se apartaba fácilmente de la senda de la justicia y del buen sentido.

Su razon poderosa se convertia en esclava de sentimientos que hubiera debido dirigir; su indignacion, noble y virtuosa en un principio, tomaba todo el carácter de odiosidad personal, y entonces no reparaba en las circunstancias atenuantes, ni en los méritos que, á las veces, son parte á redimir muchas faltas. Agréguese á esto que su carácter generoso y afable, pero propenso siempre á exasperarse, á consecuencia de padecimientos físicos y morales, se habia tornado huraño y desapacible; y que, teniendo conciencia de sus grandes facultades y virtudes, se veia viejo y pobre al fin de su carrera, y objeto de la saña y pérfidos manejos de la corte y del pueblo extraviado. Su elocuencia no era ya de moda en el Parlamento; y como poblaba los escaños de la Cámara una generación nueva que no lo conocia, cada vez que se levantaba para decir algo, ahogaban su voz con interrupciones impropias de aquel lugar los que, cuando sus discursos sobre la ley del timbre habian excitado los aplausos del gran conde de Chatham, estaban todavía en la cuna ó iban á paseo en brazos de sus nodrizas.

Todo esto produjo en su alma sensible y altiva un efecto fácil de comprender.

De aquí que, al suponer algunos más violenta y áspera la conducta de Burke con motivo de los asuntos de la India que en ninguna otra circunstancia, no muestren hallarse bien informados de la historia de los últimos años de su vida, porque más saña y más violencia usó en la discusion del tratado de comercio con la corte de Versalles, en la que tuvo despues lugar sobre la Regencia, y luego cuando se ocupó de la revolucion francesa, que al perseguir á Hastings y acusarlo. Bueno será dejar consignado con este motivo que las personas que lo calificaban de maniaco, perjudicial y dañino al oir sus terribles discursos contra la guerra con los rohillas ó el expolio de las Bégums, lo enaltecieron á no poder más, calificándolo de profeta y de hombre sublime, al oirlo declamar con más violencia y con ménos razon contra la toma de la Bastilla y contra los insultos hechos á María Antonieta. En cuanto á nosotros, no lo consideramos maniaco en el primer caso, ni profeta en el segundo, sino es en ambos como á un grande hombre, bueno y virtuoso, á quien hizo cometer muchas extravagancias la tempestuosa sensibilidad que dominaba las demas facultades de su alma.

Si la conducta de Hastings hubiera sido más prudente y propia de las circunstancias, dudamos de que la personal antipatía de Francis y la más noble indignacion de Burke hubieran arrastrado á su partido á tomar con él medidas extremas. El gobernador general debió entender que, por más grandes que fueran sus servicios al Estado, no estaba limpio de manchas, y conformarse por consiguiente con pasar desapercibido y no pretender los honores del triunfo.

Pero como él y Mr. Scott consideraban el asunto de otro modo, y esperaban impacientes las recompensas que, segun ellos, se habian aplazado hasta el fin de la lucha, determinaron forzar al enemigo á la batalla, cuando hubieran debido hacerle un puente de oro. Y poniendo en ejecucion su pensamiento, la primera sesion de la legislatura de 1786 recordó el mayor Scott á Burke su anuncio del año pasado, preguntándole si se proponia formalmente formular algun cargo al gobernador general. Este reto no dejó á la oposicion otro camino sino es el de acusar á Hastings, ó confesarse calumniadora de su fama. No era, por cierto, el gran partido de Fox y de North tan débil, que fuese cuerdo provocarlo, y ménos por quien tenía muchos puntos negros en la historia de su gobierno; así es que los jefes de la oposicion replicaron en el acto de la única manera que podian hacerlo, y desde aquel momento quedó el partido empeñado en perseguir á Warren Hastings.

Burke comenzó el ataque, pidiendo ciertos documentos, algunos de los cuales le negó el Ministerio, cuyo lenguaje con este motivo confirmó plenamente la idea que ya se tenía de que trataba de apoyar á Hastings. En el mes de Abril presentó Burke á la mesa la acusacion, redactada con gran talento y habilidad, si bien su estilo era más de libelo que de documento parlamentario. Dióse á Hastings copia de ella, é hízosele saber que podria, si así lo juzgaba oportuno, defender su propia causa en la barra de la Cámara.

Con la misma falta de tino que habia procedido desde que puso los piés en Inglaterra, obró el exgobernador en esta circunstancia; qué no parecia sino que el hombre tan Tamoso en Oriente por el acierto y feliz resultado de sus empresas, sólo hacía torpezas en Europa. Cualquier jurisconsulto le hubiera dicho entónces que lo más conveniente y mejor para su causa era pronunciar en la barra de la Cámara de los Comunes un discurso elocuente, conmovedor y enérgico; pero que si no estaba seguro de poderlo hacer, y creia necesario llevar su defensa escrita, fuera lo más conciso posible, en razon á que las Asambleas, acostumbradas á las improvisaciones elocuentes de grandes oradores, no atienden con paciencia la lectura de largos escritos. En vez de esto, Hastings redactó un papel interminable, de gran mérito y mucha doctrina á ser su destino constar en las actas del Consejo de gobierno de la India, pero fuera de lugar en la Cámara de los Comunes. Así, no deberá extrañarse que no hiciera efecto alguno en una Asamblea tan habituada como aquella á las vivas y casi diarias discusiones de Pitt y de Fox; y que, despues de haber satisfecho su curiosidad, examinando la traza y las maneras de un personaje de tanto renombre, los diputados se fueran á comer, dejando á Hastings que leyera hasta media noche su historia á los hujieres de la Cámara.

Cuando se hubieron llenado estos requisitos preliminares, Burke presentó á la Cámara, los primeros dias de Junio, la acusacion concerniente á la guerra de los rohillas. Y obró con gran cordura comenzando por este punto, porque Dundas habia propuesto poco ántes á los Comunes un acuerdo, que fué votado, y que tenía por objeto censurar en los términos más severos la política seguida por Warren Hastings respecto de Rohilcund. Poco ó nada podia decir Dundas para defender la inconsecuencia de su conducta; pero se opuso resueltamente á la proposicion, y declaró, entre otras cosas, que si bien consideraba la guerra de los rohillas como injustificable, tambien creia que los servicios prestados por Hastings á la patria desde aquel entón.ces, eran tan grandes que hacian olvidar su delito. Pitt no habló, pero votó con Dundas, y Hastings fué absuelto por 119 votos contra 67.

