Gotas de sangre/Genios y plagiarios sangrientos
Genios y plagiarios sangrientos
Los Gold, inglés el marido, francesa la mujer, que mataron y descuartizaron en su propia casa de Monte-Carlo a la sueca Emma Liwey, no deben de estar enterados de lo que sus respectivos países acordaron sobre la penetración pacífica; puesto que su modo de penetrar en la referida Emma, que no pudo hacerse la sueca aunque lo era de nacimiento, fue de lo más atroz que se ha visto en materia de penetraciones con puñal y sierra; tanto, que aunque ellos fueron ricos, y aun presumen de distinguidos, no cabe duda de que por vocación imperiosa nacieron para carniceros.
Hacer a una criatura 10 contusiones en la cabeza, cuyos ojos, por la fuerza de los golpes, parecen salidos de las órbitas; darla 14 puñaladas; arrastrarla a un baño y vaciarle las tripas, rellenando en seguida el vientre con tapones de tela; cortarla las piernas y la cabeza; meter el tronco del cuerpo en un baúl, las piernas y la cabeza en un saco de mano, y salir con semejante equipaje de un piso donde saltan a la vista coágulos negruzcos, esponjas embebidas de sangre, sesos y pelos, un puñal con la punta torcida, un martillo, una sierra y un revólver, es como haber puesto una carnicería a domicilio.
Ninguna precaución tomaron los Gold para restañar las secreciones de la víctima hecha pedazos en un baúl y en un saco, y los pedazos fueron destilando sangre en el tren que los condujo a Marsella y luego en la aduana. Como todavía no está de moda el viajar con un baúl dentro del cual sangra un busto y con un saco de mano dentro del cual sangran unas piernas y una cabeza, era de cajón -de cajón fúnebre- que los Gold no pudiesen competir con Borghése en ir de París a Pekín con semejantes piltrafas sin llamar la atención de aduaneros y mozos de cuerda obligados a cargarlas.
Imprevisores y estúpidos, los Gold no merecen que la Prensa parisiense les compare con la pareja Eyraud-Gabriela Bompard; y es que, como me ha dicho a mí mismo la astuta cómplice del asesinato de Gouffé, los periodistas franceses hablan de ella sin conocerla. El buen Gouffé, ahorcado en un periquete, sin decir ¡ay!, fue embaulado con aseo, sin dejar rastro de muerte.
Todo cuanto se ha hecho después en este sentido es plagio del crimen de Eyraud y Gabriela, y, como plagio, malo e imperfecto.
Así, los Gold no habían previsto el caso de que les hicieran abrir el baúl en la Aduana, y cuando les requirieron para abrirlo, palidecieron, se turbaron y no acertaron con el medio de salir del atolladero, que era de sangre.
En cambio, Gabriela Bompard, que, muy vestida con traje rosa y canturreando couplets, bajó de su cuarto detrás del baúl que llevaba el cadáver de Gouffé, a quien veló sola toda la noche anterior, tenía previsto y estudiado el caso de que se lo hicieran abrir en la aduana de Lyon.
-... Y si les hubiesen mandado abrir el baúl, ¿qué hubiera usted hecho? -la pregunté, creyendo yo que la ponía en gran aprieto.
-Muy sencillo -me contestó ella con la tranquilidad del mundo.- Hubiera dicho que había olvidado la llave, y hubiera ido a buscarla... para no volver.
Los Gold, pegados a la pared de la Aduana, no tuvieron ninguna salida, limitándose a dejar abrir el baúl y a contemplar ellos mismos, estupefactos y con ojos despavoridos, lo que traían dentro.
Eyraud y Gabriela Bompard -sacados a cuento por estos periódicos cada vez que sale a viajar un baúl sangriento,- fueron dos genios del crimen. Y no dejaron cría.
Lo único original que han hecho los Gold fue pagarle a la Liwey un viaje de verano, sin piernas y sin cabeza.