Exposicion del Prof Edmundo M Narancio sobre Felipe Ferreiro

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INSTITUTO HISTÓRICO Y GEOGRÁFICO DEL URUGUAY



Actos celebratorios del Sesquicentenario
Exposición del Profesor don Edmundo M. Narancio




Montevideo, septiembre de 1993



El doctor Felipe Ferreiro
El Profesor, el Historiador y el Académico
Hace ya bastante tiempo se pensó en el Instituto la posibilidad de estudiar y difundir su propia historia y para ello era punto de importancia el dar a conocer la bibliografía de sus miembros de número fallecidos que pasan hoy el centenar.
Otros asuntos distrajeron a la corporación de ese propósito. Sin embargo, se instituyó que en la exposición de orden al incorporase a una plaza académica, el recipiendario debía ocuparse de la personalidad de su antecesor; así se ha hecho, aunque ello no cumple sino parcialmente con el propósito antes indicado.
Finalmente, en ocasión de recordarse el sesquicentenario de la fundación del Instituto, se resolvió hacer un ciclo de conferencias sobre la personalidad de algunas figuras destacadas de esta academia, serie que integra la exposición que haré seguidamente sobre Felipe Ferreiro que honró al Instituto como académico de número, secretario bibliotecario, presidente y miembro de honor.
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Me valgo aquí de los archivos del Instituto, sus obras publicadas, algunas de las cuales, en sus primeras ediciones poseo en mi biblioteca, las reediciones que ordenó su hijo, nuestro colega y amigo Hernán Ferreiro, con el título “La disgregación del Reyno de Indias” que editó Barreiro y, también a su cuidado, los “Estudios Históricos e Internacionales” que incluyó en sus series el Instituto Artigas del Servicio Exterior dirigido entonces por el señor Héctor Gros Espiell, numerario de esta Academia. Agregaré que obra en mi poder el cuaderno de notas que a su dictado, escribí (con mis faltas de ortografía) cuando fui su alumno en el Liceo Rodó al cual ingresé en 1929 procedente de la escuela Elbio Fernández, y también la invalorable versión tomada de sus clases en el Instituto Alfredo Vásquez Acevedo de 1932 y ya, de nuevo su discípulo, en el mismo Instituto, en 1934, las que registran palabra por palabra sus pocas lecciones antes de retirarse ese año para ocupar la subsecretaría del Ministerio de Relaciones Exteriores entonces a cargo del Ing. Juan José Arteaga durante el gobierno de facto del doctor Gabriel Terra. En ese puesto permaneció hasta 1935; sustituyó al titular como interino durante una licencia.
El doctor Felipe Ferreiro Gamio nació – se me permitirá que contrariando la costumbre de esta casa, donde no hay otro grado o jerarquía que la de señor y académico – que use en este caso el doctor según lo conocimos siempre o el profesor que lo fue en la cátedra y fuera de ella, decía pues, que nació en la Villa de Artigas, hoy Río Branco, en una familia de condición media y culta (sus padres fueron maestros varelianos) el martes 23 de agosto de 1892. Se graduó de doctor en derecho y ciencias sociales en Montevideo en 1922, año en que se incorporó al Instituto Histórico y Geográfico en calidad de numerario, ocupaba entonces su presidencia Eduardo Acevedo; el mismo día – 24 de junio – fueron designados también José Pedro Varela, Aureliano Berro y Alberto Reyes Thevenet. Dos años antes – 1918 – había sido nombrado profesor de historia en la Universidad de la República, sección de Enseñanza Secundaria. En el año dieciséis se crearon dos liceos a los que en el año veinte se llamó Miranda y Rodó dirigidos por el profesor Samonati y el doctor Lapeyre, sustituido en 1929 por Armando Acosta y Lara y luego Maggiolo. Allí enseñó historia el doctor Ferreiro y dieron clase de la materia Carlos Travieso y Pérez Olave, Matemáticas O.J. Maggiolo, Scasso y Spangenberg, Gramática María Palazón y Anglés y Bovet, Literatura Eduardo Ferreira y Horacio Maldonado, Geografía Hamlet Bazzano y Washington Paullier, Francés Víctor Ricaud, y Luis Dayviere y Mme. Bazerque, Química Bujalance, Celio Roda y el arquitecto Pérez Larrañaga, Dibujo, Goldaracena Instrucción Cívica, Física Riva Zuchelli, Acosta y Lara y el doctor Muiños, Adrián Machado y la Sta. Davidson, Inglés, García San Martín y Vacareza, Historia Natural y Amorín, Cosmografía y otros que ahora no recuerdo.
Ninguno de ellos se había graduado como profesor en institutos especializados, que no los había, pero todos, cual más cual menos, conocían las materias que dictaban y las sabían enseñar, pero por sobre todo, casi sin excepciones, trasmitían una gran autoridad moral que formaba verdaderos ciudadanos conscientes de derechos y deberes, que integraron una generación que en la vida pública o la actividad privada, dio brillo al país. Fueron auténticos profesores; Ferreiro fue uno de ellos en grado eminente.
Sentado detrás del escritorio sobre la tarima nos llamaba por nuestro apellido con un “Fulano, pase a la pizarra”, nunca tuteaba aunque, en rigor, sus alumnos de entonces éramos niños; nos juzgaba con justicia. Se ponía de pie generalmente para explicar, ampliar o dictar sobre los temas del día. Mantenía en el aula un clima de interés, cultura, urbanidad y, fundamentalmente, de respeto mutuo que quedó grabado en quienes tuvimos el privilegio de reunirnos con él tres veces a la semana en el salón del Rodó, al fondo. El texto fue ampliado, como quedó dicho, con notas y además de los escritos reglamentarios, se llevaba un cuaderno con los dictados y trabajos personales.
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Volvamos ahora a nuestro Instituto. En 1925, el doctor Ferreiro figura en las actas como secretario, y durante la Presidencia de Pablo Blanco Acevedo fue bibliotecario y lo siguió siendo durante la siguiente de Raúl Montero Bustamante hasta 1931, año en que cesó cuando fue electo Presidente José María Fernández Saldaña. Finalmente, en 1935, fue designado Presidente y por sucesivas reelecciones ocupó ese cargo hasta 1941 en que fue elegido, al ponerse en vigencia nuevos estatutos, Rafael Schiaffino.
La obra de Ferreiro – tuvo excelentes colaboradores – fue realmente enorme y mejor que en mi palabra, será procedente dar lectura a algunos pasajes de la memoria presentada al cumplirse el período de su segunda presidencia.
He aquí lo que expresa:
“Cuando hace poco más de tres años nos recibimos del mandato que nos otorgasteis, la situación del Instituto era de crisis bajo todo punto de vista. Motivos que no hay por qué reseñar, pues son harto conocidos además de ingratos, había puesto a nuestra asociación al borde de lamentable anarquía. No existía en lo material, una sede propia. La biblioteca social, el depósito de publicaciones y los viejos muebles se custodiaban en el sótano de una casa situada en barrio apartado del centro de la ciudad. El estado de nuestras finanzas era crítico. Las deudas ascendían a $1.581,56 en total y las entradas sólo se producían por vía de cuotas mensuales de los asociados, en un monto de $60.00 – por mes, más o menos, monto que – después – una propaganda torpemente intencionada hizo disminuir todavía en algunos pesos.”
El Instituto, en efecto, tuvo grandes dificultades para disponer de una sede permanente. Por ello, en la época a que se refiere el informe, debió sesionar en el Ateneo, en el Liceo Rodó y en el Ministerio de Relaciones Exteriores (Cabildo).