Fuerte se creyó entónces, y seguro de la victoria, y en efecto, al parecer, no le faltaban razones para estar orgulloso. De todas sus medidas, la guerra contra los rohillas era la que sus enemigos podian atacar con más ventaja, por haber sido censurada por la Junta de directores, por la Cámara y por Mr. Dundas, uno de los ministros que despues se habian ocupado con más empeño de los negocios de la India; y por ser en terreno tan bien escogido por su contrario donde precisamente sufrió éste tan señalada derrota, todos creyeron imposible verle hacer prosperar ninguna otra acusacion despues del naufragio de la primera y más principal.

Decíase con este motivo en los clubs y cafés, que tal vez se formularan todavía en la Cámara dos capítulos de cargos contra el gobernador de la India; pero que si se notaba en ella disposiciones poco favorables á llevar adelante el proceso, la oposicion abandonaria el asunto, siendo en seguida Hastings nombrado par del reino, gran cruz de la órden del Baño, consejero privado é individuo del Consejo de la India.

A decir verdad, poco tiempo ántes de esto, lord Turlow se permitió hablar hasta con desprecio de los escrúpulos que impedian á Mr. Pitt abrir la puerta de la Cámara de los Lores á Warren Hastings, añadiendo que si el canciller del Echiquier tenía temor de la Cámara de los Comunes, el Rey estaba muy dispuesto á darle cartas de nobleza. Hasta el título estaba escogido. Hastings debia llamarse lord Daylesford; que á traves de todas las vicisitudes de su vida, nunca olvidó el lugar que fué teatro de la grandeza y decadencia de su familia, y que ocupó de una manera tan preferente su atencion desde la infancia.

Poco tardó en cubrirse de nubes un horizonte tan despejado y risueño. Mr. Fox presentó á la Cámara con gran talento y elocuencia el capítulo de cargos relativo á los tratamientos inferidos á Cheyte—Sing, siguiéndole Francis en el uso de la palabra.

Levantóse Mr. Pitt entónces, cosa que fué muy del agrado de los amigos de Hastings, y el ministro manifestó cuál era su parecer en el asunto con la facilidad y elocuencia de siempre: sostuvo que el gobernador general habia tenido derecho de exigir del rajah de Benares auxilios pecuniarios, y de imponerle una multa cuando rehusó darlos; dijo que la conducta de Hastings durante la insurreccion fué notable por la inteligencia y valor que demostró en ella; y censuró amargamente la de Francis, así en la India como en el Parlamento, reputándola deshonrosa y malévola en alto grado. La conclusion natural de estos argumentos de Mr. Pitt parecia ser la absolucion de Hastings, y así, amigos y adversarios del ministro esperaban oir de sus labios una declaracion en este sentido; pero con gran sorpresa de todos los partidos, Pitt terminó diciendo que, si bien hallaba justo que Hastings hubiera impuesto una multa por contumaz á Cheyte—Sing, la cantidad señalada por él en el caso presente le parecia excesiva; y fundándose en esto sólo, toda vez que por lo demas aplaudia la conducta del gobernador en el negocio de Benares, manifestó que votaba en favor de la proposicion de Mr. Fox.

La Cámara quedó silenciosa y conmovida, y no sin razon para ello. Porque, áun cuando lo hecho á Cheyte—Sing hubiera sido tan escandaloso como decian Fox y Francis, era trivial y de poco momento comparado con los horrores de Rohilcund. Además, si Mr. Pitt consideraba el asunto de Cheyte—Sing de un modo exacto, no habia tampoco motivo alguno para dar un voto de censura á Hastings, y ménos para proceder contra él; pues si su falta se limitó á esto, si tuvo derecho á imponer una multa, cuyo máximum no estaba determinado en ninguna ley, sino que él debia regular discrecionalmente, y que, no en provecho suyo, sino en beneficio del Estado, exigió una cantidad excesiva, parécenos que no hubo razon para entablar un procedimiento criminal de tanta solemnidad; procedimiento al que no se habia sometido á ningun funcionario público en más de sesenta años. Comprendemos y nos explicamos las razones que hubieran podido decidir á un hombre integro y honrado á tomar respecto de Hastings cualquiera otra determinacion que la de Pitt. Púdose creer necesario un gran ejemplo que, vengando el honor nacional ofendido, evitara en lo porvenir las exacciones y las iniquidades; púdose, á causa de esto mismo, votar por la acusacion en lo relativo á la guerra de los rohillas y al negocio de Benares; y se pudo tambien creer que Hastings habia redimido sus faltas con grandes y señalados servicios á la patria y que no debia votarse la acusacion. A nuestro parecer, la conducta más imparcial y justa hubiera sido votar por la acusacion en el capítulo de los rohillas y por la absolucion en el de Benares; y así lo hubiéramos hecho tambien de considerar este último de igual modo que Mr. Pitt. Pero lo que no se concibe es que un hombre dotado de la déciIma parte del talento de Mr. Pitt observara su conducta, absolviendo á Hastings en lo relativo á la guerra de los rohillas, debilitando la acusacion de lo de Benares hasta el punto de no dejar fundamento para ella, y declarando luégo que era procedente.

Será bueno recordar que la razon principal que dió el Gobierno para no perseguir á Hastings á propósito de la guerra de los rohillas, fué que las faltas de la primera parte de su administracion quedaron compensadas con los servicios prestados á la patria en la última. Y siendo así, no parece anómalo que los hombres que habian dicho esto votaran luégo que la segunda parte de su administracion contenia materia para perseguir sobre veinte asuntos diferentes? ¿Puede darse algo más incomprensible y contradictorio que representar primero la conducta de Hastings de 1780 á 1781 tan meritoria y digna que debiera, como en las obras de supererogacion en la teología católica, redimir las culpas pasadas, y proceder luego contra él por esa misma conducta?

