Historia de Cristóbal Colon y de sus viajes (Tomo I): Libro Primero. Capitulo XI

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Historia de Cristóbal Colon y de sus viajes (Tomo I)
de Roselly de Lorgues
Libro Primero. Capitulo XI


CAPITULO XI.


I.


Reinaban á la sazon en Palos la zozobra y el desaliento, pues no habia una familia á la cual no preocupara la suerte que hubiera podido caber á un pariente, ó á un amigo: todos temian participase sus temores, porque los consideraban perdidos para siempre en los abismos de la mar Tenebrosa. Siete meses y doce dias iban transcurridos; que también los dias se contaban entonces, sin recibir nuevas de aquellos hijos del pueblo, que una orden de los reyes obligó á seguir al gran prometedor jenoves, cuya memoria maldecian mas de una madre y de una esposa en sus insomnios. Cual fuera la suerte de los infelices sacrificados así en aras de la ambicion de un visionario estranjero, ni los alcaldes, ni el corredor marítimo Diego Prieto, bien relacionado en la corte, lo sabian.

Así estaban dispuestos los ánimos, cuando el Viérnes 15 de Marzo, á eso del medio dia, divisaron las jentes del puerto una carabela, que impelida por la brisa, venia montando el Odiel. Presto reconocieron en ella á la Niña, que traia en sus palos, ademas del pabellon de Castilla las banderas de la empresa. Una esplosion de regocijo resonó en seguida de uno á otro estremo del lugar, y en un instante la noticia de la vuelta de la espedicion, y de sus maravillosos descubrimientos circuló hasta la última casa. Cerráronse las tiendas, y en masa se trasladaron los moradores á la playa, y de allí en lanchas á los flancos de la nave. Repicaron á vuelo las campanas, tronó el cañón, se adornaron las ventanas con flores, y se tendieron telas por las calles. Colon fué recibido con los honores de un rey. Acompañólo el pueblo en procesión, como también á su jente, á la iglesia, donde fué á dar gracias al todopode- roso, por haber coronado con tan fehz éxito el viaje mas largo, é importante que se hubiera emprendido jamas. i Luego de tantas alarmas é inquietudes ¡cuál no debió ser el contento de las familias, al volver á estrechar entre sus brazos á los que ya desesperaban de ver en la tierra! Algunas horas mas tarde, mientras que la población entera, trasportada de imponderable alegria, felicitaba al almirante, y con las lenguas de bronce de sus campanas avisaba á las aldeas vecinas el suceso estraordinario, se vio llegar próximo á la Niña, otra carabela, muy conoci- da de los moradores de Palos, y á poco rato descolgarse un bote de su bordo, y segiñr rio abajo. Era la Pinta, y el que iba en el esquife su capitán Pinzón, que huia. Arrojado por la tempestad al golfo de Vizcaya, y per- suadido Martin Alonso de que haciendo agua, con sus averias y demasiado cargamento, habria perecido la Niña, dirijió á los reyes una relación de la descubierta atribu- yéndosela, y pidiéndoles permiso para pasar á la corte, y darles cuenta de la espedicion. Para esperar la respuesta venia á su pueblo á gozar del triunfo que se prometía. Mas al notar la bandera del almirante en el palo mayor de su buque quedó atónito y desconcertado, y temeroso de que su jefe no le impusiera el castigo merecido se fugó vergonzosamente, con el corazón rebosando hiél en presencia del triunfo del que esperaba suplantar. De los tripulantes de la Finta no faltaba ninguno, pues de cuantos quedaron en el fuerte de la Navidad, nadie era de Palos, y con razón pudo Cristóbal repetir á los que lo hablan maldecido las palabras del buen pas- . Robertson, Historia de Amériaa, t. I. lib. II. p. 143. tor:”Ni uno perdí de los que me disteis”.[1] El contento de los paleños estaba pues en su colmo, al ver que el almirante les devolvía á todos los que le entregaron, y no sabian de que manera manifestarle mejor su recono- cimiento y admiracion.

Los marineros de los alrededores de Palos hubie-

ran querido ir aquella misma noche á sus casas; pero no pudiendo olvidar el alma piadosa de Colon el voto hecho enfrente de las Azores, y que la perfidia del gobernador portugues de la isla de Santa Maria impidió cumplir sa- crílegamente, no les concedió permiso antes de que tu- biera efecto. La promesa consistia en ir á la primera iglesia dedicada á nuestra señora que se hallara mas in- mediata al paraje á que la Niña llegase. Ahora el sitio era Palos, y el templo Santa Maria de la Rábida, del cual continuaba siendo guardian el P. Fr. Juan Perez de Marchena, que así como celebró la misa solemne para el embarque, entonó el Te-Deum laudamus por la vuel- ta. Parecia que la divina providencia le tenia reservada tamaña satisfaccion.

La víspera se habían dado gracias al señor por la

descubierta, y al otro dia se dieron á la vírjen de la Sa- lud, el áncora de la esperanza del pobre marinero. Pa- tética fué la ceremonia. Todos con los pies descalzos y en camisa, desde el último grumete á el almirante, en el mísero traje del náufrago, fueron á rendir homenaje á Maria, la estrella del mar, por haberlos salvado de la furia del Océano. Seguíalos una multitud, que se asocia- ba de corazón á sus plegarias y á su reconocimiento.

Veíanse los marineros rodeados y escuchados como</ref>

oráculos, siendo el orgullo de sus familias: se los disputa- ban; y sus parientes se reunían para festejarlos. Pero Co- lon; á pesar de los honores y de los aplausos, se veia en Palos como en tierra estranjera, y no teniendo mas fa-

familia que la franciscana, ni mas hermanos que los de la Orden Seráfica, tornó á la Rábida, y á ocupar la celda que le reservaba el P. Marchena. Fácilmente se comprenderá cuan felices no se consi- derarian uno y otro. Aquella idea que primero tuvieron, antes de conocerse, aquella fe, que supo dominar el or- gullo y las preocupaciones de la ciencia, estaba al fin re- compensada. INo se engañó Yr. Juan Pérez cuando al contemplar la línea azul hacia occidente, se preguntaba si existirían tras ella tierras habitadas, y pueblos á que conducir la enseña de la redención, pues el árbol santo, la cruz, se habia mostrado en medio de ellos, y la salu- daban los inocentes hijos de los bosques, y ya podia cum- plirse el anhelo de san Francisco de Asis. Es inesphca- he la satisfacción evanjélica y el mutuo consuelo que se esperimentó en la pequeña comunidad de la Rábida. Si nunca, en ningún congreso diplomático se confe- renció sobre un proyecto de mas grande importancia que aquel, cuyas bases se discutieron siete años atrás entre Colon y el humilde franciscano, bien puede asegurarse, que jamas se concibió una combinación mas atrevida, que la que al dia después de su llegada bosquejó el al- mirante para enviar á SS. AA. En provecho de la mo- narquía española era tal vez mayor y mas inmediatamen- te ventajoso el trabajo, que trazaba con prisa y en el si- lencio de su celda, que el descubrimiento mismo. En él, completando Colon el despacho que remitió á la corte desde el muelle de Rastrello, hizo el resumen de su con- quista; aconsejó á los reyes rindieran homenaje de lo ha- llado á la santa sede,^ y demandasen su bendición sobre la empresa, por medio de una bula que la protejiera, é indicó el modo como, para evitar conflictos ulteriores, debían distribuirse las rej iones por descubrir entre los dos estados marítimos, que á la sazón se ocupaban en es- pediciones en el Océano. . Fernando Colon. JSistoña del almirante, cap. XLII. Al efecto, imaginó Colon hacer dar por el soberano pontífice, para los descubrimientos de los castellanos al O. un espacio igual al que poseyeran al E. los portugue- ses; y con el fin de fijar las fronteras de los dos reinos en la inmensa llanura de los mares, propuso im medio de sencillez divina. Con tanta firmeza y seguridad, como si tuviese ante los ojos dibujado en un mapa, el globo, del cual mas de las dos terceras partes no se conocían, marcó con una audacia sublime, ó por mejor decir, con una tranquili- dad anjelical la sección del Ecuador, que ninguno habia pasado, y puso al través de lo inconmensurable una señal jigantesca, tirando de polo á polo una raya ideal, que dividía la tierra, y pasaba á una distancia media de cien leguas entre las Azores y Cabo- Verde. Para verifi- car tan singular separación jeográfica escojió precisamen- te el único sitio de nuestro planeta, que hoy elejiria la ciencia:^ la estraña rejion de la línea, sin declinación magnética, moviente imperio en que la trasparencia de las aguas, la suavidad del aire, la limpidez de la atmós- fera, la abundancia de la vejetacion submarina, el brillo tropical de las noches, la fosforescencia de las aguas, indican una misteriosa marcación hecha por el dedo de Dios. Trazado tan colosal es el pensamiento mas atrevido, que haya imajinado nunca un hombre. Jamas entró ta- maña proporción en un cálculo de medida, y sin em- bargo Cristóbal, sin espantarse de su propia obra, sin vacilar, sin conocer tal vez lo prodijioso de su operación, tomó tranquilo sus medidas, y pidió lisa y llanamente, que las enviasen á Roma. Sin duda que todo lo que aducía el almirante en sus . Lo c[ne ofrece de injenioso, de nuevo, de importante bajo el punto de vista de la física, de la jeografia y de la cosmografía esta raya, que indicó Colon, se ha manifestado con admiración por Hum- boldt, principalmente en su Historia de la jeografia del nuevo conti- nente, y en su Cosmos, ensayo de una descripción física del mundo. Esto merece notarse. consideraciones, para la partición de los terrenos ines- plorados entre las dos coronas de Castilla y Portugal, era tan atrevido como lójico, tan osado como desconocido del resto de los hombres, y por este motivo, en razón á los obstáculos que siempre se oponen á lo nuevo, debia pro- vocar objecciones, dudas y resistencia. Pero el mensaje- ro de la providencia tenia fe en la infalible sabiduría de la Iglesia, depositaría de las verdades del verbo. Mas ade- lante veremos cuan bien justificó la sede apostólica su noble confianza.


