Gotas de sangre/La Nochebuena de Teresita
La Nochebuena de Teresita
¡Nochebuena!... ¡Nochebuena!... ¡Noche triste!... ¡Noche triste!... Y esta Nochebuena tal vez sea, aunque sin voluntad de los parisienses, más grata al corazón de Cristo. Porque Cristo era triste y sobrio...
Noel es, por esencia, la fiesta de la infancia congregada alrededor del arbolito de Nochebuena, lleno de dulces y juguetes.
«Ce que je demande, c'est qu'en passant ce soir tu mettes dans mes sabots un petit peu de pain», dice la plegaria del niño pobre a Noel...
¿Cuál será la plegaria de la pequeñita Teresa Prieux, víctima de las torturas de Enrique Péemans? Amante y explotador de María Prieux, hermano mayor de Teresa, distraía sus ocios, mientras aguardaba el dinero recogido por María del fango de la calle, martirizando a Teresa. La golpeaba horriblemente, la mordía, la colgaba del pelo, le quemaba con la punta del cigarro. Una vez la obligó a sentarse, desnuda, en ceniza caliente...
Teresa Prieux es otra compañera mártir de Lucía Guyon, Juana y Germana Deblander, Gabrielilla y tantas otras. Juana y Germana Deblander fueron arrojadas a un foso de las fortificaciones y machacadas con piedras.
«Las dos pequeñas -declaró el asesino, padre de ellas- quedáronse dormidas al pie de las fortificaciones. De repente me resolví, y cogiendo a Germana por la pierna y el brazo derechos, la eché al foso. No gritó. Pero despertada de súbito, fijó en mí sus grandes ojos, abiertos por el espanto. Hice lo mismo con Juana. Luego oí. Nada. Ningún ruido subió del fondo...»
El asesino de Gabrielilla, Sauthon, que no tuvo tiempo para violarla, declaró tranquilamente:
«La noche era muy negra. Gabrielilla tuvo miedo de mí cuando me acerqué a ella. Después de hacerla comprender que no la quería mal, la di diez céntimos para que me siguiera a una hondonada del camino, allí donde están los pajares. Aceptó; pero pidiéndome que no la detuviera mucho porque la esperaba su madre.
Bajamos hacia los pajares. Un cuarto de hora después oí gritos que venían de la avenida Henri Corvol. Una mujer voceaba: ¡Gabrielilla!... ¡Gabrielilla!... ¿Dónde estás?... Al oir la voz de su madre quiso la niña huir. La retuve en mis brazos... Gritó. La tapé la boca con la boina. Como seguía agitándose la dije: «Aguarda, chiquilla, que te impida cantar,» y cogiéndola por la garganta, la arrastré hacia el Sena. Las personas que buscaban con luces a la niña se habían acercado a nosotros y tuve miedo. Al llegar al canal, Gabrielilla no se movía. Entonces pensé que la había apretado demasiado la garganta, y la eché al agua... Mientras que la madre husmeaba alrededor de los pajares, me escondí tras un montón de arena. Los acompañantes de la madre fueron hacia la orilla del canal, para mirar el agua... Yo fuí a acostarme más lejos. Cuando se marcharon todos, entré en una caldera vieja de una máquina ferroviaria, en la que había puesto unos montones de paja, y allí, como en buena cama, dormí de un tirón hasta las siete de la mañana.»
Al oír este siniestro relato, en la audiencia, la madre de Gabrielilla se abalanzó al asesino, gritando:
-¡Dejádmele!... ¡Dejádme que le juzgue!... ¡Quiero arrancarle los ojos!...
Renovando el suplicio de Tántalo, Desjardins acercaba a la boca de su hijo sin dejárselo beber, un vaso de agua; y la madre le enseñaba un cartucho de bombones cuando el chico tenía un hambre devoradora... Maltratado atrozmente, privado de comida y bebida, el chico rompía a llorar; y entonces, temerosos de que se alarmase la vecindad, los padres le obligaban a cantar en el balcón; -y cuentan los vecinos que había sollozos en el fondo del triste cantar...
Los niños sacrificados por sus padres son un terrorífico folletín que se saborea con fruición; pero sin el piadoso sentimiento y sin el reflexivo dolor que tenemos los que sabemos lo que es sufrir, cuando recordamos a la pobre niñita que, echada por su padre al fondo de un pozo seco, vivió allí varios días, con las piernecillas rotas, viendo con espanto el ir y venir de unas ratas enormes que se acercaban a ella, y el cauteloso andar de una culebra que se arrastraba entre los hierbajos; y con mayor espanto aún, cuando alzaba la vista para implorar misericordia al cielo sordo, la espeluznante negrura de viscosa y velluda araña, moviéndose en el fondo de su red, que tapaba la boca del pozo...
Dumas ha dicho:
«El hombre que pone voluntariamente -y siempre es con voluntad- una criatura en el mundo, sin asegurarle los medios materiales, sociales y morales de vivir, sin reconocerse responsable de todos los daños consiguientes, es un malhechor que merece ser clasificado entre los ladrones y los asesinos.»
¿Qué diría Dumas de los verdugos de niñas como Teresa Prieux?
Noel le dio de aguinaldo el que vecinos misericordiosos llamaran la atención de la policía, en víspera de Nochebuena, sobre los aullidos y sollozos de la niña, y la policía entró en la casa cuando Péemans, después de quemarla con el cigarro que fumaba, tapó las llagas con motas de algodón empapado en vinagre. Tenía 40 grados de fiebre.
La llevaron al hospital, la metieron en una camita limpia y blanca, la pusieron en la cabecera una ramita de gui, de la planta, eternamente verde, que atrae la dicha, del gui de los Druidas, misterioso y bendito, y no se ha vuelto a saber de ella sino que delira, delira...
Tal vez le diga a Noel:
«Ce que je demande, c'est qu'en passant ce soir tu mettes dans mes sabots un petit peu de pain...»