Y fué tanto más grande la sorpresa que produjo el paso dado por Mr. Pitt, cuanto que veinticuatro horas antes recibieron, como de costumbre, aquellos individuos de la Cámara con cuyo apoyo podia contar el Gabinete, invitaciones de la Tesorería rogándoles puntual asistencia y que votaran contra la proposicion de Mr. Fox. Hastings afirmaba que la mañana del dia de la discusion estuvo Dundas muy temprano á visitar á Pitt, á quien despertó, permaneciendo largo tiempo en conferencia con él, y que el resultado de la entrevista fué abandonarlo éste á la venganza de la oposicion. Sin embargo, á pesar de toda su influencia y poder, no le fué posible á Mr. Pitt arrastrar á la totalidad de sus partidarios por el nuevo camino; que muchos funcionarios de gran importancia, entre otros el fiscal del Tribunal Supremo, Mr. Grenville y lord Mulgrave, votaron en contra. Pero como el número de los ciegamente adictos á su persona, y que lo seguian sin preguntar á dónde los llevaba, era muy crecido, estos hicieron inclinar la balanza. Ciento diez y nueve votaron en favor de la proposicion de Mr. Fox, y setenta y nueve en contra. Dundas siguió en silencio á Pitt.

William Wilberforce, el gran hombre honrade y virtuoso que ya no existe, solia referir los incidentes de aquella tan memorable sesion, describiendo el asombro de la Cámara, y recordando las amargas reflexiones que hacian por lo bajo contra el primer ministro algunos habituales partidarios del Gobierno. Pitt mismo pareció comprender que su conducta necesitaba explicarse; y levantándose de su banco, fué á sentarse al lado de Wilberforce para decirle que habia llegado á ser imposible de todo punto para él continuar, en conciencia, defendiendo á Hastings por más tiempo, á causa del mal aspecto que ofrecia su negocio. Añadiremos de paso que Mr. Wilberforce daba entero crédito á la sinceridad de su amigo, y creia destituidas de fundamento las sospechas que tan extraña conducta hizo nacer; las cuales, á decir verdad, eran de tal naturaleza que cuesta trabajo repetirlas. Sostenian los amigos de Hastings, en su mayor parte adictos al Gobierno, que Dundas y Pitt habian procedido de aquella suerte por celos, en razon á que, siendo personalmente simpático al Rey, y el ídolo de la Compañía de las Indias y de sus empleados, si la Cámara de los Comunes lo absolvia y tomaba asiento en la de los Lores, y era nombrado miembro de la Gerencia, sería easi seguro que su alianza intima con el imperioso y enérgico Thurlow diera por inmediato resultado poner en sus manos la direccion de los negocios de Oriente; cosa que lo hubiera colocado en condiciones de ser con el tiempo un rival formidable en el seno mismo del Gabinete.

Tal vez adoptó Pitt esta conducta por haber sabido algo de las conversaciones singulares que tuvieron lugar entre Scott y Thurlow, y que el canciller se hallaba dispuesto á tomar sobre sí la responsabilidad de proponer á Hastings para el cargo de par, en vista de que él no se atrevia. Y como Pitt era el ministro que con ménos paciencia soportaba el que otros se atribuyeran sus facultades en menoscabo de su derecho y autoridad, es muy posible que tratara de poner coto á los excesos de su colega sin romper abiertamente con él. Siendo así, nada más ocasionado que su conducta; porque si la Cámara resolvia entablar un procedimiento contra el ex—gobernador, el conflicto entre el lord de la Tesorería y el canciller ya no tenía ocasion. La causa, cualquiera que fuese su resultado, duraria, por lo menos, algunos años, y mientras, Warren Hastings quedaria excluido de los honores y cargos públicos, y apénas si se aventuraria entretanto á presentarse al Rey. Tales motivos achacaba una gran parte del público á la conducta del jóven ministro, á quien, sobre todo, se suponia por la generalidad avaro del poder que ejercia.

La suspension de las sesiones del Parlamento interrumpió luégo los debates relativos al negocio de Hastings; pero se reanudaron al año siguiente, acusándolo Sheridan por el expolio hecho á las Bégums, en un discurso que, á pesar de no haber llegado hasta nosotros sino es incompleto y mal reproducido, puede muy bien decirse que fué la obra más perfecta y brillante del claro ingenio de su autor. La impresion que produjo en su auditorio no ha vuelto á reproducirse nunca en la Cámara; que Sheridan oyó aplaudir aquel dia su magnífica oracion, no sólo de sus colegas, sino de los lores allí presentes y del público de las tribunas, llegando á tal extremo el entusiasmo, que ya no pudo hacerse oir ningun otro diputado y tuvo el presidente que levantar la sesion. Cundió la nueva por la ciudad, y tanto deseó Londres conocer el discurso del acusador de Hastings, que un librero se aventuró á ofrecerle millibras esterlinas por él si queria encargarse de corregir las pruebas.

En el ánimo de jueces muy severos y experimentados, cuyo discernimiento excitaba la emulacion, hizo un efecto tan profundo y duradero este arranque de elocuencia, que Mr. Windham decia veinte años despues, que por su mérito era digno de su fama, y que, salvo algunos defectos de gusto, inherentes á casi todas las producciones literarias y oratorias de Sheridan, fué la más bella de cuantas arengas se habian pronunciado hasta entónces. Fox, á quien lord Holland preguntó hácia la misma época cuál era el mejor discurso que hubiera oido en la Cámara de los Comunes, dió sin vacilar la preferencia al de Sheridan con motivo de los asuntos de de Uda.

Al abrirse de nuevo la discusion, se hallaba la Cámara tan impresionada todavía contra el acusado, que ahogó la voz de sus amigos cuando intentaron hablar en favor suyo. Pitt manifestó que votaba en favor de la proposicion de Sheridan, que obtuvo así ciento setenta votos contra sesenta y ocho.