“En Abril de 1937 – prosigue – empezamos por instalar la sede social en esta casa, que ya tenía para nosotros la atracción de algunos buenos recuerdos. Para cubrir el gasto de alquileres del local ($75.- mensuales) hemos contado hasta ahora con una contribución de la Sociedad “Amigos de la Arqueología”, corporación afín a la nuestra y que realiza sus reuniones en estas mismas salas. En el rubro publicaciones, la Comisión que hoy cesa puede anotarse un haber francamente apreciable, y más aún, si se agrega que están en vía de impresión dos volúmenes, correspondientes uno a Documentos del año 1825 y el otro a la Revista del Instituto, y en vía de composición el Tomo 11º del Curso de Conferencias. Pero dejando a un lado estas tres obras y concretándonos a las ya distribuidas, tenemos que en el bienio 1937 – 1939 se realizaron:

a) Dos volúmenes de “Documentos Históricos.”
b) Un volumen del “Curso de Conferencias”
c) Cuatro volúmenes de la Revista del Instituto.

En total, siete tomos y abundantes de buen material de estudio sobre temas de Historia y Geografía. Con la publicación de los dos volúmenes de Documentos Históricos (que han de ser tres dentro de breves días) se ha empezado a dar cumplimiento al encargo recibido del Estado hace ya casi tres lustros. En lo que respecta a los cuatro números de la Revista (que antes de un mes han de ser cinco), para juzgar la labor que supone y la intensidad del empeño que ha exigido, baste con pensar que en los años que corrieron desde 1920 hasta 1935 se editaron y distribuyeron diez y seis volúmenes, o sea, a razón de uno por año y en nuestro trienio se han distribuido cuatro y un quinto está casi pronto y debe empezar a circular dentro de algunas semanas, de donde resulta que en un trienio se ha hecho tanto como en un lustro. Por lo demás, se preguntarán los señores socios a esta altura de nuestra reseña: ¿Y los fondos para cubrir los gastos de estas publicaciones y del magnífico volumen del Curso de Conferencias? ¿Dónde y cómo se han obtenido? ¿Cómo ha podido el Instituto, que estaba en penoso estado de déficit en Octubre de 1935, salir de él y todavía hacer los gastos que supone una publicación de obras más vasta que nunca?”

Debo precisar, aunque muchos que siguen esta exposición lo saben, y las generaciones posteriores generalmente lo ignoran, que en 1933 una parte mayoritaria del Partido Nacional encabezada por Luis Alberto de Herrera acompañó el golpe de estado del presidente Terra, e integró con personalidades de ese sector su ministerio, y por ejemplo, la cartera que entonces se llamaba de Instrucción Pública y Previsión Social fue ocupada por Etchegoyen, Haedo (recordado recientemente al darse su nombre a una calle montevideana) y Toribio Olaso, este último ya durante el gobierno del presidente Baldomir (1938).
Políticos distinguidos, que coparticiparon en el régimen iniciado por el presidente Terra se hallaron en posiciones claves para los intereses del Instituto – con quienes el doctor Ferreiro tuvo importante y notoria afinidad política – facilitaron el apoyo gubernamental con lo cual beneficiaron a la cultura del país. Así consta en el documento que venimos leyendo.
“Y bien, - dice – lo que ha ocurrido es sencillo. Hemos obtenido de parte del Estado una cooperación generosa y hasta preferente, que tiene que obligar la gratitud de los estudiosos. El ex Ministro de Instrucción Pública Dr. Etchegoyen dispuso primeramente que la Biblioteca Nacional dedicase $200.- de su rubro para adquisición de publicaciones, a la compra de cien ejemplares de todas las que editara el Instituto, y esta resolución, por sí sola, nos ha proporcionado una entrada de $1.400.-. El mismo ministro nos subvencionó con $2.000.- en Octubre de 1936 para el pago de volúmenes de la Revista y en Mayo de 1938 el Ministro Haedo nos concedió otra subvención de $1.650.- para el objeto indicado. Son así $5000.- los que recibimos del Estado para realizar estas publicaciones, pues la relativa a los Documentos Históricos ya tenía su fondo en depósito a la orden del Instituto. Pero dicha suma no bastó, ni podía bastar desde que teníamos que cubrir una deuda anterior pendiente. ¿Qué hemos hecho entonces? Recurrimos a las Instituciones del Estado y particulares en demanda de ayuda y obtuvimos el éxito que en justicia correspondía. Eso fué todo. Han accedido a nuestras gestiones, generosamente,
a) Las Usinas y Teléfonos del Estado con $800.-
b) El Banco de la República con $250.-
c) El Jockey Club con $500.-
d) El Consejo de Enseñanza Primaria y Normal con $62,50.-“
Sigue más adelante:
“Volviendo a los tópicos relativos a labor cultural de nuestras especialidades debe informaros vuestra Comisión Directiva que durante este trienio distintos órganos del Estado solicitaron asesoramiento del Instituto ocho veces y por consecuencia otras tantas distintos miembros de la Directiva prepararon los dictámenes correspondientes y en oportunidad se consideraron, aprobaron y remitieron a los respectivos consultantes. En 1936, por gestiones del Instituto, fundadas en un admirable informe del ilustrado consocio señor Cortés Arteaga, se evitó la demolición del resto aún existente de la construcción de valor histórico llamada “Las Bóvedas”. En 1937, el Instituto intervino activamente, por intermedio del que habla y de los señores Capitán Cortés Arteaga y Don Raúl Montero Bustamante, en los trabajos de la Comisión Oficial que planeó las obras de conservación y restauración de la ciudad vieja de Colonia. Ese mismo año concurrimos al Congreso de Historia de Buenos Aires con una delegación amplia y bien preparada que colaboró eficazmente en las labores de aquella resonante Asamblea. En 1938, enviamos a las celebraciones del Instituto de Rio de Janeiro una comisión – portadora de un mensaje de cordial saludo – integrada por los ilustrados consocios doctores, Schiaffino y Caviglia, quienes – no está demás decirlo – se costearon del propio peculio los gastos de tan largo viaje: actitud que obliga desde luego nuestro agradecimiento. (Agradeció también al señor Pivel Devoto su dedicación a la impresión de la Revista).

