Estudios literarios por Lord Macaulay/Dramáticos ingleses

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DRAMÁTICOS INGLESES
DE LA RESTAURACION.




Las obras de Wycherley, de Congreve, de Vanburgh y Farqubar son de tal índole, consideradas en conjunto, que muchas personas peritas y respetables no quisieran verlas reimpresas. Disentimos de su parecer en este punto, porque no creemos que aquellas producciones literarias que han logrado ejercer grande influencia en el humano espíritu y que reflejan, por decirlo así, el carácter de un período importantísimo de la historia, bajo el punto de vista literario, politico y moral, deban ser condenadas al olvido. Y si estamos en error sobre este punto, nos consuela equivocarnos con los hombres y las corporaciones más graves del Reino Unido, y más particularmente con la Iglesia de Inglaterra y los rectores de los establecimientos de enseñanza que se hallan en más directa relacion con ella. Porque tanto unos como otros, como todos, profesan el principio de que nunca debe prohibirse al estudiante por razones de moral la lectura de ningun libro que se recomiende por las galas del estilo, ó por la luz que arroje sobre la historia, la organizacion ó las costumbres de los pueblos. Las comedias atenienses, por ejemplo, en las cuales sería difícil leer cien versos seguidos sin tropezar con algun pasaje que hiciera subir los colores al rostro de Rochester, se han reimpreso en tiempo de Pitt y de lord Clarendon, bajo la direccion de personas doctísimas, delegadas al efecto por los claustros universitarios, y anotado copiosamente por la flor y nata de los más reverendos comentaristas. Además, vemos cada fin de curso académico que los jóvenes más distinguidos de la nacion, á presencia de un senado de obispos y de sabios teólogos, se examinan de materias que versan sobre asuntos como la Lysistrata, de Aristófanes, verbigracia, y la sexta sálira d Juvenal. Cierto es que se presta un poco á comentarios ver un cónclave de prelados y de doctores de la Iglesia, tribulando alabanzas y recompensando á los escolares por su conocimiento y familiaridad con escritos tales que, comparados con ellos, serian de honesto pasatiempo los cuentos más inmorales de Prior; pero en lo que á nosotros respecta, diremos con llaneza que así es como entendemos que debe dirigirse la enseñanza, y que las ilustradas y respetables personas que la tienen a su cargo un nuestra patria cumplen bien asi su elevado magisterio. Porque está fuera de duda que el estudio profundo de la literatura antigua desarrolla y fertiliza y enriquece la inteligencia, así como tambien que el hombre euyas facultades se desenvuelven com tan nobles ejercicios reune más probabilidades de ser útil á la Iglesia y al Estado que no el ignorante ó poco leido en literatura clásica.

Por otra parte, dificil es persuadirse de que en una sociedad tan ocasionada á peligros y tentaciones como es la nuestra, se tornen los jóvenes viciosos con la lectura de Aristófanes y de Juvenal, si antes de tomar sus obras en las manos eran de buénas costumbres y de conducta regular y morigerada; porque quien se halla expuesto á todas las influencias del estado social en que vivimos y tema la que puedan ejercer sobre él unos cuantos versos griegos ó latinos, se antoja tan discreto como aquel á quien llevaban á ahorcar una mañana de lluvia y pidió paraguas por miedo de constiparse. La virtud de que la sociedad está menesterosa es de una virtud robusta y fuerte, no flaca y enfermiza, que pueda, sin riesgo alguno, exponerse á los peligros inseparables del uso enérgico y frecuente de las facullades, no que haya de vivir cerrada en invernáculo, temerosa siempre del aire libre por aprension del contagio y que repugne los alimentos mejores y más nutritivos como demasiado exeitantes. Absurdo seria, en verdad, impedir á los hombres que adquiriesen aquellas cualidades que pueden hacerlos más aptos á desempeñar con honra su papel en esta vida en bien propio y de la patria, haciendo este sacrificio á la quimérica esperanza de conservarles la flor de la inocencia, que al cabo han de perder, y que basta un paseo por ciertas calles para marchitar por completo.

De inconsecuentes podria tachársenos, si al propio tiempo que defendemos la conveniencia de quela juventud estudie en autores como Teócrito y Cátulo, nos opusiéramos á la reimpresion de La Provinciana (The Country Wife), ó de La vida del Mundo (The Way of the World), por ejemplo. Porque, si bien es cierto que los autores ingleses inmorales del siglo XVII tienen ménos disculpa que los de Grecia y Roma, no lo es ménos que los peores libros ingleses del siglo XVII son cultos y honestos si se comparan con muchas obras que nos ha legado la clásica antigüedad. Platon valía mucho más que sir George Etheredge[1]; pero, en cambio, ha escrito cosas tales que hubieran avergonzado á Etheredge; y Buckhurst y Sedley[2], áun en aquellas orgías de la posada del Gallo, en Bow Street, que atraian sobre sus convidados las silbas de la multitud y el rigor de los jueces, nunca se hubieran atrevido á emplear frases parecidas siquiera á las que se dejaron decir Sócrates y Fedra, aquella hermosa tarde que pasaron á la sombra de un frondoso plátano, arrullados de las cigarras y del suave murmu- llo de la vecina fuente. Si es justo y natural deseo ver á la juventud instruida en órden al gobierno y las costumbres de unas repúblicas que vivieron en la remota antigüedad de los tiempos, cuya independencia sucumbió hace más de dos mil años, cuya lengua no se habla hace siglos, y que no han dejado en pos de sí otra cosa sino es columnas ó frisos rotos para dar testimonio de su pasada grandeza, es aún mucho más importante que conozca de una manera perfecta la historia del espíritu público en su propio país, y que investigue las razones, la naturaleza y el alcance de las revoluciones que, así en las ideas como en el modo de ser se han verificado de doscientos años á esta parte, haciendo subir y bajar con su movimiento de flujo y reflujo el nivel de la moralidad pública. Este género de ensefianza no se adquiere con las discusiones del Parlamento, ni con la lectura de papeles políticos, ni con las obras de los historiadores graves, sino que es necesario ir á buscarla al dominio de la literatura ligera, en boga en diferentes épocas de la historia. Así es que no censuraremos nosotros el trabajo de los compiladores que, como Mr. Leigh Hunt[3], se han consagrado á reunir y coleccionar las obras de Wycherley, de Congreve, de Vanbrugh y Farquhar, sin que por eso tengamos la pretension de recomendarlas á las madres de familia á título de buena lectura para sus hijas.

Pero, si bien hallamos perfectamente justificada la publicacion de un libro como este, no podemos hallarnos de acuerdo con Mr. Leigh Hunt, cuando parece suponer destituida de fundamento la acusacion de inmoralidad lanzada tantas veces contra la literatura dramática de la restauracion. No decimos con esto que haya debido mostrarse tan severo en sus juicios como lord Angelo, sino es que gentes tan depravadas como las que hallamos ahora en el banquillo merecian, cuando menos, ser objeto de una reprimenda, Lo de la indulgencia con que las trata Mr. Leigh Hunt; indulgencia que nos predispone, tal vez, á emplear con ellas, al juzgarlas, excesivo rigor.

Hemos dicho que nos sentimos inclinados á emplear rigor excesivo en la apreciacion de sus obras; pero la frase no es exacla, ni expresa bien nuestro pensamiento, porque no acertamos á calificar con propiedad unas producciones literarias que son la vergüenza de la lengua inglesa y del carácter nacional. Ingenio y gracia no les falta; pero constituyen un género literario «mundano, bajo, sensual y diabólico,»> en la más genuina y enérgica acepcion de las palabras, cuya inmoralidad, con ser grande y hallarse constantemente reñida con las reglas del buen gusto y del decoro, áun parece menor defecto que la dureza excepcional de su carácter. Belial no se nos presenta en ellas «humano y bello, como cuando inspiraba al Ariosto y á Ovidio, sino inflexible y áspero y friamente sarcástico á lo Mefistófeles: en aquella sociedad, las mujeres parecen hombres de mala conducta, insensibles é impudentes, y los hombres, fugados del Pandemonium ó de un presidio ultramarino. En una palabra, todos tienen el rostro impenetrable, el corazon de cieno y el espíritu animado por inspiraciones infernales.

Dryden se defendia y buscaba excusas para sus errores y los de sus contemporáneos, invocando el ejemplo de los antiguos autores dramáticos ingleses, y Mr. Leigh Hunt parece creer que este argumento tiene valor alguno; pero no estamos de acuerdo con él en este punto, porque el crimen literario de que se trata no consiste sólo en la crudeza y groseria de las expresiones, porque harto sabido es que los términos y las formas que parecen delicadas y cultas en un siglo, se antojan toscas y brutales en otro: Addison no se hubiera atrevido á imitar siempre el estilo del Pentateuco, y Addison, que fué dechado de pureza moral en su tiempo, empleaba muchas palabras que hoy estaria vedado usar en buen estilo: saber si una cosa debe designarse por medio de un simple sustantivo ó por medio de una perífrasis, no es asunto fundamental y de trascendencia, sino convencional y pasajero; lo que importa á la moralidad es que lo inmoral no se presente ni se exponga á las imaginaciones juveniles, apasionadas y fogosas constantemente unido á lo que es seductor en sí y por sí mismo, pues cuantos hayan observado en su propio espíritu y en el de los demas la ley de la asociacion de las ideas saben que todo aquello que se ofrece á la imaginacion unido siempre á lo que es seductor, se torna seductor á virtud de eso mismo. En Fletcher y en Masinger[4] hay, sin duda, muchos trozos que adolecen det defecto que censuramos, y en Ben Jonson[5] y Shakspeare los hay tambien, y no pocos, aunque comparativamente parezcan ménos groseros: lo que no es posible descubrir en ellos es la sombra siquiera de un propósito sistemático, tenaz, constante de asociar el vicio á lo que más aprecia el hombre y desea más, y la virtud á cuanto hay de más ridículo, abyecto y humillante. Esta es la tendencia, el propósito constante que se advierte en la literatura dramática de la generacion que siguió á la vuelta de Cárlos II.

Citemos como ejemplo un asunto de la mayor im- * portancia para la felicidad y el bienestar humano: la fidelidad conyugal. No recordamos en este momento una sola obra dramática escrita en época anterior á la guerra civil, en la cual se presente bajo aspecto favorable el carácter del seductor de mujeres casadas; y recordamos muchas en que este personaje se ve sorprendido, desenmascarado, y cubierto de insultos y de afrentas por el esposo. Tal acontece á Falstaff, á pesar de su ingenio y de su conocimiento del mundo; tal acontece asimismo á Brisac en el Elder Brother, de Fletcher, y á Ricardo y Ubaldo en la Picture, de Massinger. A las veces, como en el Fatal Dowry y la Love's Cruelty, la honra de las familias ultrajadas exige sangrienta reparacion; y si en casos muy contados el amante aparece bajo un aspecto agradable y simpático, y el marido como un tipo repugnante, sólo sirve este contraste para que resalte más el triunfo de la virtud femenil, como se ve en la Celia y la Mrs. Fitzdottrel de Jonson y en la María de Fletcher. En general, puede afirmarse que los autores dramáticos del tiempo de Isabel y de Jacobo I tratan la violacion del voto nupcial como gravísima falta, y que si en ocasiones buscan el modo de hacer reir al público merced á estas intrigas, lo alcanzan siempre á costa del galan.

Por el contrario, durante los cuarenta años que siguieron a la restauracion, todos los autores dramáticos pusieron invariablemente en escena el adulterio, presentándolo, no como falta siquiera leve, no como error que pudiera excusar la pasion, sino como la manera de ser propia, como el oficio del caballero, como una cualidad ó atributo sin el cual el tipo queda manco. Porque, hacer la corte á la mujer de su progimo y robarle su afecto es detalle tan precioso é indispensable de su buena educacion y del lugar que ocupa en la sociedad, como ceñir espada y saber frances. La pasion no entra por nada en estas empresas amorosas, sino el capricho, y el héroe tiene intrigas de alcoba como tiene pelucas, porque sin ese apéndice haria tristisima figura, y antes pareceria un mercader de la City ó un austero puritano, que no un personaje. En cuanto a las cualidades, todas aquellas que pueden seducir las reune el galanteador; que los defectos pertenecen al marido por derecho propio. Véase, por ejemplo, á Dryden, y compárense Woodall con Brainsick, ó Lorenzo con Gomez; véase á Wycherley, y compárese Horner con Pinchwife; véase á Vanbrugh, y compárese Constant con sir Jhon Brute; véase á Farquhar, y compárese Archer con Squire Sullen; véase á Congreve, y compárense Bellmour con Fondlewife, Careless con sir Paul Plyant, y Scandal con Foresight; y en todas estas obras y muchas otras que pudiéramos citar, el autor hace los mayores esfuerzos para presentarnos como arquetipo de inteligencia, de distincion, de cultura, de amabilidad y de cuanto es más seductor á quien comete el delito, y para cubrir de lodo y arrastrar por el fango, sin perjuicio de disfrazarlo ántes ridiculamente, al marido, víctima de sus ardides y de su perversidad.

Mr. Charles Lamb[6] ha intentado defender este género de literatura, porque, segun él, los autores dramáticos de la segunda parte del siglo XVII no pueden ser juzgados con sujecion á las reglas de moral que existen y deben existir en la vida práctica, toda vez que se mueven dentro de un circulo lisa y llanamente convencional, y que sus héroes y heroinas pertenecen, no á Inglaterra ni á la cristiandad, sino es á una utopia galante, á un país de fantasía, en el cual ni se conoce la Biblia, ni la Justicia de Mr. Burns, ni los hechos que en este mundo merecen severo castigo producen otro efecto que dar risa á los séres imaginarios que lo pueblan. Un Horner verdadero, un verdadero Careless serian ciertamente, si existieran en realidad, personas peligrosísimas por su corrupcion; pero ¿á qué hablar de moral tratándose del Horner de Wycherley, ó del Careless de Congreve? Hacer esto seria tan absurdo como llevar á los tribunales á quien hubiera soñado cometer un asesinato. Los tipos á que nos referimos son artificiales y fingidos, y pertenecen á las regiones de la comedia por excelencia, donde no impera la fria moral. Entre ellos nos ballamos en un mundo caótico, por decirlo así; no se les debe juzgar con arreglo á nuestras costumbres, porque carecen de ellas; ni su modo de ser contrarla ninguna institucion sagrada, porque no las tienen; ni turban la paz de las familias, porque familia no la conocen; en una palabra, en ese mundo nada es bueno ni malo, ni se conoce la gratitud, ni la ingratitud, ni el derecho, ni el deber, ni hay padres, ni esposas, ni menos hijos.

Hé aquí resumidas con exactitud las doctrinas de Mr. Lamb; y lo hemos hecho con amistosa prolijidad, porque admiramos su talento y la espontánea benevolencia que se advierte en todos sus escritos, y porque profesamos á su memoria tanta consideracion y tanto afecto como si lo hubiéramos conocido personalmente. Sin embargo, debemos decir tambien que sus argumentos, por más ingeniosos que parezcan, no son otra cosa que sofismas.

Es indudable que los autores pueden crear mundos imaginarios en los cuales aquellas cosas prohibidas por el Decálogo y el Código sean naturales, legilimas y corrientes, y que, no sólo no resulte mal por ello a la sociedad, sino que en determinados casos hasta moralicen y edifiquen. Supongamos, por ejemplo, Fenelon. Nadie podrá en justicia, ni el crítico más severo y más piadoso, acusarlo de inmoral y de implo con motivo de su Telémaco y de sus Diálogos de los muertos, porque, tanto en una como en otra obra, la religion que se profesa es falsa, y de consiguiente, la moral que se desprende no es perfecta en muchos puntos; su bien y su mal difleren del bien y del mal de la vida práctica; la primera obligacion de los hombres que presenta es rendir homenaje á Minerva y á Júpiter; Filocles, que trabajaba constantemente en reproducir por medio de su arte las imágenes de ambas divinidades, recibe alabanzas por su piedad y su celo, que ofrecen contraste singular con las palabras de Isaías sobre el mismo asunto, y Minos juzga á los muertos y les otorga la felicidad eterna en recompensa de acciones que el mismo Fenelon hubiera sido el primero en calificar de pecados mortales manifiestos. Otro tanto podemos decir de los héroes y heroinas mahometanos ó indos de Mr. Southey[7]. En Thalaba es blasfemo quien habla mal del gran impostor árabecrímen beber vino, y obra meritoriía las abluciones y las visitas á las ciudades santas. En la imprecacion de Kehama, el poeta elogia á Kailyal, por su devocion á la estatua de Mariataly, la diosa de los pobres, y á pesar de esto, nadie acusará á Mr. Southey de haber consagrado su talento á la propaganda del brahamismo ó de la religion mahometana.

