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Exploración de las lagunas Negra y del Encañado/La espedicion

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época

LA ESPEDICION

A

LA LAGUNA NEGRA

A VUELO DE PAJARO

POR

Eduardo L. Hempel



DE SANTIAGO A LOS ANDES.



A MIS COMPAÑEROS.


Mas de una vez he retrocedido ante la idea de una descripción de nuestro viaje a través de los Andes, confiada por la benevolencia del digno jefe de la espedicion, i actual mandatario de la provincia, a manos inespertas i bisoñas; pero esa benovolencia unida a la vuestra i que ha sido para mí aliento, entusiasmo, valor, i el deseo i la ambición—aunque atrevida, sino justa, disculpable—de tomar un trozo de tela en ese hermoso i gran cuadro "La esploracion de la Laguna Negra," me han hecho cobrar ánimos para emprender esa descripcion, esa verdadera campaña, la primera de la vida para mí.

Al ver los grandes vacíos e inmensos defectos de mi corta relacion de viaje, acordaos que es la obra de un recluta que rompe sus primeras lanzas en esta clase de torneos, que es su primer ensayo; es el grano de arena de las montañas, la gota de agua de los océanos.

Pasad por sobre esos vacíos i defectos, i que vuestra cordialidad los disculpe.

Ed. L. Hempel.

Santiago, abril 5 de 1873.


I

ANTES DE LA PARTIDA.

Apénas iban corridas mas de cinco horas del dia seis de marzo del año de 1873.

El ruido de la gran ciudad que se despierta despues de una noche de placer o de descanso, principiaba a dejarse sentir con el rodar de algunos carruajes de posta, los cuchicheos de algunas beatas madrugadoras, la marcha apresurada de las cocineras i el grito de los vendedores ambulantes.

Un risueño sol de verano se regocijaba iluminando con sus dorados resplandores las cándidas nieves de los Andes, ese grandioso altar de la naturaleza, obra de los siglos, orgullo, si puede, del Creador.

En una habitacion de la calle de Huérfanos, habitacion tapizada, por así decirlo, de libros, cuadros i bustos; al lado de una gran mesa de trabajo, cubierta tambien de libros i papeles, estaba sentado un hombre, aunque jóven, de nevada cabellera. Escribia en esos momentos de una manera vertijinosa, alumbrado todavia por la luz de una lámpara.

A su derredor hallábanse algunos jóvenes, que, para no interrumpirle en su tarea, si conversaban, lo hacian en voz baja. Ese puñado de jóvenes, reunidos allí casi sin conocerse, iba guiado por un gran móvil, por una noble idea, por un hermoso sueño, en cuya realidad todos esperaban i tomaban empeño; esperanza i empeño que no serán, estamos ciertos, defraudados.

Ese puñado de jóvenes formaba parte de la comision nombrada por el entusiasta intendente de Santiago, don Benjamin Vicuña Mackenna, para esplorar las lagunas Negra i del Encañado i estudiar la posibilidad de vaciar sus aguas, en caso necesario, en el valle de Santiago, i esperaban allí la hora de partir.

Poco a poco fueron llegando las demas personas que componian la comision i poco a poco también fué llenándose la habitacion.

Los recien venidos daban un apreton de manos a los que los habian precedido en la llegada i tomaban parte en la conversacion, siempre en voz baja para no distraer al que escribia, que, como se habrá comprendido, no era otro que nuestro actual intendente.

—Pero, hombres!—dijo éste de pronto i terminando su trabajo,—parece, al verlos así, que asistieran ustedes a un entierro: llegan, apénas si saludan, hablan casi en secreto, lo mismo que si vinieran a dar un pésame.

—Qué quiere, señor? respondióle un joven de morena tez, de no mui alta estatura, carácter franco i alegre, i que mas tarde era conocido de sus compañeros bajo el nombre de almirante, qué quiere? por no interrumpirle i a mas todavia no se nos ha espantado el sueño de la madrugada.

—I ya estamos todos?

—Todos.

—Bueno. I los carruajes, están listos?

—Hace como un cuarto de hora a que llegaron.

—Entónces vamos haciendo cargar los instrumentos i equipajes, i tomemos una taza de café ántes de partir.

En esos momentos llegó un joven como de veinte a veintidós años, de tez pálida, ojos i cabellos negros, porte elevado i aristocrático. Un lijero bozo asomaba en su labio superior.

—Os presento a lord Cochrane, dijo el intendente, señalando a todos el recien venido. También vá con nosotros, como ya saben ustedes, pues no quiere desperdiciar de hacer un viaje a los Andes, atalayas de las glorias de su abuelo.

El equipaje de cada uno consistia en uno o dos chamantos o chalones i las monturas, lo que, como debe suponerse, quedó arreglado en un momento. Uno de los esploradores, llevaba formando parte de su equipaje i por si podian ofrecerse, un paquete de mondadientes.

Dirijímonos todos a un elegante comedor cuando sonaban las siete: pocos momentos despues se daba por terminado el desayuno.

Sobre la mesa quedaban tres bizcochos.

El señor Vicuña Mackenna, que hacia los honores de casa con esa franqueza i cordialidad que le caracterizan, al levantarnos ofreció a varios los tres bizcochos; pero sea porque muchos se veian por primera vez, sea por etiqueta, sea porque aun no se habia desarrollado entre los miembros de la comision esa cordialidad esquisita, que fué mas tarde el encanto de nuestra escursion, lo cierto es que ninguno aceptó.

—Vaya! Vergara, sírvase.

—Psh! dijo éste; un morenito regordete i de buen humor, estos sirven para tomarlos con agua en el camino.

Alargó la mano e hizo pasar a sus bolsillos los consabidos bizcochos, ocasionando con esto una franca i unánime carcajada. Desde ese momento Vergara quedó designado para jefe del rancho. La prueba habia sido majistral, i los hechos probaron mas tarde que el golpe de vista del intendente no le habia engañado.

Casi al mismo tiempo suena un silbido, que era la señal de partida, i cada cual fué a ocupar su asiento en el coche que le estaba destinado.

El señor Vicuña Mackenna, lord Cochrane i don José María Eizaguirre, secretario de la intendencia, i que solo acompañó la comision hasta San José de Maipo, ocupaban el primero de los carruajes; los señores don Francisco Vidal Gormaz, capitan de fragata e incansable esplorador de nuestras costas i don Pacífico Alvarez, activo naviero de Valparaiso, el segundo; el señor Ansart, director de los trabajos municipales, i el injeniero don Vicente Sotomayor, otro; en el cuarto iban don Luis Figueroa, representante de la sociedad del canal de Maipo, i los injenieros don Alfredo Cruz Vergara i don Belisario Diaz; i por último, don Victor Carvallo, representante de la Sociedad Nacional de Agricultura, don Wenceslao Vergara, conocedor de las cordilleras, i el que esto escribe ocupaban el quinto.

II

DE SANTIAGO A SAN JOSÉ DE MAIPO.

Dióse la voz de marcha i los coches partieron con gran estrépito en el órden que dejo indicado para tomar el camino que conduce a San José de Maipo.

Eran las siete i cuarto de la mañana.

Pocos momentos mas i entrábamos en ese callejon que parece no va a terminar nunca, llamado "Callejon del Traro," i seguíamos por un camino bordado a entrambos costados de hermosas quintas que dejan ver por sobre sus tapiales, alfalfales bien cultivados, estensos viñedos i frondosos árboles, inclinados bajo el peso de sus dorados i apetitosos frutos.

A las ocho y cuarto dejábamos atras, envueltos en una nube de polvo, el "Bodegon blanco," despacho-tienda, donde se surten los labradores de los contornos i los reune al fin de la semana en su vara i cancha de bolas, siendo célebre, en diez leguas a a la redonda, por las topeaduras que hai allí los dias domingo i lunes, i llegábamos a las diez a la entrada del Cajon del Maipo, por donde corren impetuosas i turbulentas las aguas de este rio, labrándose muchas veces su lecho en la roca viva.

Este caudaloso rio, que se forma de las vertientes que emanan ele los Andes, entre el volcan de su nombre i la Cruz de Piedra, a una altura de 3,400 metros, i que es engrosado por el Colorado, el Yeso, el Volcan, el Negro, el Manzanito y tantos otros, ya rios, ya arroyos o torrentes, recorre una estension de mas de doscientos cincuenta quilómetros.

En gran parte del camino notamos diseminadas grandes rocas de las mas variadas composiciones lo mismo que en los potreros adyacentes. Una de estas rocas, morainas, casi intercepta por completo la via, tal es su dimension, i ha sido preciso romperla a fuerza de pólvora, como muchas otras para dar paso a los viajeros.

Hasta ahora muchos jeólogos habian supuesto que esos fragmentos de montañas, esas rocas erráticas, bloes erratiques, como se les llama, i que se encuentran léjos de los cerros cuya estructura atestigua que de ellos provienen, no debian su trasporte sino a una violenta impulsion de las aguas arrastradas por el reflujo de los diluvios. Agassiz, en su obra sobre los ventisqueros, les glaciers, demuestra que esa hipótesis era inadmisible i que es preciso atribuir a los grandes movimientos de los mares de hielo el trasporte de rocas que tantas i tan distantes se encuentran algunas veces del centro de su formacion.

Las olas de ese inmenso mar de hielo, descendiendo de las montañas, dice Pouchet, estrellándose contra sus paredes, quebrando sus rocas, las lleva en sus movimientos diseminándolas en su pasaje.

Ahora bien ¿cuál es la causa inicial de esos trastornos inesperados, de ese período glacial? Ella, quizá, quede largo tiempo ignorada, pero sus estragos han dejado huellas indelebles.

El señor Leybold, el activo e intelijente esplorador de los Andes i las Pampas Arjentinas, cree que esas morainas han sido acarreadas i depositadas en el lugar que hoi ocupan por algún inmenso ventisquero que ocuparia talvez, durante algún período glacial del hemisferio austral, el valle del Maipo. "Que en tiempos remotos descendieron enormes ventisqueros de las alturas de la cordillera, agrega en la páj. 7 de su interesante folleto: "Escursion a las Pampas Arjentinas, 1871," "lo prueban elocuentemente los bloques erráticos de que está compuesta la isla del Tinguiririca al oriente de San Fernando; la que, en mi concepto, no es sino una moraina jigantesca, abandonada en aquel lugar cuando se retiró el inmenso ventisquero que le servia de vehículo."



Cuando llegamos a la entrada del Cajon, hicimos alto para tomar algún descanso i dar tiempo para que bañaran los caballos.

Un compañero previsor tuvo la buena idea de llevar consigo un pequeño frasco de viaje, continente de unos cuantos sorbos de coñac que, mezclado con la turbia, iba a decir barrosa agua del rio, sirvió para apagar un poco la sed producida por el gran calor que ya hacia i la fiebre del viaje.

Tan luego como los cocheros concluyeron de bañar los caballos, continuamos nuestro camino.

Siguiendo adelante i a unos dos quilómetros, se encuentran en algunos puntos rocas graníticas, productos de los primeros ensayos de la solidificacion del globo, como las llama Pouchet, tan duras, que en otros tiempos se las utilizaba para piedras de molino; muchas de esas rocas conservan aun marcadas las huellas del barreno.

La ruta, desde que se entra en el Cajon del Maipo, aunque accidentada y cortada en muchos puntos por quebradas profundas, barrancos i colinas, es en su jeneralidad casi regular, siendo posible convertirla en una magnífica carretera a mui poca costa.

Los contornos i valles del camino están cubiertos de sembrados i árboles, i de trecho en trecho se distinguen algunos pajizos ranchos i casas de tejas, como las que se encuentran frente a las boca-tomas del canal, una de las cuales es una preciosa quinta.

Lo mas notable que encontramos despues, ademas del descuido que se nota en la conservacion de la via, fueron cristalinas vertientes que brotaban de las desnudas rocas, i el puente echado sobre el rio Colorado, que, si es verdad, pudo construirse mas al oeste, ahorrando así al viajero una vuelta atroz (i no lo hicieron por aprovechar una angosta quebrada), ofrece en cambio un magnífico punto de vista desde donde se abarca las dos riberas del caudaloso torrente i bellísimos panoramas.

El rio Colorado, que nace de las vertientes occidentales del Tupungato, vacia sus aguas en la márjen derecha del Maipo, siete quilómetros al noroeste de la villa de San José, despues de recorrer por un cauce estrechado de altas cumbres una estension no menor de sesenta quilómetros. Su nombre de Colorado es debido sin duda al color avermellonado de sus aguas, producido por las arcillas i suspensiones que arrastra en su tránsito, ya de su lecho mismo, ya de los rodados que se desprenden con continuidad de las cimas que lo encajonan. Es uno de los súbditos mas caudalosos del Maipo.

Pasado el cajon del Colorado, se estiende una graciosa colina del aspecto mas risueño i agradable. Desde ahí nos quedaba cosa de una hora para llegar a la villa de San José de Maipo, donde debíamos detenernos para almorzar i tomar cabalgaduras a fin de continuar adelante, pues desde este punto el camino deja de ser carretero.

A las doce i media entrábamos a la plaza del pueblo.



"San José de Maipo, villa del departamento de la Victoria, con caserío mediocre, iglesia parroquial, escuelas gratuitas i 800 habitantes (ahora tiene cerca de mil) está situada bajo los 33° 40' lat. i 0° 18' lonj. E., a 968 metros del nivel del Pacífico, sobre una planicie de la ribera derecha del Maipo, el cual la baña por el O. pasando a 190 metros de la poblacion, i comprende una área de 27 manzanas de 84 metros por lado, cortadas por nueve calles de este a oeste i cuatro de norte a sur, con una plaza al centro. Sus contornos son montuosos i pintorescos, situada como se halla entre las ramas inferiores de los Andes, donde se levanta por el este el volcan de su título i hacia el suroeste los cerros de San Lorenzo, San Gabriel i San Pedro Nolasco.

"Es de temperamento mui sano i agradable en verano, i podria convertirse en sitio de temporada en esa estacion para los vecinos de Santiago, de la que dista 45 quilómetros. Los descubrimientos de minas de plata en los cerros nombrados hicieron promover en agosto de 1791 la fundacion de una villa en ese punto, en que ya existia una que otra casa, i al efecto se estableció bajo la planta indicada por el presidente don Ambrosio O'Higgins en 16 de julio de 1792, con el nombre de villa de San José de Maipo; tambien se llamó Villa Alta" [1].

A nuestro arribo encontramos todas las calles embanderadas i la jente como en dia de gala. Despues de atravesar la principal calle de la villa, que a la vez es el camino para la cordillera, nos bajamos en casa del entusiasta i activo vecino de esa localidad, don Adolfo Lapostol, que nos recibió con una esquisita amabilidad francesa. De la corta permanencia que hicimos en su agradable morada conservaremos todos el mas simpático recuerdo.

Hicimos descargar nuestros equipajes, que, como se sabe, no eran mui abultados, sacudimos el polvo del camino i despues de "algunas abluciones en las cristalinas aguas, nos dirijimos a visitar la casa, situada al pié de un cerro de donde se descubre preciosas vistas i las empinadas cumbres de la cordillera.

Tan pronto como llegamos, el comandante Vidal montó sus instrumentos e hizo varias observaciones que arrojaron el siguiente resultado:

Por latitud sur 33° 39' 49''
Por" lonjitud E. de Santiago 0° 16' 04''
Por" altitud 1006.7 ms.

Estas observaciones, tomadas desde el centro del jardin, las debo, como las que mas adelante cite, a la amistosa cordialidad de nuestro estudioso e intelijente compañero don Francisco Vidal Gormaz.

Dimos en seguida algunas vueltas por la gran plaza donde se encuentra la iglesia, vetusto i feo edificio que actualmente hace refaccionar el distinguido cura de la parroquia.

Recorrimos algunas calles, admiramos mas de una beldad en las puertas o ventanas de las casas i volvimos acompañados por don Eduardo Serrano, subdelegado del lugar, a casa de nuestro cariñoso huésped.

Bajo un frondoso parron, se ofrecia a nuestras miradas i a nuestros hambrientos estómagos una mesa espléndidamente servida. Sobre manteles tan blancos como las nieves de las montañas, humeaba en grandes fuentes de porcelana una sabrosa cazuela, cuyos aromáticos vapores hacian cantar gloria a nuestro paladar. Como adorno imprescindible, limpios cristales contenían el jugo destilado de la uva, ese jugo que hizo que Noé no fuera inscrito en el calendario; hermosos duraznos i dorados racimos se ostentaban formando pirámides a las que servían de base elegantes fruteros. Aquello no era un almuerzo, era un banquete opíparo.

Miéntras saboreábamos la cazuela i demás platos que se nos sirvió, no se oia mas ruido que el de las cucharas; pero, una vez pasado ese primer ímpetu de un estómago que ha viajado seis horas, alimentándose solo de conversacion i de la contemplacion de su dueño en las grandes obras de la naturaleza, la lengua comenzó a ejercer sus funciones, interrumpiéndolas de cuando en cuando por la de las mandíbulas. El jeneroso burdeos hizo brillar los ojos de los convidados; la conversacion fué jeneral.

El ruido del champaña haciendo saltar los tapones que le comprimian i cayendo en espumosos copos en las cristalinas tazas, hizo que las imaginaciones tomaran vuelo, las almas se ensancharan i llegara el momento de los bríndis.

Estos fueron entusiastas i se manifestaba en todos el buen deseo de que la esploracion emprendida por el señor Vicuña Mackenna tuviera feliz suceso.

Lord Cochrane brindó por los chilenos, que habian sido siempre la afeccion de su ilustre abuelo i que eran tambien la suya.

En fin, despues que los señores Vidal Gormaz, Sotomayor i Figueroa pronunciaron mas de una hermosa frase, desarrollaron mas de una noble i grande idea, el señor Vicuña Mackenna dijo algunas palabras, dando gracias a su nombre i al de la comision al señor Lapostol por su cariñosa hospitalidad.

III

DE SAN JOSÉ A TINOCO.

Montados unos en caballos, otros en mulas o machos, algunos en silla, pocos en montura; pero casi todos calzando una sola espuela—pues solo dos o tres se habian cuidado de ese utensilio—proseguimos, a las cuatro de la tarde, nuestro viaje hácia las cordilleras.

Imposible olvidar la divertida figura que mas de uno hacia; pero nada mas gracioso i digno del lápiz de Gavarni que la de nuestro amigo Vergara, festivo i buen compañero.

Caballero en un mulo de tan poca alza que los piés casi tocaban al suelo; embutido en un avío que casi cubria por completo al mulo i cuya enjalma mas parecia un navío; ostentando en la parte delantera de la montura dos piernas de cordero envueltas en un Mercurio, i mas ufano que si fuera en un carro triunfal.

Lo mejor que el macho era taimado, como buen hijo de las Pampas, i al pasar frente a la última casa de la villa, tuvo la idea de entrar a dar una vuelta por el corral. Por mas esfuerzos que el jinete hacia para detenerlo, por mas que le clavaba las descomunales rodajas de la espuela, nada: el taimado animal se revolvia como un endemoniado i se negaba a continuar adelante. Por fin, tomándole en medio, pudimos sacarlo de esa querencia. La misma operacion hubo de hacerse con un primo hermano del mulo, que montaba M. Ansart.

Quién sabe si los maldecidos animales se sospechaban lo que les aguardaba...

Recorriendo un sendero salpicado, por decirlo así, a cada paso de chozas i en el que se distinguia a entrambos costados huertos bien cultivados, tuvimos ocasion de conocer la gran aficion a los duraznos que profesa nuestro compañero Sotomayor. En casa de M. Lapostol habia saboreado mas de uno i mas de cinco tambien, i todavia no habiamos caminado tres quilómetros, cuando sin decir: agua va! se entra de zopeton a un rancho, habla cariñosamente a una viejecita que salió a recibirle i en ménos de dos minutos estaba al frente de una cesta repleta de la apetecida fruta, navaja en mano i pronto para el combate.

—No se molesten por mí, ya que no quieren tomar duraznos, que están riquísimos; luego los alcanzaré, nos dijo, al ver que le aguardábamos.

Dejámosle entregado a satisfacer su aficion i recien volvimos a verle media hora despues...



Los pórfidos se ostentan en todo ese trayecto hasta San Gabriel, en sus mas variadas formas i colores. El espesor de sus capas es considerable.

Como a la mitad del camino que seguiamos, la marcha, si no es peligrosa, es, por lo ménos, molesta i difícil, por la gran cantidad de piedras diseminadas en todas direcciones i que no permiten que las cabalgaduras vayan sino al paso i con mucho cuidado.

En una empinada cuesta no pudo ménos de causarnos gran impresion el ver flamear entre las rocas, a esa altura i en esas soledades, el tricolor nacional, acariciado por la brisa i reflejando los pálidos resplandores de un sol poniente; i mas viva era esa impresion desde que ignorábamos quién fuera la causa de tan agradable encuentro.

