Estudios literarios por Lord Macaulay/Oliver Goldsmith

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época

OLIVER GOLDSMITH.


Uno de los escritores ingleses del siglo XVIII cuya lectura sea más amena y agradable fué sin duda Oliver Goldsmith. El cual era oriundo de familia protestante y sajona, de antiguo establecida en Irlanda, y que hubo de sufrir, como la generalidad de las familias protestantes y sajonas, todo género de persecuciones por parte de los naturales del país en las épocas de turbulencia y perturbacion. Sa padre, llamado Cárlos, estudió en la escuela diocesana de Elphin, bajo el reinado de Ana; y como se prendara de la hija de su maestro, casó con ella. Más tarde, abrazó el estado eclesiástico, se sjó en Pallas, en el condado de Longford, y alli sostuvo, aunque con grandes dificultades, á su mujer y á sus hijos con los productos de su parroquia, y además con los de su labranza.

Oliver nació en Noviembre de 1728, en Pallas, aldea que se hallaba entonces, en todo lo concerniente á la vida práctica, tan apartada de la populosa y espléndida capital en que Goldsmith pasó los últimos años de su vida, como puede ahora estarlo el bosque más lejano del alto Canadá ó de la Australia. Aun hoy día, los entusiastas que se aventuran á emprender una peregrinacion al pueblo en que nació el poeta de quien vamos á ocuparnos, necesitan hacer á pié la última parte del camino, como que se halla situado lejos de toda carretera y en un llano de aspecto triste, que se trasforma en pantano cuando viene la estacion de las lluvias, y que las sendas que á él conducen son tan malas, que darian al traste con cuantos carricoches y vehículos de todo órden se emplearan en la empresa.

Cuando aún era muy niño Goldsmith, obtuvo su padre un curato de hasta doscientas libras esterlinas anuales de producto, en el condado de Westmeath, trocando con este motivo su familia la solitaria y triste cabaña por una casa espacicaa, situada orillas de la carretera, que por cierto era bastante frecuentada, y cerca de la aldea de Missoy. La criada le enseñó á leer, y cuando tuvo siete años, su padre lo envió á una escuela, cuyo magisterio ejercia un sargento retirado, y cuyas lecciones no pasaban de lectura, escritura y aritmélica; pero, en cambio de un tan restringido programa de enseñanza, poseia el maestro un caudal inagotable de historias de aparecidos, duendes, magas y encantadores, más ó ménos relacionadas con las aventuras de Rapparce, de Baldearg O'Donnell y de Hogan el caballista, y con las proezas de Peterborough y de Stanhope, en Monjuich y la gloriosa rota de Brihuega. Demas de esto, aquel hombre era verdaderamente protestante, aun cuando pertenecia á la raza del país, y no sólo hablaba el irlandés, sino que podia improvisar en la misma lengua, circunstancias que influyeron en su discípulo, despertando en él grande aficion, que duró cuanto su vida, por la música irlandesa, y sobre todo por las composiciones de Carolan, á quien oyó ejecutar en el arpa algunos de sus postreros acordes. No estará demas decir que áun cuando Goldsmith era inglés de nacimiento y estaba ligado á la Iglesia establecida con fuertes vinculos, nunca demostró la menor antipatia, y menos aún el desprecio que la minoría protestante vencedora empleaba generalmente á la sazon en Irlanda con la mayoría católica vencida. Y como, por otra parte, distaba mucho de participar de las opiniones y sentimientos de la casta á la cual pertenecia, tomó aversion á lo que sus padres calificaban de gloriosos é inmortales recuerdos, y sostuvo siempre, áun hallándose Jorge III en el trono, que solamente la restauracion de la dinastía derrocada podia salvar la patria de su ruina.j Escasamente contaria nueve años Oliver cuando dejó los bancos de la humilde escuela del veterano para concurrir á otras clases de segunda enseñanza y comenzar el estudio de las lenguas antiguas. Mucho dislaba de ser feliz entonces. Además, á juzgar por el admirable retrato que de él existe en Knowle, sus facciones eran duras y desgraciadas, esto sin conlar el estrago que hicieron en ellas las viruelas, la pequeñez de su estatura y su mala conformacion; y como los muchachos suelen ser poco indulgentes con los defectos fisicos, y la persona del pobre Oliver excitaba lanta más risa entre sus compañeros cuanto más inocente y cándido se mostraba y más propenso y fácil en cometer equivocaciones y faltas, propension que conservó siempre, fué blanco de todas las burlas, objeto constante de menosprecio, y rigor de las desdichas escolares, así de parte de los maestros, que lo castigaban con inusitado rigor por la más leve cosa, como de sus condiscípulos, que lo zaherian y le jugaban malas pasadas sin cuento.