No es difícil averiguar por qué no pueden elevarse objeciones contra las obras de Fenelon y de Mr. Southey. En primer lugar, porque en nada se parecen al mundo real en que vivimos: el estado aquel de la sociedad, y hasta las mismas leyes de aquel mundo fisico, son tan diferentes de las nuestras que no se nos antoja extraño verlo regido por otro código de moral. Asi y todo, es lo cierto que la moralidad de este mundo convencional no difiere de la del mundo real y verdadero sino es en aquelas partes respecto de las cuales no hay temor ni peligro remoto siquiera de extraviarse. Porque la generosidad y obediencia de Telémaco, y el valorla modestia y el amor filial de Kailyal, virtudes son de todos los tiempos y lugares; y por otra parte, no corria mucho peligro el Delfin de caer en la idolatría de Minerva, ni lo habia tampoco en que las doncellas de Inglaterra fuesen á bailar con cántaros en la cabeza alrededor de la estatua de Mariataly.

Pero el caso no es igual cuando se trata de lo que Mr. Charles Lamb llama mundo convencional de Wycherley y de Congreve; porque en ese mundo las costumbres, los modales, los asuntos de la conversacion son los del país y del tiempo en que vivimos. El héroe es, en punto á perfeccion superficial, precisamente el mismo personaje á quien quisieran remedar, ya que no puedan parecerse, todos los jóvenes de las butacas; la heroína es la mismísima beldad con quien todos ellos quisieran trabar pendencia de amores; la escena pasa en sitios conocidos de todos los espectadores como su propia casa: St. James's Park, ó Hyde Park, ó Westminster Hall; el abogado va y viene, precedido de un criado con la toga en un saco, de los Communs Pleas al Exchequer; el par pide su carruaje á la hora debida para ir á votar á la Cámara una ley de interes privado, con otros mil detalles é incidentes que son parte eficacisima á prestar á este mundo ficticio todas las apariencias y atributos del mundo verdadero, siendo la inmoralidad que en él se desarrolla y se manifiesta de las que no pasan nunca de moda, y de las que apenas pueden contener de una manera imperfecta las fuerzas combinadas de la religion, de la ley y de la opinion pública.

Protestamos en nombre del arte y de la virtud contra el principio de que las esferas en que se desenvuelve la comedia están cerradas á la moral; porque si es cierto que la comedia sea imitacion de la vida práctica, por más que se le añada una fuerte dósis de lo llamado convencional, ¿cómo es posible que pueda eximirse por completo de la gran ley que rige la vida y de los sentimientos que despiertan ó avivan en el corazon humano todos sus detalles? Si lo que dice Mr. Lamb fuera cierlo, sería menester concluir de ello que los autores dramáticos de que vamos hablando ignoraban los principios más elementales de su oficio, pues hacer paisajes sin luz ni sombra y hacer retratos sin expresion, serian cosas ménos incomprensibles para la sana crítica que la de la comedia lisa y llana, exenta de moral.

Pero no es exaclo que la esfera de esos autores esté cerrada á la moral, que penetra constantemente en ella en dos corrientes: una sana, otra corrompida; la sana para recibir insultos y afrentas, asociada á cuanto hay de más bajo y despreciable; la corrompida para ofrecerse á la espectacion pública aparejada de todas las galas imaginables, con cuantos afeites y postizos puede inventar la coquetería para seducir más y pronto, directa é indirectamente. Tampoco es cierto que ninguno de los seres que pueblan esos espacios convencionales se halle exento de respeto por las instituciones santas y los lazos sagrados de la familia. Fondlewife y Pinchwife y, en una palabra, cuantos personajes nos presentan de inteligencia limitada y maneras desagra dables demuestran ese respeto; los héroes y las heroínas tienen asimismo un código de moral, muy mala, detestable; pero que así y todo no existe sólo en la imaginacion de los autores, sino que, por el contrario, muchas gentes lo profesan y practican positivamente. No tenemos necesidad de ir al país de las utopias ó de las hadas para encontrar á esas gentes, que están muy cerca de nosotros, y las hallaremos por las tardes en Covent-Garden y por las noches engolfadas en el juego en los antros del Quadrant; que para descubrir tahures, matones, estafadores y licenciosos sin corazon y sin vergüenza y damas dignas de tales amantes, no es preciso remontar el vuelo hasta Nifelococcyga ó á la corte de la reina Mab. La moral de la Country Wife y del Old Bachelor no lo es de un mundo imaginario, como pretende Mr. Charles Lamb, sino de un mundo real y positivo; no de un mundo en estado caótico, sino del en que se agitan los libertinos vulgares de las ciudades y las señoras á quienes llaman los periódicos «elegantes sacerdotisas de Cypris.» La cuestion, pues, queda reducida á los términos siguientes, y puede plantearse en forma de pregunta, á saber: Cuando un hombre de ingenio trabaja constante y sistemáticamente para prestar seduccion á este linaje de héroes, colmándolos de belleza, de gracia, de hidalguía, de animacion, de bienes de fortuna, de popularidad, de conocimientos y de aptitudes literarias, de talento, buen gusto, trato de gentes, y, por último, de triunfos de todo órden, ¿hace buen uso ó malo de sus facultades? No alcanzamos cómo sea posible dar dos respuestas.

Para ser justos con los escritores de quienes hemos hablado tan severamente, diremos tambien que en gran parte fueron obra de su tiempo. Y si se nos pregunta por qué aquel tiempo fué parle á producir y á fomentar una inmoralidad tal que ningun otro hubiera tolerado, contestaremos sin vacilar que tan grande perversion del gusto nacional, fué consecuencia del predominio que alcanzaron los puritanos bajo la república.

Cae bajo la jurisdiccion de los gobiernos ciertamente castigar las ofensas públicas á la moral y á la religion; mas cuando, no satisfechos con exigir la sumision á las leyes del decoro, pretenden que las gentes vivan en olor de santidad, entonces se extralimitan de sus verdaderas facultades; pudiendo asentarse como regla que cuando tal hacen, ántes faltan á su deber que no lo cumplen. Un legislador que con el fin de proteger á los que necesitan dinero prestado pusiera tasa al interes, llegaria por este medio á hacer imposibles los empréstitos á los mis mos en cuyo provecho suponía legislar, ó los pondria en el caso de recurrir á los usureros de peor especie; del propio modo que si movido de compasion por los trabajadores fijara el número de horas de labor y la cantidad de su jornal, lograria empeorar su situacion en vez de mejorarla. Así tambien cuando, no satisfecho un gobierno con reprimir los excesos escandalosos, exige de sus súbditos que den muestras de piedad fervorosa y austera, Lardará poco en apercibirse de que, buscando el modo de bacer servicios imposibles á la causa de la virtud, sólo ha conseguido espolear el vicio y fomentarlo.

Solo dos medios tienen los gobiernos de lograr estos fines: la recompensa y el castigo; poderosos sin duda para ejercer su accion sobre los actos extermos de la vida, pero sin eficacia para llegar al corazon humano. Si á un funcionario público se le dice que ascenderá en su carrera si es buen católico, y que será declarado cesante si no lo es, irá puntualmente á misa todas las fiestas de guardar, ayunará toda la Cuaresma, y hasta será capaz de azotarse de modo que sus disciplinazos no pasen desapercibidos á los ojos de sus jefes. Así, bajo un gobierno purilano, saben lodos que las prácticas piadosas son esencialísimas á su medro y á su conveniencia, y de aqui su exactitud meticulosa en la observancia del domingo, ó, mejor dicho, del sabbath, y que huyan del teatro como de lugar infestado: que la esperanza del provecho propio y el temor del quebranto, producirán siempre en poco tiempo estas apariencias de piedad en la medida que apetezcan los gobiernos; pero, bajo estas exterioridades de misticismo, conservarán su imperio sobre el fingido devoto la sensualidad, la ambicion, la codicia y el odio, resultando por tal manera que el nuevo converso reuna á los defectos y á los vicios del hombre mundano, los vicios más negros aún que trae consigo la práctica constante del disimulo. Y como la verdad se abre camino siempre, las gentes averiguan al fin que las personas graves que le presentan como dechados de virtud que imitar carecen de principios morales y de sensibilidad, lo mismo que los libertinos declarados, y ve que estos fariscos se hallan más distantes de la verdadera virtud que los publicanos y las mujeres de mala vida. Entonces van á dar en el extremo opuesto, y consideran la práctica ostonsible de toda religion como indicio cierto de bajcza y de perversidad, y el dia en que se afloja ó se rompe el freno del miedo, y pueden decir los labios lo que se piensa, una explosion terrible de groserías y de blasfemias anuncia en todas partes que la imprevisora politica de un gobierno, al proponerse hacer un pueblo de santos, sólo ha conseguido formarlo de canallas y de incrédulos.

Así sucedió en Francia á los principios del siglo XVIII. Luis XIV se habia tornado piadoso por extremo en su vejez, y quiso que sus vasallos lo fueran tambien, llevando á tal extremo su fervor y su pasion de proselitismo, que mientras miraba con enojo á los cortesanos negligentes en las buenas prácticas del catolicismo, condecoraba con la órden de San Luis, é invitaba á Marly y daba pensiones, gobiernos y regimientos á los que las observaban con rigor. De esta suerte, Versalles se trasformó en convento. Los púlpitos y los confesionarios se veian rodeados á todo momento de casacas bordadas y de espadas; los mariscales de Francia se mostraban asiduos en las iglesias, y no habia, tal vez, un duque ó marqués que no llevara en el bolsillo el libro de rezo, que no ayunara en Cuaresma y no comulgara á lo menos una vez al año. Con lo cual la marquesa de Maintenon, á quien correspondia mucha parte en esta obra de propaganda, no cabia en si de gozo, y se felicitaba de que al fin la devocion se hubiera puesto de moda. Así era, en efecto, y nada más; y pasó como pasan las modas, porqueno bien fué depositado en el panteon de Saint Denis el anciano monarca, cuando toda la corte arrojó la careta, cada cual hizo lo posible por desquitarse con excesos de libertinaje y de impudencia de los años pasados entre ayunos y mortificaciones piado sas; y los mismos que pocos meses antes consultaban á cada momento á los directores espirituales en órden al estado más ó ménos perfecto de sus almas con los ojos bajos y la voz humilde, fueron á sentarse alrededor de la mesa del Regente, donde asistian al poco edificante espectáculo que ofrecia un príncipe embriagado entre Dubois y la Parabére, lanzando con voz balbuciente máximas ateas y bromas obscenas, con acompañamiento de copas y botellas. La primera parte del reinado de Luis XIV fué una época de libertinaje; pero los hombres más pervertidos de aquella generacion se habrian avergonzado de las orgias de la Regencia.

Lo propio aconteció á nuestros padres durante la gran guerra civil. Los puritanos, libertadores de Inglaterra y fundadores de la república de los EstadosUnidos, prestaron muy señalados servicios á la humanidad; pero en el momento de su mayor poderío cometieron una falta gravisima, que dejó huellas profundas y duraderas en el carácter y en las costumbres de la nacion, por equivocarse respecto del fin de los gobiernos y exagerar su fuerza, pues no sólo determinaron proteger contra toda ofensa la religion y la moral pública, lo cual es muy laudable, sino que pretendieron hacer al pueblo verdaderamente asceta y penitente. Si hubieran reflexionado acerca de los sucesos que acababan de tener lugar y en los cuales representaron tan principal papel, hubieran comprendido cuál sería la consecuencia definitiva de sus proyectos. Porque habian vivido todos ellos bajo un gobierno que du rante largos años hizo cuanto pudo, merced á larguezas extremadas y terribles casligos, para obligar á la nacion á conformarse y adoptar la doctrina y la disciplina de la iglesia de Inglaterra; en un Liempo durante el cual jamás ningun sospechoso de hostilidad á esa Iglesia logró conseguir merced alguna de la corte de Cárlos, y en que la hostilidad declarada traia en pos de sí todo linaje de persecuciones, multas y castigos, y habian visto tambien que la consecuencia de todo ello fué la ruina de la Iglesia y quedar sepultada bajo sus escombros la monarquía. Los puritanos hubieran debido aprender en el escarmiento ajeno y en su propia victoria que los gobiernos que intentan empresas superiores á su fuerza, no sólo se arriesgan á fracasos trisLes, si que tambien á producir resultados diametralmente contrarios á los propuestos.

Esto se olvidó, y los puritanos pensaron sólo en una cosa: en que los santos debian heredar la tierra. Se cerraron los teatros; las bellas artes fueron sometidas á ridículas censuras; vicios que nunca se reputaron delitos se convirtieron en asuntos capiLales; el Parlamento declaró solemnemente «que la Cámara no emplearia á ningun ciudadano sin averiguar antes si reunia las condiciones de religiosidad requeridas, y la piadosa corporacion celebraba sus sesiones con una biblia sobre la mesa para inspirar en ella sus actos; biblia que no leia, sin duda, porque de ser así hubiera visto en ese libro que el trigo y la cizaña nacen y crecen juntos, y que es necesario dejarlos así ó arrancarlos al mismo tiempo. ¿Cómo averiguar si un hombre era ó no verdadero creyentet Sin pena podia inquirirse si vestia con sencillez, si traia el pelo liso y no rizado, si usaba ó no almidon en la camisa, si hablaba gangoso, si ponia los ojos en blanco, si llamaba á sus hijos Seguridad, Tribulacion ó Maher-shalal-hashbaz, si huia de Spring Garden miéntras habitaba en Londres, y si se abstenia de cazar con balcon ni perros cuando estaba en el campo, si explicaba los pasajes dificiles de la Escritura á los soldados de su compañía, y si cuando iba á la comision de Hacienda hablaba de buscar al señor, porque estas pruebas eran fáciles de hacer, aunque nada probaban. Pero así y todo, á ellas apeló el partido triunfante, siguiéndose de esto que una multitud de impostores lomó por oficio remedar lo que á la sazon se reputaba por signo visible de santidad. El engaño duró poco tiempo. La tiranía de aquella época lúgubre, que hubiera excitado la impaciencia universal, áun siendo impuesta por santos reconocidos y declarados como tales por la voz unánime del país, se hizo intolerable desde que se vió claramente que sólo era provechosa á los hipócritas. La relajacion de las costumbres, consecuencia lógica de esto, hubiera venido sin necesidad de la restauracion, áun prosiguiendo los Cromwell á la cabeza del gobierno; que antes de la vuelta de Estuardo ya se advertian los signos precursores de una época de licencía. La Restauracion abatió por algun tiempo al partido puritano, y entregó el poder á un libertino: la contrarevolucion politica vino en auxilio de la contrarevolucion moral, y se fortificó y desarrolló en ella, comenzando entonces un período de licencia frenética y desesperada, cuyos efectos se hicieron sentir hasta en las más apartadas aldeas. En Londres el desbordamienlo fué terrible, y las partes de Londres donde la catástrofe hizo más extrago, el palacio real, y los barrios habitados por la aristocracia y por los estudiantes; y como los teatros vivian y prosperaban de la proteccion de estas clases, necesario fué á los autores dramáticos adaptar el carácter de sus obras al del público para quien se hacian. Por tal manera, fueron cómplices los poetas dramáticos de las clases más corrompidas de una sociedad corrompida, y las obras que nos ocupan condensan y destilan gota á gota la quinta esencia de la buena sociedad, de la flor y nata cortesana durante la reaccion contra los puritanos.

Si el puritano afectó las maneras ceremoniosas, . el poeta escarneció el decoro; si frunció el entrecejo á la vista de inocentes espectáculos, divulgó los más escandalosos excesos; si empleó el estito piadoso, el dramático blasfemó, y si el primero consideró siempre las intrigas amorosas como imperdonable felonía, el segundo las ofreció en espectáculo como atributo de las personas distinguidas. El puritano hablaba con desprecio del bajo nivel á que habia llegado la moral pública, sometia su vida á un código por extremo rigoroso, y sostenia su virtud por obra y gracia de causas misteriosas, desconocidas á las demas gentes; pero como habia demostrado, por desgracia, que sus pretensiones á la consideracion pública eran, cuando ménos, exage.radas, y sin fundamento las más de las veces, la buena sociedad y los poetas cómicos, sus órganos oficiosos, establecieron como principios incontrovertibles que toda profesion de fe en punto á religion y moral, debía interpretarse al contrario; que no estaba vedado dudar de la existencia de la virtud, y que todos aquellos que pretendieran ó hubieran pretendido valer más que el prójimo bajo el punto de vista de las costumbres fueran declarados por bribones de la peor especie, cuyas bellaquerías debian ponerse al descubierto delante de todo el mundo.