Durante el trienio se han realizado veinte reuniones de la Comisión Directiva de carácter estricto, pero si, como es lógico, mirando las cosas desde el punto de vista práctico de intercambio intelectual, se tiene presente que en el mismo período realizamos veintiocho Conferencias y Actos Académicos, resulta a la postre que – en puridad de verdad – el Instituto se ha reunido cuarenta y ocho veces para trabajos por la noble causa que lo empeña. Finalmente, resta informar que el número de socios suscriptores ha sido más que doblado durante el trienio, pues al entrar al año 1936 teníamos 33 y hoy contamos 69”. (Acta Nº 408, 16 de marzo de 1939).

En 1936, el doctor Ferreiro ocupó la tribuna de la Junta de Historia y Numismática Americana en Buenos Aires y disertó sobre Filiación Histórica de las Juntas de Gobierno de 1810. Al año siguiente se celebró el II Congreso Internacional de Historia de América, también en Buenos Aires; el doctor Ferreiro presidió una importante delegación del Instituto – a la que se refirió la Memoria – y presentó una ponencia sobre las Ideas e Ideales de los Partidos y Tendencias que actúan en el Campo de lo Político del Reino de Indias, fue publicada en 1938 por la Academia argentina.
A todo esto debemos agregar lo hecho hasta que asumió la presidencia Rafael Schiaffino. En un todo, pues, en el Instituto se cumplió una labor excepcional. Fue un período brillante.
Debo señalar aquí que la publicación de los Documentos para servir al estudio de la Independencia Nacional editados en la Revista del Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay y luego en volúmenes separados aunque introducidos por el doctor Ferreiro, como él mismo lo expresa, no fueron su obra. Y lo subrayo porque esta impresión está plagada de errores. Nuestro distinguido cofrade, el señor académico Corrales Elhordoy, ha tenido la amabilidad de mostrarnos el resultado del cotejo que él ha hecho con los originales que comprueban cuanto afirmé antes. El trabajo, que se hizo por iniciativa de Gustavo Gallinal en la época del centenario de 1825, financiado, esperó más de una década para cumplirse y darse a las prensas. Se nos ocurre que esta valiosa documentación debería ser reeditada depurada de sus yerros. Corresponde tener presente que en la época todavía no se había generalizado el rigor de las ediciones ne varietur y su técnica que impuso Ravignani y que ha adoptado con acierto entre nosotros p.ej. el Archivo Artigas.
Merece nuestra atención ahora el tomo de Conferencias del Curso de 1937. Sin perjuicio del interés de la obra en sí misma, destaco en el volumen cuatro aspectos:
1º) La consideración permanente que hace el doctor Ferreiro del Instituto como academia de historia y geografía. Se ha difundido el año pasado entre los señores numerarios y otras personas e instituciones, la circunstancia de cada una de esas afirmaciones que también – aunque entonces no se dijo – constan en las Actas Nos. 382, 385 y en la exposición formulada por el señor Pivel que veremos más adelante;
2º) que en la presentación de los oradores que nuestro Presidente formuló entonces dio importante información sobre la personalidad de los disertantes;
3º) que hizo, en algunos casos, valiosas aportaciones y expuso criterios, a veces, en oposición con cuanto afirmaron los invitados vale decir, sin concesiones, sin sacrificar la verdad científica al protocolo y
4º) que promovió y logró acuerdos de reciprocidad con otras academias, con lo cual fue precursor de la actual Asociación Iberoamericana de Academias de la Historia de la que, según es notorio, este Instituto es fundador.
Durante la gestión del doctor Ferreiro, se registró la inasistencia persistente de un grupo de numerarios que parecieron desinteresarse por su ausencia en actos y reuniones académicas, de las actividades de la corporación. Ello determinó un episodio cuyos detalles no interesan, en el cual el secretario de entonces, señor Pivel Devoto, propuso la eliminación de los registros de varios académicos. El debate que se suscitó llevó al nombrado académico a leer una extensa y pormenorizada exposición en la que justifica su propuesta cuando ejercía la presidencia el recién electo Presidente, Rafael Schiaffino. Está escrita de su puño y letra en actas (Vid. Acta 425 y 432, del 12 de marzo de 1941 y 4 de junio del mismo año) y en un pasaje expresa:
“Y bien, yo me pregunto, ¿el Instituto es una corporación académica, una casa viva, donde sus integrantes trabajan, o se reduce tan solo a un registro de cuarenta personas – y donde sólo actúan unos pocos por la eliminación espontánea de los demás?”
Lo que interesa del incidente es destacar que de ahí resultó la disposición del Estatuto de 1941, hoy vigente (artículos Nos. 21 y 22).
Creo que el término de cuatro años, sin colaborar como condición para la eliminación de los registros y aplicado por resolución de la Asamblea en los últimos cuarenta años en solamente cinco casos, deber ser reducido considerablemente.
Insisto en que sobrada razón asistió al señor Pivel y que en la reforma de nuestra carta debe encararse radicalmente esta cuestión.
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A la vista de los textos del doctor Ferreiro que hemos mencionado antes, los he clasificado según la siguiente ordenación:
a)
1. Revisión del concepto sobre el período hispánico.
2. Estudio crítico sobre la revolución, sus orígenes y fines. De la insurgencia legitimista a la independencia.
3. Americanismo y ciudadanía americana.
b)
1. Aportación a los orígenes de la democracia oriental. La sociedad uruguaya y las asambleas de 1811.
2. Estudios sobre Artigas y su época.
c)
1. Examen crítico del proceso de la independencia nacional.
Me limitaré en esta exposición a examinar en la obra del doctor Ferreiro los puntos 1 y 2 del punto a) de la clasificación, es decir:
1) Revisión del concepto sobre el período hispánico, y
2) Estudios críticos sobre la Revolución, sus orígenes y fines: de la insurgencia legitimista a la independencia.