Exaltada la oposicion entónces con tan señalados triunfos, y sostenida por la opinion pública, procedió á presentar una serie de acusaciones concernientes todas á negocios pecuniarios, con lo cual se desalentaron los amigos de Hastings, viendo que no habria medios de evitar el proceso. Tampoco hicieron grandes esfuerzos para defenderlo. Al fin, la Cámara, despues de votar veinte cargos, dió á Burke la comision de trasladarse á la de los Lores, y de acusar al ex—gobernador general de crímenes y delitos graves. Al propio tiempo, Hastings fué preso y conducido á la barra de los Pares. Pero como la legislatura debia terminar diez dias despues, y fuera imposible ocuparse del proceso hasta el año próximo, quedó Hastings libre bajo fianza, y se difirió el procedimiento para la época en que la Cámara se reuniera de nuevo.

Cuando se convocó el Parlamento el invierno siguiente, la Cámara de los Comunes nombró una comision encargada de dirigir el proceso, figurando en ella los individuos más importantes de la minoría, con Burke á su cabeza. Mas al leerse en la lista el nombre de Francis, se levantó una violenta tempestad en la Asamblea, diciendo algunos que éste y Hastings eran enemigos, que su querella era muy antigua, que su aversion los habia llevado al extremo de batirse, y que sería indigno escoger un enemigo privado para convertirlo en acusador público; y sosteniendo otros con gran fuerza, y entre ellos Windham, que si bien era la imparcialidad el deber principal de un juez, nunca fué parte de los de un abogado; que en la administracion de la justicia criminal entre los ingleses (parte ofendida en el caso de Hastings), la última persona á quien debiera de admitirse en el número de los jurados era la del querellante; y que lo indispensable y requerido en un comisario no era estar exento de preocupaciones, sino tener aptitud, conocimiento del asunto, energía y actividad. Admitíase la capacidad y conocimientos de Francis, y hasta su enemiga, calificada ya de virtud ó defecto, se aceptaba tambien como garantía por lo menos de su celo y actividad; pero áun cuando parecian difíciles de contradecir y refutar estos argumentos, como quiera que el odio inveterado de Francis á Warren Hastings causaba general disgusto, la Cámara decidió que aquel no formase parte de la comision. Pitt votó con la mayoría y Dundas con la minoría.

Avanzaban entre tanto rápidamente los preparativos del proceso, y el 13 de Febrero de 1788 comenzaron las audiencias del tribunal. Muchos espectáculos se habrán ofrecido más brillantes á la vista por el esplendor de las joyas y la riqueza de los vestidos; pero tal vez no se haya dado ninguno en la sucesion de los tiempos tan ocasionado á impresionar el ánimo del hombre reflexivo y pensador. Porque todo cuanto pueda ser parte á interesar, así de los tiempos pasados como de los presentes, se reunió con este motivo en un solo punto y en un solo momento; y todas las facultades y talentos que desarrollan de consuno la civilizacion y la libertad se manifestaron allí con todas las ventajas y todo el prestigio que nacen del contraste y de la comunidad de accion. Cada paso que se daba en el curso del proceso, traia á la mente, al traves de aquellos pasados siglos de agitacion y de tumulto, el tiempo en que se asentaron los cimientos de la Constitucion inglesa, 6, haciéndola trasponer mares y desiertos infinitos, la fijaba en medio de las razas indostánicas de color de bronce, habitadoras de un país abrasado por el sol, que adoraban extraños dioses y escribian en raros caracteres.

La alta corte del Parlamento debia juzgar con arreglo á la práctica establecida en tiempo de los Plantagenet á un inglés acusado de haber ejercido actos de tiranía sobre el señor de la ciudad santa de Benares y las princesas de Uda.

Era el lugar digno del proceso; que se habian reunido los jueces en la gran sala de Guillermo el Rojo, bajo cuyas bóvedas resonaron otro tiempo las aclamaciones con que fueron saludados á su advenimiento treinta reyes; en la sala donde con tanta justicia se condenó á Bacon y se absolvió á Somers; donde pudo la elocuencia de Strafford inspirar respeto por algun espacio y conmover á un partido victorioso y lleno de justo enojo, y en la cual el rey Cárlos I arrostró con faz serena las iras y tempestades del tribunal que debia juzgarlo. Ni faltaron tam poco las pompas civiles y militares para la mayor grandeza del acto: las avenidas que conducian al edificio se hallaban cubiertas por los granaderos, y fuerzas de caballería mantenian el órden y la circulacion en las calles; los Pares, revestidos de sus mantos de oro y armiño, entraron luego, llevando á su cabeza los heraldos y el rey de armas, en número de hasta ciento setenta, ó sea de las tres cuartas partes de la Cámara alta, como á la sazon existia, y avanzaron procesionalmente hasta ocupar sus escaños, establecidos en lugar de preferencia, próximo del tribunal.

