Estudios literarios por Lord Macaulay/Dante
DANTE.
En un estudio sobre la literatura italiana, el Dante reune cuantos títulos son necesarios para ocupar el primer puesto, por haber sido el primero y más grande escritor de su patria, y tambien el primero en descubrir y emplear todos los elementos de su lengua materna, obra laudable siempre, pero más entonces todavía; porque el latin que, bajo la influencia de las circunstancias más favorables y cultivado por los primeros humanistas, quedó reducido á ser lengua pobre, feble y no nada propia al culto de la poesía, en la época del Dante se corrompió más y se degradó con la adicion de multitud de vocablos é idiotismos bárbaros, aun cuando seguia cultivándose con cierta supersticiosa veneracion y alcanzando más acatamiento que en la época de su mayor grandeza, como que la Iglesia, los gobiernos y los claustros universitarios no usaban de otro idioma, y que cuantos aspiraban á distinguirse á título de poetas recurrian á él para expresar sus pensamientos. A veces acontecia que los galanes enamorados, movidos de lástima por la ignorancia de sus damas, declarasen su pasion en versos toscanos ó provenzales, y que algo se escribiera en libros de rezo en la jerga popular. Pero es lo cierto que ningun escritor habia imaginado siquiera que el dialecto de los villanos contuviera la energía y la precision necesarias á producir una ohra majestuosa y durable. El Dante acometió el primero esta empresa, descubriendo los ricos tesoros de pensamiento y de diccion que contenia el mineral, afinándolos y purificándolos y puliéndolos hasta que su brillo deslumbrase, y haciéndolos adecuados y propios á todos los usos de la vida práctica y del lujo. Por tal manera el Dante merece la fama de que goza, no solo por haber producido el más hermoso poema narrativo de los tiempos modernos, sino tambien por haber creado un idioma de incomparable melodía y singularmente propio á revestir las inspiraciones nobles y apasionadas de la forma que les conviene, esto es, de la expresion concisa, clara y austera que deben tener.
No faltará quien halle extraño este panegirico de la lengua italiana, porque, á decir verdad, la gran mayoría de los que pretenden saberla sólo conocen de ella las historietas que se leen al final de las gramáticas, como el Pastor Fido y un acto de la Aminta, y se verian en tanta dificultad para entender un canto del Dante como para descifrar un ladrillo babilónico; de donde se sigue la opinion generalmente admitida entre quienes conocen poco el asunto ó no lo conocen de que idioma tan admirable sólo es adecuado á la conversacion femenil, ó á la confeccion de floreos poéticos, ó al complemento de gorgoritos musicales, y útil no más que á los cultivadores de estas cosas.
De todos modos, es lo cierto que Dante y Petrarca han sido el Oromasdes y el Arimanes de la literatura italiana; y sin que tengamos el propósito de privar de su mérito al Petrarca, nadie podrá negarnos que en el caudal de elegancia, de ternura y de sutilidad que atesoran sus poemas, hay mezcladas algunas debilidades y gran suma de afectacion, ofreciendo por esta causa un concierto como aquel tan extraño que describió el poeta burlesco de Módena cuando dijo:
«S'udian gli usignuoli, al primo albore,
E gli asini cantar versi d'amore[1].»
No queremos tratar hoy, sin embargo, del mérito intrínseco de las obras del Petrarca, tarea que nos proponemos realizar más adelante, sino del efecto que produjeron en Italia, diciendo solamente que el encanto de su estilo florido y rico sedujo á los poetas y al público en general, apartándolos de la contemplacion de modelos más nobles y severos.
A decir verdad, aun cuando se hayan producido en lo antiguo algunas grandes obras originales, no han sido éstas apreciadas por los contemporáneos ni bien ni mucho. Podrá esto parecer paradoja; pero la experiencia lo prueba y la razon lo admite.
Bueno es para los espíritus creadores, que son los ménos, el no encontrarse entorpecidos y dificultados en su marcha por reglas establecidas ya y sancionadas anteriormente; pero perjudica por extremo á los que sólo pueden imitar y juzgar, que son los más. Las inteligencias superiores y aclivas no pueden quedar en reposo, y si en momentos de progreso y de adelanto intelectual se dan por satisfechas con seguir el camino trazado, luego, allí donde no lo hay lo abren, lo desbrozan y construyen. Así es como la Illada, lo Odisea y la Divina Comedia parecieron como astros luminosos en tiempos de oscuridad y casi bárbaros, y así debemos la mayor parte de las obras originales, producidas en tiempos de ilustracion, á hombres de clase infima relativamente y de poco cultivada inteligencia. Citaremos en la lengua inglesa, como ejemplo, el Viaje del Peregrino y el Robinson Crusoe, los cuales vienen á ser de todas las obras de imaginacion que poseemos en prosa, si no la mejores, las más originales, nuevas é inimitables. Si Bunyan y Defoe hubieran sido personas muy leidas y eruditas, hubieran publicado, tal vez, traducciones é imitaciones del frances; tanto es así, que no estamos seguros de si contaríamos en nuestra literatura con el Rey Lear si Shakspeare hubiera sabido leer á Sófocles.