Con ser tan importantes los restantes no podré considerarlos sino con una breve mención, por razones de tiempo y obvio respeto a la capacidad para escucharme de quienes han tenido la deferencia de seguirme hasta aquí. De todos modos, acaso pueda completar este estudio en otra oportunidad. Queda, además, entendido que no he hecho una ordenación cronológica de los trabajos, sino que han sido considerados en función del tema revelador del orden – que llamaríamos interior – del autor que preside toda labor intelectual de jerarquía.
Respecto de b) 1, el doctor Ferreiro consagró páginas de gran interés en sus "Orígenes Uruguayos" (Folleto, ed. en 1937 que reproduce una conferencia en el SODRE) y en la "Evolución de la sociedad nacional" (Conferencia en los Cursos de vacaciones de 1938) ambas de historia sociológica.
Casi una década antes (1930), el doctor Ferreiro complementó las informaciones de Cavia (El Protector Nominal de los Pueblos Libres clasificado por el Amigo del Orden, Buenos Aires, 1818) y Fregeiro, (Artigas, Estudio Histórico, en Anales del Ateneo de Montevideo, t. VIII, Nos. 41 a 43) con su estudio sobre las asambleas de orientales de 1811 bajo el título de "Los primeros resplandores de la democracia oriental" (Diario El Plata, ed. Conmemorativa del centenario de 1830, Montevideo, 1930). Tuvo esta labor de Ferreiro el carácter de lo que Vaz Ferreira llamó fermental. Apoyándome en sus páginas – como lo hice constar en forma impresa – sobre la base de nuevas probanzas halladas en Buenos Aires, pude escribir mi monografía sobre El Origen del Estado Oriental, que muchos colegas han considerado definitiva; tengo en ella alguna diferencia – a mi entender – de mínimo alcance con Ferreiro a lo que no asigno mayor importancia. La valoración de los episodios examinados según mi juicio, cobró otra dimensión con fuentes hasta entonces ignoradas o poco conocidas, pero la punta del ovillo – diríamos – la halló Ferreiro y me place señalarlo una vez más.
Sobre los temas de este punto b) 2, de mi clasificación, destaco sus trabajos sobre la Asamblea de 1813 y el Congreso de Abril. Al respecto, estoy casi seguro que fue Ferreiro el primero que advirtió la importancia para la formación del ideario artiguista del libro de Manuel García de Sena La Independencia de Costa Firme justificada por Thomas Paine 30 años ha (etc.), Filadelfia, 1811. Luego esta comprobación tuvo una amplia difusión historiográfica. Otro aspecto dentro del mismo punto b) 2, se constituye por su estudio sobre el Congreso de Oriente o Concepción del Uruguay (1815) en el cual el doctor Ferreiro hizo un pormenorizado examen del sistema representativo de Artigas en concordancia con los principios federativos.
Finalmente en el punto c)1 de nuestra clasificación, revisó un período crítico de la historia uruguaya, en Glorias auténticas y falsas glorias, esto es fundamentalmente la actitud de la 2da. Legislatura Oriental ante el régimen unitario rivadaviano, y su aprobación de la Constitución de 1826. Explicó, en definitiva la razón de Lavalleja, y del ejército que lo acompañó en la disolución del cuerpo legislativo (Acta oriental, en Durazno, el 4 de octubre de 1827) que inició así su dictadura que no es lo mismo por definición que tiranía, vale aclararlo. Ferreiro en estos trabajos examina los fundamentos históricos de la independencia absoluta de la patria oriental, y hace la semblanza de Lavalleja cuyo papel en la gesta exalta.
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Sobre el revisionismo he dado mi opinión varias veces. Últimamente lo he reiterado hace poco, el 25 de mayo, en el acto celebratorio del sesquicentenario del Instituto. No es cuestión de insistir. Simplemente dejo sentado ahora que hay dos revisionismos. El que se orienta a hacer una nueva historia por el gusto o necesidad de una notoriedad que aunque fugaz es – diría – redituable y el que tiene por base el alcanzar la verdad que encierran los procesos con metodología inspirada en una sana crítica.
Dicho lo que antecede, pasaré al tema que me propuse desarrollar con alguna mayor extensión tocante a los puntos: a) 1 y 2 del ordenamiento consignado más arriba. Justifico el criterio que ha determinado mi elección en que las conclusiones de Ferreiro comportaron un resumen analítico total de la historia de América y su proceso revolucionario de comienzos del siglo XIX.
El doctor Ferreiro fue un revisionista en el mejor de los sentidos. Examinó con espíritu crítico la historiografía que se había ocupado del período hispánico y de la revolución a la que llamó historia clásica en la acepción de la Academia, de adjetivo que califica al autor o a la obra que se tiene por modelo digno de imitación en cualquier literatura o arte.
Las obras de historia de América que estudió el doctor Ferreiro obedecían a un fácil esquema a saber: la época colonial española se caracterizó por la aplicación de un sistema de opresión de varios siglos que originó la siesta colonial de la cual los criollos despertaron al ruido de las rotas cadenas de la independencia de los Estados Unidos y de la Revolución Francesa. Los americanos aprovecharon de la debilidad de España por la invasión napoleónica, destituyeron las autoridades coloniales y se dieron gobierno propio simulando adhesión a Fernando VII, cautivo, hasta que sacudieron la máscara y proclamaron la Independencia. Mutatis mutandis tal fue el proceso que según los historiadores con mucho de imaginación lógica y pocos hechos documentados corroborantes y algunos de ellos, todavía, mal entendidos, se enseñó desde libros, cátedras y academias y que, aunque debilitado, sobrevive todavía. Rodó, acotemos fue víctima de ese esquema falaz a lo cual se refirió Montero López en su notable conferencia de la semana pasada en la Asociación Uruguaya de Escritores que preside.
El análisis crítico de esa interpretación simplista y por ello fácilmente asimilable como ocurre generalmente con los mitos cristalizados, fue abordado por el doctor Ferreiro en sus clases del Instituto Vásquez Acevedo, en los cursos de Historia Americana y Nacional de Preparatorios de Derecho y en obra édita.