Pero aun nos aguardaba mas de una grata sorpresa. Al llegar al lugar llamado Tinoco, donde, bajo la direccion del cuerpo de injenieros, se abre a pólvora un nuevo sendero, en una estension de mas de tres quilómetros, los trabajadores de esa faena, habiendo sabido por los señores Luna i Castañeda, que nos precedian en nuestro viaje, que el intendente debia pasar por ahí con la comision exploradora de la Laguna Negra, improvisaron en medio de la montaña un vistoso arco triunfal, formado con una graciosa decoracion i adornado en sus costados con trofeos de herramientas entrelazadas con gusto i arte. En la parte superior del arco se leia la siguiente inscripcion, en gruesos caractéres pintados de color:


"la faena de tinoco

Al entusiasta ciudadano don Benjamin Vicuña Mackenna.

1873.
Marzo 6."
 

I de sorpresa en sorpresa continuamos adelante. Pasado el arco, i como haciendo los honores, habia cuatro hermosas amazonas acompañadas del director de esos trabajos i dos conocidos nuestros. A tan preciosa vista, los corazones esperimentaron una grata emocion i a la vez que aplaudían tanto entusiasmo, admiraban tanta belleza, tanta juventud, tanta galantería.

Nuestro cortés jefe acercóse a ellas i manifestóles la agradable sorpresa que su presencia, llenando de encantos esos agrestes sitios, nos causaba, nuestra admiracion por su arrojo i sus agradecimientos por haber asistido al magnífico recibimiento que los activos trabajadores de la faena de Tinoco le habian preparado.

De pronto sintióse una detonacion inmensa, que, repercutida de quebrada en quebrada, de roca en roca, produjo un ruido atronador, pareciendo iban a desprenderse de su base las imponentes moles que nos rodeaban; oscurecióse el espacio, una lluvia de piedras cayó a veinte metros distante de nosotros, i segundos despues rodaba hasta el sendero un enorme peñasco que lo interceptaba completamente. Era el saludo con que la faena recibia al intendente, saludo espresado con un tiro de cuarenta quintales de pólvora i que era como un corolario del arco.

Los caballos se espantaron al aturdidor estruendo, por un momento temimos sucediera alguna desgracia a las valientes amazonas. Felizmente, todo no pasó mas allá del estruendo i del temor.

Momentos despues, ocho robustos mineros, aunando sus hercúleas fuerzas, hacian rodar al abismo el peñasco que cayó al camino.

Despedímosnos de las heroinas de Tinoco, llevando quizá mas de uno algún grato recuerdo que le acompañó en el viaje.

Al retirarnos, los obreros, formados en dos filas a ambos costados del camino, prorrumpieron en entusiastas hurras i vivas al intendente. Si ellos nos habian sorprendido con una lluvia de piedras i un hermoso arco en honor del señor Vicuña Mackenna, el jefe de la espedicion no quiso quedarse atras i les envió un chubasco de monedas.

El camino, en esta parte, es tortuoso i tallado a pólvora en las rocas, algunas de las cuales parecia iban a caer al menor movimiento sobre nuestras cabezas. El viajero avanza por la estrecha senda con cierto temor mezclado de admiracion.

Pero no solo se ve cuadros de efecto terrible e imponente, se ofrecen también rientes i agradables: cristalinos arroyos serpenteando por alguna profunda quebrada, juguetonas vertientes tapizadas de verdoso musgo, que hacen contraste con la árida i escarpada roca de dónde nacen.

Las empinadas moles porfíricas que emparedan la jeneralidad de la via bastarian para interesar al viajero—no digo al jeólogo i al sabio— por los variados aspectos que presentan: aquí descarnadas i agudas, arduas i estratificadas; allá cubiertas de arbustos i tupidos sembrados, divididos por huertos de duraznos i ciruelos, nogales i viñedos; ya se presentan como aplastadas por el peso de los siglos i arrugadas por el agua i la nieve; ya espigadas i pareciendo desafiar a las estrellas con sus agudas flechas A cada recodo del camino—que podria convertirse, sin mayores desembolsos, en una hermosa carretera, dando así mas ensanche, mas vida a los minerales vecinos, mas facilidades al ganadero arjentino, mas desarrollo a la industria i mas poblacion a esos contornos tan ricos en producciones—se presentan a las sorprendidas miradas del caminante nuevos cuadros diversos tintes, variados i caprichosos panoramas.

De trecho en trecho se distingue algunos hornos de fundicion que, si bien es cierto son necesarios a la mineria, han producido mas males que bienes, no solo a esas cercanías sino también a todo el valle mientras fueron alimentados con leña. La tala desconsiderada de los bosques, cariñosos protectores de las vertientes i de los arroyos, ha secado aquellas i disminuido considerablemente el volúmen de éstos en perjuicio de la agricultura, de la riqueza de los campos.

Los bosques en las montañas son un tesoro inapreciable; cortarlos, dice Rambert, refiriéndose a las selvas de los Alpes, es como quitar el camello al desierto, el Nilo al Ejipto.

La corta de bosques, esa plaga fatal de los paises montañosos i agricultores, ha creado los desiertos de la Arabia oriental, los del Atlas, los de España, i convertiría bien pronto, si a ello no se pone eficaz i pronto remedio, en pocos años, nuestras fértiles llanuras en terrenos improductivos, áridos, en verdaderos desiertos.

Pero prosigamos nuestro viaje.

IV

DE TINOCO A SAN GABRIEL.

A poco rato de Tinoco el dia principió a declinar. Algunos compañeros se habian adelantado bastante, i los rezagados no podíamos alijerar el paso de nuestras cabalgaduras por temor de que pudieran sufrir algo los delicados instrumentos que llevábamos.

La noche se nos vino encima, cubriendo el valle i las montañas con un negro velo; caminábamos, se puede decir a ciegas, ignorando ademas donde estaba el lugar en que debiamos acampar.

Por fin, a un lado del camino i a lo léjos distinguimos una luz, que nos, sirvió como faro; nos dirijimos hácia ella tan lijero como lo permitia nuestra liviana pero delicada carga, i despues de un largo cuarto de hora arribábamos a la deseada luz que no era sino una gran fogata a cuyo rededor se calentaban algunos hombres.

Ibamos a pasar adelante cuando uno de ellos salió a toda prisa, i preguntándonos si formábamos parte de la espedicion, nos señaló el sitio a donde debíamos dirijirnos. Estaba apostado allí por orden del intendente.

El lugar que nos señalaba i que distinguia una gran hoguera, casi oculta entre los árboles, estaba situado en la planicie o falda de un cerro, a unos treinta metros sobre nosotros.

Nos encontrábamos en San Gabriel i a donde debíamos subir era el establecimiento de San Pedro Adulfo, de propiedad del señor Lapostol.

Guiados por la rojiza luz de la hoguera, trepamos, o mas bien treparon nuestros caballos la empinada 1 estrecha senda que conducia al deseado alojamiento.

Al resplandor de la fogata pudimos distinguir un edificio de moderna construccion, algunos hornos de fundicion i un estenso i hermoso patio. Tan luego como entramos salieron a recibirnos los compañeros que nos hablan precedido en la llegada. Bajámosnos i entregamos a los mozos los fatigados caballos; entramos en seguida a las habitaciones, donde hallamos pronto para unirse a la comitiva al señor don Ramon Guerrero, veterano conocedor de esas cerranías, i que fué para nosotros un escelente compañero de viaje, tanto por su amistosa cordialidad como por la buena voluntad que desplegaba, siempre que se le hacia alguna pregunta referente a esas localidades, desconocidas para mas de un viajero.

Eran las siete treinta i cinco minutos de la noche, i habíamos recorrido veintiocho quilómetros, no siete como equivocadamente marca la carta topográfica levantada por órden del gobierno.

Algunos minutos despues nos encontrábamos reunidos alrededor de una mesa, agradablemente acariciado nuestro olfato por ciertos vapores que partían de la cocina. En ménos de quince minutos nos prepararon una buena cena que confortó nuestros desfallecidos estómagos. Es inimajinable cómo se desarrolla en esas alturas un apetito voraz, que no necesita mucho para satisfacerse; pero que invade a cada momento.

El comandante Vidal, tan pronto como llegamos, hizo algunas observaciones astronómicas, tomó la altitud, latitud i lonjitud del sitio que veníamos de escojer para alojamiento.

De sus trabajos resultaba, prosa i ciencia,—que habíamos almorzado a 1006,7 metros sobre el nivel del mar i que cenábamos a 1123,9.

Como a las nueve llegaron las acémilas. Cada cual comenzó entonces a fabricarse su cama, unos debajo del corredor, otros en las habitaciones, en las que habia dos catres con sus colchones i ropas correspondientes. Vidal Gormaz tuvo menor trabajo que cualquiera otro para arreglarse un soberbio lecho: infló su bote de goma, que, a la vez que le sirve para navegar, le ofrece un mullido colchon, e improvisóse así una buena cuya.

De los catres que habia en las habitaciones uno solo fué ocupado por lord Cochrane; ¿para qué acostumbrarse i por pocas horas a lo que no habia de durar?

Una vez arreglado el local escojido para tender nuestros huesos, ya en los pellones de la montura, ya sobre las mantas, como el mismo intendente, que era el primero en darnos el ejemplo de buenos espartanos, todos buscaron en qué pasar un rato ántes de entregarse a los brazos de Morfeo, que en esa noche no batia sus soñolientas amapolas.

El campamento no pocha ofrecer un aspecto mas pintoresco: era aquello la fotografia de un aduar de jitanos, en medio de las oscuras sendas de las Alpujarras o Sierra Morena. Saur o Smith habrian agregado un floron mas a su corona artística reproduciendo con sus delicados pinceles aquel cuadro lleno de poesía i colorido.

Allá, en un estremo, la fogata, a cuyo rededor, sentados en diversas posturas, estaban los guias i mozos—verdaderos jitanos de las cordilleras—con sus listados ponchos de vivos i matizados colores, sus botas abrochadas por infinitos lazos i sus cintos abigarrados, gozando con el sabroso mate.

En otro punto las cabalgaduras paciendo tranquilamente entre la fresca yerba, en la que brillaban las primeras perlas del rocío. Aquí un grupo de tres o cuatro de los esploradores, envueltos en sus largas mantas, tendidos en el duro suelo admirando las altas cumbres que se destacaban, con su tocado de blancas nieves, en el bello azul de un cielo, cuya pureza ni siquiera una nube se atrevia a empañar; el estrellado firmamento, cuyos astros irradiaban con una luz digna de su Creador, i la profunda quebrada que el pulido resplandor del bello astro de la noche no alcanzaba a iluminar. Allá, una amiga pareja, con el alma entusiasmada con tanta belleza, en sabrosa plática de ciencia o en dulces recuerdos de amor o en risueños porvenires de color de rosa; i mas allá aun otro grupo del que salian sonoras i alegres cajadas.

La juventud sueña o rie, miéntras las nieves que blanquean su cabeza i hielan su corazon, miéntras el doloroso desengaño no convierte las risas en llanto, los sueños ideales en sarcástica realidad, miéntras ese risueño fantasma que persigue no se transforma en el asqueroso esqueleto de la esperiencia!

En fin, diseminados aquí i allá, parecian todos las sombras de una gran linterna májica, cuya negra cámara solo soportara figuras de amor, de idealismo, de juventud, de cara amistad.

Poco a poco, como en tristes i dulces cantinelas alemanas, fuese apagando la luz de la hoguera, disminuyéronse los grupos, cesaron las risas para dar lugar al descanso. Solo la luna, púdica i envuelta en su manto aereo i diáfano, continuaba, cariñoso vijía, iluminando esas preciosas soledades, turbadas entonces por importunos huéspedes.

Quedamos todavía en pié los seis que habíamos escojido por dormitorio un fresco corredor, improvisando nuestras camas con algunos ladrillos a fuego.

Sin saber cómo, el compañero Cruz, sabedor de la maestría con que nuestro buen amigo Sotomayor tocaba la guitarra, se apareció con el melodioso instrumento.

Suaves acordes sintiéronse primero, luego vibraron las cuerdas produciendo los preludios de la muelle tonada i pronto ésta se hacia sentir sorprendiendo agradablemente a los que habíanse entregado al sueño. Nada mas poético, quizá mas fantástico que los sonidos que se desprendian de la guitarra en medio de tan agrestes como pintorescos montes.

Pero esto no fué mas que el soplo de la brisa: concluyó, dejando nada mas que un recuerdo.

Era necesario recobrar en el sueño fuerzas para el siguiente dia. Sin embargo, estaba tan preciosa la luna, tan plácida la noche, que quedamos aun admirándola desde nuestras camas i comunicándonos nuestras impresiones. Y aunque así no hubiera sido, no habriamos tampoco pegado los ojos; pues mui luego hicimos conocimiento con ciertos animalitos que nos sacaban de quicio i haciannos dar vueltas mas que lijeras.

Al principio nos fué imposible saber quienes eran tan cariñosos vecinos i quizá hubiéramos quedado en la misma ignorancia si uno de ellos, mas atrevido que los demás, no se hubiera presentado en la cara de un compañero ya dormido: los picadores vecinos eran una caravana de vinchucas. Teniamos, ademas de las vinchucas, un maldito gallo, que con su serrallo habia escojido el mismo dormitorio que nosotros, i lo que es peor, sobre nosotros. Así es que, aunque hubieramos olvidado las vinchucas i pasado por ignoradas sus picaduras, con su canto chillon no nos dejaba aquel tranquilos. Pero estábamos tendidos, i esto era ya algo, era mucho.

V

JUÉVES 7 DE MARZO.
San Gabriel.

Apénas comenzaron a dibujarse los primeros picachos de las montañas vecinas i ya estábamos casi todos con los huesos de punta, es decir, en pié. Aun "el rubicundo Febo no asomaba su dorada cabellera" como dijo, no el poeta, sino un camarada nuestro, i ya todos estaban ocupados en el arreglo de sus monturas i en prepararse para estar listos a emprender nuestro camino, tanto por evitar el calor del medio dia, que es insufrible en esas alturas, cuanto por el deseo que teniamos de llegar lo mas pronto posible a las cimas que rodean la Laguna Negra, para lo cual nos quedaba un buen trecho que andar.

Por otra parte, i a pesar de la bondadosa hospitalidad que se nos brindaba, no teniamos por qué continuar descansando en un lecho en el que, por un lado, nos perseguian las vinchucas i por el otro nos cantaba un gallo, peor que un segundo tenor en la Lucía.

Con la claridad del dia pudimos apreciar el lugar en que habiamos pernoctado.

Es un nuevo establecimiento de fundicion, creado el año pasado por el infatigable minero don Adolfo Lapostol, i situado, como hemos dicho, en una falda dé la montaña a 1123.9 metros de altitud. [2] Este establecimiento es el mas internado en las cordilleras, i sus hornos son alimentados no con la leña de los bosques, sino con carbon de piedra, del que hai almacenada una gran cantidad, traida con crecidos gastos desde Valparaiso. Es susceptible de tomar gran incremento cuando el camino que hasta ahí conduce se mejore convenientemente, aumentando así también el desarrrollo i esplotacion de las minas situadas en los cerros circunvecinos.

Una acequia por la que corren las cristalinas aguas de una vertiente, traidas por canales desde la cima de un elevado pico la atraviesa de oriente a poniente.

Desde el estenso patio pudimos contemplar la inmensa i rica mole del San Pedro Nolasco, que se levanta a 3,339 metros sobre el mar [3], i alcanzar a distinguir la elevada cresta del San Lorenzo, erguido a 4,021 metros de altitud [4], i en el que se encuentran vetas mas o ménos ricas de plata, cobre i zinc.

El San Pedro Nolasco, asiento de antiguas minas de plata, descubiertas a principios del siglo pasado i cuya riqueza dio oríjen a la fundacion, en 1790, de la Villa Alta, produjo, en tiempo de la colonia, según el doctor Sazie, mas de diez millones de duros, i mas de sesenta desde su descubrimiento hasta hace no muchos años.

Actualmente, don Cárlos Donzelot hace trabajar en él un túnel para unir las pertenencias del Risco, Cruz, Lo Castillo, Compañía, Palmita, Lo Guzman, Chiquero, Estuca-Rei i Mina Carlota, a fin de hacer así mas fácil la esplotacion de sus ricos veneros arjentíferos. Este túnel o socabon tendrá una estension no menor de mil seiscientos metros, encontrándose hecha casi la mitad.

En las cercanías de San Gabriel i en varios puntos i cerros del valle del Maipo, se encuentran mantos de carbon de piedra que, con el tiempo i cuando se mejoren los caminos, podrán esplotarse con ventaja i serán una riqueza para el lugar e incremento para la minería i establecimientos de fundicion del San Pedro Nolasco, que tantos tesoros guarda aun en sus entrañas.

La primera mina de cal descubierta en el valle de San José i que tanta fama ha cobrado se encuentra en un cerro que resguarda por el norte el establecimiento del señor Lapostol.

Miéntras nos preparaban el desayuno, salimos a dar una vuelta por los alrededores, quedando agradablemente sorprendidos de encontrar maizales, potreros alfalfados o sembrados de trigo, lindas huertas en las que se cultivaba perfectamente la vid, el ciruelo, duraznos i nogales corpulentos, tanto como no los habíamos visto en los llanos, debida talvez esa corpulencia i lozanía, a juicio de un campesino, a cierta bendicion que el prófugo obispo Moran, al pasar por esos sitios, echó a uno que le habla prestado con su coposo ramaje sombra i abrigo.

En jeneral, se dice, i muchos sábios europeos lo afirman, que la vid muere a los 700 metros, de lo que muchos se valen para calcular la altitud donde se encuentran; que el nogal i el ciruelo desaparecen a los ochocientos metros; el trigo, la cebolla y el manzano, a los mil; el cerezo, a los mil doscientos, como también el trigo candeal, concluyendo a esta altura la vida de los árboles de los planes, para dar lugar solo a los arbustos i champas de las montañas.

Pues bien, como hemos dicho ántes i lo que prueba la falibilidad de la ciencia, por mas que la respetemos, a mil ciento seis metros de altitud hemos admirado hermosas vides cuyos sarmientos se inclinaban al peso de los dorados racimos, nogales, que mas abajo de los ochocientos metros no se dan tan frondosos i que produzcan frutos mas lozanos, duraznos i muchas otras clases de árboles i plantas; esto echa completamente por tierra lo que se ha asentado como una verdad.

Cuando volvimos de nuestra escursion, comentando lo que sobre la vejetacion de las montañas nos contaban algunos viajeros, ya estaban pronto el desayuno i listos los caballos. Hicimos los honores al primero, i bien pronto estábamos sobre los segundos.

A las siete i media rompióse la marcha, yendo a la vanguardia el intendente i los señores Guerrero i Figueroa.

VI

DE SAN GABRIEL A LA LAGUNA NEGRA.

Saliendo de San Gabriel i no a mucha distancia, el Maipo recibe las turbias pero fertilizadoras aguas del rio Yeso. Se entra aquí en una llanura seca, árida i pedregosa que no puede ofrecer sino un camino por demas molesto, a cuya estremidad sur corre el rio que acabamos de nombrar, camino que, a pocos quilómetros, se ve obstruido por la cuesta de los Cipreses, enorme i empinado farellon que cuelga sobre el rio i que se encuentra aproximativamente, según el señor Leybold, a 1,387 metros de altura absoluta. La mal trazada senda que nos vuelve a echar al valle tiene apenas cuarenta centímetros de ancho en la parte mas abierta i una pendiente casi vertical, que obligó a mas de uno a bajarse del caballo porque éste se le concluia, según dijo un compañero, al ver que, en la bajada, la montura, apesar de ir bien apretada, no se salia por la cabeza del caballo nada mas que por respeto a las orejas.

En esta infernal cuesta i a la subida, el señor Diaz corrió un verdadero peligro, habiéndosele corrido la montura a su caballo, es decir, acabándose su caballo por el anca, las cinchas llegaron hasta rosarle los muslos obligándole a dar corcobos i saltos como si le picara alguna mala yerba. Por fortuna, aprovechando la salida de una roca, pudo apearse; de lo contrario habria rodado al precipicio.

Continuando por la llanura, se encuentra a cada paso enormes masas porfíricas, desprendidas de las altas cumbres, muchas de las cuales, sobretodo una que nos detuvimos para admirar, parece que la naturaleza o algún jenio jugueton se ha divertido en colocarlas por do quiera de la manera mas fantástica. La que llamó nuestra atencion no tendria ménos de unos ocho metros de alto i estaba asentada sobre otra roca plana como una tabla por un estremo tan agudo que el menor soplo de la brisa hubiérase creido la botara. Al acercarnos para sacar un trozo temiamos se nos viniera encima.

Los cerros que cierran esa llanura alternan en rocas porfíricas estratificadas i de todos colores i formas sienitas, i en algunos puntos i a sus faldas conglomerados de la composicion mas varia.