Pero las circunstancias que son parte tan eficaz á desarrollar el ingenio, no son favorables á la ciencia de la crítica, porque como los hombres juzgan por comparacion, no pueden medir las proporciones de un objeto cuando carecen de esta circunstancia. Uno de los filósofos franceses (perdónenos Gérard), que acompañaron á Napoleon á Egipto, dice que la primera vez que vió la gran pirámide quedó sorprendido de hallarla tan pequeña. En efecto, la consideró aislada, en medio de inmensa llanura, sin objeto alguno cerca que le permitiera graduar sus proporciones; mas cuando á su pié se plantaron las tiendas del ejército y le aparecieron como puntos imperceptibles, comprendió la grandeza, la inmensidad de aquel esfuerzo supremo del poder humano. Del propio modo, solo desde que ha nacido una muchedumbre de autores de poca cuenta, se comprende el mérito de los grandes maestros de la literatura.
Existen abundantes pruebas de la admiración que así en su siglo como en el siguiente logró excitar el Dante; mas no de que se le admirase por su mérito verdadero. Apoya esta idea la circunstancia de que aquel varon eminente pareció siempre no haber sido capaz de apreciarse á si propio, como que en su tratado De vulgari eloquentia nos habla con cierto énfasis de lo mucho que ha hecho por la literatura italiana, y de la pureza y correccion de su estilo. «Sin embargo, dice uno de nuestros escritores favoritos, ni es puro ni correcto, sino creador[2]; pero teniendo en cuenta las dificultades con que hubo de luchar y que venció el Dante, más dispuestos nos hallamos que no el crítico frances á otorgarle tales elogios, áun cuando no constituyan ciertamente las cualidades indicadas sus títulos más claros é indiscutibles á nuestras alabanzas. No hay para qué decir que las cualidades que no alcanzaba á percibir el poeta mismo tenian pocas probabilidades de llamar la atencion de sus comentadores. El hecho es que el público tributaba grandes muestras de respeto á muchos detalles absurdos contenidos en sus obras, y á otros que no estaban en ellas, y que se pagaban maestros que explicaran y ponderaran su metafisica, su física y su teología, todas tres muy malas, cada cual por su estilo, y que los anotadores y comentaristas cegaban por descubrir el sentido alegórico de muchas cosas, en las cuales y en su sentido alegórico jamás habia pensado el autor; pero que entre tanto nadie imitaba, ni admiraba la fuerza incomparable de su estilo, ni el poder de su imaginacion. Arimanes habia prevalecido. La Divina Comedia era para aquellos tiempos tan incomprensible como la catedral de San Pablo para Omai, el tahitiano, que despues de haberla considerado un momento con aire indiferente, se entró en una tienda para ver y admirar cuentas de vidrio. Así tambien la Italia se dejó deslumbrar por la quincalla literaria durante cuatro siglos.
Desde la época del Petrarca hasta los tiempos de Alfieri, casi en cada página de la literatura italiana puede hallarse la huella de la influencia que ejercieron sus célebres sonetos, los cuales por la naturaleza misma de sus bellezas y defectos eran impropios al fin de servir de modelos. Casi todos los poetas de aquel periodo, cualesquiera que sean las diferencias que los separen por la calidad y fuerza de sus talentos respectivos, se hacen notables por la exageracion y otra circunstancia, que es la consecuencia necesaria de ella, á saber: la frialdad y la tendencia que demuestran á los adornos frivolos y de mal gusto, y, sobre todo, por su estilo extremadamente débil y difuso. El Tasso, Marino, Guarini, Metastasio y una multitud de autores de ménos importancia y reputacion, pasaban la vida encadenados en los mágicos jardines de una Alcina fingida y disfrazada, que ocultaba su flaqueza y deformidad bajo las engañosas apariencias de la hermosure y de la salud. El mismo Ariosto, Ariosto el Grande, se reposó un espacio, como su Roger, en medio de las flores y de las fuentes de agua cristalina y bullidora, y se dejó acariciar de la maga; mas, por suerte, poseia como su Roger un poderoso talisman y el caballo alado para huir de aquel paraíso artificial y falso y remontarse á la mansion donde toda luz y verdad tiene su asiento.
Mas no eran solamente los poetas graves, por decirlo así, los contaminados del mal; que los satiricos, y los cómicos, y los bufos adolecian tambien de idéntica dolencia. Nadie admira ciertamente más que nosotros las grandes obras maestras de la comedia italiana; pero, sin embargo, descubrimos en ellas, y lo deploramos, un gran defecto comun á todas. Porque al propio tiempo que abundan de ingenio, de gracia, de reflexiones atinadas y profundas y de frases felices, y que las costumbres, los caracteres y las opiniones se tratan en ellas con gran conocimiento de los negocios de la vida humana, fáltales algo, y este algo es que, aun cuando admiramos y reimos con la mejor voluntad, no ballamos nunca en ellas la furia de bacanal que inspiraba las comedias atenienses; el desprecio, y la intencion, y la saña que anima las invectivas de Juvenal y de Dryden, y la diccion lacónica, enérgica y acerada que hace tan picantes los versos de Pope y de Boileau: en una palabra, carecen de entusiasmo, de vigor, de concision y de cuanto sea obra de impulsos poderosos y vehementes, y pueda producirlos ó excitarlos. En cambio, abundan los pensamientos bellos, y las frases y palabras, más bellas todavía, que vienen como á recompensar del trabajo que produce la lectura de estos autores, la cual, recompensada y todo, resulta siempre trabajo. La Secchia Rapita, que bajo ciertos aspectos es el mejor poema de este género, es difuso, lánguido y cansado. Los animales parlan tes, de Casti, son insoportables; y si admiramos la destreza y el ingenio con que se maneja la intriga y la amplitud de las opiniones, y admitimos que no sea posible volver una página sin que hayamos descubierto en ella algo que merezca quedar grabado en la memoria, no por eso dejamos de reconocer que el libro es, por lo menos, seis veces más exLenso de lo que debia, y que la flojedad de su estilo es áun mayor defecto que el de la extension de la obra.