El antiguo teatro inglés tenía muchas cosas reprensibles; pero el que se tome la pena de comparar la obra más libre de Fletcher con cualquiera de las contenidas en la coleccion de Mr. Leigh Hunt, verá cuanto es más grande el desórden que sigue á un periodo de austeridad forzada que el desórden que la precedia. La nacion inglesa semejaba al endemoniado del Nuevo Testamento. Los puritanos se alababan de haber lanzado fuera al espíritu inmundo; la casa quedó vacia, es verdad, barrida y limpia y purificada de maleficio, y durante algun tiempo el huésped despedido erró por lugares desiertos, buscando reposo sin hallarlo; mas cuando se agotó el poder del exorcismo y pasó su eficacia, el demonio volvió á su antígua vivienda, y no solo, como salió de ella, sino es con otros siete compañeros peores que él; y entraron todos y habitaron juntos, y la segunda posesion fué peor que la primera.

Tratemos ahora, en la medida que consientan los limites que nos hemos trazado, de hacer un estudio de los escritores con los cuales nos ha puesto en relacion Mr. Leigh Hunt; y comenzaremos por Wyeherley, que sí es de los cuatro el último en órden al mérito literario, es el primero cronológicamente y bajo el punto de vista de la inmoralidad.

William Wycherley nació en 1640. Era hijo de un noble del Shropshire, de antiguo abolengo, y que gozaba de considerables bienes de fortuna, como que sus propiedades producian obra de sesenta mil reales de renta, lo cual equivalia entónces á doscientos mil en nuestros días.

William era niño al estallar la guerra civil, y áun estaba en las primeras letras cuando quedaron establecidas y asentadas sobre las ruinas de la antigua Iglesia y del trono la jerarquía presbiteriana y el gobierno de la república. Su padre era muy adicto á la causa real, y no queriendo confiar la educacion de su heredero á los puritanos adustos, circunspectos y ceremoniosos que á la sazon se hallaban al frente de los establecimientos de enseñanza, lo envió á Francia á la edad de quince años. Wycherley residió entonces, con este motivo, una larga temporada en la vecindad del duque de Montausier, jefe de una de las familias más ilustres de Turena, y cuya esposa, oriunda de la casa de Rambouillet, reunia en su persona todos los talentos, gracias y elegancias que ilustraron tanto su raza. El jóven extranjero fué presentado en el círculo brillante que rodeaba á la duquesa, y en él aprendió algo bueno y algo malo. A! regresar á su patria, al cabo de algunos años, era cumplido y apuesto caballero, y declarado papista, pudiendo afirmarse que su conversion, no tanto fué producida por el convencimiento, sino por su roce con personas bien nacidas y mejor educadas, entre las cuales era moda ser católico, y por la mala voluntad que á él como á casi todos los jóvenes ingleses de carácter vivo é inteligentes de su tiempo, materia dispuesta ast para el catolicismo como para el ateismo, inspiraban los austeros y solemnes calvinistas.

Pero llegó la Restauracion; las universidades pasaron á ser dirigidas por personas adictas, y pudo esperarse que la Iglesia nacional fuese digna de las gentes de buena educacion. Entonces Wycherley entró en el Queen s College de Oxford, y abjuró del catolicismo. Al obispo Barlow[8] corresponde la dudosa gloria de haber convertido por un poco de tiempo. á un católico detestable en peor protestante aún.

Wycherley salió de Oxford sin examinarse, y entró en el Temple, donde vivió alegremente por espacio de algunos años, observando las costumbres de Londres, gozando de sus placeres y adquiriendo las nociones de derecho necesarias para trazar con propiedad el tipo del abogado picapleitos y del litigante quisquilloso, y ridiculizarlos en la escena.

Desde su juventud fué aficionado á escribir, y en prueba de ello se conservan algunos versos suyos, muy malos por cierto, sobre la Restauracion, los cuales indican que si se hubiera consagrado á este género literario, habria sido tan inferior á Tate y á Blackmore[9], como estos lo son á Dryden, no quedándole más probabilidades de pasar á la posteridad que la de ser colocado en alguna sátira entre Flecknoe y Settle[10]. Pero habia otro género de composicion que su ingenio y conocimientos le permilian cultivar con éxito, y á él se consagró juiciosamente.

Tenía costumbre de contar en su vejez que a los diez y nueve años habia escrito el Amor en el bosque (Love in a Wood), á los veintiuno El Hidalgo maestro de baile (The Gentleman Dancing-Master), a los veinticinco El hombre honrado (The Plain Dealer), y á los treinta y uno ó treinta y dos La provinciana (The Country wife); pero dudamos mucho de la exactitud de estos datos, porque no sabemos nada de él que nos autorice á creer que fuera incapaz de sacrificar su vanidad á la verdad, y porque además tenia tan mala memoria al fin de su vida, que, sin poner en tela de juicio la veracidad de su palabra, puede muy bien no dársele crédito por completo.

De todos modos, es lo cierto que no se puso en escena ninguna de sus obras antes del año 1672, en que se representó El amor en el bosque, y muy probable que en una circunstancia lan importante como lo era la de su presentacion al público, no se atreviese á correr la eventualidad de un fracaso, dando una obra floja, escrita cuando su talento y su estilo áun no estaban formados, ni tenía conocimiento del mundo, y menos aún cuando tenía sobre su mesa dos comedias concluidas con esmero y fruto de la madurez de sus facultades. Estudiando atentamente las mismas obras, hallamos en ellas á cada paso razones para poner en duda la certidumbre de lo dicho por Wycherley. Sin ir más lejos, en la primera escena del Amor en el bosque, hay varios pasajes que no podían haberse escrito por su autor cuando tenia diez y nueve años, por la sencilla razon de que alude en ellos á las pelucas, que no estuvieron de moda hasta 1663, á las guineas, que no se acuñaron por primera vez hasta 4663, á los chalecos que Cárlos impuso á su corte en 1666, al incendio del mismo año, y á otras varias cosas relacionadas con la política que se refieren á los años siguientes al de la Restauracion, á los tiempos en que el gobierno y la City estaban en lucha, y en los cuales los ministros presbiterianos se vieron expulsados de sus iglesias y en la necesidad de buscar refugio. Pero já qué insistir respecto de ciertos detalles, cuando el corte y el tono de la obra entera pertenecen á una época posterior á la que indica Wycherley? En cuanto á El hombre honrado, que él decia escrito en 1665, esto es, cuando frisaba en los veinticinco años, tiene una escena que está positivamente escrita más de diez años despues, otras que son posteriores á 1688, y tal vez no contenga una sola línea que pueda referirse á época anterior á la de fines de 1666.

Pero cualquiera que fuese la edad de Wycherley al escribir sus obras, es lo cierto que no hizo representar ninguna ántes de tener treinta años. En 1672 se puso en escena el Amor en el bosque con más éxito que merecia, produciendo este acontecimiento teatral un gran cambio en la suerte de su autor, porque fué causa de que la duquesa de Cleveland pusiera en él sus ojos y guslara de él. Era esta señora de muy libres costumbres, y no satisfecha con su tolerante marido y su régio amigo, prodigaba sus favores á una multitud de personas de todas clases, desde las más elevadas entre la nobleza, hasta las más bajas entre la plebe. Comenzó sus galenteos en tiempo de la república, y dió fin á ellos bajo el reinado de Ana, casándose de nuevo, cuando ya era bisabuela, con un necio sin mérito alguno, llamado Beau Fielding. No es extraño que Wycherley le llamara la atencion, porque su porte fué siempre distinguido, su fisonomía hermosa y sus maneras las de un cumplido caballero, reuniendo en su persona, como dice Pope, todas las cualidades que constituyen la exterioridad de quien es noble y bien educado, y tiene e convencimiento de lo que es y de lo que vale por su alcurnia, circunstancia que siempre sienta bien.

A decir verdad, su cabello se habia tornado gris muy temprano, y él mismo lo confiesa en uno de sus poemas; pero en el siglo de las pelucas era esta una desgracia fácil de remediar á los presumidos.

La duquesa, pues, lo encontró á su gusto, y le llamó la atencion hácia ella de la manera corriente y usual en el círculo depravado en que vivia. Al efecto, aprovechando la de Cleveland el momento de mayor concurrencia en el paseo, asomó la cabeza por la portezuela de su carruaje al pasar por allí cerca el poeta, y le gritó: «Sois un miserable canala; y si la crónica no miente, añadió una palabra por todo extremo injuriosa, que no podemos repetir, pero que con justicia hubiera podido aplicarse á los propios hijos de la ofensora. Como era usual tambien y corriente en tales casos, el caba* Hero agraviado se presentó al otro dia en casa de la duquesa para preguntarle respetuosamente cuyas eran las causas de su desagrado y en qué consistian. Asi comenzó entre ambos una intimidad de la cual esperaba sin duda .sacar Wycherley honores y dinero; esperanza que no carecia de fundamento, como que un apuesto jóven de la grandeza, conocido bajo el nombre de Jack Churchill, que bácia la misma época logró estar en favor de la duquesa, obluvo de ella un regalo de 4.500 libras esterlinas, precio, tal vez, de alguna merced cortesana. Churchill manejó este dinero con tanta prudencia y discrecion, prestándolo á interes usurario sobre buenas hipotecas, que reunió al cabo la fortuna particular más considerable que hubiera entóncos en Europa: Wycherley no fué tan feliz, á pesar de que todos hablaban del favor que le otorgaba la de Cleveland, el cual subió tanto de punto, que sesenta años despues algunos viejos que se acordaban de ciertos detalles de esta pendencia de amores referian á Voltaire cómo se deslizaba con frecuencia y á hurtadillas de palacio para ir á ver á su amante al Temple, disfrazada de labradora, con sombrero de paja, zuecos y una cesta al brazo. El poeta era sobrado feliz y venturoso con estas relaciones para ser discreto, y dedicó á la duquesa la obra causante de sus amorios, expresándose en ella en términos que confirmaban el rumor público en todas sus partes. Súpolo el Rey; pero S. M. no solia tomar estas cosas en mala parte, y así no temió la dama presentar á su protegido en White Hall, donde hizo su entrada bajo tan buenos auspicios y comenzó á frecuentar el trato de personas con las cuales hasta entonces no habia lenido ningun roce. El Rey era tolerante y consentía siempre á sus favoritas la libertad de accion que necesitaba para sí; y como, además, Wycherley le habia sido simpático por sus maneras y buena conversacion, llegó á gozar de tanto favor con él, que cierta vez que se hallaba enfermo de calenturas en su casa de Bow Street, Cárlos, que, a pesar de sus defectos, era bondadoso, á afable y comunicativo, fué á visitarlo, sentándose á su cabecera, le aconsejó que mudara de aires y le proveyó de una fuerte suma de dinero para que no careciera de cuanto le fuese menester. Y Buckingham, que á la sazon mandaba la caballería y era miembro de aquel infame gabinete conocido en la historia bajo el nombre de la Cábala, áun cuando al principio trató á Wycherley con cierto enojo producido por los celos, pues él tambien habia estado en intimidad con la duquesa, pasando despues de la cólera al afecto, segun su costumbre, le dió empleo en su mismo regimiento y colocacion en la Casa Real.

Injustos nos mostrariamos con Wycherley si no consignáramos, al ocuparnos de él, el único rasgo bueno de su vida, que conozcamos al ménos. Nos referimos con esto á los grandes y meritorios esfuerzos que hizo para procurar la proteccion del duque de Buckingham al ilustre autor de Hudibras, que bajaba oscuramente al sepulcro, abandonado de su patria, orgullosa de su talento, y de la corte que habia servido con excesivo celo. Consintió el duque en ver al desgraciado Butler y le dió cita; pero hizo su mala estrella que pasaran por allí cerca dos damas á cual más linda, y que el volandero y capriChoso Buckingham olvidase por ellas al recomen-, dado de Wycberley, perdiéndose aquella ocasion que no volvió á presentarse más.

La segunda guerra con Holanda, la más vergonzosa de toda la historia de Inglaterra, se hallaba entonces en su mayor grado de violencia. A la sazon no se atendia para nada á la educacion profesional para dar empleos en la armada, y así se veia una multitud de jóvenes que servian en los barcos de S. M., como oficiales ó como voluntarios, sin que ni unos ni otros supieran tenerse de pié sobre cubierta cuando habia mucho balance. Mulgrave, Dorset, Rochester y otros muchos abandonaron de buen grado los teatros, paseos y salones para dormir en la hamaca y comer carne salada; pero, dicho sea en honor de la verdad, ignorantes y todo como eran de los principios más elementales del servicio naval, supieron desplegar en la hora del combate aquel brío y aquel denuede de que rara vez carece un inglés bien nacido. Las personas peritas en negocios náuticos se lamentaban á la sazon de que bajo este sistema los barcos de la marina real estaban lastimosamente dirigidos, y de que los marineros contraian todos los defectos de la corte sin ninguna de las cualidades cortesanas; pero en órden å este punto, como de cuanto era concerniente á los capríchos ó á los intereses de los favoritos, el gobierno de Carlos permanecía sordo á los clamores y á las quejas. Wycherley no quiso ser ménos que los demas, ni dejar de seguir la moda, y se embarcó, asistió á un combate naval y lo celebró á su vuelta con unos versos tan inferiores, que más parecian coplas de ciego[11].

Hácia el mismo tiempo puso en escena su segunda obra, titulada El Hidalgo maestro de baile (The Gentleman Dancing-Master); y aun cuando sus biografías, al menos que recordemos, nada dicen respecto del éxito que alcanzó, hay fundadas razones para creer que no agradó lanto como El amor en el bosque, a pesar de serle muy superior. Ensayose primero en el barrio occidental de Londres, y, como el poeta lo confiesa, no podia gustar en aquel sitio; despues fué á Salisbury Court, pero tampoco logró mejor fortuna, porque en el prólogo de La Provinciana él mismo habla de su persona ca- lificándose de «escritorzuelo maltratado últimamenle.» La Provinciana se puso en el leatro por los años de 1675 con éxito brillante y merecido en cierto modo bajo el punto de vista literario, pues aun siendo de las obras más corrompidas y más áridas que ha producido el ingenio humano, es la más cultivada de un talento que sin ser rico, ni original, ni fecundo, era muy hábil, y observador sagaz y pronto, y pacientísimo para relocar y pulir su trabajo.

El Plain Dealer (El hombre honrado), tan inmoral y tan bien escrito como La Provinciana, pareció en 1677. Al principio agradó más á los criticos que no al público esta obra; mas al cabo de cierto tiempo, su mérito indisputable y el apoyo de lord Dorset, cuya influencia no tenía limites entonces en los circulos elegantes y literarios, la establecieron en el favor de la opinion.

Entonces llegó á su colmo la fortuna de Wycherley, y desde entonces comenzó a descender. Aun le quedaban muchos años de vida; pero debia pasarlos entre humillaciones, sufrimientos, disgustos domésticos, escaseces pecuniarias y contratiempos literarios.

Buscaba el Rey por aquel tiempo un hombre distinguido que dirigiose la educacion de su hijo natural, el duque de Richmond, y se fijó en Wycherley, á quien conocia, como ya hemos visto; se le comunicó el encargo, y lo acepló; pero es el caso que acerió á entrar aquellos dias en una librería de Tunbridge Wells, en ocasion que una dama de buen porte pedia el Plain Dealer, que acababa de ver la luz pública. Trabó conocimiento con la dama, que no era otra que la condesa de Drogheda, joven, viuda, rica y en brillante posicion; ella quedó prendada de sus doles personales y de su ingenio, y al cabo de poco tiempo consintió en ser su esposa. Temiendo Wycherley que este casamiento contrariase los proyectos del Rey relativamente al duque de Richmond, convenció á la condesa de la conveniencia de un matrimonio secreto. Hizose así; pero todo se descubrió en breve, y Cárlos calificó duramente la conducta del poeta, diciendo que habia carecido de sinceridad y de respeto para con él.