Pasamos el Manzanito, otro tributario del Maipo, i nos encontramos en una altiplanicie formada por un banco aluvial i de algunos quilómetros de estension, flanqueado por el Manzanito i el Yeso, que en algunos puntos apenas si corren separados medio quilómetro, arrastrando lentamente la lengua de tierra i cascajo que los desune.

Trechos hai en que el lecho de estos rios es tan angosto que podria detenerse su curso con una compuerta; pero también hai otros donde se estienden dejando a sus orillas hermosos prados en los que crece un pasto tierno i lozano, que por desgracia se pierde, pues impiden llegar hasta ellos los barrancos que costean los caminos i que, a mas de ser profundos, son cortados mas que a pico. Uno de estos prados era tan llano que la vejetacion que le cubria parecia el verde tapiz de un salon. Qué magnífica i numerosa cuadrilla podia bailarse ahí!

A cada momento oíamos desprenderse de la planicie que seguiamos grandes pedazos que, despues de hacer un ruido espantoso, se precipitaban, formando inmensos torbellinos de polvo i yendo en seguida a enturbiar aun mas las aguas que corrian a nuestros piés; i a cada momento, tambien, teniamos que hacernos a un lado para dejar pasar los contínuos arreos de ganados arjentinos, marchando con un paso fatigado i tardio. Un piño que constaba de cerca de mil cabezas nos obligó a detenernos, mui a pesar nuestro, a la subida del estrecho desfiladero llamado Cuesta de las Sepulturas.

Nos acercamos a un peñasco, donde podiamos gozar de la ilusion de un poco de sombra (hacía un calor bárbaro) i esperamos que concluyera de pasar el interminable piño, lo que no duró ménos de media hora, con gran disgusto nuestro i contento de los caballos.

Desde el angosto paso de las Sepulturas—no cabe allí mas de un caballo de frente—se nos presentaba el camino como las espirales de una serpiente mónstruo en medio de un talud formado como la altiplanicie que acabábamos de atravesar. Ni un árbol se distinguia, ni una planta, ni siquiera un peñasco que cambiara la fastidiosa monotonía de ese paraje, que parecia no tener fin.

Lo peor era que la sed nos devoraba i los estómagos de algunos iban como flautas de órgano, i Vergara, que aun llevaba consigo las dos piernas de cordero que hicieran célebre su salida de San José, se habia adelantado con el intendente i los señores Guerrero, Alvarez, Ansart i los dos guias.

Fatigados por el calor i sin tener nada que nos llamara la atencion, recorriamos esas soledades cabizbajos i pensativos.

Por fin, a cierta distancia, se veia algunos arbustos i rocas que sacaban de su tristeza el camino. Al lado de una roca se movia algo como una sombra.

—Ahí deben estar, dijo Cruz, i Vergara ha de tener algo. Con qué, a apagar la sed!

El comandante Vidal iba mas que incomodado con el barómetro que llevaba terciado en bandolera, i yo con el cronómetro, que era preciso conducir en la mano i con todo cuidado. Los dedos, sea por el calor o por ir apretados, se me habian engarrotado de tal manera que no los podia estirar; el comandante decia que tenia una zanja en la espalda.

Apresuramos lo mas que se pudo el paso de los caballos, i pudimos llegar a poco rato a ese oasis, nuestra tierra prometida en tales circunstancias.

Apeámosnos inmediatamente, estendimos las mantas al lado del peñasco en que creiamos encontrar alguna sombra, i dejamos que los caballos se estendieran por una pequeña vega cercana.

Allí solo encontramos a M. Ansart i Vergara, los demas habian adelantado también a estos últimos; Vergara habia tenido la feliz idea de cortar en tajadas una de sus piernas—las de cordero, se entiende—i nos esperaba con la mesa puesta.

Por mantel habia un diario viejo, el mismo que sirviera de envoltorio a la bienaventurada pierna; por tenedor teniamos los dedos; pero el hambre no permitia a nadie fijarse en tales pequeñeces. Miéntras despachábamos el frugal almuerzo, el agradable murmullo del Manzanito, que corria jugeton a unos cincuenta pasos de nosotros, retozando por entre la umbria quebrada que le servia de lecho, i la fresca brisa que cariñosa refrescaba el ambiente, nos arrullaban i hacian llegar a nuestros oidos esa muda e inimitable melodía de la naturaleza.

Una cachada de hurpo hecho con las cristalinas aguas del Manzanito nos sirvió de refresco i refresco agradable.

Pocos minutos despues continuábamos nuestra ruta mas contentos i satisfechos que si saliéramos de un festin.

El camino seguia siempre por esa especie de prominencia de acarreo o quizá las ruinas en que el agua i las nieves pudieron convertirla.

Todos saben cuánto las nieves destrozan las mas duras rocas; así es que no tiene nada de estraño que los continuos rodados que producen, rodados que a cada paso se ven en esas cerranias, hayan concluido, en union de la accion atmosférica, por convertir esa alti-planicie en lo que ahora es.

Como decia, el camino continuaba siempre por esa prominencia, pedregoso i molesto; los caballos no podian marchar sino al paso.

Cerca de una hora tardamos en llegar a un gran llano llamado del Inca, por algunos, por estar situado al pié de la cuesta de ese nombre; por otros el valle del Yeso o simplemente el Valle.

Este valle es un inmenso i fértil potrero, talado entónces por los estenuados i hambrientos animales que esportan de la República Arjentina. Se encuentra a una altura aproximativa, según el señor Leybold, de 1,600 metros sobre el nivel del océano.

Allí supimos por un ingles que habia trabajado en la laguna que el intendente i los señores Guerrero, Alvarez i un guia habian tomado por el valle del Manzanito para seguir el curso de este rio, visitar el Encañado i en seguida bajar a la Laguna Negra.

El guia que llevábamos nos dijo que el camino seguido por el intendente no era nada bueno i que era mucho mejor seguir por la cuesta del Inca.

—Es mas corto i no hai mas que pasar ese cerrito (no era malo el cerrito) i estamos al otro lado, agregó; sin embargo, como hai una repechadita será bueno apretar las monturas.

Despues de ejecutar esta operacion, principiamos la subida, si no peligrosa, llena de dificultades i tropiezos.

Esos bárbaros de guias son capaces de llamar una escelente via los dientes de un serrucho.


Estrechos senderos que se cruzaban en todas direcciones sobre un terreno movedizo i trepado hacian fatigosa por demas nuestra marcha. Los caballos se hundian hasta mas arriba de las rodillas i, una vez pasado el último, ya se habia borrado la senda que veniamos de atravesar. En otros puntos, esos senderos se desmoronaban, haciéndonos perder la mitad de lo que habiamos subido, pues hubo vez que corrimos junto con esos rodados no ménos de cinco metros. Puntos tambien habia en que ni siquiera se distinguia las huellas de algún animal. La respiracion era difícil i aquello era peor que un desierto bajo un sol abrasador i sin sus mirajes siquiera.

Cuando trepábamos hasta la cumbre de uno de estos cerros tomábamos aliento para proseguir con otro: la tal cuesta era un mar de lomas i empinados picachos, en cuyo centro, haciendo las veces de isla, habia un pequeño charco de poca profundidad, pero que en invierno aumenta notablemente de volúmen. Este charco, llamado Laguna Verde, es una taza formada al pié de los cerros de la cuesta del Inca, verdadero recipiente que es mas que probable que por infiltraciones a traves de sus diques arenosos vaya a aumentar las aguas del Yeso. Ni un pájaro, nada, animaba la superficie tranquila de sus aguas.

Seguimos faldeando otro cerro completamente pulverizado, por decir así, o destruido por la accion de las nieves i cuya altura no bajaria de ochenta metros.

Llegados a su cresta, quedamos jenerosamente recompensados de las fatigas de la ascension. Como Moises desde el Sinaí, veiamos la tierra prometida—la Laguna Negra—con la ventaja sobre el gran lejislador hebreo que él solo alcanzó a distinguirla i nosotros gozamos de ella mas tarde.

Desde esa cima pudimos distinguir una jigantesca i líquida esmeralda incrustada por la naturaleza i los tiempos en el seno de altas e inmensas montañas; desde esa cima contemplábamos también a nuestra derecha la soberana e imponente masa del "Meson Alto" que en sus escarpadas i afiladas rocas alimenta nieves eternas que ni el sol ni nada destruyen i que es como un centinela avanzado de la magnífica, esplendente cordillera de los Andes.

La ruta que debiamos atravesar para llegar al término de nuestra peregrinacion no era una ruta, un sendero: era una quebrada, una zanja con paredes formadas por enormes rocas sieníticas, del mismo tipo que las que se ve en la mayor parte de los cerros de Valparaiso, pero estratificadas, maltratadas por alguna violenta convulsion.

Descansamos algunos minutos para recobrarnos: en la subida mas de uno habia sentido las consecuencias de la altura que subiamos. Por otra parte, aunque hubiéramos querido seguir adelante, las fatigadas cabalgaduras no nos lo hubieran permitido.

Emprendimos en seguida la marcha i despues de una media hora parábamos en la primera carpa del campamento, a la una cuarenta i cinco minutos de la tarde.

Desde San Gabriel hasta la laguna habiamos gastado en el viaje seis horas quince minutos.

A nuestro arribo ya habia llegado la comitiva que habia tomado por el Encañado.

Desmontamos i ántes que nada nos dirijimos apresuradamente a la playa para contemplar el terso i hermoso lago i tocar sus cristalinas aguas que en esos momentos apénas si las rizaba suavemente la brisa.

VII

EL LAGO I EL CAMPAMENTO.

Los arreglos para el alojamiento de los espiradores no dejaban nada que desear. Entre las grandes rocas diseminadas en todas direcciones, se habia levantado tres carpas i una ramada para los peones i la cocina. La carpa de mas al norte, dando frente su entrada a la laguna i que mas tarde fué llamada la intendencia, nombre que injeniosamente dióle uno de los peones, estaba situada casi en la misma playa, a dos metros del muelle Alvarez, i las olas venian a romperse suavemente a sus piés. La gran carpa-comedor, dormitorio i salon de tertulia,—a unos quince metros al sureste de la anterior,—estaba resguardada al norte i este por una inmensa i hermosa roca casi plana en la superficie, razon por la que el comandante Vidal la elijió como el punto mas a propósito para sus observaciones i que se bautizó con el pomposo título de "Observatorio Astronómico" impreso con gruesos caracteres blancos en su costado occidental. Dividíase en dos compartimentos desiguales separados por una quincha de metro i medio de alto. El mas pequeño, que sirvió como depósito para los instrumentos i dormitorio para tres de nosotros; el mas grande, de unos quince metros de largo, servia para comedor i salon de tertulia en el dia, para dormitorio en la noche.

Formando ángulo con estas dos carpas estaba la que servia para almacen de provisiones. A espaldas de la gran carpa se encontraba la ramada.



Terminado el almuerzo con que esperaban a la comision los señores Luna i Castañeda i en el que reinó la mayor franqueza i buen humor, el intendente nos citó para las cuatro de la tarde con el fin de dividir el trabajo i arreglar un plan al que debieran ajustarse las operaciones.

Miéntras llegaba la hora de citacion, el señor Vidal tomaba algunas coordenadas jeográficas i los demás esploradores arreglaban sus trabajos.

A las cuatro en punto todos estaban sentados al rededor de la gran mesa de la carpa, esperando al jefe de la espedicion para oir de su boca la lectura de la órden del dia que asignaba a cada uno su puesto i la parte de trabajo que le correspondia en las tareas que debia iniciarse al siguiente dia.

Esa órden del dia, que fué escuchada con gran atencion i saludada a su fin con estruendosos aplausos, dice así:

"ÓRDEN DEL DIA.


En la Laguna Negra, marzo 7 de 1873.


Señores i queridos compañeros de trabajo:

Apénas descendidos del caballo, he tenido el honor de citaros a esta especie de amistoso consejo para distribuirnos la comun tarea i señalar a cada uno su puesto.

Por lo poco que hemos visto de estos hermosos parajes, es indudable que hai empresas de gran importancia que acometer. Por consiguiente, debemos poner la mayor dilijencia y cautela en nuestras operaciones, aprovechando el magnífico tiempo que nos acompaña, pero que, desgraciadamente, no será de larga duracion.

A primera vista aparece que el trabajo de mayor importancia que nos está reservado es determinar la gran hoya jeolójica en que se vacian las aguas i las nieves que alimentan parcialmente las dos lagunas, a cuyos bordes estamos.

En consecuencia, esta grave i penosa tarea corresponde a nuestro honorable compañero señor don Ernesto Ansart, a quien asistirán los señores injenieros Sotomayor, Figueroa, Diaz i Cruz Vergara i como prácticos los señores don Ramon Guerrero i don Wenceslao Vergara.

La fijacion exacta de la serie de valles i cajones que esta mensura comprende debe abarcar, por lo ménos, desde la boca del valle del Yeso hasta las cabeceras de los que se vacian en la Laguna del Encañado.

El valle del Yeso por si solo puede exijir trabajos especiales.

La comunicacion de las dos lagunas parece de mucho mas fácil ejecucion que a la distancia hubiera podido creerse. Asi mismo se nos presenta la gran muralla de cerramiento que debe guardar todos los depósitos del invierno a la salida de la Laguna del Encañado por el estero del Manzanito.

Estos trabajos parciales necesitan planos detallados y presupuestos mas o ménos precisos, para cuyo fin hubiera de creerse que la Providencia habia puesto al alcance de la mano todos los recursos indispensables, la cal, la arena i la piedra cortada en una abundancia prodijiosa.

En jeneral, toda la esploracion debe ejecutarse de manera que no sea necesario volver a estos sitios sino para emprender los trabajos de una manera cierta i de tal modo que el público i los interesados en esta colosal empresa queden íntimamente persuadidos de la competencia i de la sinceridad de los esploradores.

I no debéis tampoco echar en olvido que si nuestras perspectivas fueren frustradas, no por eso habremos hecho un servicio ménos importante a la provincia que habitamos. Habremos resuelto el problema. Nuestra mision no es de hechos consumados; es una simple esploracion.

Respecto de la esploracion hidrográfica de las dos lagunas, tengo una sola recomendacion que haceros, i es la de que, en ningún caso, useis del bote que acabamos de ensayar sino con la mayor prudencia i siempre a las órdenes del comandante Vidal Gormaz.

El señor Vidal se servirá no admitir bajo pretesto alguno mas de cinco personas en el bote, ademas de los cuatro remeros i el timonel. Oficialmente acompañarán al señor Vidal el señor Alvarez para el manejo de la embarcacion i los señores Carvallo i Hempel para ausiliar en el uso de los instrumentos.

La comision hidrográfica podrá hacer estensivos sus trabajos a la determinacion de la línea de las nieves perpétuas, reconocimiento de ventisqueros, fijacion astronómica de alturas o todos aquellos trabajos en que ámbas comisiones puedan darse la mano.

Los señores jefes de las comisiones no deben olvidar un momento que de los informes i planos que habrán de presentar a la autoridad i al público dependerá no solo la ejecucion de los trabajos que se medita en mayor o menor escala sino su éxito i su crédito.

A este propósito me permito hacer a mis honorables compañeros una revelacion que estoi seguro de ningun modo necesitan, pero que, para mí, puede ser mas tarde un grato deber.

Si ha de realizarse, en efecto, la empresa a que todos vosotros vais a consagrar vuestras fatigas por medio de una asociacion, como las que con tan buenos resultados vemos iniciarse todos los dias entre nosotros, paréceme evidente que se os deberia reservar como descubridores i esploradores una parte no despreciable del beneficio social. Soi yo de los que creo que las ideas deben pagarse a mejor precio que el jornal del cuerpo.

En cuanto a la distribucion de tiempo, los presidentes respectivos de las comisiones fijarán cada noche por escrito las operaciones del dia siguiente, pasando una copia de ese memorándum al que suscribe para centralizar de algun modo los trabajos i concluirlos a la mayor brevedad, ántes que nos invada el mal tiempo.

Los señores Luna i Castañeda proporcionarán a los miembros de las comisiones lo que necesiten a las lloras que ellos señalen.

La carpa número 1 servirá de cuartel jeneral i será ocupada por el honorable lord Cochrane, el señor Ansart, el señor Vidal Gormaz i el que suscribe; la carpa número 2 será destinada al alojamiento del resto de la comision, a comedor i sala de conversacion; la carpa número 3, a almacen de provisiones.

Esperando que acojereis estas breves indicaciones con la induljencia de los buenos amigos i al propio tiempo con la severidad, exactitud i disciplina propia de los verdaderos soldados del trabajo, os ruego que, desde este momento hasta las siete de la tarde en que volveremos a reunimos otra vez, ocupemos cada uno nuestro puesto de trabajo.

B. Vicuña Mackenna."
Concluida la lectura, subimos al bote, hermosa chalupa construida bajo la direccion del entusiasta compañero i amigo don Pacífico Alvarez, el alma de la espedicion, que, por mandarla siempre él, recibió el título de "Almirante" que ha conservado entre nosotros.

Manejábanla cuatro remeros escojidos, Leandro Martinez, patron de bote, Belisario Muñoz, Juan José Acevedo i Francisco Jara, álias Careguagua, i la hacian cortar las tranquilas i cristalinas aguas del lago cual blanco cisne, rei de ese pequeño mar, meciéndose descuidado al soplo de la brisa que le acariciaba.

Como decia, entramos al bote el almirante Alvarez, los señores Carvallo i Vergara i el autor de esta desgreñada narracion, para dar una vuelta por la laguna.

Tomamos por el poniente, costeando. Durante un gran trecho, los cerros que la circundan por ese lado, aunque de una regular altura, presentan en su base una suave pendiente, que, lamida por las olas, ha formado en varios puntos pequeñas pero graciosas ensenadas: una especie de encaje cuyos bordados se estienden en elegantes ondas hacia la reina de esas montañas.

Siguiendo siempre el mismo rumbo con la proa al norte, llegamos a un inmenso peñon que se avanza sobre las aguas, retratándose en ellas; tan inclinado está que parece un curioso amateur de los encantos de la naturaleza que se asoma furtivamente a contemplarlos.

Viramos al oeste, i salvado el peñon, quedamos agradablemente sorprendidos con la vista de una preciosa gruta, formada quizas por el rebote de las aguas i sus infiltraciones, o quizas, lo que es mas, probable, por algun solevantamiento de la montaña, que, a medida que se empina, produce en sus flancos profundas i tortuosas grietas. Sírvela de vestíbulo una blanda i estensa ensenada.

Atracamos a la orilla para contemplarla mejor; Vergara saltó a tierra i se metió en el oscuro antro. A su vuelta, que fué pronta, nos dijo que la gruta tendria unos diez metros i que en el estremo se veia un negro i profundo agujero. De una de las paredes arrancó una planta cubierta de fragantes florecillas de un hermoso rosado. Carece de cristalizaciones, al ménos no distinguimos ningún vestijio; pero Vergara dijo que en el fondo le pareció ver una especie de estaláctitas.

Continuando a la lijera nuestro derrotero, sin tener tiempo para admirar los altos macisos i grandes magnificencias que la naturaleza ha sembrado ahí por do quiera que se vuelva los ojos, pues se entraba el sol i no era prudente arriesgarnos en parajes desconocidos, arribamos a una gran ensenada, sobre la que se descuelga una soberbia cascada, a mas de cuarenta metros de altura.

Las cascadas, esos espectáculos naturales, tan admirados por los touristas europeos, son, como dice Tschudi, en cuanto a su forma, a sus colores, a su ruido, verdaderas individualidades: cada una tiene su carácter i su estruendo particulares, sus decoraciones, sus moles, sus efectos de luz. Una, abundante, gruñe sordamente en una cavidad, en forma de gruta.... Otra se esconde en lo mas profundo de una selva, que se abre de improviso para dejar ver al torrente precipitarse en dos o tres brazos a lo largo de las paredes de una inmensa roca. Otra está completamente suspendida en los aires; una cornisa saliente lanza las aguas fuera de la roca; la pared es elevada; el arroyo no puede mantener reunidos sus hilos, que se convierten en un rocío vaporoso de brillantes perlas, que, llevadas a su antojo por el viento, parecen tener sentimiento de llegar al suelo, pero que, bien pronto, despues de ese salto formidable, toman su antigua forma i continúan alegremente su camino.

"Desde léjos, esas cascadas, mui numerosas en las rejiones montañosas, toman, sobre todo en la noche i alumbradas por la luna, el aspecto mas fantástico. Parecen entonces sombras ossiánicas vestidas de blanco, que, bajo toda suerte de formas, voltejean con sordos estremecimientos a lo largo de las rocas; mas, de dia, cuando los rayos del sol las iluminan ventajosamente, parecen resplandecientes palmeras que ondean i se suceden una a otra con figuras siempre nuevas."

¿Con cual comparar la que admirábamos?...