Parecerá, tal vez, á nuestros lectores que nos hemos extendido mucho y exagerado no poco al atribuir estos defectos á la influencia de las obras y del nombre de Petrarca, cuando es innegable que tambien son debidos en gran parte al desuso en que cayó el estilo del Dante, circunstancia que así demuestra la decadencia como el renacimiento de la poesía italiana. En efecto, al cabo de cuatrocientos cincuenta años, pareció un hombre capaz de apreciar y de imitar al padre de la literatura toscana en la persona de Vittorio Alfleri, el cual, como aquel principe de los cuentos de hadas, buscó y descubrió, al fin, á la doncella encantada en el retiro que la ocultaba desde hacía tantos años á los ojos de la humanidad. Las puertas de su palacio tenian los goznes enmohecidos y no cedian fácilmente; el polvo de muchos años se habia ido acumulando en las cortinas, lambrequines y colgaduras; los muebles eran antiguos y los colores de todas las cosas no parecian; pero all dormia, con el brillo inmaculado de su primera juventud, la beldad, cuyos encantos y formas seductoras valian por si solos más que la vivienda y sus galas marchitas, y que recompensó generosamente al osado aventurero que vino á sacarla de su profundo suefio. Cada verso del Felipe y del Saul, los dos gran des poemas del siglo XVIII, á nuestro parecer, demuestra la influencia ejercida sobre su autor por aquel genio poderoso que inmortalizó el funesto amor de Francesca y las angustias paternales de Ugolino. Alfleri legó el cetro de la literatura italiana al autor de Aristodemo, cuyo ingenio era igual casi al suyo y que podia considerarse como discípulo más celoso aún que él del gran florentino. Fuerza es reconocer que este poeta eminente llevó en más de una circunstancia á la exageracion su idolatría por el Dante; porque, como dice sir John Denham, no sólo imitó su traje, sino que se vistió de sus propias ropas, reproduciendo con frecuencia sus frases, é imitando su versificacion sin mucho criterio, en nuestro sentir. En cambio, desplegó algunas de las más nobles dades de su maestro, y sus obras pueden inspirarnos la esperanza de ver floreciente por largo espacio de tiempo la lengua italiana bajo una nueva dinastia literaria, ó mejor aún, bajo la dinastia legitima, que al cabo logró recuperar el trono luengos siglos ocupado por hábiles usurpadores.
El hombre á quien debe la literatura italiana su resurreccion nació en tiempos singularmente propios al desarrollo de sus extraordinarias facultades. El celo religioso, el amor y el espíritu caballeresco, y la libertad democrática, son los tres principios que han ejercido siempre influencia poderosa sobre las grandes colectividades, logrando cada uno á su vez excitar en ellas el más vivo entusiasmo y producir los cambios más importantes y de mayor trascendencia en el órden y manera de ser del cuerpo social. En la época del Dante, los tres principios, á veces mezclados, en lucha casi siempre, agitaban el espíritu público: la generacion precedente había sido testigo de los agravios y de las venganzas del bravo, cuanto amable y desgraciado emperador Federico II, poeta en un siglo de escolásticos, filósofo en un siglo de frailes, hombre de Estado en un siglo de cruzados; y durante toda la vida del poeta, la Italia hubo de sufrir las consecuencias de la lucha memorable que aquél sostuvo con la Iglesia; que las mejores y más preciadas obras de la imaginacion siempre se han producido en tiempos de turbulencias políticas, como las vides más lozanas y fructiferas, y las flores más bellas y perfumadas se dan siempre en aquellas tierras que fertilizó algun dia la lluvia de fuego de un volcan. Sin traspasar las fronteras de la historia literaria de Inglaterra, diremos que Shakspeare, bajo diversos aspectos, es el hijo de la Reforma, del propio modo que Wordsworth lo es de la Revolucion francesa; que, aun cuando los poetas huyen á veces de los negocios políticos, y áun afectan menospreciarlos, sin darse cuenta de ellos sufren su influjo, y mientras sus almas están en contacto de algun modo con las de sus contemporáneos, la conmocion eléctrica la reciben por medios indirectos y misteriosos, cualquiera que sea la distancia á que se produzcan.