Andando el tiempo y cuando hubo ilegado á la celebridad, aquellos mismos que tanto lo atormentaron de la manera que dejamos dicha, buscaron con afan en su memoria y evocaron todos los recuerdos de su infancia, y cilaron respuestas y coplillas suyas de la época en que tan malos tratamientos le hacian sufrir, como indicios precursores del talento que produjo el Vicario de Vakefield y la Aldea desierta.

A los diez y siete afios entró Goldsmith en el colegio de la Trinidad, de Dublin, en clase de sizar, los cuales nada pagaban por la manutencion ni las clases, sino es muy poco por el alojamiento; peroen cambio, y en aquella sazon, porque luego se abolió la costumbre, debian prestar ciertos servicios domésticos, tales como barrer, sacudir el polvo y servir á la mesa de los colegiales de rango nobiliario y de posicion elevada, mudándoles los platos y ejerciendo el oficio de coperos de sus condiscípulos. Instalaron á nuestro Goldsmith en una buhardilla en compañía de otro, y aún se ve, no sin benévolo interes, su nombre trazado de su mano con diamante en uno de los cristales de la ventana del exiguo y humilde aposento. Algunos hombres de no tan claro talento como el suyo hicieron su primera etapa en lugares parecidos ó peores, para llegar despues á ser cancilleres de la corona ó prelados; pero Goldsmith no supo nunca sacar provecho alguno de sus aptitudes, aunque si sufrió todas las humillaciones que le impusieron sus defectos.

En el colegio descuidó los estudios, sacó malas notas, recibió castigos por haber hecho bufonerías en plena cátedra, y por ensayar en un bedel una bomba de apagar incendios, y acabó por ser brutalmente apaleado de un profesor inexorable por cierto baile que dió en el sotabanco á compañeros calaveras y damiselas de Dublin.

Mientras Oliver hacía la vida y los progresos que dejamos apuntados, entre la pobreza y la disipacion, murió su padre, dejando poco haber á la familia.

Por entonces obtuvo su título de bachiller, y abandonó la Universidad, recogiéndose algun espacio á la humilde vivienda á que se retiró su madre despues de quedar viuda. Contaba veintiun años á la sazon, y por más que le fuera preciso consagrarse á una profesion con qué ocurrir á sus necesidades, sus estudios y su estancia en Trinity College parecian no haberle despertado más aficiones que las de vestirse de colores llamativos, jugar á las cartas, cantar aires irlandeses, tocar la flauta, pescar con caña en verano y contar historias de duendes y aparecidos al amor de la lumbre en el invierno. Ensayó sucesivamente, aunque en vano, cinco ó seis carreras, y fué la primera la de la Iglesia. Al efecto se presentó al obispo solicitando las órdenes; mas como fuese á visitarlo vestido de color escarlata, el prelado lo desahució en el acto. Luego fué preceptor en una casa rica, y á poco perdió el empleo á consecuencia de una disputa sobre juego. Determinó entonces de irse á América, propósito que á su familia pareció inmejorable, y así, antes de que mudara de opinion, lo habilitaron y proveyeron de lo necesario, y salió de su casa camino de Cork montado en un buen caballo y con tres mil reales en el bolsillo. Al cabo de seis semanas, y cuando todos lo creian navegando en el Océano, lo vieron volver caballero en mal rocin y limpia la bolsa. Explicó entonces el fracaso diciendo á su madre que el barco en que habia tomado pasaje se hizo á la inar mientras él se divertia en una gida campestre.

En vista de esto, y de que decidió estudiar leyes de allí á poco, un pariente generoso le dió hasta cinco mil reales para ir á la universidad de Dublin. Llegado que hubo, lo perdió todo al juego. Pensó despues en la medicina; lo proveyeron; fué á Edimburgo cuando ya frisaba en los veinticuatro años; permaneció allí diez y ocho meses, asistiendo por fórmula y de tarde en tarde å las áulas, y tomando con esto algunas nociones superficiales de química y de historia natural; de allí se trasladó á Leyde, siempre con el pretexto de seguir la carrera, y al fin, á los veintisiete años de edad, abandonó aquel colegio famoso, el tercero en que hubiera estudiado, sin graduarse, sin sufrir un solo exámen, y sin más ciencia que muy vagas nociones de la medicina, ni más haber que la ropa puesta y una flauta.

Poco era; pero aquella flauta le prestó grandísimos servicios, pues merced á ella viajó por Flandes, Francia y Suiza, tocando para que danzaran los campesinos y aldeanos, y ganando de esta suerte la vida. Asi llegó hasta Italia; y aunque su talento musical no fué del gusto de los naturales del país, no le faltaron limosnas con que remediarse á la puerta de los conventos. Bueno es hacer notar de paso que no deben aceptarse sino es con reservas mentales las historias que Goldsmith ha referido acerca de esta parte de su vida, porque, como la estricta verdad no se contó nunca entre sus virtudes, hay que desconfiar de todo lo que dice, y más aún cuando trata de viajes. Bastará que citemos un ejemplo de lo poco que se curaba de la exactitud, diciendo que en uno de sus libros da cuenta de cierta plática entre Voltaire y Fontenelle, habida en Paris, y á la cual pretende haber asistido, estando probado que Voltaire se hallaba á más de cien leguas de Paris cuando Goldsmith viajaba por el continente.