Si no es tan graciosa como la de Giessbach al Sur del lago Brientz, que es la delicia de los viajeros del Oberland de Berna, tiene mucho, aunque no por su volúmen, de la Staubach por su forma, i por su esbeltez i donaire, de la de Beyerbach en las riberas del lago Wallenstadt.

Nada mas pintoresco que sus ondulantes movimientos, mas puro que sus cándidos copos. Parece que tiene vida, que siente, que comprende que se la admira, que se oye con placer su ruidosa voz que jime al precipitarse.

¿I cómo no admirarla? ¿cómo no conmoverse con los esfuerzos que hace para no rodar por el granito? ¿cómo no estasiarse en el espléndido velo que el sol la tiende cariñoso con sus rayos? El alma la acaricia i contempla gozosa al verla, ya tranquila, besar las olas de la laguna, cuyos vapores la cubren con un espléndido arco iris.

Una napolitana en su tarantella, una palmera en el desierto, una sílfide en la danza no tienen mas gracia, mas jentileza que ella.

Cada aliento de la brisa la hace ondular como el blanco velo de una hurí; cada rayo de sol la hace brillar con los resplandores de un diamante, esas lágrimas de la naturaleza, como los llama Simonin.

Los últimos rayos del sol doraban las nevadas crestas de los cerros vecinos, cuando nos apartábamos de tan precioso espectáculo i poniamos la proa en direccion a las carpas.

Al encanto de la bulliciosa cascada hacia contraste la tranquila i silenciosa belleza del lago, terso espejo que apénas si el suave ambiente de la tarde rizara de cuando en cuando, haciendo jirar en su nítida superficie brillantes crespones de espuma que no conseguian borrar de su seno el retrato de los acantilados picachos i atrevidas escarpas que le sirven de marco.

Nada mas impropio e injusto que el apodo de "Negra" con que se la ha bautizado: es como llamar oscuras a las estrellas, sin rayos al sol. Sus cristalinas aguas son de un hermoso verde-mar, como el que presentan todos estos profundos i estensos estanques de las cordilleras, tomando en la tarde un tinte azulino.

Corre de norte a sur en una estension de mas de cinco mil metros, i su anchura en la parte sur i media es de unos mil seiscientos, encontrándose a una altura absoluta de 2,271.3 metros, entre los 33° 41' 28" latitud sur i 0° 32' 37" lonjitud este de Santiago. Su área es de cinco millones novecientos seis mil doscientos metros i la rejion hidrográfica u hoya alcanza a cincuenta millones quinientos veinticinco mil doscientos metros (50.525,200) sin contar la de la laguna. [5]

Su formacion es debida quizá a uno de esos grandes solevantamientos que han rasgado el globo de un estremo a otro, como lo demuestra el dique sienítico que la cierra al sur, compuesto de enormes rocas de tipo granítico diseminadas, a pesar de su grandor, como las cartas de mi prestidigitador, i entremezcladas aquí i allá de grandes trozos porfíricos. Estas rocas de tipo granítico cortan, por decir así, la Loma Alta, al oriente, donde no se distingue ningun vestijio de granito, i los cerros del poniente en su mayor parte de formacion calcárea.

Puede que, como la cubeta del lago Leman o como las profundas depresiones del Mayor, el Iseo i otros de Suiza e Italia, ocupe la escavacion formada por la misma revolucion que produjo primitivamente la montaña.

Puede también haber sido formada por alguna barrera construida a través de algun valle que ántes existia—talvez en la parte del suroeste—barrera debida ya a algun gran derrumbe, ya a un hundimiento, ya sea por efecto de algun inmenso ventisquero.

Los hombres de la ciencia son los llamados a definir la cuestion.

Por el norte la encierran encumbrados i oscuros obeliscos coronados de nieves eternas i que avanzan la península o punta "Figueras," dividiendo el lago, en esa parte, en dos profundos sacos: el del oriente, mas largo, termina en un estenso pedregal que lo separa de un pequeño charco debido a las mismas aguas que alimentan el lago, charco que está llamado a desaparecer por los grandes i contínuos rodados que se desprenden a cada paso de los flancos de la montaña. El del oeste, mas corto pero de mayor profundidad, tiene por el noreste la sierra del "Cinco de Abril," bautizada así en recuerdo de la célebre batalla que dieron las armas patriotas en esa fecha i por presentar unidos cinco agujas o conos casi semejantes. Por el poniente i un poco al sur está el pico "Echáurren" [6] i por el costado contrario se desprende la bulliciosa catarata.

Al este los empinados crestones de la Loma Alta por donde descienden multitud de arroyos i plateados hilos de agua; un poco al sureste asoma su nevada cabeza el Meson Alto (a los 33° 42' 32" latitud sur i 0° 36' 50" lonjitud este) de cuyas pendientes se desprenden a cada instante rocas i masas de hielo que con ruido atronador van a precipitarse a las profundidades del Yeso que lo separa de la cuesta del Inca, 2,637 metros de altitud, segun observaciones de los señores Grosch i Leybold.

Angostas i estravagantes lienzas de roca de caprichosa hechura se empinan por el oeste i que miradas desde léjos i veladas por los vagos vapores del crepúsculo representan otras tantas formas fantásticas cerniéndose en el azul del cielo como los picos de la Danza de los Brujos de los supersticiosos habitantes de las selvas del Hartz.

En este costado se encuentran, tambien, la gruta i hermosas ensenadas.

Separados estos cerros del dique sienítico del sur, hai una estrecha garganta o valle por donde el Encañado recibe en invierno las aguas de su hermano mayor.

Concluia de tomar estos apuntes cuando atracábamos al muelle.

Nuestros compañeros nos esperaban para dar principio a la comida. Esta se pasó en medio de una charla espiritual, de la mas cordial franqueza, de la que daba ejemplo nuestro jefe, i entre alegres i festivos chascarros.

A los postres contamos entusiasmados lo que habiamos visto i admirado, proponiendo el que mas tarde tuvo la suerte de ser secretario de la comision que la pintoresca cascada se denominara "Victoria" en honor de la digna esposa del señor Vicuña Mackenna. Esta proposicion fué recibida con estruendosos aplausos i aprobada por aclamacion.

Continuamos charlando ya de ciencias, historia o de los trabajos de esploracion, hasta las diez de la noche, hora en que cada mochuelo se puso a preparar su nido, lo que no era difícil.

Con Alvarez i Diaz, aprovechando unos cueros de cordero que habia facilitado el señor Lapostol, una lona de buque i dos ponchos, arreglamos un magnífico colchón; por cobertura otros dos ponchos, una frazada i el techo de la carpa, i estábamos en nuestro departamento como corpo di cardenal.

Los que llevaron monturas, como Cruz i Vergara, con los pellones formaban un blando lecho, con las enjalmas cabeceras i con las mantas abrigo. El comandante Vidal hacia inflar su bote de goma i estaba al otro lado. Los demás como mejor podian.

Antes de echarme a la cama, mi amigo el capitán Luna me contó la siguiente aventura, que sabia de boca de la misma víctima, casualmente protejida en las carpas el dia anterior:

Encontrándose en la Casa de Piedra, situada en el valle del Yeso, casi al pié de la cuesta del Inca, Lucas Pacheco, sirviente de don Meliton Moreno, actual arrendatario del fundo de San José, para cobrar el talaje de los animales que pastoreaban en el valle i al mismo tiempo encargado de avisar a su patron si se ofrecia alguna oportunidad para comprar ganado, acertó a pasar por ahí un piño de ganado conducido por un tal Bazan.

Como en esos sitios se hallan los primeros pastos, Bazan hizo alojar su tropa, permaneciendo todo el dia 28 de febrero. Guando recojia su ganado para retirarse, Pacheco le cobró el valor del talaje. Bazan lo echó primero todo a broma i en seguida le ofreció una gratificacion, a trueque de que le dejara continuar su viaje sin dar cuenta de nada al señor Moreno.

Negóse Pacheco a lo que se le proponia, i recordando que estaba también encargado de comprar animales, se lo dijo al astuto ganadero, quien convino en esperar al sirviente en el mismo sitio, miéntras iba a avisar a su patron el precio i cantidad de animales que Bazan ofrecia en venta, con la condicion de estar de vuelta dentro de dos dias.

Partió Pacheco en busca del señor Moreno, a quien creia encontrar en el valle del Manzanito, pero éste habia partido para Santiago i no volvió sino cuatro dias despues.

Cuando supo de lo que se trataba, contestó que no los compraba, pues el precio era mui subido.

Pacheco volvió al valle del Yeso, a donde llegó el 5 de marzo.

Bazan se amostazó por la tardanza, i cuando vio que se rechazaba su oferta, no tuvo límites su furor. Inmediatamente trató de vengarse de lo que él llamaba una burla i dio órden a sus peones para que degollasen al infeliz Pacheco.

El desgraciado, anonadado por el terror i bañado en lágrimas, pedia en vano misericordia a sus verdugos. Montado en su flaco i estenuado rocin, le condujeron Bazan i un peon a una honda quebrada donde debia consumarse el crímen, sin otros testigos que los asesinos i el cielo.

Las angustias de la víctima, sus temores, sus sufrimientos, al ver que iba a ser asesinado en medio de un desierto, de una manera tan vil, debieron ser indecibles; pues, según sus propias espresiones, "cuando esos condenados quieren asesinar a un cristiano, no hai quien se los impida; le cortan a uno el pezcueso como a una res."

En tan triste situacion i sin darse cuenta de lo que hacia, Pacheco clavó espuelas a su fatigado caballo, que salió como una flecha, remontando la cuesta del Inca por entre inmensas rocas, por donde apénas puede pasarse a pié con gran dificultad.

El caballo parecia tener alas: bien pronto dejó atras a sus perseguidores. Con todo, siempre corria i corria...

En su desenfrenada carrera, habia tomado por el angosto sendero que conduce a la Laguna, sendero i laguna que le eran completamente desconocidos, como a la mayor parte de los que viajan por el Portillo. Al llegar a la cima alcanzó a distinguir las carpas, donde se refujiaba poco despues, rendido, casi exánime, salvándose milagrosamente de una muerte segura.

—Pero, señor, decia, cuando, ya repuesto, contaba su triste aventura; ¿quién se habia de imajinar que ese pobre manco, que apénas andaba, saltara los peñascos en el airecito? Si parecia cosa de encanto, por Diosito! Volaba, señor, i a él le debo, despues de Dios i de María Santísima, que haya escapado con vida. Voi a cuidarlo mas que a la niña de mis ojos.

Este trájico suceso fué puesto en conocimiento del intendente, quien, al otro dia, despachó a Pacheco para Santiago con un pliego para el comandante Chacon.

El criminal fué capturado, pero, no habiendo prueba plena, fué puesto en libertad despues de algunos dias de encierro.

...............

A las doce de la noche no se sentia, a los alrededores de las carpas, mas ruido que el de las olas al deslizarse por la playa, el zumbido del viento al azotarse contra los peñascos, los jemidos de las quebradas y los prosaicos ronquidos de algunos compañeros.

VIII

SÁBADO 8 DE MARZO.—LAS AMAZONAS.

Antes de las seis de la mañana, todo el mundo se hallaba en pié, prontos todos para iniciar los trabajos.

La mañana estaba lindísima i tan tentadoras las dulces aguas de la laguna que casi todos nos dimos un baño; eso sí que, con escepcion del jóven lord, nadie tuvo la humorada de volver a zabullirse, no porque las aguas fueran heladas, sino porque... era imposible quedar un segundo dentro de ellas.

El frio no fué tan rigoroso como se temia; al despuntar la aurora, el termómetro Reaumur marcaba cuatro grados sobre cero; sin embargo, a algunos les hacia, de cuando en cuando, tocar castañuelas con los dientes.

El comandante Vidal, a pesar de no haber el aparato necesario, se sirvió de uno de porcelana para determinar el grado de ebullicion del agua. Para hacerlo, usó agua obtenida de la nieve mas limpia, dando por resultado que la ebullicion se verificaba a los 90° 6 Centígrado.

Cuando se ordenó a uno de los mozos, a quien se entregó el aparato con nieve para que lo pusiera al fuego, que diera aviso tan luego como principiara a hervir, preguntó con tal candidez:

—Entónces, señor, ¿también hierve la nieve?, que los que estábamos presentes no pudimos ménos de lanzar una estrepitosa carcajada.

A las once i media nos fuimos con el comandante Vidal al "Observatorio," donde, con un círculo de reflexion de Pistor i Martins, un cronómetro de Dent, un magnífico horizonte artificial de azogue, ejecutó varias lecturas para determinar coordinadas jeográficas.

En este trabajo nos demoramos hasta cerca de la una.

Miéntras se ejecutaban estos cálculos, la comision dirijida por el señor Ansart hacia el levantamiento del plano de la laguna, sirviéndole como estacion principal el costado oriente del muelle Alvarez, frente a la carpa número 1.

No siendo en esos momentos necesaria mi ayuda a mi jefe i amigo el señor Vidal, me fuí al muelle para hacer señales a los injenieros que se ocupaban en fijar estaciones en las playas del lago.

En esto estábamos, cuando, como a las cuatro de la tarde, dirijí por casualidad la vista hácia la Loma Alta i percibí en un angosto sendero que apenas se atrevian a pasar algunos animales sedientos en busca de una vertiente cercana, unos puntos blancos que llamaron mi atencion.

No podian ser ni Diaz, ni Vergara, quienes precisamente se encontraban en una estacion bajo el mismo sitio, pues la subida es casi imposible i no habia nada que les obligara a emprenderla.

—¿Qué será aquello, M. Ansart? le pregunté, señalándole el punto que despertara mi curiosidad.

—Algunas rocas.

—Pero si se mueven!

—Qué podrá ser?

—Mire con el anteojo.

—Cáspita! si parecen viajeros, que, sin duda se han estraviado en la montaña... i parece que hai mujeres.

Esto redobló nuestra curiosidad, i mirando con mas atencion, M. Ansart esclamó:

—Hombre! si creo que son las mismas señoritas que encontramos en Tinoco.

Vea, usted.

Me acerqué al anteojo i, efectivamente, eran ellas, las valientes i gallardas amazonas.

—Señor intendente, grité, dirijiéndome a la tienda que estaba a pocos pasos, gran novedad!

—¿Qué es lo que hai?

Le referí en pocas palabras lo que sucedia. Oirme i dirijirse al teodolito fué cuestion de un segundo.

Corría un fuerte viento que apénas permitia que nos mantuviéramos firmes. Todos los anteojos se ocuparon i podia distinguirse a las heroicas amazonas luchando con el viento que las empujaba sobre las rocas i con el estrecho desfiladero, donde no podian ni avanzar ni retroceder, corriendo a cada segundo inminente peligro de desbarrancarse. Por fortuna, el cerro, desde el sitio en que ellas se encontraban hasta la playa, presentaba una falda, aunque algo pendiente, formada por un rodado.

Apénas el intendente vió lo que pasaba i el peligro que corrian los viajeros, dio órdenes para que un vaqueano fuera a socorrerlos; al mismo tiempo, me hizo hacer señales al bote para que volviera al embarcadero a toda fuerza de remos.

Se izó la bandera lacre, y el almirante Alvarez, como movido por esa intuicion del espíritu que hace adivinar tantas cosas, ordenó a los remeros bogaran con todas sus fuerzas.

El vaqueano habia partido ya a todo escape.

Miéntras llegaba la chalupa, el señor Vicuña Mackenna escribió una galante esquela, invitando a las atrevidas viajeras a que descansaran en nuestro campamento.

Aun la erguida proa de la chalupa no tocaba el muelle i ya los que la ocupaban, sabedores de la agradable nueva, saltaban a tierra con toda presteza, quedando en la embarcacion el Almirante y dos remeros.

El intendente entregó la esquela al compañero Alvarez i le dijo se fuera lo mas lijero en busca de los viajeros.

Como soplaba un buen viento del suroeste, se izaron en un segundo las velas, i la jentil embarcacion surcaba las aguas con tal velocidad i coquetería como si presintiera la hermosa carga que pronto iba a soportar.

Todos estaban en la playa, ansiosos por que el bote llegara pronto a su destino, pues el viento arreciaba cada vez mas.

Por fin atracó a tierra en la misma estacion en que estaban Diaz i Vergara, quienes ignoraban por completo lo que pasaba i solo lo supieron al arribo de la chalupa.

Ahora ¿cómo hacer bajar por la resbaladiza pendiente a las que con tanto arrojo habian llegado a tan solitarios i agrestes parajes?

Alvarez, Vergara i los caballeros que las acompañaban pudieron realizar esa hazaña.

Minutos despues, la gallarda chalupa mecia ufana cuatro beldades, las ondinas de la hermosa laguna, las amazonas de los Andes.

Alvarez, de pié en la popa i con una bandera que flameaba impelida por el viento, venia mas orgulloso que su colega Colon al volver a España despues de su descubrimiento.

I, con qué tino manejaba el timon, con qué humildad le obedecia la dócil barca, cuánto cuidado para que las perlas que la proa hacia brotar de las aguas no alcanzaran al rostro de sus pasajeras!

Como a unos veinte metros del muelle estaba la embarcacion, cuando una descarga de rifles i revólvers saludó su llegada. Aun no se habia disipado el humo i ya encallaba en la blanda playa, dejando a la galantería de los de tierra el desembarque de la preciosa carga que conducia. [7] A nuestras heroinas acompañaban, ademas de don Miguel Lazo, que fué para nosotros un compañero entusiasta i afable, el mismo que, conocedor de la laguna, trabajó con el señor Sotomayor en la primera esploracion de ella,—los señores Aguayo i Bruna, injenieros, a cuyo cargo corre la direccion de los trabajos que se ejecuta en el camino de San José al Portillo, i el señor Formas.

Se les condujo a nuestro mejor aposento, la carpa numero 2, i supimos que, deseando traer sus felicitaciones i como una manifestacion al intendente, habian emprendido desde San Gabriel, donde se encontraban, el viaje a la laguna, i que el hombre que les servia de guia se habia equivocado en el camino a la subida del Inca i no se habia notado ese estravío hasta llegar al sitio en que fué a traerlos el bote.

Cada cual se empeñaba en hacer lo mas agradable posible la permanencia en nuestro campamento a los inesperados visitantes. Dulces, frutas, vinos, todo lo mejor que habia se les ofrecia.

Quedaban algunas horas de tarde i ésta i la laguna lucian todos sus encantos; el viento habia cesado; todo convidaba, a dar una vuelta por el lago. Botóse nuevamente la embarcacion al agua. La tripulaban las cuatro señoritas, el intendente, tres de los recien llegados, Alvarez i dos remeros.

Miéntras navegaban por las tranquilas aguas, se ofreció una grave cuestion en tierra. Nosotros no nos cuidábamos mucho de la comida,—que no tenia nada de mala,—pero ahora las cosas cambiaban de aspecto: era preciso hacer bien los honores de la casa.

Aquí Vergara!—¿Qué se hace?

Con la buena voluntad que caracteriza a este amigo i su buen humor habitual, tomó a su cargo tan árdua empresa. Formó a los mozos, dióles sus órdenes, como un jeneral ántes de una batalla decisiva, improvisó guisos i en un santi-amen quedó arreglada la mesa, adornándola hasta con vistosas flores cojidas en los alrededores. Nada faltaba, todo estaba listo; solo se esperaba la llegada de nuestros huéspedes, la que se efectuó cerca de las siete.

Condújoseles al improvisado comedor, perfectamente iluminado, i se dio principio a la comida mas suntuosa que haya habido en la cumbre de los Andes.

Vergara dirijia a los nuevos sirvientes, que rivalizaban en celo para dejar contentos a los convidados.

La alegría mas franca, unida a una fina galantería, reinó en este verdadero banquete. El champaña, destinado solo para las grandes solemnidades, dejó oir su alegre i ruidoso destapar. Principiaron los bríndis.

El primero que habló, como jefe de la familia, es decir, de la comision, fué el señor Vicuña Mackenna.

—La reina de Inglaterra, dijo, tiene su escolta, Los guardas de la vida; que nosotros seamos la escolta de estas reinas de los Andes. Pido que, en su honor i como recuerdo de su valentía, la hermosa gruta del lago se llame "La Gruta de las Amazonas."

Unánimes aplausos acompañaron la conclusion de este bríndis.

El señor Aguayo, agradeciendo tan amable acojida, de la que todos sus compañeros i él conservarian el mas grato recuerdo, manifestó que el objeto de este viaje no era otro que traer al actual mandatario de la provincia de Santiago una manifestacion del aprecio i simpatías que, por su celo, su actividad, su amor por todo lo que significa adelanto, ha sabido captarse hasta en el bello sexo, como lo demuestra, agregó, la presencia de las señoritas que han venido hasta aquí con ese esclusivo fin.

Vivas al intendente i a las intrépidas amazonas acojieron estas palabras.