En las grandes sociedades, en que la division del trabajo permite á los hombres especulativos observar los diferentes aspectos de la naturaleza, ó estudiar su propio espíritu lejos de los negocios políticos, acontece lo propio; pero en las repúblicas pequeñas, como la de que formaba parte el Dante, no acontecia de igual modo, porque, en aquellas sociedades, objeto al presente de los ataques más rudos por parte de los modernos maestros de la ciencia gubernamental, las facciones, al decir de éstos, son más violentas, porque se agitan en espacio li mitado y producen necesariamente los ódios y las venganzas personales, y que todos los ciudadanos deben ser soldados, como que la guerra puede ser inminente á cada hora, y ninguno está seguro al acostarse de no despertar llamado para rechazar ó vengar una injuria. Los griegos perdieron de esta suerte en luchas análogas la sangre con que hubieran podido conquistar un imperio permanente en el mundo, y la Italia malgastó en ellas tambien la energía y los talentos que le hubieran bastado para defender su independencia de los Papas y de los Césares.
Así es, en efecto; mas tambien estos males tienen sus compensaciones, porque no debe tanto la humanidad al imperio romano como á la sola ciudad de Atenas, ni á todo el reino de Francia lo que á Florencia. Los embates del espíritu de partido son tal vez un mal; pero desarrollan una actividad de espiritu que conviene excitar á cualquier precio en ciertos casos y condiciones sociales. Podrá ser perjudicial bajo determinado aspecto que todos los ciudadanos empuñen las armas; pero tambien es cierto que allí donde esto sucede no hay ejércitos permanentes, los cuales ofrecen siempre el espectáculo de grandes colectividades de hombres, adiestrados en matar, que viven destruyendo y exponiéndose á la destruccion, que combaten sin entusiasmo y que vencen sin gloria, para ir luego al hospital si caen heridos; que no es otra la suerte reservada en la mayor parte de Europa á los soldados. En cambio, para el ciudadano de Milan y de Florencia, batirse, no en el sentido vago que se da generalmente á esta palabra, sino en realidad de verdad, por el hogar y las aras, era algo, y algo tambien ir al combate bajo las órdenes del célebre Carrocio, objeto de su veneracion, y saber que su anciano padre, de pié sobre los baluartes, contemplaba sus proezas, y que sus amigos y rivales eran testigos juntamente de su gloria. Si caia en la refriega, no eran manos mercenarias ó indiferentes las que lo asistian; que muy luego entraba en los muros que habia defendido, y su madre ó su esposa lo cuidaban, y el mismo anciano sacerdote que perdonó los devaneos de su juventud, lo absolvia, y su amada recibia de sus labios el adios postrero. No hay espada mejor que la becha con la reja del arado. Esto tiene inconvenientes y peligros; pero se hallan mitigados por el entusiasmo y suavizados por el afecto que despiertan y avivan, y porque, además, nada es más propio á desarrollar el génio de la poesía en las imaginaciones ardientes y en los espíritus observadores.
Las tendencias religiosas y políticas de aquel tiempo iban encaminadas á idéntico fin. La época lo era de fanatismo, y áun cuando sea este mal muy grave, no es el peor de todos; porque bueno es que los pueblos se sustraigan á ciertos modos de ser que los degradan y embrutecen; que fas inteligencias se aparten de los objetos puramente sensuales; que haya algo que las obligue á meditar sobre los misterios del mundo moral é intelectual, aun cuando al hacer esto caigan en ciertos errores, y que se aparten de sus intereses puramente materiales y egoistas para pensar en lo pasado, lo porvenir y lo más remoto. Las religiones más absurdas han producido á veces todos estos efectos juntamente; pero la católica las ha superado siempre, porque, áun en los tiempos de su mayor intolerancia, no perdió nunca de vista la divina inspiracion del Maestro supremo, cuyos preceptos forman el código más completo y elevado de perfeccion moral, y cuya vida nos ofrece el ejemplo más perfecto y acabado de todas las virtudes. El catolicismo es, por otra parte, la más poética de las religiones; porque si bien la supersticion antigua poblaba la imaginacion de imágenes y cuadros seductores, no lograba ejercer influencia sobre el corazon humano; y si las doctrinas de las Iglesias reformadas la han tenido poderosa en el alma y la vida, ninguna consiguió jamás ofrecer espectáculos de belleza y grandiosidad sensible, mientras que él ha reunido siempre á los severos principios de la una cuanto . Coleridge llama la hermosa humanidad. Su inspiracion ha dilatado los horizontes de las artes; la pintura y la escultura, merced á ella, han revestido las formas de más atractivo y de mayor encanto, belleza y majestad, oponiendo el Moisés de Miguel Angel al Júpiter de Fidias, y la seduccion tranquila, reposada, ideal, mística, incomparable de la Virgen Madre á la hermosura sensual de la reina de Chipre; las leyendas de sus mártires y de sus santos, cuyo interes é ingeniosa delicadeza es tan grande, á las fábulas milológicas de la Grecia; sus ceremonias deslumbradoras, á los otros cultos, y luego la grandeza de su poder secular, tan admirado de los hombres políticos; y como al propio tiempo mantiene las doctrinas más solemnes del cristianismo, á saber: la encarnacion del Verbo, el juicio, la retribucion y la eternidad de las penas ó de la felicidad, ha tenido siempre, del propio modo que las antiguas religiones, incalculable fuerza en su organizacion; pero sin tornarse nunca, como ellas, en simple institucion politica ó de aparato ceremonioso.