El año 1756 vió desembarcar en Dover á nuestro vagabundo sin un schilling, sin un amigo y sin más profesion ni oficio que el ya conocido de flautista.

Cierto es que traia, él lo declara por lo menos así, aunque sin demostrarlo, un titulo de doctor en medicina por la universidad de Padua; pero esto era como si no fuese, y de nada podia servirle en Inglaterra, ni tampoco la música, razones que le pusieron en el trance duro de recurrir á una multitud de estratagemas á cual más desesperada. Se hizo cómico de la legua; mas su rostro y su traza no eran para el oficio, y hubo de renunciar á él. Entro de mancebo de botica, y pasó algun tiempo machacando drogas y llevando frascos y botes de una parte á otra; de allí fué á ingresar en una cuadrilla de mendigos que tenía su cuartel general en Axe-Yard; luego entró de profesor en una escuela; cansado de sufrir humillaciones y miserias, trocó aquel estado por el de mozo de un librero, creyendo mejorar; pero de allí á poco volvió á ejercer el magisterioaunque no por largo espacio, y pretendió y obtuvo plaza de médico al servicio de la Compañía de las Indias, destino que perdió en seguida, sin que haya podido averiguarse la causa, si bien es fácil presumir que seria por no hallarse en condiciones de ejercerlo, por más que él guarde profundo silencio acerca del particular. Andando el tiempo, se presentó á exámenes de practicante y salió reprobado; y como por entónces muriera el farmacéutico en cuya oficina ganaba por todo salario mesa y cama, Goldsmith no tuvo más recurso que condenarse á trabajos forzados literarios. Alquiló, al efecto, una bubardilla tóbrega y triste, cuya escalera interminable, sucia y baja de techo, arrancaba en un patio de aspecto sombrío. El patio y la escalera de Fleet Ditch ban desaparecido hace mucho tiempo; mas les ancianos de aquel barrio los recuerdan todavía.

En aquel calabozo comenzó á trabajar Goldsmith á la edad de treinta años como un galeote, despues de los azares y aventuras de su anterior y mísera existencia.

Durante los seis años que siguieron, hizo imprimir algunas obras que han logrado sobrevivir y otras muchas que se han olvidado por completo: escribió artículos de revista y de periódico, libros que, adornados de pésimas estampas y con cubiertas multicolores, ó de papel dorado, aparecian para uso de los niños en el escaparate de una tienda, célebre otro tiempo, que se hallaba situada no lejos del cementerio de San Pablo; una Investigacion acerca de la literatura europea, que siempre se reimprime con sus obras sin merecerlo; la Vida del BeauNash, que nunca se reimprime aunque lo merece; una Historia de Inglaterra, superficial é incorrecta, pero de buena lectura, y que pareció en forma de cartas dirigidas por un grande á su hijo, y un Bosquejo de la sociedad de Londres, lleno de vida y de gracia, en varias cartas de un supuesto viajero chino á sus amigos; escritos anónimos todos ellos, pero cuyo autor comenzaba ya entre los aficionados á ser conocido y estimado, principalmente de los editores y libreros que le daban trabajo, logrando así hacerse popular en la verdadera acepcion de la palabra. Y aun cuando ni la naturaleza ni la educacion lo habian preparado á investigaciones exactas ni á graves disertaciones, ni á derechas sabía siemcosa ninguna, como que sus lecturas fueron pre descosidas y no meditó nunca acerca de ellas, y que, aun cuando habia visto mucho, no habia observado ni retenido nada, sino es algun que otro personaje y algua que otro incidente grotesco que lograron llamarle la atencion, es lo cierto que supo sacar admirable partido de tan escasos materiales, pudiendo decirse que no ha existido tal vez escritor más ameno y de más agradable manera. Porque su estilo no sólo es natural, fácil y castizo, sino tambien vivo y enérgico cuando así conviene, y sus narraciones entretenidas siempre, y siempre pintorescas y gráficas sus descripciones, y su fantasía rica, exuberante y jovial, y como velada á veces de vaga sombra de dulce melancolia. Demas de esto, campea en todos sus escritos, graves ó jocosos, juntamente con la galanura y la gracia, la elevacion de ideas y de pensamientos, circunstancia esta última que sorprende por tratarse de quien pasó la mayor parte de su vida entre vagabundos, mendigos y ladrones, mujerzuelas y payasos, en esas guaridas inmundas on las cuales todos los vicios y obscenidades tienen su natural asiento y que constituyen una de las mayores ignominias de los grandes centros de poblacion.