Despues de improvisar algunos versos que no pudimos apuntar, el señor Sotomayor pronunció un entusiasta bríndis, interrumpido a cada paso por estruendosos aplausos, i que mas o ménos decia así:

—Jamas hasta hoi, señores, el hermoso lago que teneis delante habia visto surcadas sus aguas o soportado en su superficie el lijero peso de la belleza. Nunca, hasta esta tarde, los encumbrados i nevados picos de los Andes que forman su contorno i en los que aparece la naturaleza en todo su esplendor i majestad habian contemplado cerca de sí a la obra mas grande de la creacion,—la mujer! Jamas las murallas de granito de la preciosa gruta que acabais de visitar se habian estremecido como ahora al escuchar la dulce, la simpática voz de la tierna compañera del hombre.

¿Por qué se verifica hoi, señores, lo que ántes no habia tenido lugar? ¿Por qué tal revolucion en la manera de ser de estos monumentos de la naturaleza?.... Para algunos parecerá un misterio difícil de descifrar; para mí, i espero convendreis conmigo, tiene una interpretacion lójica, sencilla, natural. Es que ha cabido en suerte a la provincia de Santiago, tener al presente a su cabeza un mandatario de una actividad desconocida hasta ahora, liberal, franco, sin pretensiones, como lo es nuestro amigo Benjamin Vicuña, que preside esta mesa. Hé aquí el oríjen de este movimiento inusitado; por eso observais que no solo los hombres le prestan gustosos su cooperacion, sino que un buen número de la mitad preciosa del linaje humano, la porcion mas bella de nuestra capital, le envía aquí, en medio de las nieves i al través de los precipicios, a estas dignas i hermosas mensajeras, que le traen sus felicitaciones, palabras de aliento en la importante i árdua empresa que ha acometido.

Felices, señores, los mandatarios que son objeto de manifestaciones tan gratas como la que, en estos momentos, recibe nuestro digno intendente; i honor i gloria a las bellas señoritas que prueban, de una manera harto elocuente, que no solo es accesible su sexo al sentimiento que hace vibrar las cuerdas mas delicadas del corazon, sino que aun queda lugar en él para los nobles arranques del entusiasmo.

La sobremesa continuó hasta las nueve.

Si la carpa carecia de lujosas lámparas, dorados espejos, muelles alfombras, tapices i adornos; tenia, en cambio, los pulidos i arjentados rayos de la luna, el murmullo de las aguas, el jemido de la brisa, la magnífica música de la noche i de las montañas, i mas que todo, habia esquisita franqueza, alegría, nobles sentimientos. La carpa era un salon en las cumbres de las cordilleras.

Gracias a infinitas i repetidas instancias i de manifestarles los grandes peligros que corrian viajando por estrechos desfiladeros, consiguióse que nuestros huéspedes se decidieran a pasar la noche en el campamento, pudiendo emprender su marcha a la alborada del siguiente dia.

Vino la cuestion dormitorio: los caballeros podian, como nosotros, acomodarse de cualquiera manera, pero las señoritas no era posible. Era preciso a toda costa arreglarles un local a propósito i donde pudieran descansar de las fatigas de tan largo como peligroso viaje.

El mejor sitio era el departamento pequeño de la carpa en el que Alvarez, Diaz i otro habian hecho sus nidos. Las camas que ahí habia no eran ni mui blandas ni mui abundantes en ropas: tomando a uno alguna manta, a otro esto o aquello, se las hizo mas blandas i se aumentaron sus coberturas, consiguiendo improvisarles un dormitorio, si no digno de ellas, al ménos lo mejor que se podia en esas soledades.

IX

DOMINGO 9 DE MARZO.—EL DIAMANTE.

Todavía los primeros rayos del sol no doraban las nevadas crestas de la esplendente cordillera, cuando todos esperaban la salida de sus huéspedes.

Los caballos de nuestras valientes amazonas piafaban en el corral formado por las carpas, esperando que sus jinetes terminaran un frugal desayuno para emprender su viaje, que se efectuó poco despues de las seis.

Un hurra, que resonó en todos los ámbitos de la laguna, acompañó a las simpáticas viajeras, al subir el primer cerro que las alejaba de nuestra vista. Aun no habian desaparecido, dejando a todos agradables recuerdos de su corta permanencia, y ya las diversas comisiones principiaban sus trabajos con nuevo ardor, con mayor entusiasmo.

El comandante Vidal continuó haciendo observaciones astronómicas, determinando algunas alturas i ejecutando varios otros trabajos científicos, miéntras la otra comision desocupaba la chalupa necesaria para la prosecucion de sus trabajos.

Los injenieros no se dormian: todos trabajaban, una noble emulacion se despertó entre ellos. Uno corria banderas, otro fijaba puntas, el otro colocaba el estodal o manejaba un teodolito. En una palabra, no habia ninguno a quien su buena voluntad i entusiasmo no le hiciera ejecutar cuanto era preciso.

El frio fué este dia un poco mas crudo: a las seis llegó a 3° 5 Reamur.

Habiendo recibido el Intendente comunicaciones de algunos vecinos del valle sobre la conveniencia de estudiar la laguna del Diamante, i para que no pudiese tacharse a la comision de la menor omision, nombró a los señores Sotomayor, Guerrero i Carvallo, para que, al siguiente dia, partieran a esplorar esa laguna, estudiasen la posibilidad de un ferrocarril trasandino por el cajon del Maipo, i visitasen las aguas termales del rio Negro, cerca del volcan Maipo, aguas cuyas virtudes medicinales, al decir de los habitantes de San José, San Gabriel i otros puntos, habian obrado mas de una curacion portentosa.

Al efecto, dió a la sub-comision del Diamante las siguientes instrucciones, de cuyo resultado dan cuenta mas adelante los esploradores:

Instrucciones a que se someterán los señores don José Vicente Sotomayor, don Ramon Guerrero i don Víctor Carvallo en la esploracion del cajon del rio Maipo i de la laguna del Diamante.
Laguna Negra, marzo 9 de 1873.

1.a El objeto principal de esta esploracion es cerciorarse sobre si la laguna del Diamante envia todas sus aguas a las pampas arjentinas o si es posible desaguar, como se cree jeneralmente, una parte de ellas en el lecho del Maipo;

2.a Para este fin, los señores comisionados calcularán aproximativamente la estension i forma de la laguna, el ancho del cauce del desagüe i el volúmen aproximativo de las aguas del rio Diamante. Averiguarán, también, en cuanto les sea posible, por las señales esteriores, las creces de la laguna i del rio, i si las aguas de éste riegan campos de mayor o menor estension o si el rio se pierde en las pampas o en el Rio Negro, sin fruto alguno para los cultivos;

3.a Aunque, segun el mapa de M. Pissis, la laguna del Diamante está situada en territorio arjentino, i aun a alguna distancia de la línea divisoria de los dos paises, conviene dejar bien establecido este hecho práctico, para destruir, si a ello hai lugar, la creencia vulgar de que esta laguna es el oríjen primitivo i directo del Maipo, i que, por consiguiente, el mejor medio de aumentar las aguas de éste seria sangrar aquella;

4.a Con este mismo fin seria mui conveniente establecer el verdadero oríjen del Maipo, i si es este el Rio Negro, que es el mas caudaloso de sus afluentes, en las cabeceras que ustedes van a esplorar o si lo son los esteros de Argüelles, de Alvarado i de la Cruz de Piedra, que bajan de aun mas al sur i se reunen en un solo cauce ántes de reunirse al Rio Negro;

5.a El señor Sotomayor aprovechará en lo posible de su reconocida esperiencia i de los pocos instrumentos que esta escursion, emprendida a la lijera, le permita llevar para hacerse cargo de la posibilidad de conducir por el cajon del Maipo (que aun no ha sido estudiado para este objeto) el ferrocarril trasandino que, en época mas o ménos próxima, ha de ejecutarse por algunos de los boquetes de nuestra cordillera central. Favorecen esta opinion lo horizontal i prolongado que se presenta el cajon del Maipo en toda su estension i la circunstancia mui importante de no encontrarse, como en los pasos del Portillo i Uspallata, la Cordillera Real o cumbres nevadas de la línea divisoria, sino lomas mas o ménos bajas i practicables, en medio de las cuales se encuentra la laguna del Diamante.

No estará tampoco demas que el señor injeniero comisionado sepa que, segun la opinion del señor Ansart, en vista del exámen superficial hecho en el tránsito, el camino de fierro es mas o ménos practicable hasta San Gabriel, o mas propiamente, hasta la confluencia del rio del Yeso con el Maipo, al pié del rico mineral de San Pedro Nolasco.

6.a El señor Carvallo se ocupará mas especialmente de la historia natural del itinerario trazado a la comision, estudiando con particularidad las numerosas bellezas i fenómenos naturales que presenta el cajon del Maipo ántes de la confluencia de este rio con el Yeso, en cuya inmediacion se halla situado el Puente del Diablo, dilapidado lastimosamente por un hacendado a fin de evitar el paso del ganado de una ribera a otra. Pero lo que mas señaladamente se recomienda al señor Carvallo es el exámen mas prolijo que sea posible de las salinas i de las aguas termales que existen en la vecindad del Rio Negro, cuyas últimas se cree sulfurosas por el olor que exhalan, cuya circunstancia seria inapreciable para los habitantes de la provincia de Santiago, obligados hoi a buscar en las cordilleras de Chillan el beneficio de esa clase de aguas. En ese mismo lugar existe el puente llamado "de tierra," en que el Maipo desaparece completamente, i la Casa de Piedra, curiosidades notables que serian un atractivo mas en el caso de plantearse allí un establecimiento termal.

El señor comisionado cuidará de hacer en el tránsito las observaciones barométricas que sea del caso, segun las instrucciones especiales que le comunicará el señor Vidal, i formará un cróquis aproximativo de los lugares mas notables del itinerario.

El señor Carvallo, a su regreso, se proveerá de aguas de las diferentes fuentes para someterlas a un análisis químico, i de las muestras de sal, minerales i otras sustancias que, a su entender, pudieran ser interesantes.

Si el señor Carvallo quisiera, a su regreso a San Gabriel, visitar el famoso mineral de San Pedro Nolasco, situado al pié de aquel establecimiento, para dar una cuenta de su estado actual en un sentido comparativo con sus prodijiosas riquezas antiguas, para lo cual oportunamente el que suscribe le suministrará datos auténticos recojidos en el archivo de Indias i en la casa de Moneda de Santiago, haria un verdadero servicio a la provincia i contribuiria a aumentar el interes de nuestra grata i común empresa;

7.a A fin de efectuar esta importante investigacion, los señores comisionados se pondrán en marcha mañana al amanecer, llevando víveres para una semana, i despues de hacer herrar sus mulas i caballos en la hacienda del Volcan, a donde se ha remitido los respectivos herrajes, continuarán su espedicion, tratando de estar de regreso en San Gabriel el sábado 15 del presente.

Allí encontrarán, en poder del mayordomo de la faena de don José María Diaz, los avisos e instrucciones que, segun los casos, se permitirá comunicarles el que suscribe.

Benjamin Vicuña Mackenna.

X

LÚNES, 1.º DE MARZO.

Al amanecer i con bellísimo tiempo partió para su destino la comision del Diamante, con los útiles e instrumentos necesarios para la espedicion.

Al mismo tiempo debíamos haber salido para el Valle del Yeso el comandante Vidal, don Miguel Lazo i el secretario i ayudante del comandante; pero una repentina indisposicion del señor Vidal, que le obligó a guardar cama casi todo el dia, impidió la partida.

A pesar de su enfermedad, tuvo que hacer varias observaciones horarias, por ser este dia el señalado para ejecutarlas en todos los observatorios de la república, i a mas de muchas otras razones, ¿por qué el observatorio de la laguna no habia de cumplir como los demas?

Me olvidaba decir que, de los estudios del comandante, resultaba que nuestro observatorio estaba situado entre los 33° 41' 28" latitud sur, i 0° 32' 37" lonjitud E. de Santiago, a una altura de 2,771, 3 metros del nivel del mar; declinacion magnética: N. 15° E.

El compañero Alvarez cayó también algo enfermo, a consecuencia de una fuerte constipacion que contrajo la noche anterior.

Era de ver la solicitud con que el Intendente les atendia. A cada momento iba a verlos, permaneciendo a su lado largos cuartos de hora, esperando el resultado de los medicamentos que él mismo les habia dado.

En la tarde llegó al campamento don Meliton Moreno, antiguo condiscípulo de algunos de nosotros y que, sabedor del arribo de la comision, habia ido a ofrecerla sus servicios.

Cuando supo la enfermedad de nuestros compañeros, que se habian levantado, sin embargo que se les exijió que no lo hicieran, les hizo tomar, en lugar de café, una infusion de contrayerba, planta desconocida entre nosotros, de olor aromático i agradable sabor. Esta bebida les alivió esa misma noche, casi por completo.

No necesitando la comision de injenieros el bote, se dispuso que al otro dia se principiara por la comision hidrográfica el sondaje del lago.

XI.

MARTES 11 DE MARZO.—SONDAJE DEL LAGO.

Cuando nos levantamos, a la hora de costumbre—al salir el sol—hacia un frio que nos obligaba a redoblar con los dientes: el termómetro marcaba 2° sobre cero.

Tomamos nuestra taza de café i saltamos al bote el señor Vidal, Alvarez, don Miguel Lazo, Figueroa i el que suscribe, para dar comienzo al sondaje del lago por su estremo sur i suroeste, precisamente frente a la garganta por donde se desagua, en invierno, en el Encañado.

Para llevar a cabo este trabajo, dispusimos de un escandallo del peso de nueve quilógramos i de bastante cable dividido convenientemente en metros.

Al tiempo de partir, acercóse un hijo de esos contornos, el mismo que aparece sentado al borde del peñon del Observatorio en la fotografía que sirve de portada a esta obra,—con una mirada tan suplicante i un aire tan humilde, pidiendo le permitieran embarcarse, que el almirante no pudo ménos que acceder a sus ruegos, de lo que nadie tuvo que arrepentirse, pues fué mui útil para el trabajo.

A poca distancia de la costa, dió la sonda cincuenta metros, luego ochenta i bien pronto cien metros.

La ejecucion del sondaje era por demas molesta i demorosa, i esto que llevábamos tocios los útiles necesarios, magnífica embarcacion i un patron de bote—Leandro Martinez,—acostumbrado a esos trabajos; habiendo necesidad muchas veces de que tres i cuatro personas tirasen del escandallo.

Pues bien, ¿cuánto no lo seria para los señores Sotomayor i Lazo, que tuvieron que hacerlo ellos solos, recojiendo el plomo por los costados de su embarcacion, que mas parecia una batea? Indudablemente, el trabajo de estos caballeros debió ser penosísimo i hasta peligroso mas de una vez, i, si no se admirara su constancia, sorprenderia, por lo ménos, que con tan escasos elementos pudieran llevarlo a término.

El señor Lazo, con ese carácter franco i festivo que parece es natural de toda su familia, nos contaba los azares de esa campaña.

La parte de sondaje necesaria a los estudios de la comision dirijida por el señor Ansart quedó terminada en este mismo dia, poco despues de las seis de la tarde, debiendo al otro dia el jefe de la comision hidrográfica proceder a sondar el resto de la laguna, hacer el levantamiento de su plano i de la hoya que la alimenta i demas trabajos concernientes a la parte que le habia sido encomendada.

Para ganar mas tiempo, se convino que en adelante saldriamos al amanecer, llevando provisiones para todo el dia, evitando así mayor trabajo a los remeros i ahorrando las preciosas horas que se gastaba en ir i volver al muelle.

Cuando nos acercábamos a las costas, se aprovechaba el tiempo en herborizar, llegando a reunir el señor Vidal, en los tres dias que duró el sondaje, i disponiendo de pocos momentos, treinta i tres especies, entre ellas seis completamente nuevas para la ciencia que fueron clasificadas por el distinguido i sabio doctor don Armando R. Philippi. Entre las variedades de gramíneas de que están poblados algunos cerros, llamó la atencion de todos un hermoso ejemplar de granos tan grandes como la avellana silvestre i de altas espigas.

En la noche se reunió toda la comision, presidida por el Intendente, con el objeto de discutir, en vista de los estudios preliminares, de los datos del señor Sotomayor i los suministrados por personas conocedoras de la localidad, sobre si podria estraerse permanentemente, durante un tiempo dado, una cantidad de agua de ese inmenso almacén llamado Laguna Negra. Ademas tenia otro objeto la reunión: dar algunas bases sobre los estudios que debian ejecutar ambas comisiones a ese respecto.

Todos estuvieron unánimes en que se podia estraer cierta cantidad del agua del lago sin dañarlo; faltaba sí determinar esa cantidad, para lo que se requeria estudios sérios i detenidos que se haria mas tarde.

Sin duda que una parte, pero insignificante, del caudal de la laguna, se pierde por la evaporacion, quedando siempre una cantidad considerable de agua, que, con sus desbordes, alimenta el Encañado, situado a 220 metros bajo su nivel, desbordes que son indudables en vista de las huellas que dejan en las paredes de los cerros i que demuestran claramente que, en la época de las lluvias, el nivel del lago sube cuatro i cinco metros, nivel que pierde i vuelve a adquirir todos los años, segun lo aseguran personas que lo han visto.

Que haya infiltraciones, también lo atestiguan la Gruta de las Amazonas i las grietas que separan las capas o mantos calcáreos de que están formados los cerros del S. O., produciendo en su estremo occidental algunos ojos de agua, no de gran volúmen, i que aumentan el caudal de la única salida del Encañado: el estero del Manzanito, tributario del Maipo.

Mas, a la simple vista, se comprende que las evaporaciones i filtraciones no disminuyen nunca mas de un veinte por ciento las aguas del gran depósito encerrado entre el Cinco de Abril, el Echáurren, Loma Alta, Rincon Negro i demas encumbradas crestas; veinte por ciento que se repone anualmente.

XII

MIÉRCOLES 12 DE MARZO.—PROFUNDIDAD DEL LAGO.

Con una brújula presmática, un anteojo micrométrico de Richon, una buena mira i como ochocientos metros de cable, nos embarcamos ai amanecer los mismos del dia anterior, a las órdenes del comandante Vidal, para proseguir el sondaje i dar principio al levantamiento del plano topográfico de la laguna.

CosteaMos por el sur i suroeste i principióse a marcar las estaciones i puntos de mira.

Alvarez dirijia la embarcación; el señor Vidal i Figueroa, ya en tierra o en el mismo bote, cuando la costa era escarpada, manejaban los instrumentos; acompañado del inocente campesino, colocaba yo la mira.

Cuando llegamos al gran peñon que sobresale como un promontorio al sureste de la Gruta, atracó el bote para dejarme con mi improvisado compañero a fin de colocar allí la mira que los demás debian observar desde otra estacion.

Miéntras la chalupa llegaba al punto señalado, le interrogué sobre la Gruta.

—Es mui conocida en mi familia, me respondió, i en otros tiempos, dice mi padre que era mui grande, i tenia a la entrada una especie de portal.

—Y ¿no sabes de alguno que la haya visitado en esa época?

—¡Cómo nó! Mi abuelo contaba que cuando niño su padrino habia andado por estos lugares, buscando una mina de plata mui rica, i que entónces vió esta cueva, que adentro tenia unos corredores con pilares, hechos por uno que estaba en relaciones con el diablo. El padrino de mi abuelo pudo entrar, porque ya no habia ningun encanto i el brujo que la cuidaba habia muerto llevándose todos los tesoros que encerraba i cegando las minas de plata que habia.

Continuó ensartando cuento sobre cuento i brujo sobre brujo. La gruta era para él, como para la mayor parte de sus compañeros, no la obra de la naturaleza, pero sí la del demonio.

No cabe duda que la estension de la gruta ha sido mucho mayor. El mismo señor Lazo decia que, cuando la visitó con el señor Sotomayor, llegaba hasta el peñon que ahora aparecia aislado i colgado sobre las aguas. Las nieves, el embate de las aguas i la accion atmosférica deben haber hecho rodar al fondo de la laguna los farellones que ántes la sirvieran de atrio.

El bote habia llegado, durante este tiempo, a la estacion vecina; hicieron señal que estaban prontos i puse la mira.

Cada una de estas estaciones no duraba ménos de cinco minutos, habiendo una alcanzado a mas de quince i encontrándonos sobre un peñasco que oscilaba a impulso de las aguas, amenazados i temiendo a cada momento que nos cayera encima alguna de las rocas que parecian desprenderse de la cima, i lo que aun era peor, tuve que arrodillarme para poder ofrecer mejor blanco, pues el punto de observacion estaba algo distante. Además corría un fuerte viento, lo que demoraba mas la operacion. Creo que bien hubiera podido rezarse unos diez rosarios con sus gozos.

Cuando volvimos a juntarnos i conté a los demás compañeros los sustos que habíamos pasado, el ánsia con que esperaba que me hicieran señales i lo de los rosarios, no pudimos ménos que reimos del miedo pasado i estuvimos tentados de llamar a la maldita roca la peña de los rosarios.