II.


Los que hablan venido con el almirante podian ya descansar de sus trabajos, y gozar del reposo después de tantas fatigas y peligros; pero él, á quien la suerte, de cuatro veces, tres, señaló para la espiacion de todos, tenia que cumplir los votos á que le obhgaba una miste- riosa predilección. Primero tuvo que ir á Nuestra Señora de Guadalu- pe con un cirio de cinco libras de peso. En aquel retiro recibió grandes consuelos espirituales, conversó con va- rones santos, y trabó con ellos relaciones de amistad, que no se alteraron después. En prueba de su afecto ofreció á los relijiosGS imponer el nombre de su monasterio á una de las islas que descubriera, y en breve les cumpHó la palabra. En seguida fué á Moguer, al convento de Santa Cla- ra, al cual lo afiliaba naturalmente el cordón de san Francisco, que traia siempre bajo su vestido. Celebróse una misa solemne en acción de gracias, y luego, cuando vino la noche, entró solo en una capilla, cuyas puertas se cerraron tras él. Allí debia permanecer hasta el dia siguiente en oración.

La luz incierta de la lámpara del santuario, reflejándose en los marcos bruñidos de los cuadros, los bajo relieves del coro, los sepulcros de los condes de Portocarrero, antiguos señores del pueblo, emparentados con los abuelos de la condesa de Teba, emperatriz de los franceses, que se cubrieron de gloria, unos en pos de otros, en los pasados siglos de hierro, en la guerra contra los moros, las estatuas de sus mujeres y de sus hijas, colocadas alrededor de las paredes sobre sus tumbas, parecía animarlo todo, é imprimir á las inmóviles figuras movimientos siniestros. Un alma de no tan fuerte temple como la de Colon no habria podido rezar allí con calma. Entre aquellos fúnebres recuerdos de la nada y de las pompas humanas fué donde el mensajero del todopoderoso, delante del tabernáculo, en presencia de Jesu -Cristo, examinó de nuevo su corazón.

A la mañana siguiente pasó á visitar á sus antiguos amigos el P. Sánchez y Cabezudo, y les suplicó vinieran á Palos, donde les hizo ver los indios y el oro del nuevo mundo.i

Pero la obligación del almirante no había concluido aun, y asi, partió para Nuestra Señora de la Cinta en la misma provincia de Huelva, conforme al voto contraído, es decir; en camisa y descalzo.

Cumplidas las promesas, tornó Colon al convento de su orden, donde lo aguardaba el P. Marchena, su amigo y director espiritual. Y como hubiera estado por espacio de mas de siete meses privado del pan de los ángeles, sintió la necesidad de reanimar su alma, de reposar en la benéfica tranquilidad de la regla, y gustar del bálsamo reparador del claustro, depositando en el seno de Pr.

i. Pleito. Probanzas del almirante. Prim. pregunta. Suplemento primero á la colección diplomática. Juan Pérez, secretos que nadie ha conocido: lo que sufrió por los hombres, lo que recibió de Dios, sus conjeturas particulares, que nunca confió al papel, sus dudas cos- mográficas, sus cálculos indefinidos, bosquejos de su pen- samiento, los atrevidos corolarios de su intuición; todo quedó guardado en el grande y elevado corazón que latia bajo el burdo sayal de san Francisco. El desahogo de es- tas dos almas, llenas de tan ardiente entusiasmo por lo bello, y lo imperecedero; la libre comunicación de estos dos espíritus, reflejándose el uno sobre el otro, candidos en su fe, sublimes en su intuición, ¡cuan fecundo, cuan rico no debió ser en aspiraciones hacia el divino verbo, redentor nuestro, y de quien procede el amor y la cari- dad entre nosotros! No pudo el almirante pasar mas que siete dias en la Rábida, porque tenia que trasladarse á Sevilla, á esperar las órdenes de SS. AA., llegando á dicha ciudad poco antes que el despacho de la corte, que le fué dirijido con el siguiente significativo sobrescrito: A don Cristóbal Colorí^ nuestro almirante de la mar Océana, virey y gobernador de las islas descubiertas en las Indias. Contenia la letra misiva felicitaciones por su feliz vuelta, le ordenaba tomase en Sevilla sus medidas para una nueva espedicion en mayor escala, y lo invitaba á pasar á Barcelona lo mas pronto posible. Con el mismo mensajero envió Colon álos reyes un plan detallado de organización para el armamento de que hablaban; hizo luego en Sevilla cuanto le permi- tió la localidad, y por último, se puso en camino con los siete indios, que pudieron resistir los padecimientos del viaje, y con los desconocidos objetos que traia. Solo después de la salida de Colon para Sevilla se atrevió Martin Alonso á entrar en Palos. También él recibió de la corte una respuesta; pero terrible para su orgullo, y que completaba con su severidad el casti- go de su envidia. Este último golpe arrebató su última esperanza; sus rencorosos celos le ocasionaron una fiebre, de la cual murió al poco tiempo. Hombre de mar con- sumado, habria podido el señor Martin Alonso conser- var un puesto glorioso al lado de Colon, y asociar su nombre al hecho inmortal del descubrimiento, si, para emplear las mismas palabras del almirante, hubiera com- prendido la Jwnrá^ que le hacia con llevarlo á su lado. Por querer ser el primero, cuando no estaba destinado sino á ser el segundo, perdió el fruto de sus trabajos, la recompensa de los peligros que arrostró, y hasta lo que poseia antes de su partida: la felicidad y la consi- deración; y acortó su vida, manchándola antes con la deserción, la insubordinación, la violencia, la impostura y el fraude.


III.