Cabe indicar que en nuestro país no existían por entonces cursos superiores de humanidades de lo cual resultaba que la necesidad hizo al órgano y esa carencia llevó a las cátedras de los preparatorios, entonces de la Universidad Mayor de la República, a convertirse, junto al ejercicio de la docencia para la preparación profesional, en medios de exponer las investigaciones que, como en este caso, dieron a las aulas de los preparatorios una gran jerarquía la cual, con el tiempo se fue amenguando, se adocenó, se masificó y mediocratizó. Conozco las clases de Ferreiro en la Universidad a través de notas de sus palabras textuales que tomó el estudiante Ismael C. Velázquez en 1932, mencionada al principio. (Registran hasta un “Señorita, ¡no se puede entrar!” o un “señor, ¡silencio!”, “Ud. también; ¡silencio!”). Ferreiro en el curso que hemos tenido a la vista, fue analizando uno por uno los supuestos de la escuela clásica con los libros en la mano, y lecturas de diferentes autores y los fue destruyendo uno por uno o reduciéndolos a sus reales dimensiones. Por lo demás, fue poseedor de una formidable biblioteca americana a la que mantuvo permanentemente al día que usó en el ejercicio de la docencia y la historiografía.

Conocía, asimismo, el manejo de la papelería de los archivos respecto d lo cual ha dicho Thiers en Les origines de la France contemporaine:

“Avec telles ressources on devient presque le contemporain des hommes dont on fait l´histoire, et plus d´une fois, aus Archives, en suivant sur le papier jauni leurs vieilles écritures, j´etais tenté de leur parler tout haut.”

¿Y quién – digo yo – que ha pasado largas jornadas recorriendo miles de viejos papeles, que ha visto brillar las diminutas arenillas con que fue secada la tinta, ahora rojiza por el tiempo, no ha sentido esa sensación de contemporaneidad que trasporta como una alucinación?
No es posible considerar aquí en su totalidad, el examen crítico que hizo el doctor Ferreiro en sus cursos a los supuestos en que se apoyaba la escuela clásica. Uno de los que citamos, sólo a vía de ejemplo, fue destruir el concepto de siesta colonial, mostrando que durante el período hispánico fueron frecuentes los quebrantos de la autoridad de mayor o menor volumen que corroboró con una imponente lista. Nótese bien que no se trataba de movimientos emancipistas o impulsados por causas superiores, sino simplemente conflictos originados por localismos, enfrentamientos raciales, contestaciones con la Iglesia, con el poder militar, con el fisco, o alzamientos localizados caudillescos. Uno de los aspectos más interesantes que creo debemos destacar es que el profesor Ferreiro en muchos casos, se valió de fuentes dadas a conocer por la propia historia clásica a las cuales su análisis crítico revelaba que era prueba opuestísima de cuanto antes a la ligera y con preconcepto se las había entendido.

Al tiempo de la invasión napoleónica, por ejemplo, son muchos los documentos que hablan de independencia. Pero, ¿qué quería decir entonces esa independencia? Se trata no de la independencia como la vio Miranda v.gr. esto es, separación absoluta de una España imperial, sino la independencia eventual para el caso de que España cayera definitivamente en poder de la Francia de Napoleón, posibilidad bien razonable. ¿Se seguiría sumisamente bajo el dominio francés del rey José?

Asimismo, otro testimonio de los análisis críticos del doctor Ferreiro es el estudio sobre Nariño en que toma como base a Jules Mancini, Bolívar, (etc.). París, 1912, y con sus propios documentos llega a diferentes conclusiones que el autor.

La totalidad de los temas sobre la América hispana que fue examinando en su curso el doctor Ferreiro escapan – ya lo hemos dicho – a esta disertación. Debo pues resumirla en que no hubo los tales 300 años de despotismo y arbitrariedad; hubo si, hacia fines del siglo XVIII y comienzos del XIX (los tiempos de Godoy) un descontento y afán reformista más o menos generalizado – no de independencia – dentro de la unidad de la monarquía. Y hubo también, casos aislados de tentativas de independencia, de separación de España y su monarquía. Rechazó y probó la existencia de un falso modelo interpretativo, un kit (para dar un término actual) al cual acomodar los hechos. El desarrollo posterior del pensamiento de Ferreiro se halla en Esquema de una interpretación crítica de la Revolución Americana, Síntesis de unas clases dictadas por el doctor Felipe Ferreiro en su "Curso de Historia Americana y Nacional para los alumnos de Preparatorios de Derecho" (ed) Comisión Fraternidad de la Universidad de Mujeres, Montevideo, junio de 1934.

Al comienzo dice el autor:
“Ahondando el estudio del tema y trayendo a su dilucidación muchos antecedentes que nadie hasta ahora había tomado en cuenta, llegamos a explicar de otra manera el proceso de la revolución americana, manera propia y enteramente distinta de la que sostiene la historia clásica. Naturalmente que nuestra labor es doble: crítica, por una parte demoliendo los argumentos de la concepción tradicional, mediante un severo análisis; y constructora, por otra, fundamentando nuestra tesis mediante una nutrida documentación.”
En esta parte de su curso repite y desarrolla con mayor amplitud las notas que editó en su revista la Asociación de Estudiantes de Abogacía en 1932 con el título de Causas de la Revolución de 1810 y de la evolución subsiguiente hacia la definitiva independencia. Comprobó en una y otra versión de su curso que el juntismo americano no fue otra cosa que un reflejo sobre América del español – acaso en el Montevideo de 1808 no resonó el grito de ¡Junta como en España! – y la invocación a Fernando VII, común a las juntas de 1808 -10, no fue sino una expresión sincera para el común e igualmente para muchos dirigentes. Sólo en una minoría fue cierta la máscara de Fernando VII.
De todos modos donde el doctor Ferreiro alcanzó verdadero aunque limitado eco – ya que la bibliografía édita que hemos citado, fue poco conocida – es en la conferencia de Buenos Aires desde la tribuna de la Junta de Historia y Numismática Americana sobre Filiación Histórica de las juntas de 1810 del 5 de diciembre de 1936 del que publicó un extracto La Nación – (Boletín de la Junta de Historia y Numismática Americana) vid. Mayo en la bibliografía Nº 74.
Demostró allí la influencia, en el momento, del Manifiesto de la Junta de Cádiz del 27 de enero de 1810 al tiempo de disolverse la Central de España e Indias.
Leyó aquí Ferreiro varias partes del largo documento y enfatizó este párrafo:
“Últimamente, - dice Ferreiro – la “Proclama”, [de la Junta de Cádiz] se refiere a la cuarta de las proposiciones por mi señaladas, [es decir, la influencia que ejerció su recomendación de que se siguiera su ejemplo] en una centena de sencillas palabras, que se pierden sin duda en el abundante texto; diré mejor, que se perdieron para la posteridad, agobiada de prejuicios y ávida de lo estrepitoso, pero que – me lo aseguran mis estudios – fueron bien pesadas, bien medidas y altamente valoradas por nuestros patricios del 10. Esas palabras, después de aludir al propósito del Capitán General Venegas de ´resignar el mando, en quien el Pueblo tuviese mayor confianza, reservándose de servir a la Patria en calidad de simple soldado´, y a la negativa del Ayuntamiento a acceder a esa renuncia, dicen así:

´Mas para que el Gobierno de Cádiz tuviese toda la representación legal y toda la confianza de los ciudadanos cuyos destinos más preciosos se le confían, se procedió a petición del pueblo y propuesta de su Síndico a formar una Junta de Gobierno que nombrada solemne y legalmente por la totalidad del vecindario, reuniese los votos, representase las voluntades y cuidase de los intereses. Verificóse así, y sin convulsión, sin agitación, sin tumulto, con el decoro y concierto que conviene a hombres libres y fuertes, han sido elegidos por todos los vecinos, escogidos de entre todos los individuos que componen hoy la Junta Superior de Cádiz: Junta cuya formación deberá servir de modelo en adelante a los pueblos que quieran elegirse un Gobierno representativo digno de su confianza´”.

Se ocupó luego del verdadero collar de juntas que se formaron de Caracas a Buenos Aires y reflexiona:
“Y bien; en este florecer de gobiernos nuevos, distendidos en caprichoso reguero, ¿no habrá tenido que influir algo – poco o mucho – el documento gaditano que acabamos de leer? ¿No habrá sido esta pieza, como el fiat de ese milagro súbito y coincidente de Caracas, Cartagena, Buenos Aires, Bogotá, Santiago y Quito? ¿Y el hecho de que los gobernantes de Lima, Asunción, Montevideo, Habana, Panamá, etc. eran ´dignos de confianza´ de sus respectivos pueblos, no explicará la circunstancia de que en ellas no se haya producido la instauración Juntista preconizada por Cádiz, para los casos de despotismo, incapacidad, ´afrancesamiento´?”.
Y prueba luego, en su exposición, la confirmación de su hipótesis de trabajo y llega a la siguiente conclusión:
“Exageraré, para ser breve, la conclusión que debe coronarla como extracto o resumen interpretativo: Para mí, por lo expuesto aquí a grandes rasgos y que en todo momento estaré obligado a aclarar y detallar más, el juntismo americano de 1810 debe definirse como un modo o solución patrióticamente salvadora de tremendas reacciones sangrientas contra gobernantes locales de acción que reputábase intolerable. Nace el Juntismo de 1810 sin la más remota idea de disgregación continental ni el menor propósito de impulsar la disolución de las Españas.
Inesperados hechos que comenzaron a perfilarse al día siguiente - se puede decir – de la erección de cada Junta fueron los que colocaron a ´los pueblos´ en el camino del separatismo y de la dispersión. Había que hacer un nuevo deber imprevisto y lo hicieron todos con firmeza y abnegación…”.
Completó su serie sobre la revolución americana con una ponencia presentada al II Congreso Internacional de Historia Americana, Ideas e ideales de los partidos y tendencias que actúan en el campo político del Reino de Indias de 1808 a 1810 y otro estudio De la gran resonancia de la Revolución de Mayo y sus causas (Conferencia, el 25 de mayo de 1939). El único eco, que sepamos, que tuvieron de inmediato estos estudios de Ferreiro fueron el reconocimiento de Julio V. González en una obra fundamental que también suele ignorarse, Filiación Histórica del Gobierno Representativo Argentino, 2. t. Buenos Aires, en cuyo inicio el autor expresa:

“Quiero cerrar esta Introducción con una palabra de reconocimiento para el eminente historiador uruguayo Dr. Felipe Ferreiro. Con su brillante conferencia de la Junta de Historia y Numismática Americana, sobre Filiación histórica de las juntas americanas de Gobierno de 1810, dio a conocer el Manifiesto de la Junta de Cádiz, cuyo texto se ignoraba. Apenas se tenían de él los pocos párrafos que insertó la ´Gaceta de Buenos Aires´. A mi pedido tuvo el Dr. Ferreiro la gentileza de enviármelo. A poco de recibirlo, lo encontré en el Archivo General de la Nación (Legajo ´Cabildo de Buenos Aires – 1810 – Documentos´) ejemplares del impreso original que lo contenía. Por su importancia lo doy en reproducción facsimilar, pero es para mi distinguido colega todo el mérito del hallazgo y de su valoración histórica”. (Tomo I - f. 15)

Y más adelante, reitera:

“Y digo a la América, sin limitarme al Río de la Plata, porque Felipe Ferreiro en su conferencia citada aporta pruebas de gran valor para demostrar que el famoso manifiesto [el de la Junta de Cádiz] circuló impreso por todo el continente e influyó poderosamente en la organización de los primeros gobiernos de las colonias que se liberaban”. (Tomo I, p. 106, fac. Lámina XVII).