Al pasar por el Rincon Negro, de donde quizá ha tomado su nombre la laguna, vimos en el costado oriental, mas allá de la Cascada Victoria i poco ántes de doblar la punta Figueras, una cueva, al parecer de mediana profundidad i que se prestaba ventajosamente para marcar una estacion.

Llegamos a ella, pero costó mucho hacer desembarcar a mi Cirineo.

Preguntándole la causa de su miedo, dijo:

—¿Qué no saben entónces que esta es la cueva del Toro negro, el alma condenada de un cacique, i que, cuando álguien se atreve a arrimarse por aquí, se embravece la laguna, levantando olas tan altas como los cerros i sale el condenado echando fuego por boca i narices i embiste a los cristianos?

Con gran trabajo conseguimos disipar su absurdo temor, i el mismo se reia mas tarde de sus ridículas supersticiones.

A las doce, doblábamos la punta Figueras i recorríamos la costa, occidental del sucucho del este; hicimos algunas estaciones, echóse el escandallo unas diez veces y bogamos en seguida hácia el norte, donde atracamos en una playa de pequeños guijarros para hacer nuestro almuerzo, despues de siete horas de trabajo i abstencion.

Varamos el bote y con los remos y mantas formamos una especie de toldo que nos preservara del sol que nos achicharraba. Por mantel teniamos la playa, por platos un pedazo de tabla i por vasos el jarro achicador y un cacho. Nuestro menu se componia de carne fria, a la marinera, charqui machacado a la piedra, queso a la Almirante i dos botellas de Burdeos; pero todo esto sazonado con el mejor buen humor i alegría, i mas de un gourmand nos hubiera envidiado.

Ora sondando, ora ejecutando operaciones para el levantamiento del plano, continuamos hasta las seis i cuarto de la tarde, hora en que hicimos rumbo al muelle.

El señor Lazo, cada vez que se echaba el plomo al agua, miraba correr el cable con ávidos ojos. Es que alguno habia dudado de la exactitud de la profundidad que habian hallado con el señor Sotomayor. Así es que, la primera vez que el plomo arrastró doscientos metros de cable, no pudo contener su satistaccion, y cuando alcanzó la mayor profundidad,—279 metros,—su entusiasmo no tuvo límites; un grito de placer se escapó de sus labios, i ajitando al aire su sombrero, esclamó:

—No ven como tenia mas de doscientos metros!

A las siete, hora sacramental, llegábamos a las carpas.

En la mesa, cuando el Intendente supo la profundiad que se habia encontrado al lago, pidió el vino de las grandes festividades i que se bebiera una copa en honor del señor Sotomayor, entónces en comision con los señores Carvallo i Guerrero, en el Diamante, i del señor Lazo, primeros esploradores de la preciosa laguna.

XIII.

Jueves 13 de marzo.—Fábula.

Mui de madrugada y con hermoso tiempo se prosiguió el sondaje i esploracion de la parte que aun no habiamos recorrido.

Al mismo tiempo que nosotros nos haciamos al mar, los señores Diaz i Oruz se dirijian a la laguna del Encañado para proceder al levantamiento de su plano, i una caravana, compuesta del Intendente, lord Cochrane, M. Ansart, Vergara i dos guias, marchaban a visitar el valle del Yeso, llegando en su escursion hasta el pié del Portillo.

Este dia, como los anteriores, llamó nuestra atencion la persistencia con que el campesino que nos acompañaba miraba al fondo de las aguas.

—Dígame, chei, preguntóle uno de los marineros, ¿qué mira tanto?

—Hum, usted no sabe.....

—Por lo mismo se lo preguntamos. A no ser que vaya buscando pescados en estas aguas que son capaces de helar la chalupa!

—Voi mirando a ver si distingo los techos de las casas.

A tan singular respuesta todos soltaron una carcajada.

—I no solo hai casas, agregó algo amostazado el chei, sino que también hai en el fondo una porcion de riquezas.

Nadie hizo alto en lo que el buen montañes decia, pero yo me guardé in petto mi curiosidad i dejé para ocasion mas oportuna el satisfacerla.

Si no hai peces en la laguna, pululan, en cambio, inmensas caravanas de aradores de un color avermellonado i tan pequeños como los granos del aserrin, formando manchas parduscas de grande estension, sobre todo, al oeste. Estas manchas contrastan singularmente con el hermoso color azulado de las aguas, i a los rayos del sol, la superficie del lago parece un rico tisú tornasolado.

Ademas de estos pequeños aradores, hai, cerca de las costas, pero en corto número, otros de mayor tamaño, de un color gris i mui parecidos en su forma a los chanchitos que aparecen en tierra en los lugares húmedos.

De cuando en cuando se acercaba también alguna atrevida vizcacha (Lagatis criniger), esa ardilla de nuestras montañas, i unos cuantos polloyos, únicas aves de la Laguna, se zabullian al percibir a los intrusos. Lo que es de huanacos, no se encuentran ni vestijios en todos esos contornos.

Poco ántes de las cinco, se habia terminado el trabajo i desembarcábamos frente al campamento.

Como aun no hubiesen llegado las otras dos subcomisiones i no hubiera nada que hacer, busqué al campesino que nos habia servido, para que me contara el por qué de su creencia de que en el fondo de la Laguna hubiera casas i riquezas.

Temiendo que fuera una burla, negóse al principio; pero, viendo mi interes i dos chauchas, accedió a lo que le pedia.

Su narracion, que trascribo con la sencillez con que fué contada, manifiesta que, para las jentes de las montañas, jentes casi primitivas, no puede existir nada sin sus candorosas fábulas, llenas todas de encantamientos i duendes.

Es la historia de todas las lagunas encantadas de Chile, la de Aculeo, Pudahuel, Tagua-Tagua i Bucalemu.

"En tiempos mui remotos, cuenta un abuelo de mi padre, quien se lo habia oido a los suyos, existia en este lugar una tribu mui poderosa i rica, ocupada solo en la crianza de ganados i en sacar metales de estas montañas, los que cambiaban con otras por vestidos, granos i licores.

"Como no permitian que nadie les siguiera, estos sitios eran desconocidos de todo el mundo, i sus habitantes vivian alegres i sin que nada les hiciera falta.

"Por esos tiempos murió el cacique, protejido por un encantador de mucho poder, dejando a su hijo en su lugar.

"Este, que, desde niño, habia manifestado mui malas inclinaciones, apénas fué cacique, se entregó a todos los vicios, principalmente a la embriaguez, pausando dias enteros i semanas completamente borracho. Casi todos los hombres i muchas mujeres siguieron su mal ejemplo i se vió lo que hasta entónces nunca habia sucedido.

"Los ancianos i los niños se morian de hambre.

"Como los hombres solo atendian a satisfacer sus vicios, ya no trabajaban; no tenian casi que dar en cambio de bebidas i alimentos.

"Solo pensaban en beber i estar con mujeres malas.

"En vano el buen encantador que protejia al antiguo cacique amenazaba a su hijo. Este continuaba siempre lo mismo, llegando hasta echar a su madre, ya mui anciana, de su casa.

"El hambre era cada DIa mayor. Lo poco que habia lo tenia el cacique.

"En estas circunstancias fué su madre, que pereció de necesidad, a pedirle una limosna.

"Apénas la vió, en lugar de darle de comer, le animó los perros que solo a él conocian i que la destrozaron, lo mismo que a otras pobres mujeres que la acompañaban.

"Inmediatamente apareció el encantador, en medio de truenos i relámpagos; el dia, que estaba claro, se puso mas oscuro que la noche; la tierra tembló i comenzó a hundirse.

"En seguida, el encantador convirtió al cacique en el toro negro que habita la cueva.

"Apénas lo hubo castigado así, el suelo se quebró como si fuera de vidrio, tragándose a todos, i apareció la laguna.

—Por esto es que miraba, continuó, a ver si podia distinguir las casas; pero deben estar mucho mas abajo todavía.

Aquí puso fin a su narracion, que para él es una verdad de fé.

¿Para qué quitarle sus creencias? A nadie perjudican.

Casi al mismo tiempo llegaba la comitiva que habia salido para el Yeso.

Como a las siete i media volvian a su turno Cruz i Díaz, pero no venian solos: los acompañaba el fotógrafo señor Bayo i su compañero don Martin Castro, quienes se habian estraviado en el Encañado i habrian pasado allí la noche, si no es que, afortunadamente, los alcanza a distinguir Cruz.

Concluida la comida, se pasó al programa del siguiente dia, quedando compuesto así:

Al amanecer, Figueroa i Cruz, acompañados del guia Cartajena, se pondrian en marcha por el valle del Yeso, con el objeto de estudiar el lugar en que conviniera hacer represas, partiendo, en seguida, para el Encañado con el mismo fin.

A la misma hora, el comandante Vidal, lord Cochrane, don Miguel Lazo i Hempel, con el guia Rojas, debian subir hácia el Portillo de los Piuquenes.

El intendente, Alvarez, Vergara, Castañeda, Rayo i Castro debian embarcarse a las siete para ver los lugares de que debian tomarse vistas e inscribir los nombres con que se habia bautizado los puntos mas notables de la laguna.

Los señores Ansart i Diaz esperarian la vuelta del señor Alvarez para ejecutar el sondaje del Encañado.

Arreglado así el programa, cada comision hizo sus preparativos i esperó la llegada del siguiente dia, entregados a un sueño del que, de cuando en cuando, una brisa mas que fria los sacaba de la manera mas brusca i ménos cortes.

XIV

VIÉRNES 14 DE MARZO.—EL VALLE DEL YESO.

Arregladas nuestras cabalgaduras i llevando algunas provisiones de boca, emprendimos el camino del valle en compañía de los señores Cruz i Figueroa. Ascendimos la cuesta del Inca por estrechos desfiladeros interceptados a cada paso por grandes peñascos, que se encuentran diseminados en todas direcciones i que parece que el tiempo ha ido acumulándolos unos sobre otros. El camino que habia que seguir, si camino puede llamarse las huellas que en el cascajo han dejado los animales, si no es peligroso, es por demas fastidioso i monótono: rocas desnudas de toda vejetacion i que parece brotan por todas partes; i siempre las mismas rocas i un estrecho sendero.

No siendo posible ir mas lijero que al paso de los caballos, la ascencion i bajada nos quitaron mas de media hora.

A pocos pasos de la cuesta, corre el rio Yeso, que da su nombre al valle. Cuando pasamos el rio, que tiene una anchura media de doce metros por unos treinta i cinco centímetros de profundidad, cambiamos una de nuestras monturas, que no habria alcanzado al término de nuestro viaje, dejando ahí a los señores Figueroa y Cruz, que debian continuar esplorando la garganta que atraviesa el rio entre el Meson Alto i la cuesta del Inca.

A nuestra derecha teniamos la laguna de los Piuquenes, gran charco formado por las filtraciones de la Laguna Negra, de la que se encuentra separada al poniente por una colina de la Loma Alta i a 157 metros bajo su nivel. A la izquierda el elevado maciso del Meson Alto.

A nuestro frente se desarrollaba imponente el valle, encajonado entre sombrías i altas montañas, apiñadas las unas sobre las otras, cual los peldaños de una escala del cielo,—enormes peldaños de dos i tres mil i mas metros de altura, detras de los cuales aparece en lontananza con su nevada frente el Tupungato, jigante curioso que se admira a sí mismo i se recrea contemplando por encima de sus hermanos menores el panorama variado i sin límites que se desarrolla ante él.

Es un hermoso golpe de vista, a través del azulado horizonte de los Andes, ese valle abierto entre las rocas en una anchura de mas de quilómetro i medio,—presentando aquí fértiles i pastosas llanuras, por entre las cuales serpentean cristalinos arroyos, allá desiertos pedregales, i mas lejos verdaderas minas de la naturaleza—i que se va estrechando a su fin entre la cuesta del Inca i el Meson, al punto que una puerta podria cerrarlo. Aquí es donde se piensa construir la primera represa, que tendrá en su base una anchura de ochenta metros i que, deteniendo las aguas del invierno, podrá dar durante seis meses cerca de mil regadores. El fondo del valle en esa parte se presta ventajosamente para el objeto, y las paredes de la garganta ofrecen, por su parte, las condiciones de solidez necesarias.

Siguiendo nuestro camino a unos once quilómetros, se observa grandes masas de yeso, blanqueando entre cerros de traquita. En este punto, 2,660 metros sobre el mar, se encuentra un establecimiento de M. Leilaud, llamado las Yeseras, donde se lumina, por medio de una máquina movida por una rueda hidráulica impulsada por el rio, hermosos trozos de yeso de finísimo grano—yeso luminal—conocido con el nombre de mármol chileno.

Lo precipitado de nuestra marcha no nos permitió recorrer el establecimiento, que, al parecer, no funciona sino mui rara vez; pues la esplotacion del mármol es mas que improductiva, debido a lo difícil de su esportacion por caminos donde apénas si pasan bestias de carga, cuyo flete es subidísimo.

Por todas partes se encuentran vertientes salitrosas cuyas aguas han creído muchas personas sean termales, creencia que no tiene ninguna razon de ser.

Despues de unas dos horas de marcha, volvimos a atravesar el rio, i a poco andar, se ofreció a nuestra vista un espectáculo que nos causó una impresion mezclada de admiracion i de terror. Grandes trozos de rocas, arrojadas unas sobre otras, de una manera tan estraordinaria i ostentando los colores mas estravagantes, parecian formar un océano embravecido, que la varilla de una hada misteriosa hubiera transformado de súbito en un monton de piedras fracturadas y ennegrecidas; era aquello algo como un anfiteatro de los dominios de Pinton.

Es preciso haber visto ese caos para formarse una idea de él: peñascos arrojados de su base i lanzados por la fuerza de la convulsion; montones de piedras calcinadas, que parecen las ruinas de una gran ciudad, como las llamó lord Cochrane. Como el Cain de Byron, hubiéramos creído que marchábamos sobre el cadáver del mundo.

Sobre cada uno de estos despojos, el filósofo encuentra escrita una hermosa pájina de teolojía natural tan rigorosamente atormentada por los cataclismos.

Toda la estension, que abarca mas de una legua, fué en otro tiempo un fértil i hermoso valle, donde pacian grandes rebaños de ganado.

En el invierno del año 1844 tuvo lugar ahí una de las mas violentas sacudidas de los Andes. Grandes ruidos subterráneos llegaron hasta los establecimientos mineros de San José i San Pedro Nolasco; el curso del Yeso se interrumpió algunos dias, a causa del solevantamiento o derrumbamiento, lo que es mas seguro, de los cerros que se verificó, dias que necesitó el rio para destruir la barrera que tan de improviso atajaba su raudo curso.

Cuando, en el verano siguiente, vinieron algunos vaqueros, desconocieron completamente el valle i creyeron se habian estraviado; pero, bien pronto, se convencieron de que la pastosa llanura habia desaparecido para dar lugar a ese inmenso mar de escombros.

Todo el valle, hasta terminar esas ruinas, debió ser en otros tiempos un gran lago, ántes de ser el lecho de un rio,—lago cuyas aguas, represadas por algun dique natural, en el mismo lugar donde ahora se piensa construir una represa—entre el Meson Alto i la cuesta del Inca,—introduciéndose por las grietas de las rocas que a su paso se oponian i ayudadas por la accion atmosférica, concluyeron por destruirlo para arrojarse, despues de correr a parejas con el Manzanito, al turbulento Maipo. [8]

I ántes, mucho ántes de ser el fondo de un lago, fué también el fondo de los océanos. ¡Cuántas trasformaciones, cuántas alternativas! Se diria que la naturaleza escojiera ese lugar para, en sus horas de buen humor, estretenerse en jugar con él!

A nuestro frente se levantaba un gran cerro que se prolonga como un inmenso promontorio hácia el sur, haciendo que el camino tome ese rumbo. Antes de dar vuelta, dejamos a nuestra izquierda el cajon del Morado, honda i estrecha quebrada, emparedada de cimas amarillentas i grises, de donde baja un bullicioso torrente que va a engrosar el caudal del Yeso. Sobre el torrente, la naturaleza se ha encargado de construir, por medio de un farellon desprendido de las alturas, un puente de bastante consistencia i que tuvimos ocasion de contemplar de cerca.

Siguiendo rumbo al sur, teniamos a nuestra derecha el rio, que arrastraba dificultosamente sus aguas por entre los peñascos que estorban su curso; a nuestra izquierda, una ramificacion de cordillera, a cuya falda caminábamos con bastante facilidad; al frente, i como un faro, el volcan San José, levantando a las nubes los bordes de su escoriado cráter i luciendo a los rayos del sol sus espaldas cubiertas de un manto de vivísimos i variados colores.

En todo este trecho, hasta doblar al este, se encuentran a cada paso grandes trozos de lavas arrojadas por el volcan San José, en su última erupcion del año 1822, O vomitados ahí mismo por algunas pequeñas válvulas o respiraderos del volcan. Entre todos, nos llamó la atencion un trozo de unos diez metros de alto, por su brillante color de carbon de piedra i por la rijidez i lisura de sus aristas.

Desde aquí, también, se encuentra en abundancia la turba, de reciente formacion, como lo manifiesta lo desagregado de las capas formadas por los vejetales que le han dado orijen. Arde perfectamente i es un combustible mui apreciado i el único de que en todo el valle se sirven los viajeros i conductores de ganado.

Grandes sábanas de salitres, pero de poco espesor, brillan a la luz del sol, en las márjenes del rio i de los arroyos, torrentes i vertientes, que hacen resaltar lo oscuro del terreno.

Doblando al este, seguimos siempre faldeando cerros en direccion al Portillo.

A la una, llegábamos, perseguidos por nubes de mosquitos, que nos fastidiaban en demasía, a una quebrada, donde por unanimidad se hizo alto.

Todo nos invitaba a escojer este paraje: la proximidad de un pequeño arroyo bordado en sus orillas de pasto que podian pacer nuestros fatigados caballos; una vista magnífica, lo que era todavía mas seductor, que se estendia hasta Tupungato i abarcacaba el ancho valle del Yeso: espectáculo todo de una belleza incomparable, i, que seria inútil tarea, tratar de describir. Cuando el alma admira, el pensamiento tambien admira; se siente sus impresiones, se comprende su goce, pero se siente i se comprende i se admira con ellos i para ellos, sin poder salir de sus límites inmateriales. El espíritu no alcanza siempre a dominar la cabeza.

Solo los jénios, solo Víctor Hugo, Chateaubriand, Lamartine, Goethe, Scott, solo ellos, esos cantores de la naturaleza, pueden describir, con su magnífica poesía, lo imponente, lo espléndido de esos panoramas que ella se complace en agrupar en sus sitios predilectos,—las cordilleras i los océanos.

Quitamos las monturas a los caballos; montamos los instrumentos e hicimos con los ponchos una especie de reparo para guarecerlos.

Las observaciones practicadas por el señor Vidal arrojaron el siguiente resultado: por latitud S. 33° 37' 11", por lonjitud E. de Santiago, 0° 47' 15", por altitud 2,986,3 metros.

En este momento, un fuerte viento botó la brújula, sin ocasionarle ningún daño, pues no alcanzó a recibir ningún golpe, pero nos obligó a guardar mas que de prisa los instrumentos e impidiendo al señor Vidal ejecutar otros trabajos.

Los pellones i demás piezas de montura se diseminaron en todas direcciones, envueltos en una nube de polvo, i gastamos algun tiempo en reunirlos.

Estos fuertes vientos son mui comunes en la cordillera, pero, afortunadamente, su duracion es corta.

Sacamos nuestras provisiones e hicimos un frugal desayuno.

Lord Cochrane, escelente compañero de viaje, con quien todos simpatizamos por su carácter franco i sin ambajes; de modales distinguidos, de mediana instruccion, de la que no hace alarde, tuvo la precaucion de llevar un magnífico estuche, que ántes habia servido a su abuelo, i cormia con toda la pulcritud de un ingles. Como postre hicimos unas cuantas cachadas de hurpo, ese comis-bebis, del que ofrecimos al jóven lord, quien lo halló escelente. Nos dijo que en Escosia era el alimento principal de los montañeses, que lo hacen unas veces en leche, otras en whisky, i que, en su niñez, era uno de sus alimentos favoritos.

No pudo ménos que hacernos sonreir, el ver a lord Gochrane revolviendo su hurpo en un grosero cuerno, con una cuchara dorada i con puño de marfil.

A las dos i cuarto montábamos nuevamente a caballo, dejando ahí al muchacho que nos acompañaba para que cuidara algunos instrumentos que no nos era posible llevar; no siendo, por otra parte, necesario que fuera con nosotros, le ahorramos ese trabajo.

Atravesamos el valle del río i la estensa llanura que se desarrolla al otro estremo, para principiar la ascension de la cuesta de los Piuquenes.