Al despuntar el siglo XIII, como lo ha dicho Maquiavelo, se inauguró un gran período de repacimiento de tan extraordinario sistema; y la política de Inocencio, el establecimiento de la Inquisicion y de las órdenes mendicantes, las guerras contra los albigenses, los paganos de Oriente, y los desgraciados principes de la casa de Suabia, conturbaron á la Italia durante las dos inmediatas generaciones; influencias todas que pesaron mucho sobre el Dante, agitando su alma y afligiéndola de una manera extraordinaria, que se reflejó despues en todos los actos de su vida. Amó en su juventud con pasion profundo y desgraciada, y tan honda huella dejó en él, que áun despues de haber pasado de esta vida Beatriz, su recuerdo no cesó de perseguirlo, si que fuera parte á disiparlo ni los excesos, ni la ambicion, ni el infortunio. Era creyente, además, sincero y fervoroso; y si los abusos de la Iglesia romana le causaban enojo, acataba con ternura y veneracion entusiastas sus doctrinas y su rito; y cuando, al cabo, se vió expulsado de su patria y en la necesidad de saber por experiencia propia, tanto más cruel y dolorosa cuanto era más opuesto á ella su carácter, lo amargo que es el pan de la servidumbre y lo escarpada y áspera que es de subir la escalera de un amo[3], su pecho lacerado buscó alivio y consuelo en la religion; revistió de atributos místicos y gloriosos á su amada, objeto permanente de sus más dulces imaginaciones; la dió asiento entre las potestades de la jerarquía celestial, y la supuso mandataria de la eterna sabiduría para velar por elpecador errante y sin ventura que la quiso en esta vida de tan acendrada y singular manera[4]. Y por una confusion semejante á la que se produce en los sueños, le aconteció á veces que olvidara la naturaleza humana de Beatriz, y áun su existencia personal, para no considerarla sino es como uno de los atributos de la divinidad.
Pero las esperanzas religiosas que libertaron á tau sublime y fervoroso entusiasta de los terrores de la muerte, no lograron hacer más plácidas y tranquilas sus meditaciones respecto de la vida, porque en él se descubre la misma inconsecuencia de que adolecen por lo general los hombres de su templeque siempre aguardan el bien pasados que sean de este mundo sin echarlo de ver en él. A esta circunstancia debe atribuirse, no á otra, la superioridad relativa de sus descripciones del cielo, comparadas con las que hace del inflerno ó del purgatorio. Porque las pasiones y las miserias de los que sufren le inspiran profunda simpatia, no así los bienaventurados, cuya felicidad inefable y delectacion suprema no comprende ni se explica. Tanto es así, que nos parece verlo contemplar en éxtasis aquellos espiri tus radiantes y gozosos del sumo bien, solo, en un apartado rincon de su aposento, con la frente ceñuda y sombría y velada de indescribible dolor, y los labios contraidos con el acerbo desden que nos muestran sus retratos, cosas ambas que bastarian á inspirar el pincel del artista que se propusiera dar á la humanidad una idea de lo que será el rostro del demonio.
En ninguno de cuantos poetas han existido se ven unidas la naturaleza moral y la intelectual de una manera lan estrecha y lan intima como en el Dante. A nuestro parecer, la razon del efecto que produce la Divina Comedia consiste en la fe que la inspira, y bajo este aspecto los únicos libros que se le asemejan son los Viajes de Gulliver y el Robinson Crusa, porque la gravedad de sus afirmaciones, elencadenamiento y la minuciosidad de sus detalles, el improbo trabajo que se toma para persuadir al lector de la forma y proporciones exactas de cuanto describe, todo, en suma, presta traza de verdad á lo que finge, por más extraño que parezca. Debilitaríamos la fuerza de nuestras afirmaciones citando ejemplos que abundan en el cuerpo de su obra y á los cuales debe la influencia fascinadora que ejerce sobre las imaginaciones este monumento literario, y que son la verdadera justificacion de muchos pasajes que los malos críticos han condenado como grotescos en él. Pero al llegar á este punto no podemos por menos que deplorar que M. Cary, á quien el Dante debe más que ningun otro poeta á su traduetor, sancione con sus palabras un cargo impropio de su sagacidad. «Se hallaba de tal modo preocupado, dice, de la definicion de todas sus imágenes para ponerlas á nuestro alcance y someterlas al pincel, que casi rayaba en lo grotesco, allí donde Millon llegaba á lo sublime.»
