Gotas de sangre/El Ojo fascinador

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El Ojo fascinador


Señor D. Fausto Echevarría

Monte-Carlo.

Permítome llamarle Fausto Echevarría porque supongo que así es como se llama usted, aunque unos periódicos de París le llaman Ètcheverria, otros Scheweria, y otros, en fin, monsieur Fausto.

El nombre no hace a la cosa. Lo importante para usted es que se entere de lo que le dicen, a fin de que lo rectifique, en bien de su propio nombre de usted y del de los españoles en el Extranjero.

Con razón o sin ella, se supuso que usted podía dar luz en el tenebroso asesinato y descuartizamiento de la señora Emma Liwey, «digna de todo respeto», según han informado a L'Écho de Paris, y varios representantes de periódicos hablaron con usted.

El de Le Journal refirió que usted le había dicho que era el beguin o capricho de la mencionada dama. El de Le Matin puso en boca de usted la siguiente declaración:

«La primera vez que yo vi a la víctima fue en el Casino, adonde ella iba con frecuencia Yo había notado que ella me miraba con insistencia y buscaba ocasión de hablarme. Una tarde se me hizo presentar, y desde entonces hubo intimidad entre nosotros. El martes de la trágica semana vino a verme para enterarse de la salud de mi tía. Al día siguiente, pasé la tarde con ella y un amigo. La señora Liwey estaba muy contenta y bebió champagne con nosotros. a la una de la noche tuvo el capricho de que la acompañase en coche hasta la frontera italiana. Muy de madrugada volvimos de dicha excursión, y como Emma Liwey estaba fatigadísima y no quería volver a su hotel a una hora tan matinal, me pidió que la dejase dormir en casa. Consentí.»

Después de esta declaración de usted, queda bastante mal parada la reputación de la señora Liwey, quien, si digna de todo respeto -según L'Écho de Paris,- se timaba con usted, andaba a caza de usted, tenía capricho por usted, se iba de noche con usted hasta la frontera italiana, y muy de madrugada pedía a usted la dejase dormir en su propia casa.

La rectificación de usted, Sr. D. Fausto Echevarría, es tanto más de desear, por usted mismo, cuanto que el citado periódico Le Matin, después de hacer hablar al amo del colmado Frontières, en donde estuvo usted con Emma Liwey, dice:

«Las noticias que el posadero nos dio de Fausto Echevarría no son de las más favorables para él, aunque no le cree capaz de haber asesinado a Emma Liwey, a quien hacía el amor, según el posadero, porque Fausto, sin una perra chica, tenía imperiosas necesidades de dinero.»

Tampoco queda usted, Sñr. Echevarría, muy bien parado que digamos: sin una perra chica y rondando el dinero de Emma Liwey, que no era amante de usted, ni usted capricho de ella; puesto que ya advierte el posadero que usted la hacía el amor.

Balmaceda se hizo antipático a la opinión pública porque voceó desnudeces de la señorita Wadington. El procesado abate Larquemin ha producido profunda repugnancia por querer disculparse con exhibir flaquezas de su amante. Usted, Sñr. D. Fausto Echevarría, está en el mismo caso.

Y como no es creíble que haya usted querido hacerse un reclamo de ojo fascinante, o de mentecato que presume de cautivar corazones con sólo mirar los ojos de las mujeres, se impone la necesidad de que usted rectifique, aunque sólo sea para impedir que se diga que ha contribuído usted al descuartizamiento que los Goold hicieron con Emma Liwey; que algo peor que destripar una mujer viva, es deshonrarla de muerta.