A medida que fué adquiriendo nombre y celebridad, fué adquiriendo tambien relaciones numerosas é importantes, llegando á contar entre sus amigos á Johnson, á quien se reputaba entónces por el primero entre los escritores ingleses contemporáneos, á Reynolds, el primero de los pintores ingleses, y á Burke, el cual si aun no había entrado en el Parlamento, ya gozaba de mucho nombre por sus escritos y por la elocuencia de su conversacion. En 1763 figuró entre los nueve primeros socios fundadores del famoso Literary Club, por más que siempre hayan protestado contra este epiteto sus individuos, y que aun en nuestros dias, como en aquella época, tenga por timbre glorioso llamarse lisa y llanamente: El Club, Ya por aquel tiempo habia dejado Goldsmith su misera vivienda, é instaládose en cuarto mejor, en la parte más civilizada de los Inns of Court; pero aún tenía malas horas que pasar, porque á fines de 1764 estaba tan atrasado en el pago de su alquiler, que una mañana recibió la órden de desalojar. En aquel trance apurado envió un mensaje á Johnson, el cual, amable y bueno siempre aunque brusco á las veces, dió cinco duros al mensajero, y reeado de que iria luego al punto á ver á Goldsmith.

Llegó, en efecto, y lo halló almorzando, con una botella de Madera, y proficiendo mil denuestos contra su patrona. Johnson tapó la botella, que su amigo habia comprado con el dinero que le envió, y despues de calmarlo, le rogó que reflexionara con sosiego acerca de los medios conducentes á procurarse algunos recursos. Contestőle éste que tenía una novela concluida y dispuesta para ser impresa.

Johnson hojeó el manuscrito, vió que habia en él cosas buenas, lo llevó á un editor y se lo vendió por sesenta libras esterlinas, que hacen unos seis mil reales de nuestra moneda, con cuya suma se pagó cumplidamente la deuda. Si hemos de dar crédito á una tradicion, Goldsmith apuró á seguida el vocabulario de los dicterios con su patrona por sus descorteses y descomedidos tratamientos con él; y si hemos de creer á otra, despues de pagarle los alquileres, dando al olvido lo pasado, la convidó á tomar en su compañía un vaso de ponche. Ambas versiones las tenemos por verdaderas, y están en carácter. Ahora diremos que la novela vendida por Johnson de este modo y en tal ocasion, era El Vicario de Wakefield.

Pero, antes de que viese la luz pública El Vicario de Wakefield, tuvo lugar el más grande acontecimiento de la vida literaria de Goldsmith, con la impresion de su poema titulado The Traveller, que pareció algunos dias antes de la Navidad de 1764, porque con él se elevó de repente á la altura de los verdaderos clásicos ingleses, poniendo á los criti cos más escrupulosos y dificiles en el caso de reconocer que no se habia escrito nada mejor desde el cuarto libro de La Dunciada. El Viajero (The Traveller) difiere de las demas obras de Goldsmith en que la ejecucion merece los mayores elogios, aun siendo bueno el cuadro, mientras que en aquellas este es malo y buena la ejecucion. Nunca ningun poema filosófico, antiguo ni moderno, tuvo plan más noble y sencillo al propio tiempo. Un viajero inglés sentado en un peñasco en lo más alto de los Alpes, cerca del punto de donde arrancan las fronteras de tres naciones, contempla y se extasía con la perspectiva inmensa que se desarrolla á su visla en dilatado panorama; y recordando la diversidad de los aspectos, climas, gobiernos, religiones y caracteres que ha observado, concluye que nuestra felicidad no consiste en las instituciones políticas, sino es en nosotros mismos, en nuestra alma, en su temperamento y en su gobierno propio.

Cuando se puso á la venta la cuarta edicion de El Viajero, hizo su aparicion El Vicario de Wakefield, logrando en pocos dias una popularidad que áun dura y que durará probablemente tanto como dure la lengua inglesa. La trama de este libro es detestable, y carece, no solo de la verosimilitud que deben tener las relaciones de la vida real, si que tambien de la ilacion que debe existir áun en aquellas obras de pura fantasía y en las cuales solo aparecen brujas, gigantes, trasgos, hadas y encantadores; pero sus primeros capítulos atesoran cuanta dulzura es imaginable en la poesia pastoril, y cuanta vida y movimiento son posibles en la comedia: Moisés y sus anteojos, el Vicario y su monogamia, el pillete y su cosmogonía, el labrador que demuestra, con Aristóteles en la mano, que los parientes son parientes; Olivia, disponiéndose á la dificil tarea de convertir á un enamorado que no es muy buena persona, con el estudio de la controversia entre Robinson Crusoe y Viérnes; las señoronas y sus cuentos y enredos á propósito de sir Tomkyn y de los versos del doctor Burdock, y Mr. Burschell y sus pamplinas, han deleitado y divertido y hecho reir más que cuantas historietas y novelas y libros de mero pasatiempo se hayan publicado. La última parte, sin embargo, no es digna del principio, y á medida que nos acercamos al desenlace, á la catástrofe final, lo absurdo sucede á lo absurdo y los destellos de ingenio son más leves, más tenues, más fugaces y aparecen más de tarde en tarde.