Con la rapidez de una comunicación eléctrica llegó hasta los confines de España la noticia del prodijioso acontecimiento, que se celebraba en Palos, en Sevilla y en Barcelona. Y como el itinerario de Colon á la corte era atravesando por las mas populosas y florecientes pro- vincias, iba agolpándose á su paso un inmenso jentio de Murcia, Valencia, Aragón, Castilla y hasta de las mas escondidas aldeas. '^Resonaron los caminos y los campos con los vítores de los pueblos, que dejaban todo de la mano para verlo, y salirle al encuentro. Fué su viaje una verdadera marcha triunfal.^ El tropel que ocasio- . "JN"o mirando la honra quel almirante les Labia lieclio y da- do, &c". Martes 8 de Enero. . Charlevoix. Historia de Santo Domingo, lib. II. p. 107. naba su llegada á cualquier parte lo hacia demorarse. Su cortejo, mas estraño que pomposo, se abria con los marineros de la Nma, escoltando la bandera real de la espedicion, que traia un piloto. Luego venian otros cargados con ramas j árboles desconocidos, enormes calabazas, cañas jigantes, magníficos rosales, heléchos, algodón en bruto, yerba pincel, pimienta, coco, jenji- bre, y coronas, máscaras, braceletes y cinturones de oro, penachos de vistosas plumas, magníficos caracoles, lan- zas, arcos, flechas sin acero y espadas de madera petri- ficada; mas rezagados, los conductores de brutos nunca vistos, unos vivos, la mayor parte metidos en paja: aga- tises, guascos, disformes lagartos, serpientes de hermosa piel, conchas de carey y cocodrilos, y detras, al par que el horrible aspecto de dos monstruosas iguanas^ espan- taba la multitud, la aturdía con su grita mas de cuarenta loros, ajitándose en sus perchas, finalmente, formaban la retaguardia, los siete indios,^ engalanados á la usanza de su tierra, con primorosas pinturas blancas y mora- das, el reducido estado mayor del virey. Colon, de gran gala, y tres escuderos que pugnaban por contener la jen- te, ansiosa de contemplar de cerca las. facciones del reve- lador del nuevo mundo. A cada momento, no compren- diendo los indios el significado de las aclamaciones, vol- vían sus ojos á su padre adoptivo, que los tranquilizaba con una sonrisa. La historia lo ha justificado; no era para ver los in- dios y las rarezas que venian en su comitiva; que una curiosidad mas noble dada oríjen á tal sohcitud: querían contemplar al almirante^ y grabar en su' memoria las facciones del hombre favorecido por el cíelo, que había . La mas grande muerta por Colon el 21 de Octubre, tenia siete pies de largo, la otra, muerta por Martin Alonso Pinzón al dia siguien- te 22, no tenia mas que cuatro pies de largo. . Muchos de los indios de Cuba no hablan podido resistir los su- frimientos de esta penosa travesía; otros quedaron enfermos en Palos . . Herrera. Historia jener al de los viajes y conquistas de los caste- llanos en las Indias occidentales, decada 1^ lib. 11. cap. III. franqueado la mar Tenebrosa, y ensanchado los límites de la tierra. Todos los brazos se ajitaban, todas las fren- tes se descubrían: las madres levantaban en alto á sus hijos, para que lo vieran, y rezaban por él: aquello era una verdadera ovación universal. El héroe cristiano, conmovido por el entusiasmo, la admiración, los aplausos y las bendiciones de los pue- blos, solo á Dios atribuía su triunfo; al par que le con- firmaba la grandeza de la obra, para que se dignara esco- jérlo la providejicia divina. Habiéndose anticipado el pueblo á las órdenes de los reyes, tuvo que ceder la etiqueta de la corte; que tan- to para satisfacer á la opinión pública, como para remu- nerar de un modo nunca visto un servicio sin igual, pre- paró al virey una recepción hasta entonces única. El 1 5 de Abril,^ que era en el que debía entrar Colon en Barcelona, salieron á su encuentro gran parte de los habitantes, precedidos de la flor de la juventud, mientras una diputación de palacio lo aguardaba á las puertas de la ciudad. Como para realzar mas esta solemnidad bri- llaba el sol con todo su esplendor, y la tierra lucia sus mas ricos productos, perfumándolo todo la brisa del mar, im- pregnada de las esencias de las infinitas flores que prin- cipiaban á entreabrirse. Habíase dado mayor ostensión á la sala de ceremo- nias del alcázar, disponiéndola de suerte que, estuvie- ra á la vista del pueblo su interior, adornado con magni- ficencia. Bajo un espléndido dosel de brocado de oro, había dos tronos, una banqueta de terciopelo con franjas, y un poco distante un rico sillón. Momentos antes de llegar Colon entraron SS. AA. con mantos y coronas, precedidas de los heraldos, trom- peteros y servidumbre, tomando asiento en los tronos. El príncipe heredero ocupó la banqueta; pero el sillón perma- neció vacio. . Fernando Colon. Historia del almirante, cap. XLT. El séquito de don Fernando y de doña Isabel, y los consejeros, se puso á derecha é izquierda del dosel coil los dignatarios de Aragón y de Castilla, y mas lejos, los em- pleados civiles, los caballeros, los escuderos, y los pajes. En el sitio destinado al efecto, tomaron plaza las da- mas de palacio, los prelados, los ricos hombres y la no- bleza; y fuera de la balaustrada y de pié, los vehedores de ambas coronas, y los individuos de la clase media que estaban protejidos por algunos familiares de la corte. En la calle se apiñaban las masas, levantándose de ellas un sordo y prolongado murmullo. Los balcones, re- vestidos da flores y colgaduras, estaban atestados de damas, ajitando sin cesar los abanicos; y hasta los teja- dos no eran suficientes para contener espectadores. Presto comienza á subir de punto el rumor, á crecer y á robustecerse, y trocándose de repente en estrepitosas aclamaciones, al divisar los barceloneses los primeros ji- netes del cortejo, penetra atronador por las ventanas de la rejia morada. Aparece rodeada de los oficiales de la espedicion la bandera que habia flameado en la mar Tenebrosa, y de- tras, siendo la admiración de cuantos los ven, los hombres de tez bronceada, que fueron bajo ella al través de tan- tos pehgros, y los desconocidos objetos del nuevo mun- do; las plantas y los animales; pero sobre todo los des- nudos, pintarrajados y temerosos indios. Llega al fin Colon, tan modesto con su magnífico ro- paje, como cuando se alejaba de los muros de Santa Eé. Mas si en su persona se advertía esa sencillez, que en- jendra la grandeza de alma, el santo gozo que rebosaba de su corazón, imprimía á su rostro una tranquihdad y dulzura sublimes. Parecía que el esplendor del triunfo, al reflejarse en su frente, rodeaba su plateada cabellera con una aureola divina, y que sus facciones trasluzian la misión augusta que habia cumplido. Al entrar en el salón el revelador del nuevo mundo, como impelidos por secreto impulso, se levantaron los reyes,! é hicieron ademan de adelantarse, tendiéndole las manos, que él, como bueno y leal quiso besar, con la rodilla en tierra; pero no solo no lo permitieron SS. AA., sino que doña Isabel lo invitó á sentarse cerca de ella, en el sillón dispuesto para el caso, diciéndole: Don Cristóbal Colon, cubrios y sentaos; sentaos almi- rante del Océano y virey del nuevo mundo/'^ y húmedos de llanto sus ojos, enternecida y admirada, no quiso ocu- par su trono, hasta que Colon se hubo cubierto como un grande de España, y tomado asiento.^ Después de ha- blarle con el mayor afecto le pidieron los reyes refiriese la relación de su descubrimiento. En vano se ha descrito muchas veces la recepción del almirante en Barcelona, pues siempre los historiadores han olvidado la parte espiritual y cristiana de la solem- nidad, callando el discurso de Colon sobre el nuevo mundo, y tal vez ignorando esta primera lección de cien- cia comparada, que se haya dado en la tierra. Permíta- senos pues llenar tamaño vacio, y ya que no ha llegado á nosotros el testo de la alocución, restablecer el orden de los hechos y de las ideas jenerales, cuya esposicion tuvo efecto en la audiencia. Después de pasear tranquilamente la vista en torno suyo, como para que fuere testigo de sus palabras todo el auditorio, comenzó diciendo, que el verdadero carácter de la espedicion era cristiano principalmente, y científico y político de un modo secundario; y que los favores que plugo al cielo derramar sobre la nación española con su empresa, parecían ser la recompensa de la piedad y del espíritu relijioso de sus reyes: describió el espacioso Océano, hasta entonces vedado á la curiosidad de los mortales, y abierto ya á las naves españolas, y mostró el glorioso estandarte de Castilla, llevado por él al hemisfe- . "A su llegada se levantan los benignos reyes." Muñoz, Historia del nuevo mundo, t. 1. lib. IV. 15. . Marques de Pastoret. Histoire des découvertes, Ms., p. 96. . El P. Ventura de Ráuliea. La mujer católica, t. 11. p. 323. rio de los antípodas, el de las innumerables tierras, visi- tadas por la cruz; y narró en seguida, con claridad y método los acaecimientos de su viaje, desde su sali- da de las islas Afortunadas hasta el dia en que se partió de aquellas rejiones sin nombre, de las cuales por la gracia divina^ era inventor. Con su instinto de clasificación y de orden empezó por describir el terreno, su aspecto jeolójico y mineraló- jico, sus riquezas vejetales y las diversas especies de ani- males, tanto terrestres como acuáticos que habia obser- vado. En apoyo de esta esposicion jeneral de los pro- ductos del nuevo mundo, mandó le acercaran las mues- tras que traia, y así el intérprete de la creación puso una por una ante los ojos de sus oyentes distintas clases de ámbar, barro de colores, propio para hacer pinturas, mi- nerales, conchas, ostras de perlas, piedras preciosas, oro en su soroque, en polvo, en grano, puro y trabajado. Pasando de allí á los vejetales llamó la atención sobre las gomas y resinas, las plantas medicamentosas, las yerbas aromáticas, las especerías, el palo tinte, las maderas para tallar, el algodón, el maíz, la harina de casave, la caña dulce, y ese tubérculo feculoso, hoy ali- mento del pobre, y que se llama patata. En seguida, para dar á conocer mejor la diferencia de los nuevos países comparativamente con los antiguos, presentó animales estraños: terrestres unos, anfibios otros; ya vivos, ya embalsamados. Terminada su poética revista de los tres reynos de la naturaleza, se ocupó de la historia del hombre, que es su corona, y señalando á los siete indios presentes, se ocupó de las diferencias características de su raza, de su estado social, de la sencillez de sus costumbres, de sus creencias relijiosas, demasiado confusas y limitadas; pero que pa- . "Espuso las singulares mercedes que por su medio concedia Dios á los pios monarcas. El espacioso océano, cerrado antes á todos los mor- tales, ya patente á las armadas de España, etc." Muñoz. Historia del nuevo mundo, t. 1. lib. IV § 16. recian estar esentas de superstición idólatra, y por ello mas dispuestos á recibir con mejor fruto las doctrinas del Evanjelio. La luz de sus ojos, la dignidad de sus maneras, lo per- suasivo de su voz, lo poético de sus imájenes, lo atrevido de sus espresiones, lo autorizado de sus ademanes, real- zando la novedad de su discurso, tenian suspenso al au- ditorio, y solo eran comparables con lo majestuoso del asunto. La espansion de su alma, penetrada de las ma- ravillas del creador, estaba en armonía con el espíritu de la época y con los sentimientos de aquella corte guerrera, que el año precedente enarboló la cruz en el último torreón de los moriscos. Oyólo conmovido la ilustre é ilustrada reunión; y mientras el demostrador de las obras de Dios estuvo es- plicando las maravillas del nuevo mundo, no se notó el menor indicio de cansancio ni hastio en ella. La empresa del descubrimiento se habia acometido, sobre todo, para mayor gloria de Dios, para propagar el cristianismo, y hacer que hasta en los confines de la tierra se bendijera y alabara el santo nombre de Jesús. Y como al concluir su oración anunciara el mensajero de la pro- videncia, que una multitud de almas, privadas de la luz, iban á entrar pronto en el rebaño de los fieles, disfru- tando, gracias á la piedad de los reyes, de los beneficios de la redención, y los acentos de su fe y de su caridad infiltraran en los corazones tan consoladora esperanza, el arrobamiento y el fervor llegaron á su colmo. Apoderóse de la asamblea una emoción indescribible, mezclada de asombro y ternura, y los reyes, los grandes y el pueblo cayeron de rodillas, dando muestras de gratitud al todo- poderoso, y llorando con Cristóbal Colon lágrimas de felicidad. La música y los cantores de la capilla real en- tonan el Te-Deum, repite sus notas la inmensa voz del pueblo, y van prolongándose sus ecos como un murmu- llopor la ciudad, con tanto regocijo de las almas cris- tianas que, según el venerable obispo de Chiapa, sentian de antemano las delicias del paraiso. Luego se alzó el almirante, conmovido por el entu- siasmo que escitaba su presencia, pidió permiso á SS. AA. para retirarse á la casa que se le habia prepa- rado, y los dignatarios de la corona fueron acompañán- dolo hasta la puerta, rodeada de un jentio, ansioso de contemplar y aplaudir al nuncio del señor.


