Gesta/Naturales/En el anfiteatro

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EN EL ANFITEATRO
I

E

stoy ante un montón deforme de huesos sucios y de carne en descomposición.

¿Estoy ante un cadáver? Sí, pero ante un cadáver descuartizado horriblemente por carniceros humanos.

¿Me inspiran horror, miedo ó respeto esos miserables restos? No, me inspiran asco, repulsión y no sé qué más. Siento un desprecio profundo por la vida, un odio inmenso por todo lo que me rodea, al contemplar sobre el mármol, menos frío que la lívida cara del muerto que sostiene, toda una vida reducida á fragmentos asquerosos que han ido desgarrando del tronco, á manera de lobos hambrientos, los practicantes del hospital. Este quiere para sí una pierna, el de más allá se disputa un brazo, otro quiere un omóplato, y aquél con cara de sátiro, en cuyas facciones se revela el estoicismo de la costumbre, ese, quiere arrancarle el corazón!

¡La ciencia! El estudio, los descubrímientos modernos, la cirujía, todo lo que demuestre un esfuerzo, una aspiración, exijen el escudriñamiento, la disección. Y el desgraciado que sucumbió en la calle, presa del hambre y del frío; y el ebrio consuetudinario que quedó dormido para siempre una noche de invierno en el umbral de una puerta; y el forastero sin conocidos y sin recursos que cayó enfermo, y fué arrastrándose, en un día para él sin luz, como un mendigo, á pedir una cama en el hospital más cercano, todos estos olvidados de la suerte tienen que pagar su tributo á esa señora tan seria y de aspecto tan adusto que se llama: ¡La ciencia!

II
Estoy en el anfiteatro. En ese sangriento campo de batalla de la ciencia, en ese campo, donde se lucha encarnizadamente, á arma blanca, con lo desconocido, con lo ignorado. Muchas veces he entrado á los cementerios. He pasado muchas horas contemplando sepulcros, contemplando muertos. Hasta de noche, por capricho, he ido á hacerles compañía. Pero nunca ante las sombrías bóvedas, ante las sepulturas réjias ó ante la modesta cruz de palo que indica que allí yace alguien que pertenece á los que fueron, he sentido la impresión de disgusto, de desagrado, que experimento aquí. Allí lustrosos cajones, expléndidamente tallados, con brillantes manijeras de bronce, ocultan nuestras inmundicias; embriagante aroma de flores sofoca las emanaciones pútridas de los cadáveres; pero aquí, frente á frente á la verdad desnuda, mirándome de cuerpo entero en ese espejo;—¡Oh, vida, vida!— no es miedo lo que siento, no; es repugnancia, es rabia, es dolor de impotencia porque sé que yo soy lo mismo.

¿Y esto fué un hombre? ¿Y esto fué un ser, cuyo cerebro pensaba, cuyo corazón sentía? ¿Un sér con alma, en cuya frente el pensamiento, como águila de luz, aleteaba proyectando resplandores vivísimos? ¿Sí? ¿Y las palpitaciones del talento? ¿Y los relámpagos de la inspiración? ¿Todo, todo no es nada?..