Insisto que han quedado muchas páginas fuera de esta exposición que es apenas un bosquejo. Podríamos estudiar en detalle el hecho de que casi en coincidencia con Julio V. González (Ferreiro publicó su trabajo en 1937 y el segundo tomo de González es de 1938) hizo un examen global de los orígenes de La Soberana Asamblea Constituyente de 1813, y subrayó la influencia de las Cortes de Cádiz cuyas leyes se tomaron por modelo aunque no se dijo entonces ni luego, tema al cual González dedicó después, un tomo entero de cuatrocientas ochenta y seis páginas.
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Todo este trabajo en la docencia y en la historiografía a que nos hemos referido, preciso es señalarlo, lo cumplió el ilustre historiador urgido por otras ocupaciones que no permitían la dedicación total, que fue la realidad de su hora y que aún en muchos casos persiste. Ferreiro no dispuso de más concurso que su formidable biblioteca americana, sin auxiliares pagados por el Estado que trabajaran para él. Estuvo librado a su solo y propio esfuerzo y un sentido de autocrítica exagerado que determinó que su historiografía es menguada si se la confronta con su saber. Compensa, sin embargo, esta característica la alta calidad e interés de su obra.
Debo agregar en esta parte que el doctor Ferreiro fue miembro de historia de la Sección Nacional del I.P.G.H. en la que intervino activamente. Luego de su muerte, tuve la honra de sustituirlo por resolución del entonces Ministro de Relaciones Exteriores, Alejandro Zorrilla de San Martín.
En nuestro país – e incluso en otros con diferentes formas culturales y distinto desarrollo – se ha practicado la historia sin plantearse el para qué y el cómo de su conocimiento. Los supuestos teóricos en que se funda y su metodología, suelen ser patrimonio de ideologías dogmáticas – el marxismo, p. ej. – que mete la verdad en un lecho de Procusto o todavía se sustituyen por objetivos menores, sea un partido, un medio de vida, etc. Creo que habrá de interesar la comprobación – nunca expuesta que yo sepa hasta ahora – de que Ferreiro siguió los principios y procedimientos de la historia genética.
En sus recordadas notas de 1932 que tomó Velázquez, en la página nueve, Ferreiro dice:
“Hasta hace poco tiempo el método histórico era la forma llamada, desde Polibio, Pragmática, Historia narrativa, un poco campanuda, con discursos, con comentarios largos, propicios al descubrimiento de cualidades literarias y sobre todo a la búsqueda de causas profundas en los hechos simples. Hoy la Historia tiene otro método, que se llama, MÉTODO GENÉTICO, aplicado por primera vez por autores alemanes. Aquí, el Historiador debe concretarse a examinar los hechos en sí y después ver por qué se produjeron tratando de reunir el mayor número de antecedentes que puedan contribuir a explicárselos, sin importarse mucho ni poco por la crítica que se le pudiera hacer”.
Y bien, veamos qué era ese método genético, sus fundamentos y cuáles eran sus procedimientos y quiénes sus más destacados representantes, los alemanes a que alude Ferreiro.
“Superar el infecundo escepticismo de la ´Ilustración¨, poner su racionalismo al servicio de una crítica positiva de las fuentes, - dice Bauer (Introducción al Estudio de la Historia, p. 213, Barcelona, 1944) – estuvo reservado a NIEBUHR. Para la llamada historiografía genética, que luego encontró a RANKE su gran realizador, es muy especialmente característico lo que se relaciona con las fuentes. La historiografía pragmática, con su ejemplaridad, no puso gran empeño en el examen de las fuentes. La ejemplaridad es, precisamente, algo sin objetivo. Pero a quien, con independencia del bien y del mal, le incumbe relatar cómo han llegado a ser las cosas, le resulta mucho más importante la depuración metódica de las fuentes. En ellas busca lo real y elimina todo aquello con lo cual los adornos retóricos, estéticos, sentimentales ocultan y difuminan la realidad de los hechos trasmitidos.
Cuanto más cerca se sitúa la realidad, tanto mejor se representa lo histórico como un devenir permanente. Resulta claro que todo lo que es procede de algo distinto y anterior. Los grandes saltos y retrocesos, tal como la ´Ilustración´ los supuso, desaparecen. En su lugar, se presentan en todas partes transiciones, formas intermedias, añadidos. No todos los añadidos precisan encontrar en seguida su completa perfección, pero en lo espiritual ninguna fuerza queda perdida. Y la participación del historiador concéntrase pronto, con no disimulada preferencia, más en el llegar a ser de las cosas que en lo que ya se ha producido. Esto sucede también con la crítica de las fuentes. También se intenta determinar en ellas las distintas fases del curso de su devenir”.
En el Río de la Plata, según apunta Carbia, tal criterio histórico procede de la escuela erudita a la que se agrega “el mismo juicio orientador y las mismas técnicas de la escuela historiográfica de Ranke. Se quiere ver a plena luz, y con sentido humano de las cosas el panorama integral de lo pasado, tratando de encontrar la explicación de los fenómenos por caminos de su génesis”.
El revisionismo de Ferreiro armoniza perfectamente con los caracteres de la historia genética; tal su análisis de las fuentes, el conocimiento de los fenómenos históricos por sus causas reales y la determinación del cambiante devenir por hechos, ideas y creencias, que forman la compleja trama de la vida y por ende, de la misma historia.
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Su interpretación se reflejó en la cátedra que siguió sus enseñanzas. Varios profesores han desarrollado sus cursos conforme a las comprobaciones de Ferreiro, aunque desde hace algún tiempo han aparecido en las aulas – premio Lenin, Leopoldo Zea y su escuela. La contradicción con su militancia comunista y como prueba de su independencia por lo menos en este caso, Eugenio Petit Muñoz ha seguido los pasos de Ferreiro y así lo reconoce en una nota aunque demasiado breve y con limitaciones, en su libro Artigas y su ideario a través de seis series documentales que se editó en 1956 por el Instituto de Investigaciones Históricas de la Facultad de Humanidades y Ciencias, cuando yo ejercía su Dirección.
En otros, como fue mi caso, los estudios de Ferreiro estimularon el examen, con nuevas fuentes y la debida crítica de algunos aspectos contenidos en el tema general de la Revolución. Medio siglo después se ha acrecentado cuanto se sabía del pensamiento de la minoría influida por los filósofos del siglo XVIII y de la Revolución Francesa, responsables del desvío de la insurgencia legitimista hacia la Independencia; pero también sabemos que papeles dados a conocer en épocas relativamente recientes, por ejemplo, los documentos – subrayo documentos que no obras, que dio a conocer el Comité de Orígenes de la Emancipación del I.P.G.H. en Caracas sobre la conjuración de 1808 en Caracas para formar una junta suprema gubernativa, Tomos I y II, 1968, confirman plenamente las conclusiones de Ferreiro en su conferencia de Buenos Aires en 1936 donde reveló, como se expuso antes, la influencia decisiva del Manifiesto de la Junta de Cádiz.