IV.


La fama de este acontecimiento, el mas grande y mas importante para la humanidad y la ciencia, fué esten- diéndose por todo el litoral de Europa hasta oriente. De Lisboa, de Cádiz y de Barcelona partia la noticia con cada buque, de modo que por Pisa y Liorna llegó á Florencia y á Siena, al mismo tiempo que al senado de Jénova por sus embajadores Francesco Marchesi y Gio- vanni Antonio Grimaldi, que volvian de España, y Pedro Mártir de Angleria se apresuró á escribirla á Milán al conde Juan Borromeo, caballero de la Milicia de Oro.^ El anuncio de este prodíjio recorrió en breve los estados cristianos, y desde el Adriático á la Gran Bretaña causó entre todos los marinos una sensación difícil de referir. El célebre Sebastian Cabot, que se encontraba entonces en Londres, dice, que el descubrimiento se consideró alli como una obra mas bien divina que humana,^ y así . Petri Martyris. Opus epistolarum, lib. VI. epist. CXXXI. . "A tliing more divine than liuman." — Memoir on Sebastian Ca- bot, illustrated, etc., p. 10.— Hackluyt, Colección, de viajes, p. 7. lo comprendía el gran navegante. Pero en la capital del mundo cristiano hizo mas profunda impresión. La corte de Roma y su sociedad, compuesta de los hombres ins- truidos V piadosos, que acuden de todos los paises cató- licos á saludar la cátedra de Pedro, se enajenó de ale- gría, y el soberano pontífice manifestó su regocijo dan- do gracias al señor públicamente, por haber permitido que aquellas naciones, que yacian sumidas en las som- bras de la muerte, viesen al fin despuntar la aurora de la salvación. Como el Sacro Colejio y los fieles, el mundo ilustra- do llegó al colmo de sus esperanzas; y los sabios y los cosmógrafos de la biblioteca pontifical, presajiaban in- finitas cosas á consecuencia del descubrimiento, que no era mas que su principio. El gran maestro de la litera- tura clásica, el oráculo de sus contemporáneos, Pompo- nius Lsetus, rompió en lágrimas^ de gozo al recibir la nueva del portento; que ya en adelante los héroes de los primeros tiempos, los semidioses del paganismo, las espediciones fabulosas ó históricas de la antigüedad, se veian eclipsadas con una realidad, que sobrepujaba á las fantasias de la imajinacion. El signo de la redención habia sido llevado al través de los imponentes espacios del mare Tenebrosmn* por un héroe, modelo de cristianos, cuyo nombre, símbolo ma- ravilloso de la salvación, recordaba la paloma, emblema del Espíritu Santo, y significaba Porta Cruz, Christofe- rens, Christophoro; por un hombre de cuyos sentimien- tos relijiosos no podia dudarse, porque desde el 25 de Abril, y de consiguiente á los diez dias de su entrada en . "Pre Isetitia prosiliisse te, vix que a lachrymis pregaudio tem- perasse." — Petri Martyris Anglerii mediolanensis, Opus epistolarum, lib. YII. epist. CLIII.

  • Cumpliéndose asi la profecia de David que dice:

Et dominabitur a mari usque ad mare, et a flu)nine usque ad tér- minos orbis terrarum. {Y señoreará de mor d mar, y desde el rio hasta los términos de la redondez de la tierra.) Psal. LXXI. 8. N. del T. Barcelona, se tradujo en latin por Aliander de Cosco, y se imprimió con autorización pontificia en la imprenta de Eucharius Argentinus una copia de su carta á Rafael Sánchez, y nueve dias mas tarde, dio testimonio el santo padre, con letra de su mano de la sublimidad del man- dato conferido por la providencia á su hijo querido. Después de tan solemne justificación de su descu- brimiento, pudo Colon haber muerto satisfecho; pues si bien no habia encontrado aun mas que islas, centinelas avanzadas de un continente desconocido, por este solo hecho tenia revelada la existencia del nuevo mundo, y cumplida su misión; pero Dios reservaba á su fervor otras pruebas y otras recompensas. Hay una escuela que se obstina en no ver en la des- cubierta sino el fruto de la casualidad, y cuando mas de la aplicación de una idea nueva en hidrografía, reducien- do así su mérito y sus prodijios á un simple cambio de derrota. Los Portugueses, dicen, querían llegar alas In- dias por oriente, siguiendo la costa de África, cuando Cristóbal Colon imajinó alcanzarlas por occidente, atra- vesando el Atlántico, y dio con islas con las cuales no contaba, creyéndolas el Asia; luego no encontró lo que buscaba, ni buscaba lo que encontró. ¿Pero aquella ajitacion, aquel asombro, aquel entu- siasmo, aquellas bendiciones del pueblo en las Azores, como en las orillas del Tajo, en España, como en toda la cristiandad, las hubiera podido escitar un cambio de rumbo? Entonces no se sabia en qué estribaba el des- cubrimiento, ni cual era su estension, ni su nombre ver- dadero; mas la actitud de las jentes, era una señal cier- ta de lo grande del suceso, ^u curiosidad sin ejemplo provenia de algo estraordinario, comprendía el mundo civiHzado, que se trataba de los destinos de la humani- dad, del engrandecimiento de las cosas, de la dilatación del dominio terrestre. No palpitaron tantos corazones porque las carabelas pusieron la proa al Asia por O. en vez de ponerla al E. sino porque se habia encontrado un nuevo mundo, como lo prueba oficialmente la divisa dada á su descubridor, que dice:

 Por Castilla y por Leon
 Nuevo mundo halló Colon.[2]

 ¿Y sino, que se nos diga si cuando se hallaron las Azores, las Canarias y las islas de Cabo- Verde, hubo semejantes manifestaciones?

 Los que atribuyeron el éxito del suceso á la sagacidad de Colon, ó á la superioridad de su saber, ó á su esperiencia en la marina, están desmentidos por él mismo; pues nunca atribuyó á su injenio, ni á su ciencia, lo que ni la ciencia, ni el injenio hubieran podido darles; sino que por el contrario, dijo terminantemente, "que para la ejecución de la e mpresa no le aprovechó razón, ni matemática, ni mapemundos,"[3] y es un hecho.

 Un antiguo viajero francés, llamado Thevet, que tuvo ocasión de hablar con personas que formaron parte de sus espediciones, dice, que el almirante no era muy esperto en las cosas de la marina; Jerónimo Girava Terracones en su Cosmografía, publicada en Milán por los años de 1556, juzgaba al jenoves Cristóbal Colon "gran marino, y cosmógrafo mediano;"[4] Humboldt lo declara "poco familiarizado con las matemáticas," lo acusa de haber hecho "observaciones equivocadas á la altura de las Azores," y se ocupa de su "carencia absoluta de conocimientos en historia natural;"[5] y un miembro de la Academia Imperial de Ciencias encuentra que ”Aristóteles estaba mas versado en jeografia que Colon„[6] y le estraña su "ignorancia en materia de cosmografía." Ademas, si en su tiempo habia otros marinos, que se suponian mas diestros que él, y á los cuales colocó en puesto preferente la opinión, no es posible referir al mérito científico, ni al saber del almirante su obra imensa. ¿A qué atribuirla entónces?