Este desagrado, unido tal vez á otras causas, contribuyó á irritar al Monarca contra él, y á que olvidara en un punto así el favor en que lo tuvo ántes, como la designacion que habia hecho de él por preceptor de su hijo natural. Para colmo de su desgracia, Buckingham no solo estaba en la oposicion, sino encerrado en la Torre por mandato de la Cámara de los Lores, en castigo de ciertas palabras descomedidas que hubo de pronunciar en el curso de una discusion[12]; y como Wychorley escribiera en alabanza de su antiguo protector unos versos, muy malos por cierto, que debieron molestar á Cárlos, si tuvo noticia de ellos, la ccrte se apartó de él y los grandes le cerraron sus puertas.

Una mujer amable y rica hubiera podido ser en aquella circunstancia la mejor compensacion de tales y tamaños quebrantos; pero lady Drogheda, además de no ser mujer apacible, sino iracunda y dominante, era celosa en demasía; y como fué en otro tiempo dama de palacio y aprendió en él lo poco que se curaban de la fe conyugal los caballeros de entonces, vigilaba á su resabiado marido con tanto extremo como Mr. Pinchwife á su esposa, la provinciana, con lo cual la vida de Wycherley se hizo más triste y penosa todavía. Bastará que digamos, para dar idea de cuánto hubo de sufrir con ella, que cuando le consentia un rato de expansion con sus amigos en un café vecino de su casa, era necesario que Wycherley se colocara cerca de una ventana, y en disposicion tal, que su esposa pudiera ver al paso si habia damas en la tertulia.

La muerte de la condesa libertó al poeta de su cautiverio; pero una serie de contrariedades y desgracias vino á destruir su salud, su inspiracion y su fortuna. Su mujer habia tenido el propósito de hacerle donacion de cuantiosos bienes; pero, en vez de esto, le dejó un pleito; y como su padre no podia ó no queria acudir á sus necesidades, Wycherlay dió con su persona en la cárcel, á donde lo llevó el rigor de sus acreedores, y lo tuvo por espacio de siete años completamente olvidado, á lo que parece, de la sociedad culta y distinguida en que vivió siempre, siendo uno de sus principales ornamentos. Y tanto subió de punto su miseria, que en cierta ocasion pidió prestadas veinte libras esterlinas al editor á quien habian enriquecido sus obras, que éste le negó. Sus comedias, no obatante, continuaban atrayendo gran concurrencia á los teatros; pero el público no se preocupaba mucho ni poco de la suerte del autor, y así hubiera seguido si Jacobo II, que acababa de suceder en el trono al rey difunto, no hubiese acertado á ir una noche al teatro en ocasion que se representaba El hombre honrado. Agradóle la comedia, se informó del autor, recordó haberlo visto, tal vez, entre los más distinguidos cortesanos de su hermano, se dolió de su desventura y determinó pagar sus deudas y señalarle una pension de doscientas libras esterlinas con que viviera. Esta munificencia de parte de un príncipe que no tenía costumbre de recompensar el mérito literario, y cuya única preocupacion era servir los intereses de su Iglesia, nos hace sospechar una cosa que Mr. Leigh Hunt estimará poco caritativa, porque no podemos ménos de creer que fué por aquel tiempo cuando Wycherley entró en el gremio de los calólicos romanos. Está fuera de duda que lo hizo; y áun cuando ninguno de sus biógrafos da la fecha de su segunda conversion, no creemos agraviar el carácter de Wycherley, ni el de Jacobo II, colocándola en esta época.

Poco tiempo despues moria el anciano Wycherley, y su hijo, que habia ya pasado con exceso de la juventud, entró en posesión del patrimonio; pero las deudas y las hipotecas que pesaban sobre él lo habian reducido á solo el nombre. Nada de esto fué parte á que modificara su sistema de vida, y continuó llevando la de un viejo verde, con gustos y aficiones dispendiosas y poco dinero para satisfacerlas, y propension á las aventuras sin salud para empeñarse en ellas; castigo merecido á la conducta licenciosa de sus primeros años. Entonces comenzó á sufrir de una enfermedad que produjo los más graves y extraños efectos en su inteligencia. Su memoria se trastornó de tal modo, que al mismo tiempo parecia poderosa y débil por extremo, porque si leia durante la noche alguna cosa, la mañana siguiente despertaba tan imbuido de los pensamientos y hasta de las palabras del autor de la víspera que los trasladaba al papel como suyos, sin sospechar siquiera que no lo eran; y en sus versos, la misma idea y á veces las mismas expresiones las repetia en pocas líneas. En su persona se advertian las huellas de la edad, mejor dicho, de la vejez prematura, de las dolencias y del sufrimiento. Deploraba con amargura femenil la pérdida de su pasada hermosura, y no podia mirar, sin exhalar suspiros que partian de lo más intimo de su corazon, el retrato que le pintó Lely cuando tenía veintiocho años, soliendo murmurar á veces entre dientes: /Quantum mutatus ab illo! Inquielo siempre de su fama literaria, y no salisfecho de la reputacion que tenia como autor dramático, determinó de hacerse un nombre como poeta satírico y amoroso, y poniendo en ejecucion su pensamiento, al cabo de veintisiete años de silencio, por los de 1704, se presentó de nuevo al público con un grueso volúmen de á folio, lleno de poesías de todas clases, obra que no ha sido reimpresa, al menos que sepamos. Algunas de las composiciones contenidas en el libro habrian circulado manuscritas antes de ir á la prensa, cuando al solo anuncio de la nueva publicacion de Wycherley afirmaron los críticos de café que todo ello no valia nada, lo cual dió lugar á que él reformara en pruebas su mal perjeñado prefacio y que los cubriera de invectivas á todos, dando muestras evidentes de su vanidad y falta de ingenio. Al parecer el libro quedaron plenamente justificadas cuantas predicciones se habian hecho, áun las más aventuradas, porque su estilo y su versificacion eran de lo peor, y su moral la de Rochester. Pero si Rochester cometió gravísimas inconveniencias, tuvo excusa, al fin, en su juventud que lo indujo á cometer los errores de moda en aquel tiempo; no así Wycherley con sus sesenta y cuatro años, y que habia vivido lo bastante para ver pasar la época en que la licencia constitura parte muy principal y necesaria del carácter de los hombres bien educados y de talento.

La mayoría de los nuevos poetas, Addison, John Philips y Rowe, procuraban no apartarse de la buena línea de conducta, ofreciendo repelidos ejemplos de cordura y de prudencia, siendo por tanto ridiculo y repugnante el contraste que ofrecia un viejo desordenado y libertino entre jóvenes circunspectos, formales y morigerados.

El mismo año que pareció este volúmen de versos malos y poco decentes, hizo Wycherley conocimiento con un joven de aspecto singular, pálido, enfermizo, jorobado, de mirada brillante, que acababa de cumplir diez y seis años, y que habia escrito algunas composiciones en verso en las cuales aescubrieron las personas peritas indicios claros de grandes promesas para lo porvenir, sin embargo de que no habia nada en ellas de muy notable ni de muy original, como no fuera cierta fácil habilidad en la composicion métrica, porque si bien la lengua y la armonía de sus escritos no eran las de los mejores maestros de los tiempos pasados, hacía mejor ya lo que todos sus contemporáneos querian hacer.

Su estilo no era rico, pero si cuidado, conciso y acentuado. Sus versos carecian de variedad en las pausas, en el tono y en la cadencia; pero no lastimaban el oido. Este jóven, pues, que vivia ya relacionado con todos los que cultivaban las letras, dió mucha importancia á ser presentado al autor del Plain Dealer y de la Country Wife.

Curiosa sería para los lectores la historia de las relaciones que llegaron á entablar Pope y Wycherley, el representante del siglo que venía y el del siglo que se íba, el amigo de Lyttleton y de Mansfield y el de Rochester y Buckingham, si pudiéramos escribirla con todos sus detalles; pero bastará á nuestro propósito que digamos que el jóven principiante, seducido por la bondadosa condescendencia de un tan renombrado escritor, lo acompañaba y lo seguia, como la sombra al cuerpo, de café en café. Los dos amigos se escribian cartas llenas de afecto, de respeto y de adulacion; mas no duró mucho tiempo esta bienandanza, ni era posible tampoco que durase, porque Pope, que jamás fué meticuloso, ni muy delicado en sus escritos, ni dificil en órden á las costumbres de sus amigos, llegó á extrañarse del poco decoro de un libertino que áun á los sesenta años adolecia de todos los vicios de la época licenciosa de la Restauracion. Y como á medida que el jóven erecia en edad, y su inteligencia se desarrollaba, y su nombre iba formándose en el concepto público, juzgaba mejor de Wycherley y de sí mismo, llegó á experimentar por el hombre y el poeta juntamente justo desprecio, sin tomarse el trabajo de fingir lo que no sentia, disimulando su parecer. A su vez, Wycherley, sin embargo de que lo cegaba el amor propio en órden á las imperfecciones de lo que él llamaba sus poesias, no podia ménos de reconocer la inmensa diferencia que existia entre las producciones suyas y las de Pope, y combatido por ambos impulsos, así deseaba tener el auxilio de una mano hábil para limar y pulir sus rimas, como repugnaba deber servicios literarios á un mancebo principiante en el arte, y que podia con descanso ser su nieto. Por su parte, Pope se prestaba á ser útil á Wycherley; pero no parecia dispuesto á servirlo y además fá rendirle tributo de lisonjas. Bajo este supuesto se tomó el trabajo de leer y retocar algunas resmas de papel llenas de versos flojos y vacilantes, y de reemplazar muchos con los suyos propios, obra que el lector ménos experto puede conocer en seguida, y hecho eslo se creyó facultado para expresarse en términos que su poca edad no consentia. En una carta, por ejemplo, dijo á Wycherley: «Son los peores versos tan malos, que para sacar algun partido de ellos sería necesario hacerlos de nuevo;» y en otra, dándole cuenta de sus correcciones, añade: «Aun cuando el conjunto se halle de nuevo reducido á sus primeras proporciones, no he suprimido un solo pensamiento que no sea por hallarlo repetido en alguna parte del primer volúmen, y áun del actual manuscrito, y no creo que la versificacion disguste. Me habeis autorizado tantas veces á obrar con desembarazo en vuestras obras y á ser franco para expresaros mi pensamiento, que haciendo lo que he hecho creo haber correspondido á vuestro deseo; pero estad cierto de que si no he andado con miramientos all donde la severidad era provechosa, tampoco he mutilado más de lo indispensable.» Wycherley estimaba estos trabajos de Pope, y le agradecia las podas que iba practicando en sus florestas poéticas, lo cual, á decir verdad, era en su provecho; pero, andando el tiempo, más parecian quejas sus expresiones de gratitud que no muestras de reconocimiento. Cuando hablaba de Pope solia decir que era como los sastres de portal, que no saben cortar bien una prenda, pero sí volverla y remendarla; y cuando se comunicaba con él, sin perjuicio de reconocer que la versificacion de sus poemas ganaba pasando por su crisol, hablaba en términos despreciativos del arte de la versificacion en general, y se burlaba de los que preferian al sentido la armonía. No tardó en sentirse la venganza de Pope, quien sin más tardanza le contestó devolviéndole un volúmen que se ocupaba en corregir, diciéndole que tenía tantos defectos que no era posible hacer en él otra cosa que dejarlo tal cual estaba, so pena de trasformarlo por completo. He temido, concluia, no corregir en forma, y de hacerlo así, herir vuestra susceptibilidad. Esto puso el colmo á la enemiga de Wicherley, quien ya no pudo en su respuesta volar el resentimiento á vuelta de frases llenas de urbanidad. Pope quedó satisfecho al verse libre de una tarea enojosa y sin lucimiento, que le robaba el tiempo necesario á sus trabajos propios, y á manera de adios aconsejó á Wycherley que no escribiera en verso, prometiéndole mejor acogida por parte del público á sus pensamientos si los presentaba en prosa lisa y llana. Asi dió término tan memorable correspondencia entre ambos escritores.

Wycherley vivió algun tiempo más todavía como para dar el último escándalo, casándose diez dias ántes de morir, á los setenta y cinco años, con una jóven, sin más propósito que el de perjudicar á su sobrino; acto que prueba que ni la edad, ni lo que él llamaba su filosofia, ni el respeto á ninguna de las religiones que habia profesado sucesivamente, fueron parte á suministrarle siquiera los elementos más superficiales de moral. Falleció en Diciembre de 1715, y descansa en los subterráneos de San Pablo, de Covent Garden.

Su viuda pasó á segundas nupcias muy luego, contrayendo matrimonio con un capitan llamado Shrimpton, el cual se halló por este medio propietario de gran cantidad de manuscritos, que vendió á un librero. Los borrones y las enmiendas eran tantas, que no habiendo en Londres cajista que pudiera descifrar aquel original, fué necesario acudir á una persona peritísima en estas materias, cual era el crítico Theobald[13], editor de Shakspeare y héroe de la primera Dunciada[14], para que descubriera el texto verdadero. De esta suerte se logró reunir un tomo en prosa y verso, que debe todo su mérito á la intervencion de Pope, cuyas correccionos son fáciles de conocer.

No es necesario que digamos más en órden al earácter moral de Wycherley. En cuanto á su cetebridad como escritor, toda ella descansa en sus comedias, en las dos últimas principalmente. Así y todo, debemos decir que como autor cómico no era de la mejor escuela, ni el primero en ella, siendo sólo en realidad un Congreve de segundo órden. El estilo de sus diálogos constituye su mérito principal, como en Congreve; pero la inspiracion de El hombre honrado (The Plain Dealer) y de La Provinciana (The Country wife) es pálida y vacilante si se la compara con las magníficas ráfagas de luz que nos deslumbran en Amor por amor (Love for love), y el Modo de vivir del mundo (The way of the world). Del propio modo que Congreve, y aún más que él, no vaciló Wycherley en sacrificar las conveniencias dramáticas á la vivacidad del diálogo, hablando por boca de todos sus imbéciles y de todos sus fatuos, que se pintan á si propios con un buen sentido y una sagacidad tales, que los ponen al nivel de los héroes y de las personas de talento. Pondremos dos ejemplos de esta verdad, los primeros que nos ocurren, tomándolos de La Provinciana. En ese círculo hay locos que se aburren con el trato de sus antiguos amigos y que andan siempre buscando nuevas relaciones. Pero si este carácter se presta bien á la comedia, nada es más absurdo que presentar en la escena un hombre de tal estofa y que diga: «Nada puedo negarte, pues aun cuando le conozco de antiguo, que me maera en seguida si no te quiero tanto como si te conociera de ayer.» Cierto es tambien que los galanes de Londres han sido siempre una clase de hombres muy singular; pero casi estamos ciertos de que ninguno de ellos ha dicho jamás á una dama á quien haga la corte palabras como las siguientes ni parecidas: «Nosotros, los hombres de mundo, nos burlamos al propio tiempo que decimos flores; pero lo hacemos por demostrar ingenio solamente, pues si no sentimos el amor, tampoco somos malos.»

Se ha dicho que Wicherley producia sus obras de una manera lenta y laboriosa. Rochester lo apellido pesado, epiteto que se le aplicó más de una vez, en nuestro concepto con razon, porque, ó nos equivocamos mucho, ó su imaginacion era lenta y débil para producir, y solo á fuerza de constancia y de cuidado y de esfuerzos daba frutos, que, despues de todo, no eran de primera calidad. Wycherley, como Terencio, carece de títulos para ser calificado de autor original, y no exageramos nada con decir que no hay en sus obras un solo pasaje de algun mérito cuya idea generadora no se halle en otra parte. Las mejores escenas de El hidalgo maestro de baile las encontramos en El maestro de danzar, de Calderon, que no es por cierto una de las mejores comedias del famoso autor español. La Provinciana está inspirada en la Ecole des Maris y en la Ecole des Femmes. El fondo del Plain Dealer está calcado sobre el Misanthrope, de Moliére, y una escena entera traducida casi literalmente de la Critique de l'Ecole des Femmes. Fidelia es la Viola de Shakspeare, robada por Wycherley y desfigurada por él; y la viuda Blackacre, que sin duda es el carácter más bello y cómico del teatro de Wy cherley, es la Condesa, de los Plaideurs de Racine, expresándose en la jerga de los pieapleitos de Inglaterra en vez de hacerlo en la jerga de los de Francia.