Por cierto, que el método crítico del discurso del doctor Ferreiro, lo condujo a ciertos juicios que pueden no ser compartidos y no oculto que en lo personal algunos me merecen reservas; pero tengo presente que se formularon hace seis décadas, período en el cual el conocimiento se ha enriquecido con nuevas fuentes y análisis. Sin embargo, afirmo que lo sustancial de las conclusiones de Ferreiro sobre este tema permanece inalterado y constituye un legado fundamental para el conocimiento de la historia uruguaya, de América y aún de España. En la década del cuarenta Enrique de Gandía en su introducción a las Memorias de Tomás de Iriarte, (T. 2, 1944) – bastante más que una introducción y con su peculiar estilo de escribir historia que diríamos a verdad sabida y buena fe guardada porque generalmente el elemental aparato erudito está ausente de sus escritos – desarrolló una interpretación que se aproxima a la de Ferreiro. Años después, en 1966, la Comisión de Historia del I.P.G.H. publicó en México unos Estudios Bibliográficos [sobre] la emancipación americana. En sus fichas aparecen los títulos de obras revisionistas en Argentina, Chile, etc., aunque persiste una cierta cautela en historiadores distinguidos.
En rigor, puede afirmarse que la comprobación de los orígenes del movimiento juntista americano y el de sus primeras formas institucionales en España, las ideas reformistas y la evolución por la acción de minorías hacia la independencia se debe a Ferreiro quien fue el primero que puso en evidencia el proceso.
El Uruguay ha tenido en el pasado grandes historiadores, casi todos ceñidos a la historia uruguaya.
Ferreiro, sin desentenderse de lo que fue específicamente nuestro, abarcó toda la historia de América en su conjunto y cambió la interpretación de la Revolución para mostrarla en sus reales dimensiones, se le reconozca o no, sea por ignorancia o por motivaciones no históricas. Ningún historiador compatriota ha llegado a una contribución decisiva en un tema americano de dimensión tan considerable.
Las ideas de Ferreiro desconocidas por muchos, se han abierto camino gracias a la obra de otros que examinaron y pesaron como él, aunque sin conocerlo, la fuerza de los hechos documentados, me refiero a Demetrio Ramos en España, Zorraquín en Argentina, a Eyzaguirre en Chile y otros más.
Pero es indudable que quienes se proclamaron sus discípulos y sacaron provecho al afirmarlo, debieron reconocerle en vida el mérito de su legado o por lo menos en forma póstuma, ya que medios para ello no les ha faltado. Su obra édita la ha recopilado su hijo Hernán, como quedó dicho, pero nuestros libros no van al exterior por las estrechas miras de quienes deben llevarlos y, por ello se desconocen sus fundamentales aportes fuera del país.
El Instituto, que hubiera deseado colaborar en el reciente concurso oficial sobre su personalidad, el cual, según tenemos entendido, se declaró desierto, ha procurado superar el silencio en torno a la figura de Ferreiro, primeramente en vida al designarlo en 1952 Miembro de Honor (Acta Nº 755). En 1957 (Acta Nº 841) el señor Ariosto González en ejercicio de la presidencia, propuso editar en dos tomos sus obras, trabajo que no llegó a cumplirse por falta de medios; Arteaga, en 1986 le dedicó la exposición de orden al incorporarse como numerario; Traibel, Laroche, Flavio García – en una sesión especial cuando se cumplió el centenario de su nacimiento – y antes yo mismo, los cuatro, sus alumnos, nos hemos ocupado de su personalidad en exposiciones que constan en las actas; y hoy el Instituto le rinde su homenaje en esta sesión pública.
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A pesar de algún desacuerdo por el año cuarenta, en el que una labor nuestra concreta fue objeto de cierta crítica que entendí infundada, destinada en el fondo a otra persona y que no se originó en Ferreiro, integrante y luego presidente del Archivo Artigas, mantuvimos con él una cordial relación ininterrumpida y aún más estrecha, cuando siendo el director de Enseñanza Primaria (1959 – 63), me designó para integrar uno de los tribunales decisorios sobre qué maestros titulados se hallaban capacitados para ingresar al servicio. Tuve entonces oportunidad de reanudar nuestro trato en sustanciosas conversaciones, que quedaron inconclusas.
El doctor Ferreiro murió el 31 de julio de 1963 con pocas horas de diferencia con la muerte de mi padre, y en el mismo sanatorio y fueron llevados a la tierra en el mismo cementerio. Mi corazón no puede hoy y no podrá nunca disociar ambos recuerdos; junto a la memoria entrañablemente querida de Edmundo Narancio, tengo también presente la imagen siempre recordada con reconocimiento y respeto de mi profesor de Historia del Rodó o de las pocas clases que nos dio en el salón 1 del Vásquez Acevedo “sobre el nombre de la república y el patronímico que nos corresponde”.
Lo rememoro en mi imaginación, que me atrevo a calificar de fotográfica, de cabeza proporcionada, rigurosamente peinado, frente amplia; su rostro pálido, a veces ceniciento, siempre bien rasurado, era triangular hacia la barbilla, boca ancha y nariz aguileña prominente; lo recuerdo con sus ojillos penetrantes detrás de sus lentes – no lo figuro sin ellos – de sólido armazón. Aunque de exterior grave y circunspecto yo vi, en el aula o en su escritorio y biblioteca de su casa en la calle Constituyente quebrarse su tiesura con una sonrisa. De porte distinguido, impecablemente vestido, mostraba el señorío de esos caballeros españoles que hemos visto en las telas de El Prado y Toledo. Es esa una calidad de la aristocracia natural – según la acertada expresión que acuñó Jefferson – don de pocos y auténticos profesores que trasciende y proyecta sobre sus discípulos, más allá de su saber, un ejemplo de estilo vital superior. Ferreiro no fue un dador de clase que los hay por millares; fue un profesor de los que ha habido y hay pocos.
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==Obra Consultada==
Actos celebratorios del sesquicentenario
Exposición del Profesor don Edmundo M. Narancio
El doctor Felipe Ferreiro
El Profesor, el Historiador y el Académico
Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay
Montevideo, septiembre de 1993