Digámoslo sin rodeos: la superioridad de Colon, la señal distintiva de su injenio, lo que constituye su gran- deza, es su fe. La fe no le hubiera infundido la ciencia náutica, hija de la práctica y de la observación; pero como su fe me- reció la gracia de Dios, hizo lo que otros no se hubieran atrevido á hacer, justificando de antemano con su ejemplo estas memorables palabras del ilustrado marques de Val- degamas: "Yo no se de ningún hombre acostumbrado á conversar con Dios, y ejercitarse en las divinas especu- laciones, que en igualdad de circunstancias no se aven- taje álos demás, ó por lo entendido y vigoroso de su ra- zón, ó por lo sano de su juicio, ó por lo penetrante y agudo de su injenio; y sobre todo, no sé de ninguno que en circunstancias iguales no saque ventaja á los demás en aquel sentido práctico y prudente que se llama buen sentido. "^ Su asidua contemplación de la naturaleza lo habia convencido de que la forma de los grandes cuerpos de la creación, los astros y los mundos era esférica, é infirió de aqui la redondez de la tierra. Como concibió las obras divinas en proporción á las nociones elevadas que tenia del creador, y de su fé en Jesu- Cristo y en el verbo, por quien todo ha sido hecho, encontró confirmadas en las Santas Escrituras, sus ideas cosmográficas. Se penetró de que el mundo estaba formado con plan y cálculo;^ de que en ninguna parte destruían la vida los rayos solares; de que no existian zonas inhabitadas, y de que no podia la mar Tenebrosa separar pai'a siempre á las naciones, privando á ciertas razas de conocer al señor. Creyó fir- memente en las palabras del profeta, cuando anunciaba que los confines de la tierra verian la salud enviada por Dios; en que vendrían los pueblos de las rejiones del aquilón y de las tierras australes, del otro lado de los . Donoso Cortés. Ensayo sobre el catolicismo &c. lib. II. cap. VIII. . Omnia in mensura et numero et pcmdere disposuisti. Sap. XI, 21. mares;^ y no admitió que el creador hubiese destinado la menor parte del globo para guarida de monstruos y brutos invencibles. De su confianza en el altisimo dima- naba pues su fuerza de voluntad, su paciencia, su reso- lución, su tranquilidad de alma, y el impulso misterioso de acometer y llevar á cabo su obra. He aquí la causa primordial, la base de su proyecto de descubrimientos. Demás está decir que nada tienen que ver con esto las matemáticas, ni las consideraciones deducidas de la jeografía, que solo vinieron en apoyo de sus deducciones teolójicas. Para él el cálculo no sirvió sino para comprobar la exactitud de su creencia católica en materia de cosmografía; que la sola ciencia no podia servirle de ningún provecho, en razón á que se apoyaba en cimientos falsos, como, verbigracia, el de que la mar ocupase solo la séptima, cuando cubre mas de las dos ter- ceras partes de la tierra. Sin embargo, la lucidez de la razón, la superioridad del golpe de vista y el ardor de la fe, no bastan para es- plicar el portentoso resultado de su empresa: en vano seria que nos esforzásemos para demostrar humanamente la obra sobrehumana del descubrimiento. Cuantos han estudiado la vida de Cristóbal Colon, sin esceptuar uno, lo mismo los historiadores contemporáneos suyos, que los cronistas de las Indias, que vieron por sus ojos los apuntes oficiales, han concluido por reconocer en las circunstan- cias de su llegada á España, en las que le retuvieron en ella, y en las que faciUtaron la ejecución de su pensamien- to algo sobre el nivel de lo que pueden preveer los mor- tales. Sin negar rotundamente el influjo de la divina pro- videncia sobre la humanidad, no puede desconocerse la . "Ecce nomen Domini venit de longinquo." — "Ecce isti de longé venient, et ecce illi ab aquilone et mari, et isti de térra australi." — Isaiae, cap. XXX, vers. 27, cap. XLIX, vers. 12. mano augusta que condujo á Cristóbal, * porque si algu- na vez el poder superior que preside al gobierno de los mundos, debió manifestarse en este, fue, no hay que du- darlo, para el suceso mas grande de nuestro planeta. Guando se recojan todos los acaecimientos y detalles de la descubierta, se halla necesariamente con el sabio Cla- dera que, seria preciso violentar nuestra conciencia para no creer, que para tamaña empresa tuvo influjo celestial, ó comercio con el ente superior que rije á los nacidos.^ El mismo almirante confiesa con su lacónica modestia, que nuestro redentor le ordenó el camino'^^ y como en su mente, en su íntimo pensamiento, en el fin que se proponia iba tan unido al proyecto de descubrir tierras el triunfo de la cruz sobre la media luna, y la emancipa- ción de los santos lugares, se vio una coincidencia singu- lar y fenomenal entre ciertos hechos y hasta ciertas fechas del viaje. Helos aquí. El Viernes, dia de la redención, de la conquista de Jerusalen y de la toma de Granada, parece señalar los principales incidentes de esta espedicion cristiana. El Viernes se dá Colon á la vela. El Viernes se completa la importante observación de la variación magnética. El Viernes se divisan los pájaros del trópico, primeros indicios del nuevo mundo. El Viernes aparece la mar de yerba, el gran fenóme- no pelásjico. El Viernes 12 de Octubre, se descubre la tierra, y en el mismo dia planta la primera Cruz en el nuevo suelo. El Viernes 19 de octubre, escribe que quiere estar

  • Tanto es esto verdad, que bien hubiera podido Colon decir con

el rey profeta: Si tomare mis alas al oriente, y habitare en las estremidades de la mar: Aun allá me guiará tu mano: y me sostendrá tu derecha. Psal. CXXXVIII. vers: 9 y 10. ^ N. del T. . Cladera. Investigaciones históricas sobre los principales descu- brimientos de los españoles en el mar Océano. jo. 46. . Documentos diplomáticos, número CXXXVII. de vuelta en Castilla en Abril, y en efecto, á mediados del mes designado, hace su entrada triunfal en Barcelona.

 El Viérnes 16 de Noviembre, encuentra una cruz ya preparada en una isla desierta del mar de Nuestra Señora.

 El Viérnes 30 de Noviembre, manda erijir una cruz de gran tamaño en Puerto Santo.

 El Viérnes 4 de Enero, parte para España al romper el alba, y á la mitad del mismo dia la providencia le trae al capitán desertor Martin Alonso Pinzón.

 El Viérnes 25 de Enero, la mar le provee de víveres frescos.

 El Viérnes 15 de Eebrero, se salva de una horrorosa tempestad y divisa las Azores.

 El Viérnes 22 de Eebrero, recobra su tripulación, prisionera de los portugueses.

 El Viérnes 8 de Marzo, la invita cion del rey de Portugal, su enemigo, viene a ser el primer testimonio de su gloria.

 Y el Viérnes 15 de Marzo, entra en triunfo en Palos.

 Entonces solamente fué cuando Colon observó la estraña coincidencia del dia de su llegada con el de su partida y las principales circunstancias de su viaje.

 Citamos las fechas; y que se deduzca la conclusión que se quiera, no podrá menos de quedar establecido, que durante aquella espedicion los principales acontecimientos tuvieron lugar en Viérnes.

 Si se agrega á esta coincidencia la de la suerte, que hace recaer en Colon, de cuatro veces, tres, la señal de la cruz, y lo designa asi para dar cumplimiento tres veces á los votos de todos, después de haber dicho como Washington Irving "que habia algo de estraño en la perseverancia de la casualidad en designarlo,"[7] convendremos en que una casualidad, que se adapta tan bien á las intenciones, á los sentimientos y á los deseos de Colon, mereciera de su parte algún reconocimiento, y de la nuestra obtenga alguna consideración. Cuando el mensajero de la cruz, confesando la inefi- cacia del compás y del astrolábio para su descubrimien- to, declaraba que nuestro redentor le habia dispuesto el camino, atestiguaba una verdad mas patente hoy, que en el momento en que la escribia. Su espedicion, emprendida contra las preocupaciones de las jentes vulgares y los datos de la ciencia, por un camino tan temido, es desde el primer ensayo, un mo- delo de navegación, y él sin saberlo, señaló á las jenera- ciones sucesivas el itinerario mas seguro y cómodo; iti- nerario que, según Humboldt, es el que siguen todavia todos los barcos de vela que van á las Antillas. Algunos marineros han aconsejado no inclinarse tanto al S. para buscar los vientos alisios, cortar el trópico á veinte gra- dos próximamente al O. del punto en que lo dividen por lo jeneral los navegantes, y abreviar en una vijésima par- te el viaje de Cádiz á Cumana; mas esto presenta tam- bién 'la probabilidad de luchar mas dilatado espacio con los vientos variables, que soplan tanto del S. como del SO/^^ El antiguo sistema, el derrotero de Colon, com- pensa lo largo de la travesía con la ventaja de hallar pres- to brisas constantes, y gozar de ellas la mayor parte de la navegación. Pero la vuelta del virey á Europa es, á no dudarlo, mas asombrosa aun que la seguridad con que marchó á las Indias la primera vez, porque no trajo la ruta de la ida, en razón á tener una carabela con la quilla en muy mal estado, otra con la arboladura resentida, y ambas hacien- do agua. Elijió pues, por inspiración propia, el rumbo mas seguro, aquel que habria de evitarle los chubascos y las neblinas, tan frecuentes entre las Azores y el banco de Terranova, y salvarlo de las tempestades que se es- perimentan harto á menudo á la altura de las Bermudas; . Humboldt. Voy age aux régions équinoxiales, i. II. lib. 1. p. 8 et. 9. y logró sin gran dificultad alcanzar los vientos alisios. Es cierto que sufrió tiempos horrorosos; pero aquellas terribles perturbaciones atmosféricas fueron de todo punto escepcionales. Despues de haber tomado el camino mas propio para sus descubiertas carabelas, una estraña casualidad lo apartó de peligros, de que él no podia tener noticia, y así, la fúria de los elementos puso de manifiesto una vez mas la proteccion que le dispensaba el altísimo. De otra manera no se concibe cómo un casco tan pequeño y quebrantado como el de la Niña pudiera conservarse. Tanto es esto asi, que los habitantes de Santa Maria en las Azores, y los de Cascáes y Lisboa quedaron atónitos de que la frájil y averiada nave hubiese resistido á la violencia de semejantes tormentas.