Iba el primero el último de los barones, Jorge Eliott, lord Heathfield, ennoblecido hacía poco tiempo con motivo de su memorable defensa de Gibraltar contra la flota y ejércitos combinados de Francia y España, y cerraba la comitiva el duque de Norfolk, conde—mariscal del reino, los altos dignatarios de la corona, los hermanos y los hijos del Rey, siendo el postrero el príncipe de Gales, cuya gentil presencia y noble aspecto atraian las miradas del concurso. Los añosos muros del salon estaban cubiertos de tela de color escarlata. En las galerías se agolpaba un concurso tal, que ninguno otro semejante ha podido nunca excitar el temor ó la emulacion de los oradores: allí se veian reunidos de todos los extremos de un gran imperio libre, ilustrado y próspero, la hermosura, la gracia, el ingenio, la erudicion y los representantes todos de las ciencias y de las artes; allí estaban las jóvenes hijas de la casa de Bunswick, de nacarada tez y rubia cabellera, sentadas alrededor de la Reina; allí los embajadores de los grandes monarcas y de las grandes repúblicas, contemplaban con admiracion un espectáculo que ningun otro pueblo del mundo podia ofrecerles; allí mistriss Siddons, en todo el esplendor de su majestuosa hermosura, estudiaba conmovida una escena superior á todas las del teatro; allí el historiador del Imperio romano pensaba en los tiempos en que Ciceron acusó á Verres, defendiendo la causa de la Sicilia, y en el momento en que Tácito, ante un Senado que áun tenía ciertas apariencias de libertad, se pronunció contra el opresor del Africa; allí se hallaban tambien, uno al lado del otro, el pintor más renombrado y el erudito más profundo de su tiempo: Reynolds, á quien lagrandeza del espectáculo que se ofrecia en la sala de Guillermo el Rojo hizo dar tregua á sus pinceles, que han conservado á la posteridad las frentes pensadoras de tantos publicistas y hombres políticos, y las dulces sonrisas de tantas mujeres ilustres; y Parr, el investigador incansable, que atraido de la solemnidad del acto, suspendió sus trabajos en la recóndita y oscura mina de la cual iba sacando inmenso tesoro de erudicion,—tesoro á veces mal dispuesto para utilizarlo con fruto, pero no por eso ménos grande, precioso y magnífico;—allí la dama á quien secretamente habia hecho dueño de su corazon el heredero de la corona, lucía sus gracias seductoras; allí la nueva Santa Cecilia, progenitora de hermosa descendencia, cuyas delicadas facciones, embellecidas por el amor y la inspiracion del arte divino de la música, ofrecian admirable conjunto; allí la sociedad brillante que criticaba y jugaba del vocablo en los salones decorados con abigarrada riqueza de mistriss Montague; y allí, en fin, en torno de la duquesa de Devonshire, como guirnalda de flores, aquellas damas que, con la muda elocuencia de sus labios, más persuasiva que la del mismo Fox, derrotaron á la corte y al ministerio en las elecciones de Westminster.

Hecha la proclama, Hastings se adelantó hácia la barra y puso una rodilla en tierra. El acusado era digno del tribunal y del concurso. Habia gobernado un pueblo numeroso y dilatado, habia dictado leyes y tratados, habia puesto en movimiento grandes ejércitos, proclamado y desposeido príncipes y conducidose siempre de tal modo en su elevada posicion que todos le temieran y los más le amaran, y que hasta sus más encarnizados adversarios, aparte de la virtud, no le negasen ningun otro titulo á la gloria. Su traza era de grande hombre, no de maivado, y su actitud, si demostraba profundo respeto al tribunal y á los circunstantes, tambien demostraba respeto á sí mismo y completa calma. Su frente despejada, la expresion pensadora de sus ojos, su boca, respirando indomable resolucion, y su rostro pálido y fatigado, pero tranquilo y no nada sombrío, parecian decir tan claramente come se lee por bajo de su retrato en la sala del consejo de Calcula: Mens æqua in arduis. Tal era el aspecto con que se presentó á sus jueces el célebre procónsul.

Acompañábanlo sus abogados, á quienes su talento y erudicion encumbraron despues á los primeros cargos de la magistratura: Mr. Law, espíritu enérgico y atrevido llegó á ser magistrado del Banco del Rey; Mr. Dallas, más humano y elocuente, fué magistrado tambien de los Commons Plaids, y Mr. Palmer que, veinte años despues, dirigió con éxito tan notable y ante la misma audiencia, la defensa de lord Melville, siendo á seguida nombrado vice—canciller.

Pero el acusado y sus letrados no atraian tanto la atencion como sus acusadores. Habíase reservado un espacio en el salon, con bancos forrados de verde y mesas con arreos de escribir para la Cámara de los Comunes, y allí tomaron asiento los comisarios en traje de ceremonia. Era el primero Burke. Fox, por lo general tan descuidado en su manera de vestir, llamó aquel dia la atencion de los concurrentes, pues se presentó con espada y redecilla, en honor sin duda del tribunal y de la ilustre concurrencia. Pitt rehusó formar parte de la comision acusadora; y su ancianidad impidió á lord North de lienar en ella su cometido; por lo cual faltaria, en aquel concurso de tantos y tan diversos talentos, el auxilio de la elocuencia poderosa, fecunda y sonora del primero, y el no ménos precioso del buen sentido, tacto y cortesía del segundo.

Pero á falta de estas dos notabilidades, ofrecia el banco de los comisarios un grupo de oradores como tal vez no se habian visto reunidos desde la gran época de la elocuencia ateniense. Porque se hallaban allí Fox y Sheridan, el Demóstenes y el Hypérides de Inglaterra; Burke, el cual, si desconocia ó desdeñaba el arte de adaptar su estilo y sus razonamientos al gusto y facultades de su auditorio, sobrepujaba por la elevacion de su espíritu, la grandeza de su inteligencia y la exuberancia de su imaginacion á todos los oradores antiguos y modernos; y, por último, con los ojos respetuosamente fijos en Burke, el caballero más cumplido de aquel tiempo, de rostro animado y expresivo, de vigorosa y esbelta complexion, el noble, ilustrado y distinguido Windham, quien áun entre tales hombres. y á pesar de sus cortos años, no pasaba desapercibido, porque siendo todavía de temprana edad, y cuando la mayor parte de los jóvenes se disputan en las aulas premios y fellowships, él se habia conquistado en el Parlamento envidiable posicion.

Ni tampoco le faltaba ninguna circunstancia de familia, ni de bienes, ni de fortuna para dar más realce á sus brillantes dotes y á su honor intachable. Tenía entónces veintitres años, y ya se le habia reputado digno de tomar asiento entre aquellos veteranos de la tribuna política, que parecian como representantes de la Cámara de los Comunes en la barra de la nobleza. Cuantos allí estaban con Windham el dia referido, Hastings, abogados y acusadores, han desaparecido, excepto el conde Grey, que por esta causa es el único representante de un gran siglo que ya pasó; pero los que en los últimos diez años hayan disfrutado con delicia de su elocuente palabra, cuando le sorprendia el alba en la tribuna de la Cámara de los Lores, despues de una noche de discusion, pueden formarse idea de los talentos de aquella raza de hombres ilustres, entre los cuales no era el primero ciertamente.