El camino accidentado que teníamos delante no nos ofrecia mas que un océano de montañas i de nieve, un horizonte que, aunque no lo empañaba ninguna nube, parecia de muerte. Todo era monótono i silencioso. Ningun grito, ningun murmullo se dejaba oir, era un cementerio. Apénas si, de sitio en sitio, algun cóndor retardado roía todavía los últimos despojos de una res, caida de cansancio o de hambre, i cuyo blanco esqueleto iria a unirse mas tarde a tantos otros para jalonear los bordes del sendero i los precipicios.

Pasado el primer cerro, seguimos, siempre ascendiendo i ahora de una manera harto visible, como lo demostraba la fatiga, causada, no tanto por el trabajo de ascencion, como por la rarefaccion de la atmósfera.

Cuando se liega a una altura un- poco considerable, dice Saussure, la ascension se convierte en una ruda labor. Los movimientos i la respiracion se hacen estremadamente difíciles, a medida que mas se sube. Llega un momento en que el viajero se ve obligado a reposar a cada instante. En la cuesta de los Piuquenes tuvimos ocasion de esperimentar lo que dice el sabio ascensor de los Alpes, siendo de notar que, en el campamento que acabábamos de dejar, nos fué aun mas sensible esa opresion, teniendo, a cada bocado, que tomar aliento.

A la vuelta de cada recodo i hasta a cada diez pasos, nos veíamos obligados a detenernos, agobiados por la fatiga, de la que tambien participaban nuestras cabalgaduras.

La rarefaccion del aire hace cada vez mas fuerte esa opresion, las fuerzas musculares se agotan con estremada prontitud i el corazon salta como si quisiera precipitarse fuera del pecho. Con todo esto, ninguno fué atacado de la verdadera puna.

Según M. Bougner, podia atribuirse ese agotamiento, a la fatiga producida por la ascención; pero lo que caracteriza este jénero de fatiga que se esperimenta en las grandes alturas es un desfallecimiento total, una impotencia absoluta de continuar la marcha miéntras el reposo no haya reparado las fuerzas.

Un hombre fatigado en el llano o en las montañas poco elevadas, dice Saussure, i con él Dupaigne, lo es raramente bastante para no poder absolutamente continuar adelante, miéntras que, en las altas montañas, lo es algunas veces hasta tal punto que, aunque fuese por evitar un peligro mas inminente, seria casi imposible dar cuatro pasos mas, quizá ni uno solo; pues, si se persiste en hacer esfuerzos, es agobiado por palpitaciones tan rápidas i tan fuertes en todas las arterias, que caeria desfallecido si aun se las aumentara continuando el camino. Sin embargo, i esto forma el segundo carácter de esta clase de fatigas: las fuerzas se reparan tan pronto i en apariencia de un modo tan completo como se han agotado. La sola cesacion de movimiento, aun sin sentarse, i en el corto espacio de tres o cuatro minutos, parece restaurar tan perfectamente las fuerzas que, al continuar la marcha, uno se persuade de que va a subir de un aliento hasta la cima de la montaña. Pues bien, en el llano, una fatiga tan grande como la que hemos tratado de pintar no se disipa con tanta facilidad.

En esos cerros desaparece casi por completo toda vejetacion, i doscientos o trescientos metros mas arriba, 3,400 a 500 sobre el nivel del mar, se encuentran por el oriente del cordon andino las nieves eternas.

Mas adelante se encuentran rocas de formacion jurásica, en muchas de las cuales encontramos huellas de amonitas i trozos de fósiles. Desgraciadamente, esos fragmentos están mui lastimados, pero siempre esos despojos inanimados parecen otras tantas medallas acuñadas por la naturaleza i respetadas por las manos del tiempo para revelarnos su historia.

En efecto, las rocas fosilíficas, dice M. Pouchet, no representan sino las catacumbas de las antiguas creaciones, milagrosamente conservadas por los siglos.

Llegamos a un camino mucho mas accidentado, formando zig-zags, de un desnivel de mas de un 30 por ciento i donde a cada instante caen fragmentos de rocas que van a sepultarse en los abismos.

Ahí tuvimos ocasion de presenciar la caida de una gran mole sedentaria cubierta en su estremidad superior de nieves eternas a las que parecia servir de base.

Como a unos doscientos metros, a nuestra izquierda, i separados de ella por una profunda quebrada, vimos esa gran masa, de forma casi cúbica i de mas de diez metros en sus costados. A la distancia en que nos encontrábamos, vimos que principiaba a moverse, luego a resbalarse lentamente sobre los trozos jurásicos que la servian de base, en seguida a inclinarse sobre una de sus faces, despues sobre la otra; poco a poco, principió a rodar suavemente; haciéndose mas rápido el declive de la montaña, comenzó a dar saltos, primero cortos, i bien pronto inmensos. A cada salto se veia desprenderse pedazos de la roca que rodaba i de las que ésta recorria en su furiosa i salvaje carrera. Esos trozos jiraban a su turno tras de la mole, como sirviéndola de escolta, formándose así un torrente de piedras grandes i pequeñas, envuelto en un denso velo de polvo, que fué a estrellarse, por fin, en la quebrada, donde se detuvo ese torbellino con un estruendo i confusion imponentes i admirables.

Desde aquí nos quedaba un camino derecho, pero algo pendiente, para llegar a la cima de la cordillera, o mejor dicho, al Portillo, que teniamos a nuestra vista. Nada mas propio que el nombre de portillo; figúrese el lector una pared, pero una pared inmensa, que haya sido cortada de arriba a abajo en una anchura de dos metros, i ese es el Portillo de los Piuquenes.

En un recodo de ese camino, i a la izquierda, se erguia un hermoso pico, cuyas estratas verticales ostentaban todos los matices del gris i del amarillo; era un plaid escoses tejido con las rocas de la cordillera. Sus capas, por efecto de algun violento solevantamiento, en vez de ser horizontales, eran casi a pico i distintamente separadas unas de otras. Cualquiera, al verlo, creyera que el tiempo, celoso de las hojas del gran libro del destino, petrificándolas, las habia colocado allí, en ese majestuoso altar de la naturaleza, en ese trono de lo maravillosamente grande i poético.

El corto trecho que nos quedaba para llegar al Portillo nos fué de difícil ascension, por lo empinado; pero, una vez que llegamos a él, a las cuatro cuarenta i ocho minutos de la tarde, el esplendor del espectáculo que nos deslumbraba nos hizo olvidar por completo las fatigas del viaje.

Allí, desde esa prodijiosa elevacion, desde ese trono fulgurante, al que el sol, que entraba en su lecho de ópalos i esmeraldas, acariciaba con sus tibios rayos de la tarde; divisábamos a nuestros piés la tierra, cerca de nosotros el cielo, i diseñándose a lo léjos, como una faja luminosa la cima de las montañas.

Al oeste i suroeste, el volcan de San José, de púrpura i oro en esos momentos, levantaba orgulloso su inmenso cráter a 5,532 metros sobre el mar, bajo los 33° 45' latitud sur i 0° 44' lonjitud este [9]. Desde 1822, año funesto para Valparaiso i Santiago, ha apagado sus fuegos, quizá para hacerse sentir bien pronto. Al este, la hondonada arjentina, irguiendo sus cerros de formas diversas i caprichosas a la vez que espléndidas i que, iluminados por los resplandores del sol o la luna, aparecen como pintados de rojo unos, de negro otros, formando el todo un cuadro de lo mas fantástico i caprichoso. Al norte, el colosal Tupungato, encorvado bajo el peso de sus nieves eternas i de los siglos, atravesaba con su truncado cono la capa celeste.

Este jigante, hermano del Aconcagua por su altura, pues, segun el señor Pissis, el sabio i distinguido autor de nuestra carta topográfica, está situado a a los 33° 23' latitud sur i 0° 55' lonjitud este, elevando su dorso a 6,710 metros sobre el nivel del mar, 124 metros ménos que el Aconcagua, el mas elevado de los picos de los Andes.

I mas allá, un límpido cielo circunscribia tanta e inesplicable magnificencia.

En medio de esas altas montañas es donde la naturaleza desarrolla sus escenas mas esplendorosas. Ese inmenso sudario de nieve, esa diadema de hielo, esos volcanes ántes inflamados, conmueven i maravillan al viajero. Parece que, elevándose sobre la residencia de los hombres, dice Rousseau, se dejan todos los sentimientos bajos i terrestres, i que, a medida que el hombre se aproxima a las rejiones etéreas, el alma adquiere algo de su inalterable pureza.

Esas inmensas i antiguas rocas, ennegrecidas por las nieves i el aire, destrozadas por la accion del frio i del calor, llenas de grietas rellenas por esa nieve que al sol resplandece i fulgura como un armiño sembrado de diamantes, vistas al traves de un cielo límpido i del aire trasparente de las grandes alturas, presentaban a nuestros deslumbrados ojos el mas grande espectáculo que la imajinacion pueda soñarse. Escitaban en el alma una conmocion profunda, i el pensamiento se detenia, reflexionaba i filosofaba.

Sin detenerse en la contemplacion de esa brillante sábana, fuente inagotable, madre cariñosa, que alimenta perpetuamente nuestros ríos, reflexiónase en la formacion de esas inmensas montañas, en su edad, en las causas que han podido acumular a tan grande altura los elementos que las componen.

Despues de salir de nuestro éxtasis, armamos los instrumentos: una brújula, un barómetro de Pistor i Martins, termómetros, etc., para hacer algunas observaciones. No pudieron ejecutarse mas de dos buenas lecturas, pues, en esos momentos, pasaba un arreo de ganado; i como el Portillo no es otra cosa que una angosta puerta sin mamparas, hubo necesidad de colocarnos en fila para resguardar los instrumentos, i el señor Lazo, mas previsor, tomó la vaina de zuela del barómetro para ahuyentar los animales demasiado curiosos.

Talvez el señor Vidal hubiera continuado, pero, a mas de ser ya tarde i principiar a soplar un crudo cierzo, divisamos otro arreo mucho mas numeroso, lo que nos hizo guardar los instrumentos mas que de prisa.

El Portillo de los Piuquenes yace a los 33° 38' 30" latitud sur i 0° 50' 40" lonjitud este de Santiago, i a una altura absoluta 4,113.7 metros.

Con sentimiento nos alejamos, a las cinco i veinte minutos, de esos sitios encantadores, i principiamos la bajada de la empinada cuesta que, naturalmente, es ménos fatigosa que su ascension.

Las deslumbradoras perspectivas de los fantásticos picos de la hondonada arjentina no son las solas que suscitan impresiones tan conmovedoras; las atrevidas formas de los obeliscos del cordon en que descuella el Tupungato, cuyas nieves alimentan el Tunuyan, que corre serpenteando hácia las pampas i atraviesa los machones que se desprenden de la cordillera principal i que, formando, al parecer, otra cadena paralela, no son sino un gran hilo del gran cordon andino, no son las únicas que atraen nuestras miradas i nos arrancan un grito de admiracion: los valles que en lontananza nos parecian insignificantes líneas accidentadas nos ofrecian, si no vastos horizontes, al ménos maravillosos e inesperados panoramas.

De distancia en distancia encontrábamos profundas i estrechas gargantas, inmensos abismos, en los que la vista no se atreve a sondar la honda i sombría escavacion, i en el fondo de los cuales rueda a veces algun furioso torrente, cuyos mujidos se pierden entre las hendiduras de las rocas.

Terminada la vereda que costea la falda norte del cordon que parte del Portillo, se ostentan, a derecha e izquierda, enormes circos ondulados i cubiertos de nieves, ya formados de rocas obtusas i rizadas, ya erizados de trozos estratificados, cuyo color negro azulejo contrasta con el blanco brillante de las nieves amontonadas en las sinuosidades de la montaña, i que a nuestros ojos, parecen océanos cuyas olas encrespadas hubieran sido solidificadas májicamente i condenadas a una inmovilidad eterna.

Torciendo al noroeste, podiamos admirar el imponente manto de nieves que cubre las crestas de los Andes i que da a esas cimas, por su tranquila majestad, una lijereza fantástica.

Aquí está la peor parte del camino, tanto por su mucho declive i corto de sus recodos, como por lo pedregoso. Aquí también es donde mas sufren los ganados arjentinos, como lo prueban los innumerables esqueletos que blanquean a ámbos costados de la ruta.

Al Sur de este punto se estiende un profundo valle, en el que no hai año que las tablas mortuorias no inscriban nuevas víctimas. En el último invierno perecieron helados dos pobres hombres sorprendidos por un temporal.

En ningún punto como allí i al pié de la cuesta a este lado del Yeso, debia construirse casas de piedra, de las que carece por completo todo ese estenso valle hasta las faldas de la cuesta del Inca, donde existe una que la misma naturaleza se ha encargado de levantar.

La construccion de esas casas de piedra en los caminos de la cordillera es algo mui urjente, algo que nuestro gobierno debe darse prisa en llevar a cabo, si no quiere ver perecer todos los años a seres cuya vida debe protejer. Serian, ademas, un seguro refujio para los correos, i los gastos serian insignificantes.

Ah! si fuese posible que, en medio de una noche de baile, cuando las mujeres se deslizan cual un torbellino de flores i brillantes sobre la muelle alfombra del salon, donde los dorados espejos las reproducen a cada compas de un valse; cuando, acariciadas las parejas por el ambiente tibio i perfumado, se cuentan sus amores o sus sueños; cuando los versos de algun poeta hacen humedecer los velados ojos de la belleza; si fuese posible, decia, que se apagasen las brillantes luces, cesara el grato sonido de la música, se estinguiera la danza i de improviso desaparecieran colgaduras, alfombras, espejos, muros i se viera, en cambio de todo esto, al fatigado viajero cruzando un sendero erizado de precipicios, sorprendido por el temporal que le cubre con un sudario de hielo: si eso verse pudiera, el rubor asomaria a la cara, el corazon se encojeria de tanto abandono, i las manos se estenderian para amparar al infeliz que iba a perecer. Entónces, sí, se comprenderia cuánto es necesario, imprescindible, urjentísimo colocar de trecho en trecho albergues salvadores en los desiertos i peligrosos caminos de la cordillera.

El sol ocultaba sus postreros rayos cuando llegábamos al último cerro que nos quedaba para bajar al valle que nos separaba del lugar en que habiamos dejado al muchacho e instrumentos. Esto nos impidió recojer algunos fósiles que habiamos notado al subir i que abundan en esas cumbres calizas.

Llegamos al lugar que ántes habíamos escojido para descansar, i soltamos, unos momentos, las mas que fatigadas cabalgaduras.

El pobre muchacho nos esperaba hacia tiempo, i temia nos hubiera sucedido algo. Habia encendido unos cuantos trozos de turba, creyendo que pasaríamos allí la noche, lo que indudablemente hubiéramos hecho, a no impedírnoslo el cuidado en que podian estar nuestros compañeros i la falta absoluta de abrigos.

Corria un viento récio i helado que nos trasminaba hasta los huesos.

Como nos quedaran algunos pedazos de charqui que el pobre muchacho habia guardado, hicimos una comida mas que lijera, arreglamos algunos instrumentos en una mula, el barómetro me lo eché a la espalda, el comandante tomó el cronómetro, i continuamos nuestra interrumpida marcha.

Al este, algunos elevados cerros aparecian aun iluminados por los rayos crepusculares del sol; a nuestro frente, la base de la montaña no nos ofrecia mas que un negro manto, pero en sus cimas aparecia una faja arjentada: era la pálida luna que asomaba por el oriente, al mismo tiempo que el sol se hundia en su lecho de esmeraldas.

Detuvimos un momento nuestros caballos para admirar ese encantador fenómeno que nos ofrecia el acaso: la aparicion de la luna.

Los pálidos rayos del astro de la noche alumbraban las nieves que serpentean en las cimas de los Andes, convirtiéndolas en largas e imponentes fajas de ópalo i plata que envolvian silenciosamente los flancos de la montaña, i sus múltiples lentejuelas adiamantadas dejaban brillar pulidas i luminosas claridades, como si fueran movidas por las manos de alguna hada.

Poco a poco la claridad descendió hasta el valle donde reinaba un silencio de muerte, interrumpido solo por el quejido de las aguas al estrellarse contra las rocas, i el lamento del viento al introducirse en las profundas grietas.

Cuando pasamos por esa parte del valle, que un gran derrumbe o las convulsiones plutónicas del San José han convertido en ruinas, nos creimos en medio de mi cementerio, cuyas fantásticas lápidas eran levantadas por algun jenio infernal, para aterrorizar a los impíos que se atrevian a ultrajarlas.

El espíritu sufria i admiraba ese cuadro impregnado de una poesía aterradora.

Pasamos el rio frente a las Yeseras i tomamos la falda de los cerros del sur, pues el guia nos dijo que por ahí acortábamos el camino. No sé si así fuera, pero nos vimos metidos en verdaderos precipicios i, a cada instante, amenazados por las rocas i nieves que se desprendian de las cimas. Los caballos marchaban con suma dificultad, i a cada paso teniamos que detenernos para salvar algun peñasco atravesado en el angosto sendero.

Por fin, salimos de este desfiladero, que de tiene nada que envidiar a los mas renombrados de las Alpujarras, i que, si no es del infierno, es de Satanás, i bajamos nuevamente al valle para volver a atravesar el Yeso, cuyo volúmen se habia aumentado, hasta el estremo de que las aguas llegaran mas arriba de los pechos de los caballos, que eran arrastrados por la corriente.

Dejamos a nuestra izquierda la Casa de Piedra i principiamos la penosa subida de la cuesta del Inca.

No sé si el deseo de llegar al campamento o la fatiga del viaje nos hacia aun mas largo i monótono el angosto camino que cruzábamos.

Una vez en la cima i por acortar camino, nos estraviamos entre los peñascos que las herraduras de los caballos hacian despedir chispas. Esos enormes trozos de rocas de color oscuro i ceniciento, a la luz de la luna, parecian mudos jigantes petrificados por los siglos i presentaban un aspecto lúgubre, fatídico.

Despues de andar como media hora por lugares que jamas habian pisado ni los pájaros, volvimos a encontrar la perdida senda, i a poco mas el humoso lago, hermoso i encantador como nunca, halagaba nuestra vista.

Eran mas de las doce de la noche cuando llegábamos a las carpas, donde el Intendente, temeroso de que nos hubiera sucedido alguna desgracia, esperaba aun a pié nuestra llegada o la de un guia que habia mandado en nuestra busca, el que pasó adelante cuando nos estraviamos en la cuesta i solamente estuvo de vuelta a la mañana siguiente.

Los demás compañeros habian vuelto de sus espediciones i nos esperaban cuidadosos.

Este viaje nos produjo una irritacion bastante fuerte a la vista i una estratificacion completa en la piel; pues nosotros, por admirar los encantos que nos ofrecia la luna iluminando el valle i las montañas, no nos cuidábamos de nada.

Una soberbia cena i la cordialidad de los compañeros nos hizo olvidar todos los malos ratos.

A pesar de la fatiga del viaje, quedamos largas horas a orillas de la laguna, abrigados entre altos peñascos, contemplando tantos i tan hermosos como variados paisajes que debiamos abandonar al dia siguiente; pues nuestro regreso a Santiago debia tener lugar en las primeras horas de la mañana.

XV

SÁBADO 15 DE MÁRZO.—EL REGRESO.

El sol derramaba sus tibios rayos cuando los exploradores hacian sus preparativos de marcha.

La mañana era encantadora, i el lago, como si comprendiera nuestra partida, hacia resaltar todas sus maravillas.

A las ocho estábamos todos listos para montar, pero ántes debia el fotógrafo señor Rayo retratar a la comision. Para el efecto, nos subimos al peñon que nos habia servido de observatorio.

Como la plancha no hubiera salido a satisfaccion, volvimos a retratarnos ya sobre nuestros caballos.

Hecho esto i despues de despedirnos de nuestro compañero don Belisario Diaz, que debia permanecer algunos días mas en la laguna para terminar ciertos trabajos, i de dar un apreton de manos a nuestro buen amigo Luna, emprendimos la marcha divididos en dos secciones: una compuesta de los señores Vidal Gormaz, Ansart, Figueroa, Alvarez i Lazo, que tomó el camino que trajéramos al principio, i la otra, compuesta del señor Vicuña Mackenna, lord Cochrane, los señores Cruz Vergara, Castañeda i el secretario, que debia dirijirse, pasando por el valle del Encañado, cajon del Colorado i estero de San José.

A las nueve i media principiábamos a subir los cerros que atajan la laguna por el oeste.

A cada nuevo cerro que subiamos, volviamos nuestra vista i nos despediamos cariñosamente de la laguna i de esos lugares que la cordialidad habia hecho tan gratos.

Poco despues, i subiendo "los Escalones," empinado cerro compuesto de capas calizas, que forman verdaderos peldaños de difícil acceso, admirábamos el Encañado, precioso manantial, hijo lejítimo de la Laguna Negra i padre cariñoso del Manzanito.