El triunfo tan señalado que obtuvo Goldsmith como novelista, lo alento y quiso intentar el drama, escribiendo el Goodnatured Man (El hombre de buen carácter), obra que fué peor acogida por parte del público y de los actores de lo que merecia: Garrick se negó á representarla en Drury-Lane, y se puso en escena en Covent-Garden, en 1768. Así y todo le produjo 500 libras esterlinas, incluyendo en esta suma la propiedad del libro, es decir, cinco veces más que El Viajero y El Vicario juntos. La intriga de El hombre de buen carácter vale poco, siendo tan floja y débil como casi todas las de Goldsmith; pero tiene pasajes muy divertidos, mucho más de lo que consentia la moda de aquel tiempo, en que se aplaudia con frenesi una comedia escrita en lenguaje afectado y lacrimoso titulada La falsa delicadeza (False Delicacy), y estaba el sentimentalismo á la órden del dia; que por espacio de algunos años más lágrimas hicieron derramar en el teatro inglés las comedias, que no las tragedias, mereeiendo ser calificadas de vulgares cuantas bromas pudieran excitar en el auditorio algo que no fuera melancólicas sonrisas. Por eso no es extraño que la mejor escena del Goodnatured Man, la en que la señorita Richland se encuentra con su amante preso, entre el juez y el alguacil, y vestido de ceremonia, fuera despiadadamente silbada y suprimida á la segunda representacion.

En 1770 se publicó La aldea desierta, célebre poema cuyo estilo y versificacion es, cuando menos, igual, si no superior á El Viajero; y el numeroso público que piensa como Bayes en la Rehearsal cuando dice que un plan no sirve sino es para poner en ejecucion cosas buenas y bellas, prefiere La aldea desierta (The Deserted Village) á El Viajero; pero los jueces, que tienen mejor discernimiento, al propie tiempo que aplauden la hermosura de los detalles, descubren lunares imperdonables en la obra que la perjudican. Los defectos á que aludimos no son por cierto las teorías que se asientan en ella respecto de la riqueza y del lujo y que han sido tan combatidas por los economistas, porque, áun siendo como lo son falsas, no hacen al poema, considerado bajo este aspecto, mejor ni peor. El poema latine más bello de cuantos existen, y áun podemos añadir el más bello de los didácticos que haya parecido en lengua alguna, se escribió en defensa del sistema de filosofia moral y natural más absurdo y bajo de todos. Puédese fácilmente perdonar á un poeta que razone mal; pero no que describa mal, que estudie la sociedad en que vive con tanta negligencia que sus retratos no tengan la menor semejanza con los originales, y que presento como copias e la vida real combinaciones bárbaras de cosas que jamás han existido ni pueden existir nunca reunidasse diria de un pintor, verbigracia, que mezclara en sus cuadros Julio y Diciembre en el mismo paisaje, y que representara un rio helado en un campo de trigo, en el momento de la siega? ¿Bastaria que se dijera en abono de la pintura, que cada una de las partes que la componen tiene buen color y mejor dibujo, y que los campos verdes, y los árboles cargados de fruta, y las carretas, y los bueyes, y los segadores, y la luz, y el sol, y al hielo, y los chicos que patinan sobre él, que todo, en suma, rebosa de verdad? La aldea desierta tiene mucha semejanza con un cuadro dispuesto así, porque consta de muchas partes que no pueden ir reunidas formando un todo. La aldea, en los dias de su prosperidad, es un verdadero pueblecillo campestre de Inglaterra; en los de su decadencia es una aldea de Irlanda, lo cual no es lo mismo; y asi el bienestar como la miseria que Goldsmith ha descrito pertenecen á dos comarcas diferentes y á dos diversos estados de la sociedad; y del propio modo que no pudo ver nunca en su tierra un paraíso rural donde tuvieran su asiento la abundancia, la tranquilidad, la alegría y el reposo de que nos habla al tratar de Auburn, no pudo ver tampoco en Inglaterra que esa nueva Arcadia quedase desierta y abandonada en un día, y sus habitantes forzados á embarcarse juntos para América. Veria probablemente la aldea en el condado de Kent, y la emigracion en el de Munster; mas al reunir ambas cosas produjo un conjunto inverosímil, absurdo y dispa ratado cual no se ha visto jamás, ni se verá en parte alguna del mundo.