Procedióse á leer las acusaciones y las respuestas de Hastings, invirtiéndose dos dias en ello, y pareció la ceremonia ménos enojosa de lo que pudiera esperarse, gracias á la entonacion agradable y buen acento del relator Mr. Cowper, pariente muy cercano del amable poeta su homónimo. Al tercero dia se levantó Burke y comenzó su discurso, destinado á servir de introduccion general á todas las acusaciones, empleando en él cuatro audiencias. Con una exuberancia de ideas y un esplendor tal de lenguaje, que sobrepujó las esperanzas de su auditorio, describió á grandes rasgos el carácter y las instituciones de los indígenas de la India, recordó las circunstancias bajo cuyo influjo nació aquel imperio de la Inglaterra, y expuso la constitucion de la Compañía y de las presidencias. Y despues de haber dado por este medio al concurso una idea de la sociedad de Oriente, tan viva como existia en su espíritu, atacó la administracion de Hastings, como sistemáticamente opuesta á la moral y al derecho de gentes. La energía y los patéticos acentos del orador, arrancaron expresiones de admiracion al severo canciller, cosa desacostumbrada en él, y más digna de ser tenida en cuenta conociendo su hostilidad hácia Burke.

El mismo acusado pareció conmovido algun espacio, á pesar de la firmeza de su carácter. Las señoras que ocupaban las tribunas, poco habituadas á tanto lujo de elocuencia, y agitadas por la solemnidad del acto, y tal vez dispuestas á no dejar que pasara desapercibida una ocasion tan propicia de lucir su sensibilidad, se hallaban en estado indescribible: los pomos de sales circulaban de mano en mano, se oian suspiros y sollozos mal contenidos, no habia vagar en los pañuelos, y por lo que hace á mistress Sheridan, fué menester sacarla de la sala, casi desfallecida. Cuando el orador llegó á la peroracion, alzando la voz prorumpió en estas palabras: «Por todo lo expuesto, la Cámara de los Comunes de la Gran Bretaña me manda acusar á Warren Hastings, y lo acuso, señores, en nombre de la Cámara de los Comunes, por haber faltado á su confianza, cometiendo crímenes y delitos graves; lo acuso en nombre de la nacion inglesa, por haber manchado y escarnecido su antigua y esclarecida fama; lo acuso en nombre del pueblo indostánico por haber hollado sus derechos, y convertido su patria en desierto; y finalmente, en nombre de la naturaleza humana, en nombre de todos los tiempos y de todas las clases de la sociedad, acuso al enemigo comun y al opresor de todos.» Luego que se hubo hecho silencio y apagado el murmullo que se alzó al terminar Burke su discurso, dirigióse Fox á los lores á propósito de la marcha sucesiva del proceso; porque mientras deseaban los acusadores que los jueces fallaran sobre el primer cargo ántes de pasar al segundo, Hastings y sus abogados pedian que los comisarios terminasen las acusaciones y adujeran todos los testimonios antes de comenzar la defensa. Se retiraron entónces los lores para discutir el negocio, inclinándose á favor de Warren Hastings el canciller, y de los comisarios, lord Loughborough, que á la sazon figuraba en la minoría. Puesto á votacion, se decidió por tres votos contra uno seguir la marcha reclamada por Hastings, con lo cual se demostró de qué lado estaban las simpatías de los jueces.

Al reanudar la sesion, Mr. Fox, auxiliado de Mr. Grey, dió principio á su cometido de acusar á Hastings en lo tocante al asunto de Cheyte—Sing, y se invirtieron algunos dias leyendo papeles y oyendo testigos. El capítulo siguiente se referia á las princesas de Uda, y estaba encargado á Sheridan.

Habíase despertado con este motivo gran curiosidad en el público, y su arenga correcta, ingeniosa y brillante, que duró dos dias, satisfizo á todos, permaneciendo siempre llena la sala, y llegando, á lo que dicen, á pagarse 50 guineas por un billete de entrada. Al concluir el discurso, y con un conocimiento de los efectos teatrales que le hubiera envidiado su mismo padre (1), Sheridan se dejó caer como desmayado en brazos de Burke, el cual lo estrechó en ellos con muestras de afecto y admiracion.

Era ya muy entrado el mes de Junio; la legislatura no podia prolongarse mucho, y la acusacion se hallaba tan á su principio que, de veinte cargos, sólo se habian oido los considerandos para proceder respecto de dos. Agréguese á esto que hacía un año que Hastings tenía dada fianza carcelaria.

Si al inaugurarse las audiencias del tribunal mostró el público gran interes, que llegó luégo á su colmo con el discurso de Sheridan, despues comenzó á decrecer cada dia la excitacion, perdiendo, al fin, el espectáculo el atractivo de la novedad. Tampocolo que ya podia ofrecer era parte á seducir á los literatos hasta el extremo de hacerles dejar sus libros (1) Su padre fué actor.

muy de mañana, ni ménos para que las damas de la aristocracia salieran del lecho ántes de las ocho, habiéndose acostado á las dos de la madrugada. Interrogatorios y contrainterrogatorios, exámen de cuentas, lectura de papeles cubiertos de palabras ininteligibles para oidos ingleses: lagos y crores, zemindares y aumiles, sunnuds y perwannahs, jaghires y nuzzurs; disputas entre los comisarios y los abogados defensores, particularmente entre Burke y Mr. Law, que no daban en ellas pruebas ni de buen carácter, ni de buen gusto; lores, haciendo marchas y contramarchas interminables de su sala al tribunal, porque cada vez que surgia una duda sobre la manera de entender la ley, sus señorías se retiraban para discutir á puerta cerrada; y de aquí que, con razon, dijera un prócer que los magistrados andaban, pero que el negocio se estaba quedo.

Agréguese á esto que cuando comenzó la causa, en, no se hallaba preocupado el espíritu público de ningun asunto importante, interior ni exterior; así es que los procedimientos entablados en Westminster—Hall atrajeron entonces la atencion de las Cámaras y del público.