A nuestra espalda i entre pastosos trechos, reventaban dos grandes chorros de agua cristalina—Ojos de Agua, como se les llama—que, con suave cadencia, corrian a aumentar el risueño Manzanito, juntamente con un arroyo que, desprendiéndose del cerro que subiamos se precipitaba por un estrecho cauce formado por una quebrada peñascosa.

En la cumbre de los Escalones, pudimos decir un último adios a la encantadora i májica laguna, que, a esta distancia, parecia sonreir cariñosamente a sus huéspedes. A nuestro frente se estendian un estrecho valle, en el que serpenteaban, por entre un tupido musgo, algunos brillantes hilos de agua; empinados macisos ya calcáreos, ya cubiertos de pálida vejetacion, ya de rocas descompuestas y cruzadas de grietas profundas; un horizonte que no empañaba una sola nube y en el que el rei de los astros lanzaba sus dorados dardos; una atmósfera quieta sin que el menor soplo de la brisa turbara su monótona tranquilidad.

Pasadas varias de estas prominencias minadas por los "cronerus" o " tundungos," como les llaman en el sur, Paephagomysater, i en que los caballos hundíanse a cada momento en las subterráneas cuevas, hasta mas arriba de la rodilla, poniendo al jinete en graves aprietos para no ser arrojados de la silla, entramos a un estrecho desfiladero que separa dos altos picos de formacion terciaria, completamente estratificados, ofreciendo sus cenicientas i amarillosas paredes un conjunto triste, casi desagradable.

El camino que debíamos atravesar es llamado "el Mal Paso," por las jentes de esos contornos, e indudablemente, no será peor el desfiladero que con el mismo nombre existe en Cabeza Negra, cerca de Chamoung.

Supóngase una pendiente falda cruzada por angostos i estrechos zig-zags, compuesta toda de piedra i cortada casi a pico; en ciertos puntos, las rocas descompuestas por la accion atmosférica no ofrecen sino un piso desigual, resbaladizo i colgado sobre abismos en los que van a precipitarse, con el movimiento de los caballos, trozos grandes i pequeños de los bordes del sendero. En algunos sitios era preciso bajarse de los caballos, pues estos se deslizaban como por sobre una tabla jabonada.

Cerca de una hora demoramos en salir de tan incómodo como peligroso camino, que terminaba en una agradable planicie de risueño aspecto i por la cual atraviesa un arroyo que la fertiliza. A la orilla opuesta, siendo como las doce, el Intendente resolvió que hiciéramos alto a la sombra de una gran roca que se destacaba como un negro esqueleto en medio de la verde colina. Las cansadas cabalgaduras lo necesitaban.

Como lleváramos algunas provisiones, improvisóse un pequeño almuerzo rociado con una botella de Burdeos mezclado con el agua del arroyo que corria a nuestros piés.

Esperamos una media hora para que se repusiesen las pobres bestias, que, en los dos últimos dias, habian sufrido una pesada carga, i continuamos en seguida nuestra marcha.

Los lugares que recorrimos no ofrecian nada de notable, a no ser las empinadas aristas que les servian de valla i una que otra vertiente que, como avergonzada de su escasez, se ocultaba entre las breñas.

Al norte se nos presentaba el valle del Colorado, en cuyos cerros se esplotaron en otro tiempo algunas minas de cobre, que ahora solo presentan sus oscuras entradas. Poco mas léjos, nos llamó la atencion un cerro verdoso, completamente cubierto de rocas blancas que casi ocultaban por entero su superficie, rocas que, cuando estuvimos mas cerca, nos convencimos no eran otra cosa que un inmenso rebaño de obejas que pacian diseminadas.

Esos numerosos rebaños, como otros que encontramos mas adelante, eran de propiedad de don Victoriano Jaña quien los pone a talaje en esos sitios por ser los mejores, tanto para la crianza como para la engorda de esos mansos cuadrúpedos.

En nuestro camino hallamos a un pobre hombre, casi sexajenario, que nos dijo era el pastor de ese rebaño. Preguntado en qué sitio se cobijaba, nos señaló dos peñascos que dejaban en su base un angosto agujero.

Por olvido del encargado de enviarle su alimento, hacia tres dias que el infeliz no comia, manteniéndose de algunas raices.

—Pero ¿por qué no has matado una oveja? preguntóle uno de nosotros.

—No puedo, señor, no son mias.

Y quizá el desdichado hubiera preferido morir de hambre ántes que faltar a su honradez.

El señor Vicuña Mackenna hizo que el peon que nos acompañaba le diera todo lo que restaba de las provisiones, dándole ademas algunas monedas. El pobre hombre, con lágrimas en los ojos, agradeció tan inesperado como jeneroso socorro.

Esta escena nos conmovió profundamente i amas de uno se le humedecieron los ojos al ver tanta miseria unida a tanta honradez.

Pero el pobre viejo de quien nos alejábamos i que aun manifestaba con sus ademanes cuanto agradecia la sencilla limosna, no era el único que sufria hambre y desnudez: a unos cuatro quilómetros, en la cima de un cerro, tendido en el interior de una miserable choza, en la que apénas cabia, de esas que los campesinos llaman toritos, estaba un hombre de unos treinta años, mal cubierto por algunos harapos, de rostro enflaquecido y pálido, ojos apagados i labios descoloridos.

Tan luego como nos vió, levantóse i se acercó con vacilantes pasos hasta el esterior de su miserable albergue. Gomo el otro, hacia también tres dias que no comia. Al peon le quedaban algunas cebollas i un trozo de charqui; el Intendente hizo que se los diera. Cruz i Castañeda llevaban algunas libras de harina tostada en las alforjas: vaciáronlas en la manta del desgraciado, que no hallaba cómo demostrar su reconocimiento.

Aunque no debe decirse la caridad que uno hace, no sucede lo mismo con la que otros modestamente quieren ocultar. El señor Vicuña agregó a los comestibles unas cuantas monedas, que le pasó a escondidas.

Bajando ese cerro se presentaban dos caminos que conducian a la villa de San José: uno a la derecha, mas fácil, pero mas largo; otro a la izquierda, mucho mas corto, aunque peligroso en mas de un paraje. Como el dia avanzara rápidamente i nos quedara todavia largo trecho que recorrer, se adoptó el de la izquierda, de lo que mas de uno se arrepintió.

La ruta preferida, practicada ya en la roca viva, ya a través de profundas quebradas, siempre cubierta de precipicios, nos presentaba cuadros de un conjunto agreste y salvaje: todo era allí primitivo.

En algunos pasajes mas que peligrosos, nos veíamos obligados a apearnos i arrastrarnos por las rocas para salvarlos. Dícese que, cuando se marcha al borde de un precipicio, es preciso no mirarlo, si no se quiere que el vértigo no nos tome. Aquí tuve ocasion de confirmarme en esa verdad, pues, una vez que me atreví a sondear la profundidad, fuí presa de una especie de fatiga, oscurecióseme la vista, algunas gotas de sudor brotaron de mis sienes i tuve que aferrarme de la silla para no venir abajo.

Esto me sucedió una sola vez, pues, en seguida, viniéronme a la memoria los buenos consejos que da Saussure para salvar esos peligros que comprometen la vida del viajero, i que son el resultado de una larga esperiencia, consejos que me atrevo a recomendar a los que se ven obligados a recorrer las montañas.

"Antes de comprometerse en un mal paso, dice el sabio naturalista, es preciso comenzar por contemplar el precipicio i saciarse, por decir así, hasta que se haya borrado el efecto producido en nuestra imajinacion i pueda mirársele con cierta indiferencia. Al mismo tiempo, es menester estudiar la marcha que se seguirá, i marcar, por así decirlo, los pasos que deba darse. En seguida, no pensar mas en el peligro i no ocuparse sino del cuidado de seguir la ruta que nos hayamos prescrito. Pero, si no se puede soportar la vista de un precipicio i habituarse a él, es preciso renunciar a la empresa; pues, cuando el sendero es estrecho, es imposible mirar donde se pone el pié sin ver, al mismo tiempo, el precipicio; i esa vista, si os toma de improviso, os causa vértigos i puede ser la causa de vuestra muerte."

En uno de los cerros mas escarpados, pero donde la vejetacion desplegaba gran parte de su riqueza, pastoreaba alegremente un sin número de cabras, esos animalitos hechos espresamente, si puede usarse la frase, para las montañas; mas no eran, como dice Rambert, cabras del llano, caseras, perezosas, olfateando la pesebrera; eran verdaderas cabras de los montes, elegantes, de pelo brillante i sedoso, de ancas bien metidas, pié lijero i cabeza pequeña i fina.

En este pintoresco rebaño, habia algunas blancas como un copo de nieve, varias completamente negras, overas muchas, i otras rojas como los huanacos; i nada es mas alegre que esos terrenos cubiertos de musgo, matorrales i rocas donde se disemina al acaso esa variada colonia.

Desgraciadamente, esas preciosas bestias causan grandes estragos, pues devoran los retoños de los arbustos, destruyendo así los bosques a cuya sombra protectora brotan las aguas.

Serian las cuatro i media de la tarde, cuando subimos un cerro en el que, al principio, no distinguimos ni un rastro que seguir, pero desde el cual al fin i ya en la cumbre, vimos el mas angosto i peligroso trayecto, trabajado en la roca a fuerza de pólvora. A la derecha i sobre nuestras cabezas, erizados peñascos que amenazaban aplastarnos; a la izquierda un precipicio, un infierno por donde corre el estero de San José, que, despues de regar los valles del sureste de la villa, va a engrosar el caudal del Maipo. A nuestro frente teniamos el vacio!

Tan profundo es ese precipicio, que no ha mucho cayó en él una mula de un señor Vargas, i aunque recorrieron todo el abismo, solo encontraron uno que otro pequeño pedazo de hueso.

Sí, el vacio; pues, terminada una de las veredas angostísimas,—no tienen dos decímetros,—que ondulan al rededor de esa infernal escarpa i que mas parecen los bordes de una espada o los picos de una sierra, hai que dar un paso en el aire para pasar a la siguiente.

Tan peligroso es ese desfiladero, que nuestro guia, el antiguo mayordomo de la hacienda de San José, conocedor como ninguno de todos esos rincones, echando pié a tierra, nos dijo que imitáramos su ejemplo, si no queriamos que nos sucediera alguna desgracia, pues los caballos se resbalaban a cada instante.

—Tomen los caballos de las riendas i así van mas seguros, nos agregó, que, si ustedes se resbalan, los animales, que son buenos, los pueden sujetar.

Todo lo cual ejecutamos inmediatamente. En las vueltas de ese maldito camino, los caballos se negaban a pasar—tenian que hacer un verdadero salto mortal,—i era preciso castigarlos para que marcharan.

Apénas alumbraban el paisaje algunos rayos de un sol poniente, cuando conseguimos pasar ese atroz precipicio. Aquí, a imitacion de uno que hai en Suiza, debia ponerse este cartel: "Es prohibido pasar por este sitio, so pena de matarse."

Despues de tan peligrosa bajada i tan luego como estuvimos en la llanura, nos detuvimos, tanto para tomar aliento cuanto para que las pobres bestias, inundadas de sudor, recobraran algo sus fuerzas.

Aprovechando esta paradilla, el señor Vicuña descargó sobre el maciso costado o pico, que forma la pared sur del abismo, algunos tiros de revólver, para oir el efecto que producian en esas inmensas i oscuras cavidades.

El eco es en ellas de una magnificencia admirable, tentado estuve de decir de una admirable belleza. Se oye el mismo tiro repetirse un número infinito de veces, como si algun encantador hiciera producirlo a cada roca, a cada escabrosidad, a cada quebrada, i propagándose i repitiéndose, produce el mismo efecto que un fuego de guerrilla que va estinguiéndose poco a poco; se aleja y las últimas vibraciones terminan como uno de los valses de Gungl.

Una vez pasadas "Las Cruces," el camino es mui bueno, estendiéndose por suaves lomajes, en los que ya se adivina la rica vejetacion de los llanos. Aquí concluian la aridez, las cenicientas rocas, los espantosos precipicios, para dar lugar a fértiles llanos perfectamente cultivados, a frondosos y corpulentos árboles, a risueñas campiñas y alegres chozas.

A las siete entrábamos en San José, casi al mismo tiempo que la caravana, que se habia venido por San Gabriel, todos molidos, fatigados, mas no descontentos, sino alegres.

M. Lapostol nos esperaba con una suntuosa cena i magníficos vinos. La hospitalidad cariñosa, por no decir espléndida, de este caballero, estoi seguro no se borrará jamás de nuestra memoria.

No siendo posible que todos alojáramos en su casa, se habia preparado cuatro o seis camas en el hotel, que no tiene nada que envidiar a los de la capital: mui buenos salones alfombrados y perfectamente amueblados, esmerado servicio i, lo que es mejor que todo, al ménos entónces, blandas y aseadas camas.

Nuestro buen compañero, don Miguel Lazo, habia también hecho preparar algunas camas en su casa.

A las diez, el comandante Vidal i Figueroa, acompañados del señor Lazo, se dirijian a casa de este último; el almirante Alvarez, Cruz, Castañeda i yo, nos marchábamos al hotel, donde, en verdad, estañamos, al principio, vernos en tan buenas camas i tan en alto, despues de haber dormido en el suelo.

Uno o dos se vinieron abajo a media noche, tan olvidados estaban de acostarse en catres.

Antes que nos retiráramos a nuestros alojamientos, habíamos quedado citados para la mañana siguiente a las ocho, con el objeto de asistir a la inauguracion de la primera piedra de una escuela.

XVI.

DOMINGO 16 DE MARZO.—LA ESCUELA.

El redoble del tambor, que llamaba a la tropa del batallon cívico a su cuartel, nos sacó a las siete de nuestro profundo sueño.

Era de ver el cuidado que cada uno ponia en su traje, cómo se hacian limpiar los botines, acepillar la chaqueta, arreglarse, en fin, de una manera presentable ante los buenos vecinos de la villa.

A la hora fijada, estábamos todos en casa del señor Lapostol, desde donde partió la comitiva hácia la iglesia, para asistir a la misa con que se daba principio a la fiesta de la inauguracion de la escuela.

Durante este acto, unas señoritas del lugar, cuyos nombres mi infiel memoria no me permite recordar, entonaban preciosos himnos, con una voz anjelical, acompañadas de los gratos acordes del harpa.

En la plaza, estaban formados, con su uniforme de parada,—camisa Garibaldi, pantalones blancos i quepis no todos uniformes,—hasta veinte hombres, la fuerza cívica del lugar.

Concluida la ceremonia, el Intendente, acompañado del señor cura, de un gran número de las personas notables de los alrededores i de casi todos los habitantes de San José, se dirijia al lugar que mas tarde debía servir para dar al público ese alimento del alma que se llama instruccion.

El local escojido está situado en la esquina sur de la plaza i es bastante estenso.

Terminada la bendicion de la piedra, la tropa hizo una descarga cerrada; el señor Intendente, los señores Ansart, Serrano i el autor de estos apuntes tomamos la piedra para colocarla en el ángulo formado por los fosos, que bien pronto iban a soportar los cimientos de la escuela i servir de base a ese bello plantel de educacion.

La escuela! posada en la que todo viajero de la vida, al principiar su espinoso sendero, debe hospedarse, si quiere seguir el camino de la honradez, del deber, de la virtud; pues, sin la ilustracion,—su único guia—no encontrará en su marcha sino precipicios i escollos.

La escuela, que da vida al alma, que acerca al hombre a su Creador.

La escuela, que hace pueblos libres; que hermana a los hombres de distintas razas; que es lazo humanitario que ha de unir al fin a las naciones!

Asi como en un consejo militar se escoje al mas nuevo i de menor graduacion para que use el primero la palabra; así también el señor Intendente escojió al mas bisoño, al de ménos mérito para que pronunciara un discurso alusivo a las circunstancias, i cúpole este insigne honor al que suscribe.

Terminada la ceremonia, unos se dirijieron a casa del señor Lapostol, otros, invitados por el señor Lazo, nos fuimos a casa de este último, de cuya cariñosa acojida i gratos momentos que allí pasamos, conservaremos un recuerdo imperecedero.

A las doce i media, tomamos los coches para dirijirnos a Santiago, a donde llegamos poco despues de las cuatro de la tarde.

XVII

Terminaré esta cansada e incorrecta narracion, citando algunas palabras de M. Dupaigne, que ponen en relieve las ventajas que ofrece la esplotacion de los abundantes manantiales de nuestras cordilleras i son una prueba de lo hacedero del proyecto del señor Vicuña Mackenna i de los inmensos beneficios que reportaria a la agricultura i a la industria.

"Las cascadas i los lagos, dice M. Dupaigne, no son solamente los mas agradables espectáculos que el agua pueda ofrecernos en la montaña; tienen una importancia mucho mayor en otro órden de ideas, sobre el que es necesario decir una palabra, en estos momentos en que la Francia tiene mas interes que nunca en conocer i esplotar todas las riquezas de su suelo.

"Por los progresos de la civilizacion material, si no van acompañados de la decadencia de la civilizacion moral, no hai nada mas cierto que los paises montañosos tienen un gran porvenir.

"Es en las montañas en efecto, donde se encuentran mas al alcance del hombre las grandes fuerzas naturales que hacen la prosperidad de la industria. Es ahí donde el sol, esa fuente de nuestras fuerzas, trabaja con mas enerjia, i donde el suelo puede recojer mejor el fruto de ese trabajo.

"La montaña, gracias a sus cascadas i manantiales inagotables, no necesita, para tener una fuerza motriz, quemar carbon, como en los llanos. Cuando estos hayan malgastado la hulla, ese tesoro de la industria de nuestro siglo, lo suficiente para encarecerla, se reflexionará que, si una pobre vertiente del valle de la Maurienne, ha podido, sin calderos a vapor, perforar el monte Cenis, habria tambien podido hacer marchar, durante el mismo tiempo, innumerables industrias en todas las casas del valle.

"Se dirá que las fábricas de los Vosges, sin agua durante dos meses, se quejaban de la concurrencia de la Suiza, cuyas nieves no dejan jamas que falte el agua; es que no habian hecho como la ciudad de Saint-Etienne, que ha sabido trasformar en un lago de la montaña el agua de su escaso torrente del Furens, para alimentar en todo tiempo sus fábricas.

"¿Se ocuparán entónces en conquistar i avasallar las cascadas i los torrentes, que serán una riqueza en lugar de ser un azote destructor?"

I ¡cuánto no ganaria la agricultura! ¡Cuántos campos, hoi improductores, se trasformarian, con las aguas de las montañas, en terrenos fértiles i que compensarian con usura los gastos que demanda esta vasta empresa!

Cuando el hombre lo quiera, cuando el talento i el trabajo persigan el noble fin de dominar i servirse de las grandes fuerzas de la naturaleza, esas aguas, hoi perdidas, serán una riqueza, las nieves un beneficio, lo que ántes era quizá una plaga será entónces un tesoro inapreciable!


Ed. L. Hempel,
Secretario de la Comision.





  1. Asta-Buruaga.—Diccionario jeográfico de Chile.
  2. Vidal Gormaz.
  3. Asta-Buruaga. Diccionario jeográfico.
  4. Id. id. id.
  5. Vidal Gormaz.
  6. Diósele este nombre en memoria del señor Echáurren, el primero que ordenó el reconocimiento de la laguna, i el de Figueras a la península, en honor del actual presidente de la república española.
  7. Aunque los jefes de la espedicion prometieron guardar reserva sobre el nombre de las bellas i valerosas aparecidas, como a nosotros no nos vale tan grave obligacion, vamos a apuntarlos en seguida, en honor de aquellas intrépidas exploradoras. Eran las señoritas Clarisa, Rafaela i Dolores San Martin, hijas del coronel de caballería de este nombre i la señorita Sumelia Barahona, esposa de uno de los contratistas de la faena de Tinoco.

    Coincidencia singular! San Martin es el nombre del mas grande de los caudillos que han atravesado los Andes. San Martin era tambien el apellido de las arrogantes damas que habian hecho en una noche la marcha prodijiosa de San José a la Laguna Negra, en el corazon de los Andes.

  8. El señor Leybold, en su interesante folleto "Escursion a las Pampas Arjentinas," pájina 119, espresa a este respecto la siguiente opinion, en la que están de acuerdo cuantos han visitado ese lugar:—"A mi parecer, ha sido en otro tiempo todo el trecho—desde la barrera, o mas bien compuerta, que forma la cuesta del Inga (Inca) al traves del valle principal, hasta cerca de la subida al Portillo de los Piuquenes,—un lago estenso, pero poco profundo, cuyas aguas, una vez perforada la represa cerca del lugar de nuestro campamento (indudablemente el mismo sitio a que nosotros nos referimos) se labraron, con ímpetu irresistible, el hondo cauce del Maipo."
  9. Asta-Buruaga, Diccionario Jeográfico.