En 1773 probó de nuevo fortuna Goldsmith, en Covent Garden, con otra obra dramática titulada: Humillarse para vencer (She stoops to conquer), logrando persuadir no sin esfuerzo al director del teatro á que la pusiera en escena, porque, como ya dijimos, la comedia sentimental estaba entonces en boga, y las de nuestro autor no lo eran. Pero ¡cosa singular! mientras El hombre de buen carácter no alcanzó éxito ninguno por contravenir con exceso á las corrientes de la moda, Humillarse para vencer, que superaba con mucho á la anterior en el género cómico, logró triunfar de todas las preocupaciones, excitando la risa y los aplausos más espontáneos en las butacas, los palcos y el paraíso. Y fué aquel triunfo tan general y tan unánime, que si algun que otro admirador fanático de Cumberland ó de Kelly era osado á dar muestras de desaprobacion, luego al punto gritaba el público: ¡Fuora! forzándolo á callar. Dos generaciones han confirmado despues el fallo pronunciado aquella noche memorable.

Al propio tiempo que Goldsmith escribia La aldea desierta y Humillarse para vencer, se ocupaba tambien en obras de género diferente, que le daban, si no gloria, mucho provecho. Hizo, pues, para uso de las escuelas públicas, una historia romana, que le valió 300 libras esterlinas; otra de Inglaterra, que vendió en 600; otra de Grecia, en 250, y una historia natural, cuyo editor pagó en 800 guineas. Fueron escritas estas obras sin hacer investigaciones profundas y concienzudas en parte alguna; y su trabajo se límitó en unas y otras á condensar y tra ducir, en su estilo claro, puro y fácil, lo que habia en otros libros sobre la materia, pero demasiado voluminosos y áridos para interesar á los niños.

Esta falla de conciencia en la parte esencial de su trabajo, le hizo cometer fallas y errores gravísimos en la narracion, debidas en mucha parte tambien á que nada sabía con exactitud. De aquí que nos diga en su Historia de Inglaterra que Naseby está en el Yorkshire, lapsus que no se tomó la pena de salvar en reimpresiones posteriores; que un chusco lo persuadiera, cuando escribia la Historia de Grecia, de que Alejandro Magno estuvo en guerra con el emperador Moctezuma, desatino que milagrosamente no estampó en el libro, y que en la Historia Natural trate con la mayor formalidad de cuantas patrañas hablan cierlos viajeros, como, por ejemplo, de los Patagones gigantes, de los monos predicadores y de los ruiseñores que aprenden y repiten largos parlamentos. Johnson decia: «Los conocimientos zoológicos de Goldsmith apénas si le consienten distinguir un caballo de un toro.». Dos anécdotas bastarán á demostrar lo que sabía de ciencias fisicas: una vez negó resueltamente que el sol permaneciera visible más tiempo en el Norte que en el Mediodía; y como le opusieran la autoridad de Maupertuis, exclamó: «Yo entiendo de eso más que Maupertuis.» Otra ocasion sostuvo tenazmente hasta el punto de montar en cólera, y contra la evidencia de sus propios sentidos, que masticaba moviendo la mandíbula superior...!

Sin embargo, por más ignorante que fuera Goldsmith, pocos escritores habrán contribuido de una manera tan eficaz como él á facilitar el áspero camino de la ciencia á la juventud estudiosa, porque sus compilaciones no son de las usuales y corrientes, sino que están redactadas con tanto arte y habilidad que nada puede comparársele, ni en la eleccion de los asuntos ni en la forma. Bajo este aspecto, la Historia Romana y la de Inglaterra, y más aún los resúmenes que hizo de ambas obras, merecen ser leidos y estudiados con detenimiento.

En general, nada es tan enojoso como los compendios; pero los de Goldsmith se hallan fuera de la regla y son de tan amena lectura, que, a pesar de su concision, nada es más grato á los niños inteligentes.

Con esto podia considerarse ya hecha la fortuna de Goldsmith. Ganaba lo suficiente para vivir con desahogo, posicion que á un hombre acostumbrado á á dormir en el suelo ó en malas tarimas y á comer miserablemente, debia parecerle hasta fastuosa. Su reputacion iba en aumento, y vivia en intimas retaciones de amistad con una porcion de personas distinguidas que, bajo el punto de vista intelectual, formaban la mejor sociedad del reino, porque en ella tenian su natural asiento los ingenios más afamados de Inglaterra, y se cultivaba el arte de la conversacion con verdadero éxito. Dificil habrá sido, en efecto, reunir personas de mejor conversacion, cada una por su estilo, que Johnson, Burke, Beauclerk y Garrick, todos ellos amigos íntimos de Goldsmith, el cual aspiraba con empeño á participar de su fama en este género, aunque sin conseguirlo, pues nunca se vió más defraudada su ambicion. Parecerá extraño que un literato que se expresaba, escribiendo, con tanta claridad, gracia y viveza, fuera siempre, hablando, tan oscuro, trivial y torpe como él; pero los testimonios abundan y todos demuestran que el contraste no podia ser mayor entre los libros y las palabras de Goldsmith.