Pero el año siguiente, la enfermedad del Rey, las discusiones acerca de la Regencia y la espera de un cambio de ministerio distrajeron por completo al público de los negocios de la India. Quince dias despues de haber ido Jorge III á San Pablo para dar gracias á Dios por su restablecimiento, se reunieron en Versalles los Estados generales. En medio de la agitacion producida por estos sucesos, se dió al olvido casi, durante algun tiempo, el proceso de Warren Hastings.

Lánguidamente, pues, prosiguió su curso en Westminster—Hall. En la legislatura de 1788, cuando más interes ofrecia por su novedad y que los lores no se hallaban preocupados de graves y perentorios asuntos, consagraron al proceso tan sólo trein ta y cinco sesiones. En la de 79, la ley de Regencia ocupó á la Cámara alta hasta muy entrada la estacion; y como cuando el Rey estuvo restablecido comenzaron las visitas de cárceles, y con tal motivo tuvieron que salir de Lóndres los jueces y que aguardar los lores el regreso de los oráculos de la jurisprudencia, el resultado fué que no celebrasen sino diez y siete audiencias en todo el año; con lo cual era evidente que el negocio se prolongaria de una manera indefinida y sin ejemplo en los anales de la justicia.

A decir verdad, es preciso convenir que si una acusacion ha podido ser en el siglo XVII cosa útil y agradable al propio tiempo á causa de la magnificencia y esplendor de que se la rodeaba, no es en la actualidad el mejor sistema de procedimiento, ni tampoco debe de fiarse mucho en la eficacia de sus resultados. Porque, si bien los acuerdos y las sentencias y las votaciones de los Pares, tratándose de cualquier proceso ó litigio de los ordinarios y comunes, inspira desde luego confianza, y no hay dudas acerca de su imparcialidad, nadie fía en su justicia cuando comparece en su barra un alto funcionario público, á quien se acusa por delitos de Estado.

Todos son, entónces, hombres políticos. Así pasaba en aquella ocasion; que apénas si habia uno sólo entre los lores cuyo voto no fuera de antemano conocido. Pero, áun cuando nadie dudara de la rectitud de los jueces que entendian en el proceso de Warren Hastings, no sería posible que éstos pronunciaran la sentencia sino al cabo de mucho tiempo, en razon á que las Cámaras sólo están en funciones la mitad del año, á que durante la legislatura deben tratar y discutir acerca de multitud de negocios, y á que los lores magistrados, cuyo dictámen se hace necesario á los Pares, pasan una parte de las horas hábiles del dia en los tribunales, quedando de consiguiente á la Cámara alta poco espacio en cada legislatura para ocuparse de una causa tan complicada y difícil. Además, no hubiera sido razonable creer que sus señorías renunciaran á cazar perdices sólo por el deseo de administrar justicia con rapidez,castigando al culpado ó absolviendo al inocente..

Así se habian invertido siete años, cuando un tribunal ordinario, con sólo consagrar seis dias por semana al proceso de Hastings, lo hubiera terminado en ménos de tres meses.

En 1790 se disolvió el Parlamento, procediéndose á nuevas elecciones; y á pesar de haber eliminado muchos cargos de la acusacion, á fin de abreviar el proceso, hasta la primavera de 1795, esto es, cerca de ocho años despues que Hastings hubo comparecido en la barra de la Cámara de los Lores, no se pronunció la sentencia. El último dia de aquel tan prolongado procedimiento, pareció reanimarse la curiosidad pública, no porque se inquietara del fallo de los jueces, pues bien conocida era la opinion de la mayoría favorable á Hastings, sino por asistir á la ceremonia; llenándose con este motivo la sala de tanta concurrencia como la primera sesion. Pero los que asistieron á la última vista y tomaron parte en ella, despues de haber concurrido con igual carácter á la primera, estaban en corto número, y muy mudados en su mayor parte. Hastings decia que lo habian acusado ante una generacion, pronur.ciando ante otra su sentencia.

Votaron sólo veintinueve Pares, de los cuales solamente seis hallaron á Hastings culpable en lo relativo á su conducta con Cheyte—Sing y las Bégums.

En lo demas le fué más favorable aún la mayoría, quedando absuelto por unanimidad en algunos cargos. Entonces se le llamó á la barra, y despues de anunciarle el canciller que los lores le absolvian y declaraban libre, se retiró.

Absuelto y libre quedaba Hastings; mas, á decir verdad, excepto para su honra, mejor habria sido que lo hubieran condenado sus jueces desde un principio, imponiéndole de multa cincuenta mil libras esterlinas; pues ahora quedaba pobre al cabo de ocho años de tribulaciones. Inútil será decir que los gastos legales de la defensa fueron enormes, y que no aparecieron en las cuentas de sus procuradores los más considerables todavía que le ocasionó el mayor Scott y la prensa periódica y los folletos.

Tanto es así, que Burke manifestó en la Cámara de los Comunes, el año 1790, que Hastings habia invertido en corromper la prensa veinte mil libras. Demás de esto, la fortuna particular de su mujer desapareció en la quiebra del banquero á quien estaba confiada. No obstante, si el ex—gobernador de la India hubiera sido algo económico, habria podido, á pesar de tantos quebrantos, vivir el resto de sus dias desahogado y tranquilo; pero es fama que nunca tuvo prudencia en el manejo de sus asuntos particulares. El anhelo más constante de su corazon habia sido siempre recuperar á Daylesford, y al fin logró satisfacerlo, adquiriendo la finca el mismo año que comenzó su causa, y á los setenta de haber salido de la posesion de su familia. Pero como el castillo estaba en ruinas y el parque, desde largo tiempo hacía, en el mayor abandono, Hastings comenzó á plantar, á construir y á trazar lagos y grutas á tanta costa, que mucho ántes de ser absuelto por la Cámara de los Lores habia ya gastado en la restauracion y mejora de Daylesford más de cuarenta mil libras.