Cierto es que el Dante no ha vacilado nunca en revestir sus inspiraciones de una forma determinada, y que ha dado medidas y cifras allí donde Miltoo hubiera dejado flotar sus imágenes de una manera incierta y vaga envueltas en nubes de palabras. Ambos tenían razon; pero como Milton no pretendía persuadir á nadie de que hubiera estado en el cielo ni en el infierno, podia limitarse á magníficas generalidades, lo cual no acontecia al viajero solitario que iba errante por la region de los muertos. Si el Dante hubiera descrito la mansion de los espíritus maldecidos en un lenguaje análogo á los versos admirables del poeta inglés; si nos hubiese hablado «de un mundo creado por obra de una imprecacion de Dios, y en el cual la muerte tuviera su asiento; mundo bueno sólo para el mal, donde muere la vida para resucitar en la vida de la muerte, y la naturaleza pervertida no produce sino es monstruos, prodigios abominables, indecibles, peores que todo cuanto ha podido imaginar la fábula ni suponer el terror, más que las Gorgonas, las Hidras y las horribles Quimeras,» sin duda hubiéramos hallado esto muy bello. Pero ¿qué hubiera sido entonces de la fuerte impresion de realidad que debia producir el Dante, sobre toda otra cosa, para realizar su plan? Fuerza era que describiese minuciosamente las cosas terribles, todos los prodigios que, segun él, otros hubieran reputado inenarrables, que refiriese con tono de verdad lo que ni la fábula llegó á suponer, y que revistiera de cuerpo lo que ni el miedo pudo sospechar. Confesamos sinceramente que la vaga sublimidad de Milton nos conmueve ménos aún que estos detalles tan censurados al Dante; porque si cuando leemos á Milton sabemos que se trata de un gran poeta, cuando leemos al Dante desaparece el poeta, para dejar espacio al hombre que vuelve «del valle del abismo doloroso[5], y nos parece que lo vemos con los ojos dilatados por el horror, y que percibimos los entrecortados acentos de que acompaña su terrible historia. Consideradas sus descripciones bajo este punto de vista, son lo que debian ser, y definidas en sí mismas, nos sugieren ideas por todo extremo sorprendentes y terribles que, aun inspiradas por imágenes terrenales y explicadas en lenguaje lerrenal, causan efecto fantástico y sobrenatural en grado sumo. Esto consiste, á nuestro parecer, en que los séres de diversa naturaleza que nosotros nos producen escasa impresion mientras los consideramos solo bajo el punto de vista de su naturaleza propia, y en que cuando traspasamos el abismo que los separa de nosotros, cuando recelamos siquiera relaciones indefinibles entre las leyes del mundo visible y las del mundo invisible, se despiertan entonces en nosotros las emocionesmás vivas tal vez de que nuestra humana condicion sea susceptible. ¡Cuántos son los que temen las apariciones y no a Dios, áun estando más convencidos de la existencia de la divinidad que de la realidad de las apariciones! En tanto que así suceda, podrá ser grotesco, inconsecuente, contrario á la filosofía, atribuir a los seres sobrenaturales lenguaje y acciones humanas; pero como será esta la única manera de influir sobre el corazon, seguirá siendo la única que convonga á la poesía. Shakspeare lo comprendió así, porque comprendió bien todo cuanto dependia de su arte. ¿Quién no simpatiza con Ariel, volando al ponerse el sol, caballero en un murciélago, ó aspirando con las abejas el azúcar de las flores? ¿Quién no se estremece contemplando el caldero de Macbeth? ¿Qué filósofo no se conmueve pensando en la extraña relacion que existe entre los espíritus infernales y la sangre de raquella marrana que devoró sus nueve lechoncillos?»» Pero nadie ha realizado como el Dante la tarea dificil de representarnos séres sobrenaturales de una manera que ni sea ininteligible, ni se halle tampoco en oposicion con nuestras ideas sobre su naturaleza; y en prueba de ello, apelamos á tres ejemplos, tal vez los más notables, á saber: la trasformacion de las serpientes y de los ladrones, en el canto XXV del Infierno; el pasaje relativo á Nemrod, en el XXXV del mismo libro, y la magnífica procesion del XXIX del Purgatorio.
Las metáforas y las comparaciones del Dante concuerdan de una manera singularmente admirable con la grande apariencia de realidad que acabamos de indicar, y son de indole tan especial, que tal vez sea el único poeta cuyos escritos se tornarian más oscuros aún si se les despojara de semejantes adornos. Porque sus comparaciones antes parecen las de un viajero que no las de un poeta; y como no las emplea para dar muestras de ingenio, ni para seducir al lector, ofreciéndole á su paso imágenes que lo fascinen, sino que compara, á fa dar idea exacta de los objetos que describe, relacionándolos con otros generalmente conocidos, de ahí que la pez hirviendo de Malebolge se parezca á la del arsenal de Venecia, y el muelle por el cual sigue las orillas del Flegeton se parezca al dique establecido entre Gante y Brujas, y los lugares en los cuales se hallan los sacerdotes simoniacos sean como las pilas bautismales de San Juan de Florencia. Cuantos hayan leido el Dante recordarán perfectamente otros muchos ejemplos de la misma indole, que aumentan las apariencias de sinceridad en la relacion, y que son parle lan eficaz á prestarle mayor interes.
Las más de sus comparaciones parecen destinadas á dar idea exaela de su manera de sentir en determinadas circunstancias; pero si el lenguaje de los pueblos civilizados no basta á veces para expresar con exactitud los tonos delicados del dolor, del miedo y de la cólera, ¿cuánto más difícil no será definirlos á un dialecto rústico y tosco? Por eso emplea el Dante la manera más gráfica y al propio tiempo más poética de referir lo que siente; y como ejemplo aduciremos uno, entre muchos que pudiéramos citar, comprensible á los que hayan experimentado la turbacion que produce en el ánimo una mala nueva, al recibirse sin más preámbulos: de la duda, del estupor que se apoderan de nosotros y nos inquietan y agitan en orden á la verdad de nuestras impresiones en aquellos momentos. «Estaba, dice, como quien sufre horrible pesadilla, y que al propio tiempo desea soñar; de tal manera, que anhela sea lo que es cual si no fuera.» Asi son las comparaciones del Dante, que reciben su belleza del texto mismo y se la devuelven con creces, pero del cual no es posible separarlas; al contrario de las de Homero y de Milton, que no son sino es digresiones que nada pierden de su hermosura y de sus galas alejadas de sus obras. Y para que nuestros lectores se persuadan más aún de que estos primorosos bordados del poeta florentino es imposible arrancarlos de la tela en que lucen sin que sufran grave detrimento así el fondo como lo accesorio, les recomendaremos que se fijen cuantos sepan la lengua italiana en la comparacion de los carneros en el tercer canto del Purgatorio, la cual, en nuestro concepto, es en su género la obra más perfecta, original, pintoresca y bella de cuantas existen.