Lo único que Wycherley haya producido integramente, original y propio y con abundancia, son escenas de libertinaje. Curioso es ver cómo todo cuanto él tocaba, por noble y puro que fuese, al punto se convertia en miseria y podredumbre. Compárese, si no, L'Ecole des Femmes á La Provin ciana. Agnés es una doncella inocente y buena, que rebosa de amor, pero de un amor lícito y honesto y puro, consentido por la moral, el honor y la religion. Es discreta y avisada por naturaleza, y si una educacion sistemáticamente descuidada parece haber sofocado en gérmen sus aptitudes y su mérito, una pasion noble despierta y aviva su energia. Su pretendiente adora en ella; pero es sobradamente bueno para no abusar de la ternura, de la confianza, del candor inocente de aquella niña tan cumplida de seducciones y de encantos como falta de experiencia. Pues bien: Wycherley se apodera de esta intriga, y hé aquí que luego al punto lo que fué dulce y honesta intimidad de dos almas, se trasforma bajo su influencia en una intriga indecente y ridfeula entre un libertino de Londres y la más necia de las provincianas. No entraremos en pormedores, porque, á decir verdad, la licencia de Wycherley se halla al abrigo de la crítica, del propio modo que ciertos animales inmundos al abrigo de los cazadores, y porque renunciamos á locar sus obras bajo este concepto, por repugnantes y he diondas.

El Plain Dealer se halla en el mismo caso. ¡Cuán10 esmero no empleó Shakspeare en Twelfth Night para conservar á Viola su dignidad y su delicadeza bajo el disfraz! La vemos vestida de paje, pero sin mezclarse nunca en asuntos que puedan dejar en ella, ni áun á los ojos de las personas más difíciles, la sombra de la duda. El duque la emplea en una embajada de amor, pero se trata del amor más honesto. Wycherley traslada á Viola á su teatro, y luego al punto queda trasformada en una zurcidora de voluntades, nueva Celestina. Pero el carácter de Manly es la mejor prueba de lo que decimos: Moliére trazó en El Misántropo un corazon noble y puro enconado por el espectáculo de la perfidia y de la maldad encubiertas bajo el velo de la cortesla; y como naturalmente todo extremo produce su contrario, Alceste adopta una teoría del bien y del mal opuesta a la de la sociedad que lo rodea; la buena crianza se le antoja vicio, y trasforma en objetos de su veneracion las virtudes austeras de que carecen los fatuos y las coquelas de Paris, viniendo á ser por tal manera censurable y ridiculo alternativamente, pero siempre honrado, y dejando impresionado el ánimo con la idea de que no sea simpática persona tan digna de aprecio. Wycherley saca á Alceste de este cuadro y lo trasforma en su laboratorio, para no citar sino las palabras del harto indulgente crítico Mr. Leigh Hunt, «en un sensualista feroz que se considera tan perverso como el resto de los mortales;» copia y caricaturiza el mal humor del héroe de Moliére; pero sustituye la integridad y pureza del original con el libertinaje más repugnante y la perversidad más descarada. Para concluir, bastará que digamos que Wycherley, al hacer esto, no creia trazar el retrato de un hombre malo, sino que se hallaba sinceramente persuadido de que ofrecia la imágen de un personaje virtuoso, más de lo que consentia el comercio babitual del mundo, cuando representaba el mayor bribon que pueda verse áun en sus obras; que de tal modo se hallaban pervertidos sus instintos morales.

Consolémonos diciendo que dejamos á Wycherley para ocuparnos de Congreve, por más que los escritos de éste no sean morales, ni tampoco fuera él hombre de ciertos sentimientos y de corazon elevado; pero, al poner mano en sus obras, comprendemos que ha pasado el peor momento y que bemos dado un paso para alejarnos de la Restauraeion, franqueando la esfera más baja del gusto y de la moralidad nacional.

William Congreve nació en 1670, en Bardseycerca de Leeds. Su padre, segundon de una familia muy antigua del Staffordshire, se habia distinguido mucho entre los caballeros durante la guerra civil, y fué inscrito en los registros al advenimiento de la Restauracion para ingresar en la Orden de ta Encina, acabando por establecerse en Irlanda bajo la proteccion del conde de Burlington. En aquella parte del Reino-Unido pasó Congreve su infancia y su juventud, haciendo sus estudios en Kilkenny y en la Universidad de Dublin. Su instruccion hace honor á sus maestros, pues se echa de ver en sus escritos que habia estudiado, no solamente la literatura latina, sino es los griegos, mejor que la generalidad de las personas de su tiempo. Cuando hubo terminado sus estudios, lo enviaron á Londres para cursar leyes, y se matriculó al efecto en Midle Temple. Una vez allí, se curó muy poco de asistir al claustro, y se consagró por completo á la literatura y á frecuentar la sociedad. Dos cosas ambicionaba y lo atraian en opuesta direccion: las letras y los salones, y comprendiendo que se hallaba en posesion de grandes facultades y aptitudes para lo primero, y que su porte distinguido, sus modales y sus numerosas relaciones de familia podrian abrirle las puertas de los mejores círculos, quiso ser gran escritor y hombre á la moda, cosas ambas que se hallaban á su alcance. Pero ¿podia conseguirlas juntamente? ¿No había en la literatura algo de vulgar que no se acomodaba con la manera de ser elegante y desdeñosa de un hombre afiliado á la buena sociedad? ¿Era propio de un aristócrata verse confundido con los habitantes de los sotabancos de Grub Street, andar en tratos con los editores, llamando á la puerta de las imprentas, ó recibiendo á tipógrafos en su casa, disputándose con los empresarios de teatros, y recogiendo aplausos ó silbas de las butacas y del paraíso? ¿Podia renunciar al deseo de pa sar por el hombre más ingenioso de su tiempo?

Pero, ¿podia, por otra parte, adquirir renombre sinperjudicar á lo que tambien le era muy caro, esto es, á su reputacion de elegancia? La historia de su vida es la de una lucha entre ambas corrientes. En su juventud venció el ánsia de gloria literaria; pero ambicion ménos noble triunfó al cabo de aquella y concluyó por dominarlo enteramente.

Pareció su primera obra, que fué una novela de muy escaso mérito, bajo el pseudónimo de Cleófilo. La segunda se titula El solteron, y se puso en escena por los años de 1693, comedia inferior á las demas que escribió; pero que en su género no es inferior sino á ellas mismas. La intriga carece de interes y de verdad; los caracteres, ó son incompletos, ó se fijan por medio de rasgos de la más grosera especie; el diálogo, en cambio, es brillante y rebosa de ingenio y de elocuencia á tal punto que al mismo imbécil le loca una gran parte, sin embargo de que conserva cierta verdad de conversacion y cierto aire de naturalidad imposible de describir, de que Wicherley no dió ejemplo y que Sheridan trató en vano de imitar. Luchando el autor entre el orgullo y la vergüenza, entre el orgullo de haber hecho una buena comedia y la vergüenza de haber cometido una accion indigna de un hombre bien educado, pretendió baber escrito solamente algunas escenas para distraerse, y afectó ceder con repugnaneia á las importunidades de los que le obligaban á correr las aventuras del teatro. Dryden, que entre otras muchas y buenas cualidades tenía la de admirar de la manera más franca, generosa y cordial el talento de los demas, al ver el manuscrito de El solteron (The Old Bachelor), dijo que jamás habia encontrado tanto mérito en la primera obra de un autor, y contribuyó, por su parte, á darle una forma conveniente á la representacion. Nada faltaba para asegurar el éxito de la comedia, como que se habia escrito de tal modo que fuera parte á poner de relieve todos los talentos del arte escénico y todas las beldades que podia producir Drury Lane, á la sazon el único teatro que hubiera en Londres. El éxito fué un triunfo completo, y valió al autor recompensas más sólidas que los aplausos del público, porque Montagu, entonces lord de la Tesorería, le dió inmediatamente un buen destino, y poco despues le prometió mejor colocacion, oferta que no pudo realizarse hasta muchos años despues, cuando el puesto quedó vacante.

Dió Congreve El juego doble (The Double Dealer) en 1694, desplegando en esta comedia todas las facultades que habian creado et Old Bachelor, perfeccionadas por el ejercicio y maduradas por la experiencia. El auditorio, no obstante, se extrañó de los caracteres de Maskwell y de lady Touchwood, y, á decir verdad, hay algo en ellos que choca y que disuena, pues ambos parecen escapados de la casa de Laío ó de Pélops para presentarse en medio de los Brisks, de los Froths, de los Carelersses y de los Plyants. La obra no gustó y fué mal recibida de la generalidad; pero si las alabanzas del público ilustrado podian compensar á los ojos de Congreve la desaprobacion de la multitud, debió quedar satisfecho. Dryden hizo cumplidisimos elogios del autor del Double Dealer en una de las producciones más ingeniosas, brillantes y patéticas que haya escrito jamás y en términos que hoy nos parecen hiperbólicos. «Hasta la aparicion de Congreve, dice esta delicada lisonja, todos reconocian y confesaban la superioridad de los poetas que vivieron antes de la guerra civil, siendo para nosotros á manera de los gigantes antidituvianos.»

Theirs was the giant race before the flood.

Cierto es que desde la vuelta de la familia real no se habían dado grandes pruebas de mucho arte y habilidad; pero los antiguos maestros seguian no teniendo rivales (1), hasta que al fin surgió un escritor que, apenas salido de la adolescencia, lograba sobrepujar á los autores de El Caballero de la Ardiente Maza (The Knight of the Burning Pestle) y de La mujer silenciosa (The Silent Woman), y á quien no quedaba más que un rival, puesto que «hasta entonces el cielo no habia sido pródigo sino es una vez, dando tanto á Shakspeare que ya no podía otorgarle más.»> (2) Unos versos del final del poema citado, elegantes y conmovedores, impresionaron por extremo á Congreve.

«Ya soy viejo, decia Dryden, y además de los años, me abruman los trabajos de la vida y los dolores; voy a dejar pronto la escena ingrata en que be pasado tanto tiempo; mas antes de hacerlo, me recomiendo á ti, á quien todas las musas y todas las gracias han colmado de sus dones, á tí, á quien auguro brillante porvenir, para que seas bénévolo con mis despojos, y defiendas de tus propios inicios á tu amigo muerto; para que ningun adversario insulte mi nombre y (3) para que veles por mis laure(1) Our builders were with want of genius curat, The second temple was not like the first..

Heaven, that but once was prodigal before, To Shakspeare gave as much, she could not give (2) (him more.

(3) Dryden, que habia sido ruda y satíricamente tratado por algunos de sus contemporáneos en el Rehearsal, y que se habia vengado de ellos con ensañamiento, temia que despues de su muerte la crítica hiciera pasto de sus obras.

El objeto del Rehearsal fué ridiculizar la tragedia rimada y con ella á su más apasionado campson, que fué les, ya que te ha tocado en herencia un bosque de ellos!»> (1) La multitud acabó, como de costumbre, por hacer coro a las personas ilustradas, y al cabo de poco tiempo lo mismo se admiraba El juego doble que El solteron, por más que nunca haya gustado tanto.

En 1695 se puso en escena Amor por amor (Love for love), obra superior á las anteriores por su ingeno y por el efecto dramático, estrenándose en un nuevo teatro que Belterson y otros actores, disgustados de la manera como habian sido tratados en Drury Lane, dispusieron en un trinquete de pelota cerca de Lincoln's Inn. El éxito que obtuvo fué inmenso, y nadie recordaba triunfo más brillanto que el suyo, quedando los actores tan satisfechos que dieron á Congreve participaciou en su teatro, prometiéndoles él en cambio, si su salud se lo permitia, una obra nueva cada temporada. Dos trascurrieron, sin embargo, antes de que produjera la Mourning Bride (La novia enlutada), y por más débil y loja que sea esta obra en comparacion, no ya de El Rey Lear d'de Macbeth, sino de los buenos dramas de Massinger y de Ford, merece ocupar puesto prefeDryden, iniciador de la revolucion clásica en la poesia con su Annus mirabilis, poema que dio á luz en 167. describiendo la guerra de Holanda y el gran incendio de Londres, y fué la base de su fortuna y de su gioría.-N. del T.

Already am I worn with cares and age, (I) * And just abandoning the ungrateful stage: But you, whom every Muse and Grace adorn, Whom I foresee to better fortune born, Be kind to my remains; and, oh, defend Against your judgment your departal friend.

Let not the insulting foe my fame pursue, But guard those laurels wich descend to you,.

+ rente entre las tragedias del siglo en que se escribió, tanto, que para encontrar algo que la iguale se bace necesario remontarse á doce años atras, á la Venecia libertada, ó descender seis hasta la aparicion de La hermosa penitente. El hermoso pasaje que Johnson colocaba sobre toda otra produccion análoga del teatro inglés, ha sufrido mucho menoscabo en la opinion pública por consecuencia de tan exagerados elogios, y más justo hubiera estado diciendo que las bellezas de este fragmento son mayores que cuanto hay en las tragedias de Dryden, de Otway, de Lee. de Rowe, de Southern, de Hughes y de Addison (1), y de todo cuanto se escribió para el teatro desde la época de Carlos I.

(1) Dramáticos todos. Addison no alcanzó fortuna en el teatro: pero goza de renombre merecido y se balla clasificado entre los escritores más célebres de su patria por en buen gusto literario y por la correccion, cultura, pureza y atildamiento de su estilo, como prosista y versificador.

Dryden viene despues de Shakspeare, Milton y Spenser.

Escribió para el teatro, y fué nombrado poeta laureado en competencia con Waller, Milton y Butler, lo cual le atrajo la enemistad de Buckingham, de Butler, de Sprat y de Clifford, que lo ridiculizaron en el Rhearsal. El se vengo á su vez en su Absalon y Aquitofel. Despues de dar á la estampa su poema titulado Religio laici, se convirtió al catolicismo, no tanto por conviccion como por interes, si hemos de creer & Johnson y á sir Walter Scott. Murió en la desgracia despues de producir, en la Fiesta de Alejandro, au obra capital.

Rowe fandó su reputacion con la Jane Shore, y escribió, además, el Tamerlan, La hermosa penitenta y La suegra ambiciosa, ésta cuando tenía veinte años, Ulises y Jane Grey.

De Otway dice Blair que se hallaba dotado de grande aptitud para la tragedia, como lo demostró en El huérfano y la Venecia libertada; pero que á la imaginacion y al genio unia defectos de la peor especie, como son el mal gusto y la obscenidad.

El éxito de La novia enlutada fué aún más grande que el de Amor por amor, y valió á Congreve ser declarado por la opinion pública el primero de los autores trágicos y cómicos de su tiempo, y esto cuando apenas contaba veintisiete años. No creemos que ningun escritor inglés, á excepcion de Byron, haya logrado jamás elevarse tan jóven å tantaaltura en el concepto de sus contemporáneos.

Tuvo lugar por entonces un suceso que á nuestro parecer merece más atencion de la que Mr. Leigh Hunt le concede. Porque como la nacion se hubiera repuesto de las consecuencias desmoralizadoras de la austeridad puritana, ya nadie se acordaba sino es de una manera confusa.y vaga de las lúgubres locuras del reinado de los santos. Los males producidos por la impiedad y el desenfreno eran recienHughes fué dibujante. músico y poeta, logrando agradar siempre, áun cuando le faltaba originalidad. Su mejor obra fué El sitio de Damasco. Su hermano Jabez Hughes tradujo al inglés Las Novelas de Cervantes, en 1729.

Lee empezó por ser actor. Fué de conducta depravada y llegó á perder la razon á fuerza de embriagarse. Addison apreciaba mucho su talento para la tragedia, al par que deploraba sus hábitos. Neron, Sofronisba, Gloriana, Miridates, Teodosio, César Borgia y Bruto, son las obras principales que produjo. Escribió, además, en colaboracion con Dryden el Edipo y El Duque de Guisa.

Southern escribió gran número de tragedias. Fué amigo de Dryden, y demostró grande habilidad y talento para desarrollar los caracteres. El Oroonoko es su obra más importante. Suyas son tambien La dama errante, La excusa de las mujeres, La Espartana, La madre á la moda y El matrimonio funesio.