Eran de parecer los directores y propietarios de la Compañía que Hastings les habia prestado grandes servicios en el desempeño de su cargo, que todas sus desgracias dimanaban de esto, y que, por lo tanto, tenian para con él una deuda de gratitud que satisfacer. En consecuencia, propusieron sus amigos de Leadenhall—Street que se le reembolsaran los gastos del proceso, asegurándole, además, una pension de cinco mil libras; pero se hacía necesario el consentimiento de la comision examinadora, y Mr. Dundas, su jefe, que habia tomado parte en la acusacion de Hastings y estaba muy resentido todavía de los ataques de sus partidarios, se negó á ello, desairando á los directores. Acudieron éstos con representaciones, se discutió largamente, y entretanto, el ex—gobernador de la India se veia reducido á la mayor estrechez, costándole mucho trabajo hacer frente á sus gastos domésticos de más urgencia. Llegóse, al cabo de interminables deliberaciones, á un acuerdo, y se asignó por él á Warren Hastings una pension de cuatro mil libras, adelantándole diez años para que subsanara en parte sus pasados dispendios. Además se autorizó á la Compañía para prestarle cincuenta mil libras, reembolsables á plazos y sin interes. A pesar de esto, era tal su negligencia y prodigalidad, que más de una vez recurrió en demanda de auxilios pecuniarios á los directores, los cuales siempre se los concedieron generosamente.

En Daylesford pasó Hastings los veinticuatro últimos años de su vida, ocupado en hermosear el parque, en montar buenos caballos árabes, en criar ganados que luego enviaba á las exposiciones, y en aclimatar animales y plantas de la India. No descuidaba por eso la literatura; que si en todas las épocas de su vida fueron los libros cosa de su agrado, entonces se le hacian indispensables; y sin ser poeta en la verdadera acepcion de la palabra, componia con gran facilidad versos elegantes.

Al cabo de largos años, pasados en su retiro de la manera que dejamos referida, volvió Hastings á ser por un momento objeto de la atencion general, con motivo de renovarse (1813) la carta de la Compañía de las Indias orientales y de los debates á que dió lugar en el Parlamento; porque, como se acordara por la Cámara interrogar testigos á fin de ilustrar más el asunto, y Hastings representó en aquel país papel tan principal, fué llamado á la barra.

Veintisiete años hacía que, desde aquel mismo sitio, habia dado sus descargos á las acusaciones de Burke; pero la nacion ya no recordaba sus faltas y sólo tenía en memoria sus servicios, y al presentarse allí un hombre á quien la fama y grandeza de sus hechos habia colocado entre los más célebres de una generacion que ya no existia, creyó ver en él un resucitado, y el efecto fué inmenso y conmovedor. La Cámara lo recibió con aplausos, dispuso que le trajeran una silla, y cuando se retiró, todos sus individuos se levantaron y descubrieron. Los lores recibieron al ilustre anciano con iguales muestras de respeto. La universidad de Oxford le confirió el grado de doctor en derecho, saludándolo los estudiantes con vitores atronadores.

A estas muestras de la estimacion pública siguieron las de la real familia. Hastings prestó juramento como individuo del Consejo privado, siendo cordialmente acogido en una larga entrevista que tuvo con el príncipe regente. Cuando el emperador de Rusia y el rey de Prusia pasaron a Inglaterra, Hastings fué de su séquito en Oxford y en Guildhall, y á pesar de hallarse rodeado de una multitud de príncipes y de grandes capitanes, nadie lo eclipsó y todos le dieron muestras de respeto y admiracion.

El príncipe regente lo presentó al emperador Alejandro y al rey Federico Guillermo, diciendo públicamente S. A. que al hombre que habia salvado las posesiones británicas en la India se debian honores más elevados que los de un asiento en el Consejo privado, y que se tardaria poco en hacerle justicia.

Hastings creyó entónces que lo harian Par del reino; pero, por razones ignoradas de nosotros, quedó de nuevo frustrada su esperanza.

Cuatro años vivió todavía, disfrutando de buena salud, y al fin, á 22 de Agosto de 1818, cuando habia ya cumplido los ochenta y seis años, murió resignado y tranquilo.

A pesar de sus faltas, que no fueron leves ni escasas, sólo un cementerio debia recibir sus restos: el tempio del silencio y de la reconciliacion, donde se hallan sepultadas las enemistades de veinte generaciones; la grande Abadía, en cuyo recinto descansan en paz los cuerpos de los que agitó en vida las luchas de Westminster—Hall; alli hubieran debido mezclarse y confundirse las cenizas del ilustre acusado con las de sus no ménos ilustres acusadores.

Pero no fué así. No estuvo, sin embargo, mal escogido el lugar de su sepulcro, enterrando á espaldas de la parroquia de Daylesford, en un sitio que habia ya recibido los despojos de muchos antepasados de la familia de Hastings, el cadáver del hombre más célebre que haya llevado jamás su antiguo apellido.

Es probable que cerca de aquel lugar, siendo niño, hubiera jugado con otros de su edad, ochenta años antes, ó entregádose á románticas imaginaciones, que por inverosímiles y absurdas que á la sazon pudieran parecer, quedaron luégo eclipsadas por la realidad; pues no sólo habia el pobre huér fano rescatado la casa solariega de su familia y enaltecido más los blasones de sus mayores, sino conservado á la patria un dilatadísimo imperio, administrándolo con talento superior al de Richelieu y protegiendo en él la erudicion con la juiciosa liberalidad de Cosme de Médicis, viéndose atacado despues por una coalicion de formidables enemigos, contra quienes luchó diez años, alcanzando al fin la victoria sobre ellos.

Los que se propongan estudiar su carácter con fria imparcialidad, hallarán sin duda que carecia de dos circunstancias: respeto al derecho, y simpatía por los que sufren; siendo, ademas, poco severo en sus principios, y difícil de conmover su corazon.

Pero al propio tiempo que reconocemos ser imposible representarlo justo y misericordioso sin apartarse de la verdad, no podemos contemplar sin admiracion la grandeza de su ingenio, sus relevantes dotes de mando, sus talentos administrativos, su indomable valor, su celo ardiente por los intereses del Estado, y la fortaleza de su alma, que nunca vaciló, en ninguna circunstancia de la vida.