Adviértese, leyendo la Divina Comedia, cuán escasa impresion produjeron en el ánimo del Dante las formas del mundo exterior; que todas sus observaciones se fijaban, debido á su carácter y á la situacion especial en que se hallaba, casi exclusivamente en la naturaleza humana, como lo demuestra el admirable principio del octavo canto del Purgatorio. Cede á otros la tierra, el Océano y los cielos, y se reserva la humanidad; deja que otros se exlasien contemplando la noche, las estrellas y las nubes iluminadas por la claridad de la luna; para él, sus horas tranquilas y serenas, lo son de los recuerdos tiernos y enamorados, ocasionadas á conmover el corazon del navegante y del peregrino, y á que lloren los mortales la partida de un crepúsculo que no volverá.
Las ideas de nuestra época ban tomado rumbo muy diverso, y las magnificencias del mundo físico y su influjo sobre el humano espíritu constituyen el tema predilecto de los poetas contemporáneos más eminentes, y por no ser ménos, la turbamulta de los poetastros y de los forjadores de sonetos considera como requisito indispensable del carácter del poeta el desarrollo de una manera de sensibilidad tan exquisita que le produzca inefable deleite «<la tersura de las hojas verdes y el aterciopelado de las flores,» y tratan con soberano desprecio á cuantos por su mal no saben, como dice Perseo, «ni plantar un bosque en sus versos, ni encomiar las dulzuras del campo. Pero la fe poética ortodoxa es más católica en sus tendencias, pues para ella el objeto de contemplacion mas digno que tenga el hombre sobre la tierra es él mismo; y áur, cuando el universo, bajo todas sus formas y manifestaciones más bellas, forma parte de su imperio dilatado, su residencia principal, eu santuario, por decirlo así, lo ha establecido en el seno de los infinitos modos de ser y de los impenetrables misterios del alma:
«In tutte parte impera, e quivi regge:
Quivi e la sua cittade, e l'alto seggio[6].»
La indiferencia del poeta florentino por las bellezas de la naturaleza no parecerá falla imperdonable á los que piensen así, sobre todo si advierten que, á excepcion de Shakspeare, ninguno ha conLemplado la humanidad con mirada más penetrante que la suya. Hemos dicho que su poesía reflejaba su carácter. En efecto, su estilo era él. Se complacía en describir pasiones lúgubres, y todo amor que no fuera el casi místico que le inspiraba Beatriz muerta, le producia enojo, tanto, que la triste historia de Rimini es casi excepcion única en su obra.
No sabemos si alguien ha hecho ántes que nosotros la observacion de que Swift y él ofrecen un punto de semejanza en el carácter de su misantropía; porque las imágenes parecen ejercer sobre él tal fascinacion, que expone á sus lectores con toda la energía de su estilo incomparable cuanto puede hallarse de más repulsivo en una cloaca ó en una sala de anatomía.
Demas de esta, existe otra particularidad en el poema del Dante que merece ser notada tambien.
La mitología griega, que no ha logrado hacer nunca buena liga con la poesía moderna, se ha empleado por algunos autores, aunque sin éxito, en sus obras, los cuales nos han ofrecido las divinidades de la fåbula como representaciones alegóricas del amor, del vino ó de la sabiduria, cosa que las ha tornado débiles y frias por extremo. Podrá suceder que admiremos el ingenio que ha presidido á la composicion en que lales recursos se emplean; pero es lo cierto que ningun interes pueden inspirarnos unos séres á quienes el escritor no consiente que concedamos, siquiera por breves momentos, existencia convencional. Las mismas alegorías de Spenser apónas si son tolerables hasta que se logra olvidar que Una quiere decir inocencia, y se la considera como mujer perseguida, que protege un generoso paladin. Y aquellos que con más criterio y mejor juicio procuraron conservar la personalidad de las divinidades clásicas fracasaron, con la circunstancia agravante de parecer imitadores. Eurípides y Cátulo creian tanto como nosotros en Baco y Cibeles; pero vivian entre gentes que creian en tales divinidades, y de aqui que sus pensamientos, ya que no sus opiniones, tomaran cierto colorido, como se nota en las bellísimas de las Bacantes y de Atys.
Nosotros, á nuestra vez, estamos formados y preparados por y para lo que nos rodea, y no será posible por tanto á ningun poeta moderno forzar su imaginacion hasta el punto de que logre producir obras semejantes.