"Tales fueron, dice Washington Irving, las dificultades y peligros que tuvo que vencer á su vuelta á Europa: si una décima parte de ellos le hubieran disputado el viaje de ida, sus tímidas y facciosas tripulaciones se habrian opuesto con armas á la empresa, y nunca hubiera sido descubierto el nuevo mundo."

Aquella previsora y afanosa casualidad, á que tanto debia, procuró que en la primera espedicion los obstáculos no fueron insuperables, y opuso siempre á las mas graves dificultades, coincidencias propicias. Cuando se observa el carácter insolente de los oficiales compañeros de Colon, y el abandono en que lo dejaron sus marineros, despues de varado su buque, se comprende lo que habria sobrevenido si la bravura de la mar Tenebrosa hubiera juntado sus peligros á los fantasmas de sus pavorosas imajinaciones.

Felizmente la casualidad que precedía sus pasos, era el ánjel de su guarda y lo guiaba y advertía con incansable solicitud.

Esa casualidad que le dá viento ó marejada cada vez que así le conviene; que le aplaca las iras de los suyos, y le conserva su autoridad en el momento mas crítico; por la cual, sin poseer indicio alguno visible, predice el dia del descubrimiento, y designa en Octubre su llegada en Abril al lado de los reyes; que lo proteje contra las asechanzas de la envidia, del ódio, de la corte portuguesa, y del furor de los elementos, y le prepara un triunfo al lado de su enemigo, es una casualidad tan intelijente y fuerte, y se asemeja tanto á la providencia, que, cualquiera que sea su nombre, nos parece un prodijio tan milagroso como el milagro mas patente.

Desde el primer dia, cuanto hubo de maravilloso en medio de la exactitud del sistema cosmográfico de Colon, se apreció en su justo valor en la capital del mundo cristiano, que comprendió por instinto el carácter sobrenatural de su mision, siendo esta glorificacion del almirante una prueba irrecusable de la infalibilidad de la Iglesia.

Vamos á ocuparnos ahora de un hecho que, por la primera vez se hallará espuesto con verdad, y al cual los historiadores de Colon no han dado nunca importancia; hecho sin embargo, no menos interesante que ignorado, no menos ignorado que auténtico, no menos auténtico que edificante, y no menos edificante que demostrativo de la autoridad sobrenatural que Jesu-Cristo ha trasmitido á su Iglesia.



V.



El 25 de Julio precedente, cuando ante los atemorizados paleños se preparaba Cristóbal Colon á franquear el Atlántico, su ilustre compatriota Inocencio VIII se disponia á dar cuenta á Dios del gobierno de su Iglesia.

Entró á sucederle Alejandro VI, uno de los pontífices mas indignos de que, sin duda, hace mención la historia: no obstante; es preciso decir en honor de la verdad, que la calumnia y el espíritu de partido han exajerado mucho sus faltas, sobre todo, confundiendo la vida privada del militar con la oficial y regular que observó despues de su erección al pontificado; y que tal como fué, con sus buenas cualidades y sus defectos, comunes entónces á la mayoria de los grandes señores, mientras obró como heredero del primado de Pedro, ni cometió errores ni tuvo debilidades; pues ninguno de sus actos es defectuoso, sino por el contrario, como ha dicho Maistre, su bularlo es intachable. Y para que el legado del poder espiritual, contra quien no prevaldrán las artes del infierno, aparezca siempre garantido por la providencia de las faltas inherentes á la flaqueza humana, fué este mismo pontífice, á causa de sus debilidades y flaquezas, quien puso mas de reheve la infalibilidad de la santa sede.

Siguiendo el consejo de Cristóbal Colon, impetraron los reyes católicos del papa una bula, que les concediera las tierras que hablan descubierto á poniente, y las que todavía esperaban descubrir.

Cualesquiera que pudiesen ser las disposiciones personales de Alejandro VI hácia la corte española, no era dable acceder inmediatamente á la demanda, pues el caso requeria prudencia y parsimónia, por haber Portugal obtenido un privilejio para sus descubrimientos hácia oriente, y ser preciso evitar que, un favor hecho ahora á España, diese marjen á conflictos entre ambas naciones, en los reinados ó siglos sucesivos, y que la obra del apostolado acarreara sangrientas rivalidades entre dos pueblos cristianos. Se hacia menester una señal, una línea divisoria, y esa era la dificultad.

¿Dónde remataba el oriente? ¿en qué punto del espacio ilimitado de los mares principiaba el occidente? Tal era el problema que se tenia que resolver.

Nunca se sometió al pontificado una cuestión mas espinosa de jeografia y de política.

Segun las tradiciones de prudencia de la santa sede y de las temporizaciones ordinarias de la cancillería romana, hubieran debido ocuparse de la cuestión comisiones de cosmógrafos en Portugal, Castilla é Italia, con el fin de deliberar segun sus respectivos dictámenes, y partir sobre seguro. Esto exijia un plazo de dos años. Pero sin duda los reyes, al formular su demanda, añadieron la copia de las notas, que redactó Colon en el convento de la Rábida; y era tal el interes que inspiraba en Roma esta empresa cristiana, y tanta la confianza de la sede apostólica en la santidad del objeto, y en la pureza de sentimientos de su autor que, sin vacilar, sin detenerse, como iluminado repentinamente Alejandro, acerca de la obra y del operario, aceptó y proclamó la verdad de su sistema cosmográfico, reconoció esplícitamente la redondez de la tierra, su rotación sobre el eje que tiene por estreñios los dos polos, y sostuvo todas sus aseveraciones científicas. En el estado contradictorio en que se hallaba la cosmografia, semejante afirmación fué un asombroso atrevimiento.

Alejandro VI, no consideró como una negociacion diplomática el privilejio que iba á conceder, ni obedeció en ello á inclinaciones personales, ni puede llamarse á lo que hizo, condescendencia de un papa español con reyes españoles; ni el español, ni el soberano, sino el pontífice procedió en calidad de jefe de la Iglesia, con asistencia de los venerables cardenales presentes en Roma;[8] porque no se trataba de un interes internacional, de un negocio pendiente con Castilla, sino de los intereses vitales del catolicismo, de la conquista de las almas, de la difusión de la ciencia, y del aumento del reino de Jesu-Cristo.

Siendo justa la demanda de Castilla, el soberano pontífice, con el consentimiento del Sacro Colejio que lo rodea, otorga el privilejio por su bula fecha 3 de Mayo de 1494. Hecho esto, se trató de dar reglas para su práctica, de fijar límites á las espediciones de los castellanos, y de dividir entre ellos y los portugueses las partes desconocidas del mundo, á que las dos potencias llevarian el Evanjelio, y con él la civilizacion. Aquí es donde apareció visiblemente la parte que tuvo la Iglesia en el descubrimiento, y en la que muestra sus efectos la bendicion íntima de Inocencio VIII sobre la empresa de su compatriota Colon.

Tal como es, Alejandro acepta entre sus obligaciones pontificales el patrocinio del papado en la invencion del nuevo mundo; y con fé en Colon, le dá pleno crédito en cosas inauditas, le dispensa de toda prueba, justifica sus cálculos improbados, y solo en él y por él se funda y se compromete en la colosal particion del hemisferio inesplorado, entre las coronas de España y Portugal. Cuanto el mensajero de la cruz propone lo concede punto por punto, cual indicacion de la providencia; el jefe de la Iglesia fija las jigantescas proporciones de la operacion jeométrica trazada por Colon; la santa sede toma bajo su responsabilidad la exactitud de aquel deslinde de lo desconocido é inconmensurable; y para fijar á españoles y lusitanos la barrera que ha de mantenerlos en lo sucesivo en sus respectivos límites, el vicario de Jesu-Cristo con un arrojo sobrehumano tira una línea en la carta aun informe del globo, que, arrancando del polo boreal, y pasando á unas cien leguas al O. de las Azores y de las islas de Cabo-Verde avanza por medio del Océano Austral, y no se detiene hasta el polo Antártico, atravesando ¡oh maravilla! por toda la estension de la tierra, sin encontrar en la inmensidad de su travesia el menor lugar habitable, de que pudiese surjir la menor desavenencia.