Acerca de esto decia Horacio Walpole que Goldsmith le parecia un idiota inspirado, y Garrick, que «escribia como un ángel y hablaba como un loro:» Chamier dudaba de que un tan insulso charlatan fuese realmente autor de El Viajero, y el mismo Boswell añadia en tono de lástima que no le disgustaba oir al bueno de Goldsmith, á lo que replicaba Johnson que «á él tambien, sólo que no deberia gustar tanto él mismo de escucharse..

La verdad es que los ingenios difleren tanto como el curso de los rios, y que así los hay trasparentes que convidan á beber de sus aguas, como turbios y cenagosos, en los cuales nunca se halla ocasion de apagar la sed: pero en estos acontece tambien que en sus remansos, allí donde la corriente se detiene y se reposa un espacio, luego se torna cristalino el líquido. Así era el talento de Goldsmith, porque sus primeras ideas en órden á todos los asuntos eran confusas hasta lo absurdo, necesitando algun tiempo para desapejarse, y el de Johnson y el de Burke como los primeros. Por eso cuando escribia reposadamente, sus lectores lo llamaban hombre de ingenio, y cuando hablaba decia mil sandeces que producian la risa de sus oyentes. No pasaba esto desapercibido para él y sufria mucho en su amor propio, siéndole cada vez más penoso el convencimiento de su inferioridad en la conversacion; pero como no tenía ni bastante buen juicio ni bastante imperio sobre sí mismo para refrenar su lengua, y la vivacidad de su temperamento y su vanidad lo incitaban siempre á ensayar la cosa única que no le fuese posible hacer, sufría un contratiempo sobre otro, se corria de vergüenza los primeros momentos y, pasados que eran, volvia á comenzar.

Los que vivian familiarmente con él lo trataban, á lo que parece, con una benevolencia mezclada de cierto menosprecio, por más que admirasen sus escritos, consistiendo esto en que si habia en él muchas cualidades muy amables, habia pocas dignas de respeto. Su corazon era tan tierno y fácil de conmover, que rayaba en la debilidad; tan generoso, que más parecia pródigo; tan fácil en perdonar, que casi provocaba las ofensas con su desacordada benevolencia, y tan liberal y.maniroto con los mendigos, que solia no quedarle las más de las veces con que alender á sus más perentorias obligaciones. Demas de esto, era vano, frívolo, sensual, pródigo é imprevisor, y áun se le tildaba de otro defecto más imperdonable y feo: de ser envidioso.

No hay, empero, motivo para creer que esta mala pasion, que tantas veces lo agitó y le hizo prorumpir en exclamaciones de cólera y despecho, le haya impulsado en ninguna ocasion á perjudicar al buen nombre de sus rivales. Es probable que no fuera ménos envidioso que sus vecinos y colegas; pero como tenía el corazon en los labios y era imprudentísimo, confesaba sus celos con el candor de los niños; celos que son comunes á todos los escritores y literatos, pero que éstos, cuando además son discretos y hombres de mundo, disimulan con grande habilidad, cosa que él no supo hacer nunca, ní ménos herir en la sombra, sino es declarar en voz alta y delante de cuantos querian oirlo que se moria de envidia. «No hableis así de Johnson, exclamaba un dia contestando á Boswell, que me hace daño.» Jorge Steevens y Cumberland eran demasiado hábiles para cometer tales torpezas, y hubieran tributado los mayores elogios al mismo á quien tuvieran envidia, sin perjuicic de zaherirlo en la prensa, encubiertos bajo el velo del anónimo. Dicho sea en honor de Goldsmith, sus buenas cualidades y sus defectos daban á las personas de su trato la certidumbre de que jamás cometeria semejantes acciones; pues no era ni tan malo ni tan pervertido que fuera capaz de ciertas infamias que han menester para realizarse constancia y disimulo.