El Dante fué el único, entre los poetas modernos, que no incurrió en alegorías ni ménos aún en imitaciones, siendo por tanto el único que ha podido introducir con algun éxito las ficciones antiguas en su fábula. Su Minos, su Pluton y su Caron inspiran verdadero espanto, y nada más original y bello que el uso que hace del Leteo. Por otra parte, no reviste á sua personajes mitológicos en ningun caso de atribuciones incompatibles con el dogma católico, ni dice de ellos cosa que un buen cristiano de su tiempo no pueda creer posible y hacedera; de donde resulta que estos pasajes nada tienen de pueril, ni de pedantesco, sino al contrario, porque el uso tan singular que hace de los nombres clásicos sirve para sugerir al espiritu una como vaga y solemne idea de revelaciones misteriosas, anteriores á toda historia conocida, y cuyos dispersos fragmentos se hubieran conservado en medio de las imposturas y de las supersticiones religiosas posteriores. A decir verdad, la mitologia de la Divina Comedia es de la primitiva y gigantesca, y en ella respiran Homero y Esquilo, no Claudio y Ovidio, siendo esto tanto más notable, cuanto que el Dante parece haber ignorado por completo la lengua griega, y que sus modelos predilectos en latin solo podian ser parle á inducirlo en error. Y llegados á este punto, diremos que mostró siempre grande admiracion por escritores que se hallan muy por debajo de él, particularmente por Virgilio, quien, á pesar de su elegancia y de su cultura, dista mucho de la profundidad y originalidad de espiritu que caracterizan á su adorador florentino. De lo cual puede inferirse y establecerse como regla infalible que los grandes poetas son malos críticos, porque su espiritu sufre con facilidad la influencia de muchas asociaciones de ideas que pasan desapercibidas á los demas, y porque el peor escritor puede hacer vibrar en sus oidos una nota que les despierte multitud de imágenes seductoras; semejantes en esto á los gigantescos esclavos de Aladin, que dotados como se hallaban de poder incomparable, se sometian dóciles y obedientes á la voluntad del primero que tocara un talisman cuya virtud y eficacia ignorasen ellos mismos. Asi vemos á la Tilania de Shakspeare, fascinada por una cabeza de asno, prodigarle tiernas caricias y coronarla de flores, y á una multitud de hombres de felicísimo ingenio admirar y áun imitar los poemas atribuidos á Ossian, cuando carecen por completo de mérito, como no sea el que puede ofrecer una fábula inverosimil, informe, vacía y absurda, verdadero caos de palabras.
El estilo del Dante es el más original, si no el más grande, de sus méritos literarios, y nada puede comparársele, ni en los tiempos antiguos ni en los modernos, empezando por los maestros del arte griego. Sus palabras son siempre las más breves y las mejor escogidas, y la primera frase de que reviste su pensamiento es tan enérgica siempre y tan preciosa y tan expresiva, que las amplificaciones perjudicarian á su efecto maravilloso en vez de contribuir á su lucimiento, como que tal vez no haya existido escritor alguno en ninguna lengua que ofrezca pinturas tan enérgicas en cuadros trazadostan rápida, fácil y lacónicamente; perfeccion de estilo que constituye el mérito principal del Paraíso, que por otros conceptos se halla muy distante de valer tanto como las dos primeras partes del poema, pero cuya fuerza y belleza de diccion es tan irresistible que lleva al lector á traves de las largas tiradas teológicas y de historia eclesiástica que rebosan en ésta. Absurdo pareceria que citáramos fragmentos del poema como para encarecer su mérito sobre lo demas, porque para ser justos habríamos de reproducir los cien cantos de que consta.
No obstante, el tercero del Infierno y el sexto del Purgatorio son incomparables en su género, siendo el mérito de este último ántes oratorio que no poético, de tal modo, que no recordamos nada que iguale ni aun se acerque á lo acerado de las inveclivas y á lo punzante de los sarcasmos que contiene en ninguno de los más famosos discursos que produjo la elocuencia aleniense en los tiempos de su mayor lucimiento. El hombre de Estado más elocuente de nuestra época decia con este motivo que, despues de Demóstenes, deberian estudiar al Dante los que aspiran á distinguirse en la tribuna ó el foro.
Tiempo es ya de que demos término á esta crítica descosida y floja; pero no lo haremos sin decir ántes que de cuantas traducciones conocemos en inglés de la Divina Comedia, la de Cary es la mejor, así por la fidelidad con que está hecha, como por el talento verdaderamente poético de su autor, circunstancias esencialísimas que, unidas á su profundo conocimiento del italiano y á su habilidad consumada en el manejo del idioma patrio, hacen de ella una obra de singular mérito y por extremo notable.
- ↑ Tassoni, Secchia rapita, 1. 6. «Al despuntar del alba se oian cantar los ruiseñores, en concierto con el rebuznar de los asnos, yersos amorosos.»
- ↑ Sismondi. Littérature du midi de l'Europe.
- ↑
Tu proverai si come sa di sale
Lo pane altrui, e come é duro calle
Lo scendere e'l salir per l'altrui scale.
Paradiso, c. XVII. - ↑ «L'amico mio e non della ventura.» Inf. c. II.
- ↑ La valle d'abisso doloroso. Inf., c. IV.
- ↑ Inferno, canto, I.