La milagrosa exactitud de esta operación dió ademas por resultado, el asegurar á la nacion española en premio de su celo por la doctrina del divino maestro, el dominio esclusivo del nuevo continente. Varios escritores protestantes observan, que, la santa sede, al hacer la demarcacion, se espuso también á colocar uno enfrente de otro en el mismo paraje á dos pueblos rivales, puesto que iba por paralelos y lonjitudes, que ningún bajel habia surcado; siendo presumible que en la dilatada distancia recorrida cortara alguna gran porción de tierra. Sí, pero milagrosamente pasó por el único sitio en que no la habla; y ese es el prodijio.

Helo aquí:

La señal pontificia parte del polo Ártico, llega á la misteriosa latitud de la linea, prosigue y pasa á la altura media de cien leguas entre el archipiélago de Cabo-Verde y las Azores, franquea el trópico, corta el Ecuador, se acerca al cabo de San Roque, continúa por el Atlántico, se aproxima ala isla Clerk, y por entre Sandwich y el grupo de Powel se interna en el círculo Antártico, para ir á perderse en los eternos hielos del polo.

Si tomamos el mapa moderno mas perfecto, ya sea el de John Purdi[9] ó el de Johnston,[10] y tiramos una raya que siga el mismo camino que la puesta al través de lo desconocido por el soberano pontífice, quedaremos confusos de ver que desde Europa al polo Antártico, recorre nuestro planeta sin encontrar tropiezo. Y si en seguida tratamos de hacer lo mismo por otro sendero que no sea el que marcó la santa sede, daremos sobre alguna isla ó continente.

La señal del jefe de la Iglesia tiene algo de grande y de sublime, que hace inclinar de respeto á la ciencia.

Si la luz del jénio de Colon, si su mirada profética, al pasearse con tal acierto sobre el mundo, nos confundo, no nos causa menos admiración el observar la confianza absoluta que mereció al pontificado, y doblamos la frente ante su escepcional atrevimiento, que por otra parte hace auténtico y sanciona como hechos consumados las intuiciones del peregrino que albergó la Rábida.

Roma comprendía á Colon. Comprenderes igualar; y Colon era merecedor de la simpatía del santo padre y del Sacro Colejío. Jamas asunto mas grave, ni mas delicado, ni que exi- jiera mas grandes demoras, pudo someterse al pontifica- do, y sin embargo, como observa muy bien Humboldt, '^nunca se terminó con mas prontitud una negociación con la corte romana/^ pero lo que sorprende á este sa- bio universal, son las dos bulas '^iguales en su primera mitad y dadas en el intervalo de veinticuatro horas. '^^ Su estrañeza indica suficientemente cuan ajeno es el ilustre protestante al carácter de Cristóbal, pues estas mismas dos bulas, cuando una sola hubiera bastado, sir- ven para probar la estimación que profesaba la santa se- de al revelador del nuevo mundo, y la importancia que daba á su obra. En la primera bula, fecha 3 de Mayo, que se llama de Concesión, la santa sede otorga á la monarquía española las tierras descubiertas, con los mismos priviléjios y de- rechos que los papas concedieron en 1438 y 39 á los reyes de Portugal: es la donación hecha á España á pe- tición de sus reyes; pero al día siguiente, procediendo á la separación de las dos herencias, y para honrar y so- lemnizar mejor su obra, obra única, sin precedente, sin igual, el soberano pontífice consagra en una bula parti- cular la delineacion que acaba de hacer, por la confian- za plena que tiene en Colon. He aquí una circunstancia característica del pensamiento que hizo separar en dos bulas el legado: al hablar el papa del almirante en la bula de Concesión el 3 de Mayo, se limitó á llamarlo hijo querido, sin calificarlo de una manera mas esplícita; pero al otro día, en su bula de Repartición, como sintien- do el deber de dar un testimonio solemne de amor al men- sajero de la buena nueva, el jefe de la Iglesia, caracte- . Humboldt. Historia de la jeografia del nuevo continente, t, III. p. 54 riza oficialmente al héroe que acaba de agrandar el mun- do, y no se satisface con calificarlo de hijo querido '^di- lectum filium'^ sino que lo reconoce plenamente digno de tan alta misión, ('^Virum utique dignum'O dice que es muy recomendable por diversos títulos ('^A plurimum commendandum'O y declara que estaba destinado para tamaña empresa, ("ac tanto negotio aptum naba á los dos reyes, en virtud de la santa obediencia, mandasen hombres probos y temerosos de Dios, instrui- dos, esperimentados y hábiles para enseñar según la fe católica y las buenas costumbres á los habitantes de aque- llas rejiones.i Toda la bula respira una grandeza y una majestad im- ponentes, y deja entrever el presentimiento de un in- menso porvenir: el acrecentamiento y la supremacía de España en el mundo cristiano. Al terminar, recuerda á los reyes, que el oríjen de todo poder, de todo imperio, y de todo bien, viene de Dios; y les anuncia que, si confiados en él, perseveran en su obra de la manera indicada, dirijirá sus acciones, y que prontamente sus trabajos recibirán la recompensa mejor para felicidad y gloria de la cristiandad entera.



VI.