Philips, á quien se alude tambien por el autor en la página 22), fué poeta muy renombrado y amigo de los anteriores, y se dió á conocer con el poema titulado Splendid Shiling, en el cual hace hablar el lenguaje de los dioses á un desdichado que vivia en la miseria.-N. del T.

tes; pero se recordaban con repugnancia. La corte habia cesado, desde la revolucion de 1688, de proteger el liberlinaje. Maria era sinceramente piadosa, y los defectos del frio, adusto y silencioso Guillermo no herian la susceptibilidad del pueblo. Pero, á pesar de haberse abandonado en las esferas oficiales la licencia de la Restauracion, y de haber caido de la pública privanza, imperaba todavia como árbitra y señora en algunas partes de la sociedad, y estaba como atrincherada y tenía por baluartes aquellos lugares donde se reunian los hombres de letras, de ingenio y elegantes; pero áun más que otros los teatros. En estas circunstancias pareció un gran reformador, cuyo nombre no podemos trascribir al papel sin respeto, cualquiera que sea la diferencia que existe entre él y nosotros en orden á muchos puntos de la mayor importancia.

Jeremías Collier era ministro de la Iglesia de Inglaterra y se había educado en Cambridge. Por su talento é instruccion merecia obtener los más altos puestos y los más grandes honores en su carrera.

Era eruditísimo, como que los libros innumerables que habia leido le habian dejado un tesoro de conocimientos muy considerable, y de maneras y trato distinguido, que debia en gran parte á su roce frecuente con la buena sociedad, siendo su conversacion por extremo agradable. Pocas eran las ramas de la literatura que no hubiera él explorado; pero más principalmente cuanto se relacionaba con el estudio de las antigüedades eclesiásticas. En punto á opiniones religiosas, pertenecia Collier á la fraccion de la Iglesia de Inglaterra que se halla más cerca de Roma, y en cuanto al concepto que tenía respecto del gobierno, de los obispos, de las órdenes sagradas, de la eficacia de los Sacramentos, de la autoridad de los Santos Padres, del crimen del cisma, de la importancia del traje, de las ceremomias y de los dias de fiesta, no diferia el suyo de un modo apreciable del que ahora profesan (1844) el doctor Pusey y Me. Newman. Hácia el término de su vida dió algunos pasos más hácia la Iglesia Romana, mezclando agua al vino al celebrar la Eucaristia, haciendo la señal de la cruz al confirmar los catecúmenos, administrando una manera de Extremauncion á los enfermos y rezando por los muertos. Su politica se hallaba de acuerdo con su teología. Era tory, pero de los más fanáticos, y pertenecía por esto á la fraccion Tantivy, denominada asf en la jerga de aquel tiempo, y ni la persecucion de los obispos, ni el expolio de las universidades fueron parte á quebrantar su acendrada y profunda fidelidad a la Corona.

Durante la Convencion escribió con tal vehemencia en favor del rey fugitivo, que fué por ello reducido á prision; mas no era posible someter å tan poca costa un alma indomable como la suya, y respondió al castigo renunciando sus beneficios y escribiendo una serie de folletos ingeniosos y violentos contra el orden de cosas existente y encaminados á levantar la nacion contra su nuevo señor. En 1692 fué preso de nuevo como sospechoso de haber tomado parte en una conspiracion de lesa majestad, siendo tal la inflexibilidad de sus principios, que sólo haciendo grandísimo esfuerzo consiguieron de él sus amigos que les permitiera dar la fianza earcelaria, y que andando el tiempo se mostró pesaroso y con remordimientos de haber consentido en reconocer, aunque de una manera indirecta, por este medio, la autoridad de un gobierno usurpador.

Pasado algun tiempo volvió á encontrarse en una circunstancia crítica. Porque como sir John Friend y sir William Parkins fuoran juzgados y condenados como reos de alta traicion por haber tenido el proyecto de asesinar al rey Guillermo, y Collier les llevase los consuelos espirituales, acompañándolos á Tyburn, en el momento de la ejecucion levantó la mano sobre sus cabezas y los absolvió en nombre de la autoridad que había recibido de Cristo, lo cual produjo escándalo indecible, así entre los whigs como entre los torys, que censuraron á una voz la conducta del audaz sacerdote. Se cometen actos, decian, calificados de crímenes de alta traicion, por hombres que pueden ser buenos, y á los cuales los predispongan y arrastren sus propias virtudes en tiempos de turbulencia y desórden, y si su castigo puede ser necesario á la proteccion de la sociedad, ésta, á la vez que por ellos les imponga la pena merecida, puede no estimarlos culpados moralmente, y si sólo en el sentido estricto de la ley, y abrigar la esperanza de que la sinceridad de su error no les sea imputada en la otra vida por pecado, áun cuando en esta no sea lícito perdonárselo. Pero no era este el caso de los conspiradores, porque los auxiliados por Collier resultaban comprometidos en una conspiracion que tenía por objeto sorprender y asesinar, en el momento que se creyera más seguro, á un hombre que si no era su rey era su semejante, y fueran las que fuesen las teorias jacobistas en órden á los derechos de los gobiernos, el asesinato era, es y será siempre un gran crimen que condenan los principios más elementales de la moral y del bonor. ¡Cuánto más no debia serio para la santa esposa de Cristo! Cierto que la Iglesia no podia ver sin tristeza y dolor que uno de sus hijos fuese á comparecer ante el Supremo Juez en la oternidad, despues de haberse hecho culpable de crimen tan grande, si no daba muestra ninguna de arrepentimiento; nadie dudaba de que los traidores se hallasen contritos; pero si en los momentos supremos que pasaron, despues de condenados, ántes de subir al cadalso, hicieron acto de contricion á solas con el sacerdote, á solas tambien y sin testigos pudo éste absolverlos, no públicamente, porque para esto hubiera debido preceder el arrepentimiento público y solemne. Y como el de Friend y Parkins, si lo tuvieron y lo expresaron, fué en secreto, y Collier los absolvió å presencia de miles de espectadores, sus enemigos concluian de aqui que no tenía por pecado el conspirar contra la vida del rey; suposicion contra la cual protestó sincera y calurosamente.

Al fin estalló la tempestad. Los obispos censuraron de una manera solemne la absolucion. El fiscal del Tribunal Supremo formuló la acusacion. Collier se hallaba entonces resuelto á no prestar fianza y á comparecer ante los tribunales del usurpador; pero desapareció de la escena y fué declarado fuera de la ley. Sobrevivió treinta años á estos sucesos.

Se suspendieron los procedimientos, se sobreseyó la causa, se le permitió volver á sus ocupaciones literarias, se hicieron numerosas tentativas para quebrantar su obstinada integridad, ofreciéndosele riquezas y dignidades; mas todo fué inútil, y cuando murió, á fines del reinado de Jorge I, su actitud respecto de la dinastia era la misma de siempre.

Sin que nos hagamos sospechosos de parcialidad, ni se nos crea inclinados á la teología ni á la política de Collier, podemos decir que no recordamos otro hombre más honrado, ni más animoso que él.

Diremos más aún: á pesar de la vehemencia de sus opiniones políticas y de sus tendencias, siempre sostavo la controversia con singular justicia, y con un candor, una generosidad y una elevacion de espíritu que le vedaban emplear armas de mala ley, áun en las disputas más ensañadas, y lo hacian presentarse siempre en la lucha despojado de odio y de rencores personales. Y estas mismas opiniones suyas, tan francas y resueltamente mantenidas, por absurdas y perniciosas que fueran, lo hacian más apto aún á emprender la reforma de la literatura ligera. La licencia de la prensa y del teatro era, como ya lo hemos dicho, efecto de la reaccion contra los rigores del puritanismo, y el desórden y el libertinaje el signo característico de los caballeros y de los partidarios de la alla Iglesia, del cual hacian tanto alarde como de la hoja de encina que tomó por divisa todo el partido el 29 de Mayo; que las ideas del decoro y de la decencia no se asociaron nunca en aquel tiempo al bando realista, sino es al revolucionario. Doctores muy graves y prelados muy respetables se mostraban siempre dispuestos á cerrar los ojos en órden á los excesos que pudieran cometer unos aliados tan celosos, tan aptos, tan capaces y que de una manera tan eficaz cubrian de ridículo y de ignorginia á las Cabezas redondas (1) y á los presbilerianos, que si un whig se levantaba para protestar contra la impiedad y la licencia de los escritores á la moda, luego al punto gritaba el público á coro, diciendo: «Sois de los que se (1) Nombre bajo el cual eran conocidos los partidarios del Parlamento y de la libertad religiosa, y que se les dió por traer raido el pelo, al contrario de los realistas, que ostentaban luengas cabelleras, como puede verse en los retratos de la época, y en el célebrs de Cárlos, pintado por Van Dyck. N. del T.

lamentan y gimen cuando se hace á la ligera una cita de la Escritura, y que se enriquecen robando la Iglesia; que se estremecen al oir una palabra de doble sentido, y que decapitan á los reyes sin piedad.» Por esta causa ni Baxter, ni Burnet, ni Tillotson (1) hubieran logrado gran cosa en benefició de la literatura si se hubieran propuesto depurarla; pero cuando un partidario fanático de la causa del episcopado, cuando un hombre perseguido por su adhesion al principio hereditario se presentaba enla arena como paladin de la virtud y de la decencia, la lucha casi no podia ser dudosa.

En 1698 publicó Jeremías Collier su Ojeada sobre la impiedad y la inmoralidad del teatro inglés, libro que puso en revolucion al mundo literario, y que se lee al presente mucho menos de lo que merece.

Sus defectos, á decir verdad, son muchos y grandes, y las disertaciones que contiene acerca del arte dramático griego y latino buelgan en él. Por aquel entonces llegó á creerse que habia logrado refutar á Bentley (2); pero en nuestra época el más (1) Oradores sagrados de cuenta, sobre todo Tillotson, á quien los ingleses colocan entre los más famosos de su patria. Baxter, á pesar de haber seguido en política las corrientes de la revolucion, censuró de una manera acerba á Cromwell por su tiranía, y contribuyó con sus sermones á consolidar el partido de los que deseaban la vuelta de Carlos II. Burnet fué historiador de gran mérito y notable por su tolerancia con todos, excepto con los católicos.

Escribió la Historia de la reforma en Inglaterra, y otras obras notables.-N. del T.

(2) Critico y filólogo eminente, que obtuvo en 1692 el premio fundado por Boyle en favor de quien predicara en un año ocho sermones en defensa de la religion natural y revelada. Escribió las Observaciones criticas sobre las dos primeras obras de Aristófanes, y una muy notable Disertacion sobre las epístolas de Temistocles, Sócrates, Euripides y 16 modesto erudito podria declararlas dignas sólo de un estudiante ó, mejor aún, de un niño. Collier no censura con suficiente criterio, y los autores que acusa habian cometido tales y tan groseras ofensas contra la moral y el decoro, que antes debilitaba su causa que no la fortalecia, introduciendo en su acusacion contra ellos la menor cosa que pudiera ser parte á discusion. Hizo la torpeza de clasificar entre las ofensas escandalosas, que atacaba con sobra de justicia, pequeñeces inocentes y ligerezas insignificantes, que si no son perfectamente correctas, no sería tampoco dificil hallarlas iguales en las obras de otros autores que han prestado muy notables servicios á la religion y á la moral. De aquí que Congreve, que habia cometido muchas trasgresiones importantes y graves para que no fuese necesario acusarlo de faltas imaginarias, se ve censurado por Collier de haber hecho uso frecuente y con sobrada ligereza de las palabras mártir é inspiracion, como si un arzobispo no pudiera decir que tal discurso había sido inspirado por el vino de Burdeos, ó que un concejal es mártir de la gota.

Sucede tambien á veces á Collier que no distingue suficientemente, ni separa el autor de los personajes del drama, y por eso acusa á Vanbrugh de haber puesto en boca de lord Toppington expresiones insultantes á propósito de la liturgia de la Iglesia, cuando es evidente que este autor no podia manifestar mejor su respeto que haciendo hablar de Falaris y las Fábulas de Rsopo, demostrando que estas obras son apócrifas. Dirigió ediciones muy estimadas de Horacio, Terencio y Fedro. Su vida fué una constanta querella literaria, sostenida por su parte, aunque con mucha energía y conocimientos profundos, sin moderacion alguna. N. del T.

aquel modo á lord Toppington. En todo el libro se advierte un lujo excesivo de clericalismo, por que, demas de otras cosas, Collier no se contenta con pedir que la clase á la cual pertenece sea protegida contra la sátira sistemática y mordaz, sino que no quiere admitir en ningun caso que las personas ó los actos de los eclesiásticos se ridiculicen, no limitando estos privilegios á los ministros de la Iglesia establecida, sino extendiéndolos á los sacerdotes católicos y, lo que áun es más extraño de su parte, á los predicadores disidentes, á los imanes, á los brahminos, á los ministros de Júpiter y á los de Baal. Tanto es así, que censura á Dryden por haber puesto en boca del mufli, en Don Sebastian, algunas necedades, y á Lee por su irrespetuosidad con Tiresias. Pero el pasaje más curioso es aquel en que Collier muestra la extrañeza que le causan las poco reverentes observaciones que Casandra se permite en la Cleómenes de Dryden sobre el buey Apis y sus hierofantes; y las palabras aquellas que dicen: «Dios que pasta hierba, ó Dios alimentado de forraje,» y que se hallan verdaderamente en el estilo de ciertos pasajes del Antiguo Testamento, producen al teólogo cristiano tanto escándalo como hubieran podido producir en el ánimo de los mismos sacerdotes de Memfis.

Despues de haber hecho todas estas reservas y salvedades, lo que resta del libro tiene mérito no escaso, y tal vez no haya una obra de la misma época en que se puedan encontrar trozos de estilo tan perfectos y variados. Absurdo sería comparar Collier á Pascal. Sin embargo, no sabemos dónde podria encontrarse, sino es en las Provinciales, una jovialidad tan digna y tan bien armonizada con el carácter severo del autor, porque Collier era consumado en todas las maneras del ridículo, desde la sátira culta hasta el sarcasmo más refinado y antitético, y además en la retórica de la indignacion virtuosa. Ningun libro contiene tantos arranques como el de que nos ocupamos de esa elocuencia que parte del corazon y va directamente á él; el espíritu que lo anima es verdaderamente heroico, y para apreciarlo en su justo valor se hace indispensable tener en cuenta la situacion en que se hallaba su autor; el cual era objeto de las iras del poder y cuyo nombre servia de objetivo á las invectivas de la mitad de los escritores de su tiempo cuando empeñó la batalla con la otra mitad, volviendo por los fueros del buen gusto, del buen sentido y de la buena moral; y por más poderosa y fuerte que fuera su falange política, pareció haberla olvidado en aquel momento, así como tambien que fuera jacobista para no pensar sino es que era cristiano y ciudadano.

Algunas de sus más amargas censuras cayeron sobre las poesías que el partido tory saludó con trasportes de entusiasmo y que lastimaron de una manera cruel á los whigs, ofreciendo un espectáculo conmovedor la entereza de aquel hombre que, solo y perseguido, atacaba á contrarios de tal condicion, que si considerados separadamente podian reputarse formidables, en conjunto hubieran podido pasar por invencibles, y que sin atender á su fuerza, ni curarse de su número, ni parar mientes en su calidad, así descargaba su maza á un lado como á otro, lo mismo sobre Wycherley que sobre Congreve y Vanbrugh, y que así hacía morder el polvo al miserable D'Urfey (1) como hendia de un golpe la empenachada cimera de Dryden.

(1) D'Urfey Ó Durfey, que de ambos modos se le conoEl efecto fué inmenso. La nacion quedó convencida de lo que sostenia Collier; pero nadie dudaba tampoco de que entre la hueste numerosa que habia retado á combate, alguno saliera para recoger el guante. Creíase generalmente que Dryden acudi ría de punta en blanco al palenque, y todos se aprestaban á no perder ningun detalle de la lucha entre campeones tan bizarros y cuyas armas eran de temple tan fino. Y como atacó al gran poeta de una manera tan violenta, y se sabía que su herida era profunda, y que otras veces con menos ocasion excitaron en él ataques no tan impetuosos grandes venganzas y resentimientos crueles, y que además no habia en todo el arsenal literario un arma ofensiva ó defensiva que no manejara diestramente, la esperanza de asistir á una liza singular excitaba el ánimo de cuantos tenian conocimiento de ella; mas quedaron muy luego defraudados, porque dejó hablar á su conciencia y quedó turbado como el ángel caido cuando entendió las palabras de Zefon, «comprendiendo cuánto es temible la virtud; y viendo bajo una forma seductora el bien perdido, lloró de dolor.» (1) Dryden se ocupó con el tiempo del ensayo de ce, fué poeta y actor. Era originario de Francia, y murió en 1728. Primero se dedicó á la abogacia, pero antes de terminar sus estudios comenzó á cultivar la poesía y el arts dramático. Escribió próximamente treinta comedias, que no se ponen actualmente en escena por abundar en ellas con exceso la licencia y las situaciones escabrosas. En tiempo de Carlos II y de Ana, gustó mucho el público de su manera, y áun dicen que el flemático Guillermo III se divertia viendo sus obras en el teatro.-N. del T.