Pretenden algunos que fué Goldsmith un hombre de felicísimo ingenio, maltratado por la sociedad y condenado á luchar con grandes dificultades que acabaron por destrozarle el corazon. Nada es ménos cierto. Mucho tuvo que sufrir á los principios de su carrera y miéntras no se dió verdaderamente á conocer en las letras; pero despues que pareció su nombre inscrito en la primera hoja de El Viajero, solo él fué causa de sus miserias, pues sus ingresos ascendieron, durante los últimos siete años que vivió, á más de 400 librases terlinas anuales, cantidad equivalente 800 en nuestros dias; y un hombre soltero y sin familia, que vivia en el Temple, podia entonces con esa suma pasar por rico. Seguros estamos de que no habia en su vecindad uno por cada diez jóvenes de familias opulentas que estudiara leyes, á quien su padre diera tanto para vivir con lujo; pero todas las riquezas que trajo lord Clive de Bengala, unidas á las que trajo de Alemania Lawrence Dundas, no habrian bastado á Goldsmith, que siempre gastó el doble de sus ingresos naturales y corrientes en vestidos lujosos, en espléndidas comidas, en hacer la corte á mujeres venales, y en socorrer, dicho sea esto en honra de su corazon ya que no de su juicio, todas las desgracias verdaderas ó fingidas que acudían á él. No era, sin embargo, en vestir, dar convites, cortejar damiselas y hacer buenas obras en lo que gastaba más dinero, sino en el juego, al que fué toda su vida muy aficionado, a pesar de su mala fortuna. Durante cierto tiempo logró á fuerza de espedientes retardar su ruina inevitable, obteniendo de sus editores anticipos sobre promesa de obras que nunca escribia; mas al faltarle este recurso y con él los medios de salir de ahogos, las fuerzas, el ánimo y la salud lo abandonaron, y cayó enfermo de fiebres nerviosas. Debia en aquellos momentos más de diez mil duros. Para mayor desgracia, creyó que le bastaba su ciencia, y que no habia menester del auxilio de los verdaderos médicos en tan dificil ocasion. Mejor le hubiera sido apreciar sus conocimientos en lo que valian y el público los juzgaba[1], porque sus remedios agravaron la dolencia. A ruego de sus amigos hizo venir un facultativo; creyósele curado; mas no fué así, pues la debilidad y la postracion persistian y aumentaban, y además, ni podia comer ni dormir. «Estais peor de lo que debíais, teniendo tan poca fiebre, le dijo su médico. ¿Teneis el espíritu tranquilo? No, le contestó el desdichado; no tengo el espiritu tranquilo.» Estas fueron las últimas palabras de Oliver Goldsmith, que falleció el 3 de Abril de 1774, á los cuarenta y seis años de edad, dándosele sepultura en el cementerio del Temple, aunque sin señalar el sitio de su enterramiento, por lo cual hoy se ignora dónde reposan sus restos. Burke y Reynolds acompañaron su cadáver á la última morada con muestras evidentes de profunda pena, como que ambos sintieron tanto la muerte del poeta, que el primero rompió á llorar al saberla, y el segundo arrojó su paleta y no quiso pintar aquel dia.

Poco tiempo despues vió la luz pública un poemita que asociará el nombre de Goldsmith al de sus dos ilustres amigos mientras subsista la lengua inglesa. Hemos dicho antes que las burlas que le valia su conversacion descosida le afectaban mucho, y ahora añadiremos que antes de pasar de esta vida quiso vengarse, teniendo el buen acuerdo de flar la obra á la pluma, no á la lengua, merced á lo cual demostró que podia medirse con todos los burladores juntos. Al efecto trazó con facilidad y vigor extraordinarios el carácter de nueve ó diez de sus conocidos, logrando, á pesar de haberle fal tado tiempo para corregir, y de ser exiguas las proporciones del libro, una verdadera obra maestra. Es lástima que Goldsmith haya hecho figurar en su galería cuatro ó cinco retratos que carecen de interes para la posteridad, y que no haya puesto en vez de ellos los bocetos siquiera de Johnson y de Gibbon ejecutados tan gallardamente como los de Burke y Garrick.

Algunos amigos y admiradores de Goldsmith erigieron un cenotafio á su memoria en la abadía de Westminster: Nollekens se encargó de la escultura, y Johnson de la inscripcion; pero es de sentir que este último no haya dejado á la posteridad un monumento más duradero y precioso en recuerdo de su amigo. Tambien echamos de menos una vida de Goldsmith como apéndice, que hubiera sido de valor inestimable, á las de los Poetas, porque ninguno apreciaba con más exactitud que Johnson los escritos de Goldsmith, ni conocia su carácter y costumbres mejor que él, ni era más capaz de reproducir con verdad y animacion las particularidades de su carácter, de su talento y de sus debilidades; pero la lista de los poetas para quienes pidieron prólogos á Johnson los libreros, terminaba con Littelton, que falleció en 1773, pareciendo indicar esta fecha el propósito de excluir de la coleccion á Goldsmith, cuyo retrato hubiera cerrado dignamente la galería.

No obstante, no han faltado biógrafos al autor de El Viajero, porque en el trascurso de corto número de años, M. Prior, M. Washington Yrving y M. Forster le consagraron trabajos especiales: el del primero, digno de los más grandes elogios; el del se gundo, lleno de atractivo por la belleza del estilo, y el del tercero, notabilísimo por todos conceptos, debiendo ser colocado en primera línea por esta circunstancia.


  1. A pesar de su pretenso título de doctor en medicina, nunca tuvo clientela. Esto le hizo decir un dia que no recotaba sino es á los amigos. «Mejor haríais, le contestó Beauclerk, mudando de sistema y recetando sólo a los enemigos.»