Mientras que en todos los estados cristianos merecia el nombre de Colon los mas grandes elójios, y escita- ba la admiración jeneral, su persona recibía en España honores y homenajes desacostumbrados. A cualquier hora tenia entrada franca en el alcázar, donde era tratado por SS. AA. con la mayor deferencia, y la reyna Isabel, que no cesaba de interrogarlo y oirlo, lo autorizó para que en su escudo acuartelara las armas reales de Castilla y de León. No se decidla ningún proyecto sobre la próxi- . "...Yiros probos et Deum timentes doctos, peritos et expertos ad instruendum Íncolas et habitatores pra^fatos ia fide catkolica et bo- nis moribus, etc." — Bula del 4 de Mayo 1493. § VII. Colección diplo- mática, núniero XVIII, ma espedicion, sin consultarlo previamente con él, y fué tal su favor, que muchas veces se vio á don Fernando pasearse á caballo, llevando á su derecha á su hijo primo- jénito, y á su izquierda al virey, honra sin ejemplo. Era que entonces S. A. se enorgullecía de aquel, cuya pre- sencia electrizaba al pueblo, llenando de celos a los mas poderosos de los grandes. Después de los monarcas el primer español que dis- tinguió á Colon fué un príncipe de la Iglesia, el gran car- denal de España, don Pedro González de Mendoza. En obsequio suyo dio un magnífico banquete, en el cual le señalo el sitio de preferencia, haciéndolo sen- tar bajo un dosel, y sirviéndole en platos cubiertos las viandas, que se probaban antes en su presencia, con arre- glo á la etiqueta de palacio, y como correspondía á su dignidad de virey. Este convite inauguró la serie de aga- sajos que le tributaron los primeros personajes de la cor- te, y sirvió de norma para la etiqueta, que desde enton- ces se observó con él. Al recuerdo del festín del cardenal se ha querido ligar la anécdota del huevo; conseja insípida á que tal vez debe la memoria de Colon la mayor parte de su popula- ridad en Europa. Cuentan que, habiéndole preguntado uno de los asistentes, si creía que á faltar él nadie hubiera podido descubrir las Indias, Colon por toda respuesta pidió un huevo, y propuso á los que allí estaban el ponerlo de- recho sobre la mesa. Como lo intentaran en vano todos, añaden, que él lo tomó, y dando con uno de sus estre- mos un golpe sobre la mesa, lo acható por aquel lado, con lo que pudo sostener el equilibrio, y quedar de pié. Tal és en sustancia el hecho referido. Washington Ir- ving no teme darle crédito, y para sobrepujarlo, Lamar- tine hace representar esta farsa en la misma mesa del rey.¹ 1. De Lamartine. Le Civilisateur, num. de Octubre de 1852. p. 355 No perderemos el tiempo en demostrar lo absurdo de semejante historieta por lo ridículo de su inverosimi- litud, pues carece de sentido y de sal, y nada prueba, ni esplica, ni podria deducirse de ella ninguna conse- cuencia: ni es respuesta, ni alusión, ni ofrece en último resultado otra cosa que una especie de mal jénero. ¿Rompiendo un huevo por la punta, cuando lealmente se trataba de ponerlo en equilibrio, habia de manifes- tar el virey la causa de su descubrimiento? ¿Con tan poco tacto, y razón de tan pésimo gusto hubiera probado Colon su jénio superior y su constancia? ¿Habria espli- cado los favores que á manos llenas derramaba sobre él la diviníjL providencia y justificado el éxito de su teoria, basada en errores científicos, con artes de titiritero y de titiritero torpe, por no decir tramposo? Las circunstancias de tiempo y de lugar desmienten no menos la imbécil anécdota que nos ocupa, porque, ¿quién se hubiera atrevido, ya fuese en la mesa de los reyes, ya en la del gran cardenal á dirijir una pregunta tan fuera de propósito al virey de las Indias? ¿quién, re- petimos, se hubiera permitido una pregunta tan des- atenta como irrespetuosa? y, ¿cómo es posible que el al- mirante olvidara la etiqueta hasta el estremo de dar ór- denes en presencia de sus augustos huéspedes, pidiendo le trajesen un huevo? ¿Fuera esto compatible con el nú- mero y calidad de los convidados? Ninguno de los historiadores españoles ha hecho men- ción de esta insípida anécdota, y solo el milanes Giróla- mo Benzoni la refiere, trascordado sin duda, porque, es- tamos convencidos de ello, el cuento del huevo es de oríjen italiano, y hasta pensamos que Colon en su tierna infancia oyese á su madre repetirlo, pues con visos de verdad se atribuye al célebre arquitecto Brunellesco, en cuya boca, por mas insulso que sea, no parece imposi- ble. En torno de una mesa de taberna pudieron unos artistas florentinos, rivales y envidiosos, venir á usar de esas preguntas y metáforas picarescas, en que no hay mas lojica que el retruenaco; pero no en otra parte. An- tes que nosotros dijo Voltaire, que el cuento del huevo se tenia por de Brunellesco,i y en esto estamos confor- mes con él. Por la dignidad de la historia suplicamos á nues- tros lectores, que no repitan mas tan ruin anécdota, que no imputen al revelador del nuevo mundo un chiste tan miserable, porque creer en él seria desconocer su jénio, su dignidad, su elevación y la atmósfera de gloria que respiraba. Una satisfacción superior á todos los honores reci- bidos vino á colmar de felicidad al virey de las Indias: la de saber que su respetable padre, conservando sus fa- cultades intelectuales, gozaba de su triunfo, como en otro tiempo el patriarca Jacob de la elevación de su hijo Josef; que también entonces era el primero después del rey. Al llegar Colon habia enviado á su padre un hombre de su confianza con pruebas de su piadosa afección, y pedídole el permiso de unir á su suerte la de su hermano menor Santiago, cardador de oficio en Jénova. En lo cual vino el anciano, consintiendo con valor romper el último lazo de su familia, y quedarse sin hijo. Sabemos positivamen- te que mas de un año después de la segur. da partida del virey de las Indias, Domingo Colon vivia aun en el barrio del Arco,^ que escojió al dejar á Savona. Santiago, último hijo de Domingo y de Susana, por razón de su naturaleza enfermiza, empezó muy tarde su aprendizaje, en casa de Luchino Cadamartori, maestro cardador en Savona; (10 de Setiembre de 1484, cuan- do tenia 16 años cumplidos,) según los términos del con- trato, se obligó á trabajar en su casa honradamente por espacio de veintidós meses consecutivos, prometiendo no . Voltaire. Essai sur les mmurs, cap. CXLIV. , Sirvió de testigo en el testamento de Carlota Ve-iiazza, esposa de Pizzorno, recibido el 30 de Setiembre de 1494 por micer Juan Éau- tista Parissola. Actum Januce in Burgo sancti Stephani, videlicet jaro- pe jportam arcus. escaparse, no hurtar^ &c. &c. Por su parte Liichino Ca- damartori comprometióse á mantenerlo y alojarlo, á no despedirlo antes de la espiración del plazo, y entonces darle un gabán de fustanella, un par de borceguies, unos calzones de paño, y devolverle sus camisas, con los de- mas vestidos de lienzo y lana, que guardaba como ga- rantía de su buena conducta. En el momento de que estamos hablando, Santiago Colon, de veintiséis años de edad, trabajaba de cardador en Jénova. Al recibir la carta de su hermano, abandonó sin orgullo su oficio, para encontrarse al cabo de algu- nas semanas de ayudante del virey, y mas tarde de ad- ministrador y gobernador jeneral interino de las Indias. Santiago, lo misino que toda la posteridad del patriarca Domingo, participaba de dones especiales, emanados de la providencia, y asi al dejar su tienda, para mezclarse con los grandes y las ilustraciones de España, el modes- to jornalero, en adelante conocido por don Diego, no pareció de ningún modo fuera de su lugar, y apenas lle- gado, fué puesto en evidencia al lado del virey, como lo justifica una circunstancia histórica. Los siete indios traídos por Colon á Barcelona habían aprendido con él los rudimentos de la doctrina cristia- na; que Colon les inspiró la fe. Habiendo ellos^ pedido el agua del bautismo, y sido juzgados en disposición de recibirla, se solemnizó con gran pompa esta primera ce- remonia relijiosa de las Indias. El rey, el infante don Juan, y los primeros personajes de la corte fueron, junto con don Diego, padrinos de los catecúmenos, y este Colon . Anno domini MCCCCLXXXIV, die décimo septembris, — " Promittens uon recedere ac serviré et fortum non committere, versa vice dictus Luccliinus pascet et non expellet, et quando terminas ñie- rit finitus, eidem daré diploidem unam f»istanei, par umim caligarum cum....gavardinum unum panni blavi, et pitoehum unum panni cum suis camixiis et vestibus ab ejus dolso lañéis et lineiá in pace, etc Actum Saonse i.i banco mei notari infrascripti, sito in platea palacii caussanim, etc. Ansaldo Basso. , Herrera. HíkI. de las Indias occidentales, década 1. lib II. cap. V. tuvo despues del rey y de su hijo uno de los primeros cinco sitios en el templo. En cuanto á Cristóbal, como padre de todos los indios, no apadrinó á ninguno, porque en la Iglesia Católica el padre no puede ser padrino de su hijo. El favor acordado á don Diego con motivo de este bautismo, hace ver la grande influencia que ejercia á la sazon el almirante en la corte y en la opinion pública.










  1. ”Quia quos dedisti mihi, non perdidi ex eis quemquam”.—S. Joan Evang., cap. XVIII.
  2. Según Washington Irving en su obra titulada: Viajes y descubrimientos de los compañeros de Colon, la familia descendiente de los Pinzones, que acompañaron á Colon en su primer viaje al nuevo mundo, ha añadido por sí y ante sí a su escudo de armas, la divisa concedida á el almirante por los reyes católicos, sustituyendo los apellidos, y haciendo otras alteraciones en ella, hasta ponerla y apropiársela como sigue:
     A Castilla y a Leon
     Nuevo mundo dió Pinzon.
     A ser esto cierto, hubiera sido incalificable, y no habriamos hallado espresiones bastantes para condenarlo; porque si bien el preclaro nombre de Colon no ha necesitado, ni necesita de blasones, ni divisas, ni leyendas para pasar á la posteridad, rodeado de una brillante aureola, fuera muy de lamentar que, habiéndolos adquirido de una manera lejítima y digna, y que habiéndosele otorgado en momoria de sus hechos, como para ponerles un sello oficial, se le usurparan, y lo que es mas, con una circunstancia que, en nuestro concepto, es agravante.
     Por fortuna, aun cuando en los escudos de armas de los Pinzones hemos visto la divisa en cuestión, según los datos que hemos podido adquirir, les fué concedida por el emperador don Carlos V en ocasión de hallarse en Barcelona, por los años de 1519.
     Ignoramos de todo punto las razones particulares que moverían á S. M. I. para obrar así; pero desde luego, apoyándonos en los hechos conocidos, que son de una lójica invencible, aseguramos, sin temor de que se nos desmienta, que no procedió con justicia.
     Sabida cosa es que los Pinzones adelantaron con jenerosidad la octava parte de los gastos de la primera espedicion de descubiertas, nosotros no lo negamos; pero como sobre este anticipo echaron tantas y tan negras manchas, habiéndose sublevado juntamente con los marineros, cuando de mano armada quisieron obhgar á Colon á que tornase á Castilla la flota, y en particular el señor Martin Alonso, con haber desertado de sus banderas, cometido todo linaje de atropellos y violencias con los indefensos indios, é intentado sorprender con un engaño el noble corazón de Isabel la Católica, en los días en que, sospechando hubiera zozobrado la carabela que mandaba el almirante, al volver de la Española, la pidió audiencia, atribuyéndose el descubrimiento, para pavonearse en la corte con galas ajenas, como el grajo de la fábula, no parece sino que la divina providencia por uno de sus sabios y admirables designios ha permitido, que al ostentar los Pinzones tan inmerecidamente la mencionada divisa sobre su timbre, se trueque en una leyenda sarcástica.
     Y si á esto se agrega lo de que si en el segundo verso del mote conferido á Colon, se dice, que halló el nuevo mundo, en el que usan los Pinzones se espresa terminantemente que uno de ellos lo dió á España, sobre la hiel del sarcasmo cae la sal del epigrama. Para honra de
  3. Cristóbal Colon. Libro de las profecias, fol. IV.
  4. Santarem Recherches historiques, critiques et bibliographiques sur Améric Vespuce, p. 178.
  5. M. de Humboldt. Cosmos. t. II. p. 332. 337.
  6. Babinet, Influence des courants de las mer sur les clinas.
  7. Historia de la vida y viajes de Cristóbal Colon, lib.I. cap, IV.
  8. Herrera. Hist. jener. de las Indias etc, decada I. lib. II. cap. IV.
  9. A Chart of the World on mercators projection, by Jolin Purdy.
  10. Johnston's Commorcial Chart of tlic World.— 1850.