(1) And felt how awful goodness is and saw Virtue in her shape how loveley: saw and pined His loss..

Collier en el prefacio de sus fábulas, quejándose con amargura de la dureza del tratamiento sufrido, y aduciendo razones que pudierau mitigar la sentencia; pero confesando francamente que las censuras eran merecidas, y declarando en conclusion que «si Mr. Collier era su enemigo, le deseaba el triunfo, y si era su amigo, como quiera que no le hubiese dado ningun motivo personal de queja para no serlo, se gozaria de su arrepentimiento..

Prudente habria sido Congreve siguiendo el ejemplo de su maestro, pues se hallaba en la situacion de quien, tratando de justificarse, hace una locura, toda vez que sus faltas son evidentes, y que no puede ser parte á defenderlas la elocuencia, ni la más consumada habilidad á conseguirle sean perdonadas. Además, tenía Congreve en su favor muchas circunstancias atenuantes que hubieran podido alcanzarle la absolucion, si hubiera reconocido sus errores y hecho propósito de enmienda, porque el censor más rígido no hubiera podido ménos de perdonarle aquellas faltas en que tan fácilmente caen los jóvenes cuando se hallan dotados de imaginacion poderosa y ardiente y los embriagan los aplausos de la multitud. Aun estaba en posesion del afecto y de la admiracion general, pudiendo, por tanto, más fácilmente borrar el recuerdo de sus culpas y compartir con Addison la gloria de mostrar que la inteligencia, por superior que sea, puede vivir en alianza estrecha con la virtud. Pero en ningun caso debió romper lanzas con Collier, porque miéntras éste era perfectamente apto por educacion, temperamento y hábito á la polémica, Congreve no reunia estas circunstancias, áun siendo de ingenio superior y de gran fecundidad. Nunca poseyó escritor alguno arte más consumado que él para cincelar epigramas y abrillantar réplicas, en diálogos elegantes, fáciles y familiares; género de joyeria en el cual llegó á la perfeccion más admirable y hasta entonces desconocida; mas en el arte de la controversia era por extremo débit é ignorante. Bien es cierto que su causa era tan mala, que, áun con todo el arte y conocimientos y pericia posibles, le habria costado ímprobo trabajo conseguir el triunfo.

El resultado fué tal como podia preverse: la respuesta de Congreve, violenta, oscura y enojosa, disgustó á todos, y hasta los actores y poetas convinieron en que tanto por su ingenio como por su lógica el teólogo valia incomparablemente más que el dramático. Al cabo, no solo no pudo Congreve sostener su causa en aquellos puntos respecto de los cuales no tenía razon, sino que tampoco pudo lograrlo en aquellos en que la tenía. Collier lo acusó de impiedad por haber dado á un eclesiástico el nombre de Mr. Prig, que vale tanto como pillete, y porque sacó á la escena un cochero llamado Jehú, en memoria del rey de Israel, á quien se reconocia desde lejos por la rapidez con que guiaba los caballos. Si El solteron y El doble juego no hubieran tenido nada peor que esto, Congreve hubiera podido pasar, sin disputa, por un escritor tan puro como Cowper, que en sus poemas, revisados por un cen sor tan austero como John Newton, llama á un cazador de zorros Nemrod y á un capellan Smug, equivalente á relamido. Congreve hubiera logrado producir el mejor efecto dirigiéndose al público y preguntándole si no habia molivo fundado para creer injustos cuantos cargos formulaba Collier contra él, euando apelaba á tan frivolas acusaciones; pero en vez de esto pretendió que no había querido hacer alusiones a la Biblia empleando el nombre de Jebúni dado tampoco el de Pillete (Sprig) á un eclesiás, tico, animado de propósitos malévolos. Increible parece que un hombre de tanto talento para defenderse de imputaciones que nadie podia encontrar graves, acudiese á forjar embustes á los cuales nadie podia conceder el menor crédito.

Hé aquí ahora uno de los argumentos que adujo Congreve para defender sus obras y las de sus amigos. Dijo que si bien tanto él como sus compañeros erau culpados de haber cometido algunas ligerezas en sus obras, tambien habian puesto el mayor empeño en sazonarlas de cierta parte de moral, conteniéndola en dos ó tres versos al final de cada pieza. Aun cuando así fuera, el argumento carecia de fuerza, porque ¿quién que conozca la naturaleza humana podrá creer que un distico sea parte á destruir el daño producido por cuatro actos licenciosos? Congreve hubiera debido repasar sus comedias antes de hacer uso de semejante argumento, y entonces habria encontrado, como Collier, que la moral de El solteron, el grave apotegma que debe neutralizar la inmoralidad y el libertinaje de la obra, puesto al final de ella como digno remate, dice de esta manera: «¡Cuán ásperos y penosos caminos son los que hallamos al mediar la vida! Nuestro sol declina, ¡y con cuánta pena y á costa de cuántas dificultades arrastramos entonces esa carga incómoda y pesada que se llama una esposa! (1)» «El final de Love for Love, dice Collier, vale más; pero no creemos que sea muy provechoso al lec(1) What rugged ways attend the noon of life!

Our sun declines, and with what anxious strife, What pain, wa tug that gailing load-a wife..

tor, aun cuando lo recuerde hasta la última hora de su vida. Hélo aquí: «El milagro consiste en hallar un amante sincero, no una mujer tierna y afectuosa.» La réplica de Collier fué terrible. Citaremos una de sus frases, no á título de muestra de estilo, sino porque Congreve la mereció por su afectacion. Hablando el poeta del Old Bachelor como de una cosa de poco momento y sin consecuencia, que sólo por casualidad dió al teatro, dice que «lo escribió para distraerse durante la convalecencia de una enfermedad.» «No quiero saber cuál fuera, le replicó su crítico; pero debió ser grave para ser peor que el remedio.» Todo lo que ganó Congreve con ser puesto en evidencia en la ocasion á que nos referimos, fué quedar privado de las excusas que hubiera podido hallar á los ojos del público para las faltas y errores de su juventud. «Por qué, preguntaba Collier, se burlará el hombre de las ligerezas del escolar, si, andando el tiempo, ha de apropiárselas y sancionarlas?» No era Congreve el único adversario de Collier; que Vanbrugh, Dennis (1) y Settle, se vieron despues amenazados y heridos de su pluma, y entraron con él en liza; y si hemos de dar crédito á un pasaje de cierta sátira contemporánea, entre las respuestas que por entonces recibió Collier, habia una que se suponia escrita por Wicherley. El quedó, sin (1) Poeta y critico, amigo de Dryden, Halifax, Congreve y Wycherley. Como dramático es poco reputado.

Sus Principios de critica, Bus Ensayos sobre el Caton de Addison y la Rape of the lock, poema heroico-cómico de Pope, le dieron mucho nombre. Pope, como de costumbre, se vengo poniendo & Dennis en su Dunciada.-N. del T.

embargo, vencedor y por dueño del campo de batalla, comenzando á seguida la reforma de casi todas las ramas de la literatura ligera; digno trofeo de su victoria. Entonces surgió una nueva generacion de poetas que trató con respeto los vínculos de las relaciones sociales, y cuyas faltas eran honestas comparadas con las de la escuela que habia florecido durante los últimos cuarenta años del siglo XVII.

Esta discusion y las preocupaciones que debió producirle, impedirian probablemente á Congreve cumplir el compromiso que contrajo con los actores, y del cual ya hemos hecho mencion, porque hasta 1700 no dió al público La vida del mundo, que constituye su obra más esmerada y elegantemente escrita. Fáltale tal vez el movimiento, la eferverscencia, por decirlo así, que se advierte en Amor por amor; pero los accesos declamatorios de lady Wishfort, el encuentro de Witwould y de su hermano, el amoroso empeño del caballero y el festin que le sigue, y áun más que todo el asedio y rendicion de Millamant, valen más que cuanto se escribió para el teatro inglés desde la guerra civil hasta la noche del estreno de esta obra. De aquí que no alcancemos ni podamos explicarnos el desagrado con que fué recibida por el público; pero así sucedió, y Congreve, que áun adolecia de las heridas que le infrió Collier, cayó con esto en el mayor desaliento, y determinó de no exponerse más á los insultos de un auditorio ignorante y falto de buen gusto, abandonando el teatro para siempre.

Todavía vivió veintiocho años sin añadir obra alguna á las que tan elevada reputacion le habian dado en el concepto público. Mientras conservó la vista continuó leyendo mucho, y escribiendo á veces un ensayo, ó poniendo en verso un cuento insignificante; pero no parece que haya vuelto jamás á tener el proyecto de obra ninguna de importancia. Las Misceláneas que publicó en 1710 carecen de mérito, y hace mucho tiempo que se han olvidado.

La reputacion que adquirió con sus comedias, y las maneras distinguidas que le eran propias, bastaban á conservar su recuerdo entre las gentes. Durante el invierno vivia en Londres, frecuentando el trato de las personas de mejor suciedad y de más ilustracion, y el verano lo pasaba en las magnificas quintas de los ministros y de los pares. La envidia literaria y las facciones políticas que nada respetaban á la sazon, respetaban su reposo. Aparentaba pertenecer al partido cuyo jefe era Montagu, por entónces ya lord Halifax, eu protector de siempre; pero no escaseaba sus atenciones y servicios á los hombres políticos de todos matices, los cuales, en cambio, hablaban bien de su persona y de su ingenio. Sus bienes eran escasos. El destino que desempeñaba le producia lo estrictamente necesario para vivir con desahogo; y cuando los torys subieron al poder creyeron muchos que lo perderia; pero Harley, que no se mostraba dispuesto á plantear la politica de exterminio del club de Octubre, y que á pesar de sus defectos de carácter y de criterio, profesaba la mejor voluntad por los hombres de talento, tranquilizó al poeta, citándole con culta oportunidad aquellos versos de Virgilio, que dicen: *Non obtusa adeo gestamus pectora Poni, Nec tam adversus equos Tyria Sol jungit ab urbe..

No compró Congreve la indulgencia de que le die ron testimonio los torys, merced á concesiones que hubieran podido herir la susceptibilidad de los whigs; pero tuvo la rara fortuna de compartir el triunfo de sus amigos sin participar de su desgracia, y cuando la casa de Hannover ascendió al trono, sacó ventajas del engrandecimiento de aquellos á quienes profesaba mayor afecto. Entonces quedó vacante el cargo para que había sido designado veinte años antes, y obtuvo el nombramiento de secretario de la isla de Jamaica, cuyo haber ascendia á la suma de 1.200 libras esterlinas, lo cual no sólo era bastante, sino es sobrado en aquel tiempo para subvenir á las necesidades de un hombre soltero.

A pesar de esto, no abandonó sus hábitos de economía, contraidos cuando, como dice Swift, no sin pena encontraba en su bolsillo el shelling necesario á gratificar los mozos de la silla de manos que lo llevaban á casa de lord Halifax, y aunque no tenía familia que lo heredara, ahorraba todos los años una cantidad equivalente á la de sus gastos.

Los achaques propios de la vejez hicieron presa en él temprano á causa de sus hábitos de intemperancia: sufria mucho de la gota, y cuando estaba encerrado en su alcoba largas temporadas, ni el consuelo de la lectura tenía, porque la ceguera, el más cruel de los males que puedan afligir á los hombres aplicados y que viven sin familia, le hacía inútiles los libros. Todas sus distracciones consistian en frecuentar la sociedad, y gracias a la viveza de su carácter y á sus buenas maneras, lograba ser siempre bien recibido en todas partes. Los hombres de letras que comenzaban á crearse reputacion lo consideraban, no como rival, sino es como maestro clásico; y él, á au vez, que no trataba de competir con ellos ni de comparar sus fuerzas respectivas, los aplaudia con entusiasmo y los felicitaba sin tasa; benevolencia que los nuevos dramáticos tenían en mucha estima, no solo por ser suya, sino porque la demostraba quien ya no les haria sombra en to porvenir. Estos procederes dieron por resultado que todos respetaran su gloria cual si llevara un siglo de sepultado en el panteon de los poelas en Westminster. Los mismos habitantes de Grub Street, los literatos héroes de la Dunciada, rindieron por aquella vez tributo de justicia al mérito de un contemporáneo; pero lo que demuestra más todavía y más altamente la estimacion en que se le tenía, es que la traduccion de la Illada, obra que pareció bajo auspicios más brillantes que cualquiera otro libro que se haya publicado en lengua inglesa, le fué dedicada; lisonjero acatamiento que hubieran envidiado muchos magnates del reino, y notable rasgo de independencia de Pope, quien, como dice el doctor Johnson, admirado de él «dió de lado á los grandes de Inglaterra para ofrecer su Illada á Congreve con magnanimidad que sería digna de los mayores elogios si la virtud de su amigo hubiera igualado á su ingenio felicísimo.» «No es posible, añade Johnson, saber hoy la causa de tan singular preferencia.» Pero, si ciertamente no es posible saberlo, no es imposible adivinarlo. Porque el poeta á quien así los whigs como los torys, como todos los hombres eminentes habian protegido á porfia para la traduccion de la Iliada, á cuya fortuna, cuando áun era muy jóven, habian contribuido unos y otros indistintamente, no podia, en verdad, sin cometer gravisima torpeza, dedicar al jefe de un bando político el fruto de tareas literarias que ambos habían estimulado generosa y pródigamente. Necesario se hacía, pues, encontrar quien fuera neutral, y eminente además, aparte de los grandes y de los hombres de Estado; y como Congreve se hallaba en posesion de un nombre ilustre en la república de las letras, y estaba respetado y querido en la aristocracia, y en las mejores relaciones con los hombres de todos los partidos, ni los ministros, ni los duques, ni los potentados, ni los jefes de la oposicion podian resentirse del bomenaje que Pope le consagraba. A nuestro parecer, no es otra la causa de la dedicatoria de la Iliada á Congreve.

La singular afectacion, que fué desde el principio de su carrera literaria uno de los rasgos caracteristicos de Congreve, subió de punto con sus años, acabando por serle desagradable que se tributaran alabanzas á sus comedias. No queria merecer nada á las letras. Voltaire, á quien consumia el afan de acrecentar siempre su renombre literario, quedó entre confuso y sorprendido de hallar en un escritor semejante capricho, y así, cuando lo visitó en Inglaterra, como Congreve le dijera que carecia de títulos para ser llamado poeta; que sus comedias, escritas en momentos de ocio, no eran sino ráfagas cómicas ó dramáticas sin fundamento ni alcance alguno, y que él no era otra cosa que un hombre de mundo, aquél le contestó en el acto: «Si no fuerais más que eso no habria venido á veros.» No fué Congreve hombre de vivos y profundos afectos; nunca tuvo familia, y en las pasajeras relaciones que trabó con varias actrices, sólo pareció interesarse algo por Mrs. Bracegirdle, una de las más hermosas y discretas de su tiempo, que durante largos años fué el ídolo de Londres, cuya singuiar belleza dio motivo á la querella en que sucumbió Mountfort y que llevó á la barra de la Cámara de los Pares á lord Mohun, y á las honestas proposiciones del conde de Scarsdale, y que siempre se condujo con la más laudable prudencia en su dificil y escabrosa situacion. Congreve acabó por ser su amigo intimo; paseaba con ella y casi diariamente comia en su casa, lo cual dió pié á que unos la supusieran por su dama, y que otros afirmaran que muy en breve sería su esposa. Mas de alli á poco, viosele dar de lado á Mrs. Bracegirdle para consagrarse á la opulenta y altiva condesa de Godolphin, hija del famoso Malborough, que á la muerte de su padre heredó su título y la mayor parte de su hacienda, y cuyo marido era aquel insignificante personaje de quien decia Chesterfield que iba á la Cámara para dormir, y que tanto daba, despues de todo, que lo hiciera á la derecha como á la izquierda del Presidentą (1). Hiciéronse amigos de una muy singular manera la duquesa y Congreve, el cual vino á ser su más asiduo comensal y su auxiliar más activo en la direccion de sus conciertos y saraos, cosa que dió pretexto á la perversa duquesa viuda, que habia roto relaciones con su hija, como con todo el mundo, para decir que algo habia de misterioso entre la de Godolphin y el poeta. Sin embargo, la sociedad no creyó nunca en que tal asiduidad fuera resultado de un empeño amoroso, y estuvo siempre persuadida de que una señora de la aristocracia podia, sin menoscabo de su reputacion, mostrarse atenta con un hombre de talento superior, que frisaba en los sesenta años, que aún aparentaba más edad por efecto de sus enfermedades, (1) M. Guizot, traductor de Macaulay, vierte en este caso speaker por oraleur, y aun cuando, á decir verdad, en su sentido literal no quiere decir otra cosa esta palabratratándose del Parlamento speaker no es otra cosa que presidente; que en este caso los ingleses llaman orador precisamente á quien no habla.-N. del T.

que pasaba largas temporadas sin poder moverse de su alcoba, y que ni podia leer ya por no consentirselo la vista.

Durante el verano de 1728, aconsejaron á Congreve los baños de Bath; mas como en el camino volcara el carruaje que lo conducia, debió de recibir con el golpe alguna lesion interna grave, de la que no curó, y que le produjo la muerte en el curso del mes de Enero del 29. Dejó un millon de reales que habia economizado en su destino, cuyo haber era considerable, é instituyó por su heredero á la duquesa de Malborough; legado que produciria en su inmenso caudal el efecto de una gota de agua en el mar, porque las 10.000 libras de Congreve, que habrian sido parte á enriquecer á un labrador del condado de Stafford, ó á una actriz, proporcionándoles todas las comodidades y goces domésticos imaginables en su esfera, no bastaban apenas á subvenir durante tres meses á los gastos particulares de tan gran señora como lo era la de Godolphin. El doctor Johnson dice que este dinero debió ir á manos de la familia de Congreve, que á la sazon se hallaba muy escasa de recursos, y el doctor Young y Mr. Leigh Hunt, que rara vez están de acuerdo, en esta circunstancia entienden juntamente, concierto raro y que nos place por extremo, que toda esta herencia debió ir á Mrs. Bracegirdle. Pero Congreve la legó solamente 200 libras, y otras tantas á una Mrs. Jellat.

La ilustre dama hizo solemnes exequias á su amigo, tan solemnes y suntuosas como desusadas al fallecimiento de los poetas. Congreve estuvo de cuerpo presente en una lujosa cama imperial dispuesta en la Cámara de Jerusalem, siendo despues enterrado en la cripta de Westminster, y llevado ella por personajes de tanta cuenta como el duque de Bridgewater, lord Cobham, el conde de Wilmington, que habia sido presidente de la Cámara de los Lores y que fué despues primer lord de la Tesorería, y otros no ménos importantes. La duquesa empleó el legado de su amigo en un magnífico aderezo de brillantes que usaba en memoria suya; y si hemos de dar crédito al rumor público, demostró además su afecto al poeta de un modo más extraño todavía. Es el caso, dicen, que mandó hacer una estatua de Congreve en marfil, que se movia por medio de una máquina, la cual estatua se asentaba todos los dias á su mesa, y asimismo una figura de cera de tamaño natural y de gran parecido con el poeta, á la que hacía poner ventosas en los pies y visitar por los médicos de su casa con tanto esmero como ella misma ponía cuando con sus propias manos delicadas y aristocráticas curaba los del célebre dramático. Levantóse un mausoleo sobre su sepulcro, la duquesa redactó la inscripcion, y lord Cobham se encargó del cenotaflo, que nos parece ser la obra más fea y absurda de cuantas hayan salido de manos de Stowe.

Hemos dicho que Wycherley era un Congreve de segundo órden, y es lo cierto que entre la vida y los escritos de ambos existió grande analogia; porque ambos fueron bien nacidos y recibieron buena educacion; ambos vinieron á Londres y no conocieron más de la humanidad que aquella parte de ella que vive entre Hyde Park y la Torre; los dos tenian ingenio y gracia, pero ninguno mucha imaginacion; produjeron en su primera juventud varias comedias ligeras y licenciosas; se retiraron del palenque en la plenitud de su fuerza intelectual y fisica, y debieron á los triunfos literarios del principio de su carrera la consideracion, el respeto y la fama de que gozaron despues; ambos, cuando hubieron renunciado á escribir para el teatro, publicaron volúmenes de Misceláneas que no hicieron ciertamente honor á su talento ni á su moralidad; los dos pasaron los últimos años de su vida consagrados á frecuentar la buena sociedad, y tanto el uno como el otro, al llegar su hora postrera, dispusieron de sus bienes del modo más singular é injustificable.

Pero Congreve se mantuvo siempre en todo á más altura que Wycherley. Tenía éste ingenio, mas el de Congreve supera, no ya al de Wycherley, sino al de todos los autores cómicos que han existido en el espacio de dos siglos, á excepcion de Sheridan. No poseia Congreve en alto grado las cualidades de un gran poeta; pero puede pasar por tal si se le compara con Wycherley. Este no carecia de instruccion literaria; pero aquél era un hombre verdaderamente instruido. Las licencias que se permitió Congreve, por muy censurables que fueran, nunca igualaron á las de Wycherley, y Congreve no dió á la sociedad en que vivia el espectáculo lamentable de una vejez crapulosa como Wycherley. Congreve murió en posesion del aprecio de todos; Wycherley pasó de esta vida olvidado ó despreciado; y si ol testamento de Congreve fué caprichoso y absurdo, las últimas voluntades de Wycherley parecen dictadas por la perversidad misma.

Fuerza es que hagamos alto, por el momento á lo ménos; que Vanbrugh y Farquhar no son autores que consientan ser tratados á la ligera, y ahora no disponemos del espacio necesario para hacerles justicia[15].


  1. Dramático inglés que alcanzó en su tiempo mucho renombre con algunas de sus obras, en las cuales se refieJeban las costumbres licenciosas de la buena sociedad de su país. Ella querria si pudiera, es el título sobrado expresivo de una de sus composiciones más célebres, y que los críticos colocan entre las mejores comedias del teatro inglés. Se representó por primera vez en 1688. Su Sir Topling Flutter, logró tambien estar muy en boga por los anos de 1678, y en él trazó el autor, hombre de mundo, ingenioso y disipador como la mayor parte de los de su tiempo, los retratos de varios personajes contemporáneos conocidos de todos, entre otros el de lord Rochester, famoso libertino.—N. del T.
  2. Poeta inglés del siglo XVII. Nació en Kent en 1699. y vivió en la oscuridad de su pueblo hasta la restauracion de los Estuardos. Entonces vino á Lóudres y trató de abrirse comino como literato y político; pero aun cuando logró entrar en el Parlamento y no escaseó los discursos, ni una cosa ni otra le dieron notoriedad. Sus obras literarias fueron medianas. Al cabo hubo de abandon r avergonzado la corte, porque Jacobo II la deshonró haciendo manceba suya á su hija, á quien queria por extremo. Sedley se declaró en venganza partidario de Guillermo de Orange.—N, del T.
  3. The Dramatte works of Wycherley, Congreve, Van brugh and Farquhar, with biographcal and critical notices, by Leigh Hunt. 8.° Londres, 1840.
  4. Fletcher y Massinger fueron ambos poetas dramáticos de mucho nombre. El primero trabajó casi siempre con Beaumont, y nació por los años de 1576. Los críticos ingleses lo colocan, así como á su compañero, inmediatamente despues de Shakespeare, considerăndolos como fundadores de la comedia de intriga. The Chances y Rule a wife and have a wife son dos de sus producciones más celebradas.

    Massinger fué un protegido de lord Pembroke, á cuya munificencia debió su educacion. Trabajó en colaboracion con Fletcher, Field y Deker, y en 1622 dió al teatro su primera obra bajo su nombre. Escribió treinta y siete: pero no se conservan més que diez y ocho. Se le asigna uno de los primeros puestos entre los dramáticos inglesespues si bien fué inferior á Ben Jonson en cuanto a la elegancia del estilo, le aventaja en cuanto á la imaginacion, siéndole muy superior en el género patético y sensible. Como poeta cómico, no iguala á Fietcher ni á Beaumont: pero nada tiene que envidiarles en inventiva y en conocimiento de la naturaleza humana, excediéndolos bajo el punto de vista de la cultura del lenguaje. A él se debendemas de otras, las tragedias tituladas Duke of Milan, Bondman y Fatal Dowry, esta última aludida por lord Macaulay en el texto: las tragi-comedias Renaldo y A tory woman, y las comedias New vay to pay old debis, The Great Duke of Florence, la City Madam y el Guardian, que es la mejor.—N del T.

  5. Célebre dramático tambien. Floreció en 1598 con su comedia titulada Cada cual con su genio, representada con éxito extraordinario, debido en parte á Shakspeare, que hizo uno de los principales papeles de ella en la oscena, desplegando sus grandes dotes de actor. Lo protegió la reina Isabel. Era hijo de un albañil, y trabajó primero en el oficio de su padre; luego fué soldado; despues se dedicó al teatro y formó parte de una compañia dramática; pero como tuviese la desgracia de herir en la escena á un compañero, renunció á las tablas y se consagró é escribir comedias, llegando con el tiempo á ser uno de los primeros escritores de Inglaterra y á merecer que Campbell, en su Ensayo sobre la poesia inglesa, lo colocara inmediatamente despues de Milton. Su erudicion era inmensa, y así estaba familiarizado con los clásicos griegos y latinos como con los autores modernos. Se le designa indistintamente por Ben Jonson ó por Benjamin Johnson.—N. del T.
  6. Escritor humorístico (n. 1775 m. 1834). amigo de Southey y de los más renombrados lakistas, que cayó en todas las extravagancias y exageraciones de la escuela, logrando, sin embargo, volver á más sanas ideas en fuerza de su buen sentido. Sus obras en prosa son muy leidas por su originalidad. Escribió sobre Shakspeare y los Dramáticos ingleses, libro este último que abrió nuevos horizontes á los orígenes del teatro en Inglaterra, y á cayas apreciaciones se reflere, sin duda, lord Macaulay.—N. del T.
  7. Southey murió en 1843 y brilló en su patria como poeta, erudito, critico é historiador. Residió algun tiempo en Portugal y viajó por España, y esto despertó en él el gusto hacia la literatura de nuestro país, y fué parte muy eficaz á que, inspirándose en el Romancero, escribiese muchas poesías, tales como Roderick, the last of the Goths, Doña Urraca, Don Ramiro, La Crónica del Cid y otras. Tambien dió á la estampa, en 1823, una historia de la guerra de la Peninsula y Cartas sobre España.—N. del T.
  8. Renombrado teólogo y sutil casuista, y més conocido aún por la elasticidad de sus principios, que le permitió servir y explotar todos los partidos y situaciones políticas que dominaron en su patria, declarándose sucesivamente por el Parlamento, por los Estuardos y por Guillermo de Orange: evoluciones que le valieron pingües destinos, ypor último, el obispado de Lincoln. Escribió entre otras obras una titulada: De la tolerancia religiosa.—N. del T.
  9. Poetas ambos. Nació el primero, en 1652. A la muerte de Shadwell obtuvo el título de poeta laureado, que conservo hasta el último dia de su vida, Fué hombre disipador, autor mediano, falto de imaginacion y sobrado de vanidad. Se propuso corregir á Shakspeare en el Rey Lear, y modificó la accion y el desenlace de su obra, introduciendo en ella nuevas escenas, y quedó persuadido de haber hecho un servicio señalado al trágico eminente.

    El segundo murió en 1729. Fué médico de Guillermo III, que lo creó Baronet. Publicó varias obras de medicina, y algunos poemas, entre otros La Creacion, reimpreso varias veces y alabado por Addison y Johnson. En sus En sayos atacó á Pope y éste en venganza lo puso en ridiculo en la Dunciada.—N. del T.

  10. Elkanah Setle fué un poeta desdichado del siglo XVIII (1648-1724) que no logró nunca salir de la miseria y que acabó aus dias en un hospital. Escribió tragedias y poesías de poco mérito. Flecknoe apénas es conocido.—N. del T.
  11. Supone Mr. Leigh Hunt que la batalla á que asistió Wycherley fué la en que el duque de York venció á Opdam, en 1665; pero nosotros creemos que fué una de las que tuvieron lugar entre Rupert y Ruyter, en 1673. Punto es este que no tiene la menor importancia, y respecto del cual son poco decisivas las pruebas que se aducen por ambas partes. Sin embargo, nos permitiremos llamar la atencion sobre tres consideraciones que, si bien carecen de peso, deberian prevalecer, en nuestro concepto, á falta de pruebas más concluyentes. En primer lugar, no es probable que un estudianto del Temple, desconocido de todo el mundo como lo era Wycherley en 1665, abandonara sus estudios para embarcarse, cuando más tarde, ya conocido por razon de su empleo en la casa real, estaba más en carácter que ofreciera sus servicios y fueran aceptados. En segundo lugar, sus versos parecen haber sido escritos despues de una batalla dudosa como las de 1678; no despues de una victoria completa y decisiva como la de 1665. En tercer lugar, en el epilogo del Gentleman Dan cing-fastar, escrito en 1673, dice que todos los que sean caballeros deben de embarcarse en los navios del Rey, lo cual permite suponer que él mismo pensaba no quedarse rezagado.
  12. Mr. Leigh Hunt supone que el duque de Buckingham habia sido encerrado en la Torre, acusado de traicion; pero no fué por esa causa, sino por la que dejamos apuntada.
  13. Literato inglés que vivia á los principios del siglo XVIII. Publicó varias obras poéticas y críticas; pero se dió á conocer principalmente por sus trabajos é investigaciones acerca de Shakspeare, haciendo de sus obras una muy buena edicion. Respecto de esto y con motivo de la edi cion de este poeta dramático hecha por Pope, sostuvo con él grandes discusiones. Pope se desquitó haciendo figurar á Theobald en la Dunciada.—N. del T.
  14. Poema satírico de Pope, compuesto para vengarse de sus enemigos literarios, y cuyo título se deriva de la palabra inglesa Dunce, que vale tanto como zopenco, ignorante, asno, tonto.

    Los ingleses consideran este poema como una obra maestra de su literatura; pero Villemain la califica de «monumento de verbosidad satírica, de mal humor y de peor gusto.»—N. del T.

  15. Lord Macaulay dejó interrumpido en este punto e notable trabajo que acabamos de traducir. Y á fin de que nuestros lectores no versados en la literatura inglesa de fines del siglo XVII y principios del XVIII tengan una idea, siquiera sea superficial, de ambos dramáticos, ilenaremos con una nota breve y sucinta el vacio que resulta en el texto.

    Sir John Vanbrugh fué arquitecto, demas de dramático, y oriundo de familia gantesa refugiada en Inglaterra. Murió en 1726 á los 54 años. Sirvió en el ejército, y despues se consagró á la poesia. Dirigió, durante algun tiempo, un teatro en Londres, y entonces comenzó á escribir para la escena. Sus comedias más notables fueron La recaida, La mujer exasperada, La liga de mujeres casadas, El falso amigo y el Viaie á Londres; obras todas en que, á vueltas de algunos rasgos de ingenio y de habilidad, abunda la licencía propía del teatro de aquel tiempo.

    Como arquitecto, si hemos de dar crédito á personas peritas en el arte, no sobresalió mucho, y su reputacion es ocasionada á dudas y discusiones, a pesar de haber dotado á su patria de varios monumentos, entre otros los palacios de Blenheim y de Howard.

    Jorge Farquhar nació en Londonderry, en 1678, y murié en Londres en 1737. Al terminar su educacion, en la universidad de Dublin, se hizo actor, oficio al que renunció muy luego por haber herido inadvertidamente en la escena un compañero; accidente que en la nota segunda de la pág. 190 se atribuye é Ben Jonson, por error de copia.

    Despues de abandonar el teatro comenzó á escribir comedias. Su primera obra, representada en 1698, fué El amor y el vino, que alcanzó éxito señalado. Despues, dió varias otras á la escena que asentaron sólidamente su re putacion. Por entónces ingresó en el ejército y se dió á la vida disipada, teniendo que emigrar á Holanda para huir de sus acreedores. No mucho despues de su vuelta murió de tristeza, producida por las dificultades pecuniarias que lo rodeaban, efecto de su desordenada con lucta y cuando aún no tenía 30 años. Escribió no más de ocho comedias tan abundantes de vis cómica como escasas de buena moral.—N. del T.